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Terrorismo informativo y manipulación mediática en Ecuador

Por: Atilio A. Boron

En las pocas horas que llevo en este país he podido comprobar los alcances de la “dictadura” de Rafael Correa, esa que denuncian incansablemente la plutocracia bancaria y sus voceros, los despistados líderes de algunos movimientos sociales y una izquierda extraviada que piensa que votando a un banquero ultraneoliberal que refugia sus ganancias en paraísos fiscales podrá dar el anhelado salto hacia la construcción de l socialismo en el Ecuador.

En efecto, en esta peculiar “dictadura”, como gustaba decir a Eduardo Galeano a propósito de las acusaciones en contra de Chávez, el bombardeo de los medios hegemónicos a través de la televisión, la radio y los periódicos en contra del presidente Correa es implacable e incesante. La población está sometida a un ininterrumpido ataque, en donde la manipulación informativa se ejerce sin restricciones. No hay límite ni escrúpulo alguno en las difamaciones e insultos al primer mandatario y, por extensión, a Lenin Moreno y Jorge Glas. La relación de fuerzas en el terreno mediático es de 9 a 1 a favor de la derecha, destilando sin pausa un veneno que pretende pasar por noticia o ejercicio periodístico.

Lo asombroso del caso es que en esta curiosa “dictadura” los medios pueden prostituir al periodismo, abrumar a la opinión pública con falsas informaciones y agraviar al presidente y sus colaboradores sin temer por ningún tipo de represalia. Desesperada, la derecha presiente que aún con esa fenomenal artillería mediática es poco probable que pueda ganar las elecciones del próximo domingo. Apela para ello a cualquier expediente. Las imágenes que acompañan esta nota son aleccionadoras. Están instaladas justo enfrente de las oficinas del Consejo Nacional Electoral, el organismo encargado de administrar los comicios. Como la candidatura del banquero Guillermo Lasso carece de una propuesta creíble a favor de las clases y capas populares ecuatorianas –son muchos los que aquí recuerdan lo ocurrido en la Argentina con las promesas de Mauricio Macri- recurren a la mentira y la difamación. Allí están Piedad Córdoba, Ernesto Samper, Tibisay Lucena y Sandra Oblitas exhibidos cual si fueran unos salvajes terroristas que con su accionar habrían asolado Venezuela y que amenazan con hacer lo mismo en el Ecuador en caso de que Lenin Moreno se alce con la victoria.

Todas estas aberraciones son posibles bajo la “dictadura” del correísmo mientras sus mentores y ejecutores gozan de total libertad y piden ayuda internacional (verbigracia: injerencia norteamericana) para poner fin al «despotismo» que ahoga al Ecuador.

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*Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=224777&titular=terrorismo-informativo-y-manipulaci%F3n-medi%E1tica-en-ecuador-

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Ecuador: el pueblo dijo ni un paso atrás

Por: Atilio Borón

La victoria obtenida por Alianza País en el balotaje del 2 de Abril confirma que el pueblo ecuatoriano supo discernir lo que estaba en juego: la continuidad de un gobierno que marcó un antes y un después en la historia contemporánea del Ecuador o el suicida salto al vacío, emulando la tragedia argentina. Lenin Moreno y Jorge Glas representan la consolidación de los avances logrados en numerosos campos de la vida social durante diez años bajo el liderazgo de Rafael Correa; su adversario, Guillermo Lasso, personificaba el retorno de la alianza social que tradicionalmente había gobernado al Ecuador con las desastrosas consecuencias por todos conocidas. Un país con grandes mayorías nacionales secularmente sumidas en la pobreza, con índices de desigualdad y exclusión económica, social y cultural aberrantes. Una nación víctima de la insaciable voracidad de banqueros y latifundistas que saqueaban impunemente a una población que tenían como rehén y que, en su desenfreno, provocaron la megacrisis económica y financiera de 1999. En un alarde de falsificación de los hecho históricos a esa tremenda crisis la denominaron, amablemente, «feriado bancario», a pesar de que en su vorágine acabó con la moneda ecuatoriana, que fue reemplazada por el dólar estadounidense, y provocó la estampida de unos dos millones de ecuatorianos que huyeron al exterior para ponerse a salvo de la hecatombe.

