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El efecto placebo

Por: Carolina Vásquez Araya

Los fenómenos colectivos tienden a crear la ilusión de una realidad paralela.

Con el ruido mediático elevado a la máxima potencia para concentrar la atención en el mundial de Qatar, los verdaderos problemas que afligen a la mayor parte de los 8 billones de seres humanos que poblamos -para bien o para mal- este planeta, quedan disimulados tras una fachada de entusiasmo por un espectáculo cuyas sombras oscuras se diluyen en cuanto suena el primer arranque. De cómo ese pequeño emirato, gobernado con mano de hierro por la familia Al Thani, consiguió la sede del campeonato mundial de fútbol, ya se han escrito miles de páginas, en donde están consignados no solo los procedimientos opacos en el proceso, sino también las violaciones de los derechos humanos de miles de migrantes explotados en la construcción de la lujosa infraestructura.

El entusiasmo de los aficionados al fútbol, el cual captura el foco de millones de fanáticos y también atrapa la atención de los medios internacionales, ha dejado entre bastidores un tema crucial relacionado con esa región: las conclusiones del COP28, celebrado en Sharm El Sheij en este mes de noviembre. De acuerdo con Simon Stiell, Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático, «Este resultado nos hace avanzar, es un resultado histórico que beneficia a los más vulnerables de todo el mundo. Hemos determinado el camino a seguir en una conversación que ha durado décadas sobre la financiación de las pérdidas y los daños, deliberando sobre cómo abordar los impactos en las comunidades cuyas vidas y medios de subsistencia han sido arruinados por los peores impactos del cambio climático”.

Aun cuando esas palabras suenan como una promesa, la realidad es que la ONU no solo carece de poder para enfrentar las presiones del mundo corporativo, cuyo poder es incluso superior al de los Estados que la conforman, sino depende financieramente de países súper industrializados que son, en concreto, los mayores emisores de CO2 del mundo y cuyo sistema productivo se vería seriamente afectado con la gigantesca inversión requerida para adaptar sus métodos con el propósito de reducir su huella de carbono. A este obstáculo se añade una cultura de consumismo extremo e innecesario -convertida en señal de progreso- en esos mismos países desarrollados y aquellos emergentes que buscan imitar el estereotipo.

Con dar una mirada a la prensa internacional en todas sus plataformas, basta para apreciar el enorme impacto que ese efecto placebo -el Mundial de Qatar- logra sobre millones de seres humanos capaces de sumergirse en la fantasía y olvidar todo aquello que ha puesto su supervivencia en riesgo. En ese sentido, no solo está la amenaza de una conflagración global, producto de la guerra de intereses geopolítico-corporativos, sino también la falsedad de las promesas vacías de los gobiernos en relación a sus políticas con respecto al cambio climático.

Mientras grandes segmentos de la población mundial carece de medios de subsistencia y se hunde en la pobreza y el hambre, se observa con discutible admiración la concentración obscena de poder de unos pocos privilegiados quienes, con una ínfima porción de sus fortunas, tendrían el poder de aplacar la miseria de quienes lo han perdido todo en este sistema depredador. La fantasía mundialista, sin embargo, no durará lo suficiente y el inevitable choque con la realidad del cambio climático, la profundización de la pobreza y el desafío de la supervivencia, terminará por prevalecer.

El despertar es inevitable y nos obliga a mantener la lucidez en un mundo desquiciado.

Fuente de la información: www.carolinavasquezaraya.com

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Lo que no nos importa

Por: Vásquez Araya Carolina

Acostumbrarse a vivir en un mundo incierto es una forma de supervivencia. 

Uno de los efectos más puntuales de los avances tecnológicos en comunicaciones, ha sido la manera como se nos manipula desde las instancias mediáticas, con el objetivo de crear en nuestro entorno una aséptica distancia emocional respecto de acciones agresivas de los Estados. Esta especie de concierto bien afinado, dirigido a grandes audiencias, pone un especial énfasis en dar carácter de inevitabilidad a la tragedia de comunidades humanas completamente indefensas, como aquellas encerradas en un entorno bélico o quienes migran para salvar su vida. Esta táctica induce al espectador a asumir esa realidad, plasmada en imágenes, como si esta perteneciera a un mundo remoto y ajeno.

