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Una Ética para la madre tierra

Por:  Leonardo Boff. 

Hoy es un hecho científicamente reconocido que los cambios climáticos, cuya expresión mayor es el calentamiento global, son de naturaleza antropogénica, con un grado de seguridad del 95%. Es decir, tienen su génesis en un tipo de comportamiento humano violento con la naturaleza.

Este comportamiento no está en sintonía con los ciclos y ritmos de la naturaleza. El ser humano no se adapta a la naturaleza sino que la obliga a adaptarse a él y a sus intereses. El mayor interés, dominante desde hace siglos, se concentra en la acumulación de riqueza y de beneficios para la vida humana a partir de la explotación sistemática de los bienes y servicios naturales, y de muchos pueblos, especialmente, de los indígenas.

Los países que hegemonizan este proceso no han dado la debida importancia a los límites del sistema-Tierra. Continúan sometiendo a la naturaleza y la Tierra a una verdadera guerra, a pesar de que saben que serán vencidos.

La forma como la Madre Tierra demuestra la presión sobre sus límites intraspasables es mediante los eventos extremos (prolongadas sequías por un lado y crecidas devastadoras por otro; nevadas sin precedentes por una parte y oleadas de calor insoportables por otra).

Ante tales eventos, la Tierra ha pasado a ser el claro objeto de la preocupación humana.

Las numerosas COPs (Conferencia de las Partes), organizadas por la ONU nunca llegaban a una convergencia. Solamente en la COP21 de París, realizada del 30 de noviembre al 13 de diciembre de 2015 se llegó por primera vez a un consenso mínimo, asumido por todos: evitar que el calentamiento supere los 2 grados Celsius.

Lamentablemente esta decisión no es vinculante. Quien quiera puede seguirla, pero no existe obligatoriedad, como lo mostró el Congreso norteamericano que vetó las medidas ecológicas del presidente Obama. Ahora el presidente Donald Trump las niega rotundamente como algo sin sentido y engañoso.

Va quedando cada vez más claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la naturaleza y con nuestra Casa Común no eran ni son adecuadas, más bien son destructivas.

Citando al Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015): «Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos… estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo» (n. 53).

Necesitamos, urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra, que le devuelva la vitalidad vulnerada a fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que siempre nos ha regalado. Será una ética del cuidado, de respeto a sus ritmos y de responsabilidad colectiva.

Pero no basta una ética de la Tierra. Es necesario acompañarla de una espiritualidad.

Ésta hunde sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión con la Casa Común, como por otra parte viene expresado al final de la encíclica del obispo de Roma, Francisco.

El conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo escrito en 1943, Carta al General “X” afirma con gran énfasis: «No hay sino un problema, sólo uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es todavía más alta que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano» (Macondo Libri 2015, p. 31).

En otro texto, escrito en 1936 cuando era corresponsal de Paris Soir durante la guerra de España, que lleva como título Es preciso dar un sentido a la vida, retoma la vida del espíritu. En él afirma: «el ser humano no se realiza sino junto con otros seres humanos en el amor y en la amistad. Sin embargo los seres humanos no se unen sólo aproximándose unos a otros, sino fundiéndose en la misma divinidad. En un mundo hecho desierto, tenemos sed de encontrar compañeros con los cuales con-dividir el pan» (Macondo Libri p.20).

Al final de la Carta al General “X” concluye: «¡Cómo tenemos necesidad de un Dios!» (op. cit. p. 36).

Efectivamente, sólo la vida del espíritu da plenitud al ser humano. Es un bello sinónimo de espiritualidad, frecuentemente identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario y antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra profundidad esencial.

Sabemos cuidar la vida del cuerpo, hoy una verdadera cultura con tantas academias de gimnasia. Los psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la psique, para llevar una vida con relativo equilibrio, sin neurosis ni depresiones.

Pero en nuestra cultura olvidamos prácticamente cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible y agradecida.