Son varios los factores que explican este alentador resultado, para Ecuador y para toda América Latina. Uno: los traumáticos recuerdos del 1999 y el descaro con que los agentes sociales y las fuerzas políticas de aquella crisis –antes que nadie Guillermo Lasso- proponían la adopción de las mismas políticas que la habían originado. La candidatura de la derecha manifestó que ampliaría los márgenes de autonomía de las fuerzas del mercado, reduciría el gasto público, privatizaría la salud y la educación, bajaría los impuestos y acabaría con la hidra de siete cabezas del supuesto «populismo económico». La política social sería recortada porque sin decir cómo, Lasso aseguraba que crearía un millón de nuevos empleos en cuatro años, pero se cuidó muy bien de notarizar esta promesa en el programa de gobierno que, tal como lo prescribe la legislación electoral, inscribió ante un escribano público. En el terreno internacional, Lasso declaró que cerraría la sede de la UNASUR, entregaría a Julian Assange a las autoridades británicas y se alejaría de todos los acuerdos y organismos regionales como la UNASUR, la CELAC y el ALBA.

Dos, el intenso trabajo de campaña hecho por el binomio Moreno-Glas, que le permitió establecer un profundo vínculo con la base social del correísmo y de llevar a cabo, de nueva cuenta, una extenuante recorrida por las 24 provincias del país, afianzando una presencia territorial y organizacional cuyos réditos fueron evidentes a la hora de abrir las urnas. Otro factor explicativo, el tercero, fue el apoyo de Correa y su denodado esfuerzo por apuntalar con una vertiginosa dinámica gubernamental, la campaña de la fórmula oficialista. Si algo hacía falta para ratificar el carácter excepcional de su liderazgo era esto: una victoria inédita en la historia ecuatoriana porque nunca antes un gobierno se había re-elegido al cambiar la candidatura presidencial. En línea con esto hay que recordar que en la primera vuelta Alianza País había obtenido la mayoría absoluta de los diputados a la Asamblea Nacional y que un 55 por ciento de la ciudadanía votó a favor de la propuesta del gobierno de prohibir que los altos funcionarios y gobernantes pudieran tener sus dineros invertidos en paraísos fiscales. En otras palabras, apoyo interno en lo institucional y en el plano de la sociedad civil no le faltará al nuevo presidente.
En los días previos predominaba en los ambientes de la Alianza País una profunda preocupación. Las encuestas no estaban arrojando los resultados que se esperaba y ponían en cuestión el entusiasmo militante con que Moreno y Glas eran recibidos en todo el país. La campaña de terrorismo mediático fue de tal magnitud y bajeza moral, y este es el tercer factor que hay que tomar en cuento, que hizo que el votante aliancista temiese manifestarse ante las preguntas de los encuestadores. Las acusaciones lanzadas en contra de Correa y Glas eran tan tremendas como carentes por completo de sustancia. Lo significativo del caso es que la derecha acusaba en los medios pero se abstenía de hacer una denuncia en los tribunales. Como dijo uno de los observadores en la reunión con la gente de CREO-SUMA: «no queremos chismes, aporten datos concretos». Nunca lo hicieron. Pero, abrumada e intimada por esta artillería mediática (que contó con la activa colaboración de algunos «dizque periodistas» argentinos, en realidad agentes de propaganda al servicio de las peores causas) y por las veladas amenazas de los profetas de la restauración una parte significativa de los encuestados se definían como «indecisos» cuando en realidad no lo estaban. La verdad salió a la luz a partir del escrutinio.
En una nota anterior decíamos que esta elección sería la «batalla de Stalingrado», porque de su desenlace dependería el futuro del Ecuador y de América Latina. Una derrota daría pábulos a la derecha regional y aceleraría la modificación regresiva del mapa sociopolítico sudamericano, fortaleciendo a los tambaleantes gobiernos de Argentina y Brasil, protagonistas fundamentales del actual retroceso político, y refutando la tesis de algunos analistas agoreros que se apresuraron a decretar el «fin del ciclo progresista» mientras el finado seguía respirando. La victoria de Alianza País confirma que la lucha continúa, que los traspiés experimentados en fechas recientes son sólo eso, que el viejo topo de la historia continúa su labor y que aquí, en la mitad del mundo, un pueblo consciente tomó el futuro en sus manos y dijo «ni un paso atrás». Como lo afirmara Correa, hicimos mucho pero queda mucho más por hacer. Haber ganado esta batalla crucial es una gran noticia no sólo para los latinoamericanos sino para todos quienes, en el resto del mundo, pugnan por poner fin a la barbarie neoliberal. ¡Salud Ecuador!

