Page 2 of 3
1 2 3

El Curriculum no lo es todo

Por: María Victoria Peralta

En el presente Gobierno, son tres las principales iniciativas en el campo del curriculum impulsadas desde el Ministerio de Educación: las Bases Curriculares de 7° básico a 2° medio, la actualización de las Bases Curriculares de la Educación Parvularia, y las de 3ero y 4to medio, que fueron consultadas recientemente.

Siendo siempre importante revisar y actualizar el curriculum escolar, ya que los contextos, el conocimiento, las demandas y los mismos estudiantes van cambiando, todos quienes trabajamos en la disciplina del Curriculum tenemos un defecto habitualmente compartido: pensamos que este documento técnico por si solo va a cambiar el mundo, o al menos, el escolar. Ello en función a los grandes propósitos que esperamos que se favorezcan en la educación formal. Sin embargo, ello no es así.

En efecto, si se revisan algunos de los planteamientos principales de estos currículos oficiales nacionales, todos coinciden con la necesidad de favorecer una mayor vinculación con la realidad actual, desarrollar actitudes reflexivo-críticas, abordar los temas valóricos, ambientales y de ciudadanía, por nombrar algunos contenidos importantes desde educación parvularia a 4to medio. A la par, si analizamos las facilidades para posibilitar estos propósitos, en especial, las condiciones presupuestarias, de gestión, asesoramiento y dotación docente y/o auxiliar, observamos las grandes carencias que hay en el sistema para implementarlos.

Uno de los aspectos que más incide es el ratio o coeficiente adulto-niños; mientras los cursos desde 2do nivel de transición hacia arriba sigan siendo de 40 a 45 niños, no hay mayores posibilidades de interacciones de calidad entre educadores y estudiantes. Así, se fomenta el trabajo verticalista, poco constructivista y descontextualizado.

Por otra parte, está la necesaria alineación de los currículos nacionales con otros instrumentos técnicos que realiza el propio Ministerio o sus diversas instituciones vinculadas: C.P.E.I.P., Superintendencia de Educación, Agencia de Calidad, los que no siempre se suman o facilitan lo que plantean los primeros. Hacemos mención entre otros, a los Marcos de la Buena Enseñanza, los diversos instrumentos de evaluación y fiscalización existentes y en especial, a los mapas de progreso.

Analicemos este último caso a modo de ejemplo. Se definen como que: “describen la secuencia típica en que progresa el aprendizaje, en determinadas áreas o dominios que se consideran fundamentales en la formación de los estudiantes, en los distintos sectores curriculares” (Pág. 3 Mapas de Progreso Historia, Mineduc), frente a lo cual surge la pregunta: ¿hay realmente secuencias ‘típicas’ para pensar y aprender? La sicología constructivista y las neurociencias, nos enseñan que el aprendizaje es en espiral –no lineal- y que tiene diversas ‘entradas’, caminos o interconexiones y ‘salidas’ dependiendo de los niveles de desarrollo de los niños y niñas, de sus intereses y experiencias anteriores.

Esta tensión libertad-control, es la gran contradicción de nuestro sistema educacional. Los currículos nacionales por lo general, la otorgan; los Marcos, reglamentos, estándares de desempeño, mapas de progreso, instrumentos de evaluación homogéneos, tratan por otra parte, de controlar casi todo y así se acaba la escasa libertad del profesional de la educación y la adaptación a las diversas realidades contextuales de las comunidades educativas.

Aprendamos algo de las experiencias tan miradas del exterior: Finlandia no tiene nada de ello, sólo un curriculum nacional bastante abierto, una muy buena formación de docentes y mucha confianza en ellos, como lo señaló su Ministra de Educación cuando vino a Chile. Sobre esta base funcionan los Currículos Nacionales en cuanto a sus intenciones y florecen diversas formas de llevarlos a cabo atendiendo las diversas necesidades y características de las comunidades educativas, a lo que se deben sumar condiciones administrativas y de apoyo que las faciliten. Sin ello, los currículos son solo bonitas palabras, aunque nos duela.

Fuente: http://www.cronicadigital.cl/2017/04/22/maria-victoria-peralta-el-curriculum-no-lo-es-todo/

Comparte este contenido:

En la educación nos jugamos el futuro (4): ¿Qué tenemos que cambiar para educar con calidad?

