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Después de concluidos los procesos de independencia, empezó la construcción de los nuevos Estados latinoamericanos bajo un doble signo: la idea de unidad, para constituir grandes países e incluso lograr una sola Hispanoamérica, cuyo mayor representante fue Simón Bolívar; y la presencia de las fuerzas desintegradoras de las oligarquías regionales, que pretendieron construir republiquitas bajo su dominio.
El aislamiento entre países caracterizó la vida latinoamericana hasta bien entrado el siglo XX. Los esfuerzos efectivos para la integración regional arrancaron recién en 1960 con la ALALC y la primera oleada (Pacto Andino, 1969 y CARIFTA, 1968), a la que siguió la segunda (MERCOSUR, 1994/1995; Comunidad Andina, 1996; SICA, SIECA, AEC y entidades como SELA, OLADE, etc. y una amplia red de acuerdos pluri y binacionales).
Las integraciones económicas, pensadas exclusivamente como mercados que se abren y empresarios que los aprovechan, siempre fueron un fracaso, a pesar de los éxitos iniciales. La globalización en las décadas finales del siglo XX, acompañada por la implantación del modelo neoliberal en América Latina, arruinaron los ideales de integración entre Estados, precisamente por privilegiar tratados de libre comercio o acuerdos bilaterales. En plena globalización, los EEUU lograron impulsar la creación del ALCA (acordada en 1994 y constituida en 1998), que reunió a los países del hemisferio, excluyendo a Cuba. La resistencia a esa creación, encabezada por Hugo Chávez como presidente de Venezuela (1999-2013), llevó a crear el ALBA (2004) y a un nuevo esquema de integración que no privilegió simplemente intereses empresariales, sino de amplia repercusión social, bajo Estados soberanos. Además, nacieron dos instituciones: UNASUR (2008) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC, 2010), que integró a 33 países, incluyendo a Cuba, pero excluyendo a los EEUU.
UNASUR y CELAC crecieron y se potenciaron durante el primer ciclo de gobiernos progresistas de América Latina. Pero las circunstancias cambiaron con el “retorno” de gobiernos conservadores, empresariales y neoliberales. En 2017 se realizó la V Cumbre de CELAC, que no volvió a convocarse, hasta la reciente VI Cumbre convocada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, realizada el 18 de septiembre (2021) en México. En el intermedio, el expresidente Lenín Moreno se convirtió en artífice de la desintegración latinoamericanista, al punto de cerrar el edificio de UNASUR en Quito (septiembre 2019) y retirar la estatua de Néstor Kirchner que estuvo en su entrada.
Sin la potencialidad que en otro momento ofrecieron los gobiernos progresistas, la VI Cumbre de CELAC no alcanzó la misma dimensión del pasado. El latinoamericanismo ha sido golpeado por la posición del Canciller de Colombia, lanzado contra el presidente venezolano Nicolás Maduro, pero también por el presidente del Paraguay, Marco Abdo Benítez, quien coincidió contra Venezuela, además del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, cuestionando a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Al mismo tiempo, Nicaragua se lanzó contra el gobierno de Alberto Fernández (Argentina), quien no asistió a la Cumbre, al que acusó de ser un “instrumento del imperialismo norteamericano” (https://bit.ly/3zlvTrl); y, finalmente, cuenta la ausencia del Jair Bolsonaro, presidente del Brasil, quien se retiró de la entidad en 2020. Sin embargo, el panorama del pasado se ve alterado con la presencia virtual del presidente de China, Xi Jinping, quien habló del esfuerzo de América Latina “por la independencia y el autofortalecimiento mediante la unidad”, además de enfatizar en el buen futuro del Foro China-CELAC, un asunto que indudablemente debe comprenderse como el proyecto de nuevos caminos en la geopolítica continental, que seguramente inquieta a diversos sectores de la región.
Aunque desde tiempo atrás el presidente López Obrador sostuvo la necesidad de reemplazar a la OEA por otra institución independiente, la Declaración (https://bit.ly/3Ew9cVo) final del cónclave no se refiere a esta entidad que, desde su creación, representó directamente el americanismo impulsado por los EEUU. De todos modos, en esa Declaración sí se logró rechazar las medidas unilaterales y el intervencionismo contra la soberanía de cada pueblo, en clara alusión al bloqueo a Cuba y a las sanciones contra Venezuela o Nicaragua, que son incompatibles con el Derecho Internacional.
Es relevante para la América Latina contemporánea, que la Declaración vuelva a proclamar la unidad y la integración; reclame un orden internacional más justo, equitativo y armónico; idealice la democracia y el respeto a los derechos humanos; destaque la educación como “elemento vertebral” para el desarrollo sostenible; se pronuncie contra la corrupción; formule la erradicación de la pobreza; reconozca la igualdad de género y condene toda práctica discriminatoria; sea sensible con el problema ambiental, el cambio climático y los desastres naturales; formule posiciones en torno al tema migratorio, el problema mundial de las drogas; rechace todo terrorismo; haga referencia a la inteligencia artificial, así como las tecnologías de información y comunicación; salude la creación de la “Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio” (ALCE).
Sin duda, tiene enorme importancia el reconocimiento de América Latina como zona de paz, libre de armas nucleares y “libre de colonialismo y colonias”, por lo cual trasciende que la Declaraciónreconozca la soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Igualmente es significativo que se declare el respeto a los derechos de los pueblos indígenas y la acogida al “Decenio Internacional 2022-2032 de las Lenguas Indígenas”, así como la felicitación al “Foro Permanente de Afrodescendientes”. Desde la perspectiva de la historia, se considera que “la trata transatlántica de esclavos y el genocidio indígena en la región fueron crímenes atroces contra la humanidad”. Indudablemente se ha considerado la Carta que en 2019 envió AMLO al Rey de España, para que reconozca el hecho de la conquista y ofrezca las disculpas o resarcimientos políticos que convengan (https://bit.ly/2XFgvcH).
De otra parte, el discurso del presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, tomó como ejemplo la integración de la Comunidad Europea para imaginar que igual rumbo podría tomar la región. Desde su tradicional perspectiva empresarial expresó que el mundo nos escuchará “cuando tengamos grandes mercados comunes, donde crezca nuestra riqueza. Cuando un ciudadano de Guayaquil pueda venderle libremente cacao a otro ciudadano de El Salvador o cuando un floricultor de Quito pueda hacer fortuna vendiendo flores aquí en México y viceversa” (https://bit.ly/3zlvTrl).
La VI CELAC puede entenderse como un momento de recuperación del latinoamericanismo afectado por los gobiernos conservadores. En este sentido es un avance frente al pasado inmediato. Pero la correlación política internacional entre quienes marcan el ritmo de las economías sociales y quienes pretenden simplemente el fortalecimiento de las economías neoliberales todavía no es favorable al progresismo latinoamericano. Por tanto, la Declaraciónfinal de la Cumbre corre el riesgo de ser una inspiración teórica, sin avanzar sobre los planteamientos formulados y concretarlos, de manera efectiva, para el beneficio de las sociedades de la región.
Blog del autor: http://www.historiaypresente.com/