Con una habilidad maquiavélica, el torrente informativo -y, sobre todo, desinformativo- va creando un universo paralelo, en donde la concentración de la riqueza y de poder en manos de entidades inalcanzables se asume como un logro y no como una aberración del sistema que nos rige. En esa misma tónica, el retroceso en cuestión de derechos civiles y protección de los sectores más vulnerables -mujeres, niñez, adultos mayores, pueblos originarios, personas en condiciones de discapacidad- se consolida por medio de medidas arbitrarias y abiertamente discriminatorias.

En una década ya avanzada del nuevo siglo, destaca la manera ofensiva y abiertamente patriarcal como se mantiene el cerco contra el derecho de las mujeres de administrar su vida reproductiva de acuerdo con su propio criterio, o el silencio en torno a las prácticas misóginas de Estados que las condenan a un estatus de indignidad y marginación. Para normalizar este trato echan mano a leyes contrarias a los acuerdos y convenciones internacionales de carácter obligatorio, como aquellos dirigidos a proteger los derechos humanos y combatir la discriminación. Algo similar sucede en relación a la niñez, a la cual se la continúa tratando como a un subproducto y no como a un sector de primerísima importancia.

El efecto de la manipulación mediática se traduce también en una abstracción de la realidad de los otros. Es decir, una perfecta anestesia para la conciencia cuando el golpe lo recibe otro pueblo, en una latitud aparentemente lejana. Ese devenir del “no nos importa” no solo incide en una mayor vulnerabilidad hacia acciones similares que nos afecten, sino en una pérdida de contacto con ese concepto de Humanidad, al cual sin embargo solemos recurrir cuando somos quienes recibimos los golpes.

El sistema imperante en nuestro hemisferio -neoliberal, capitalista, orientado a la concentración de la riqueza en pocas manos y a la pérdida de derechos individuales- tiene como característica específica la imposición de un modo de vida capaz de impedir o entorpecer toda acción colectiva, manteniendo a la ciudadanía enfocada en la supervivencia gracias a la incertidumbre con relación a su trabajo, a sus derechos, a sus posibilidades de progreso. El interés primordial de quienes poseen el control de la información y los medios para divulgarla, por ende, está centrado en el silencio y el conformismo, lo cual representa la base misma del sistema y garantiza su solidez. Eso les permite un espacio privilegiado para continuar con sus planes de expansión económico-corporativa, incidencia en la política global gracias a una hábil manipulación financiera y, desde esa plataforma, la decisión unilateral sobre las vidas ajenas.

El mundo es ancho y ajeno, según Ciro Alegría. Pero resultó más ajeno que ancho.

Fuente de la información: www.carolinavasquezaraya.com

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Una carta, una historia

Por: Carolina Vásquez Araya

La comunicación epistolar es un recuerdo del pasado, una práctica obsoleta.

En un afán por escapar de un presente lleno de incertidumbre y contradicciones, prefiero echar la mirada a los pasados siglos para rescatar de esas brumas de la memoria uno de los objetos más preciados: la carta. Heredera de los antiguos manuscritos, en donde se plasmaba con exquisito estilo la Historia de la Humanidad, la carta -ese trozo de papel cargado de significado- sobrevivió a las guerras, los avances de la industria, las crisis existenciales y los obstáculos geográficos que retardaban su trayectoria, hasta que la derrotó el siglo actual. Alrededor del mundo, los sistemas de distribución del correo representaron una de las instituciones mas sólidas y de mayor credibilidad, por la importancia depositada en esa práctica.

El uso de la carta, un invaluable archivo documental a lo largo de la historia, se ha extinguido. La eficacia de los sistemas instantáneos desarrollados mediante un avance tecnológico vertiginoso, han acabado con la necesidad y, por ende, con las perspectivas de supervivencia de un modo de relación que toca las fronteras del arte. Las generaciones educadas en la escritura manual han desaparecido, para ser sustituidas por usuarios de computadoras y teléfonos inteligentes desde los cuales se precia mas la rapidez que el contenido, perdiéndose irremisiblemente  todo el valor implícito en un documento personal e íntimo.