Una ética de la Tierra no se sustenta ella sola por mucho tiempo sin ese supplément d’ame que es la vida del espíritu. Ella hace que nos sintamos parte de la Madre Tierra a quien debemos amar y cuidar.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/04/29/una-etica-para-la-madre-tierra-2/#.WVBzrWjhDIU

Fotografía: Cubadebate

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La tolerancia necesaria y urgente

Leonardo Boff

Hoy en el mundo y también en Brasil impera mucha intolerancia frente a algunos partidos como el PT o los de base socialista y comunista. Intolerancia severa, a veces criminal, que algunas iglesias neo-pentecostales alimentan y propagan contra las religiones afro-brasileras, satanizándolas e incluso invadiendo y damnificando los «terreiros» (los lugares destinados al culto, considerados obviamente sagrados), como ocurrió en Bahia hace algunos años. Hay intolerancia que lleva a crímenes especialmente contra el grupo LGBT. Víctima de intolerancia es también el Papa Francisco, atacado y calumniado hasta con carteles pegados en los muros de Roma, porque se muestra misericordioso y acoge a todos, especialmente a los más marginalizados, cosa que los conservadores no están acostumbrados a ver en las figuras tradicionales de los papas.

El cristianismo de los orígenes, de la Tradición de Jesús histórico –contrariamente a la intolerancia de la Inquisición y de una visión meramente doctrinaria de la fe– era extremadamente tolerante. Jesús enseñó que debemos tolerar que la cizaña crezca junto con el trigo. Solo en la cosecha se hará la separación. San Pedro, ya apóstol, seguía las costumbres judías: no podía entrar en casa de paganos ni comer ciertos alimentos, pues eso lo haría impuro. Pero, al ser convidado por un oficial romano de nombre Cornelio, acabó visitándolo y constató su profunda piedad y su cuidado por los pobres. Entonces concluyó: “Dios me mostró que ningún hombre debe ser considerado profano e impuro; ahora reconozco verdaderamente que en Dios no hay discriminación de personas, le agrada quien en cualquier nación reverencia a Dios y practica la justicia” (Hechos 10,28-35).

De ese relato se deduce que el diálogo y el encuentro entre las personas que buscan una orientación religiosa, como en el caso del oficial romano, invalidan el prejuicio y el tabú de cohibir algún contacto con el diferente.

Del hecho resulta también que Dios es encontrado infaliblemente allí donde “en cualquier nación haya reverencia ante lo Sagrado y se practique la justicia”, poco importa su pertenencia religiosa.

Además Jesús enseñó que la adoración a Dios va más allá de los templos, porque “los verdaderos adoradores han de adorar al Padre en espíritu y en verdad. Estos son los que el Padre desea” (Jn 4,23). Existe, por lo tanto, la religión del Espíritu, es decir, todos los que viven valores no materiales y son fieles a la verdad están seguramente en el camino que conduce a Dios. Cada uno, en su cultura y tradición, vive a su manera la vida espiritual y se orienta por la verdad. Este merece ser respetado y positivamente tolerado.

Sospecho que no hay mayor tolerancia que esta actitud de Jesús, abandonada a lo largo de la historia por la Iglesia-poder institucional (parte de la Iglesia-pueblo-de-Dios) que discriminó a judíos, paganos, herejes y a tantos que llevó a la hoguera de la Inquisición.

En Brasil tenemos el caso clamoroso del padre Gabriel Malagrida (1689-1761) que misionó el norte de Brasil pero por razones políticas fue muerto por la Inquisición en Lisboa por “garrote, y después de muerto, sea su cuerpo quemado y reducido a polvo y ceniza, para que de él y de su sepultura no haya memoria alguna”.

Este es un ejemplo de completa intolerancia, hoy actualizada por el Estado Islámico (EI) que degüella a quien no se convierte al islam fundamentalista practicado por él.

