La ‘educación activa’ reivindica un modelo de escuela en el que el aprendizaje se basa en la motivación y el crecimiento personal, donde no son necesarios pupitres, deberes para casa ni exámenes
Un profesor entra en clase, habla y escribe en la pizarra mientras los alumnos, bajo un silencio disciplinario, escuchan y toman notas. Periódicamente son sometidos a exámenes para ver si han sido capaces de memorizar lo hablado por su maestro y para fomentar esa memorización se mandan deberes, tareas que deben realizar los alumnos fuera del horario escolar. Esa podría ser la imagen de cualquier colegio o instituto convencional. Ya hay voces de expertos que critican este sistema educativo que dicen «sigue invariable desde hace siglos», como apunta uno de los principales investigadores mundiales sobre la inteligencia artificial y la teoría del aprendizaje, Roger Schank.
Disciplina férrea, el papel incuestionable –casi dictatorial– del maestro en el aula y como objetivo aprender habilidades y memorizar conocimientos. No parece que se ajuste a una educación basada en los actuales valores democráticos. Eso se debe, según los expertos críticos con la educación convencional a que el modelo educativo actual se basa en principios del siglo XVIII, cuando el reto de la educación era crear una ingente mano de obra para la producción industrial.
Sin embargo, empiezan a ganar peso en la sociedad otras pedagogías que ponen el foco en la creatividad y en valores democráticos. «Trabajamos bajo las premisas de la pedagogía activa, en la que el alumno realiza su propio aprendizaje a partir de materiales vivenciales y experiencias de aprendizaje, que le permiten el desarrollo del pensamiento crítico, la resolución de problemas, la búsqueda de estrategias múltiples de aprendizaje, manteniéndole conectado con su creatividad, inventiva y alta capacidad de pensamiento divergente», explica Cynthia Ramos, directora de la Escuela Myland, ubicada en la sevillana localidad de Palomares del Río.
En Myland llama la atención que no hay pupitres. Los niños eligen qué hacer según sus necesidades o intereses, aunque monitorizados por un profesorado que ejerce de «acompañante educativo». Aprender en base a la experiencia y no teniendo como patrón educativo la repetición y la memorización. «Entendemos que los niños y niñas poseen un interés innato por el aprendizaje y el descubrimiento, como explica su directora». En este sistema pedagógico el profesor adquiere el papel de guía y se comunica con el niño de manera bidireccional. El silencio en clase no sólo no es obligatorio, sino que puede ser preocupante si un niño no adquiere esa capacidad de preguntar y comunicarse, explican.
Si ya resulta extraño no ver pupitres en las aulas, más extraño es ver al alumnado entrar y salir a su antojo de aulas que siempre mantienen las puertas abiertas o, simplemente, no tienen puertas. En contra de lo que podrían imaginar los defensores de la educación basada en una férrea disciplina, al ojear en el interior de alguna de estas aulas los niños están trabajando dentro sin que nadie les obligue a ello. «Basamos nuestro proyecto en la idea de que el aprendizaje surge por una motivación interna y esta es la que determina el currículum individual que seguirá cada niño o niña», explica la directora de Myland. Es fundamental, apuntan los promotores de este tipo de educación activa, respetar al niño y sobre todo sus necesidades e inquietudes. «Se educa para el fomento de sus habilidades, autonomía y desarrollo personal, tanto intelectual como emocional», aclara.
En Myland se han decantado por un sistema propio de enseñanza que tiene sus bases en la Teoría de Inteligencias Múltiples (de Gardner) y en el método Montessori entre otros. El método Montessori, elaborado por la doctora italiana María Montessori, se basa en tres elementos clave: ofrecer un ambiente preparado para que los alumnos puedan expresarse en todos los ámbitos posibles, la monitorización del profesorado hacia cada alumno ya que es «mediante la observación atenta que hacen los profesores se realizan propuestas de trabajo que respondan a las necesidades auténticas de aprendizaje que va mostrando cada alumno», aclara Cynthia Ramos. En este sentido el método Montessori potencia las singularidades de cada alumno y no ofrece una educación uniforme para grupos, como es habitual en la educación convencional. El otro elemento fundamental es conocer y aportar experiencias a los niños acordes a cada etapa evolutiva.
En este sentido, la otra gran tendencia alternativa a la educación convencional en la llamada educación activa es el método Waldorf. En estas escuelas el vínculo entre el maestro y el alumno es muy fuerte y se considera esencial, pero su metodología se basa en respetar los ritmos educativos de cada niño. Estas escuelas libres han logrado el reconocimiento como corriente pedagógica de la Unesco y cuentan con más de 800 escuelas y mil centros infantiles en todo el mundo. En las escuelas Waldorf los libros de texto los elaboran los propios alumnos, de manera que se sientan protagonistas de su propia educación, con una clara orientación humanística.
