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Una estudiante caída

Por: Carlos Aldana

Una joven muerta en una protesta estudiantil en Guatemala evidencia una sociedad en la que el poder ha hecho de la educación una herramienta para construir y vivenciar una ciudadanía del silencio y la sumisión.

No quisiera escribir sobre esto, pero es necesario para rendir un breve y mínimo homenaje a quienes, a su modo y en sus niveles, luchan por la dignidad en cualquier parte del planeta. Y para insistir en algunas cosas que se silencian en la pedagogía predominante.

El pasado 26 de abril, los estudiantes de un centro educativo público de la ciudad de Guatemala, salieron a protestar enfrente de las instalaciones en las que estudian. Eso significó que detuvieron el tránsito vehicular de una avenida muy transitada. Pedían algo básico: que les nombraran profesores que no tienen, que les arreglaran las instalaciones muy deterioradas y que quitaran al director por múltiples abusos. Estaban con sus carteles alzados y sus gritos de voces adolescentes y juveniles, cuando un piloto salvaje arremetió contra el grupo de estudiantes que tenía enfrente. Dejó varios heridos, pero en ese mismo instante cercenó una pierna a la estudiante Brenda Domínguez, quien murió tres días después.

¡Una estudiante de 16 años muerta!, por demandar lo que el Estado tiene obligación de proveer. Pero ese escenario de demanda en la calle es un escenario de desesperación, después de todo un año de tener reuniones para plantear sus solicitudes, para pedir soluciones, para ser escuchados con dignidad y respeto. Al final del día de la tragedia, ya en horas avanzadas de la noche, les resolvieron la petición del cambio de director (¡después de un año, lo resuelven en ocho horas trágicas!). Lo de los docentes sigue sin resolverse, más de un mes después, y la infraestructura va para largo. Pero el “después” de la tragedia ahora está marcado por la culpabilización a los estudiantes por la muerte de su compañera, o a los padres por “no educarlos bien”, o a los profesores “por permitirles protestar”. Las culpas están dirigidas a las víctimas del hecho y no a las responsabilidades de las autoridades incapaces de resolver problemas, escuchar y atender demandas.

Al estar cerca, en un breve acompañamiento, con estudiantes, padres y madres de ese establecimiento educativo, puedo darme cuenta de cuánta voz es acallada en los momentos más difíciles, después de la indiferencia, el irrespeto o el desprecio. Sigue marcado este mundo por una ausencia completa de escucha y de auténtico diálogo ciudadano alrededor de los problemas educativos, sobre todo cuando los principales interlocutores son las y los jóvenes estudiantes. Si estos son pobres, la cosa se agrava y complica aún más. No escuchar con dedicación y plena atención es una actitud que no educa hacia una cultura política diferente. O tal vez ahí están las semillas que alimenten la resistencia necesaria para sobrevivir con dignidad.

Quizá fuera de nuestro país cueste entender cómo o por qué estudiantes de secundaria tienen que estar en las calles, demandando lo que es obligación del Estado, o cómo los gritos y las voces alzadas nos recuerdan la negación del derecho a la educación. La realidad es que, a la negación estructural de derechos humanos de todo tipo, también se suma la negación del derecho a exigirlos. Y se suma la criminalización que se hace de toda protesta, ya sea por la vía jurídica, o por la vía de la descalificación inclemente que tiene lugar por las redes sociales.

Sin embargo, todo esto es una muestra de cuánto o cómo debemos sentir a la educación en estos tiempos. De cómo debemos dejar la miopía política que nos hace quedarnos en las aulas, y empezar a tener muy claro que los sistemas educativos se conciben, diseñan y deciden desde y para los intereses del poder hegemónico, ese al que una voz juvenil de protesta le suena a música desentonada que le enturbia su paz.

