Filosofía para/en la vida

26 de julio de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org

Por: Jhon Izquierdo Martínez

Un nuevo paso, la redefinición de la cotidianidad de los invitados al discurso desde una lectura propia de las realidades es parte del carácter propio de la filosofía.

¿Qué tan bella puede llegar a ser la sabiduría? Lo pregunta una persona que, mirando a los ojos de la dificultad, comprendió que la asimilación de la belleza implica un gran esfuerzo: el de entregar una parte de sí al ocio de la contemplación, en otros términos, abandonarse al ejercicio de una lectura constante en realidades inmediatas y fugaces. Lo dice una sola persona sola ante la realidad, una supuesta orientadora de saberes arcaicos que se resiste a ver su saber desvirtuado, desvalorado. Ante tal cuestionamiento surge una pregunta: ¿Cómo transmitir el interés por tal lectura?

Como una locomotora cuyos carriles vemos pasar uno a uno frente a la estación, las preguntas se siguen ante la impotencia de la respuesta clara ¿debemos transmitirla? ¿Queremos transmitirla? ¿Podemos hacerlo? ¿Por qué hacerlo? A todas ellas podemos dar un valor pueril desde la oscuridad que impera frente al discurso, ya porque las discusiones no han sido suficientes, ya porque las mismas han quedado relegadas a un segundo, y hasta tercer plano los espacios para tal reflexión ¿a qué debemos tal fenómeno?

Es aquí donde la discusión sobre la llamada utilidad de la filosofía entra a jugar como titular. Al no reconocer su valor crítico (o al no querer evidenciarlo), su lugar como lectora soterrada de las realidades, como develadora[1] de principios y conceptos, y así mismo, denigrar su valor concreto, comparándola con la practicidad de la demás ciencias,  se le puede colocar en el anaquel de los recuerdos como una molesta compañera que se remite únicamente a forzar y, así mismo, a ejercitar nuestro intelecto desde el desacreditado ejercicio de la lectura. Esta limitación implícita en su misma definición superficial, hecha desde la misma academia, ha desvirtuado el valor de su ser primordial: la pregunta.

Es así como la pregunta en sí puede dar luces sobre lo que se consideró desde el principio como belleza. Y es que la capacidad que tiene la filosofía de reflexionarse a sí misma y a su práctica puede enamorar a quien se preocupe por las posibilidades del develamiento y su cercanía a la verdad. Pensarse la filosofía es una oportunidad para amarla.

La claridad se nos presenta en el camino de la reflexión (y en forma de pregunta): ¿podemos amar más a quien se nos muestra humilde, despojado de todo obstáculo o a quien echa mano de la apariencia para formarse una imagen con intensión de perfección pero carente de contenido? La comprensión de la intensión crítica de la filosofía nos lleva a darnos cuenta de nuestro papel como orientadores y se descubre en ella la necesidad de leer a quien recibe la filosofía desde un primer momento como un aprendiz del filosofar más no de la filosofía como dogma, como organizadora de pensamientos atemporales, sin espacio, sin lugar en la concreción de nuestras dinámicas actuales.

Un paso más hemos dado en la resolución de la pregunta que interroga por el bello camino del filosofar y nos topamos con una interpelación crucial ¿cómo preparamos al joven para el hecho mismo del filosofar? ¿Cómo ponemos en él o ella la inquietud que implica el filosofar?

Ese, quien recibe por primera vez la filosofía, se encuentra con el miedo natural que implica sentirse indefenso ante el esfuerzo que implica el filosofar, peor aún si se enfrenta a conceptos pétreos y sin lugar en su realidad.

