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«Hacia un nuevo paradigma de la educación científica: el conocimiento prudente para una vida digna» Boaventura de Sousa Santos

20 de julio de 2016 / Por: Boaventura de Sousa Santos / Fuente: http://www.oei.es/

Conferência de abertura, do dia 4 julho de 2016: “Para um novo paradigma de educação em ciência: conhecimentos prudentes para uma vida decente”
Pelo Professor Doutor Boaventura de Sousa Santos, Universidade de Coimbra, University of Wisconsin-Madison

Boaventura de Sousa Santos nasceu em Coimbra, a 15 de Novembro de 1940. É Doutorado em Sociologia do Direito pela Universidade de Yale (1973) e Professor Catedrático Jubilado da Faculdade de Economia da Universidade de Coimbra e Distinguished Legal Scholar da Universidade de Wisconsin-Madison. Foi também Global Legal Scholar da Universidade de Warwick e Professor Visitante do Birkbeck College da Universidade de Londres. É Director do Centro de Estudos Sociais da Universidade de Coimbra e Coordenador Científico do Observatório Permanente da Justiça Portuguesa.

Temas de pesquisa: Epistemologia, sociologia do direito, teoria pós-colonial, democracia, interculturalidade, globalização, movimentos sociais, direitos humanos. Os seus livros têm sido publicados em português, inglês, italiano, espanhol, alemão, francês e chinês.

 

Fuente: http://www.oei.es/divulgacioncientifica/?Hacia-un-nuevo-paradigma-de-la-educacion-cientifica-el-conocimiento-prudente

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La izquierda del futuro: una sociología de las emergencias

Boaventura de Sousa Santos

Si algo se puede afirmar con alguna certeza acerca de las dificultades que están pasando las fuerzas progresistas en América Latina, es que esos problemas se asientan en el hecho de que sus gobiernos no enfrentaron ni la cuestión de la Constitución ni la de la hegemonía. En el caso de Brasil, este hecho es particularmente dramático. Y explica en parte que los enormes avances sociales de los gobiernos de la época de Lula sean ahora tan fácilmente reducidos a meros expedientes populistas y oportunistas, incluso por parte de sus beneficiarios. Explica también que los muchos errores cometidos (para comenzar, haber desistido de la reforma política y de la regulación de los medios de comunicación, algunos de los cuales dejan heridas abiertas en grupos sociales importantes, tan diversos como los campesinos sin tierra ni reforma agraria, los jóvenes negros víctimas de racismo, los pueblos indígenas ilegalmente expulsados de sus territorios ancestrales, pueblos indígenas y quilombolas con reservas homologadas pero engavetadas, militarización de las periferias de las grandes ciudades, poblaciones rurales envenenadas por agrotóxicos, etcétera) no sean considerados errores, sino que sean omitidos y hasta convertidos en virtudes políticas o, al menos, sean aceptados como consecuencias inevitables de un gobierno realista y desarrollista.

Las tareas incumplidas de la Constitución y de la hegemonía explican también que la condena de la tentación capitalista por gobiernos de izquierda se centre en la corrupción y, por tanto, en la inmoralidad e ilegalidad del capitalismo, no en la injusticia sistemática de un sistema de dominación que se puede realizar en perfecto cumplimiento de la legalidad y la moralidad capitalistas.

El análisis de las consecuencias de no haber resuelto las cuestiones de la Constitución y de la hegemonía es relevante para prever y prevenir lo que puede pasar en las próximas décadas, no sólo en América Latina, sino también en Europa y otras regiones del mundo. Entre las izquierdas latinoamericanas y las de Europa del sur ha habido en los pasados 20 años importantes canales de comunicación, que están todavía por analizarse en todas sus dimensiones. Desde el inicio del presupuesto participativo en Porto Alegre (1989), varias organizaciones de izquierda en Europa, Canadá e India (de las que tengo conocimiento) comenzaron a prestar mucha atención a las innovaciones políticas que emergían en el campo de las izquierdas en varios países de América Latina.

A partir del final de la década de 1990, con la intensificación de las luchas sociales, el ascenso al poder de gobiernos progresistas y las luchas por asambleas constituyentes, sobre todo en Ecuador y Bolivia, quedó claro que una profunda renovación de la izquierda, de la cual había mucho que aprender, estaba en curso. Los trazos principales de esa renovación fueron los siguientes: la democracia participativa articulada con la democracia representativa, articulación de la cual ambas salían fortalecidas; el intenso protagonismo de movimientos sociales, de lo que el Foro Social Mundial de 2001 fue muestra elocuente; una nueva relación entre partidos políticos y movimientos sociales; la sobresaliente entrada en la vida política de grupos sociales hasta entonces considerados residuales, como los campesinos sin tierra, pueblos indígenas y pueblos afrodescendientes; la celebración de la diversidad cultural, el reconocimiento del carácter plurinacional de los países y el propósito de enfrentar las insidiosas herencias coloniales siempre presentes. Este elenco es suficiente para evidenciar cuánto las dos luchas a las que me he estado refiriendo (la Constitución y la hegemonía) estuvieron presentes en este vasto movimiento que parecía refundar para siempre el pensamiento y la práctica de izquierda, no sólo en América Latina, sino en todo el mundo.