En fin, ¿qué es la tolerancia tan violada hoy?

Hay, fundamentalmente, dos tipos de tolerancia, una pasiva y otra activa.

La tolerancia pasiva representa la actitud de quien permite la coexistencia con el otro no porque lo desee y vea algún valor en eso, sino porque no lo puede evitar. Los diferentes se hacen entonces indiferentes entre sí.

La tolerancia activa es la actitud de quien convive positivamente con el otro porque le respeta y consigue ver sus riquezas, que sin el diferente jamás vería. Entrevé la posibilidad de compartir y hacerse compañero y así se enriquece en contacto y en la convivencia con el otro.

Hay un hecho innegable: nadie es igual a otro, todos tenemos algo que nos diferencia. Por eso existe la biodiversidad, los millones de formas de vida.

Lo mismo y más profundamente vale para el nivel humano. Aquí las diferencias muestran la riqueza de la única y misma humanidad. Podemos ser humanos de muchas formas. El ser humano debe ser tolerante como toda la realidad lo es. La intolerancia será siempre un desvío y una patología y así debe ser considerada. Produce efectos destructivos por no acoger las diferencias.

La tolerancia es fundamentalmente la virtud que subyace a la democracia. Esta sólo funciona cuando hay tolerancia con las diferencias partidarias, ideológicas u otras, todas ellas reconocidas como tales. Junto con la tolerancia está la voluntad de buscar convergencias a través del debate y de la disposición al compromiso que constituye la forma civilizada y pacífica de resolver conflictos y oposiciones. Este es un ideal a ser buscado todavía.

Fuente del articulo: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=819

Fuente de la imagen: http://www.elpais.cr/wp-content/uploads/2017/02/INTOLERANCIA.jpg

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Una ética para la Madre Tierra

Por: Leonardo Boff

Hoy es un hecho científicamente reconocido que los cambios climáticos, cuya expresión mayor es el calentamiento global, son de naturaleza antropogénica, con un grado de seguridad del 95%. Es decir, tienen su génesis en un tipo de comportamiento humano violento con la naturaleza.

Este comportamiento no está en sintonía con los ciclos y ritmos de la naturaleza. El ser humano no se adapta a la naturaleza sino que la obliga a adaptarse a él y a sus intereses. El mayor interés, dominante desde hace siglos, se concentra en la acumulación de riqueza y de beneficios para la vida humana a partir de la explotación sistemática de los bienes y servicios naturales, y de muchos pueblos, especialmente, de los indígenas.

Los países que hegemonizan este proceso no han dado la debida importancia a los límites del sistema-Tierra. Continúan sometiendo a la naturaleza y la Tierra a una verdadera guerra, a pesar de que saben que serán vencidos.

La forma como la Madre Tierra demuestra la presión sobre sus límites intraspasables es mediante los eventos extremos (prolongadas sequías por un lado y crecidas devastadoras por otro; nevadas sin precedentes por una parte y oleadas de calor insoportables por otra).

Ante tales eventos, la Tierra ha pasado a ser el claro objeto de la preocupación humana.

Las numerosas COPs (Conferencia de las Partes), organizadas por la ONU nunca llegaban a una convergencia. Solamente en la COP21 de París, realizada del 30 de noviembre al 13 de diciembre de 2015 se llegó por primera vez a un consenso mínimo, asumido por todos: evitar que el calentamiento supere los 2 grados Celsius.

Lamentablemente esta decisión no es vinculante. Quien quiera puede seguirla, pero no existe obligatoriedad, como lo mostró el Congreso norteamericano que vetó las medidas ecológicas del presidente Obama. Ahora el presidente Donald Trump las niega rotundamente como algo sin sentido y engañoso.

Va quedando cada vez más claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la naturaleza y con nuestra Casa Común no eran ni son adecuadas, más bien son destructivas.

Citando al Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015): «Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos… estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo» (n. 53).

