Por: Luis Armando González
Es casi que un cliché decir que las modalidades virtuales de educación llegaron para quedarse. Con altibajos, desde 2020 distintas fórmulas de educación virtual se han implementado en El Salvador, con resultados que todavía queda por evaluar de manera fría y objetiva. Antes de 2020, como lo sabe cualquiera que esté familiarizado con la educación salvadoreña, lo predominante era la presencialidad educativa, aunque algunas instituciones estaban avanzando, y alguna de ellas con una claridad extraordinaria, en la implementación de carreras totalmente virtuales o en estrategias que combinaban lo virtual con lo presencial. La emergencia suscitada por el coronavirus, al dar pie a la prohibición de las relaciones personales directas fuera de los hogares, condujo a la suspensión abrupta de las actividades educativas presenciales y a la adopción, también abrupta, de estrategias educativas que descansaban, en su totalidad, en la virtualidad.
No es un secreto para nadie que El Salvador, al igual que –quizá— muchos otros países, no estaba preparado para trasladar su educación, de manera global y sin excepciones, de lo presencial a lo virtual. Era razonable hacerlo, o intentar hacerlo, como una respuesta temporal a una situación crítica en la cual era importante, en la medida de lo posible, no desatender a la población estudiantil. Sin embargo, lo que era, o parecía ser, una respuesta temporal se fue convirtiendo, para distintos gestores educativos, en una estrategia definitiva –la estrategia por antonomasia para quienes son más optimistas— para estructurar y desarrollar el quehacer educativo salvadoreño en todos sus niveles.
Dos años y medio (desde marzo de 2020 hasta junio de 2022[1]) de virtualización educativa casi total –ya que en 2022 la presencialidad se abrió espacio en algunos ambientes educativos— han generado la sensación de que lo normal es la no presencialidad y de que la presencialidad es algo extraño e incluso anómalo. En realidad, sólo es una sensación, pues lo excepcional fue (y ha sido) enmarcar la totalidad de la educación (en 2020 y, prácticamente, 2021) en estrategias virtuales. Eso que fue excepcional se está normalizando y es probable que se consolide de aquí en adelante, marcando los derroteros futuros de la educación nacional.
Ahora bien, cualquiera sea la modalidad educativa que se convierta en dominante –puede ser la modalidad virtual, una combinación de ésta con una modalidad presencial, o un retorno (que muchos ven como imposible) a lo presencial como estrategia predominante— lo importante es tener en cuenta los fines de la educación, mismos que tienen que ver con el tipo de persona y de personalidad que se pretenden formar a lo largo de las distintas etapas educativas.
¿Será un ciudadano ilustrado, con sólidos conocimientos filosóficos y científicos, con valores humanistas y con habilidades para desempeñar unas actividades productivas y creativas según las condiciones propias de la realidad salvadoreña y el entorno mundial? ¿Será una persona oportunista, competitiva y eficientista? ¿Será una persona sumisa, dependiente e infantilizada? Y las preguntas pueden seguir; pero ese a partir de ese perfil deseado de persona y personalidad que deben determinarse las estrategias y modalidades educativas a implementar, ya que las mismas deben ser coherentes con aquél.
Por supuesto que se pueden diseñar y ejecutar distintas modalidades educativas sin preguntarse sobre los fines educativos que se persiguen, es decir, sin cuestionarse sobre el tipo de persona y personalidad que se pretende formar en los educandos. Cuando esto sucede, los efectos en los estudiantes son inciertos, o lo que es lo mismo, lo que resulta no obedece a ningún diseño previo, sino a una combinación de circunstancias específicas de cada alumno y alumna. Es como si quienes diseñan vehículos no tomaran en cuenta, previamente, el tipo de vehículo que desean lograr y se dedicaran a usar las mejores tecnologías disponibles para su ensamble… podría resultar un vehículo capaz de todo, pero también un vehículo inservible en la práctica.
O sea –y esto vale para el diseño de vehículos, para el diseño de políticas públicas y para el diseño de estrategias educativas— no se trata sólo de usar los mejores recursos tecnológicos disponibles para ensamblar distintos componentes, sino de usar aquellos –sean recursos tradicionales o de última generación— que se contribuyen a alcanzar una meta ideal previamente establecida. En el caso de las metas educativas, es preciso un debate reflexivo y crítico en el que se ponga en el centro el tipo de persona y personalidad que se pretende lograr como fin último de todo el quehacer educativo. Este es un debate que El Salvador actual no se ha realizado y que urge realizar, sobre todo cuando se está impulsando, con fuerza, una modalidad educativa –la modalidad virtual— que, en algunos casos, se abre paso como la exclusiva, anulando la otra modalidad que hasta hace poco fue la predominante –la modalidad presencial—. Decir cuál es la mejor o más idónea sólo por sus atribuciones intrínsecas es perder de vista lo que se pretende como propósito educativo fundamental; este propósito debe ser debatido con la profundidad y el rigor necesarios, para desde ahí determinar cuál modalidad educativa (o combinación de modalidades) es la más idónea en sintonía con dicho propósito.
Como quiera que sea, una vez definida la finalidad fundamental de la educación –una finalidad que debe ser especificada en cada nivel educativo, cada plan de estudios y cada asignatura— se debe definir la modalidad (o combinación de modalidades) que sea coherente con aquélla, tomando la precaución de no apostar a priori por una determinada modalidad (virtual o presencial) sólo porque en sí misma se la considera autosuficiente e insuperable. Se debería estar dispuesto a renunciar a apuestas en las que, además de compromisos intelectuales, hay fuertes compromisos emocionales. Claro está, lo planteado requiere de una reflexión colectiva seria, honesta y rigurosa. Una reflexión que quizá sea oportuno realizar cuanto antes en nuestro país. Pero quién sabe: a lo mejor ahora no es el mejor momento ¿o lo es?
[1] Es seguro que todo el 2022 continuará con una mezcla de virtualidad y presencialidad.
Fotografía: Luis Armando González
Fuente de la información: https://insurgenciamagisterial.com