La carta, entre otros de sus valores, tenía la enorme cualidad de plasmar una forma de autobiografía resultando así mucho más reveladora e íntima, al reflejar en sus líneas el fluir del pensamiento de manera espontánea, sin los filtros impuestos por la obsesiva revisión literaria. Por esa misma razón, sus mejores ejemplares han llegado a poseer más intensidad que la novela y más fuerza que el ensayo, por su cualidad de hacer menos concesiones al despilfarro verbal. Para comprobarlo, nada mejor que escarbar entre las colecciones epistolares de los grandes filósofos. artistas y científicos.

Los objetivos y el modo de escribirlas pueden llegar a abarcar infinidad de posibilidades: lo literario (como en el caso de Proust) puede convertirse en el objetivo primordial, por encima del mensaje en sí, demostrando que un escritor difícilmente puede dejar de serlo aun cuando esté transmitiendo sus sentimientos más íntimos en un trozo de papel supuesto a ser destruido. Sin embargo, también existe la dificultad intrínseca en el hecho de utilizar el método epistolar; y es la imposibilidad de mantener una conversación amena, profunda, ligera, imprevisible y afectuosa, todo a un tiempo, haciendo abstracción del hecho de que entre una y otra intervenciones pueden transcurrir semanas o meses.

Al perderse la carta, se ha perdido la expresión manuscrita absolutamente individual, transformando al texto en una pieza mecánica, diseñada y moldeada de manera artificial. Ya no existen más los renglones torcidos, las señas individuales ni la posibilidad de cometer errores, los cuales se corrigen de modo automático. Tampoco está el hecho de abrir el sobre y disfrutar del momento de revelar su contenido. La auténtica carta era una pieza irrepetible, escrita de un tirón con un estilo coloquial semejante al lenguaje hablado. Es decir, un lenguaje único capaz de transmitir pensamientos, sentimientos y actitudes, con la connotación íntima del tú a tú. Esta práctica extinta para las mayorías, quizás permanezca latente para un rescate reservado al uso exclusivo de unos pocos nostálgicos.

Recibir el correo era la expectativa de obtener una respuesta, un mensaje esperado.

Fuente de la información: www.carolinavasquezaraya.com

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Guatemala: Cada cosa en su lugar

Cada cosa en su lugar

Carolina Vásquez Araya

Es imprescindible saber distinguir la diferencia entre periodismo y propaganda.

El modo como la función informativa se ha ido transformando en un brazo estratégico del poder económico global ha ido evolucionando hasta hacerse parte del paisaje. Lo que en alguna época fue un ejercicio de riesgo, de confrontación y una herramienta útil para la sociedad, hoy parece haber tomado el partido opuesto al manipular y ocultar verdades que, de ser del dominio público, serían capaces de poner de cabeza a los más poderosos. Llama la atención, sin embargo, el cinismo con el que se pone de manifiesto el desprecio de las grandes cadenas informativas hacia las tragedias humanitarias que asolan al planeta, y cómo sus contenidos son aceptados como verdades absolutas.

Hacer un espectáculo de la desgracia ajena es, al parecer, una táctica capaz de aportar ventaja en términos de audiencia y, por consiguiente, un sustancioso incremento en la pauta publicitaria. Lo que Kapuscinski, el gran reportero polaco, consideraba la norma fundamental en el ejercicio periodístico: «Buscar la verdad entre la gente común, olvidarse de los elevados círculos del poder cuando es preciso encontrar respuestas. Describir los detalles, porque a veces en ellos se encuentra la clave de todo. Huir de la vanidad y de la sobre dimensión del ego como de la peste misma, porque ahí se comienza a perder la objetividad y el sentido de las cosas. Y viajar solo, para que la visión de alguien más no distorsione la percepción pura y directa del reportero.» hoy se considera una desventaja competitiva.