Necesitamos, urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra, que le devuelva la vitalidad vulnerada a fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que siempre nos ha regalado. Será una ética del cuidado, de respeto a sus ritmos y de responsabilidad colectiva.

Pero no basta una ética de la Tierra. Es necesario acompañarla de una espiritualidad.

Ésta hunde sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión con la Casa Común, como por otra parte viene expresado al final de la encíclica del obispo de Roma, Francisco.

El conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo escrito en 1943, Carta al General “X” afirma con gran énfasis: «No hay sino un problema, sólo uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es todavía más alta que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano» (Macondo Libri 2015, p. 31).

En otro texto, escrito en 1936 cuando era corresponsal de Paris Soir durante la guerra de España, que lleva como título Es preciso dar un sentido a la vida, retoma la vida del espíritu. En él afirma: «el ser humano no se realiza sino junto con otros seres humanos en el amor y en la amistad. Sin embargo los seres humanos no se unen sólo aproximándose unos a otros, sino fundiéndose en la misma divinidad. En un mundo hecho desierto, tenemos sed de encontrar compañeros con los cuales con-dividir el pan» (Macondo Libri p.20).

Al final de la Carta al General “X” concluye: «¡Cómo tenemos necesidad de un Dios!» (op. cit. p. 36).

Efectivamente, sólo la vida del espíritu da plenitud al ser humano. Es un bello sinónimo de espiritualidad, frecuentemente identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario y antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra profundidad esencial.

Sabemos cuidar la vida del cuerpo, hoy una verdadera cultura con tantas academias de gimnasia. Los psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la psique, para llevar una vida con relativo equilibrio, sin neurosis ni depresiones.

Pero en nuestra cultura olvidamos prácticamente cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible y agradecida.

Una ética de la Tierra no se sustenta ella sola por mucho tiempo sin ese supplément d’ame que es la vida del espíritu. Ella hace que nos sintamos parte de la Madre Tierra a quien debemos amar y cuidar.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/04/29/una-etica-para-la-madre-tierra-2/#.WQVosLjau01

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Una ética para la Madre Tierra

Por: Leonardo Boff

Hoy es un hecho científicamente reconocido que los cambios climáticos, cuya expresión mayor es el calentamiento global, son de naturaleza antropogénica, con un grado de seguridad del 95%. Es decir, tienen su génesis en un tipo de comportamiento humano violento con la naturaleza.

Este comportamiento no está en sintonía con los ciclos y ritmos de la naturaleza. El ser humano no se adapta a la naturaleza sino que la obliga a adaptarse a él y a sus intereses. El mayor interés, dominante desde hace siglos, se concentra en la acumulación de riqueza y de beneficios para la vida humana a partir de la explotación sistemática de los bienes y servicios naturales, y de muchos pueblos, especialmente, de los indígenas.

Los países que hegemonizan este proceso no han dado la debida importancia a los límites del sistema-Tierra. Continúan sometiendo a la naturaleza y la Tierra a una verdadera guerra, a pesar de que saben que serán vencidos.

La forma como la Madre Tierra demuestra la presión sobre sus límites intraspasables es mediante los eventos extremos (prolongadas sequías por un lado y crecidas devastadoras por otro; nevadas sin precedentes por una parte y oleadas de calor insoportables por otra).

Ante tales eventos, la Tierra ha pasado a ser el claro objeto de la preocupación humana. Las numerosas COPs (Conferencia de las Partes), organizadas por la ONU nunca llegaban a una convergencia. Solamente en la COP21 de París, realizada del 30 de noviembre al 13 de diciembre de 2015 se llegó por primera vez a un consenso mínimo, asumido por todos: evitar que el calentamiento supere los 2 grados Celsius. Lamentablemente esta decisión no es vinculante. Quien quiera puede seguirla, pero no existe obligatoriedad, como lo mostró el Congreso norteamericano que vetó las medidas ecológicas del presidente Obama. Ahora el presidente Donald Trump las niega rotundamente como algo sin sentido y engañoso.