Por María Victoria Peralta

Educar nunca será fácil porque es el fenómeno humano más complejo. Aunque no hay recetas, desde la teoría, la práctica y la investigación, ya sabemos lo que tenemos que hacer, lo que debemos cambiar para educar con calidad, para tener mejores resultados. Y porque ya sabemos y ya tenemos conocimiento, apostar a una educación de calidad es un tema ético.

No basta con garantizar la más amplia cobertura en la educación infantil. Necesitamos garantizar la calidad. Por muchas razones teóricas, por variadas investigaciones realizadas, ya podemos pensar en una educación infantil de mejor calidad en América Latina. Y podemos hacerla. Es posible. Y hacerla no depende de grandes recursos financieros, de infraestructuras sofisticadas, de materiales didácticos costosos. Depende de reconocer que niños y niñas merecen mejores posibilidades y oportunidades, que podemos hacer de ellos mejores protagonistas de la época en que viven.

 Criterios de calidad en el diseño de la propuesta educativa

¿Qué criterios debemos considerar para resguardar la calidad en cada uno de los procesos de instalación de programas educativos? En el diseño de las propuestas hay que considerar varios criterios fundamentales. El primero: ningún programa funciona bien si no se hace una clara identificación de la población a atender y de sus características. Si la población infantil está dispersa o en medio del desierto o de la selva, se necesita una propuesta a distancia, con un educador itinerante, con el uso de la radio o de la televisión.

Habitualmente, esto no se tiene en cuenta. Se tienen uno o dos modelos de atención a la infancia y este esquema se aplica en todas partes. Ésta ha sido la historia de los “hogares de cuidado diario” -tienen distintos nombres- que se han desarrollado en América Latina, copiando modelos de los países desarrollados. He visitado estos hogares en Estados Unidos y en Dinamarca. Uno llega a casas que dicen ser de clase media -entre nosotros serían de clase alta- y encuentra un dormitorio especial para los niños, muchos juguetes, y una familia que recibe a dos o tres bebés y cobra por atenderlos. En esa familia, el padre es un tornero que trabaja en su propio taller en la casa y la madre tiene hijos mayores que pueden ayudarla a cuidar los bebés. Ese modelo se ha trasladado tal cual a América Latina, donde son otras las condiciones: una casa con una única habitación donde se mete a un montón de bebés, quitándole a esa familia su único espacio de convivencia.

Segundo criterio: la relevancia de los objetivos. Si planteamos una enorme cantidad de objetivos, desde la conservación del medio ambiente hasta la superación de la pobreza, pasando por la lucha contra la desnutrición y hasta por las justas reivindicaciones de las mujeres, es muy difícil que un programa educativo resulte exitoso. La focalización es fundamental: dos o tres objetivos relevantes. La mayoría de los programas de educación infantil en América Latina tiene más objetivos referidos a los adultos que a los niños. Y en la educación lo imprescindible, lo básico, es explicitar qué se quiere que aprendan los niños, qué habilidades afectivas y cognitivas deben aprender.

Otro criterio para que haya calidad: niveles de participación y de búsqueda de consenso y de apropiación del proyecto de los actores que están en la educación. Si yo no planifico la participación, no habrá participación. Y sin participación familiar, sin empoderar a las familias como familias pensantes y no sólo como colaboradoras, no habrá calidad. ¿Cómo buscar consensos? ¿Y cuál debe ser el consenso en un programa para la primera infancia que debe poner en primerísimo lugar qué van a aprender los niños en ese programa? Esa pregunta hay que hacérsela a los padres: ¿qué quieren ustedes que aprenda su niño, su niña? Con ese diálogo y con consenso habrá responsabilidades compartidas entre el programa y la casa.

Es importante que en el diseño se incorporen también grados de adaptación y de flexibilidad de la propuesta. En educación nada es rígido, nada debería serlo. Los modelos no pueden ser lineales, no pueden ser una secuencia donde nadie mueve después ni una piedra. Y hay que planificar la flexibilidad: instancias en las que educadoras y padres definirán objetivos, donde niños y familias decidirán entre varias opciones.
Debe haber también coherencia y consistencia entre los diferentes aspectos que componen la propuesta educativa. A veces, aparece una propuesta supuestamente muy democrática, muy participativa, pero a la hora de la evaluación, se acabó todo diálogo.

