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Lo que no nos dicen sobre la innovación educativa

La innovación se confunde con demasiada frecuencia con el uso de tecnología en las aulas. Pero la innovación tiene más que ver con transformaciones cualitativas de la vida humana, hacia mejor calidad de vida y hacia nuevas maneras de enfrentar las problemáticas diversas.

Es muy frecuente que, en países como los latinoamericanos, el discurso sobre la calidad educativa esté asociado al de la innovación. Y esta siempre va vinculada a dispositivos o programas telemáticos.

La innovación educativa como esa panacea pedagógica tan milagrosa como rutilante. Además, ya está muy interiorizado que la calidad educativa se asegura con solo llenar las aulas de computadoras, tabletas y programas informáticos u otros dispositivos.

En aulas y establecimientos escolares, presenciamos la influencia de la tecnología en los usuarios, incluidos profesorado y directivos que se ufanan en incorporar cuanto aparato nuevo surja, o cuanto programa se les venda con la promesa de que así se aprenderán mejor las materias del currículo establecido.

Ya sea por razones didácticas o como mecanismo de evaluación cuantitativo, o para incorporación de calificaciones y otras informaciones que facilitan la cotidianidad del profesorado, pareciera que la innovación es sinónimo de tecnología. Fuera de ella, no existe educador, pedagogo o funcionario que tenga capacidades para innovar.

Y ahí está la trampa, lo que no nos dicen. La innovación educativa debe ser asumida con un enfoque amplio pero, sobre todo, concentrada en todo lo que signifique transformaciones cualitativas de la vida humana, hacia mejor calidad de vida y hacia nuevas maneras de enfrentar las problemáticas diversas. Saber manejar una computadora y todos sus programas, sin saber qué hacer a favor de la propia vida y de la ajena, no me parece que hable de innovación. Aprender a descubrir maneras de entender y atender la problemática de nuestros estudiantes, o aprender a incorporar actitudes que antes impedían la escucha sabia o la empatía educadora, me parecen elementos de mayor innovación.

¿Cómo lograr que se desarrolle pensamiento crítico?, ¿cómo hacer para que nuestros estudiantes se interesen y comprendan dramas globales, como el de la migración forzada?, ¿cómo crear hábitos y actitudes profundamente arraigadas a favor de un consumo responsable y de un cuidado del entorno sostenible? ¿Cómo aprendemos a ser resilientes ante las problemáticas familiares y comunitarias? Preguntas como estas, y muchas otras, sí podrían acercarnos a la innovación en lo educativo.

Dicho de otro modo, la innovación educativa debe ser comprendida e incluida en todo lo que hagamos, vivamos y sintamos a favor de la dignidad y de la vida plena de quienes somos parte de la comunidad educativa. Si esos cambios nos demandan el uso de la tecnología, o de las innovaciones materiales a las que tenemos acceso, pues ¡bienvenida la innovación tecnológica!

Tampoco nos dicen que, gracias a los conocimientos acumulados y a las mismas creaciones informáticas del mundo de hoy, el logro de innovaciones de carácter material es mucho más fácil que alcanzar innovaciones en el mundo político, social o simplemente en el mundo de las relaciones con otros seres humanos. De hecho, ni siquiera estamos aprendiendo a convivir con otras especies en un planeta que se nos cae a pedazos.

Nos obnubila un aparato nuevo, pero no nos impacta el dolor humano. Sabemos innovar en cosas, pero no parece que estemos aprendiendo a tener un corazón nuevo.

Por supuesto, no dejemos de maravillarnos ante las innovaciones que se incorporan a nuestras aulas. Pero tengamos claro que somos innovadores mientras estemos en búsqueda, en el día a día, de cómo crear nuevas relaciones con nuestros estudiantes, o de cómo inventar esfuerzos que representen desafíos nuevos para los cerebros que se están formando. O mientras aprendemos a resolver crisis y conflictos, o en la medida que la emoción y la curiosidad son parte de nuestros esfuerzos pedagógicos. Por el contrario, mientras la innovación tecnológica solo nos ayude a obtener información, a divertirnos sin profundizar pensamiento crítico, o a comunicarnos mediante redes sociales, pero sin crear auténticas redes humanas, la llamada “innovación educativa” solo es una forma disfrazada de control y sometimiento.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/10/28/lo-que-no-nos-dicen-sobre-la-innovacion-educativa/

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El migrante y su niña ahogados: el mundo necesita profesores sensibles

Por: Carlos Aldana

Dialogar sobre tantos problemas y sufrimientos en el mundo debiera constituir nuestra herramienta pedagógica más poderosa para comprender, incluso, nuestra propia realidad.