Una estudiante caída, en una pacífica demanda que no debió ocurrir, representa la realidad más dramática de las y los jóvenes de nuestras sociedades empobrecidas. Pero también acalladas por el poder que ha hecho de la educación una herramienta para construir y vivenciar la ciudadanía del silencio y la sumisión.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/05/una-estudiante-caida/

 

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La voz de los estudiantes, el grito válido en el escenario educativo

Carlos Aldana

Los estudiantes latinoamericanos, de secundaria o de educación superior, han sido los portavoces más potentes de las demandas por el derecho a la educación. Son ellos y ellas quienes han creado las condiciones más claras para la discusión política y ciudadana sobre reformas educativas en nuestros países.

Los estudiantes de Chile, Honduras o México, en distintos momentos o reivindicaciones, constituyen esfuerzos contra la imposición de una visión neoliberal de lo educativo.

En el 2015, Guatemala fue escuchada en el plano internacional. Las presiones ciudadanas (más otros factores de fuerza como la presión del Norte, o la Comisión Internacional contra la Impunidad y el Ministerio Público), causaron la caída de un gobierno de corte militarista y altamente comprometido con la corrupción. Sin embargo, en el abrigo del olvido se encuentra un hecho que debemos resaltar: fueron los estudiantes de las escuelas normales del país, los que ya en los inicios de ese gobierno, 2012, se enfrentaron a la imposición de políticas públicas sobre educación. La lucha fue contra el cierre de la carrera de Magisterio, pues en Guatemala, hasta ese momento, los docentes de primaria y preprimaria eran formados en el nivel secundario. El argumento fue mejorar la calidad y para ello pasar la formación magisterial a la educación superior. Algo muy discutible en un entorno como el guatemalteco. Pero no hay argumento posible frente a la imposición irrespetuosa, el silenciamiento o la creación de normativas que tildaron a los estudiantes participantes en todo tipo de manifestación como “terroristas” (así se indicó en el Reglamento 1505-2013 del Ministerio de Educación). Ellas y ellos fueron repudiados, avergonzados públicamente por la misma ministra de Educación, golpeados por policías, abandonados por profesores sindicalizados, amenazados si se organizaban.

Ya es una constante que ante demandas y movilizaciones estudiantiles siempre aparecen la descalificación, la burla y la reprimenda pública. Por supuesto, también la represión, el control y la violencia.

Necesitamos asumir que toda reforma educativa, o simple cambio de políticas públicas, necesita y se enriquece con el aporte de las y los estudiantes. Su visión del mundo es otra. Su mirada, más que técnica, es una mirada desde otra sensibilidad, tan necesaria para comprender la realidad educativa.

Los cambios educativos, ¿a quién o a qué deben responder? Según la dinámica como se generan, así es evidente a favor de quién y de qué surgen. Las imposiciones que provienen de gabinetes ministeriales, que responden a su vez a gabinetes de instituciones internacionales, responden a las necesidades globales vinculadas al mantenimiento del orden económico dominante. La educación hace su aporte en la construcción de las condiciones para reforzar en la población escolar las capacidades económicas e ideológicas favorables a ese orden. Las transnacionales, más que los Estados, imponen una agenda educativa lejana de los intereses y reivindicaciones de pueblos y organizaciones populares. Esta distancia empuja a la imposición de visiones y prácticas educativas, con violencia si es necesario.

Los movimientos estudiantiles en América Latina constituyen la expresión más cercana a las demandas de los pueblos, en muchas ocasiones más que los mismos docentes, pues estos, salvo excepciones, no han sabido ir más allá de sus demandas sectoriales.

Estamos frente a luchas reales por los derechos humanos. Reflejan la práctica concreta de una educación ciudadana y política que puede ser la escuela necesaria para transformar la cultura política predominante. Al constituir la manera más sensible, apasionada y real de reivindicaciones, la visión, la voz y la propuesta de los estudiantes es imprescindible. Solo, claro está, si anhelamos que la educación esté situada en el camino por el que transitan las transformaciones fundamentales en la vida de nuestros pueblos.

Fuente del articulo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/10/12/la-voz-los-estudiantes-grito-valido-escenario-educativo/

Fuente de la imagen: https://ed100.org/img/auth/featured/2.10-Megaphone.jpg

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Las sospechosas relaciones entre educación y trabajo

Por: Carlos Aldana

La educación para el empleo genera trabajadores acríticos, que no se organizan ni reivindican. De esta forma, educar para el trabajo se convierte en educar para sobrevivir, no para la vida plena.

