Por: Guido Crino
Un estudio de la Subsecretaría de Prevención del Delito muestra que aumentaron en forma significativa las agresiones física y verbal a profesores en los colegios. Desgraciadamente, esta situación se repite con una frecuencia que nos debiera preocupar seriamente. Esta cultura de la impunidad, ya ni siquiera llama la atención.
Las agresiones a profesores no son hechos aislados. Son la culminación de un proceso de minimización de la autoridad pedagógica del docente cada vez más limitada por la legislación que paralelamente empodera al sujeto de la educación sin tener en cuenta el debido respeto a su condición de maestra o maestro. Nada tiene que ver con un proceso de privatización de la educación escolar, como afirmó públicamente el presidente del Colegio de Profesores.
La agresión a una maestra o maestro, cualesquiera sea la forma que revista, genera una conmoción que afecta a toda la escuela, la cual pierde credibilidad como institución, porque no ha cumplido con una condición elemental de funcionamiento -válida especialmente para una organización cuyos objetivos son promover valores, actitudes, la primacía del diálogo, la trascendencia de la razón, el desarrollo espiritual y la promoción humana-, como es el respeto irrestricto a los miembros que la integran.
Sin un reconocimiento de las y los profesores como autoridades incuestionablemente respetadas, jamás una institución escolar logrará imponer sus emprendimientos para mejorar la calidad de la educación. Aunque se haya logrado incrementar los recursos financieros, optimizar la infraestructura, disponer de un currículum reformado y de mayores recursos didácticos como bibliotecas, computadores, acceso gratis a internet; aunque se cuente con una carrera docente y un sistema público para asegurar la calidad de la educación -factores todos muy positivos y muy necesarios-, de poco servirán si las maestras y maestros no son respetados, e incluso son objeto de agresión física o psicológica, sin que hayan mayores consecuencias.
Este desconocimiento de la autoridad de los profesionales de la educación los desmerece como sujetos creíbles de gestionar la tarea educativa. No podrán cumplir con su misión de reconstrucción del conocimiento, socialización, reflexión intelectual, de internalización de valores y de encuentros dialógicos, porque están desmerecidos como autoridad. La escuela se transformará así en un territorio donde los conflictos se resolverán por medio de la violencia, si las soluciones no concuerdan con los deseos.
La convivencia y la valoración de la escuela se fracturará y dejará de ser la misma, y los efectos de la agresión no se subliman en la memoria de los alumnos y docentes. Por el contrario, algo cambia radicalmente en la percepción de los alumnos, y se produce una alteración en la cultura escolar. Los hechos estarán vivos y latentesen aquella comunidad educativa, después que hayan afectado a sus maestros y maestras, enrareciendo el clima organizacional y alterando gravemente la estructura comunitaria de laescuela.
Fuente: http://www.latercera.com/voces/autoridad-docente/