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Covid-19: de nada sirve sólo limar los dientes al lobo

Por: Leonardo Boff

Con referencia a la Covid-19 se ha centrado todo en el virus y en lo que tiene que ver con él, hasta la vacuna buscada desenfrenadamente. Todo esto tiene su valor y debe ser hecho, pero no con una visión reduccionista, como la que prevalece. Se considera al virus en sí, aislado, fuera de cualquier contexto. Esto no existe ni en la ciencia ni en el nuevo paradigma, cuya afirmación esencial es que todo está relacionado con todo y nada existe fuera de la relación, ni el coronavirus. Son poquísimos los analistas y epidemiólogos que se refieren a la naturaleza. Y sin embargo, usando las palabras del físico cuántico y uno de los más respetados ecologistas de mundo, Fritjof Capra:

«La pandemia es la respuesta biológica del planeta: el coronavirus debe ser visto como una respuesta biológica de Gaia, nuestro planeta vivo, a la emergencia social y ecológica que la humanidad ha creado para sí misma. La pandemia surgió de un desequilibrio ecológico y tiene consecuencias dramáticas debido a las desigualdades sociales y económicas; la justicia social se vuelve una cuestión de vida o muerte durante una pandemia como la de la Covid-19; ella sólo puede ser superada por medio de acciones colectivas y cooperativas» (FSP 12/8/2020).

Vamos a decirlo directamente con nuestras palabras: la Covid-19 es consecuencia del tipo de sociedad que hemos creado en los últimos siglos y que ha adquirido hegemonía mundial bajo el nombre de sistema de producción capitalista con su versión política, el neoliberalismo y la cultura del capital. La obsesión de este sistema (en China lo llaman, erróneamente, «socialismo al modo chino», pero en realidad se trata de un capitalismo feroz y dictatorial de Estado) es colocar el lucro por encima de todo, de la vida, de la naturaleza, de cualquier otra consideración. Su ideal es un crecimiento ilimitado de bienes materiales en la suposición de que existen bienes y servicios también ilimitados de la Tierra. El Papa, en su encíclica “sobre el cuidado de la Casa Común”, a esta suposición la llama “mentira” (nº 106): un planeta finito no puede soportar un proyecto de crecimiento infinito.

Para alcanzar este objetivo falso y mentiroso, este sistema avanza sobre la naturaleza, la deforesta, contamina suelos y aires, devasta ecosistemas enteros para expandir el agro-negocio, extraer riquezas naturales, disponer de más proteínas animales, más granos como la soja y el maíz y aumentar así el lucro personal o corporativo.

Esta agresión sistemática ha recibido una represalia de la Tierra-Gaia: el surgimiento del calentamiento global, los eventos extremos y principalmente una gama diversificada de virus mortales. Estos virus estaban tranquilos en la naturaleza, en un animal o en los árboles. La guerra contra la naturaleza destruyó su hábitat. Para sobrevivir, estos virus pasaron a otros animales o directamente a los humanos.

Ellos están poniendo de rodillas al sistema de acumulación infinita y especialmente a la máquina asesina que aquel creó con armas químicas, biológicas y nucleares, que no sirven para atacar al virus. Este es mínimo, casi invisible, del tamaño de 125 nanómetros.

En resumen: El virus viene de la naturaleza (es discutible si viene pasando por el murciélago, el mamífero pangolín o la rata de bambú, poco importa, todos son seres de la naturaleza). Este es el verdadero contexto de la Covid-19: el sistema de producción capitalista mundial y chino, del que pocos hablan, y mucho menos las redes sociales y de televisión que siguen las 24 horas del día el desarrollo de la tragedia humanitaria que está destruyendo miles de vidas.

Si conseguimos una vacuna que anule sus efectos malignos y elimine el coronavirus, ¿estaremos seguros haber eliminado el virus mayor, a saber, el sistema, productor de la devastación de la naturaleza y, en consecuencia, de la liberación de más virus? Ésta es una cuestión central, para que no volvamos simplemente «a lo que había antes», horrible para la gran mayoría de la población y para el equilibrio de la Tierra.

Estamos a punto de sobrepasar las nueve fronteras planetarias, sin las cuales la vida no se perpetuará en el planeta. Cuatro de ellas han sido superadas: el abuso del suelo, el cambio climático, la destrucción de la biodiversidad y la alteración del nitrógeno. Si sobrepasamos las otras (solidificación de los océanos, cambio en el uso del agua, degradación de la capa de ozono, calentamiento global y contaminación química), el sistema de vida se colapsará y con él nuestra civilización.

Añado un dato que hay que tomar muy en cuenta: el día 22 de agosto de 2020 ocurrió la Sobrecarga de la Tierra (Earth Overshoot Day) . Esto significa que la despensa de la Tierra donde están guardados todos los insumos renovables para la reproducción de la vida, ha quedado vacía por este año. Tendremos menos suelos fértiles, menos cosechas, menos climas adecuados, menos agua, menos nutrientes, menos aire puro, más suelos con fertilizantes etc. Debido a la cultura capitalista de «consumo sin límite», hemos consumido ya un planeta entero y un poco más de la mitad de otro que no existe (1,6). La Tierra está como un cheque sin fondos y todas las señales se han cerrado en rojo. Como no queremos reducir el consumo (para muchos, suntuoso) sino hacerlo crecer aún más (consumismo), arrancamos a la fuerza lo que la Tierra ya no tiene. La consecuencia es que más personas se enriquecerán con la escasez, una gran parte de la población pasará hambre, no tendrá acceso a lo mínimo de la vida. La Tierra no permanece indiferente, siente el golpe y se defiende, enviándonos tifones, tormentas, tsunamis y sus armas: la gama de virus letales.

La Covid-19 es la respuesta de la Tierra viva, una señal que ella nos está dando; por eso, esta vez, ha atacado a todo el planeta y no sólo a partes de él como antes el ébola, el SARS y otros. Tenemos que leer la Covid-19 con una de las últimas señales que nos envía la Madre Tierra. Ella nos dice:

«O decides dejar de sobreexplotarme violentamente, o puedo enviaros más virus, incluso el que más temen tus biólogos, el “grandón”, ese virus terrible e inexpugnable frente a cualquier vacuna u otro medio; te diezmará como especie humana. Considero tal gesto, que me hace sufrir mucho, como un justo castigo que mereces por haber librado durante siglos, ininterrumpidamente, una guerra contra la vida de la naturaleza y nunca haberme amado y cuidado a mí, tu Madre, que siempre te dio en abundancia todo lo que necesitabas para vivir.

No sirve de nada que limes los dientes al lobo, que es el sistema devastador que habéis creado; no pierde la ferocidad de su naturaleza y continuará su obra de muerte, lo que vosotros mismos habéis llamado antropoceno y necroceno. Tenéis que hacer, como dijo mi enviado y profeta el Papa Francisco, “una conversión ecológica radical”: tomar de mí lo que necesitas y no más, hacer que todos tengan lo suficiente y decente para vivir con un mínimo de dignidad y darme tiempo para autorregenerarme y poder continuar como Madre para alimentarte y que sobre aún para tus descendientes.

Para eso hay que reducir el consumo, reutilizar lo que ya se ha usado, reciclar lo que ya no te sirve, porque puede ser útil para otra cosa, y sobre todo reforestar todo el planeta, porque mis queridos hijos, los árboles, son los que secuestran el carbono que has lanzado a la atmósfera y por la fotosíntesis producen el oxígeno para respirar, mantienen siempre el agua en el suelo, un bien vital, común e insustituible y no una mercancía, y establecer entre vosotros relaciones de cooperación y no de competencia, de empatía y no de insensibilidad, y superar las profundas desigualdades sociales que habéis creado en el afán de acumular en pocas personas y dejar a vuestros hermanos y hermanas pasando hambre y con todo tipo de necesidades hasta morir antes de tiempo.