Por supuesto que todo ser humano debe aprender y formarse para su aporte productivo en el mundo. Claro que es preciso valorar al trabajo pues, más allá de las consideraciones sociológicas y políticas, constituye uno de los caminos para construir humanidad y para darle forma a nuestras sociedades y entornos. Por eso, comprender lo educativo en la actualidad también debe incluir al trabajo, desde miradas críticas sobre la relación educación-sistema productivo y económico. Esas relaciones no son relaciones neutras o simples de entender. Son más bien relaciones extrañas y sospechas, puesto que están acuerpadas por discursos y prácticas que ocultan más de lo que develan.

Por ejemplo, se habla de educar para el trabajo y al revisar las bases conceptuales y los sentidos sociales de esas propuestas educativas, se descubre cómo la adquisición de habilidades o el énfasis en las competencias técnicas y productivas, es una insistencia en la capacitación y en el desarrollo de una clase trabajadora que se desenvuelva en los niveles más bajos de la producción o, en pocos individuos, un cierto acceso a posiciones gerenciales. Remarcan que se trata de que la educación contribuya a mejorar la calidad de vida de las personas (algo que es válido en un sentido profundo), pero solo a través de ciertas condiciones que faciliten alguna empleabilidad. En realidades como la latinoamericana, tan afectada desde hace mucho tiempo por el desempleo, incluso con realidades de subempleo realmente dramáticas, poner al sistema educativo a generar ciertas habilidades es enseñar a usar el grifo, pero sin cañerías ni agua en ellas.

Educar para el trabajo constituye una expresión tan interiorizada en la fraseología pedagógica dominante, porque nadie se resiste a ella, es una expresión guapa en contextos de pobreza y ansiedad por encontrar empleo. Pero por eso, precisamente, también es una frase que oculta las pretensiones del poder económico mediante el dominio del sistema educativo. Se enseña a ser trabajador al servicio de los dueños de las empresas, fábricas y fincas; se enseña habilidades necesarias para ganar ciertos salarios; se enseña y estimula a miles de jóvenes para trabajar en call centers en los que pueden pasar años y años sin desarrollarse o evolucionar.

Pero también ese discurso es el que “naturaliza” que la educación enseñe a niños, niñas y jóvenes a ser trabajadores, pero no a ser ciudadanos y sujetos políticos. Las relaciones extrañas entre educación y trabajo crean trabajadores que no se sindicalizan, ni organizan, ni reivindican, ni demandan. La pobreza extrema hace que un salario bajo se convierta en la salida del camino de la muerte en millones de egresados del sistema educativo, y que se abandone cualquier búsqueda de otros horizontes mediante el compromiso y la acción transformadora.

En consecuencia, en estos postulados, se justifica el abandono del estudio y comprensión de los derechos humanos en general, y los derechos laborales en particular, con la consecuencia de que la llamada “educación integral” cede su espacio a una educación tecnócrata. Educar para el trabajo parece, así, educar para sobrevivir, no para la vida plena, y para alimentar a los poderes económicos mediante mano de obra acrítica y por ello, mal pagada. ¡El redondo negocio de la educación y pedagogía dominantes!

Nuestra llamada debe ser a la de una educación del trabajo que politice la relación entre jóvenes y sistemas; que el logro de habilidades técnicas esté acompañado del desarrollo de habilidades sociales y emocionales, así como de la comprensión crítica de la realidad, principalmente del contexto económico y político; que descubran la posibilidad de otros caminos productivos. Se trata de que la educación no “regale” lo mejor de nuestro planeta a esos monstruos avorazados que se alimentan no solo de la pobreza de millones de seres humanos, sino principalmente de la ignorancia política y contextual que les crea su propia educación escolar.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/27/las-sospechosas-relaciones-entre-educacion-y-trabajo/

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41 niñas guatemaltecas asesinadas por el Estado

Por: Carlos Aldana

Es impostergable pensar que el derecho a la educación también incluya la comprensión de la realidad dura que viven niños, niñas y adolescentes pobres.

