Por: Alba Carocio/Ciudad Caracas
La niña, 12 años apenas, cuidaba a sus muchos hermanitos sin protestar, con la mansedumbre feliz de quien poco espera y poco exige. Esa tarde fue caminando hacia la casa de su amiga, zona sencilla, descampada y con muchos lugares sin construir, en la Mérida profunda de las periferias. Alguien, no supo quién, la tumbó sobre el pasto, a pleno día pero sin que nadie viera, y allí, sin compasión, la embarazó a la fuerza. Sin culpa, sin pena, sin amor, solamente anclado en un machismo que no conoce censura, que se exhibe sin vergüenza para conseguir lo que le da la gana. Y lo que le da la gana, son las niñas del pueblo, las niñas de la pobreza. Violencia y violación son un destino para muchas, lo comprueban las estadísticas de nuestra América.
La niña, 12 años apenas, continuó su camino, con dolor entre las piernas. La madre lo intuyó y preguntó, lo supo, pero no dijo nada. Demasiada pobreza para protestar, para meterse en problemas. Pero estuvo vigilante y cuando no llegó la sangre mensual, supo que el círculo de la tragedia se estaba cerrando. Algo había que hacer, no debía permitir que su hija continuara el embarazo. El riesgo era evidente, peligro para un cuerpo no maduro, peligro en el parto, nacimiento prematuro, anemia, y muerte de ambos.
Hay una conspiración del silencio que mantiene ocultas a las niñas madres, sus dolores, el riesgo de vida que significa la maternidad forzada. Es una forma de tortura para un cuerpo infantil, donde crece el producto obligado de la violencia sexual.
La niña, 12 años apenas, fue con su madre y una amiga, una militante de la hermandad feminista, a interrumpir la injusticia, la muerte y el dolor que sobrevendrían si continuaba el avance biológico de la violación. Y ocurrió lo que no se comprende, ni se justifica, los cuerpos de seguridad y justicia, esta vez, curiosamente, llegaron con una rapidez increíble. Y ellas, las mayores fueron apresadas y encarceladas. Así continúa la ignominia. Nadie preguntó por el violador, que sigue riendo libre por las calles merideñas. Sin pena, sin dolor, sin conciencia.
Ellas, la madre y su compañera solidaria, están presas, por ser pobres. La niña sola, en silencio como de costumbre. Están presas por ser pobres, como muchas más, porque la justicia es ciega, pero levanta su velo cuando de las pobres se trata. Están presas porque no pudieron pagar el silencio de las interrupciones aseguradas por las clínicas discretas, porque son un número de caso resuelto –muy hipócritamente- por quienes abusan de las débiles, porque los prejuicios y las normas sólo se hacen para las pobres, porque las costumbres y las almas indignadas, no tienen sensibilidad ni protegen a las niñas. Y la injusta justicia sigue su curso creando dolor y sufrimiento.
*Fuente: http://ciudadccs.info/2020/11/12/laaranafeminista-cuando-la-culpa-es-la-pobreza/