Fuente del Artículo:

://www.aporrea.org/internacionales/a243660.html

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Resistencias

Por: Atilio Borón

Resistir es decir NO. No al menosprecio. No a la arrogancia: No a la trituración económica. No a los nuevos dueños del mundo. No a los poderes financieros. No al G8. No al “Consenso de Washington”. No al mercado totalitario. No al libre intercambio integral. No al póker del mal (Banco Mundial, FMI, OCDE, OMC). No al hiperproductivismo. No a las privatizaciones permanentes. No la irresistible extensión del sector privado. No a la exclusión. No al sexismo. No a la regresión social. No al desmantelamiento de la seguridad social. No a la pobreza. No a las desigualdades. No al olvido del Sur. No a la muerte, cada día, de treinta mil niños pobres. No a la destrucción del ambiente. No a la hegemonía militar de una sola superpotencia. No a la guerra preventiva. No a las guerras de invasión. No al terrorismo. No a los atentados contra las poblaciones civiles. No a los racismos. No al antisemitismo. No a la islamofobia.. No a la vigilancia generalizada. No a la disminución cultural. No a las nuevas censuras. No a los medios que mienten. No a los medios que nos manipulan.

Resistir es también poder decir SÍ. Sí a la solidaridad entre los siete mil millones de habitantes de nuestro planeta. Sí al derecho de las mujeres. Sí a la existencia de una ONU renovada. Sí a un nuevo plan Marshall para ayudar al África. Sí a la erradicación definitiva del analfabetismo. Sí a una ofensiva internacional contra la fractura digital. Sí a una moratoria internacional para la preservación del agua potable. Sí a los medicamentos esenciales para todos. Sí a acciones decisivas contra el sida. Sí a la preservación de las culturas minoritarias. Sí al derecho de los índígenas. Sí a la justicia social y económica. Sí a una Europa más social y menos mercantilista. Sí a una tasa Tobin de ayuda a los ciudadanos. Sí a un impuesto a la venta de armas. Sí a la supresión de la deuda de los países pobres. Sí a la prohibición de los paraísos fiscales.

Resistir es soñar que otro mundo es posible y contribuir a construirlo.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2016/12/20/resistencias/#.WK9rfTiaz_s

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Constantino en la Roma Americana

Por: Atilio Borón

Entre el 7 y 8 de Julio próximos tendrá lugar en Hamburgo una nueva cumbre de jefes y jefas de estado y del G-20, entre los cuales se encuentra la Argentina. El cónclave será presidido por Angela Merkel, y muchos participantes seguramente recordarán que en numerosas cumbres previas Cristina Fernández de Kirchner advertía sobre el rumbo equivocado de la economía mundial, los estragos del neoliberalismo, las trampas del libre cambio y los malhadados tratados de libre comercio. Cuando decía esas cosas los plumíferos de la derecha, dentro y fuera de la Argentina –en realidad, una impresentable colección de relacionadores públicos de las grandes transnacionales disfrazados de “economistas serios” o de “periodistas independientes”- se burlaban de lo atrasado de sus concepciones económicas, la acusaban estúpidamente de “setentista” y no cejaban de reprocharle por el “anacronismo” de sus críticas al orden económico internacional, responsable de que la Argentina se encontrase “aislada del mundo.” Quisiera ver qué dirán en ese momento los secuaces de Washington y sus paniaguados en los medios cuando escuchen a Trump pronunciar un discurso muy semejante al de Cristina, porque los desastres que el Consenso de Washington hizo en todo el mundo no exceptuaron a Estados Unidos. ¿Qué van a decir? Trump, para nada santo de mi devoción (como cualquier otro presidente de los Estados Unidos) comprendió que para reconstruir a su país tenía que arrojar por la borda las ideas que habían presidido las políticas económicas de la Casa Blanca desde comienzos de los ochentas. En su iconoclástico discurso inaugural proclamó el regreso al proteccionismo de los padres fundadores de la sociedad norteamericana (Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro fue un contumaz proteccionista), denunció a la clase política tradicional –apañada y financiada por los agentes empresariales del neoliberalismo- de enriquecerse mientras la gran mayoría del país se empobrecía y las empresas y los empleos emigraban a otras latitudes y el “Sueño Americano” se convertía en una intolerable pesadilla. Trump pretende dispararle el tiro de gracia al neoliberalismo porque su virus –para usar la expresión de Samir Amin- contagió a la potencia integradora del sistema imperialista y sus efectos son letales. Habrá que ver si lo que en una nota anterior llamábamos “estado profundo”, o el “gobierno invisible” de EEUU le permite concretar su propósito. En todo caso, el discurso de Washington giró ciento ochenta grados y lo que antes era virtud ahora es un vicio a combatir sin cuartel. Ante este giro casi todos los gobiernos de América Latina, comenzando por el de Argentina, se quedaron pedaleando en el aire.