Ocurrió en una fecha simbólica y fundamental: el 8 de marzo. En el contexto del día internacional de la mujer, en un hecho terrible y vergonzoso para la humanidad, un incendio en un hogar, irónicamente llamado “hogar seguro”, causó la muerte de 41 adolescentes pobres, que provenían de realidades muy diversas y complicadas (abusadas unas, con tendencias a la violencia otras). Murieron en un salón en las que estaban encerradas bajo llave. Una policía tenía la llave y varias decenas de policías rodeaban el área. Con todo ese aparato policial enfrente, el infierno se desató. Hasta el presidente de la República estaba enterado de los problemas desde una noche anterior.

Esta es una tragedia dentro de una tragedia mayor: la de la indefensión, vulnerabilidad y falta de protección integral y efectiva que el Estado de Guatemala no ha podido superar. Una niña, un niño o un adolescente de los entornos pobres, que sea víctima de cualquier tipo de abuso, termina siendo re-victimizado por el mismo Estado, puesto que este no solo no lo protege como debe hacerlo, sino que lo institucionaliza en estructuras caracterizadas por abusos, por falta de sentido y visión humanista, por falta de compromiso e identificación con los principios y valores de la doctrina de la protección integral de la niñez y la adolescencia. Incluso en estos lugares, muchos de los llamados monitores, hacen su trabajo armados. Muchos de ellos han sido denunciados por los abusos que cometen a las adolescentes. ¿Por qué trabajan allí? Muchas veces como parte de los pagos laborales por las deudas contraídas en campaña electoral. Pareciera que proteger y educar a la niñez es una función tan poco importante que no importa quiénes la realicen.

Pero existe una responsabilidad muy grave del Estado de Guatemala: no ha asegurado el derecho al desarrollo integral de toda la población, mucho menos ha logrado la vivencia y goce de derechos económicos, sociales y culturales. He aquí la causa fundamental de por qué miles de niños, niñas y adolescentes vivan situaciones de negación de la vida y la dignidad, acrecentada cuando los ingresan al supuesto sistema de protección. El derecho a la educación, desde una visión integral y profunda, no reducido a la educación formal, no se cumple en esta población, y eso acrecienta sus dificultades para vivir en el presente.

En la tragedia de ese incendio se evidenció algo que debe ser motivo de demanda al Estado: muchas niñas víctimas fueron recluidas en ese lugar para sacarlas de su realidad familiar caracterizada por el abuso. Vergonzosamente, la realidad indica que las niñas abusadas son las que tienen que abandonar sus hogares para recluirlas en lugares de tratos terribles como ese. ¿No debieran ser los abusadores adultos los que tuvieran que salir de sus entornos y ser recluidos?

A estas 41 niñas el Estado las asesinó por ausencia de un verdadero sistema de protección y por la forma de intervenir y actuar en la tragedia concreta.

Estos hechos sirven para comprender la realidad educativa, social, económica y cultural de la niñez y la adolescencia de países en los que la riqueza se encuentra concentrada en pocas manos y la pobreza se hace presente en la inmensa mayoría poblacional. Se niegan los derechos económicos, sociales y culturales que son la causa de graves condiciones de vida, pero también se niegan los derechos fundamentales, como la vida y la integridad.

Los cuerpos docentes del país saben que no están lejos de lo ocurrido en ese supuesto hogar. Porque la violencia, la vulnerabilidad, el abuso hacia las y los más pequeños, siguen estando presentes en el sistema educativo. Es impostergable pensar que el derecho a la educación también incluya la comprensión de la realidad dura que viven niños, niñas y adolescentes pobres.

La educación sin la comprensión de esa realidad puede ser un instrumento para la distracción. O para la vivencia y práctica de la asepsia que buscan los poderes para la educación.