Kapuscinski viajó por el mundo y no en calidad de turista, en hoteles de alta gama. Caminó por las rutas casi olvidadas en donde se encontraba patente la miseria humana. Y nos relató sus hallazgos con el acento puesto -incondicionalmente- en la cercanía con los seres más humildes, los pueblos más necesitados. Sus profundos análisis podrían cubrir todo el contenido de un doctorado en ética y sus enseñanzas serían capaces de revertir el sentido mismo de una profesión que, de honorable, ha pasado en algunos casos a ser el equivalente mediático del sicariato.

Como fuerte opositor a todo tipo de conflicto armado –en su carrera vio muchos y, sobre todo, sus efectos- este periodista galardonado con el premio Príncipe de Asturias afirmó alguna vez que «la primera víctima de la guerra es la verdad». Al observar el panorama actual y poniendo cada cosa en su lugar, es importante señalar que el despliegue abrumador de espectáculos bélicos y su retórica deshumanizante, reflejan la tendencia de un periodismo diseñado para y por la hegemonía de los países más poderosos, garantizando así la sumisión y el debilitamiento progresivo de las naciones consideradas «dependientes».

Los auténticos profesionales del periodismo, quienes ven reducir su terreno por presiones de poderes fácticos, influencia de las grandes corporaciones, chantajes y amenazas de empresarios y políticos y, por sobre todo, de estamentos jurídicos estrechamente vinculados a organizaciones criminales y ejércitos corruptos, son perseguidos. Las presiones incesantes para acallar la verdad y ocultar crímenes de Estado no son cosa únicamente de países tercermundistas; lo vemos en las grandes cadenas internacionales, apañando decisiones espurias de las grandes potencias y convirtiendo sus agresiones en un ejemplo de virtudes democráticas. El periodismo, hoy, cruza por la mayor crisis de credibilidad en toda su historia.

Kapuscinski ejerció un modelo de periodismo que hoy se encuentra en vías de extinción.

Fuente de la Información: https://www.aporrea.org/actualidad/a316650.html

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Cada cosa en su lugar

Por: Vásquez Araya Carolina. 24/10/2022

Es imprescindible saber distinguir la diferencia entre periodismo y propaganda.

El modo como la función informativa se ha ido transformando en un brazo estratégico del poder económico global ha ido evolucionando hasta hacerse parte del paisaje. Lo que en alguna época fue un ejercicio de riesgo, de confrontación y una herramienta útil para la sociedad, hoy parece haber tomado el partido opuesto al manipular y ocultar verdades que, de ser del dominio público, serían capaces de poner de cabeza a los más poderosos. Llama la atención, sin embargo, el cinismo con el que se pone de manifiesto el desprecio de las grandes cadenas informativas hacia las tragedias humanitarias que asolan al planeta, y cómo sus contenidos son aceptados como verdades absolutas.

Hacer un espectáculo de la desgracia ajena es, al parecer, una táctica capaz de aportar ventaja en términos de audiencia y, por consiguiente, un sustancioso incremento en la pauta publicitaria. Lo que Kapuscinski, el gran reportero polaco, consideraba la norma fundamental en el ejercicio periodístico: “Buscar la verdad entre la gente común, olvidarse de los elevados círculos del poder cuando es preciso encontrar respuestas. Describir los detalles, porque a veces en ellos se encuentra la clave de todo. Huir de la vanidad y de la sobre dimensión del ego como de la peste misma, porque ahí se comienza a perder la objetividad y el sentido de las cosas. Y viajar solo, para que la visión de alguien más no distorsione la percepción pura y directa del reportero.” hoy se considera una desventaja competitiva.

Kapuscinski viajó por el mundo y no en calidad de turista, en hoteles de alta gama. Caminó por las rutas casi olvidadas en donde se encontraba patente la miseria humana. Y nos relató sus hallazgos con el acento puesto -incondicionalmente- en la cercanía con los seres más humildes, los pueblos más necesitados. Sus profundos análisis podrían cubrir todo el contenido de un doctorado en ética y sus enseñanzas serían capaces de revertir el sentido mismo de una profesión que, de honorable, ha pasado en algunos casos a ser el equivalente mediático del sicariato.