Al pensar en lo anterior, por los pasillos de la academia se reflexiona sobre un concepto tan vacío como amplio, a saber, la motivación, mas ¿en dónde encontrar la piedra angular de su realización? El juego, el uso de las nuevas tecnologías, la apropiación de las dinámicas mentales de los jóvenes como excusa para la implementación de actividades o hasta la alteración de la estructura básica de la clase, se nos han presentado como posibles respuestas ante tal cuestionamiento, pero ¿hasta dónde se puede evidenciar la efectividad de tales estrategias cuando de lo que nos interesa hablar más del fondo que de la forma?[2] Y me refiero a esta relación ya que, como se enunció previamente, la actitud soterrada de la filosofía se interesa inicialmente en la pertinencia de las bases que sustentan el discurso más que en la apariencia del mismo. En tal caso, la filosofía impele a una revisión exhaustiva de los aspectos epistemológicos que sustentan las ciencias, las realidades y así, de la cotidianidad.

Un nuevo paso, la redefinición de la cotidianidad de los invitados al discurso desde una lectura propia de las realidades es parte del carácter propio de la filosofía. ¿Redefinición?

Sin lugar a dudas la actitud crítica de la filosofía[3] pide urgentemente una actualización constante de cada contenido y con ello exige repensar la realidad como posibilidad de comprensión y asimilación. “Como señala Alejandro Cerletti: “Lo filosófico” radica en la posibilidad de revisar los supuestos que presentan como obvio cierto estado de cosas y las preguntas que son propias de ese estado de cosas naturalizado”[4]. Este repensar implica poner en duda, cuestionar y, como hemos visto hasta el momento, comprometerse con la preminencia de la pregunta sobre la respuesta. Es así que la dificultad nos da el regalo de la apertura, de la conexión con el infinito, de la belleza.

El pensamiento inicia su camino a la liberación desde su reflexión sobre sí y pone en duda los presupuestos teóricos que definen la realidad como una oportunidad para impulsar la reconstrucción, la constante reorganización de los estatutos dogmáticos que nos limitan desde una actitud determinante, limitante.

Naturalmente se criticarán mis palabras desde la urgencia de institucionalidad pues, en tal imaginario, es solo a partir de la determinación que se puede mantener el orden, pero ¿no es acaso esta imperante concepción de la educación la que ha minado la capacidad productiva y propositiva de los estudiantes hasta el límite de propiciar la renegación y la deserción del modelo?

Es nuestro papel como coordinadoras el estimular al pensamiento libre y al mismo tiempo responsable de sus actos, en donde se tenga como premisa principal la continua construcción de realidades, su desmitificación y la implementación de muevas formas de comprensión que estimulen el desarrollo y el avance del conocimiento. Una actitud como esta, nacida de la propia reflexión y realidad de los iniciados en la filosofía, no puede más que propiciar un nuevo orden en donde el autocuidado, la responsabilidad, el cuidado del Otro, sirvan como regulador de las acciones, de las decisiones, de las relaciones, siempre en consonancia con el valor del respeto.

Es así que se precisa andar en busca de fundamentar la unión entre estudiantes-filósofos-realidades, propiciando la continua reflexión sobre los contenidos de los argumentos que, tanto uno como otro, instauren como posibilidad de verdad. Así mismo pretende recuperar el valor de la filosofía en el contexto académico como posibilitadora de cambios a partir de la constante discusión y crítica. Finalmente redefinir el hecho mismo del filosofar desde la admiración que produce la develación y la belleza que acarrea esto, desde el amor a la sabiduría.

[1] Se toma este concepto directamente de su traducción del latín develāre ‘descubrir’, ‘levantar el velo’. Ver: Diccionario de la lengua española, http://dle.rae.es/?id=DbTjbwX

[2] A pesar de la importancia de este cuestionamiento para la academia, no me concentraré en su resolución ya que se podría desvirtuar el verdadero objetivo del presente escrito.

[3] Cita tomada en: Filosofía y pensamiento crítico”. Juan Diego Ortiz Acosta Depto. de Filosofía CUCSH. Citado en: http://sincronia.cucsh.udg.mx/pdf/2013_a/ortiz_64_2013.pdf

[4] Roberto Miguel Azar, Ibid. Pag. 194. 

Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/filosofia-paraen-la-vida

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