Corría la desdichada década de los años 80 en Centroamérica, una época en la que los intentos de querer construir un modelo novedoso en Nicaragua fue saboteado por EEUU sin contemplaciones mediante una guerra de hostigamiento y derribo.
La financiación a la Contra y a los gobiernos militares de la zona para evitar que el mal ejemplo sandinista tuviese éxito y se extendiese, fue la fórmula elegida. El resultado, aparte de estrangular la economía y la población nicaragüense, fue una orgía de represión y sangre sobre sociedades como la salvadoreña, la hondureña o la guatemalteca.
En aquellos tiempos, intentar encontrar buenos análisis en los medios generalistas era una tarea casi imposible. Quienes hicimos de la solidaridad con el proceso revolucionario sandinista nuestra militancia lo fuimos comprendiendo al constatar que muchos tratamientos periodísticos al respecto, eran una prolongación de la agresión imperial a Nicaragua, solo que por otras vías. En relación a todo esto, decían las malas lenguas, o quizás, las bien informadas, eso nunca se sabe, que el corresponsal de El País en aquella zona, Antonio Caño, era algo más que un simple profesional de la información. Sea como fuere, en las crónicas que enviaba, siempre se podía rastrear un sesgo tendente a equiparar al gobierno sandinista nicaragüense con los gobiernos militaristas de Guatemala, Honduras o El Salvador, a la vez que perfilaba, a veces de manera nada sutil, el proceso revolucionario sandinista como un ente desestabilizador en el contexto latinoamericano.
Aquella situación nos hizo comprender la necesidad de tener instrumentos propios de análisis para contrarrestar las falsedades y pasar, de alguna manera, a cierta ofensiva informativa. Esa comprensión, sin embargo, también nos hacía ser conscientes de nuestra propia debilidad.
Han pasado ya algo más de tres décadas desde entonces, y el Imperio y su sistema de producción en crisis, parecen querer resolver su declive arrastrando a la humanidad a una contienda de terribles consecuencias. Sin embargo, la conciencia de construir herramientas informativas (y formativas) propias, lejos de desaparecer en estos años, se ha ido abriendo camino como un regato que baja montaña abajo y aspira a convertirse en río caudaloso. El contexto digital ha facilitado la aparición de no pocas propuestas independientes, algunas de ellas, de gran calidad: Sin Permiso, El Salto, Ctxt (contexto y acción) o Rebelión , por poner solo algunos ejemplos, son ya referentes indispensables para escrutar, con perspectiva histórica y de forma crítica, la realidad compleja que nos está tocando vivir.
A este grupo de medios alternativos, se suma, desde hace un año, La Base, un podcast dirigido por Pablo Iglesias; el docente fundador de Podemos, se ha rodeado de un excelente grupo de colaboradores (Sara Serrano, Manu Levin e Inna Afinogenova), que diseccionan, en un equilibrado reparto de papeles, la situación nacional e internacional con amenidad y precisión.
Al margen de la calidad notable de la información que desarrolla, La Base enlaza en su sentido profundo, con aquella filosofía educativa que el gran Alfredo Castellón desplegaba en su quehacer de realizador televisivo; espacios como Primera fila, Estudio1 o Mirar un cuadro incidían en la misma lógica de enseñar a ver, de enseñar a escuchar…de enseñar a decodificar. Conscientes de que la razón crítica y la sensibilidad también se educan, La Base ha apostado por la centralidad de la política como el espacio de ciudadanos libres, atentos y críticos. Así , su gran acierto es analizar la información de los medios generalistas como una prolongación de la política del poder para configurar percepciones sociales y estados de opinión.
La dirigente indígena peruana Lourdes Huanca, de gira por Europa para denunciar la situación de golpe de estado y represión que vive su país, lo expresó meridianamente claro en una entrevista concedida a La Base: “Menos mal que tenemos la prensa alternativa, porque toda la prensa nacional está a favor de las grandes empresas trasnacionales”. En esta precisa declaración se acota un campo de lucha en el que es indispensable batallar con inteligencia.
Antonio Gramsci hubiese disfrutado sin duda de este podcast.