Así vosotros y yo habremos renovado el contrato natural que rompisteis, un contrato de cuidado mutuo y colaboración, y juntos podremos hacer una trayectoria feliz, bajo la luz bendita del gran hijo, el Sol. Cread juicio y sabiduría, porque sin eso engrosaréis el cortejo hacia la tumba que vosotros mismos habéis cavado para vosotros.

Recordad que no sólo existe el capital natural y material que habéis explotado hasta casi agotarlo; existe principalmente el capital humano-espiritual, hecho de amor incondicional, solidaridad, compasión y apertura a los demás sin discriminación, y apertura a todas las cosas hasta al Infinito de los mil nombres, Dios que creó todo con amor, que no odia a ningún ser que haya creado y es el apasionado amante de la vida. Abríos a Él para ser más humanos, sensibles, cuidadores de la naturaleza y de mí misma y saborearéis un mayor significado para vuestras vidas. Haciendo esto, tendremos un destino común bienaventurado y un mundo abierto para un futuro mejor».

O bien escuchamos estas advertencias de la Madre Tierra y la naturaleza de la que formamos parte, y creamos la base de una civilización centrada no en el beneficio sino en la vida ―una biocivilización― y una ECOnomía que se alinea con la ECOlogía o, si no, preparémonos para lo peor.

Se dice que los seres humanos aprenden de la historia que no aprenden nada de la historia pero que aprenden todo del sufrimiento. Todos estamos sufriendo bajo el aislamiento social y el distanciamiento de los grupos. Que este sufrimiento no sea en vano. Que no sea el sufrimiento de un moribundo, sino el sufrimiento del parto de una Tierra, amada y cuidada como una Madre buena y generosa, que es de hecho la única Casa Común que tenemos, en la que todos pueden y deben caber, la naturaleza incluida.

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=100

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Indignación contra la estulticia de ciertos grupos de la población brasilera

Por: Leonardo Boff

Cuatro sombras oscuras se abaten sobre un país solar que nunca pudieron ser disipadas por nuestra conciencia e inconsciencia colectivas:

La sombra del genocidio de los pueblos originarios, los primeros dueños de estas tierras. De seis millones que eran, quedaron solamente un millón, la mayoría por no poder soportar el trabajo esclavo o por las enfermedades de los invasores contra las cuales no tenían ni tienen hoy inmunidad.

La sombra de la colonización que ha saqueado nuestras tierras y nuestras selvas y nos ha hecho dependientes siempre de alguien de fuera, impidió forjar nuestro propio destino.

La sombra de la esclavitud, nuestra mayor vergüenza nacional, por haber convertido a la gente traída de África en esclavos y carbón para ser consumidos en los ingenios azucareros. Nunca vistos como personas e hijos e hijas de Dios sino como “piezas” para ser compradas y vendidas, construyeron casi todo en este país. Y hoy en día, considerados perezosos y con frecuencia encarcelados, constituyen más de la mitad de nuestra población, arrojados a las periferias. Soportan el odio y el desprecio que antes se imponía a sus hermanos y hermanas de la Senzala y que ahora se les transfiere con violencia, como lo demuestra el sociólogo Jessé Souza (A elite do atraso: da escravidão à Lava Jato, 2007, p.67), hasta que pierden su sentido de dignidad.

La sombra de las élites atrasadas que siempre han ocupado el estado frágil, usándolo para su beneficio. Nunca forjaron un proyecto de nación que incluyera a todos, sino, con las artes perversas de reconciliación entre los ricos, un proyecto solo para ellos. No bastaba con despreciar a los marginados, sino que había que molerlos a palos por si se levantaban, como ocurrió varias veces en su heroica historia de resistencia y rebelión.

Cuando un superviviente de esta tribulación, a través de caminos de piedras y abismos, se convirtió en presidente e hizo algo para sus hermanos y hermanas, pronto crearon las condiciones perversas para destruir su liderazgo, excluirlo de la vida pública, y finalmente bajarlos del poder a él y a su sucesora. Esta sombra ha adquirido los contornos de una “tormenta procelosa y nocturna sombra” (Camões), bajo el actual gobierno que no ama la vida, pero exalta la tortura, alaba a los dictadores, predica el odio y deja al pueblo a su suerte, atacado letalmente por un virus, contra el que no tiene ningún plan de rescate e, inhumano, se muestra incapaz de cualquier gesto de solidaridad.

Estas sombras, por ser una expresión de deshumanización, anidaron en el alma de los brasileños y rara vez pudieron conocer la luz. Ahora se han creado las condiciones ideológicas y políticas para ser lanzadas al aire como las lavas de un volcán, hechas de ofensa, de violencia social generalizada, de discriminación, ira y odio de grandes porciones de la población. Sería injusto culparlas a ellas. Las élites del atraso se han internalizado en sus mentes y corazones para hacerlas sentirse culpables de su destino y así acabar haciendo suyo el proyecto de aquellas, que, en realidad, va en su contra. Lo peor que puede suceder es que el oprimido internalice al opresor con un engañoso proyecto de bienestar, que le será negado siempre.

Sérgio Buarque de Holanda en su conocido libro Las raíces de Brasil (1936) difundió una expresión, malinterpretada en beneficio de los poderosos, de que el brasileño es “un ser cordial” por la llaneza de su trato. Pero tenía un ojo observador y crítico como para añadir a continuación que “sería un error suponer que esta virtud de la cordialidad puede significar buenas maneras y civismo” (p. 106-107), pues “la enemistad puede ser tan cordial como la amistad, ya que ambas nacen del corazón” (p. 107, nota 157).

En el momento actual, lo “cordial del incivismo” brasilero irrumpe del corazón, mostrando su perversa forma de ofensa, calumnia, palabras gruesas, noticias falsas, mentiras directas, ataques violentos a los negros, los pobres, los quilombolas, los indígenas, las mujeres, a los políticos de oposición LGBT, hechos enemigos y no adversarios. Ha estallado, violenta, una política oficial, ultraconservadora, intolerante, de connotaciones fascistoides. Los medios de comunicación social sirven de arma para todo tipo de ataques, desinformación y mentiras que muestran espíritus vengativos, mezquinos e incluso malvados. Todo esto forma parte de la otra cara de la “cordialidad” brasilera, hoy en día expuesta a la luz del sol y a la abominación mundial.

El ejemplo viene del propio gobierno y de sus seguidores fanáticos. De un presidente se esperarían virtudes cívicas, y el testimonio personal de valores humanos que uno quisiera ver realizados en sus ciudadanos. Por el contrario, su discurso está lleno de odio, desprecio, mentiras y vulgaridad en la comunicación. Es tan inculto y estrecho de miras que ataca lo que es más preciado para una civilización, que es su cultura, su saber, su ciencia, su educación, las habilidades de su pueblo y el cuidado de su salud y de la riqueza ecológica nacional.

Nunca en los últimos cincuenta años se ha apoderado de ningún país una barbarie tan grande como en Brasil, acercándolo al nazismo alemán e italiano. Estamos expuestos a la irrisión mundial, convertidos en un país paria, negador de lo que es el consenso entre los pueblos. La degradación ha llegado al punto en que, el jefe de estado, realiza el humillante rito de vasallaje y sumisión, al presidente más extraño y “estúpido” (P. Krugman) de toda la historia norteamericana.

Nuestra democracia ha sido siempre de baja intensidad. Hoy en día se ha convertido en una farsa, porque no se respeta la constitución, se pisotean las leyes y las instituciones sólo funcionan cuando los intereses de las empresas están amenazados. La propia justicia se hace cómplice ante las clamorosas injusticias sociales y ecológicas, como la expulsión de 450 familias que ocupaban una hacienda abandonada, transformándola en un gran productor de alimentos orgánicos; saca a la fuerza a los niños aferrados a sus cuadernos y destroza sus escuelas; tolera la deforestación y las quemas del Pantanal y de la selva amazónica y el riesgo de genocidio de naciones indígenas enteras, indefensas ante la Covid-19.