Como fuerte opositor a todo tipo de conflicto armado –en su carrera vio muchos y, sobre todo, sus efectos- este periodista galardonado con el premio Príncipe de Asturias afirmó alguna vez que “la primera víctima de la guerra es la verdad”. Al observar el panorama actual y poniendo cada cosa en su lugar, es importante señalar que el despliegue abrumador de espectáculos bélicos y su retórica deshumanizante, reflejan la tendencia de un periodismo diseñado para y por la hegemonía de los países más poderosos, garantizando así la sumisión y el debilitamiento progresivo de las naciones consideradas “dependientes”.

Los auténticos profesionales del periodismo, quienes ven reducir su terreno por presiones de poderes fácticos, influencia de las grandes corporaciones, chantajes y amenazas de empresarios y políticos y, por sobre todo, de estamentos jurídicos estrechamente vinculados a organizaciones criminales y ejércitos corruptos, son perseguidos. Las presiones incesantes para acallar la verdad y ocultar crímenes de Estado no son cosa únicamente de países tercermundistas; lo vemos en las grandes cadenas internacionales, apañando decisiones espurias de las grandes potencias y convirtiendo sus agresiones en un ejemplo de virtudes democráticas. El periodismo, hoy, cruza por la mayor crisis de credibilidad en toda su historia.

Kapuscinski ejerció un modelo de periodismo que hoy se encuentra en vías de extinción.

Fuente de la información: www.carolinavasquezaraya.com

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Guatemala: La estrategia del miedo

La estrategia del miedo

Carolina Vásquez Araya

El temor a lo desconocido es la columna sobre la cual se asientan los fanatismos.

Los enormes avances de la tecnología nos han traído cosas buenas y otras, no tanto. La dificultad para tener acceso a los detalles del funcionamiento y los entresijos de la informática y otras ciencias, han puesto una distancia insalvable entre los creadores y los usuarios de estas nuevas áreas del conocimiento. De un modo sutil, la información sobre los eventos que marcan el destino de millones de seres humanos se nos entrega en pequeñas dosis, convenientemente elaborada con el propósito de mantener el control sobre su impacto en la sociedad. Nos encontramos, por tanto, sujetos a un flujo de comunicación sobre el cual carecemos de certeza, pero diseñado para simular la verdad.

El periodismo, una profesión de servicio público cuya misión es dar a conocer información veraz y oportuna sobre los acontecimientos y decisiones que afectan a la sociedad, se ha transformado en otro campo de batalla entre los grandes núcleos de poder político y económico y los comunicadores éticos e independientes. Los medios de prensa, en general, están en manos de grandes grupos empresariales y su finalidad es incidir en la ruta política, manipulando la información a conveniencia de sus inversionistas. La verdad, por lo tanto, queda relegada por considerarse un elemento inconveniente dentro de la fórmula.

La persecución contra quienes investigan y revelan sucesos, decisiones y otros actos de interés cometidos al margen de la ley y que atentan contra el bien público, se ha convertido en uno de los frentes de guerra; estos frentes son sostenidos y alimentados por gobiernos y cúpulas de poder económico, con la finalidad de neutralizar todo acto de rebeldía popular. De este modo, se ha universalizado una especie de Guerra Fría de última generación desde donde se manipula, transforma y divulga información con una fuerte carga ideológica; una estrategia del miedo capaz de dividir y paralizar toda acción ciudadana tendente al cambio de sistema.

La estrategia del miedo ha sido, durante el transcurso de la Historia, una herramienta utilizada por toda cúpula de poder con el propósito de convencer a los pueblos de mantener una postura obediente, no deliberante, sumisa ante quienes marcan la ruta y dispuesta a defender ideales impuestos para proteger privilegios e intereses particulares. En esta guerra solapada, los medios de comunicación masiva constituyen el arma perfecta en ese afán por conseguir el objetivo de dominar el escenario. La lucha desigual, emprendida por algunos medios independientes y periodistas éticos, es una fuente de malestar para quienes deciden nuestro futuro y, por ello, las amenazas y obstáculos a los cuales se enfrentan estos profesionales han llegado al extremo de obligarlos a refugiarse en un exilio forzoso, ante el riesgo de perder la vida.