Finalmente, el diseño debe incorporar factibilidad y viabilidad. Esto no tiene que ver con grandes recursos. Tiene que ver con momentos y con condiciones. Si, por ejemplo, estoy trabajando en una comunidad agraria que está en pleno período de cosecha, será bien difícil que un programa pueda reunir a la familia cuando está en otras tareas. Hay que tomar estas precauciones antes de diseñar cualquier programa.

Con un mal liderazgo fracasaremos

Después del diseño, la segunda fase es gestionar lo diseñado. ¿Qué criterios de calidad debemos considerar en la gestión? En primer lugar, quién va a liderar el proyecto. Y para eso, tenemos que analizar qué calidad de líderes tenemos. ¿Somos abiertos, damos espacio, somos democráticos? Cuando en Chile volvimos a la democracia, al principio nos fallaban todos los programas educativos. Porque se diseñaban las grandes propuestas, se entregaban a las comunidades, había juntas de vecinos, había líderes -casi siempre una mujer-, pero esa líder llevaba años funcionando con modelos autoritarios. Le llegaba un proyecto super-democrático y ella lo instalaba, pero sin darle participación a nadie, diciéndole a todos lo que tenían que hacer. Años después, cuando logramos que las comunidades propusieran a sus propios líderes -algunas proponían liderazgos rotativos- todo comenzó a funcionar mejor. Con un liderazgo inadecuado fracasan las mejores intenciones. Lo ideal es un líder reconocido y valorado por la comunidad.

Otro aspecto muy importante de gestión administrativa es la adecuada distribución de las funciones que van a desempeñar todos los actores en el proyecto. Que no se recargue toda la responsabilidad en una o dos personas, que se deleguen funciones y que haya claridad en lo que hará cada uno. Si hay que cuidar mucho esto en cualquier institución humana, mucho más en un proyecto educativo, que intenta crear un ambiente humano propicio para el crecimiento de los niños y de sus familias. Es importante promover formas de relación y de trabajo democráticas, y evitar el verticalismo, en el que caemos con tanta frecuencia. Es crucial un liderazgo que incorpore todo aquello a lo que la comunidad aspira.

Un tercer aspecto esencial para que un proyecto funcione y no caiga de las nubes es la capacidad de establecer redes y coordinaciones inter-institucionales e inter-sectoriales. En América Latina fallamos mucho en esto. Siempre hay celos y a veces se funciona mejor a nivel de las bases que de las cabezas. Cuesta mucho más que se sienten tres o cuatro ministros o viceministros que juntar a toda la comunidad de una población. Las coordinaciones son necesarias no sólo para lo administrativo, también lo son en el plano educacional y cultural. Porque si quiero favorecer una educación que llamamos “del siglo XXI”, no puedo mantener a los niños entre las cuatro paredes del centro. Si queremos niños que vayan a la biblioteca pública, a museos, a talleres artesanales, será más fácil lograrlo con una red preparada para que los niños aprovechen todo el conocimiento, saberes y experiencias que les espera fuera del centro.

Empoderar es circular conocimientos

Hay que instalar un modelo de gestión que empodere a las personas. En el trabajo educativo hay que desterrar esa concepción verticalista en la que la educadora es la profesional y el papá y la mamá saben poco y no tienen educación. Empoderar es darle el poder del conocimiento al otro. Y eso significa hacer circular el conocimiento. Cuando decimos que estamos en una sociedad del conocimiento, ¿qué decimos? Que el conocimiento ya no está concentrado en unas personas o en unos centros, sino que circula libremente para que se lo apropien todos.

Ojo con los manuales que sólo entregan recetitas de qué hacer con el niño, con los textos donde no hay apropiación de sentido, donde no se piensa por qué hacer esto o hacer lo otro. No se puede desarrollar empoderamiento sin sentido, sin el por qué. ¿Cómo van a aprender los niños cosas trascendentes si sólo hacen palotitos y puntitos o si sólo pegan papelitos? Lo importante es explicarles por qué hacen lo que hacen. Igual con la familia. En el Ministerio de Educación de Chile hemos hecho un programa que se llama “Educando en los primeros años”. Empezamos con las mamás desde que están esperando a su bebé y les compartimos conocimientos de neurociencia, a nivel de divulgación, pero con toda la profundidad del tema. Que sean pobres o con poca educación no significa que no entiendan. Si les muestras una imagen del cerebro y les explicas lo que pasa en el cerebro de un bebé cuando no se le habla ni se le canta desde que nace y lo que eso afecta sus conexiones neuronales, estás¬ empoderándolas. Y empoderar es una de las grandes tareas para que nuestro proyectos educativos sean de mejor calidad.¬

Los queremos creativos

Después de un diseño de calidad y de una gestión que garantice calidad, ¿cuáles son los criterios esenciales para mantener esa calidad? Tiene que ver con la participación de la familia. No podemos hacer educación sin plantearle primero a la familia qué quieren que sus niños aprendan, a qué tipo de niños y de niñas aspiran.