Sea Waldorf o Montessori, el objetivo es el desarrollo integral del individuo a través de la educación. Para ello se pone también la lupa en las emociones y los sentimientos de los alumnos. «Es esencial que la educación ofrezca un apoyo afectivo continuado, un acompañamiento emocional que le permita al niño sentirse libre y seguro para desarrollar todas sus capacidades». Y en ese planteamiento la participación de los miembros de la familia es imprescindible: «Las familias forman parte del proceso educativo, colaboran tanto en actividades como en el seguimiento y bienestar de la escuela», explica la directora de Myland.
Una de esas madres que ha optado por salirse de la línea educativa convencional es Mireia Illescas, que además trabaja como formadora de maestros: «En estas escuelas yo encontré la teoría hecha realidad –explica–; el entorno, las personas y la manera de acompañar a los niños responde a las recomendaciones que los expertos en ámbitos como la neurobiología, la psicología y la pedagogía, aportan a la educación».
Patricia Linares, madre de Diego, de tres años, llegó a uno de estos centros casi de manera natural: «No puedo decir que nosotros hayamos escogido un colegio de pedagogía activa de forma consciente, fue más bien el resultado de aprender a ser padres lo que nos llevó allí», aclara. «Con nuestro primer hijo descubrimos con tristeza en su entrada al cole, con tres años, que no había un verdadero proceso de adaptación sino un paso abrupto más cercano al sálvese quien pueda». Para esta madre el hecho de que los padres puedan estar acompañando a sus hijos en estos centros todo el tiempo que sea necesario hasta que se sienta seguro en ese nuevo espacio es esencial.
La motivación de los alumnos es sin embargo lo que más destacan los padres y madres que optan por esta educación alternativa. Patricia Linares, que ha vivido la educación convencional con su primer hijo, relata lo que para ella fue traumático en la escolarización convencional: «Asistimos con estupor al hecho de que mientras más tiempo pasaba en el centro escolar, más se iba apagando su afán innato por aprender».
Así que cuando nació nuestro segundo hijo, nos preguntamos: «¿No habría un colegio donde los padres podamos estar presentes en su adaptación? ¿No habría un colegio donde se aprendiera de forma más intuitiva y activa aprovechando sus intereses? ¿No habría un colegio donde se respetara sus necesidades afectivas?».
En estos centros no hay fichas, no hay deberes, no hay exámenes. Es una ruptura total con la forma que han tenido de educarse las generaciones de españoles hasta ahora. Los principales temores que le surgen a los padres y madres para dar el salto a la educación activa están principalmente en torno a la homologación. Hasta ahora, en España, estas iniciativas surgen amparadas por el hecho de que la educación no es obligatoria para los niños menores de 6 años, pero se hace necesaria la autorización administrativa una vez que los niños entran en edad de escolarización obligatoria (Educación Primaria). Es en ese momento en el que muchas escuelas no encuentran el respaldo legal necesario como alternativa educativa y los proyectos acaban cerrando o ubicándose en un limbo alegal. «Para nosotros normalizar esta forma de enseñanza es primordial y hemos luchado mucho para reconocer el reconocimiento de las autoridades competentes», explican desde Myland.
«Una educación donde lo importante es desarrollo global del niño mas allá de la adquisición de contenidos académicos», es el resumen que hace la directora de Myland de esta educación alternativa a lo tradicional. La escuela pública está también evolucionando y adquiriendo muchos de estos planteamientos, pero la estructura física incluso les impide llevar a cabo estos cambios. Aunque el planteamiento se comparta: convertir al alumnado en el centro del conocimiento y no como un receptor pasivo, las estructuras físicas suponen un obstáculo. Mientras la educación tradicional mantiene aulas únicas con pupitres, en estos centros alternativos se desarrollan actividades en espacios abiertos, adaptables y gran parte de ellos al aire libre en entornos naturales. De hecho, aunque este concepto de educar en un entorno exterior, con vegetación y huerto y sin mobiliario que restrinja los movimientos pueda parecer muy novedoso, es el mismo que desarrolló Aristóteles en su Liceo, un jardín provisto de una galería para pasear al aire libre, salas de clase y habitaciones. El resultado es una educación atractiva, interesante y desde luego no aburrida y monótona. Tal vez esa sea una fórmula capaz de romper la espiral del fracaso escolar.
Fuente: http://elcorreoweb.es/cincocolumnas/colegios-sin-deberes-LH1867159