Es humillante ver que las más altas autoridades no tienen el valor patriótico de dirigir, dentro del marco legal, la remoción o el impeachment de un presidente que muestra signos inequívocos de incapacidad política, ética y psicológica para presidir una nación de las proporciones de Brasil. Se puede hacer amenazas directas de cerrar el más alto tribunal, hacer declaraciones de volver al régimen de excepción con la represión estatal que ello implica, y no pasa nada, por razones arcanas.

La oposición, duramente difamada y vigilada, no consiguen crear un frente común para oponerse a la insensatez del poder actual.

No se debe culpar al pueblo de la degradación de las relaciones sociales, especialmente entre la gente sencilla, sino a las clases oligárquicas atrasadas que han logrado internalizar en él sus prejuicios y su visión oscurantista del mundo. Estas clases nunca han permitido que arraigase aquí un capitalismo civilizado, lo mantienen como uno de los más salvajes del mundo, ya que cuenta con el apoyo de los poderes estatales, legales, mediáticos y policiales para derribar cualquier oposición organizada. La “racionalidad económica” se revela descaradamente irracional debido a los efectos perversos sobre los más desvalidos y sobre las políticas sociales dirigidas a los que más sufren socialmente.

Este es un texto indignado. Hay momentos en que el intelectual se obliga, por razones de la ética y la dignidad de su oficio, a dejar el lugar del saber académico y venir a la plaza a expresar su ira sagrada. Para todo hay límites soportables. Aquí superamos todo lo que es soportable, sensato, humano y mínimamente racional. Es la barbarie instituida como política de Estado, envenenando las mentes y los corazones de muchos con odios y rechazos, que lleva a la frustración y a la depresión de millones de compatriotas, en un contexto de los más atroces, que nos ha arrebatado por el virus invisible a más de cien mil seres queridos. Guardar silencio sería rendirse a la razón cínica que, insensible, es testigo del desastre nacional. Se puede perder todo menos la dignidad del rechazo, de la acusación y de la rebeldía cordial e intelectual

Fuente:  http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=100

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El principio de autodestrucción y el combate contra la COVID–19

Desde que se lanzaron dos bombas atómicas primarias en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, la humanidad ha creado para sí una pesadilla de la que no ha podido liberarse. Por el contrario, se ha transformado en una realidad que amenaza la vida sobre este planeta y la destrucción de gran parte del sistema–vida. Se han creado armas nucleares mucho más destructivas, químicas y biológicas que pueden acabar con nuestra civilización y afectan profundamente a la Tierra viva.

Aún peor, hemos diseñado la inteligencia artificial autónoma. Con su algoritmo, que combina miles de millones de informaciones recogidas en todos los países, puede tomar decisiones sin que nosotros lo sepamos. Eventualmente, puede, en una combinación enloquecida, penetrar en los arsenales de armas nucleares o en otros de igual o mayor poder letal y lanzar una guerra total de destrucción de todo lo que existe, incluso de sí misma. Es el principio de autodestrucción. Es decir, está en manos del ser humano poner fin a la vida visible que conocemos (ella es sólo el 5%, el 95% son vidas microscópicas invisibles).

Debemos enseñorearnos de la muerte. Ella puede ocurrir en cualquier momento. Se ha creado ya una expresión para nombrar esta fase nueva de la historia humana, una verdadera era geológica: el “antropoceno”, es decir, el ser humano como la gran amenaza al sistema–vida y al sistema–Tierra. El ser humano es el gran satán de la Tierra, que puede diezmar, como un anticristo, a sí mismo y a los otros, a sus semejantes, y liquidar los fundamentos que sostienen la vida.

La intensidad del proceso letal es tan grande que ya se habla de la era del “necroceno”, es decir, la era de la producción en masa de la muerte. Ya estamos dentro de la sexta extinción masiva. Ahora se ha acelerado irrevocablemente, dada la voluntad de dominación de la naturaleza y de sus mecanismos de agresión directa a la vida y a Gaia, la Tierra viva, en función de un crecimiento ilimitado, de una acumulación absurda de bienes materiales hasta el punto de crear la sobrecarga de la Tierra.

En otras palabras, hemos llegado a un punto en el que la Tierra no consigue reponer los bienes y servicios naturales que le fueron extraídos y comienza a mostrar un proceso avanzado de degeneración a través de tsunamis, tifones, descongelación delos casquetes polares y del permafrost, sequías prolongadas, tormentas de nieve aterradoras y la aparición de bacterias y virus difíciles de controlar. Algunos de ellos como el coronavirus actual pueden llevar a la muerte a millones de personas.

Tales eventos son reacciones y puede que sean represalias de la Tierra ante la guerra que realizamos contra ella en todos los frentes. Esa muerte en masa ocurre en la naturaleza, millares de especies vivas desaparecen definitivamente cada año, y en las sociedades humanas, donde millones pasan hambre sed y toda suerte de enfermedades mortales.

Crece cada vez más la percepción general de que la situación de la humanidad no es sostenible. De continuar con esta lógica perversa se va a construir un camino que lleva a nuestra propia sepultura. Demos un ejemplo: en Brasil vivimos bajo la dictadura de la economía ultra neoliberal, con una política de extrema derecha, violenta y cruel para las grandes mayorías pobres.

Perplejos, hemos visto las maldades que se han hecho, anulando los derechos de los trabajadores e internacionalizando riquezas nacionales que sostienen nuestra soberanía como pueblo.

Los que en 2016 dieron en Brasil un golpe contra la Presidenta Dilma Rousseff aceptaron la recolonización del país, convertido ahora en vasallo del poder dominante, Estados Unidos, condenado a ser sólo un exportador de commodities y un aliado menor y subordinado del proyecto imperial.

Lo que se está haciendo en Europa contra los refugiados, rechazando su presencia en Italia e Inglaterra y peor aún en Hungría y la muy católica Polonia, alcanza niveles de inhumanidad de gran crueldad. Las medidas del Presidente de Estados Unidos, Trump, arrancando a los hijos de sus padres inmigrantes y colocándolos en jaulas, denotan barbarie y ausencia de todo sentido humanitario.

Ya se ha dicho: “ningún ser humano es una isla… no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti, por mí, por toda la humanidad”. Si grandes son las tinieblas que abaten nuestros espíritus, aún mayores son nuestras ansias de luz. No dejemos que la demencia antes mencionada tenga la última palabra.

La palabra mayor y última que grita en nosotros y nos une a toda la humanidad es de solidaridad y compasión por las víctimas, es por paz y sensatez en las relaciones entre los pueblos. Las tragedias nos dan la dimensión de la inhumanidad de la que somos capaces, pero también dejan surgir lo verdaderamente humano que habita en nosotros, más allá de las diferencias de etnia, ideología y religión. Lo humano en nosotros hace que nos cuidemos juntos, nos solidaricemos juntos, lloremos juntos, nos enjuguemos las lágrimas juntos, recemos juntos, busquemos juntos la justicia social mundial, construyamos juntos la paz y renunciemos juntos a la venganza y a todo tipo de violencia y guerra.

La sabiduría de los pueblos y la voz de nuestros corazones lo confirman: no es un estado convertido en terrorista, como Estados Unidos bajo el presidente estadounidense Bush, el que vencerá el terrorismo. Ni el odio a los inmigrantes latinos, difundido por Trump, el que traerá la paz. El diálogo incansable, la negociación abierta y el trato justo eliminan las bases de cualquier terrorismo y fundan la paz. Las tragedias que nos golpearon en lo más hondo de nuestros corazones, particularmente la pandemia viral que ha afectado a todo el planeta, nos invita a repensar los fundamentos de la convivencia humana en la nueva fase planetaria, y cómo cuidar la Casa Común, la Tierra, como pide el Papa Francisco en su encíclica sobre ecología integral “sobre el cuidado de la Casa Común” (2015).