La crisis financiera y política, sobre todo a partir de 2011, y el movimiento de los indignados fueron los detonantes de nuevas emergencias políticas de izquierda en el sur de Europa, en las que estuvieron muy presentes las lecciones de América Latina, en especial la nueva relación partido-movimiento, la nueva articulación entre democracia representativa y democracia participativa, la reforma constitucional y, en el caso de España, las cuestiones de la plurinacionalidad. El partido español Podemos representa mejor que cualquier otro estos aprendizajes, incluso cuando sus dirigentes fueron desde el principio conscientes de las diferencias sustanciales entre los contextos político y geopolítico europeo y latinoamericano.

La forma en que tales aprendizajes se irán a plasmar en el nuevo ciclo político que está emergiendo en Europa del sur es, por ahora, una incógnita. Pero desde ahora es posible especular lo siguiente: si es verdad que las izquierdas europeas aprendieron con las muchas innovaciones de las izquierdas latinoamericanas, no es menos cierto (y trágico) que éstas se olvidaron de sus propias innovaciones y que, de una u otra forma, cayeron en las trampas de la vieja política, donde las fuerzas de derecha fácilmente muestran su superioridad, dada la larga experiencia histórica acumulada.

Si las líneas de comunicación se mantienen hoy, siempre salvaguardando la diferencia de contextos, quizá sea tiempo de que las izquierdas latinoamericanas aprendan también con las innovaciones que están emergiendo entre las izquierdas del sur de Europa. Entre ellas destaco las siguientes: mantener viva la democracia participativa dentro de los propios partidos de izquierda, como condición previa a su adopción en el sistema político nacional en articulación con la democracia representativa; pactos entre fuerzas de izquierda (no necesariamente sólo entre partidos) y nunca con fuerzas de derecha; pactos pragmáticos no clientelistas (no se discuten personas o cargos, sino políticas públicas y medidas de gobierno), ni de rendición (articulando líneas rojas que no pueden ser cruzadas con la noción de prioridades o, como se decía antes, distinguiendo las luchas primarias de las secundarias); insistencia en la reforma constitucional para blindar los derechos sociales y tornar el sistema político más transparente, más próximo y más dependiente de las decisiones ciudadanas, sin tener que esperar elecciones periódicas (refuerzo del referendo) y, en el caso español, tratar democráticamente la cuestión de la plurinacionalidad.

La máquina fatal del neoliberalismo continúa produciendo miedo en gran escala y siempre que falta materia prima trunca la esperanza que puede encontrar en los rincones más recónditos de la vida política y social de las clases populares, la tritura, la procesa y la transforma en miedo. Las izquierdas son la arena que puede atajar ese aparatoso engranaje, a fin de abrir las brechas por donde la sociología de las emergencias hará su trabajo de formular y amplificar las tendencias, los todavía no, que apuntan a un futuro digno para las grandes mayorías. Por eso es necesario que las izquierdas sepan tener miedo sin tener miedo del miedo. Sepan sustraer semillas de esperanza a la trituradora neoliberal y plantarlas en terrenos fértiles, donde cada vez más ciudadanos sientan que pueden vivir bien, protegidos tanto del infierno del caos inminente como del paraíso de las sirenas del consumo obsesivo. Para que esto ocurra, la condición mínima es que las izquierdas permanezcan firmes en las dos luchas fundamentales: la Constitución y la hegemonía.

Traducción: Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

Fuente original del artículo: http://www.jornada.unam.mx/2016/01/06/opinion/014a1pol

Fuente del Artículo:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207549

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Para leer en 2050: Una reflexión sobre la utopía

Por: Boaventura de Sousa Santos

Operaban tres poderes al mismo tiempo, ninguno democrático: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado; servidos por varios subpoderes, religiosos, mediáticos, generacionales, étnico-culturales, regionales. Curiosamente, no siendo ninguno democrático, eran el pilar de la democracia realmente existente. Eran tan fuertes que era difícil hablar de cualquiera de ellos sin incurrir en la ira de la censura, la demonización de la heterodoxia, el estigma de la diferencia.»

Algún día, cuando se pueda caracterizar la época en que vivimos, la principal sorpresa será que todo se vivió sin antes ni después, sustituyendo la causalidad por la simultaneidad, la historia por la noticia, la memoria por el silencio, el futuro por el pasado, el problema por la solución. Así, las atrocidades bien pudieron atribuirse a las víctimas; los agresores fueron condecorados por su valentía en la lucha contra las agresiones; los ladrones fueron jueces; los grandes responsables políticos pudieron tener una cualidad moral minúscula en comparación con la magnitud de las consecuencias de sus decisiones. Fue una época de excesos vividos como carencias; la velocidad fue siempre menor de lo que debía ser; la destrucción siempre justificada por la urgencia de construir. El oro fue la base de todo, pero estaba asentado en una nube. Todos fueron emprendedores hasta demostrar lo contrario, pero la prueba de lo contrario fue prohibida por las pruebas a favor. Hubo inadaptados, aunque la inadaptación apenas se distinguía de la adaptación: tantos eran los campos de concentración de la heterodoxia dispersos por la ciudad, por los bares, por las discotecas, por la droga, por Facebook.

La opinión pública pasó a ser igual a la privada de quien tenía poder para publicitarla. El insulto se convirtió en el medio más eficaz del ignorante para ser intelectualmente igual al sabio.