Va quedando cada vez más claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la naturaleza y con nuestra Casa Común no eran ni son adecuadas, más bien son destructivas.

Citando al Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015): «Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos… estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo» (n. 53).

Necesitamos, urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra, que le devuelva la vitalidad vulnerada a fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que siempre nos ha regalado. Será una ética del cuidado, de respeto a sus ritmos y de responsabilidad colectiva.

Pero no basta una ética de la Tierra. Es necesario acompañarla de una espiritualidad. Ésta hunde sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión con la Casa Común, como por otra parte viene expresado al final de la encíclica del obispo de Roma, Francisco.

El conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo escrito en 1943, Carta al General “X” afirma con gran énfasis: «No hay sino un problema, sólo uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es todavía más alta que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano» (Macondo Libri 2015, p. 31).

En otro texto, escrito en 1936 cuando era corresponsal de Paris Soir durante la guerra de España, que lleva como título Es preciso dar un sentido a la vida, retoma la vida del espíritu. En él afirma: «el ser humano no se realiza sino junto con otros seres humanos en el amor y en la amistad. Sin embargo los seres humanos no se unen sólo aproximándose unos a otros, sino fundiéndose en la misma divinidad. En un mundo hecho desierto, tenemos sed de encontrar compañeros con los cuales con-dividir el pan» (Macondo Libri p.20). Al final de la Carta al General “X” concluye: «¡Cómo tenemos necesidad de un Dios!» (op. cit. p. 36).

Efectivamente, sólo la vida del espíritu da plenitud al ser humano. Es un bello sinónimo de espiritualidad, frecuentemente identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario y antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra profundidad esencial.

Sabemos cuidar la vida del cuerpo, hoy una verdadera cultura con tantas academias de gimnasia. Los psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la psique, para llevar una vida con relativo equilibrio, sin neurosis ni depresiones.

Pero en nuestra cultura olvidamos prácticamente cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible y agradecida.

Una ética de la Tierra no se sustenta ella sola por mucho tiempo sin ese supplément d’ame que es la vida del espíritu. Ella hace que nos sintamos parte de la Madre Tierra a quien debemos amar y cuidar.

*Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=823

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La humanidad amenazada por guerras altamente destructivas

Por Leonardo Boff

Nosotros en Brasil conocemos una gran violencia social, con un número de asesinatos de los más altos del mundo. No gozamos de paz pues hay mucha rabia, odio, discriminación y perversa desigualdad social.

Sin embargo estamos al margen de los grandes conflictos bélicos que se están llevando a cabo en 40 sitios del mundo, algunos verdaderamente amenazadores para el futuro de la especie humana. Estamos en plena nueva guerra fría entre USA, China y Rusia. Se ha reiniciado una nueva carrera armamentística, sea en Rusia, sea en Estados Unidos con Trump, para producir armas nucleares todavía más potentes, como si las ya existentes no pudiesen destruir toda la vida del planeta.

Lo más grave es que la potencia hegemónica, Estados Unidos, se ha transformado en un estado terrorista, haciendo una guerra despiadada a todo tipo de terrorismo, exteriormente invadiendo países de Oriente Medio e interiormente cazando inmigrantes ilegales y deteniendo a sospechosos sin respetar los derechos fundamentales, como consecuencia del “Acto patriótico” impuesto por Bush Jr que suspendió el habeas corpus, acto no abolido por Obama, como había prometido.

Francisco, el obispo de Roma, al volver de Polonia dijo en el avión el 12 de julio de 2016: «hay guerra de intereses, hay guerra por dinero, hay guerra por recursos naturales, hay guerra por el dominio de los pueblos: esta es la guerra. Alguien podría pensar: está hablando de guerra de religiones. No. Todas las religiones quieren la paz. Las guerras las quieren otros. Capito?» Es una crítica directa al actual orden mundial, de acumulación ilimitada que implica una guerra contra la Tierra y la explotación de los pueblos más débiles. Todos hablan de libertad, pero sin justicia social mundial. Irónicamente se podría decir: es la libertad de las zorras libres en un gallinero de gallinas libres.