Al hablar de EEUU José Martí solía usar la expresión “Roma Americana.” Siguiendo con esa sugerente analogía podría decirse que el viraje antineoliberal de Trump guarda semejanza con lo ocurrido cuando el emperador Constantino, acosado por rebeliones que conmovían la inmensidad del imperio romano y en las cuales los cristianos eran la punta de lanza, dio a conocer, en el año 313, el Edicto de Milán que convertía al cristianismo en la religión oficial del imperio y declaraba heréticas las demás religiones. No hay que exagerar demasiado esta analogía pero, como se dice en italiano, “se non é vero é ben trovato”. Va de suyo que este giro hacia el “populismo económico” no lo hace Trump por simpatías con el socialismo del siglo veintiuno o las luchas emancipatorias de los países de la periferia. Menos todavía, como piensan algunos, para ensayar un “peronismo a la americana” porque al magnate neoyorquino ni remotamente se le pasa por la cabeza nacionalizar el comercio exterior, los depósitos bancarios, la Reserva Federal (un ente privado) o los medios de transporte, como hiciera Perón en la Argentina de la posguerra. Lo hace porque cayó en la cuenta de que el neoliberalismo está silenciosamente destruyendo a Estados Unidos. Como sea, los que antes, en el G20 apostrofaban a Cristina, ahora escucharán un discurso casi idéntico de labios del nuevo Constantino. Seguramente antes de lo que ella hubiera pensado la ex presidenta experimentará el íntimo regocijo de la reivindicación de sus justas críticas al (des)orden económico internacional. ¡Y nada menos que de labios del nuevo emperador!

Fuente: http://www.atilioboron.com.ar/

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Trump Presidente: Las palabras y los hechos