Se desarrolló el modo a través del cual los envases inventaron sus propios productos y de no haber productos fuera de ellos. Por eso, los paisajes se convirtieron en paquetes turísticos y las fuentes y manantiales tomaron la forma de botella. Cambió el nombre de las cosas para que estas se olvidaran de lo que eran. La desigualdad pasó a llamarse mérito; la miseria, austeridad; la hipocresía, derechos humanos; la guerra civil sin control, intervención humanitaria; la guerra civil mitigada, democracia. La propia guerra pasó a llamarse paz para poder ser infinita. También el Guernica pasó a ser un mero cuadro de Picasso para no estorbar el futuro del eterno presente. Fue una época que comenzó con una catástrofe, pero que pronto logró convertir catástrofes en entretenimiento. Cuando una gran catástrofe sobrevenía, parecía ser sólo una nueva serie.

Todas las épocas viven con tensiones, pero esta pasó a funcionar en permanente desequilibrio, tanto en el ámbito colectivo como en el individual. Las virtudes fueron cultivadas como vicios y los vicios como virtudes. El enaltecimiento de las virtudes o de la cualidad moral de alguien dejó de residir en cualquier criterio de mérito propio para convertirse en el simple reflejo del envilecimiento, de la degradación o negación de las cualidades o virtudes ajenas. Se creía que la oscuridad iluminaba la luz, y no al revés.

Operaban tres poderes al mismo tiempo, ninguno democrático: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado; servidos por varios subpoderes, religiosos, mediáticos, generacionales, étnico-culturales, regionales. Curiosamente, no siendo ninguno democrático, eran el pilar de la democracia realmente existente. Eran tan fuertes que era difícil hablar de cualquiera de ellos sin incurrir en la ira de la censura, la demonización de la heterodoxia, el estigma de la diferencia.

El capitalismo, que se basaba en los intercambios desiguales entre seres humanos supuestamente iguales, se disfrazaba tan bien de realidad que el propio nombre cayó en desuso. Los derechos de los trabajadores eran considerados poco más que pretextos para no trabajar. El colonialismo, basado en la discriminación contra seres humanos que sólo eran iguales de manera diferente, tenía que ser aceptado como algo tan natural como la preferencia estética. Las presuntas víctimas de racismo y xenofobia, antes que víctimas, eran siempre sujetos de provocación. A su vez, el patriarcado, que se basaba en la dominación de las mujeres y la estigmatización de las orientaciones no heterosexuales, tenía que ser aceptado como algo tan natural como una preferencia moral compartida por casi todos. A las mujeres, homosexuales y transexuales había que imponerles límites si no sabían mantenerse dentro de sus propios límites.

Nunca las leyes generales y universales fueron tan impunemente violadas y selectivamente aplicadas, con tanto respeto aparente por la legalidad. El primado del derecho convivía amenamente con el primado de la ilegalidad. Era normal desconstitucionalizar las Constituciones en su nombre.

El extremismo más radical fueron el inmovilismo y el estancamiento. La voracidad de las imágenes y de los sonidos creaba remolinos estáticos. Vivieron obsesionados por el tiempo y por la falta de tiempo. Fue una época que conoció la esperanza, pero en cierto momento la halló muy exigente y cansadora. Prefirió, en general, la resignación. Los inconformes con tal renuncia tuvieron que emigrar. Sus destinos fueron tres: ir afuera, donde la remuneración económica de la resignación era mejor y por eso se confundía con la esperanza; ir adentro, donde la esperanza vivía en las calles de la indignación o moría en la violencia doméstica, en el crimen común, en la rabia silenciada de las casas, de la espera en las salas de urgencia de hospitales, de las prisiones, y de los ansiolíticos y antidepresivos, y el tercer grupo quedaba entre dentro y fuera, en espera, donde la esperanza y la falta de ella alternaban como las luces de los semáforos.

Todo pareció estar al borde de la explosión, pero nunca explotó porque fue explotando, y quien sufría con las explosiones o estaba muerto o era pobre, subdesarrollado, viejo, atrasado, ignorante, prejuicioso, inútil, loco; en cualquier caso, descartable. Era la gran mayoría, pero una insidiosa ilusión óptica la tornaba invisible. Fue tan grande el miedo de la esperanza que la esperanza acabó por tener miedo de sí misma y entregó a sus adeptos a la confusión.

Con el tiempo, el pueblo se transformó en el mayor problema, por el simple hecho de haber tanta gente de más. La gran cuestión pasó a ser qué hacer con tanta gente que en nada contribuía al bienestar de quienes lo merecían. La racionalidad se tomó tan en serio que se preparó meticulosamente una solución final para los que producían menos, por ejemplo, los viejos. Para no violar los códigos ambientales, cuando no fuese posible eliminarlos, fueron biodegradados. El éxito de esta solución hizo que después fuese aplicada a otras poblaciones descartables, como los inmigrantes, jóvenes de las periferias, tóxicodependientes, etcétera.

La simultaneidad de los dioses con los humanos fue una de las conquistas más fáciles de la época. Bastó para ello con comercializarlos y venderlos en los tres mercados celestiales existentes: el del futuro más allá de la muerte, el de la caridad y el de la guerra. Surgieron muchas religiones, cada una parecida con los defectos atribuidos a las religiones rivales, pero todas coincidían en ser lo que más decían no ser: mercado de emociones. Las religiones eran mercados y los mercados eran religiones.