Fuente noticia: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/03/27/41-ninas-guatemaltecas-asesinadas-por-el-estado/

Fuente imagen: http://www.telesurtv.net/__export/1489645041408/sites/telesur/img/telesur_agenda/2017/03/16/nombre_de_alguna_de_las_40_nixas_muertas_en_guatemala_-_reuters.jpg_171848334

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La escuela de las luchas campesinas por el territorio (A Berta Cáceres)

Por: Carlos Aldana

Berta Cáceres fue una activista campesina de Honduras. En estos días, se conmemora el primer aniversario de su asesinato.

Esta valiente mujer simboliza, junto a muchos otros hombres y mujeres latinoamericanas, la lucha por el territorio. No por la tierra sola, sino por la conjunción de aspectos políticos, sociales, culturales y económicas que representa. Ella fue víctima de las grandes transnacionales que, junto a las estructuras de poder en los países, vienen empobreciendo a pueblos enteros mediante el saqueo o la explotación extrema de los recursos naturales. Berta, junto a tantos anónimos y anónimas, luchó por defender a los pueblos hondureños de la barbarie de empresas que modifican el entorno medioambiental a través de la utilización de ríos para la construcción de hidroeléctricas. Está claro que los impactos ambientales son tan enormes para la vida de las comunidades como lo es la ganancia que obtienen esas empresas.

Pero Berta Cáceres y el pueblo lenca representan solo un ejemplo de lo que está ocurriendo en América Latina. Una muestra de esa enorme escuela de las luchas campesinas por el territorio que está generando aprendizajes que la educación más tradicional y conservadora va a ocultar, negar o descalificar. Pero hay una gigantesca escuela en esas luchas que toda pedagogía de la vida y de la dignidad humana debe aprender a descubrir.

El debate que se mantiene abierto en nuestros pueblos por la defensa del territorio no es solo acerca del derecho de los pueblos a proteger sus recursos naturales. Implica también el abrirnos a descubrir cómo la protección del medioambiente es crucial para la vida comunitaria, pero también para la sobrevivencia global. En otras palabras, cada vez que un conjunto de comunidades pelea, discute y sufre la represión salvaje de poderes nacionales e internacionales, estamos frente a una lucha por el planeta.

Otro aprendizaje, quizá menos claro y más invisibilizado, es aquel que tiene que ver con el derecho de los pueblos a decidir por su territorio. Esto conlleva el derecho a acentuar y vivenciar sus cosmovisiones, sus valores, sus conocimientos y sus formas de relación con la naturaleza. Aunque parezca anacrónico decirlo, estoy seguro de que si las grandes potencias y las grandes transnacionales lanzaran una mirada a las maneras de vinculación con el entorno natural que han mostrado los pueblos originarios, las cosas serían otras para el futuro de la humanidad. ¡Pero esta es una ingenuidad! Lo que sí está claro que debe ser parte de la lucha ciudadana es el derecho a la consulta sobre agua, tierra, aire y recursos naturales que se niega de manera sutil o mediante la violencia.

También esta escuela nos está evidenciando la necesidad de que no desconectemos la tierra del territorio en cuanto concepción sociopolítica, pero también en cuanto a la dimensión cultural que tiene. Cuando llegan las máquinas a extraer minerales o desviar ríos, no solo llegan con la muerte de los microsistemas sino también con la destrucción de rasgos y elementos culturales que son más difíciles de recuperar. Por ejemplo, en Guatemala, la destrucción de la vida, la dignidad, la cultura y los proyectos de vida de 33 comunidades por causa de la construcción de la hidroeléctrica de Chixoy, sigue siendo un ejemplo de cómo en las luchas campesinas y de los pueblos indígenas se juega el futuro de una visión y una forma de vida que permita al planeta su sobrevivencia.

Y frente a estas luchas, ¿qué pasa con los sistemas educativos? O intencionalmente se ignora la realidad profunda (porque se “dan” clases de ambiente o ecología, pero no de realidad socioeconómica y política), o las luchas campesinas son silenciadas. De hecho, cuando las protestas campesinas ocurren, se criminaliza a los hombres y mujeres que las promueven. ¡Se hace criminales a quienes defienden la vida en el planeta, pero no a quienes lo explotan hasta el agotamiento!