Cada día se amplía la distancia entre la misión de la prensa -como una actividad de servicio público para proporcionar a la ciudadanía una visión correcta y veraz de los acontecimientos de su interés- y lo que efectivamente se recibe desde las cadenas noticiosas y los medios aliados con el oficialismo. Esta ruptura con la misión de la función periodística tiene un impacto tal en las sociedades, al punto de convertir las guerras en un espectáculo, al hambre en un destino inevitable, a las migraciones humanas en una desgracia ajena. En otras palabras, nos han inmunizado contra la sensibilidad y la vergüenza.

La información pública es una herramienta de poder, en manos de otros.

Fuente de la Información: https://www.telesurtv.net/bloggers/La-estrategia-del-miedo-20221009-0001.html

 

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Guatemala: El día de los marginados…

El día de los marginados…

Carolina Vásquez Araya

A la niñez se le dedica un día al año, como gesto simbólico y oportunidad política.

En la mayoría de países, el Día del Niño se celebra en distinta fecha. La marcada como oficial corresponde a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, emitida por la ONU en 1954. Esta coincide con los aniversarios del Día Universal del Niño, la adopción de la Declaración Universal de los Derechos del Niño (1959) y la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño (1989). Todos ellos, documentos de la mayor trascendencia, firmados y ratificados por todos los países del mundo.

Pero ¿qué sucede con esos derechos en el escenario real? 4 millones de recién nacidos en el mundo mueren durante su primer mes de vida. 148 millones de menores de cinco años en las regiones en desarrollo -en donde se encuentra nuestro continente- tienen un peso insuficiente para su edad. 1.020 millones de seres humanos pasan hambre todos los días. 1.400 millones de personas carecen de acceso al agua potable, una situación que empeora cada día por el cambio climático y las migraciones forzadas.

Organizaciones creadas específicamente para observar y contribuir al mejoramiento de la situación de la niñez, coinciden en señalar cómo esta afecta a millones de niñas, niños y adolescentes, condenándolos a un escenario de pobreza extrema, violencia, explotación y abuso. Sumado a ello, los países tercermundistas consideran a la niñez y adolescencia un sub producto social, dada su condición de vulnerabilidad y por no poseer la menor incidencia en las decisiones políticas. Debido a ello, se encuentran sujetas a decisiones que no les favorecen y sufren la carga adicional de la marginación en el diseño y aplicación de políticas públicas.

Ante la devastación provocada por los fenómenos climáticos, los efectos de las guerras, la injusticia de las migraciones forzadas, la polarización de la riqueza y la corrupción de los gobiernos, las mayores víctimas se concentran entre la población infantil y juvenil. Para las potencias económicas y los centros mundiales de poder político y económico, estas masas de niñas y niños hambrientos y plagados de enfermedades evitables son bajas colaterales. Ante esta realidad, celebraciones como la señalada anteriormente no solo resultan de un simbolismo vacío, sino además son un recordatorio obligado de la absoluta falta de observancia de las Declaraciones dedicadas a proteger a quienes son su principal objetivo.

Uno de los más graves efectos del abandono en el cual se desarrollan las nuevas generaciones es el aumento sostenido de problemas de desnutrición, autoestima, crisis de identidad y depresión. Esto, que ya era parte de la situación de pobreza en la cual se encuentra la inmensa mayoría de niños, niñas y jóvenes, ha experimentado un fuerte incremento a partir de la pandemia. De acuerdo con el informe Estado Mundial de la Infancia 2021, elaborado por Unicef, «El suicidio es la cuarta causa principal de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años. Cada año, casi 46.000 niños de entre 10 y 19 años se quitan la vida: es decir, un niño cada 11 minutos.»

Los discursos demagógicos y gestos condescendientes de los líderes políticos en sus promesas de campaña constituyen, ante este crudo panorama de la infancia, un ejemplo de la aberrante pérdida de sentido de la realidad que les condiciona en cuanto acceden al poder. La obligación de la ciudadanía es insistir en el respeto por los derechos de este sector, tan importante como marginado. De él depende el futuro y esas no son palabras vacías.

Cuando un niño se quita la vida, algo muere también en cada uno de nosotros.

Fuente de la Información: https://www.aporrea.org/internacionales/a316070.html

 

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