La familia debe participar en todo el proceso. Si les pregunto al comienzo y después nunca más, no sirve. La familia debe participar continuamente en el programa y en el aula entregando sus saberes y sus experiencias. No hay persona humana que no pueda hacer aportes a la educación de los niños pequeños: una madre sabe cantar, otra sabe de artesanía, otra sabe de plantas medicinales, un padre sabe de agricultura, otro sabe pescar… Una persona analfabeta tiene mucho que enseñar. La dignidad de las personas empieza ahí. “Usted sabe plantar yuca, ¿podría venir a enseñarle a los niños cómo se hace?” Los saberes de las familias deben ser incorporados al currículo. La mayoría de los programas no consideran esto y sólo cuentan con la familia como “mano de obra”: para limpiar el aula, para reparar la casita que hace de escuela.

La educación es un gran proceso humano de perfeccionamiento y eso se nos olvida pronto. Cuando sólo se nos tecnifica, perdemos el rumbo, olvidamos que la educación es para promover humanamente a todos: a los niños, a las familias, a la comunidad. Por eso las interacciones son tan importantes. Sin ellas, podemos caer en un modelo ins¬tru¬mentalista y tecnológico, una tendencia propia de nuestro tiempo.

Las investigaciones nos están demostrando que en las interacciones afectivas y cognitivas se juega lo más relevante de la calidad de un programa educativo. Lo afectivo es la capacidad de acoger a un niño, de aceptarlo, de darle un impulso para arriba, de decirle siempre “tú puedes”. En Chile, hicimos una revisión de nuestras interacciones afectivas al comienzo de la reforma educativa y descubrimos que eran un fracaso total. Éstos eran los contenidos típicos de una típica visita de una autoridad a una escuela o a un jardín: “Hola, niños, ¿cómo están?” “¡Bien!”. “¿Y cómo se han portado?” “¡Bien!” “¿Y se han comido toda la comida?” “¡Sí!” ¿Qué estoy validando con esas preguntas? La disciplina y lo que comen. ¿Alguna vez entra una autoridad y pregunta: “¿Y aquí los niños son buenos amigos?” No, eso no se pregunta. “¿Y aquí los niños tienen buenas ideas?” Hay mensajes a partir de preguntas muy poderosas: “¿Aquí los niños se ayudan? ¿Aquí han inventado algo nuevo?” Cuando pregunto eso, estoy diciendo que eso es lo que me in¬teresa. Le estoy diciendo a los niños que lo que me interesa es que sean inteligentes, ocurrentes, y que no premio lo que siempre ha tenido a los niños sometidos: la disciplina.

Superar las rutinas

La calidad se juega también en cómo organizo el tiempo de trabajo diario con los niños, la jornada, la rutina diaria, el horario de actividades. Una jornada típica es ésta: llegan los niños, se saludan, un cantito, se sientan y cuentan lo que han hecho, les hacen preguntas, después viene la merienda o el trabajo, que es generalmente actividades grupales más que individuales: plantillas, modelos, todos haciendo lo mismo. Si uno está todo un año con esa rutina, ¡qué rutinario! Los períodos deberían renovarse, deberían ser propios de la comunidad, propios de lo que le sucede a los niños. Por ejemplo, los 5-6 años son una etapa en que los niños se empiezan a agrupar por sexo: niñitas y niñitos. Les gusta andar abrazados, es el tiempo de: “éste es mi amigo”. En Chile dicen: “es mi compadre”, y andan abrazados y haciendo cosas. Una educadora vio esto y decidió armar en el jardín infantil un “período de los compadres” porque ya los tenía a todos de compadres y comadres. Y promovió que se juntaran, pero poniéndose de acuerdo para hacer algo juntos: cantar, recitar, inventar una buena idea…

Hay que renovar los períodos rutinarios en la organización del tiempo diario, y evitar dedicar tanto tiempo a lo asistencial -alimentación, higiene-, que aunque es importante, no es lo que más nos interesa. Lo que más nos interesa es el desarrollo del pensamiento y eso necesita tiempo y espacio y todo momento es interesante para hacerlos pensar y para una interacción afectiva.