Óscar Martínez y Valeria Martínez. Así se llamaba el salvadoreño que murió ahogado en junio del 2019, junto a su pequeña hija Valeria, de un año y 11 meses, en el intento por llegar a Estados Unidos. El drama mundial en una foto. La migración forzada por condiciones económicas, políticas y sociales que niegan la dignidad a millones en todos los continentes.

El mundo necesita profesores sensibles a esta y otras realidades. Esto significa que no prevalezca en las aulas la indiferencia y el silencio frente a la injusticia global. No es solo lo que sufre el vecino, o lo que vive mi familia, o lo que pasa en nuestra comunidad o en nuestro país. Es el mundo, en general, el que nos muestra sufrimiento humano en todas sus formas. Las y los profesores no podemos “hacerle el juego” a las estructuras y sistemas, tampoco a sus personajes, abandonando el interés y la preocupación por lo que le sucede a seres humanos de otros lugares que padecen de negaciones, de abusos, de exclusión. Óscar y Valeria son la muestra más palpable de que las sociedades humanas no están bien.

Profesores sensibles debiera ser la consigna para una pedagogía de la vida y de la dignidad. Eso empieza por el interés real y genuino por las problemáticas que tienen lugar en el presente. Este interés deberá convertirse en una actitud contagiosa hacia el alumnado, mediante un esfuerzo curricular por tener presente a la realidad. Como diría el asesinado jesuita y académico Ignacio Ellacuría: “La realidad es la primera asignatura”. Tenerla en la mirada, en la voz, pero también en los esfuerzos de planificación y ejecución didácticas constituye una manera de convertir la sensibilidad en opción pedagógica y política. El sistema no puede negarnos esta sensibilidad, aunque sí puede imbuirnos, mediante la pasividad cotidiana, en la indiferencia que nos aleja –como comunidad de aprendientes– de los problemas en el contexto.

La sensibilidad de los profesores no se aprende en un taller o una conferencia; pueden ayudar, por supuesto. La primera llamada a una sensibilidad que movilice a los profesores y profesoras del mundo a comprender y sentir la necesidad de transformarlo, va a nacer de la propia actitud personal. Necesitamos dejar a un lado la pedagogía y la didáctica para también ponerle atención a la política, a la sociología, a las informaciones más cercanas a las realidades locales. Necesitamos, como profesorado, intercambiar y conectarnos con colegas de otras realidades y descubrir lo que sucede más allá de nuestro propio entorno.

Así, la sensibilidad enriquecida por las vías de las emociones y de la comprensión cognitiva de la realidad, va a convertirse –más allá del esfuerzo curricular y didáctico– en un talante, en un modo de ser y de interactuar con nuestros estudiantes. Dialogar sobre tantos problemas y sufrimientos en el mundo debiera constituir nuestra herramienta pedagógica más poderosa para comprender, incluso, nuestra propia realidad.

En América Latina todavía hay movimientos de estudiantes y profesores que lanzan la voz de alarma y que nos despiertan del letargo ideológico y pedagógico. Es urgente que cuidemos que la imposición de modelos, conceptos y visiones educativas –casi todas dirigidas a la tecnocracia, la tecnología y el consumismo– no nos robe la capacidad de sentir la realidad y educar desde ella.