El tiempo apremia. Y esta vez no hay un plan B que pueda salvarnos. Tenemos que salvarnos todos, pues formamos una comunidad de destino Tierra–Humanidad. Para eso necesitamos abolir la palabra “enemigo”. El miedo crea al enemigo. Exorcizamos miedo cuando hacemos del distante un próximo y del próximo, un hermano y una hermana. Alejamos el miedo y al enemigo cuando comenzamos a dialogar, a conocernos, a aceptarnos, a respetarnos, a amarnos, en una palabra, a cuidarnos.

Cuidar nuestras formas de convivir en paz, solidaridad y justicia; cuidar nuestro medio ambiente para que sea un ambiente completo, sin destruir los hábitats de los virus que provienen de animales o de los arborovirus que se sitúan en los bosques, un ambiente en el que sea posible el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser; cuidar de nuestra querida y generosa Madre Tierra.

Si nos cuidamos como hermanos y hermanas, las causas del miedo desaparecen. Nadie necesita amenazar a nadie. Podemos caminar de noche por nuestras calles sin miedo a ser asaltados y robados. Este cuidado solo será efectivo si viene acompañado de la justicia necesaria para satisfacer las necesidades de los más vulnerables, si el Estado está presente con medidas sanitarias (lo importante que fue el SUS frente a la COVID–19), con escuelas, con seguridad y con espacios de convivencia, cultura y ocio.

Sólo así disfrutaremos de una paz posible de ser alcanzada cuando hay un mínimo de buena voluntad general y un sentido de solidaridad y benevolencia en las relaciones humanas. Ese es el deseo inquebrantable de la mayoría de los humanos. Esta es la lección que la intrusión de la Covid-19 en nosotros nos está dando y que tenemos que incorporar en nuestros hábitos en los tiempos pos-coronavirus.

Fuente: https://www.cronicadigital.cl/2020/07/22/por-leonardo-boff-el-principio-de-autodestruccion-y-el-combate-contra-la-covid-19/

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«Bolsonaro no cuida, ni ama, la vida de su pueblo»

Por:  Leonardo Boff

«La falta de políticas gubernamentales por parte del actual Presidente (de Brasil) para atacar la Covid-19 muestra algo más que falta de empatía y de solidaridad con los más de cien mil muertos»

«Como nunca antes en la historia, el destino común nos invita a buscar un nuevo comienzo… Esto requiere un cambio de la mente y del corazón. Requiere un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal… Todavía tenemos mucho que aprender de todos los que participan en la búsqueda de la verdad y la sabiduría»

Vivimos en una época particularmente anémica de espíritu. La falta de políticas gubernamentales por parte del actual Presidente para atacar la Covid-19 muestra algo más que falta de empatía y de solidaridad con los más de cien mil muertos. Muestra, lo que es más grave, falta de espíritu. Parece que el presidente vive aún en el estadio pre-humano de los primates. No cuida ni ama la vida, la vida de su pueblo.

Hay que añadir además que la cultura del capital que se basa en el consumo ahogó el espíritu en la materialidad opaca. Y sin espíritu perdemos lo que hay de mejor en nosotros: la comunicación libre, la cooperación solidaria, la compasión amorosa, el amor sensible y la sensibilidad cordial por el otro lado de todas las cosas, de donde nos vienen mensajes de belleza, de grandeza, de admiración, de respeto, de veneración y de trascendencia.

En una de las más importantes fiestas de la tradición cristiana, Pentecostés, los cristianos celebran la irrupción del Espíritu sobre los atemorizados seguidores de Jesús. Los transformó en valientes mensajeros de su mensaje liberador, alcanzándonos hasta el día de hoy. En este momento trágico en que se ahoga el espíritu, que es lo mismo que el asesinato de la vida, abandonada a causa de un virus, que el actual Presidente negacionista considera como una simple gripe, cabe una reflexión sobre el espíritu con minúscula y sobre el Espíritu con mayúscula.

El espíritu: primero en el universo después en nosotros

Somos singularmente portadores de gran energía. Es el espíritu en nosotros. El espíritu, en la perspectiva de la nueva cosmología (la ciencia que estudia el surgimiento del universo, su expansión y evolución, hacia donde se dirige, cuál es su sentido y nuestro lugar dentro de este proceso), es tan ancestral como el cosmos. Espíritu es la capacidad que los seres, incluso los más originarios, como los hadrones, los topquarks, los protones y los átomos, tienen de relacionarse, intercambiar informaciones y de crear redes de inter-retro-conexiones, responsables de la unidad compleja del todo. Es propio del espíritu crear unidades cada vez más altas y elegantes.

La Tierra agotada, se defiende

La Tierra agotada, se defiende

El espíritu, en primer lugar, está en el mundo, sólo después está en nosotros. Entre el espíritu de un árbol y el de nosotros la diferencia no es de principio. Ambos son portadores de espíritu. La diferencia radica en el modo de realización. En nosotros, los seres humanos, el espíritu aparece como autoconciencia y libertad. En el árbol, por su vitalidad y relaciones con el suelo, con los rayos solares, las energías de la Tierra y del cosmos, él se siente, se relaciona, se nutre y nutre la propia naturaleza secuestrando CO2 y dándonos oxígeno, sin el cual no vivimos.

El espíritu humano es ese momento de la conciencia en que ella se siente parte de un todo mayor, capta la totalidad y la unidad y se da cuenta de que un hilo une y reúne todas las cosas, haciendo que sean un cosmos y no un caos. Por relacionarse con el Todo, el espíritu en nosotros nos hace ser un proyecto infinito, una apertura total a los demás, al mundo y a Dios.

La vida, la conciencia y el espíritu pertenecen por lo tanto al cuadro general de las cosas, al universo, más concretamente, a nuestra galaxia, la Vía Láctea, al sistema solar y al planeta Tierra, el lugar donde vivimos. Para que surgieran fue necesario un ajuste refinadísimo de todos los elementos, especialmente de las llamadas constantes de la naturaleza (la velocidad de la luz, las cuatro energías fundamentales, la carga del electrón, la radiación atómica, la curvatura del espacio-tiempo, entre otras). De no haber sido así, no estaríamos aquí escribiendo sobre ello.

Refiero sólo un dato tomado del clásico libro del astrofísico y matemático Stephen Hawking, Una Breve Historia del Tiempo (2005): «Si la carga eléctrica del electrón hubiera sido ligeramente diferente, habría roto el equilibrio de la fuerza gravitatoria y electromagnética de las estrellas, y o habrían sido incapaces de quemar el hidrógeno y el helio o habrían explotado. De una u otra forma la vida no habría podido existir» (p.117). La vida pertenece al cuadro general de todas las cosas y es vida poseída por el espíritu.

El principio antrópico débil y fuerte

Para facilitar la comprensión de esta refinada combinación de factores, se acuñó el término «principio antrópico» (que tiene que ver con el hombre). Por él se trata de responder a esta pregunta que se plantea naturalmente: ¿por qué las cosas son como son? La respuesta sólo puede ser: porque si hubieran sido diferentes, nosotros no estaríamos aquí. Respondiendo así ¿no caeríamos en el famoso antropocentrismo que afirma que todas las cosas sólo tienen sentido cuando se ordenan al ser humano, considerado el centro de todo, el rey y la reina del universo?

Labrando la tierra

Labrando la tierra

Hay ese riesgo. Por eso los cosmólogos distinguen el principio antrópico fuerte y el débil. El fuerte dice: las condiciones iniciales y las constantes cosmológicas se organizaron de tal manera que en cualquier momento dado de la evolución, la vida y la inteligencia debían surgir necesariamente. Esta comprensión favorecería la centralidad del ser humano. El principio antrópico débil es más cauteloso y afirma: las precondiciones iniciales y cosmológicas fueron articuladas de tal manera que la vida y la inteligencia podrían surgir. Esta formulación deja abierto el camino de la evolución, que se rige cada vez más por el principio de indeterminación de Heisenberg y por la autopoiesis de Maturana-Varela.