Por: Atilio Borón

Este viernes Donald Trump se convertirá en el 45ª presidente de Estados Unidos. El consenso entre los analistas, salvo pocas excepciones, es que durante su gestión “veremos cosas terribles”, como asegura Immanuel Wallerstein refiriéndose al primer año de su gestión. También dice, y lo subraya con razón el especialista panameño en asuntos estadounidenses, Marco Gandásegui, que el magnate neoyorquino es un personaje “totalmente impredecible”. De ningún presidente estadounidense podemos esperar nada bueno. No porque sean malvados sino porque su condición de jefes del imperio les impone ciertas decisiones que en la soledad de su escritorio probablemente no tomarían. Jimmy Carter es un ejemplo de ello; un buen hombre, como tantas veces lo recordara Fidel. Y Raúl más de una vez se encargó de decir que el bloqueo contra Cuba y la invasión de Bahía Cochinos comenzaron cuando Obama ni había nacido, y apenas contaba un año cuando se produjo la crisis de los misiles en Octubre de 1962.
¿Adónde voy con esta reflexión? A señalar que no sería para nada extraño que bien pronto la inflamada retórica de DT deje de tener un correlato concreto en el plano más proteico de los hechos políticos, económicos y militares. Trump es lo que en la jerga popular norteamericana se llama “un bocón”. Por eso habrá que ver qué es lo que logra concretar de sus flamígeras amenazas una vez que deje de vociferar desde el llano y se inserte en los gigantescos y complicadísimos engranajes administrativos del imperio. No cabe la menor duda de que el personaje es un hábil demagogo, que agita con maestría un discurso reaccionario, racista, homófobo, belicista, transgresor y “políticamente incorrecto” por designio propio. Pero su irresistible ascenso no sólo es un efecto de su habilidad como publicista y la eficacia de su interpelación demagógica. Es síntoma de dos procesos de fondo que están socavando la primacía de Estados Unidos en el sistema internacional: uno, la ruptura en la unidad política-programática de la “burguesía imperial” norteamericana, dividida por primera vez en más de medio siglo en torno a cuál debería ser la estrategia más apropiada para salvaguardar la primacía norteamericana. Dos, los devastadores efectos de las políticas neoliberales con sus secuelas de exclusión social, explotación económica y analfabetismo político inducido por las elites dominantes y que arrojó a grandes sectores de la población en brazos de un outsider político como Trump que en épocas más felices para el imperio hubiera sido barrido de la escena pública en las primarias de New Hampshire.
Trump dijo, e hizo, antes de entrar a la Casa Blanca, cosas terribles: desde acusar a los mexicanos (y por extensión a todos los “latinos”) de ser violadores seriales, narcotraficantes y asesinos hasta declarar públicamente, para horror de los alemanes, que era “germanofóbico”. O de provocar al dragón chino llamando por teléfono a la presidenta de Taiwán, lo que motivó una inusualmente dura protesta de Beijing; decirles a los europeos que la OTAN es una organización obsoleta y que lo del Brexit fue una buena decisión. Pero como aseguran los más incisivos analistas de la vida política norteamericana, por debajo de la figura presidencial (o, según se lo mire, por encima de ella) está aquello que Peter Dale Scott denominó como “estado profundo”: el entramado de agencias federales, comisiones del Congreso, lobbies multimillonarios que por años y años han financiado a políticos, jueces y periodistas, el complejo militar-industrial-financiero, las dieciséis agencias que conforman la “comunidad de inteligencia” , tanques de pensamiento del establishment y las distintas ramas de las fuerzas armadas, todas las cuales son las que tendrán que llevar a la práctica –o “vender” política o diplomáticamente- las bravuconadas de Trump. Pero esos actores, a quienes nadie elige y que ante nadie deben rendir cuentas, tienen una agenda de largo plazo que sólo en parte coincide con la de los presidentes. Ocurrió con Kennedy, después con Carter y Obama, y seguramente volverá a pasar ahora. Dos ejemplos: el jefe del Pentágono James “Perro Rabioso” Mattis puede hacer honor a su apodo pero difícilmente sea un idiota y por buenas razones -desde el punto de vista de la seguridad del imperio- no quiere saber nada con debilitar a la OTAN. Y va a ser difícil que Stephen Mnuchin, el Secretario del Tesoro designado, un hombre surgido de las entrañas de Goldman Sachs, vaya a presidir una cruzada proteccionista y auspiciar el “populismo económico” contra el cual combatió sin resuello durante décadas desde Wall Street.
¿Significa esto que deben tenernos sin cuidado los exabruptos verbales de Trump? De ninguna manera. Será preciso, más que nunca, estar alertas ante cualquier tropelía que pretenda hacer en Nuestra América. Sin duda continuará con la agenda de Obama: desestabilizar a Venezuela, promover el “cambio de régimen” (vulgo: contrarrevolución) en Cuba, acabar con los gobiernos de Bolivia y Ecuador y encuadrar, una vez más, a los países del área como obedientes satélites de Washington. Para lograr este objetivo, ¿irá a escalar esta agresión, que Obama no quiso, o no pudo, detener? Es muy poco probable. Ronald Reagan, con quienes a veces torpemente se lo compara, intervino abiertamente en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Granada y en la Guerra de las Malvinas. Pero era otro contexto internacional: había un fenomenal tridente reaccionario formado por el propio Reagan con Margaret Thatcher y Juan Pablo II empeñado en demoler los restos del Estado de Bienestar y los proyectos socialistas; el Muro de Berlín estaba agrietado y la URSS venía cayendo en picada, sepultando a Rusia; y China no era ni remotamente lo que es hoy. Estados Unidos estaba llegando al apogeo de su poderío internacional. Hoy, en cambio, ya comenzó su irreversible declinación y el equilibrio geopolítico mundial es mucho menos favorable para Washington. Difícil, por no decir imposible, que el descarado intervencionismo reaganiano pueda ser replicado por DT en esta parte del mundo. Y si lo hiciera tropezaría con una generalizada repulsa popular que, como lo advirtiera Rafael Correa, movilizaría en contra de Washington a grandes masas en toda la región. Conclusión: el personaje es voluble, caprichoso e impredecible, pero el “estado profundo” que administra los negocios del imperio a largo plazo lo es mucho menos. Y en estos pasados quince años los pueblos de Nuestra América aprendieron varias lecciones.
Fuente: http://www.atilioboron.com.ar/
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Ecuador debe mirar al Sur