Necesitamos profesores sensibles porque solo así la escuela puede ser el lugar en el que confluyan intereses, solidaridades y sentimientos a favor de los otros. ¿Para qué necesitamos una educación ciudadana que no tenga como punto de partida la empatía, el “ponernos en los zapatos” de individuos, comunidades y pueblos enteros que sufren en eldial presente? Sentir que los problemas humanos no nos son ajenos ni lejanos puede ser la pauta para hacer de la educación un camino hacia la solidaridad. Esa que moviliza, que arrastra, que empuja.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/09/17/el-migrante-y-su-nina-ahogados-el-mundo-necesita-profesores-sensibles/

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De consumidores a sujetos políticos

El gran desafío es que la educación se convierta en el puente de un consumismo ciego y salvaje a un compromiso político por la realidad cercana y mundial.

La población infantil y juvenil es nuestra principal preocupación, nuestra prioridad. Eje y sentido de nuestro oficio como educadores. Por eso debe resultarnos angustiante lo que este mundo globalizado les impone.

Uno de los rasgos más elocuentes del escenario que vive la generación joven de hoy es su enorme adicción al consumo en todo sentido. Aquellos que no pueden, porque sus condiciones económicas se lo impiden, mantienen en su horizonte de vida esas cosas o productos que ven en los que pueden.

Consumidores de cosas, pero también de esa Cultura (con mayúscula) que nos impone una globalización neoliberal que nos hace adorar al dios del Mercado. Los avengers terminan siendo más importantes y de mayor conocimiento que cualquier personaje, pasado o actual, con incidencia en la lucha por la transformación de la realidad. La cultura es ese instrumento fundamental para que nuestro mundo se convierta en una masa homogenizada de pensamientos, visiones y modos de ser que son más útiles para los ejes de poder.

En todo esto la escuela tiene un papel crucial. Es allí donde se reproduce ese mundo impuesto, ese imaginario que adormece y enajena. Representa la herramienta fundamental para la construcción cultural. Por ello tiene mucha responsabilidad en el escenario actual en el cual la cultura juega un papel reproductor de los intereses económicos en el planeta, empezando por la imposición de una pretendida Cultura que destruye las culturas originarias.

Afirma Hervé Juvin: “La crisis en la que nos ha introducido el sistema de mercado es una crisis de cultura, dado que es una crisis de la relación con lo real, del juicio y la inteligibilidad del mundo. (…) El problema no es tanto la uniformación de todas las culturas en el seno de la cultura-mundo como la ignorancia convertida en cultura. Es conveniente y útil no comprender; comprender es empezar a desobedecer” (El Occidente globalizado, 106, 144).

Los jóvenes de hoy son los principales consumidores de esa Cultura que tiende a deformar la realidad, que tiende a afectar nuestras capacidades de comprensión del mundo. No es solo el móvil que se compra y desecha, sino el conjunto de hábitos y actitudes que se interiorizan sobre las cosas. Sobre el consumo en sí mismo.

El gran desafío es que la educación se convierta en el puente de un consumismo ciego y salvaje a un compromiso político por la realidad cercana y mundial. Es decir, que la educación asuma el riesgo de ser el camino para que la juventud encare su tarea política por la transformación del mundo. Pasar de consumidores a sujetos políticos, ¡semejante desafío!

No es fácil porque todo empieza con que las y los jóvenes constaten, en carne propia, las realidades que excluyen y generan sufrimiento. Que la indignación sustituya a su fascinación mediática o visual. Que dejen de admirar a los héroes futbolísticos o de Holywood y vuelquen su interés por las mujeres y hombres anónimos que luchan contra todo -incluida la misma oferta cultural-, y que están en sus realidades denunciando, levantando la voz, organizándose, buscando cambiar estructuras y sistemas. Las auténticas heroínas y héroes de este mundo tan inundado de falsos superhéroes.

Para que la educación contribuya al paso de consumidores a sujetos políticos, es necesario que el adulto que educa escuche, busque, se interese, sea curioso por la realidad estructural, que propicie diálogos permanentes, que sea creativo para la construcción de herramientas y estrategias de comprensión profunda de la realidad. Que esas iniciativas personales de educadores comprometidos con la transformación alcancen el nivel de iniciativas institucionales, de abajo arriba, desde adentro. (Aunque, por supuesto, la bidireccionalidad en esto es necesaria).