Ver en el cambio una oportunidad y no una amenaza

Para cambiar concepciones y lograr calidad tenemos que instalar un modelo de cambios. ¿Cómo hacerlo? Las personas sólo crecen si uno les dice que confía en ellas. Las personas crecen en ambientes en donde se les respeta y valora.

En Chile tenemos un modelo que hemos llamado “humanista-confiado en las personas”. Partimos de esta idea: la educación en Chile va a funcionar bien si usted, que es la educadora y tiene el poder, hace lo que tiene que hacer. Nosotros depositamos la confianza en usted, usted puede hacer mejor las cosas. Esta idea la hacemos explícita, la escribimos. En todas las decisiones partimos de decirles que confiamos en ellas, en la capacidad de ellas, de los niños y de las familias, que son ellas el factor más importante de todos, que todo se juega en ellas. También les decimos: el cambio es un proceso y no pretendemos que del día a la noche cambien e instalen todo lo nuevo.

Hay que plantearles a las educadoras el cambio como una gran oportunidad y no como una amenaza. Cuando a educadoras que llevan 30 años trabajando de la misma forma, a veces verticalista y muy rutinaria, se les dice que se va a aplicar una nueva propuesta educativa que empodera a los niños, que es pedagogía del siglo XXI, que los niños tendrán un rol muy activo, ellas se asustan y hay resistencia, lo ven como una amenaza. ¿He trabajado 30 años pensando que lo hacía muy bien y ahora hay que cambiar? Por mucho que uno lo diga delicadamente, si hay otra propuesta es que no lo hacían tan bien. Esto genera que las personas se cierren y no vean en el cambio una oportunidad. Hay sociedades donde el cambio es permanente y se ve como una oportunidad y hay otras sociedades, mucho más conservadoras, donde el cambio se ve como una amenaza.

Tampoco es el cambio por el cambio. Se cambia por un pro¬pósito. Por empoderar a los niños, por generar desarrollo¬ cerebral, por darle un sentido a lo que hacen. El cambio sin fin¬ ni propósito no sirve. Se ve coyuntural, no decisivo, no tras¬cendente. Tampoco es cambiar ya, rápidamente. Hay que pla¬nificar el cambio. Toda la investigación muestra que a la ho¬ra de instalar un cambio curricular, se instala primero lo ma¬terial. Se mejoran los espacios educativos. Si se¬ plantea que las salas con una propuesta activa deben tener¬ materiales al alcance de los niños y rincones, se empieza por¬ ahí, por lo más tangible. Y el tema de las educadoras, que¬ tienen que re-mirarse para poder cambiar, queda para des¬pués.

Para cambiar, es muy importante la ayuda de las compañeras de trabajo. Porque una misma no se da cuenta del tipo de interacciones que establece. El apoyo de las compañeras es más decisivo que el de cualquier supervisor. En Chile organizamos lo que llamamos “comités comunales de educadoras”. Esa red de apoyo, que es horizontal, tiene una fuerza enorme. Y es más crítica. La observación que viene de una colega es mucho mejor recibida que la que viene del supervisor.

El poder y el arraigo de las creencias

La investigación nos está diciendo que en un proceso de cambio es muy importante lo que el educador crea sobre la propuesta educacional: si la cree buena o más de lo mismo o muy desafiante o inalcanzable. No lo que piensa, sino lo que cree. Porque en la educación tiene mucha relevancia el plano de las creencias del educador. La mayoría de las veces, creencias no explicitadas.

Quien ha sido educada en un currículo muy tradicional, muy verticalista, muy poco par¬ti¬ci¬pa¬tivo, donde prima el orden y la disciplina, y durante doce o quince años ha sido víctima de este tipo de educación, en el fondo de sus creencias considerará que ésa es la mejor educación. Y cuando tenga la oportunidad de educar, por mucho que escriba en todos los currículos explícitos que la educación debe ser libre, participativa y con sentido, a la hora de trabajar impondrá su concepción y su creencia en el valor de una educación disciplinaria, rígida, verticalista, tradicional, que privilegie el orden por sobre todo.