Comentaristas de la situación mundial poco mencionados en nuestra prensa hablan del peligro real de una guerra nuclear ya sea entre Rusia y Estados Unidos o entre China y Estados Unidos.

Trump, al decir del intelectual francés Bernard-Henri Lévy (O Globo 5/3/216) «es una catástrofe para Estados Unidos y para el mundo. Y también una amenaza». De Putin, en el mismo periódico, afirma: «es una amenaza explícita. Sabemos que quiere desestabilizar a Europa, acentuar la crisis de las democracias, y que apoya y financia a todos los partidos de extrema derecha. Sabemos también que en todos los lugares en que se traba una batalla entre la barbarie y la civilización, como en Siria y en Ucrania, está del lado equivocado. Ahí está una verdadera y gran amenaza».

Según Moniz Sodré en su grandioso libro El desorden mundial, Putin quiere vengarse de la humillación que Occidente y Estados Unidos infligieron a su país al final de la guerra fría. Alimenta pretensiones claramente expansionistas, no en el sentido de recuperar la antigua URSS sino los límites de la Rusia histórica. El riesgo de una confrontación nuclear con Occidente no está excluido.

Estamos perdiendo la conciencia de los llamamientos de los grandes nombres del siglo pasado, como el de Bertrand Russel y Albert Einstein del 10 de julio de 1955 y unos días después, el 15 de julio de 1955, secundado por 18 premios Nobel, entre los cuales Otto Hahn y Werner Heisenberg, afirmando: «vemos con horror que este tipo de ciencia atómica ha puesto en las manos de la humanidad el instrumento de su propia destrucción». Lo mismo afirmaron varios premios Nobel durante la Rio-92.

Si en aquel momento la situación se presentaba grave, hoy es dramática. Pues además de las armas nucleares, hay disponibles armas químicas y biológicas que también pueden diezmar la especie humana.

Algunos analistas de los conflictos mundiales suponen que el próximo paso del terrorismo ya no sería con bombas y hombres-bomba sino con armas químicas y biológicas, algunas tomadas de la reserva bélica dejada por Gadafi.

En la raíz de este sistema de violencia está el paradigma occidental de voluntad de potencia, es decir, una forma de organizar la sociedad y la relación con la naturaleza basada en la fuerza, la violencia y el sometimiento. Ese paradigma privilegia la competencia a costa de la solidaridad. En vez de hacer de los ciudadanos socios, los hace rivales.

A ese paradigma del puño cerrado se impone la mano extendida como una alianza para salvaguardar la vida; ante el poder-dominación debe prevalecer el cuidado, que pertenece a la esencia del ser humano y de todo lo viviente. O damos este paso o presenciaremos escenarios dramáticos, fruto de la irracionalidad y de la prepotencia de los jefes de Estado y de sus halcones.

Fuente: http://www.barometrointernacional.com.ve/2017/03/14/la-humanidad-amenazada-guerras-altamente-destructivas/

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Educación ecocentrada

Leonardo Boff

Hay dos puertas de entrada a la educación y la socialización de la vida humana: la familia y la escuela. De la familia heredamos o no el sentido de la acogida y de la autoconfianza (de la madre), y el sentido de los límites y la percepción de valores éticos (del padre). La escuela, además de transmitir informaciones, se propone el objetivo de crear las condiciones para la formación de personas autónomas, con competencia para plasmar el propio destino y para aprender a convivir como ciudadanos participativos. En esta perspectiva, la educación se centraba en el ser humano y en la sociedad.