Se precisa, en otras palabras, que quienes ejercemos el oficio de educar, nos eduquemos hacia la comprensión del mundo y seamos testimonio de verdaderos sujetos políticos. Que a los miles de sustantivos con los que enseñamos, le incorporemos muchos verbos.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/05/23/de-consumidores-a-sujetos-politicos/

Imagen tomada de: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/7/72/Elconsumismonosdomina.jpg/260px-Elconsumismonosdomina.jpg

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La resignificación de la escuela pública

Por: Carlos Aldana

Debiéramos encender todas las alarmas cuando empieza a “naturalizarse” el hecho de que sea McDonalds, o Shell, o Microsoft, los que creen la pedagogía para este tiempo.

No es este un llamado a la destrucción de la educación privada. Es una mirada de alarma y atención a la reducción de la presencia de la educación pública en muchas sociedades actuales. Dicha reducción no es solo cuantitativa, sino fundamentalmente cualitativa: la importancia, la incidencia, la atención, el valor pedagógico, todo se ha venido disminuyendo en la educación pública, principalmente de países como los latinoamericanos.

En la construcción social, la educación pública no debe ser monopólica, pero sí hegemónica. En la medida que ese papel se empieza a debilitar, y aumenta el papel hegemónico de las visiones privadas de lo educativo, en esa medida dejamos en manos de los negociantes, de los empresarios, de las transnacionales, lo que nuestros niños, niñas y jóvenes deben aprender. Más que eso, lo que las jóvenes generaciones deben ser, pensar y sentir. Y creo que debiéramos encender todas las alarmas cuando empieza a “naturalizarse” el hecho de que sea McDonalds, o Shell, o Microsoft, los que creen la pedagogía para este tiempo, lo mismo que han venido haciendo desde hace tiempo organismos tan distantes para los intereses de los pueblos, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.

Es preciso que los pueblos y sociedades, a través de sus expresiones organizadas, empiecen a tener voz y presencia en la marcha de los sistemas educativos. Esto solo puede ocurrir en el ámbito de la educación pública. Porque en las empresas solo participan y protagonizan los dueños, pero la sociedad y la comunidad nos pertenece a todos. Así, la educación de esa sociedad –la pública– también pertenece a todos y, por tanto, necesitamos participar, aportar, generar cambios en ella.

Tampoco podemos o debemos olvidar que la educación pública, desde esos fundamentos que surgen de las bases sociales, está obligada a desarrollar procesos de aprendizaje que aseguren el bien común, que se orienten al logro de los derechos humanos, que coloquen a la persona humana (en colectivo) como el centro de todo el sistema. La educación pública, pues, está obligada a gestar y sostener procesos y acciones que contribuyan a la paz, la democracia y el desarrollo.

El neoliberalismo globalizado se alimenta de estados no solo pequeños, sino principalmente débiles. Por eso, no sorprende que en regiones en desarrollo, la educación presente graves carencias en variables como acceso, egreso, infraestructura, etcétera. Pero, principalmente, no sorprende que las visiones curriculares aboguen por el economicismo salvaje, que la participación ciudadana sea mínima, que la deficiencia metodológica y actitudinal no se discuta con tanto énfasis. Y que todo ello aparezca a la par de las “bondades” y “maravillas” de la educación privada.

Quizá quienes solo conocen el contexto de sus países desarrollados no alcancen a comprender el drama de la educación pública disminuida, debilitada y abandonada. Pero cuando se puede lanzar una mirada a la realidad estructural de países como los latinoamericanos, se alcanza a comprender que un aula deteriorada, que un profesor sin grandes capacidades, que un currículo sin revisión crítica (desde las reivindicaciones sociales), no solo constituyen elementos generalizados de una realidad que niega los derechos humanos, sino también representan el interés globalizado por acentuar la educación privada. Esa que no solo está negada a las grandes mayorías, esa que enfatiza a la educación como un servicio y no como un derecho humano. Esa que es privada porque nos priva de una visión social amplia y comprometida con la justicia y la dignidad.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/02/12/la-resignificacion-de-la-escuela-publica/

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La llamada a la alegría en las aulas

Por: Carlos Aldana

En el cuerpo, en la mentalidad, en la vida misma de quien educa, es donde se debe reconfigurar esa alegría que ayude a transformar el mundo.