En Chile, la universidad católica de Temuco hizo una investigación sobre las creencias con las que llegaban las estudiantes de educación infantil a la universidad y con las que salían después de cuatro años de una educación muy buena. Se trata de una de las mejores universidades de Chile: hacen todo lo que la educación moderna dice que hay que hacer para formar educadores. En la investigación vieron que al entrar en primer año las estudiantes traían una concepción tremendamente tradicional de la educación. Y la apuesta de la universidad era deshacer estos esquemas, provocar rupturas.

Pues bien, cuando evaluaron a las mismas alumnas cuatro años después de todo el aprendizaje y el nuevo discurso, apenas habían cambiado en algunos aspectos. Echar abajo creencias que han estado implícitas en el comportamiento durante doce-catorce años cuesta bastante, incluso cuando se recibe una formación de calidad. Naturalmente, hay salidas y se logran cambios. Pero estas resistencias nos indican que hay que tomar muy en serio y desde mucho antes estas dificultades.

La calidad exige también que mi sistema de seguimiento y de evaluación cumpla con criterios de calidad. Esto significa que se evalúen los objetivos con opciones abiertas. Porque no todo lo interesante se puede planificar desde el comienzo. La evaluación debe ser flexible y los sistemas de evaluación deben ser conocidos por quienes van a ser evalua¬dos. Éste es un criterio básico. En la medida en que se co¬noz¬¬can ayudarán a crecer. La evaluación debe ser parti¬ci¬pativa, debe permitir la retroalimentación. Y los indicadores deben ser sobre lo importante. Hicimos una vez una revisión de los indicadores de evaluación y descubrimos qué poco se evalúa si tenemos niños y niñas que piensan y son solida¬rios.¬ Se evalúa más si son capaces de saltar con los pies jun¬tos.¬

Hablamos de “calidad” en la educación desde los años 60

Si uno revisa todos los textos de los educadores que fueron pioneros de la educación infantil en Europa -Comenio, Pestalozzi, Froebel, Montessori- no encontraremos ni una vez el concepto “calidad”. ¿Por qué estos grandes educadores, tan visionarios, no hablaron nunca de calidad de la educación? Porque la visualizaban como un elemento implícito a las coherentes propuestas que estaban haciendo. Calidad viene de una palabra latina que significa “lo inherente”. La calidad estaba inherente en lo que plantearon los fundadores de la educación infantil.

El concepto de “calidad” en la educación surgió en la década de los años 60 del siglo XX en una importante reunión que organizó la UNESCO en el Instituto de Planificación en París. Era la primera vez que se reunía un grupo de especialistas de distintas disciplinas para analizar lo que estaba pasando en el mundo en el campo de la educación. En aquellos años la educación básica o primaria ya se estaba universalizando en todo el mundo, y al cubrir ya a casi to¬¬da la población empezaba a producirse una distancia cre¬cien¬¬te entre el discurso y la práctica real. En las primeras ex¬periencias, reducidas a grupos limitados, esto aún no sucedía.

Los especialistas reunidos en París -economistas, filósofos, sociólogos, ningún educador en el debate- analizaron el por qué de la distancia entre el ser y el deber ser. Y comenzaron a emplear el concepto “calidad”, aunque lo hicieron desde parámetros de la industria, con criterios eficientistas y de rendimientos, que trasladaron al campo de la educación. Desde entonces el concepto de calidad comenzó a emplearse como una aspiración de la educación primaria básica. Muy pronto, fueron educadores y pedagogos los que se dieron cuenta de que es la educación la que debe construir sus propios parámetros para expresar en qué consiste la calidad educativa.

Lo primero: un diagnóstico de la realidad

La calidad educativa debe verse como algo dinámico, que va cambiando y adoptando características variadas. No es algo fijo, se va construyendo, como un edificio. Para dar con la calidad necesaria tendremos que hacer un diagnóstico de cuáles son hoy nuestras necesidades de calidad. Pero si nos juntamos cinco años después, tendremos que revisar si lo que definimos entonces sigue siendo válido, y seguramente, después de cinco años la calidad nos exigirá mucho más.

Lo primero es eso: un diagnóstico de la realidad del país en el momento concreto para descubrir qué es lo que más necesitan los programas de educación infantil para lograr más calidad. Y a los tres-cuatro años, revisar a ver si se mantiene el mismo problema, si se da por lograda o semi-lograda la solución, si se incorpora algún criterio, si se profundiza otro. No existen criterios de calidad fijos, que se mantengan eternamente. La calidad es un proceso en evolución, como lo es todo en la educación.