Por: Atilio A. Boron

El próximo domingo 19 de Febrero se celebrarán en Ecuador elecciones presidenciales. Será una nueva y decisiva prueba de fuego para los procesos progresistas y de izquierda que se abrieron en América Latina desde finales del siglo pasado. En el último año aquellos sufrieron varias derrotas a partir del aciago momento en que poco más de la mitad del electorado argentino decidió que era necesario cambiar -sin preguntarse en qué dirección y bajo cual liderazgo- y darle una oportunidad a una alianza de derecha que, en la campaña electoral, había jurado que mantendría “todo lo bueno” hecho por el kirchnerismo y corregir lo que estaba mal. Lo ocurrido después desnudó el carácter absolutamente demagógico de esas promesas porque una vez en la Casa Rosada el gobierno de Mauricio Macri puso en marcha un programa encaminado a desandar el camino transitado los doce años anteriores. La bien conocida “restauración conservadora”, que hoy abruma y oprime al pueblo argentino.

La derrota del kirchnerismo, en Noviembre del 2015, fue el preludio de un perverso “efecto dominó” cuyos principales hitos fueron el revés sufrido por el gobierno bolivariano de Venezuela en las elecciones de la Asamblea Nacional de Diciembre del 2015; el que experimentara el presidente Evo Morales en el referendo de Febrero del 2016 y el inesperado –y lamentable- resultado del convocado por el presidente Juan M. Santos por la paz en Colombia, en Octubre del año pasado. Esta sucesión de tropiezos adquiere una dimensión desoladora cuando a ellos se le suma el “golpe institucional”, o “golpe blando”, propinado al gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, apelando a diversos dispositivos de carácter pseudo-legal y francamente inconstitucionales los cuales, sin embargo, no impidieron la destitución de la presidenta brasileña sumiendo a ese país en una crisis política y moral que potencia la ya de por sí gravísima crisis económica.

En este marco, la inminente elección ecuatoriana adquiere una importancia trascendental. Muchos latinoamericanos confiamos en que una victoria de la candidatura de Alianza País, presidida por Lenin Moreno, podría marcar el principio de la contraofensiva reaccionaria orquestada desde Washington y cuyo objetivo es volver a la situación en que América Latina y el Caribe se encontraban al anochecer del 31 de Diciembre de 1958, en vísperas del triunfo de la Revolución Cubana. Ese es el objetivo estratégico -expresado con uso y abuso de eufemismos para ocultar tan inconfesables designios- en diversos documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos cuando, con melifluo lenguaje, hablan de “restablecer la paz y la seguridad” en el Hemisferio Americano. Es por eso que la continuidad del gobierno de Alianza País tiene una proyección continental que excede el ámbito estrictamente ecuatoriano. Una nueva derrota de las fuerzas progresistas y de izquierda en Ecuador ratificaría el agotamiento del impulso ascendente de las luchas populares, aislaría a los gobiernos de Evo Morales y Nicolás Maduro, y robustecería las esperanzas de quienes, desde la derecha y con el concurso de alguna izquierda que hace tiempo perdió la brújula, profetizan con el apoyo de los medios de comunicación del imperio el “fin del ciclo progresista” y nos impulsan a dar un salto al vacío, optando por un “cambio” aparentemente inocente pero que nos colocaría, una vez más, bajo la férula de las feroces oligarquías de la región.