Ese propósito correcto es hoy insuficiente. Desde que irrumpió el paradigma ecológico, nos hemos concientizado del hecho de que todos somos ecodependientes. No podemos vivir sin el medio ambiente -con sus ecosistemas- que incluido el ser humano forman el medio ambiente entero. Somos un eslabón de la comunidad biótica. La humanidad no está frente a la naturaleza, ni por encima de ella, como su dueña, sino dentro de ella, como parte integrante y esencial. Participamos de una comunidad de intereses con los demás seres vivos, que comparten con nosotros la biosfera. El interés básico común es mantener las condiciones para la continuidad de la vida y de la propia Tierra, considerada como un superorganismo vivo, Gaia.

El hecho nuevo, hasta hace poco ausente de la conciencia colectiva de la gran mayoría y también de los científicos, es que todo el sistema de vida corre peligro. Es consecuencia de la civilización productivista/consumista/materialista que ha predominado en los últimos siglos, hoy globalizada. Ella hizo que la Tierra perdiese su frágil equilibrio y su capacidad de autorregeneración. Tenemos que impedir que Gaia entre en un proceso de caos, buscando a través de él un nuevo equilibrio, pero a costa de grandes sacrificios ecológicos, como la desaparición de millares de especies, cataclismos, sequías, inundaciones, inseguridad alimentaria de vastas proporciones y, eventualmente, de la desaparición de un número incalculable de seres humanos.

A partir de ahora, la educación debe incluir inaplazablemente las cuatro grandes tendencias de la ecología: la ambiental, la social, la mental y la integral o profunda (aquella que discute nuestro lugar en la naturaleza y nuestra inserción en todo el entramado de las energías cósmicas). Entre los educadores ambientales se impone cada vez más esta perspectiva: educar para el arte de vivir en armonía con la naturaleza, y proponerse repartir equitativamente con los demás seres los recursos de la cultura y del desarrollo sostenible.

Necesitamos estar conscientes de que no se trata solamente de introducir correcciones al sistema que creó la actual crisis ecológica, sino de educar para su transformación. Esto implica superar la visión reduccionista y mecanicista imperante todavía y asumir la cultura de la complejidad. Esta nos permite ver las interrelaciones del mundo vivo y las ecodependencias del ser humano. Tal verificación exige tratar las cuestiones ambientales de forma global e integrada.

De este tipo de educación se deriva la dimensión ética de responsabilidad y de cuidado por el futuro común de la Tierra y de la humanidad. Nos hace descubrir al ser humano como el cuidador del jardín del Edén que es nuestra Casa Común, y el guardián de todos los seres. La democracia, además de ser «sin fin», como lo quiere con razón Boaventura de Souza Santos, será también una democracia «socioecológica». Junto a la ciudadanía (que viene de ciudad) estará la florestanía (que viene de floresta), ensayada por el gobierno petista (PT) en el Estado de Acre, Brasil. Ser humano y naturaleza se pertenecen mutuamente, y, juntos, deben construir un camino de convivencia no destructiva.

Fuente del articulo: http://espiritualidadypolitica.blogspot.com/2008/04/educacin-ecocentrada-por-leonardo-boff.html

Fuente de la imagen:

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Trump viola la primera virtud de la sociedad mundial

Por Leonardo Boff

Estados Unidos se ha distinguido siempre por ser un país extremamente hospitalario, pues, con excepción de los pueblos originarios, los indígenas, prácticamente toda la población está compuesta por inmigrantes. Es lo mismo que Brasil adonde vinieron representantes de 60 pueblos diferentes.

El espíritu democrático y el respeto a las diferencias religiosas están consignados en la constitución. Ahora surge un presidente, Donald Trump, que rompe una larga tradición norteamericana: el respeto a las diferencias religiosas, rechazando a la población musulmana, especialmente a la venida de Siria, y la tradicional hospitalidad a todo o tipo de gente que acudía y acude a ese país.