Es extraño que una época que comenzó solo teniendo futuro (todas las catástrofes y atrocidades anteriores eran la prueba de la posibilidad de un nuevo futuro sin catástrofes ni atrocidades) haya terminado solo teniendo pasado. Cuando comenzó a ser excesivamente doloroso pensar el futuro, el único tiempo disponible fue el pasado. Como ningún gran acontecimiento histórico nunca fue previsto, también esta época terminó tomando a todos por sorpresa. A pesar de ser generalmente aceptado que el bien común no podía dejar de asentarse en el lujoso bienestar de pocos y el miserable malestar de las grandes mayorías, había quien no estuviese de acuerdo con tal normalidad y se rebeló. Los inconformes se dividían en procurar tres estrategias: mejorar lo que había, romper con lo que había, no depender de lo que había.

Visto hoy, a tanta distancia, era obvio que las tres estrategias debían ser utilizadas articuladamente, a modo de división de tareas en cualquier trabajo complejo, una especie de división del trabajo del inconformismo y de la rebeldía. Pero en esa época ello no fue posible porque los rebeldes no veían que, siendo producto de la sociedad contra la cual luchaban, tendrían que comenzar por rebelarse contra sí mismos, transformándose primero ellos antes de querer transformar la sociedad. Su ceguera los hizo dividirse sobre lo que debía unir y unirse respecto a lo que los debía dividir. Por eso ocurrió lo que ocurrió. Y cuán terrible fue está bien inscrito en el modo como vamos intentando curar las heridas de la carne y del espíritu al mismo tiempo que reinventamos una y otro.

¿Por qué persistimos, después de todo? Porque estamos reaprendiendo a alimentarnos de la hierba dañina que la época pasada más radicalmente intentó erradicar, recurriendo para eso a los más potentes y destructivos herbicidas mentales: la utopía.

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«Europa sigue siendo un continente colonialista»

A continuación publicamos la entrevista que a Boaventura de Sousa Santos le hiciera Sergio León y la cuál publicó el periódico publico.es

El sociólogo portugués defiende la necesidad de cambiar la forma de hacer política para poder rescatar a la Unión Europea de su «contexto totalitario». «Las ideas de izquierda tienen que ser defendidas en las calles, aunque eso suponga asumir riesgos», sostiene.

MADRID. – Se define así mismo como un «optimista trágico». Y ya es bastante con la que está cayendo. Llama a dejar el pesimismo y la apatía a un lado, a ser combativos, revolucionarios. Su mensaje cala, por su forma de expresarse, por la pausa que da a sus frases, y, sobre todo, por sus propuestas. El sociólogo Boaventura de Sousa Santos(Coimbra, 1940), uno de los académicos e investigadores más reconocidos en todo el mundo, se ha convertido también en una de las voces de la izquierda europea más importantes.

De Sousa es especialmente crítico con lo que se ha convertido la Unión Europea. Para él, el proyecto europeo no sólo ha fracasado, sino que ha servido para, a través del euro, imponer el modelo neoliberal en Europa. Además, la crisis de refugiados ha acabado por desenmascarar a una UE con, todavía, un gran «prejuicio colonial».

P – ¿Qué piensa del acuerdo de la UE con Turquía?

R – La crisis de refugiados es un espejo cruel de lo que es Europa como potencia colonial. Europa, cuando no puede resolver sus problemas, siempre encuentra países satélites que le puedan ayudar. Tenemos el ejemplo del caso saharaui. Un pueblo que no logró su independencia porque España lo abandonó a la suerte de Marruecos, que fue el intermediario para continuar el colonialismo europeo. Con Turquía es lo mismo. De repente ya no parece importante la cuestión de los kurdos, el control de la prensa que hace el Gobierno turco, etc. Todo se resuelve con dinero.

«Si quisiéramos asumir nuestra responsabilidad histórica, tendríamos que abrir las fronteras»

La gente que trata de llegar a Europa es gente cuya tierra fue invadida, destruida en nombre del imperialismo del Norte. Europa decidió aliarse de pleno con EEUU. En base a eso surge la crisis de refugiados. Es un retrato muy cruel de un fin no resuelto. Europa nunca ha querido enfrentarse a su pasado colonial. Europa sigue siendo un continente muy colonialista. Si quisiéramos asumir nuestra responsabilidad histórica, tendríamos que abrir las fronteras.

P – ¿Se puede considerar que la postura de la UE es una postura racista?

R – Sí, sin duda. En el contexto europeo siempre ha existido la idea de que hay grupos sociales que tienen una minusvalía natural, que son considerados subhumanos, por decirlo de alguna manera. Antes eran los obreros y las mujeres. Eran grupos que debían tener más deberes que derechos. Ahora es así con los refugiados. Esta situación configura una situación de racismo, por supuesto.

P – Desde Bruselas se están buscando todas las fórmulas posibles para que la expulsión de refugiados sea legal. ¿La UE se ha desenmascarado del todo?