Pero mirando hacia atrás, a los miles de millones de años transcurridos, constatamos que en realidad ocurrió así: hace 3.800 millones años surgió la vida y hace unos cuatro millones de años, la inteligencia. En esto no hay una defensa del «diseño inteligente» o de la mano de la Divina Providencia. Sólo que el universo no es absurdo. Viene cargado de propósito. Hay una flecha del tiempo que apunta hacia adelante. Como dijo el astrofísico y cosmólogo Freeman Dyson: «Parece que el universo de alguna manera sabía que algún día íbamos a llegar», y preparaba todo para que pudiéramos ser acogidos y hacer nuestro camino de ascensión en el proceso evolutivo (Breuer, Das anthropologische Prinzip). Curiosamente, cuando en el proceso evolutivo aparecieron las flores (antes era todo verde), en ese momento surgió nuestro antepasado. Parece que el universo y Dios le prepararon una cuna de flores para resaltar la alta calidad de este ser que estaba iniciando su jornada por los siglos hasta llegar a nosotros.

El universo autoconsciente y portador de espíritu

El gran matemático y físico cuántico Amit Goswami, que viene mucho a Brasil, apoya la tesis de que el universo es autoconsciente (El universo autoconsciente, 2002). En el ser humano se encuentra una manifestación singular, por la cual el propio universo, a través de nosotros, se ve a sí mismo, contempla su majestuosa grandeza y alcanza cierta culminación.

Cabe también considerar que el cosmos está en génesis y autoconstruyéndose. Cada ser muestra una propensión a irrumpir, crecer y brillar. El ser humano también. Apareció en escena cuando ya estaba el 99,96% de todo lo demás. Él es expresión del impulso cósmico hacia formas más complejas y altas de existencia.

Algunos lanzan la siguiente idea: ¿pero no será todo pura casualidad? El azar no se puede excluir, como lo muestra Jacques Monod en su libro El azar y la necesidad, que le valió el Premio Nóbel de biología. Pero el azar o el acaso no lo explica todo. Los bioquímicos han demostrado que para que los aminoácidos y las dos mil enzimas subyacentes a la vida pudieran aproximarse, constituir una cadena ordenada y formar una célula viva serían necesarios billones y billones de años. Más tiempo, por lo tanto, que el que tienen el universo y la Tierra. Tal vez el recurso al azar podría mostrar nuestra ignorancia. Es mejor decir que no sabemos.

En este sentido, la visión de Pierre Teilhard de Chardin del universo, según la cual este se vuelve cada vez más complejo y así permite la aparición de la conciencia y la percepción de un punto Omega de la evolución hacia el que nos estamos dirigiendo, tal vez sea la más apropiada para expresar la dinámica misma del universo.

Mindfulness: atención plena

Mindfulness: atención plena

¿No sería aconsejable callar, reverentes y respetuosos, ante el misterio de la existencia y el sentido del universo?

Después de estas reflexiones ya estamos preparados para poder abordar la dimensión teológica del espíritu como Espíritu Creador.

El Espíritu Creador y la cosmogénesis

Y por excelencia. Está presente en la primera página de la Biblia cuando se narra la creación del cielo y de la tierra. Se dice que sobre tohuwabohu, sobre el caos, más bien, sobre las aguas primordiales “soplaba una ruah” (un viento, una energía) impetuosa (Gn 1,2). Sacó todo de aquel caos, los seres inanimados, los animados y el ser humano. A éste, sacado del polvo como todos los demás, Dios le “insufló en sus narinas ruah de vida, el espíritu, y se convirtió en un ser vivo” (Gn 2,7). En el capítulo 37 de Ezequiel irrumpe de forma incomparablemente plástica la fuerza vital del espíritu. Cuando éste viene, los huesos resecos se cubren de carne y se transforman en vida.

También las expresiones más nobles del ser humano se atribuyen a la presencia del espíritu en él, como la sabiduría y la fortaleza (Is 11,2), la riqueza de ideas (Jo 32,28), el sentido artístico (Ex 28,3), el ardiente deseo de ver a Dios, el sentimiento de culpa y la consiguiente penitencia (Ex 35,21; Jr 51,1; Esd 1,1; Sal 34,19; Ez 11,19; 18,31).

Dios “tiene” espíritu

Esta fuerza creadora y vivificante es poseída eminentemente por Dios. Las Escrituras hablan a menudo del espíritu de Dios (ruah Elohim). Se le da a Sansón para tener fuerza portentosa (Jue 14,6; 19,15), a los profetas para tener el valor de denunciar en nombre de los pobres de la Tierra las injusticias que padecen, para hacer frente al rey y a los poderosos, y anunciarles el juicio de Dios.

Especialmente en el judaísmo inter-testamentario se esperaba para el fin de los tiempos la efusión del espíritu sobre toda criatura (Jl 2,28-32; Hch 2,17-21). El Mesías será “fuerte en espíritu” y vendrá dotado de todos los dones del espíritu (Is 11,1).

En este contexto de judaísmo tardío surge la tendencia a personificar el espíritu. Sigue siendo una cualidad de la naturaleza, del ser humano y de Dios, pero su acción en la historia es tan densa que comienza a ganar autonomía. Así se dice, por ejemplo, que “el espíritu exhorta, se aflige, grita, se alegra, consuela, reposa sobre alguien, purifica y santifica y llena el universo”. Nunca se piensa en él como una criatura, sino como algo de la dimensión divina que, cuando se manifiesta en la vida y la historia, las transforma.

El Espíritu es Dios, Dios es Espíritu

Esta comprensión empezó a cambiar cuando se acuñó una expresión decisiva: “espíritu de santidad” o “espíritu santo”. Esta formulación tiene una cierta ambigüedad, pues se puede decir espíritu santo para evitar decir el nombre de Dios, cosa que los judíos evitan hasta hoy, como para designar al mismo Dios. “Santo”, para la mentalidad hebraica, es el nombre de Dios por excelencia, lo que equivale a decir en la comprensión griega: Dios como trascendente, es decir, distinto de todo y de cualquier ser de la creación.

En resumen, podemos afirmar: con la palabra espíritu (ruah) aplicada a Dios (Dios “tiene” espíritu, Dios envía a su espíritu, el espíritu de Dios) los judíos expresaban la siguiente experiencia: Dios no está atado a nada, irrumpe donde quiere, confunde los planes humanos, muestra una fuerza que nadie puede resistir, revela una sabiduría que vuelve estulticia todo nuestro saber. Así Dios se mostró a los dirigentes políticos, a los profetas, a los sabios, al pueblo, especialmente en tiempos de crisis nacional (Jue 6,33; 11,29; 1Sm 11,6).

BOlsonaro y el Papa

BOlsonaro y el Papa

Del mismo modo que se le da al rey para que gobierne con sabiduría y prudencia, en el caso del rey David (1Sm 16,13), así también se le dará al siervo sufriente, carente de toda pompa y grandilocuencia (Is 42,1). En Isaías 61,1 se  dice explícitamente: “El espíritu de Yavé está sobre mí, porque Yavé me ha ungido… para anunciar la liberación a los cautivos y la buena noticia a los pobres”, texto que Jesús se aplica a sí mismo en su primera aparición en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,17-21). Finalmente, el espíritu de Dios no sólo señala su acción innovadora en el mundo, sino que apunta al propio ser de Dios. El espíritu es Dios. Y Dios es Espíritu. Como Dios es santo, el Espíritu será el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo penetra todo, abarca todo, está más allá de cualquier limitación. “¿A dónde podré ir lejos de tu espíritu? ¿a dónde escaparé de tu mirada? Si subo hasta los cielos, allí estás tú, si bajo al abismo, allí también te encuentro” (Sal 139,7). Incluso el mal no está fuera de su alcance. Todo lo que tiene que ver con cambio, ruptura, vida y novedad tiene que ver con el espíritu. El Espíritu Santo está tan unido a la historia que ella setransforma de profana en historia santa y sagrada.

