Por: Luis Bonilla-Molina/CII-OVE/GT Capitalismo digital, política educativa y pedagogía crítica
Recientemente llegó a mis manos la escala de valoración para el concurso de ingreso a una universidad pública latinoamericana. Su lectura se constituyó en la mejor fotografía de un momento crítico de las instituciones de educación superior, que paradójicamente es percibido por algunos como un momento estelar.
Mide, evalúa y jerarquiza que algo queda
El modo de producción capitalista, a partir de la tercera revolución industrial[2] demandó un ajuste estructural de los sistemas escolares e Instituciones de Educación Superior (IES) para producir un nuevo acople entre formación-empleabilidad-mercancías-ganancias-reproducción. La idea síntesis de este requerimiento era que se habían acortado los tiempos para la producción de innovación científica, la tecnología se dinamizaba con lo digital y el modo disciplinar de generar conocimiento resultaba obsoleto.
El capitalismo requería una transformación rápida, pero sabía que por la naturaleza reproductora de la escolaridad ese cambio podría ser lento. Había que auspiciarlo, conducirlo, orientarlo y vigilarlo para que se concretara. Primero, el multilateralismo educativo, con su cultura de consensos resultaba insuficiente para abordar solo la tarea, así que el propio presidente de la nación más poderosa del mundo convocó a la Conferencia Internacional sobre la Crisis Mundial de la Educación (1967), instalando la idea de “crisis” y ciclos de reformas, algo que ha continuado por casi seis décadas. Segundo, a partir de esta conferencia se llegó a la conclusión que la única forma de lograr la gigantesca tarea era reordenando todos los sistemas educativos mundiales alrededor de la cultura evaluativa institucional[3] con operaciones políticas muy concretas, que terminarían expresándose en lo que hoy conocemos como los sistemas de publicaciones académicas (bibliometría), la acreditación universitaria, los rankings, y más recientemente el enfoque de la movilidad académica-estudiantil y los procesos internacionales de reconocimientos de estudios, títulos y formación. Tercero, el multilateralismo, especialmente UNESCO fue relegado al papel de construir narrativas que legitimaran estas operaciones e hicieran menos evidente la influencia de la esfera económica en la intelectual, especialmente bajo el formato de la normalización educativa.
El paradigma que subyacía en esta orientación era que, si se ponían en marcha dinámicas de evaluación, clasificación y jerarquización, todo el sistema se movería en la dirección esperada. Fue una especie de adelanto de la mejora continua, propia de la Gestión de la Calidad Total (GCT). Se puso así en marcha lo que hoy hemos naturalizado como cotidiano en la universidad, luego de seis décadas de construcción hegemónica.
Donde pareciera haber fallado el capitalismo fue en la capacidad de transformación de los arquetipos institucionales, algo que era necesario para reconfigurar la cultura académica, permitiendo su alineación con las tres demandas que la motivaban. El peso del desarrollo organizacional universitario centrado en facultades, escuelas y departamentos alrededor de disciplinas ahogaba cualquier cambio en la dirección prevista.
Por su parte, desde las resistencias educativas anticapitalistas, acostumbradas a criticar el modo disciplinar de generar conocimiento, no surgieron los “modelos alternativos”, y la falta de creatividad transformadora se refugió en la noción de la transdisciplinariedad como eje transversal de la gestión del conocimiento. Esta claudicación del pensamiento crítico no contribuyó a que surgieran universidades populares, tampoco abrió paso a la universidad soñada por el centro capitalista, sin embargo, esta situación no es algo a reivindicar, por el contrario, es evidencia de los problemas para propiciar una ruptura paradigmática desde abajo. Ya sé, algunos colegas dirán que no hay que mencionar en público este secreto a voces, y en defensa de la universidad es mejor seguir con el complejo del “emperador desnudo”, lamento decepcionarlos.
Ponderar como ideología
De una política pública, los sustratos de las operaciones de cambio se convirtieron en ideología. Los sistemas de reconocimiento de las publicaciones (ISBN, ISSN y posteriores) terminaron construyéndose a partir de las normas empresariales ISO (International Standard Organization), iniciando una fase sin precedentes de estandarización. Luego vino la convergencia y homologación creciente de las normas y procedimientos de arbitraje, los mecanismos de reconocimiento de publicaciones, hasta establecer “índex” diferenciados, jerarquizados y con prestigios derivados de la superación de obstáculos para publicar.
Pero como los universitarios escribimos “mucho”, especialmente desde el campo de las ciencias sociales y humanas, había que hallar un mecanismo para ir a lo concreto, lo útil y susceptible de ser usado en la reproducción simbólica y material, y la reingeniería social que demandaba el sistema dominante. Brevedad, síntesis, economía del tiempo de lectura para ubicar lo relevante, pareciera ser la demanda del capital. Los libros comenzaron a perder importancia en los sistemas de jerarquización de la carrera académica y, cuando se valoran, tiene mayor ponderación cuando pasan por el filtro de un comité editorial que se centre en la justificación, metodología, propuesta y aplicación o impacto, lo demás suele sobrar y puede resultar problemático.
