México/ 03 de Julio de 2016/AM
Por: María Guadalupe Salas Lugo
No sé de donde lo leí, pero también predico y sostengo que somos parte de construcciones sociales, que actuamos conforme a nos lleva la mayoría y que la educación se demuestra en cada acto de acuerdo a cada una de nuestras historias personales de formación o deformación en familia. Cuando nos detenemos a mirar atrás y vemos que no somos borregos y “nos arriesgamos a salir “del rebaño”, de ahí que luego nos convertimos en “ovejas negras” para la mayoría de la colectividad o quienes no aceptan que así lo hayamos decidido, nos excluirán de su manada y de ahí en adelante seremos los más vistos y criticados de la sociedad y condenados a ser llamados especímenes raros o de plano ni merecedores de algún tipo de etiqueta.
Dentro de todas esas construcciones se encuentran el papel o rol que debemos desempeñar tanto hombres como mujeres; desde vestirnos de azul o de rosa, de trabajo externo o en el hogar, llegando a ponerle género, incluso hasta la carrera por estudiar.
Todo lo que somos es producto de esta sociedad que supuestamente nos construye en un rol, sólo hasta que nos damos cuenta y nos convertimos en seres libres de decisión y que, queramos o no, los tiempos deben cambiar y que poco a poco se van haciendo presentes la igualdad y la equidad en todos los aspectos que nos constriñen en nuestra formación.
Soy de las que piensan que no existen las casualidades, y a mis manos llegó uno de los libros de poesía de Irma Guerra, mujer a la cual admiro y reconozco como una gran señora de letras, y ahí leí el poema “Mujer de a pie”. En éste poema ella hace referencia a esas mujeres que caminan su mundo y son valientes al caminar el propio, un mundo que no está marcado con pasos de otras personas, habla de esas mujeres que siempre corren y que piensan que no han avanzado mucho pues siempre es poco para ellas, habla de esas mujeres imperfectas pero que así se aceptan, sedientas de todo, y que aunque cansadas siguen sin rendirse, habla de las mujeres entregadas a lo que hacen y a quienes tienen, habla de la mujer libre en su actuar y siempre buscan la verdad.
De ahí la pregunta obligada: ¿Cuántas mujeres de a pie conocemos? Tal vez muchas, tal vez pocas, pero cuántas que le inspiren respeto -incluso temor-, o que le causen alegría, que sean dinámicas, amorosas, trabajadoras, valientes; la cantidad se va reduciendo al ir descartando cualidades porque ni ellas mismas saben que las tienen.
México en su pasado cuenta con una lista incompleta de miles de mujeres como las descritas –faltándome cualidades para describirlas-, y si digo incompleta es porque cientos de ellas murieron sin que alguien se ocupara de grabar sus nombres en la historia.
Y hablando de valentía en mujeres en este siglo, encontré información en la página de Forbes México que dedica su edición de junio 2016 a ese poder que construye, que sirve para inspirar y transformar. No al que se concibe como un activo para concentrarlo en beneficio de unos cuantos, sino al que sirve como un instrumento para convertir positivamente nuestra realidad. Se trata de las 100 mujeres más poderosas de México, ellas impulsan el cambio. Ellas ayudan. Ellas han evolucionado. Son las que promueven proyectos a pesar de los obstáculos, las que construyen posibilidades para los que no imaginaban un futuro distinto. Son las que creen que el poder es para compartirse. y en ella se señalan a mujeres como Mayra González, quien a partir de julio se convertirá en la primera mujer en conducir a Nissan Mexicana; Olga Medrano Martín del Campo, la joven que conquistó las redes sociales como “LadyMatemáticas” tras ganar la Olimpiada Europea de Matemáticas; Martha Debayle, la conductora y empresaria de medios que cree que aún existe un gran mercado de lectura en papel; y Samantha Ricciardi, la directora ejecutiva de BlackRock México que ha logrado crecimientos de dos dígitos. También forman parte de esta categoría Claudia Ruiz Massieu, secretaria de Relaciones Exteriores; Melanie Devlyn, presidenta del Consejo de Administración de Ópticas Devlyn; María Guadalupe Morales, vicepresidenta de Operaciones de Walmart Supercenter.
Mujeres de a pie son las que incrementan las oportunidades de desarrollo para otros y otras y construyen posibilidades para aquellos sectores cuyas condiciones les habían impedido imaginar un futuro distinto. Son mujeres que nos ponen la muestra de que se pueden logran lo que parecía imposible para nuestro género. Por falta de espacio no se nombran a decenas más, pero cabe mencionar que ellas tienen algo en común: sus voces se escucharon y siguen trabajando día con día dignificando su papel rompiendo roles y estereotipos arriesgándose a ser llamadas “raras”.
Como lo mencioné, de las mujeres de a pie existe una lista interminable, y vienen esas que no salen en los medios, pero que día con día luchan desde su trinchera por dignificar nuestro género, ¿cuántas más me hacen falta?: ¡Muchísimas! Me falta la madre soltera que adelante saca a sus hijos por ella misma, la profesionista que desde temprano se integra a su actividad dejando en casa todo listo para que ahí no falte nada, la obrera que llega a casa después de ocho horas mal pagadas a continuar con otra actividad que no es reconocida ni mucho menos remunerada, la que trabaja fuera de casa limpiando otras más y que llega a hacer lo mismo a la suya. Mujeres que siendo invisibles dejan lo visible en todo lo que hacen. Reconocimiento o no a lo que hagan, necesitamos siempre existan más mujeres de a pie, que donde pisan dejarán huella de gigante, porque así de gigante somos como raza humana y como hermoso género.
Fuente: http://www.am.com.mx/2016/07/02/lagos-de-moreno/opinion/mujeres-con-paso-de-gigante-295856