El Espíritu en un mundo sin espíritu y en degradación

Hoy sentimos la urgencia de la irrupción del Espíritu Santo como en la primera mañana de la creación. La Carta de la Tierra, ante la crisis mundial ecológica, con energías negativas que nos pueden arrastrar al abismo, afirma: «Como nunca antes en la historia, el destino común nos invita a buscar un nuevo comienzo… Esto requiere un cambio de la mente y del corazón. Requiere un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal… Todavía tenemos mucho que aprender de todos los que participan en la búsqueda de la verdad y la sabiduría (final)».

El Papa Francisco dice igualmente en su encíclica “sobre el cuidado de la Casa Común: “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos” (n. 53). «Si no cambiamos nuestro actual estilo de vida insostenible sólo puede terminar en catástrofes» (n.161).

Cabe al Espíritu iluminar nuestra mente y transformar nuestro corazón. Si no hacemos esa conversión, difícilmente escaparemos de las amenazas que pesan sobre el sistema-vida y el sistema-Tierra. Cabe al Espíritu la capacidad de transformar el caos destructivo en caos creativo, como obró en el primer momento del Big Bang. Él puede transformar la tragedia, como la actual de Covid-19 en una crisis acrisoladora que nos permite dar un salto cualitativo hacia un nuevo orden, más alto, más humano, más cordial, más amoroso y más espiritual. El universo, la Tierra y cada uno de nosotros somos templos del Espíritu. Él no permitirá que sea desmantelado y destruido. Esta es una petición urgente en la actual situación cuando la Tierra como un todo es atacada por un virus letal que está diezmando muchos miles de vidas.

Es importante suplicar al Espíritu: ¡Ven, Espíritu Creador! “Ven a renovar la faz de la Tierra”, “Ven pronto y con urgencia”, calienta nuestros corazones y abre un horizonte de sentido y de esperanza a nuestra realidad humana deshumanizada y ahora en peligro porque están desapareciendo miles y miles de personas víctimas de la Covid-19. La ciencia, la técnica y la vacuna son fundamentales. Pero solo con ellas no está garantizado que evitemos volver a lo que era antes. Para eso necesitamos otro espíritu que dé centralidad a lo que importa: la vida, la cooperación, la interdependencia, la generosidad y el cuidado de la naturaleza y de unos a otros. Si no hacemos este giro paradigmático, podemos ser atacados nuevamente y de forma aún más letal.

*Fuente: https://www.religiondigital.org/leonardo_boff-_la_fuerza_de_los_pequenos/Leonardo-Boff-coronavirus-descubrir-Dios-bolsonaro_7_2259744014.html

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Brasil: El principio de autodestrucción y el combate contra la Covid-19

El principio de autodestrucción y el combate contra la Covid-19

Leonardo Boff

Desde que se lanzaron dos bombas atómicas primarias en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, la humanidad ha creado para sí una pesadilla de la que no ha podido liberarse. Por el contrario, se ha transformado en una realidad que amenaza la vida sobre este planeta y la destrucción de gran parte del sistema-vida. Se han creado armas nucleares mucho más destructivas, químicas y biológicas que pueden acabar con nuestra civilización y afectan profundamente a la Tierra viva.

Aún peor, hemos diseñado la inteligencia artificial autónoma. Con su algoritmo, que combina miles de millones de informaciones recogidas en todos los países, puede tomar decisiones sin que nosotros lo sepamos. Eventualmente, puede, en una combinación enloquecida, penetrar en los arsenales de armas nucleares o en otros de igual o mayor poder letal y lanzar una guerra total de destrucción de todo lo que existe, incluso de sí misma. Es el principio de autodestrucción. Es decir, está en manos del ser humano poner fin a la vida visible que conocemos (ella es sólo el 5%, el 95% son vidas microscópicas invisibles).

Debemos enseñorearnos de la muerte. Ella puede ocurrir en cualquier momento. Se ha creado ya una expresión para nombrar esta fase nueva de la historia humana, una verdadera era geológica: el «antropoceno», es decir, el ser humano como la gran amenaza al sistema-vida y al sistema-Tierra. El ser humano es el gran satán de la Tierra, que puede diezmar, como un anticristo, a sí mismo y a los otros, a sus semejantes, y liquidar los fundamentos que sostienen la vida.

La intensidad del proceso letal es tan grande que ya se habla de la era del «necroceno», es decir, la era de la producción en masa de la muerte. Ya estamos dentro de la sexta extinción masiva. Ahora se ha acelerado irrevocablemente, dada la voluntad de dominación de la naturaleza y de sus mecanismos de agresión directa a la vida y a Gaia, la Tierra viva, en función de un crecimiento ilimitado, de una acumulación absurda de bienes materiales hasta el punto de crear la sobrecarga de la Tierra.

En otras palabras, hemos llegado a un punto en el que la Tierra no consigue reponer los bienes y servicios naturales que le fueron extraídos y comienza a mostrar un proceso avanzado de degeneración a través de tsunamis, tifones, descongelación delos casquetes polares y del permafrost, sequías prolongadas, tormentas de nieve aterradoras y la aparición de bacterias y virus difíciles de controlar. Algunos de ellos como el coronavirus actual pueden llevar a la muerte a millones de personas.

Tales eventos son reacciones y puede que sean represalias de la Tierra ante la guerra que realizamos contra ella en todos los frentes. Esa muerte en masa ocurre en la naturaleza, millares de especies vivas desaparecen definitivamente cada año, y en las sociedades humanas, donde millones pasan hambre sed y toda suerte de enfermedades mortales.

Crece cada vez más la percepción general de que la situación de la humanidad no es sostenible. De continuar con esta lógica perversa se va a construir un camino que lleva a nuestra propia sepultura. Demos un ejemplo: en Brasil vivimos bajo la dictadura de la economía ultra neoliberal, con una política de extrema derecha, violenta y cruel para las grandes mayorías pobres.

Perplejos, hemos visto las maldades que se han hecho, anulando los derechos de los trabajadores e internacionalizando riquezas nacionales que sostienen nuestra soberanía como pueblo.

Los que en 2016 dieron en Brasil un golpe contra la presidenta Dilma Rousseff aceptaron la recolonización del país, convertido ahora en vasallo del poder dominante, Estados Unidos, condenado a ser sólo un exportador de commodities y un aliado menor y subordinado del proyecto imperial.

Lo que se está haciendo en Europa contra los refugiados, rechazando su presencia en Italia e Inglaterra y peor aún en Hungría y en la muy católica Polonia, alcanza niveles de inhumanidad de gran crueldad. Las medidas del presidente de Estados Unidos, Trump, arrancando a los hijos de sus padres inmigrantes y colocándolos en jaulas, denotan barbarie y ausencia de todo sentido humanitario.

Ya se ha dicho: “ningún ser humano es una isla… no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti, por mí, por toda la humanidad“. Si grandes son las tinieblas que abaten nuestros espíritus, aún mayores son nuestras ansias de luz. No dejemos que la demencia antes mencionada tenga la última palabra.

La palabra mayor y última que grita en nosotros y nos une a toda la humanidad es de solidaridad y compasión por las víctimas, es por paz y sensatez en las relaciones entre los pueblos. Las tragedias nos dan la dimensión de la inhumanidad de la que somos capaces, pero también dejan surgir lo verdaderamente humano que habita en nosotros, más allá de las diferencias de etnia, ideología y religión. Lo humano en nosotros hace que nos cuidemos juntos, nos solidaricemos juntos, lloremos juntos, nos enjuguemos las lágrimas juntos, recemos juntos, busquemos juntos la justicia social mundial, construyamos juntos la paz y renunciemos juntos a la venganza y a todo tipo de violencia y guerra.