Aunque ya es muy repetitivo y pareciera una obviedad, la alegría es una llamada que no siempre es respondida en nuestras aulas. Clama por nosotros, los educadores y educadoras, nos demanda, nos interroga.

Es una llamada porque la vida no puede hacerse ni reconstruirse sin la alegría por lo que nos rodea, y por lo que somos o tenemos, aunque tengamos posiciones críticas sobre todo ello. Esto, en educación, debiera ser un imperativo moral innegociable. Pero parece ser que se está quedando en el mero discurso de una nueva pedagogía, o en la falsedad de una alegría que se funda solo en la diversión o en el tiempo libre, pero no en lo constructivo o en la profundidad con la que podemos y necesitamos comprender el mundo.

La alegría en las aulas tiene un punto de partida muy profundo: que todos nos sintamos respetados. Esto empieza en la superación de una falsa superioridad docente o en la negación de capacidades que se confunde con la situación de maduración propia de nuestros estudiantes. La sensación de que todos somos respetables, que toda persona en el aula es sujeta de derechos, de obligaciones pero, sobre todo, que es protagonista de la vida escolar, es la puerta de entrada a la alegría. Porque en el respeto a la dignidad empieza la creación del clima que genera interés, emociones, gusto, satisfacción, desafío. En fin, todo aquello que en su interconexión nos crea ese fuego interior de la alegría, esa emoción que nos mueve.

En las aulas debiera aceptarse el llamado a la alegría, porque el aprendizaje es su eje central. Y, como lo dice la neurociencia, el auténtico aprendizaje se evidencia en los cambios de pensamiento, actitudes, comportamientos y habilidades que nos pueden ayudar a resolver problemas, construir dificultades, cambiar el entorno, satisfacer necesidades. Si se aprende plenamente en ambientes de seguridad, de confianza, de libertad, donde se siente la alegría, ¿por qué no asumir a esta como una enorme herramienta que da sentido al aula?

Lo contrario a la felicidad no es la depresión o la tristeza, sino la inanición, la parálisis, la falta de lucha y movimiento. Es decir, todo aquello que está causado por distintos tipos de miedos, o por una vida basada en el terror ejercido por adultos e instituciones en la vida de quien va creciendo. El terror paraliza y obstruye las posibilidades para aprender. En otras palabras, aunque este ha sido el mecanismo más usado y generalizado, termina también siendo el principal factor para la falta de aprendizaje en las aulas. Lo que le quita sentido a ese espacio tan especial en la vida de un niño, una niña o un adolescente.

Semejante contradicción se supera cuando desde valores y actitudes de respeto, valoración y estima reales, aceptamos la llamada a la alegría en las aulas. Ésta se expresa en la sonrisa permanente y sincera, en la aceptación de las diferencias, en la llamada a los desafíos, en las formas responsables, firmes y respetuosas para corregir, en el clima de confianza que inunda la vida escolar.

Lo difícil de todo esto es que es el profesorado el principal protagonista para crearlo. Ello significa que el primer escenario para que la alegría se instale y se convierta en una fuerza pedagógica es el propio ser de quien educa. En el cuerpo, en la mentalidad, en la vida misma de quien educa, es donde se debe reconfigurar esa alegría que ayude a transformar el mundo. Es quien educa quien debe testimoniar la alegría. Es quien recibe la llamada y la convierte en su consiga, en su camino, en su herramienta, en su legado. La llamada a la alegría en el aula la aceptan, pero también la retransmiten los educadores y educadoras que verdaderamente creen en la profundidad de su tarea.

Sin esto, deberemos insistir, el educador deja su enorme potencialidad para el cambio y se arrincona en el espacio de los que transmiten, de los que capacitan, de los que instruyen, pero no de aquellos hombres y mujeres llamados a contribuir al cambio en un mundo como el nuestro.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/01/18/la-llamada-a-la-alegria-en-las-aulas/

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Evaluar, ¿para castigar o para aprender?