R – El proyecto europeo murió con Grecia, cuando se comprobó la imposibilidad de una solidaridad en Europa a través de un proyecto común. Lo que está pasando es, de alguna manera, una venganza. La crisis de la deuda ha afectado a países como Grecia, Portugal y también España, y ha sido muy buena para Alemania. Ahora, con la crisis de los refugiados, cuando ve que los migrantes tratan de llegar hasta allí, Alemania pide el apoyo de todos, cuando no tuvo ninguna solidaridad con los griegos, los portugueses o los españoles. Todo este refleja que el proyecto europeo es una simple geoestrategia de intereses que dominan Francia y, obviamente, Alemania y que sólo sirve para que las élites dominantes de los países del Norte sigan sacando beneficio sin sufrir ningún coste.​

¿Los refugiados son considerados ciudadanos de segunda?

El currículum del sociólogo portugués habla por sí solo. Es doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale y catedrático de Sociología en la Universidad de Coímbra. Es además profesor distinguido de la Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin-Madison y actualmente es director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra. También es poeta y aficionado al rap.

De Sousa Santos está convencido de que si hay alguna solución a la crisis económica, debe llegar por la izquierda. Durante la conversación, de cerca de una hora, explica su idea de un proceso constituyente transnacional y la necesidad de ofrecer alternativas que sean capaces de plantar cara al «autoritarismo difuso», como lo llama él, implantado en Europa.

El profesor Boaventura, autor del blog ‘Espejos extraños’ en este diario, atiende a ‘Público’ en un hotel del centro de Madrid. Desde ahí se ha desplazado para participar en el seminario ‘Máquinas constituyentes: poder constituyente, biopolítica, democracia’ celebrado en el Museo Reina Sofía. Sus dos ponencias estaban abarrotadas. 

P – ¿El sistema del euro está condenado al fracaso?

R – Yo creo que sí, pienso que no va a durar mucho tiempo. Sólo hace falta saber de qué manera, bajo qué términos acabará y quién pagará los costes del proceso. Ahora sabemos que es una moneda que ha servido para imponer el modelo neoliberal en Europa. Introducir con cuenta gotas una especie de autoritarismo difuso, no por ello menos intenso, mediante las directivas e informes del Eurogrupo o de la Comisión Europea. Para eso se creó el euro sin una política fiscal común, sin una misma política monetaria. Puede haber una UE sin euro, pueden existir varias monedas dentro de la UE.

P – Usted sostuvo que la crisis económica podría ser una oportunidad para proyectar una Europa socialista que abandonara sus expresiones neoliberales. ¿Qué ha pasado?

«Lo que quiere la prensa controlada por los grandes intereses económicos es que los españoles se convenzan de que si no hay una solución de izquierda, si se vuelven a repetir las elecciones, la culpa es de Podemos»

R – Lo que pasó en Grecia fue devastador, de una violencia total. Los griegos llegaron a la conclusión de que la austeridad era una fatalidad y quisieron que fuera Syriza y no los corruptos anteriores quien condujera una nueva política. En Europa es muy importante que Syriza se mantenga, no por Grecia o por la propia Syriza, sino por proponer una alternativa a la crisis. Ahora tenemos el caso de Portugal, donde los comunistas han apoyado por primera vez al Partido Socialista para sacar a la derecha del Gobierno. La izquierda española no ha hecho eso. Hay diferencias entre ambos países, sí, pero que una coalición de izquierdas haya echado a la derecha del poder es un cambio muy significativo en el contexto europeo.

La solución como la veo hoy, y que pienso que es lo que puede pasar en España, si no ahora, más adelante, es una unión de las izquierdas para tener Gobiernos que desde el Consejo Europeo puedan alterar las políticas europeas y que Alemania ya no pueda actuar con tanta arrogancia. Vamos a pasar por un periodo muy difícil, por eso pienso que las fuerzas de izquierda tienen que prepararse para atravesar este periodo de una manera que realmente garantice su superviviencia y su florecimiento. Si hay alguna solución para esta crisis, viene de la izquierda. Son los únicos que hablan de la necesidad de regular los mercados financieros.

P – ¿Ve posible, entonces, un Gobierno de izquierdas en España?

R- Lo que quiere la prensa controlada por los grandes intereses económicos es que los españoles se convenzan de que si no hay una solución de izquierda, si se vuelven a repetir las elecciones, la culpa es de Podemos. Los lobbystas de Bruselas están actuando secretamente, y a veces de forma no tan secreta, para decir a los españoles, a las instituciones, a la prensa, a los grupos conservadores: izquierda en España nunca. Hay una gran presión porque tienen miedo de España, que no es sólo un país más grande económicamente que Grecia o Portugal, es el país del 15-M.

«Hay una gran presión porque tienen miedo de España, que no es sólo un país más grande económicamente que
Grecia o Portugal, es el país del 15-M»

La izquierda española no lo va a tener fácil. Ya no es sólo que los barones del PSOE, que están a otros negocios, ni la UE quieran un Gobierno de izquierdas. Hay otros dos motivos. Uno de ellos es el temor de la gente que ha luchado por llevar a la izquierda al poder en algunas ciudades a ver amenazada la posibilidad de lograr un cambio tan novedoso e interesante. El segundo motivo es Catalunya. La gente quiere un referéndum porque Madrid lo rehúsa. Si llegara a celebrarse, estoy seguro de que ganaría el no y eso daría paso a una reforma constitucional. El proceso constituyente en España tiene que ser nacional, tiene que resolver lo que no se permitió en el 78. Dentro de un Estado federal plurinacional, Catalunya debería tener su propia Justicia. ¿Por qué no la tiene? Obviamente porque solamente se concibe la unidad con uniformidad y no con diversidad.