La sabiduría de los pueblos y la voz de nuestros corazones lo confirman: no es un estado convertido en terrorista, como Estados Unidos bajo el presidente estadounidense Bush, el que vencerá el terrorismo. Ni el odio a los inmigrantes latinos, difundido por Trump, el que traerá la paz. El diálogo incansable, la negociación abierta y el trato justo eliminan las bases de cualquier terrorismo y fundan la paz. Las tragedias que nos golpearon en lo más hondo de nuestros corazones, particularmente la pandemia viral que ha afectado a todo el planeta, nos invita a repensar los fundamentos de la convivencia humana en la nueva fase planetaria, y cómo cuidar la Casa Común, la Tierra, como pide el Papa Francisco en su encíclica sobre ecología integral “sobre el cuidado de la Casa Común” (2015).

El tiempo apremia. Y esta vez no hay un plan B que pueda salvarnos. Tenemos que salvarnos todos, pues formamos una comunidad de destino Tierra-Humanidad. Para eso necesitamos abolir la palabra «enemigo». El miedo crea al enemigo. Exorcizamos miedo cuando hacemos del distante un próximo y del próximo, un hermano y una hermana. Alejamos el miedo y al enemigo cuando comenzamos a dialogar, a conocernos, a aceptarnos, a respetarnos, a amarnos, en una palabra, a cuidarnos.

Cuidar nuestras formas de convivir en paz, solidaridad y justicia; cuidar nuestro medio ambiente para que sea un ambiente completo, sin destruir los hábitats de los virus que provienen de animales o de los arborovirus que se sitúan en los bosques, un ambiente en el que sea posible el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser; cuidar de nuestra querida y generosa Madre Tierra.

Si nos cuidamos como hermanos y hermanas, las causas del miedo desaparecen. Nadie necesita amenazar a nadie. Podemos caminar de noche por nuestras calles sin miedo a ser asaltados y robados. Este cuidado solo será efectivo si viene acompañado de la justicia necesaria para satisfacer las necesidades de los más vulnerables, si el Estado está presente con medidas sanitarias (lo importante que fue el SUS frente a la Covid-19), con escuelas, con seguridad y con espacios de convivencia, cultura y ocio.

Sólo así disfrutaremos de una paz posible de ser alcanzada cuando hay un mínimo de buena voluntad general y un sentido de solidaridad y benevolencia en las relaciones humanas. Ese es el deseo inquebrantable de la mayoría de los humanos. Esta es la lección que la intrusión de la Covid-19 en nosotros nos está dando y que tenemos que incorporar en nuestros hábitos en los tiempos pos-coronavirus.

Fuente de la Información: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=996

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El principio de autodestrucción y el combate contra la Covid-19

Por: Leonardo Boff

 

Desde que se lanzaron dos bombas atómicas primarias en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, la humanidad ha creado para sí una pesadilla de la que no ha podido liberarse. Por el contrario, se ha transformado en una realidad que amenaza la vida sobre este planeta y la destrucción de gran parte del sistema-vida. Se han creado armas nucleares mucho más destructivas, químicas y biológicas que pueden acabar con nuestra civilización y afectan profundamente a la Tierra viva.

Aún peor, hemos diseñado la inteligencia artificial autónoma. Con su algoritmo, que combina miles de millones de informaciones recogidas en todos los países, puede tomar decisiones sin que nosotros lo sepamos. Eventualmente, puede, en una combinación enloquecida, penetrar en los arsenales de armas nucleares o en otros de igual o mayor poder letal y lanzar una guerra total de destrucción de todo lo que existe, incluso de sí misma. Es el principio de autodestrucción. Es decir, está en manos del ser humano poner fin a la vida visible que conocemos (ella es sólo el 5%, el 95% son vidas microscópicas invisibles).

Debemos enseñorearnos de la muerte. Ella puede ocurrir en cualquier momento. Se ha creado ya una expresión para nombrar esta fase nueva de la historia humana, una verdadera era geológica: el «antropoceno», es decir, el ser humano como la gran amenaza al sistema-vida y al sistema-Tierra. El ser humano es el gran satán de la Tierra, que puede diezmar, como un anticristo, a sí mismo y a los otros, a sus semejantes, y liquidar los fundamentos que sostienen la vida.

La intensidad del proceso letal es tan grande que ya se habla de la era del «necroceno», es decir, la era de la producción en masa de la muerte. Ya estamos dentro de la sexta extinción masiva. Ahora se ha acelerado irrevocablemente, dada la voluntad de dominación de la naturaleza y de sus mecanismos de agresión directa a la vida y a Gaia, la Tierra viva, en función de un crecimiento ilimitado, de una acumulación absurda de bienes materiales hasta el punto de crear la sobrecarga de la Tierra.

En otras palabras, hemos llegado a un punto en el que la Tierra no consigue reponer los bienes y servicios naturales que le fueron extraídos y comienza a mostrar un proceso avanzado de degeneración a través de tsunamis, tifones, descongelación delos casquetes polares y del permafrost, sequías prolongadas, tormentas de nieve aterradoras y la aparición de bacterias y virus difíciles de controlar. Algunos de ellos como el coronavirus actual pueden llevar a la muerte a millones de personas.

Tales eventos son reacciones y puede que sean represalias de la Tierra ante la guerra que realizamos contra ella en todos los frentes. Esa muerte en masa ocurre en la naturaleza, millares de especies vivas desaparecen definitivamente cada año, y en las sociedades humanas, donde millones pasan hambre sed y toda suerte de enfermedades mortales.

Crece cada vez más la percepción general de que la situación de la humanidad no es sostenible. De continuar con esta lógica perversa se va a construir un camino que lleva a nuestra propia sepultura. Demos un ejemplo: en Brasil vivimos bajo la dictadura de la economía ultra neoliberal, con una política de extrema derecha, violenta y cruel para las grandes mayorías pobres.

Perplejos, hemos visto las maldades que se han hecho, anulando los derechos de los trabajadores e internacionalizando riquezas nacionales que sostienen nuestra soberanía como pueblo.

Los que en 2016 dieron en Brasil un golpe contra la presidenta Dilma Rousseff aceptaron la recolonización del país, convertido ahora en vasallo del poder dominante, Estados Unidos, condenado a ser sólo un exportador de commodities y un aliado menor y subordinado del proyecto imperial.

Lo que se está haciendo en Europa contra los refugiados, rechazando su presencia en Italia e Inglaterra y peor aún en Hungría y en la muy católica Polonia, alcanza niveles de inhumanidad de gran crueldad. Las medidas del presidente de Estados Unidos, Trump, arrancando a los hijos de sus padres inmigrantes y colocándolos en jaulas, denotan barbarie y ausencia de todo sentido humanitario.

Ya se ha dicho: “ningún ser humano es una isla… no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti, por mí, por toda la humanidad“. Si grandes son las tinieblas que abaten nuestros espíritus, aún mayores son nuestras ansias de luz. No dejemos que la demencia antes mencionada tenga la última palabra.

La palabra mayor y última que grita en nosotros y nos une a toda la humanidad es de solidaridad y compasión por las víctimas, es por paz y sensatez en las relaciones entre los pueblos. Las tragedias nos dan la dimensión de la inhumanidad de la que somos capaces, pero también dejan surgir lo verdaderamente humano que habita en nosotros, más allá de las diferencias de etnia, ideología y religión. Lo humano en nosotros hace que nos cuidemos juntos, nos solidaricemos juntos, lloremos juntos, nos enjuguemos las lágrimas juntos, recemos juntos, busquemos juntos la justicia social mundial, construyamos juntos la paz y renunciemos juntos a la venganza y a todo tipo de violencia y guerra.