Por: Carlos Aldana

La evaluación, en cualquiera de sus tipologías y desde cualquiera de los enfoques que son utilizados en la práctica cotidiana, resulta siendo uno de los procesos menos educativos y más favorables a los poderes.

Por mucho que nuestro discurso esté adornado de tantas buenas intenciones, en la práctica generalizada, la evaluación sirve como un mecanismo de poder, de control, de venganza, de susto, de amenaza. Las pruebas, los momentos y los recursos evaluativos son las principales herramientas para poder ejercer el poder más terrorífico que se puede sentir dentro de un aula. Mediante la amenaza de los resultados (y sus consecuencias), el acto evaluativo se convierte en un acto punitivo, es el momento cumbre para quien, sediento de poder, pueda ser el protagonista y demostrar su fuerza.

La evaluación, en cualquiera de sus tipologías y desde cualquiera de los enfoques que son utilizados en la práctica cotidiana, resulta siendo uno de los procesos menos educativos y más favorables a los poderes hegemónicos. El macrodiscurso de los gigantescos y poderosos organismos internacionales, apuesta, acentúa y hasta se complementa con inversiones millonarias en el logro de competencias y alcance de estándares o resultados predefinidos por ellos (PISA, por ejemplo). Desde esa ecología política e institucional, la evaluación ya empieza a estar marcada por intereses que no necesariamente están en la línea del desarrollo integral, de la vida plena, de las inquietudes y reivindicaciones personales y colectivas.

Ese macrodiscurso se alimenta, se enriquece, se hace vida en las prácticas cotidianas de profesoras y profesores que asumen que la evaluación es la herramienta de castigo, de “poner las cosas en su lugar”, de “dar su merecido”, “de ejercer el premio o el castigo que cada quien merece”. O sea, no hace falta que las estructuras supranacionales nos indiquen que la evaluación tiene que ser así porque, en la práctica, con valores, actitudes, actos y recursos de corte punitivo, controlador o basado en la medición, ya estamos en sintonía. Aunque ello niegue a la educación su sentido liberador.

No debe negarse la necesidad imperiosa de descubrir cuánto o qué se sabe o no se sabe, pero también que se revelen, con criticidad y autocriticidad, los porqués de esos escenarios. Claro que necesitamos que la evaluación nos aporte datos sobre la vivencia pasada. Pero más que ser un acto hacia atrás, la evaluación debe ayudarnos a ver hacia adelante. Es decir, la evaluación como instrumento para aprender, no exclusivamente para revelar lo que se sabe o no.

La evaluación como mecanismo de aprendizaje es aquella en la que se contrasta lo aprendido con las nuevas situaciones, lo cual permite re-aprender u otorgar un nuevo significado a lo aprendido, pero desde el goce de dialogar, de descubrir, de permitir las revelaciones, los descubrimientos. Se aprende en la evaluación cuando ayuda a tener miradas hacia lo aprendido anteriormente, pero colocándolo en el escenario de la vida presente y personal. Cuando el momento no es para enjuiciar al estudiante, sino para que siga descubriendo y continúe sus aprendizajes.

Me emociona muchísimo un procedimiento de evaluación (que denomino DERA: diálogos evaluativos para el reaprendizaje) en el cual, en las últimas semanas del curso, dedico a conversar con pequeños grupos, acerca de grandes ejes o temas que fueron desarrollados durante el semestre. La cantidad de aprendizajes no alcanzados (muchísimo por mi propia responsabilidad docente) es impresionante, pero esos diálogos contribuyen a retomarlos y volver a descubrirlos. También me genera muchísimo aprendizaje las visiones nuevas, las aplicaciones o usos que, en el diálogo, aparecen de parte de las y los estudiantes. Viendo su reaprendizaje, se disipa mi ejercicio de poder.