Esta apuesta por la continuidad del gobierno de Alianza País no significa ignorar las asignaturas aún pendientes, o los errores y problemas suscitados en la gestión gubernamental a lo largo de estos años –tema sobre el cual el heterogéneo arco opositor machaca sin cesar. Pero aún reconociendo esto es preciso preguntarse, con total honestidad, ¿cuál gobierno en este mundo está exento de críticas? Maquiavelo decía socarronamente en El Príncipe que ni siquiera los principados eclesiásticos, que contaban con la protección directa de Dios, estaban a salvo de los males de la política. ¿Cómo podría un principado común y corriente, terrenal, estar exento de ellos? Por eso es preciso valorizar los trascendentales cambios que tuvieron lugar en los últimos años en Ecuador. Los que hace muchas décadas visitamos ese país comprobamos que cambió mucho, y para bien, y que sería imperdonable que esas transformaciones no fuesen reaseguradas y fortalecidas, arrojándolas por la borda en búsqueda de un “cambio” que todos sabemos hacia donde se dirige: reconstruir la vieja trama social de desigualdad, inequidad y opresión que caracterizó a ese país durante siglos. Y quienes tengan dudas, miren al Sur. Miren lo que está ocurriendo en la Argentina o en Brasil y verán, en esos tenebrosos espejos, lo que podría esperarle al Ecuador en caso de que la derecha vuelva al gobierno. El Ecuador de hoy poco o nada tiene que ver con el que conociéramos en el pasado. Su gobierno es un ejemplo de que aún un país con una economía pequeña, altamente vulnerable, carente de moneda propia (y por lo tanto sin poder echar mano de un instrumento fundamental de manejo macroeconómico: la política monetaria) y rodeado de vecinos que se sometieron sin chistar a la hegemonía norteamericana y firmaron gravosos tratados de liberalización comercial que perjudicaron la competencia de las exportaciones ecuatorianas y con un gobierno acosado sistemáticamente por el imperio a través de un enjambre de organizaciones sociales, falsas ONGs, fuerzas políticas y medios de comunicación que atacaron sin respiro al presidente Rafael Correa; aún bajo esas condiciones, decíamos, el gobierno de Alianza País demostró que fue posible construir una sociedad mejor -reduciendo significativamente la pobreza, garantizando el acceso a salud, educación y movilidad a sectores secularmente privados de ello, desarrollando una impresionante infraestructura de transporte y comunicaciones y ejerciendo una política exterior latinoamericanista e independiente- y que, por lo mismo, no se debe escatimar esfuerzo alguno para garantizar la continuación y profundización de este vital proceso. La creencia de que, sobre la base del señalamiento de los yerros e insuficiencias que tiene todo proceso político real, un cambio político va a ser para mejor en el Ecuador; que la oposición actuará patrióticamente, sin ánimo revanchista y sin intenciones de revertir algunos de los más grandes logros del gobierno del presidente Rafael Correa, y que, como lo prometió Mauricio Macri en la Argentina, se consolidaría “lo que estaba bien” y se “corregiría lo que se había hecho mal”; una tal creencia, en síntesis, es una muestra de una virginal inocencia, en el mejor de los casos. Por eso exhorto a mis amigos y amigas ecuatorianas, varios de los cuáles me hicieron conocer su disgusto con el gobierno actual, que miren lo que nos está pasando en el Sur. Detrás de un lenguaje edulcorado esa derecha ecuatoriana y sus mandantes del imperio tienen el perverso propósito de regresar el reloj de la historia al pasado, encubriendo tan siniestros designios con una hueca palabrería progresista y republicana que engañó a muchos en Argentina y Brasil y que ahora, viendo al monstruo en acción destruyendo metódicamente los logros de la última década, están arrepentidos por haber caído en la trampa de que “todo es igual. Que Dilma era lo mismo que Aécio. Que Scioli era lo mismo que Macri”. Y no era así, no fue así, y ahora se están pagando las consecuencias de tan funesto error. Espero que en ese entrañable país que se llama Ecuador no se reitere lo ocurrido en el Sur. Los candidatos pueden, admitámoslo como una hipótesis, parecer lo mismo, pero no lo son porque personifican procesos históricos y fuerzas sociales muy diferentes, y sería un yerro fatal ignorar tal cosa. Por eso, por el Ecuador y su futuro; por América Latina y su futuro es imprescindible asegurar la victoria de Alianza País el próximo 19 de Febrero. Sería, tengo esa esperanza, el inicio de una contraofensiva popular destinada a erigir un dique a la “restauración conservadora” del imperio.

*Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=221627

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El espurio ataque a la Venezuela Bolivariana

Por: Atilio A. Boron

La iniciativa de expulsar, o suspender, a Venezuela del Mercosur viola la normativa de esa institución. No hay nada en el Tratado Constitutivo del Mercosur ni en los Protocolos de Ushuaia y de Montevideo (Ushuaia II) que contienen la así llamada “cláusula democrática” que justifique semejante medida.

Tiene razón la canciller venezolana Delcy Rodríguez cuando denuncia la turbia maniobra de sus socios sureños como un “golpe de estado” contra la República Bolivariana.

El pretexto empleado por los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay es que Caracas incumplió su compromiso de adecuar su normativa económica a la establecida por el Mercosur.

De hecho Venezuela fue modificando gran parte de sus regulaciones económicas, pero el proceso está aún sin completar. Incidentalmente, lo mismo puede decirse de los demás socios del Mercosur, ninguno de los cuales ha adoptado en su integralidad las normas del Tratado de Asunción. Pero lo que puede ser un pecadillo venial en Argentina, Brasil y Paraguay se convierte en un monstruoso pecado mortal en el caso de la República Bolivariana.

Este doble estándar es una marca registrada del imperialismo y sus lacayos locales, como son los gobiernos de esta infausta Triple Alianza que se arroja con saña en contra de la patria de Bolívar y Chávez.

