Por: Manuel Gil Antón
Comparto un cuento que escribí ayer. Es muy breve: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí. Me quedó precioso, ¿no les parece? ¿Qué? ¿Por qué tanto barullo? Bien que escucho lo que dicen, envidiosos, pero están equivocados. ¿Cuál plagio? ¿Es a Monterroso al que atribuyen la originalidad de mi cuento? Sí, uno de ellos se parece al mío; incluiré su nombre en la bibliografía de mis obras excelsas reunidas, pero no es igual. Fíjense bien: él escribió: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. En mi obra no dice allí, sino ahí. Es nítida la diferencia. Desmentiré las calumnias e infamias orientadas a manchar mi buen nombre.
Es absurdo este relato. Pero en el fondo es lo que sucede en el caso del Dr. Gertz Manero, Fiscal General de la República e integrante del Sistema Nacional de Investigadores, ubicado en el Nivel III, casi el más alto en la escala de las distinciones que este programa otorga, pues en la cima están los eméritos. Pronto, si las cosas marchan como van, estará en el siguiente escalón. No faltaba más.
Guillermo Sheridan en su columna del 6 de julio del 2021 en estas páginas, aporta pruebas contundentes sobre la apropiación de la obra de otros autores, por parte de Gertz Manero, en una biografía de Guillermo Prieto que presume y firma como propia, y forma parte de su vasta obra como investigador. Por su claridad, me permito reproducir, con el crédito debido, el cotejo de Sheridan entre un párrafo del texto original del historiador Malcom D. McLean (publicado siete años antes) con el de Gertz:
Párrafo de McLean: “Después de tal demostración, el lector comprenderá que Prieto ganó sin embarazo las elecciones para diputado ante el decimosexto Congreso Constitucional. Lo reeligieron también para el decimoséptimo en compañía de su hijo Manuel G. Prieto” (p. 50). Párrafo de Gertz: “Con tal demostración, Prieto ganó sin embarazo alguno las elecciones para diputado en el Decimosexto Congreso; y lo reeligieron para el decimoséptimo en compañía de su hijo Manuel G. Prieto” (p. 41).
¿Idéntico? No. Como tampoco lo es mi ejemplo sobre Monterroso. Mas, ¿alguien puede dudar que este párrafo del fiscal —que en “su” libro no tiene las comillas que indican que está citando ni alguna referencia a McLean— constituye la apropiación del texto de otro? La RAE define al plagio como “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias” y añade que es “la acción de una persona para engañar a otra, exponiendo que sus ideas son originales.” Otra fuente indica que: “es usar el trabajo, las ideas, o las palabras de otra persona como si fueran propias, sin acreditar de manera explícita de donde proviene la información, y también lo es parafrasear de forma inaceptable un texto o una idea, sin citar su autor” (ver: página electrónica de la Universidad del País Vasco).
Habrá, sin duda, argumentos para descartar el caso porque en la legislación mexicana no hay una referencia explícita a estas conductas con el nombre de plagio. Será el sereno: estamos frente a evidencia sólida de un acto de deshonestidad intelectual que requiere una indagación oficial por parte de las autoridades del CONACyT y, en su caso, la sanción correspondiente.
El valor que está en entredicho, la decencia, es parte fundamental de la vida y de cualquier trabajo. Es un imperativo ético proceder a lo establecido en las normas que nos rigen. Las políticas para conducir la investigación científica y humanística son debatibles. Eso es normal y válido. Sus bases éticas no.
Fuente de la información e imagen: https://www.educacionfutura.org