P – Usted defiende la importancia de unos movimientos sociales fuertes para controlar la calidad de la democracia. ¿La solución está en articular estos movimientos en partidos políticos como Podemos?

R – Los movimientos sociales tienen una dinámica propia. El problema es que no tienen recursos ni tiempo para dedicarse a las tareas de unir a los movimientos de España, Portugal, Italia y Grecia a través de un proceso constituyente transnacional. Existe la idea de que los movimientos no tienen escrito un guión muy definido. Es cierto que sus luchas están muy divididas, pero también tienen convergencias, a mi juicio, interesantísimas. Hay un problema y es que existe una cierta aversión hacia los políticos, incluso hacia aquellos que salieron de movimientos sociales, a los que se les critica que se comporten como los viejos políticos. Hay una gran desconfianza y eso es algo que los políticos de izquierda de nueva generación tienen que entender.

¿Es necesario cambiar la forma de hacer política?

Creo que la única manera de rescatar la política en este contexto totalitario es cambiar la manera de hacer política, que combine la democracia representativa con la participativa. Podemos nunca se perdonará a sí mismo si pierde la dinámica de democracia participativa y para eso hay que cambiar promesas. Veo a mucha gente que está con Podemos, pero, ¿qué hacen para defenderlo, darle su voto? Eso no es suficiente. Las ideas de izquierda tienen que ser defendidas en las calles, aunque eso suponga asumir riesgos. Creo que en España hay condiciones. Como sabes, soy un optimista trágico, como digo siempre.

El último plan del profesor se llama ALICE, un proyecto de investigación financiado por elEuropean Research Council (ERC). Comenzó en 2011 y se basa en las experiencias e innovaciones que se han dado y tienen lugar en países del Sur global para renovar los desafíos en el Norte relacionados con la justicia social, ambiental, intergeneracional, cultural e histórica. Un proceso ambicioso, desde luego, pero no imposible para un revolucionario como Boaventura de Sousa Santos.

P – ¿Es posible cambiar el sistema? ¿Es necesaria una revolución?

R – Mucha gente piensa que no es posible y eso genera, sobre todo entre los más jóvenes con una vida cómoda, mucho pesimismo. Pero la gran mayoría de la gente vive sin saber si seguirá viva mañana. Tiene que haber una solución, ¿pero cuál? En estos momentos no se puede hablar ni de revolución ni de socialismo. Los 70 años del socialismo soviético no fueron suficientes para que vuelva a la imaginación popular una idea socialista, que además es una idea eurocéntrica.

«Lo más importante es sacar ideas de donde normalmente no las vemos, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, de lo que yo llamo las zonas liberadas del capitalismo»

Tenemos que aprender de los indígenas y no centrarnos en una economía de crecimiento ilimitado, pero sí de crecimiento, de ecología política. El socialismo algún día podrá ser una palabra que de nuevo integre todo eso. Quizás se llame de otra forma, el nombre no importa, pero estamos en un periodo de transición donde realmente las condiciones para una sociedad de este tipo se están reuniendo, sin embargo, el pasado pesa demasiado.

P – Y el capitalismo se aprovecha de ello…

R – Claro. El capitalismo lo sabe porque fue justo a partir de la caída del Muro Berlín cuando la socialdemocracia también se vino abajo, no sólo fue el mundo soviético. El capitalismo se encuentra ahora en un momento de acumulación infinita, sin límites, sin ninguna regulación y espera que los Estados sean los que solucionen las crisis.

P – ¿Cómo se puede responder a eso?

R – Yo soy pacifista, pero el otro día en Barcelona un joven me preguntó: “Profesor, ¿estamos a punto de volver a la lucha armada?”. Me quedé impactado. Tras la revolución cubana era un horizonte legítimo. Hoy no lo tenemos. Estamos en un momento en el que necesitamos pensar alternativas y para mí lo más importante es sacar ideas de donde normalmente no las vemos, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, de lo que yo llamo las zonas liberadas del capitalismo.

¿Hay que volver a la lucha armada?

En la izquierda siempre pensamos en grandes alternativas porque creíamos que había unas leyes históricas que nos llevarían a grandes soluciones para toda la gente. No. Quizás hay que ir despacio, con radicalidad localizada y que al mismo tiempo pueda crear raíces, pueda crear articulaciones y, sobre todo, no nos olvidemos, puedan ser centros de educación revolucionaria.

P – ¿Nos falta mayor movilización social en Europa?

R – Sí. Deberíamos habernos solidarizado con los miles de refugiados que fueron desalojados en Francia. Son nuestros compañeros. Son más europeos que nosotros. Siempre estamos hablando de que necesitamos internacionalismo, un proceso constituyente transnacional. ¿Cuáles son los pueblos con más experiencia internacional en Europa? Los refugiados, los gitanos, los inmigrantes. Han estado en otras sociedades y tienen una mayor experiencia internacional, pero debido al prejuicio colonial de Europa no aprovechamos lo que pueden aportar. Cuando lo hacemos, los resultados son buenos.

P – ¿Cómo lo ve la situación en América Latina? ¿Se acaba el ciclo progresista?