No es preciso esforzarse en demasía para comprobar la debilidad de este argumento, incompatible inclusive con las normas y las prácticas del derecho internacional que establecen un marco de flexibilidad y diálogo en los casos de retrasos en el cumplimiento de los acuerdos.

En el caso de la Unión Europea los acuerdos de Maastricht establecían que el déficit en el presupuesto de los estados no podría representar una proporción mayor que el 3% del PIB y que la deuda pública no debería bajo ningún concepto superar el 60 % del PIB.

Si Macri, Temer y Cartes fueran gobernantes de algún país europeo estarían viéndose en figurillas para “suspender” a países como Gracia, Italia, Portugal, Bélgica, Francia, España, Reino Unido por incumplir con ambas normas, y a Alemania, Holanda y Austria por sobrepasar el límite impuesto al endeudamiento público [1].

Pero los países de la Unión Europea, clientes también ellos de la Casa Blanca, mantienen un criterio de flexibilidad que los talibanes conosureños no poseen y se desviven por agredir a Venezuela, país cuyas enormes reservas petroleras, las mayores del mundo, excitan el apetito insaciable del imperio.

Siendo insostenible el argumento del incumplimiento de la normativa del Mercosur, los agresores cambiaron de táctica y ahora enarbolan el argumento de la “cláusula democrática”. ¿Qué dice esta cláusula? La misma fue resultante de una Reunión del Consejo del Mercado Común (Julio de 1998) ocasión en que los Presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, amén los de las Repúblicas de Bolivia y Chile suscribieron el «Protocolo de Ushuaia sobre Compromiso Democrático» estableciendo que la vigencia de las instituciones democráticas era condición indispensable para la existencia y desarrollo de los procesos de integración, y que toda alteración del orden democrático constituiría un obstáculo inadmisible para la continuidad de la integración regional.

En la retorcida argumentación de Macri, Temer y Cartes resulta que un gobierno que ha resistido años de guerra económica lanzada sin tapujos por el imperio; que ha desbaratado interminables tentativas sediciosas explícitamente encaminadas, con la inocultable colaboración de Washington, a derrumbar a un gobierno al que no se lo podía derrotar en las urnas; que a comienzos de 2014 ha debido soportar meses de subversión sediciosa con un costo de 43 muertos, casi un millar de heridos, infinidad de edificios públicos y privados, vehículos de transporte público y de uso particular debe ser acusado por violación a los principios democráticos. La víctima se convierte en victimario.

En resumen, un gobierno que se ha defendido de un ataque brutal y lanzado por todos los flancos, que ha mantenido la institucionalidad democrática, que convocó a veinte consultas electorales en 18 años; ese gobierno bolivariano es juzgado por otros dos surgidos de sendos golpes de estado –Brasil y, de modo mediatizado, Paraguay- y por otro que ha sumido a la Argentina en un acelerado proceso de involución democrática como violatorio de la “cláusula democrática” del Mercosur. Presidentes que para deshonor de sus gobiernos y sus países están incursos en graves episodios de corrupción –Panamá Papers, Bahama Papers, “Lavajato”, etcétera- y que atropellan la institucionalidad democrática, censuran a la prensa opositora y encarcelan o asesinan a dirigentes sociales, gobiernos como esos, repito, sienten que cuentan con la autoridad moral para juzgar la democraticidad de la República Bolivariana de Venezuela.

Si no fuera por la injusticia que esto provoca la pretensión sería simplemente cómica, un acto barato de comicidad a manos de malos actores que simplemente obedecen órdenes de la Casa Blanca.

El veredicto de la historia será implacable ante este plan para destruir al Mercosur y, también a la UNASUR y la CELAC, objetivo estratégico y no negociable del imperio que, para recuperar su hegemonía en esta parte del mundo, necesita destruir todos los esquemas de integración creados en las últimas décadas. No lo lograrán, y los tristes y malos gobernantes que colaboren en tan infame designio sufrirán, más pronto de lo que ellos se imaginan, el ejemplar escarmiento de sus pueblos.

Nota:

[1] “Déficit y deuda pública de los países de la Unión Europea en 2015”, en El País, 21 Abril 2016, http://elpais.com/elpais/2016/04/21/media/1461253548_150711.html

Atilio A. Boron, director del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (PLED), Buenos Aires, Argentina. Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2013. www.atilioboron.com.ar

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=220467

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