La sabiduría de los pueblos y la voz de nuestros corazones lo confirman: no es un estado convertido en terrorista, como Estados Unidos bajo el presidente estadounidense Bush, el que vencerá el terrorismo. Ni el odio a los inmigrantes latinos, difundido por Trump, el que traerá la paz. El diálogo incansable, la negociación abierta y el trato justo eliminan las bases de cualquier terrorismo y fundan la paz. Las tragedias que nos golpearon en lo más hondo de nuestros corazones, particularmente la pandemia viral que ha afectado a todo el planeta, nos invita a repensar los fundamentos de la convivencia humana en la nueva fase planetaria, y cómo cuidar la Casa Común, la Tierra, como pide el Papa Francisco en su encíclica sobre ecología integral “sobre el cuidado de la Casa Común” (2015).

El tiempo apremia. Y esta vez no hay un plan B que pueda salvarnos. Tenemos que salvarnos todos, pues formamos una comunidad de destino Tierra-Humanidad. Para eso necesitamos abolir la palabra «enemigo». El miedo crea al enemigo. Exorcizamos miedo cuando hacemos del distante un próximo y del próximo, un hermano y una hermana. Alejamos el miedo y al enemigo cuando comenzamos a dialogar, a conocernos, a aceptarnos, a respetarnos, a amarnos, en una palabra, a cuidarnos.

Cuidar nuestras formas de convivir en paz, solidaridad y justicia; cuidar nuestro medio ambiente para que sea un ambiente completo, sin destruir los hábitats de los virus que provienen de animales o de los arborovirus que se sitúan en los bosques, un ambiente en el que sea posible el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser; cuidar de nuestra querida y generosa Madre Tierra.

Si nos cuidamos como hermanos y hermanas, las causas del miedo desaparecen. Nadie necesita amenazar a nadie. Podemos caminar de noche por nuestras calles sin miedo a ser asaltados y robados. Este cuidado solo será efectivo si viene acompañado de la justicia necesaria para satisfacer las necesidades de los más vulnerables, si el Estado está presente con medidas sanitarias (lo importante que fue el SUS frente a la Covid-19), con escuelas, con seguridad y con espacios de convivencia, cultura y ocio.

Sólo así disfrutaremos de una paz posible de ser alcanzada cuando hay un mínimo de buena voluntad general y un sentido de solidaridad y benevolencia en las relaciones humanas. Ese es el deseo inquebrantable de la mayoría de los humanos. Esta es la lección que la intrusión de la Covid-19 en nosotros nos está dando y que tenemos que incorporar en nuestros hábitos en los tiempos pos-coronavirus.

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=996

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El coronavirus: un ataque de la Tierra contra nosotros

Por:  Leonardo Boff

 

Hasta el día de hoy la preocupación sobre la Covid-19 se centra en la medicina, la técnica y todos los insumos que eviten la contaminación de los trabajadores de la salud. Se busca urgentemente una vacuna eficaz. En la sociedad, el aislamiento social y evitar la aglomeración de personas. Todo esto es fundamental. Sin embargo, no podemos considerar el coronavirus como un dato aislado. Debe ser visto dentro del contexto que permitió su irrupción.

El virus vino de la naturaleza. Pues bien, como dice el Papa Francisco en su encíclica “sobre el cuidado de la Casa Común”: «Nunca hemos maltratado y herido a nuestra Casa Común tanto como en los dos últimos siglos» (nº 53). Quien la hirió fue el proceso industrial: el socialismo real (mientras existió), y sobre todo el sistema capitalista hoy globalizado. Éste es el Satán de la Tierra que la está devastando y la está llevando a todo tipo de desequilibrios.

Es el principal (no el único) responsable de las diversas amenazas que se ciernen sobre el sistema-Vida y el sistema-Tierra: desde el posible holocausto nuclear, el calentamiento global, la escasez de agua potable hasta la erosión de la biodiversidad. Me hago eco de las palabras del conocido geógrafo estadounidense David Harley: «COVID-19 es la venganza de la naturaleza por más de cuarenta años de maltrato y abuso a manos de un extractivismo neoliberal violento y no regulado».

Isabelle Stengers, química y filósofa de la ciencia que ha trabajado mucho en asociación con el Premio Nobel Ilya Prigogine, sostiene la tesis que yo también subscribo: «el coronavirus sería una intrusión de la Tierra-Gaia en nuestras sociedades, una respuesta al antropoceno».

Sabíamos de otras intrusiones: la peste negra (la peste bubónica) que venida de Eurasia diezmó a un total estimado en 75-200 millones de personas. En Europa, entre 1346 y 1353, causó la muerte de gran parte de su población, que pasó de 475 a 350 millones de habitantes. Necesitó 200 años para recuperarse. Fue la más devastadora que se haya conocido en la historia. También fue notable la llamada gripe española. Oriunda posiblemente de Estados Unidos, entre 1918-1920 infectó a 500 millones de personas y causó 50 millones de muertes, incluyendo al presidente brasileño electo Rodrigues Alves, en 1919.

Ahora, por primera vez, un virus ha atacado a todo el planeta, causando miles de muertes sin poder detenerlo debido a su rápida propagación, ya que vivimos en una cultura globalizada con un gran desplazamiento de personas que viajan a través de todos los continentes y pueden ser portadores de la epidemia.

La Tierra ya ha perdido su equilibrio y está buscando uno nuevo. Y este nuevo podría significar la devastación de importantes porciones de la biosfera y de una parte significativa de la especie humana.

Esto sucederá, aunque no sabemos ni cuándo ni cómo, dicen biólogos notables. Si llegase el temido NBO (The Next Big One), el próximo gran virus devastador, podría, según el investigador de la USP Prof. Eduardo Massad, llevar a la muerte a alrededor de 2.000 millones de personas, reduciendo la esperanza de vida general de 72 a 58 años. Otros temen incluso el fin de la especie humana.

El hecho es que ya estamos dentro de la sexta extinción en masa. Según algunos científicos, hemos inaugurado una nueva era geológica, la del antropoceno y su más dañina expresión, el necroceno. La actividad humana (antropoceno) es responsable de la producción masiva de muerte (necroceno) de seres vivos.

Los diferentes centros científicos que vigilan sistemáticamente el estado de la Tierra confirman que, año tras año, los principales elementos que perpetúan la vida (agua, suelos, aire limpio, semillas, fertilidad, climas y otros) se están deteriorando cada día más. ¿Cuándo vamos a topar con el límite, al que nos acercamos?

El día de la Sobrecarga de la Tierra (The Earth Overshoot day) ocurrió el día 29 de julio de 2019. Esto significa que en esa fecha se habían consumido todos los recursos naturales disponibles y renovables para ese año. La Tierra entró en números rojos, tenía un cheque sin fondos.

¿Cómo detener este agotamiento? Si insistimos en mantener el consumo actual, especialmente el consumo suntuoso, tenemos que aplicar más violencia contra la Tierra, obligándola a darnos lo que ya no tiene o ya no puede reemplazar. Su reacción se expresa por eventos extremos, como el vendaval bomba de Santa Catarina a fines de junio, o por los ataques de varios tipos de virus conocidos: zika, chicungunya, ébola, sars, el coronavirus actual y otros. Hay que incluir el crecimiento de la violencia social, ya que la Tierra y la Humanidad constituyen una sola entidad relacional.

O cambiamos nuestra relación con la Tierra viva y con la naturaleza o tendremos que contar con virus nuevos y más potentes que podrían aniquilar millones de vidas humanas. Nuestro amor a la Vida, la Sabiduría humana de los pueblos y la necesidad del Cuidado, nunca han sido tan urgentes.

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=994

Imagen: https://pixabay.com/es

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