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/03/03/la-escuela-de-las-luchas-campesinas-por-el-territorio-a-berta-caceres/

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A propósito de Trump… otra educación mundial

Por: Carlos Aldana

Necesitamos educarnos de manera mundial, anti-global, pero también opuesta a los reduccionismos nacionalistas o culturalistas.

Trump es una mala señal. Indica que la humanidad, y la vida entera en el planeta, están en peligro constante porque el poder no genera sabiduría. Porque la riqueza de un país como Estados Unidos, así como su inmenso poder y sus distintos monopolios, no les han permitido la inteligencia para impedir que la tragedia pueda ser el rasgo de sus decisiones políticas.

Este nuevo presidente de los Estados Unidos ya es un peligro real y concreto para la diversidad, para las y los migrantes, para el encuentro entre pueblos y culturas, para la construcción de una humanidad que sepa mostrar la enorme inteligencia filogenética que ha alcanzado. El irrespeto, la intolerancia y el absurdo manejo de poder, constituyen muestras de cuán necesaria y fundamental es la creación de redes, comunidades e interconexiones educativas que posibiliten la acción compartida, el esfuerzo conjunto y el aprendizaje multilateral.

No hablemos de la educación mundial desde esa visión que privilegia el uso de las tecnologías (convirtiendo el medio en fin), sino de una visión en la que aprendamos unos de otros, en la que nos comuniquemos permanentemente, en la que los medios y las redes sociales se pongan al servicio de la movilización. Que lo educativo esté al servicio de una ciudadanía mundial.

Nótese que privilegio el concepto de ciudadanía mundial sobre el de la ciudadanía global, porque pretendo enfatizar la necesidad de construir un mundo de culturas, de intercambio, de diversidades, de flujos de personas, ideas y conocimientos más que el flujo financiero, comercial o de cosas, como ocurre en la globalización que los ejes de poder han venido construyendo. Esa que se ve peligrar ante el ascenso de Trump. La globalización no ha sido encuentro, intimidad entre culturas. Ha estado orientada por el anhelo de imponer una visión eurocéntrica o nortecéntrica (según sea el ámbito de influencia), en la que se impone una Cultura (desde el inglés y desde la informática) por encima de culturas. Por eso no debemos pugnar por una ciudadanía global, sino por una ciudadanía mundial, que se funda en valores como la solidaridad, la inclusión, la tolerancia y la diversidad.

Otra educación mundial tiene que ver con inventar otras formas de aprender pero, sobre todo, otras maneras de sentir lo educativo, maneras en las que el gozo de lo diverso sea el motor para el encuentro con otros aprendientes. Trump debe recordarnos lo mal que lo están haciendo nuestros sistemas educativos porque no es solo Estados Unidos el que nos muestra los efectos de la carencia de una formación para la criticidad. Una educación mundial para la alternativa, la criticidad, la indignación, pero también para la demanda y la reivindicación de una vida plena es un factor que puede gestar conexiones y vínculos que nos devuelvan la posibilidad de la inteligencia política. Recordemos que “trumps” existen en todos nuestros países y, peor aún, en nuestras instituciones educativas y en las oficinas gubernamentales, en las que se decide el rumbo de la educación. He ahí la imposición, el acallamiento ciudadano y el apego a esquemas empresariales que se nota en el discurso y propuesta pedagógica.

Quienes vivimos al Sur de Estados Unidos, y sobre todo en una relativa cercanía, sentimos la enorme preocupación por lo que vendrá para millones de seres que, forzados por las condiciones y coyunturas, buscaron en ese país un lugar para asentarse. Pero quienes viven más lejos, y al Norte de Trump, también deben preocuparse, porque un mundo violento y fracturado a todos nos afecta y daña. Por eso, aprendamos a sentirnos ciudadanos mundiales. Necesitamos educarnos de manera mundial, anti-global, pero también opuesta a los reduccionismos nacionalistas o culturalistas. La educación mundial que necesitamos es aquella que nos ayude a comprometernos en la construcción de un mundo donde todos estemos y seamos visibles. Y maravillosamente diversos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/02/a-proposito-de-trump-otra-educacion-mundial/

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Educar en ambientes violentos

Por Carlos Aldana

Educar en algunas situaciones, a veces, quiere decir jugarse la vida y hacer adaptaciones sobre la labor docente

Hablar de la educación para la paz, la convivencia pacífica y los valores de la armonía con los demás, constituyen ejes de reflexión que no podemos abandonar de ninguna manera. Sin embargo, tampoco podemos ignorar que en realidades, como la latinoamericana, todo eso es pretendido en y para contextos de violencia ciega, irracional y que no discrimina a nadie.