«Estoy absolutamente convencido de que hay una intervención muy fuerte para desestabilizar al Gobierno de Dilma Rousseff»

R – Es muy difícil de decir. Lo que sí se puede decir es que estos países están pasando por una crisis y veremos si consiguen reinventar sus procesos. Hay un aspecto importante que hay que destacar. Cuando estos Gobiernos lograron sus éxitos, EEUU estaba distraído en Oriente Medio con las guerras de Irak y Afganistán. Ahora EEUU está de regreso en su continente, en su patio trasero. Empezaron por Honduras, después Paraguay, neutralizaron a Cuba y ahora están con muchas otras intervenciones.

P – ¿En Brasil, por ejemplo?

R- Sí. Estoy absolutamente convencido de que hay una intervención muy fuerte para desestabilizar al Gobierno de Dilma Rousseff. Obviamente, las razones de las crisis en los Gobiernos progresistas no son sólo por factores externos, también hay internos, por supuesto, se han cometido muchos errores. Uno de ellos fue creer que como las izquierdas ganaron las elecciones, la respuesta de la derecha ya no sería tan reaccionaria como antes porque iba a partir de un centro político que se había desplazado a la izquierda. Error. Macri ha entrado en Argentina con una violencia oligárquica enorme. En Brasil, lo mismo, como está pasando en Venezuela.

Publicado en publico.es

http://www.publico.es/internacional/boaventura-sousa-europa-continente-colonialista.html

 

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Para leer en 2050[i]

Boaventura Sousa Santos[ii]

BOA

Nota del editor de OVE: En este articulo Boaventura inicia una reflexión sobre la inversión de las perspectivas, los valores y la propia percepción de la realidad en el tiempo actual, interrogándonos eb clave de futurica respecto al momento en el cual “sustituimos la causalidad por la simultaneidad, la historia por las noticias, la memoria por el silencio, el futuro por el pasado, el problema por la solución”


Quando um dia se puder caracterizar a época em que vivemos, o espanto maior será que se viveu tudo sem antes nem depois, substituindo a causalidade pela simultaneidade, a história pela notícia, a memória pelo silêncio, o futuro pelo passado, o problema pela solução. Assim, as atrocidades puderam ser atribuídas às vítimas, os agressores foram condecorados pela sua coragem na luta contra as agressões,os ladrões foram juízes, os grandes decisores políticos puderam ter uma qualidade moral minúscula quando comparada com a enormidade das consequências das suas decisões. Foi uma época de excessos vividos como carências; a velocidade foi sempre menor do que devia ser; a destruição foi sempre justifi cada pela urgência em construir.  O ouro foi o fundamento de tudo, mas estava fundado numa nuvem. Todos foram empreendedores até prova em contrário, mas a prova em contrário foi proibida pelas provas a favor. Houve inadaptados, mas a inadaptação mal se distinguia da adaptação, tantos foram os campos de concentração da heterodoxia dispersos pela cidade, pelos bares, pelas discotecas, pelo Facebook. A opinião pública passou a ser igual à privada de quem tinha poder para a publicitar. O insulto tornou-se o meio mais efi caz de um ignorante ser intelectualmente igual a um sábio. Desenvolveu-se o modo de as embalagens inventarem os seus próprios produtos e de não haver produtos para além delas. Por isso, as paisagens converteram-se em pacotes turísticos e as fontes e nascentes tomaram a forma de garrafa. Mudaram os nomes às coisas para as coisas se esquecerem do que eram. Assim, desigualdade passou a chamar-se mérito; miséria, austeridade; hipocrisia, direitos humanos; guerra civil descontrolada, intervenção humanitária; guerra civil mitigada, democracia. A própria guerra passou a chamar-se paz para poderser infi nita. Também a Guernika passou a ser apenas um quadro de Picasso para não estorvar o futuro do eterno presente.

Foi uma época que começou com uma catástrofe mas que em breve conseguiu transformar catástrofes em entretenimento. Quando uma catástrofe a sério sobreveio, parecia apenas uma nova série. Todas as épocas vivem com tensões, mas esta época passou a funcionar em permanente desequilíbrio, quer ao nível colectivo, quer ao nível individual. As virtudes foram cultivadas como vícios e os vícios como virtudes. O enaltecimento das virtudes ou da qualidade moral de alguém deixou de residir em qualquer criterio de mérito próprio para passar a ser o simples refl exo do aviltamento, da degradação ou da negação das qualidades ou virtudes de outrem.

Acreditava-se que a escuridão iluminava a luz, e não o contrário. Operavam três poderes em simultâneo, nenhum deles democrático: capitalismo, colonialismo e patriarcado; servidos por vários subpoderes, religiosos, mediáticos, geracionais, étnico-culturais, regionais. Curiosamente, não sendo nenhum democrático, eram o sustentáculo da democracia-realmente-existente. Eram tão fortes que era difícil falar de qualquer deles sem incorrer na ira da censura, na diabolização da heterodoxia, na estigmatização da diferença. O capitalismo, que assentava nas trocas desiguais entre seres humanos supostamente iguais, disfarçava-se tão bem de realidade que o próprio nome caiu em desuso. Os direitos dos trabalhadores eram considerados pouco mais que pretextos para não trabalhar. O colonialismo, que assentava na discriminação contra seres humanos que apenas eram iguais de modo diferente, tinha de ser aceite como algo tão natural como a preferência estética. As supostas vítimas de racismo e de xenofobia eram sempre provocadores antes de serem vítimas. Por sua vez, o patriarcado, que assentava na dominação das mulheres e na estigmatização das orientações não heterossexuais, tinha de ser aceite como algo tão natural como uma preferência moral sufragada por quase todos. Às mulheres, homossexuais e transexuais, haveria que impor limites se elas e eles não soubessem manter-se nos seus limites.