El filósofo Immanuel Kant (+1804) en su último escrito “La paz perpetua” proponía la república mundial (Weltrepublik) basada fundamentalmente en dos principios: la hospitalidad y el respeto a los derechos humanos.

Para él la hospitalidad (usa la expresión latina “die Hospitalität”) es la primera virtud de esta república mundial, porque «todos los humanos están sobre la Tierra y todos, sin excepción, tienen derecho a estar en ella y visitar sus lugares y pueblos; la Tierra pertenece comunitariamente a todos». La hospitalidad es un derecho y un deber de todos.

El segundo principio lo constituyen los derechos humanos que Kant considera «la niña de los ojos de Dios» o «lo más sagrado que Dios puso en la Tierra». Respetarlos hace nacer una comunidad de paz y de seguridad que pone un fin definitivo «a la infame beligerancia».

Pues bien, esta hospitalidad está siendo negada en Europa a miles de refugiados, que escapan de las guerras apoyadas por los occidentales. Esta misma hospitalidad es explicita y conscientemente rechazada por Donald Trump para miles e incluso millones de extranjeros y trabajadores ilegales.

En este contexto vale recordar uno de los mitos más bellos de la cultura griega, la hospitalidad ofrecida por un matrimonio anciano – Filemón y Baucis – a dos divinidades: Júpiter, el dios supremo y su acompañante el dios Hermes.

Cuenta el mito que Júpiter y Hermes se disfrazaron de andariegos miserables para probar cuánta hospitalidad quedaba en la Tierra. En los lugares por los que pasaban eran rechazados por todos.

Pero un atardecer, muertos de hambre y de cansancio, fueron calurosamente acogidos por esta pareja de viejitos que les lavaron los pies, les ofrecieron comida y su cama para dormir. Tales gestos de hospitalidad conmovieron a los dioses.

Cuando se estaban preparando para reposar, quitándose sus harapos, decidieron revelar su verdadera naturaleza divina. En un abrir y cerrar de ojos transformaron la mísera choza en un espléndido templo. Espantados, los buenos viejitos se postraron hasta el suelo en reverencia.

Las divinidades les dijeron que hiciesen una petición que sería prontamente atendida. Como si lo hubiesen acordado previamente, Filemón y Baucis dijeron que querían continuar en el templo recibiendo a los peregrinos y que al final de la vida, los dos, después de tan largo amor, pudiesen morir juntos.

Y fueron atendidos. Un día, cuando estaban sentados en el atrio, esperando a los peregrinos, de repente Filemon vio que el cuerpo de Baucis se revestía de follaje florecido y que el cuerpo de Filemón también se cubría de hojas verdes.

Apenas pudieron decirse adiós uno a otro. Filemón fue transformado en un enorme carvallo y Baucis en un frondoso tilo. Las copas y las ramas se entrelazaron en lo alto. Y así abrazados quedaron unidos para siempre. Los viejos de aquella región, hoy en el norte de Turquía, repiten siempre la lección: quien hospeda a forasteros, hospeda a Dios.

La hospitalidad es un test para ver cuánto humanismo, compasión y solidaridad existen en una sociedad. Detrás de cada refugiado para Europa y de cada inmigrante para USA hay un océano de sufrimiento y de angustia y también de esperanza de días mejores. El rechazo es particularmente humillante, pues les da la impresión de que no valen nada, de que ni siquiera son considerados humanos.

Los refugiados van a Europa porque los europeos estuvieron antes durante dos siglos en sus países, asumiendo el poder, imponiéndoles costumbres diferentes y explotando sus riquezas. Ahora que están tan necesitados, son simplemente rechazados.

Vale la pena rescatar el valor y la urgencia de la hospitalidad, presente como algo sagrado en todas las culturas humanas. Tenemos que reinventarnos como seres hospitalarios para estar a la altura de los millones de refugiados e inmigrantes en el mundo entero.

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=817

Imagen en archivo de OVE

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