Muchísimas escuelas, de entornos como el guatemalteco, salvadoreño u hondureño, viven en condiciones de inseguridad y de miedo frente a las amenazas que existen en su entorno. No son pocas las ocasiones en las que ese terror se traslada a los propios patios, aulas y ambientes internos. Los niños, las niñas y los jóvenes van a la escuela pero en el camino y alrededor de sus aulas, la muerte ronda en forma de luchas entre pandillas o de violencia social en todas sus manifestaciones. Además de sus propios entornos familiares que de una u otra manera también expresan violencia. Los equipos docentes tienen que ingeniárselas para poder cumplir con sus tareas cotidianas, pero son muchos los reportes de docentes también víctimas de esa realidad. Las amenazas directas y explícitas hacia maestras y maestros de parte de fuerzas violentas condicionan cualquier tarea o cualquier esfuerzo educativo permanente.

Tampoco podemos obviar que muchas actitudes docentes son generadoras de violencia en la medida que al perder el rumbo educador, practican una educación basada en el irrespeto, la verticalidad, la ausencia de afectividad y comprensión de las condiciones difíciles de sus estudiantes. Algunos llegan incluso al maltrato verbal o la hiperexigencia evaluativa que se convierte en irracional cuando no toma en cuenta múltiples factores de un estudiantado proveniente de realidades altamente difíciles.

Educar en ambientes violentos es realmente una tarea difícil, compleja y de altos riesgos. No se parece, en nada, a la tarea fácil del académico o teórico pedagógico que desde la seguridad de su escritorio o desde la lejanía social y económica, plantea grandes ideas sobre educación para la paz. Educar en ambientes violentos es arriesgar la propia vida y realizar adaptaciones a su desempeño docente.

Y, sin embargo, esta educación es tan necesaria y fundamental en nuestras realidades, porque nos recuerda que, a pesar de todo, existen hombres y mujeres que pueden hacer de su palabra, de su sonrisa, de su calidez y de su acompañamiento permanente, los mejores medios para no agrandar el abandono en que viven millones de niños, niñas y jóvenes que reflejan la cara más dramática de la injusticia, desigualdad y exclusión en el orden económico y social de hoy.

Los hombres y mujeres que van a trabajar a esas escuelas rodeadas del peor de los climas, pero que lo hacen con la convicción de que su labor toca a víctimas de la realidad económica y social, y que lo hacen con la esperanza y la alegría de que su aporte contribuya a transformar la realidad, constituyen los ejemplos vivos de una pedagogía de la vida y la dignidad que no se construye con categorías teóricas sino con esfuerzos reales y concretos.

En sus interacciones de aprendizaje con sus estudiantes, con las familias, con sus colegas, van siendo sobrevivientes de una realidad de negaciones de todos los derechos. Pero están ahí, con su palabra, su sonrisa y sus orientaciones, que serán mínimas en la vida de esas jóvenes generaciones a las que el orden económico condena a una ausencia de presente y de futuro dignos.

Quizá no lo sepan, pero con su dedicación y entrega a la educación en esos entornos, aportan los elementos de una pedagogía que es urgente y necesaria. Esa que dignifica en medio de la indignidad, esa que hace posible la paz en medio de la violencia, esa que en medio de la muerte construye la vida. Esta es la pedagogía que necesitamos no solo en el Sur, sino fundamentalmente en un Norte que pretende globalizar una visión de lo educativo que olvida al ser humano en su plenitud.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/11/11/educar-ambientes-violentos/

Imagen: https://discursosysenderos.files.wordpress.com/2015/04/bulling_637x330.jpg

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