El pensamiento crítico también fue sometido al corsé de la medición, obligándole a abandonar progresivamente los cuestionamientos al sistema, para situarse en los cuestionamientos operacionales, prever posibles limitaciones de funcionamiento, es decir, fue arrinconado a la funcionalidad. El viejo pensamiento crítico fue etiquetado de “ideologizado”, “anticuado” y “no propio de la academia”. La evaluación adquirió rostro de ideología.
Eterno presente
Lo importante es actualizarse, pareciera ser el leitmotiv de la cultura evaluativa -especialmente la neoliberal- y en esa orientación el sentido de historia, y peor aún de futuro, se consideró algo prescindible. Lo importante era -y es- que en la lista de referencias en las publicaciones estas, no excedieran como data los últimos cinco años de su salida al mercado editorial, llegándose al extremo que en algunas bibliotecas se “suprimieron” los clásicos, porque los ejemplares disponibles habían sido editados cuarenta años atrás. En las normas del concurso que les referí al inicio, solo eran válidas las publicaciones del aspirante del último quinquenio, lo demás sobraba y sobre todo no sumaba.
Pero, esto conllevó al productivismo. Es decir, a la falsa homologación de cantidad con calidad. En el baremo mencionado, de los 100 puntos requeridos, el 50% o sea 50 puntos, se referían a los artículos arbitrados, indexados y normalizados en revistas de alta circulación. Si revisamos, por ejemplo, el caso de Brasil donde un artículo Qualis A4 que corresponde a un número muy importante de publicaciones de académicos de ese país, puede representar 1,5 o 2 puntos en baremos como estos, el aspirante tendría que haber publicado por lo menos 25 artículos en 5 años, para alcanzar el puntaje máximo, a razón de cinco artículos por año (casi uno cada dos meses), si aspiraba al optimo reconocimiento en el ingreso. Pero es que publicar en estas revistas y estos sistemas no es solo escribir, sino gestionar su publicación y en algunos casos depende si la universidad donde labora ha pagado el derecho a publicar allí. Entonces, publicar demanda escribir y dedicar horas a gestionar que ello se concrete.
Esto llevó al surgimiento de un “camino verde”, el mercado académico predatorio, cuyo atractivo es la gestión de la publicación de estos artículos. Este “mercado alternativo” tiene una serie de componentes que no solo conflictúan con la ética, sino que afectan el cada vez mas precario salario docente. No obstante, ello explica que algunos casos se puedan llegar a ostentar una docena de artículos académicos en un año, sin ofender a las excepcionalidades sino refiriéndonos al promedio.
Este productivismo influye en escalas salariales, tablas de clasificación de programas, la acreditación y los rankings universitarios. Publicar se convierte cada vez más en el centro de la razón de ser pedagógica, dejando atrás la idea de la universidad que prefigura otra forma de vivir en el mundo. Vales lo que publicas, es la extensión de vales lo que tienes, en un ahora con pretensiones de perpetuarse.
El capitalismo construyó hegemonía en seis décadas: ¿pero logró su propósito?
Desde 1967 hasta el presente, el capitalismo logró un “Todos adentro”, haciendo desaparecer el afuera del sistema; un logro sin precedentes en la historia de la universidad latinoamericana. Incluso, la Cuba revolucionaria, sometida al criminal bloqueo económico, ha entrado hace ya un tiempo en la carrera de la acreditación y con ello de la bibliometría. Otros, exploran criterios de evaluación científica menos paramétricos, otras formas de medir la productividad académica, pero en su mayoría terminan tributando a los mecanismos de clasificación diseñados por el sistema.
Sin referentes alternativos externos el capitalismo construyó hegemonía de la cultura evaluativa, que delineó con la narrativa de “crisis educativa” en la conferencia de 1967 convocada por el presidente Lyndon Johnson. Pero, la cultura evaluativa, especialmente la bibliometría ¿logró el propósito para lo cual fue impulsada?
Mi interpretación es que lo que ocurrió fue todo lo contrario, porque la bibliometría terminó confundiendo fecha de publicación con innovación, creando además un muro para que las novedades se expresaran con el vigor y la libertad que requiere la creatividad. Un académico que explore hoy un tema fronterizo, del cual emane alguna innovación, debe primero convencer a sus pares y estudiantes que mencionen su idea en uno de sus papers o artículos arbitrados, para hablar de lo nuevo con referencias suficientes (por lo menos 10 referencias). Cuando logra publicar y ahora ser citado, seguramente ya la propuesta innovadora perdió sentido, o fue desarrollado por algún investigador de un centro independiente, financiado por capital privado, que tiene otros grados de libertad y no requiere la publicación en los sistemas de bibliometría para ser reconocido. Todo esto, aunque después, el uno y él otro coloque de moda sus planteamientos en Scopus ¿pero en eso momento expresan la innovación o la hora de masificación de su consumo? Al final, si se quiere publicar, cinco artículos al año como pedía el baremo del concurso citado, lo mejor es tomar la autopista de lo seguro, escribir sobre un tema que ya otros hayan abordado y que haya sido reciclado en publicaciones de los últimos años, matando así las posibilidades de innovación desde el mundo universitario. Los académicos estamos siendo forzados a pensar cada día dónde vamos a publicar y el impacto que eso tendrá en nuestras carreras, a vivir en el borde alucinante del éxito productivista.