He aprendido que evaluar es más un momento para volver a aprender, para desaparender, para reaprender, para gozar el aprender. Por supuesto, que eso representa una pérdida de poder docente, algo así como un “suicidio pedagógico”, pero también significa un paso más en el camino educativo de aquellas personas con las que construyo el aula.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/12/05/evaluar-para-castigar-o-para-aprender/

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¿A favor de quién y de qué educamos? Educación y significado

Por: Carlos Aldana

Si tenemos la dicha de ser parte de esa comunidad de hombres y mujeres que se dedica a la labor de educar a niños, niñas y jóvenes, no podemos darnos el lujo de que nuestro día a día tenga lugar sin nuestro aporte concreto, sensible y comprometido a favor de los grandes cambios que el mundo necesita.

Pasar nuestra vida por las aulas sin tener muy claro por qué, para qué y desde qué sentires y valores lo hacemos, es desperdiciar la enorme oportunidad de contribuir en el cambio de sensaciones, pensamientos, comportamientos y creencias que las jóvenes generaciones merecen en su educación escolar. Trabajar como profesores sin llamadas íntimas, sin convicciones sobre el aporte político y social de cada una de nuestras acciones docentes, por muy pequeñas que sean, es abandonar el significado de nuestra labor educativa y pedagógica.

Es necesario, urgente e innegociable, que encontremos y fortalezcamos el significado de nuestro compromiso educador. Necesitamos construir un clima y una vivencia educativa con nuestros estudiantes que se basen, profunda y conscientemente, en lo que significa para nosotros el mundo actual, en lo que significa educar, en lo que significa cada acto y recurso que empleamos en esas horas didácticas. En otras palabras, que esa labor por la que nos pagan un salario no represente solo un medio -por muy insuficiente que sea- para sobrevivir materialmente, sino que sea el instrumento más poderoso para sobrevivir emocional y espiritualmente. Para sentir que somos actores políticos en un mundo que se centra en la política partida y tradicional y abandona la naturaleza política de las interacciones con nuestros estudiantes.

Resuena, con plena vigencia, aquella pregunta de Freire que siempre deberá estar en nuestros puntos de partida para encontrarle significado a nuestro ser docente: “¿A favor de quién y de qué educo?”. O dicho en negativo (porque también nos puede ayudar a clarificar nuestras acciones): “¿En contra de quién y de qué educo?”.

Estas preguntas constituyen las ventanas por las que se asoma el significado de nuestra tarea. Todo pequeño acto, todo gran esfuerzo, la calidad de los procesos de aprendizaje que dirigimos, las dificultades a las que nos enfrentamos, las contradicciones con las autoridades educativas, las ingratitudes de padres de familia, la incomprensión misma de ciertos estudiantes, el cansancio, etcétera, todo eso es posible de superar cuando sabemos que lo hacemos con un significado ético y político. Ese significado que se aclara cuando podemos responder a esas interrogantes freireanas.

No puede negarse el riesgo de que nos emocionemos por un tiempo alrededor del significado y luego la realidad concreta, difícil y complicada de nuestro día a día en las aulas nos ahogue de nuevo en un activismo didáctico sin significado. Ese riesgo está allí porque humanamente caemos y retrocedemos. Pero en la medida que sea profunda la búsqueda de todo aquello que le otorga sentido a nuestra labor, en esa medida el riesgo podrá ser minimizado.

Cuando educamos a favor de las transformaciones integrales en nuestras sociedades, también estamos a favor de aquellas poblaciones que más sufren la exclusión, la ignorancia provocada, la negación de una comprensión profunda de su propia realidad. Eso significa que educamos en contra de la manipulación, de la utilización de lo educativo a favor de intereses sectarios, de carácter económico y político, de una falsa globalización que encadena a pueblos a la mirada y el interés de grandes transnacionales.

En realidad, en un mundo como el nuestro, no debiera ser tan difícil encontrarle significado a lo que hacemos como profesores. Porque la realidad difícil y compleja de un mundo injusto siempre se refleja y proyecta en ese microcosmos que es el aula. Es nuestra responsabilidad abandonar la indiferencia ante la negación de la dignidad en aulas. Solo con eso, ya hay un mundo de significado para nuestra labor.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/10/09/a-favor-de-quien-y-de-que-educamos-educacion-y-significado/

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