Nunca as leis gerais e universais foram tão impunemente violadas e selectivamente aplicadas, com tanto respeito aparente pela legalidade. O primado do direito vivía em ameno convívio com o primado da ilegalidade. Era normal desconstituir as Constituições em nome delas.  O extremismo mais radical foi o imobilismo e a estagnação. A voracidade das imagens e dos sons criava turbilhões estáticos. Viveram obcecados pelo tempo e pela falta de tempo. Foi uma época que conheceu a esperança mas a certa altura achou-a muito exigente e cansativa. Preferiu, em geral, a resignação. Os inconformados com tal desistência tiveram de emigrar. Foram três os destinos que tomaram: iam para fora, onde a remuneração económica da resignação era melhor e por isso se confundia com a esperança; iam para dentro, onde a esperança vivia nas ruas da indignação ou morria na violencia doméstica, na raiva silenciada das casas, das salas de espera das urgências, das prisões, e dos ansiolíticos e antidepressivos; o terceiro grupo fi cava entre dentro e fora, em espera, onde a esperança e a falta dela alternavam como as luzes nos semáforos. Pareceu estar tudo à beira da explosão, mas nunca explodiu porque foi explodindo, e quem sofria com as explosões ou estava morto, ou era pobre, subdesenvolvido, velho, atrasado, ignorante, preguiçoso, inútil, louco — em qualquer caso, descartável. Era a grande maioria, mas uma insidiosa ilusão de óptica tornava-a invisível. Foi tão grande o medo da esperança que a esperança acabou por ter medo de si própria e entregou os seus adeptos à confusão. Com o tempo, o povo transformou-se no maior problema, pelo simples facto de haver gente a mais.

A grande questão passou a ser o que fazer de tanta gente que em nada contribuía para o bem-estar dos que o mereciam. A racionalidade foi tão levada a sério que se preparou meticulosamente uma solução fi nal para os que menos produziam, ou seja, os velhos. Para não violar os códigos ambientais, sempre que não foi possível eliminá-los, foram biodegradados. O éxito desta solução fez com que depois fosse aplicada a outras populações descartáveis, tais como os imigrantes. A simultaneidade dos deuses com os humanos foi uma das conquistas mais fáceis da época. Para tal bastou comercializá-los e vendê-los nos três mercados celestiais existentes, o do futuro para além da morte, o da caridade, e o da guerra. Surgiram muitas religiões, cada uma delas parecida com os defeitos atribuídos às religiões rivais, mas todas coincidiam em serem o que mais diziam não ser: mercado de emoções. As religiões eram mercados e os mercados eram religiões.

É estranho que uma época que começou como só tendo futuro (catástrofes e atrocidades anteriores eram a prova da possibilidade de um novo futuro sem catástrofes nem atrocidades) tenha terminado como só tendo passado. Quando começou a ser doloroso pensar o futuro, o único tempo disponível era tempo passado. Como nunca nenhum grande acontecimento histórico foi previsto, também esta época terminou de modo que colheu todos de surpresa. Apesar de ser aceite que o bem comum não podia deixar de assentar no luxuoso bem-estar de poucos e no miserável mal-estar das grandes maiorias, havia quem não estivesse de acordo com tal normalidade e se rebelasse. Os inconformados dividiamse em três estratégias: tentar melhorar o que havia, tentar romper com o que havia, tentar não depender do que havia. Visto hoje, a tanta distância, era óbvio que as três estratégias deviam ser utilizadas articuladamente, ao modo da divisão de tarefas em qualquer trabalho complexo, uma espécie de divisão do trabalho do inconformismo. Mas, na época, tal não foi possível, porque os rebeldes não viam que, sendo produto da sociedade contra a qual lutavam, teriam de começar por se rebelar contra si próprios, transformando-se eles próprios antes de quererem transformar a sociedade. A sua cegueira fazia-os dividir-se a respeito do que os deveria unir e unir-se a respeito do que os devia dividir. Por isso, aconteceu o que aconteceu. O quão terrível foi está bem inscrito no modo como vamos tentando curar as feridas da carne e do espírito ao mesmo tempo que reinventamos uma e outro. Porque teimamos, depois de tudo? Porque estamos a reaprender a alimentar-nos da erva daninha que a época passada mais radicalmente tentou erradicar, recorrendo para isso aos mais potentes e destrutivos herbicidas mentais — a utopia.

[i] Publicado originalmente en la sección Debate y Sociedad del periódico  Público

[ii]  Doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale y profesor catedrático de Sociología en la Universidad de Coímbra.1 Es director del Centro de Estudios Sociales y del Centro de Documentación 25 de Abril de esa misma universidad; además, profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison.1 Se lo considera uno de los principales intelectuales en el área de ciencias sociales, con reconocimiento internacional, con especial popularidad en Brasil, principalmente, después de su participación en varias ediciones del Foro Social Mundial en Porto Alegre. Es uno de los académicos e investigadores más importantes en el área de la sociología jurídica a nivel mundial

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