Cuando el complejo de Ouroboro[4] expresa la pérdida de futurabilidad
La academia pareciera haber entrado en una dinámica en la cual se siente orgullosa de morderse de manera incesante la cola, como la serpiente-dragón mitológica. La bibliometría no generó una espiral virtuosa que promoviera la transformación, sino un círculo que pareciera achicarse cada día.
Hoy, por ejemplo, la universidad se alinea a las iniciativas contra el cambio climático que promueven los Objetivos de Desarrollo Sostenible -el sistema- y no tiene capacidad de tensionarlas hacia un lugar más radical, porque innovar se ha convertido en adaptarse, en construir argumentos que favorezcan el alineamiento; no se apropia de iniciativas como el decrecimiento o impulsa con hechos otro desarrollo posible. Por el contrario, está más preocupada por entrar a la transformación digital de la educación, comprar más computadoras, conexión satelital, desarrollo de intranet potente, incorporar la inteligencia artificial generativa a sus dinámicas, que pensar, valorar y producir resistencias contra el consumo predatorio que estas “innovaciones” tienen sobre un elemento tan vital como el agua o su impacto en la creciente desertificación del planeta, producto de la explotación a cielo abierto de litio y otras tierras raras.
Este vaciamiento de proyecto de futuro, está colocando en riesgo estratégico la existencia de la universidad presencial, la universidad que conocimos. El capital pareciera estar renunciando al papel de la universidad como eje de la relación innovación-producción-gobernabilidad, como lo evidencia la transición hacia lo que se ha denominado la micro acreditación de aprendizajes, algo sobre lo cual profundizaremos en otro artículo.
La bibliometría pareciera haber metido a la universidad en un callejón sin salida, del cual solo se puede salir apelando a la tradición contestataria, rebelde y comprometida con el cambio social, algo que si la puede volver a reposicionar como alternativa.
¿La bibliometría salvará a la universidad?
Para nada, la bibliometría cava su destrucción. Por supuesto que una tarea central de la universidad es la publicación, no es eso lo que cuestionamos, sino la legitimación y normalización de una dinámica evaluativa, clasificatoria y productivista impuesta desde afuera. Algo que pone en tela de juicio la propia vigencia de la autonomía universitaria hoy, porque una universidad que no decide su destino y como este se expresa a la cotidianidad, termina aceptando solo una autonomía limitada.
En tiempos en los cuales la nación más poderosa del planeta ha iniciado una nueva ofensiva sobre la educación con antecedentes de esta magnitud solo conocidos en la que inicio Johnson (1967), es hora de pensar, desde el propio mundo universitario cómo nos vemos en los próximos 100 años, cual es el legado académico que le dejaremos a las nuevas generaciones.
Milei dio un primer paso al eliminar el ministerio de educación de Argentina, rumbo que es confirmado por Trump con la orientación de desmantelar el Departamento de Educación de los Estados Unidos y redoblar el ataque a las universidades, pero eso equivocadamente pareciera ser interpretado como tremendismos de personajes de ultraderecha, pero no es así. El sistema capitalista está cambiando de valoración sobre el papel de las universidades en el sostenimiento y reproducción del sistema y eso que aún el switch de las fábricas 4.0, símbolo de la cuarta revolución industrial en el modo de producción de mercancías, no se ha encendido. ¿Cuándo vamos a despertar y darnos cuenta?
[1] Profesor visitante en la Universidad Federal de Sergipe (UFS), Brasil. Director de Investigación del Centro Internacional de Investigación Otras Voces en Educación de la red CLACSO. Coordinador del GT Capitalismo Digital y pedagogías críticas.
[2] Autores como Ernest Mandel em capitalismo tardío ubica sus inicios em la década de los cincuenta del siglo XX, en mi caso prefiero hacerlo en 1961 cuando el robot UNIMATE comienza a ser usado en la industria automotriz, es decir, la informática y la robótica llegan a las fábricas.
[3] Que se convertiría a finales de los setenta en la cultura evaluativa neoliberal, profundizando sus procesos y efectos.
[4] Serpiente o dragón mitológico que se muerde la cola formando un círculo que impide la transformación






Users Today : 30
Total Users : 35471100
Views Today : 69
Total views : 3568259