Por: Candela Aguilar
Uno de los argumentos que con más fuerza suenan en los colectivos transactivistas para defender la aprobación de la nueva ley conocida comúnmente como Ley Trans es la despatologización. Pero, detrás de este argumento se esconde una trampa, porque ¿qué es la despatologización de la salud mental? ¿Para qué ha de servirnos? ¿Qué defiende y qué no?
El argumento de la despatologización ha servido para que muchos colectivos de activismo por la salud mental se hagan eco de las reivindicaciones transactivistas y las incorporen a su propia agenda de una manera acrítica.
Por despatologización no entendemos desatención sino todo lo contrario. Ser capaces de dar un enfoque más allá del biomédico y entender que detrás de cualquier sufrimiento psicológico se esconden múltiples causas que pueden actuar como factores de riesgo o de protección, y es necesario tenerlos en cuenta no sólo a la hora de establecer un diagnóstico, sino también a la hora de proponer posibles soluciones. Cualquier problema de salud, ya sea física o psicológica, ha de ser entendido y atendido desde diferentes perspectivas; social, familiar, ambiental… solo así podremos llegar al origen del problema, detectarlo y ofrecer una solución que realmente pueda llegar a ser eficaz.
Por despatologización entendemos que la respuesta no solo puede ser médica, hay que ir más allá y ver qué es lo que realmente causa el malestar; ir al origen, a la raíz, porque sólo así podremos empezar a poner luz a aquello que nos causa sufrimiento psicológico. Como digo, la respuesta no puede ser solo médica, y más aún si esta respuesta se basa en la administración de fármacos, porque esto cronifica y ya tenemos un sistema de salud mental cronificante y estigmatizante.
Porque ese es otro de los problemas por los que el argumento de la despatologización está pegando tan fuerte, sobre todo en los colectivos de activismo por la salud mental. El autoestigma que se sufre cuando una persona recibe un diagnóstico y el estigma del propio sistema de salud mental. Si tenemos en cuenta estos dos factores, ¿quién quiere tener un diagnóstico y entrar dentro del circuito? Nadie. En esta sociedad un diagnóstico en salud mental, en muchas ocasiones, es sentido como una sentencia. No es algo esperanzador, ni que te ayuda a entender las razones del malestar y a buscar soluciones. Es una excusa para medicalizar, acallar e infantilizador a las personas. Incluso en ocasiones sirve para encerrar en contra de la propia voluntad, sobremedicalizar o medicalizar sin consentimiento, atar, esterilizar… Es decir, violar sistemáticamente los derechos de las personas, entonces, ¿quién querría eso?
Pero una cosa es ser crítica con el sistema de salud mental y otra negar que los problemas psicológicos existen y que las personas afectadas necesitan ayuda. Nadie puede negar, por poner un ejemplo, que la esquizofrenia existe, porque negarlo sería negar una evidencia. Ahora bien, lo que no podemos es negar que no conocemos las causas que la provocan y que muchas veces condicionantes ambientales, sociales o familiares pueden actuar como desencadenantes. Tampoco podemos negar que cuando una persona tiene un brote y está desequilibrada sufre y que necesita ayuda para superarlo y poder llevar una vida plena y satisfactoria. No podemos negar, tampoco, que la ayuda que se ofrece hasta ahora; medicación, internamientos, incapacitación… solo sirven para cronificar y aislar aún más a las personas afectadas, privándolas incluso de la capacidad de trabajar que tan beneficiosa es para las personas con diagnóstico en salud mental.
Una de las demandas que más fuerte suenan en las personas activistas con experiencia propia en salud mental es la necesidad de un acompañamiento terapéutico que vaya más allá de la administración de fármacos, un espacio de escucha, ayuda y reflexión que permita a la persona conocer las razones que causan el sufrimiento. También es necesario explotar las propias potencialidades para ser capaz de autoregularse y autoexplorarse, ¿quién mejor que una misma para entenderse y ayudarse? Pero para ello es necesario el acompañamiento profesional.
Bien, si tenemos en cuenta todo esto, ¿qué tiene que ver con la despatologización que nos vende el transactivismo? Nada, es más, es muy peligrosa ya que abandona a los individuos a su suerte y propone una respuesta biomédica profundamente cronificante, estigmatizante y patologizadora. Todos los adjetivos con los que se pretende acabar en el activismo por la salud mental.
No pretende crear espacios de escucha y reflexión críticos, sino afianzar la idea de las y los menores de que «están en un cuerpo equivocado» y medicalizar de por vida. Lo contrario serán “terapias de conversión” que pueden ser incluso tipificadas como delito. No se busca analizar las causas y las razones del sufrimiento que provocan los estereotipos de género e incluso otros problemas de salud mental, que son tapados con el argumento del cuerpo equivocado, no se acompaña a estos menores en el largo y tortuoso camino que es conocerse a una misma en la adolescencia.
El transactivismo nos está vendiendo una idea muy peligrosa por despatologización, que supone que cualquier persona puede autodiagnosticarse y automedicarse, es más, puede acceder a operaciones de modificación corporal que incluye la amputación de miembros sanos.
El transactivismo nos está vendiendo una idea muy peligrosa por despatologización, que supone que cualquier persona puede autodiagnosticarse y automedicarse, es más, puede acceder a operaciones de modificación corporal que incluye la amputación de miembros sanos. Es decir, no negamos la existencia del malestar pero dejamos a los menores profundamente vulnerables que se diagnostiquen y mediquen sin que haya un acompañamiento profesional. Los empujamos a unos tratamientos médicos que les van a acompañar de por vida con las consecuencias que tendrá para su salud en el futuro. Les inducimos a creer que están en un cuerpo equivocado, pero que la medicina tiene la solución y que esta solución acabará con todo su dolor. Les afianzamos el odio hacia su cuerpo a la vez que apuntalamos los estereotipos de género, esos que precisamente les provocan sufrimiento. ¿Y esto es despatologizar? No, es dejar que las teorías machistas y liberales que se amparan bajo el paraguas Queer inunden el ámbito de la salud mental, jueguen con la salud de las futuras generaciones y dejen al lobby farmacéutico campar a sus anchas, todo lo contrario de lo que nos venden a primera vista. Pero de esto, como de todo, tenemos que dudar y cuestionarlo y el hecho de que no nos dejen ya debería ponernos en sobre aviso. Yo, queridas, pienso seguir vigilando con el ojo crítico bien abierto aunque lo que pretendan sea justamente lo contrario.
Pues, estaríamos frente a actos de barbarie con dispositivos seudo legales; nada novedoso y típico del régimen transexual ecuménico perverso patriarcal que simulan la legalidad, disfrazando su brutalidad con una mascarada de ley. Es una sagacidad perversa en la lógica del orden instituido que utiliza los efectos sicológicos y sociales de la impostura. La eficacia de esa impostura permite encubrir lo tenebroso bajo un manto de seudo legalidad. Fachada jurídica que no sería necesaria si no buscara otra eficacia, más allá de la que puede lograr la violencia brutal y desnuda. El pasaje de la brutalidad a la legalidad busca la apropiación de instancias interiores de control y vigilancia. En ese contexto, la impunidad es un instrumento político de la dominación violenta ejercida a través del transexual ecuménico perverso Estado o la civilización del varón. Su eficacia es más importante que el horror que produce. Basados en la impunidad de quienes la aplican, reducen al ridículo nuestras posiciones éticas. Los sistemas que promueven la impunidad lo hacen con lúcida conciencia. Como estrategia de poder del transexual ecuménico perverso varón.
Osvaldo Buscaya (1939)
Psicoanalítico (Freud)