En Chile, cuando volvimos a la democracia, nuestra educación estaba por los suelos. Diecisiete años de una dictadura vertical y autoritaria habían lesionado y dañado mucho la educación. Fueron años en que no hubo participación de las familias, en que todo se le daba hecho a los niños porque los educadores no tenían muchos grados de libertad. Terminada la dictadura, nos encontramos con un sistema educativo de muy mala calidad. Habíamos perdido mucho de lo que Chile había logrado antes de la dictadura. En ese momento, nos fijamos, como un criterio básico de calidad algo que se diría es elemental, pero que era exactamente lo que necesitábamos: que los currículos volvieran a ser activos. Porque los niños no pensaban, no decidían nada, no se les daba oportunidad de nada, sólo esperaban que les dijeran lo que tenían que hacer. Ante eso, nos dijimos: tendremos que volver al abc de la educación infantil. Aunque es lo básico, lo hemos perdido y tenemos que recuperarlo.

Y empezamos a intencionar con vigor un currículo donde el niño tuviera un rol activo, propositivo, donde construyera sus aprendizajes, donde fuera él quien pensaba, quien sentía, quien actuaba. No fue nada fácil. Porque las educadoras, el director, el jardín, el sistema, estaban todos insertos en un régimen verticalista y autoritario y volver a tener confianza en los niños y en las educadoras nos costó mucho. Pasados esos primeros cuatro años de vuelta a la democracia, analizamos si habíamos consolidado lo activo como un criterio de calidad y vimos que habíamos avanzado, que en los jardines de infancia había rincones donde los niños elegían qué hacer, que las educadoras no les daban todo hechito, que los niños pensaban mucho más…Entonces dijimos: qué criterio de calidad tenemos más débil. Y nos lanzamos a reforzar la participación de la familia.

En los años de dictadura estuvieron prohibidas las reuniones de padres. Volver a traer a la familia a las escuelas, a los jardines infantiles, conseguir que llegaran, que opinaran, que dijeran “yo quiero que la educación sea así”, “me parece que mi niño debe hacer esto o lo otro” no fue nada fácil. Los papás estaban acostumbrados a que si entraban a los jardines infantiles, a lo más era para limpiar, pero nunca para ser tratados como personas que tenían mucho que decir en la educación de sus hijos. Entonces, comenzamos una campaña para que las familias participaran. Los jardines se abrieron, hicimos campañas, organizamos semanas enteras para que los padres entraran, salieran y visitaran, para ir rompiendo todas las desconfianzas que teníamos unos de otros. Y todavía estamos en eso.

No hay respuestas fáciles

La calidad es también un proceso multifactorial, y esto significa que muchos factores intervienen para lograrla. Lo peor que podemos pensar -y más de algún autor lo ha pensado- es que la calidad se resuelve con poco, y que las respuestas son fáciles. Un Ministro de mi país, bastante conocido fuera porque ahora trabaja para un organismo internacional, llegó al Ministerio de Educación, analizó la educación primaria y determinó: “Está mal y para mejorarla tenemos que elaborar unidades explicando cómo trabajar cada grado, entregárselas a las maestras y con un currículo bien hecho y estructurado, ya estará resuelto el problema”.

¿Qué pasó? Que cuando las maestras y los profesores supieron de estas unidades, y que desde el norte al sur de Chile se iba a aplicar la misma receta dijeron: “No cuente con nosotras, nosotros somos profesionales de la educación, trabajamos con grupos de niños que viven en contextos diferentes, no esperen que vamos a aplicar eso y a estar todos haciendo la misma cosa”. La libertad de enseñanza y el rechazo de los educadores a las respuestas fáciles fueron más poderosos que la decisión del Ministro y las unidades desaparecieron y el Ministro duró seis meses en el cargo.

Siempre está la tentación de la respuesta fácil. Siempre hay quien piensa: “Si compro materiales fantásticos para el jardín infantil, ¡solucionado el problema!” No, hay mucho en juego para lograr calidad. Es muy importante que el currículo tenga criterios de calidad, pero puedo administrarlo mal o imponerlo por decreto o por una mala gestión al aplicar procesos de calidad puedo producir actitudes que van en contra de la calidad. Es un verdadero reto implementar un currículo de calidad. Puedes tenerlo, pero si no sabes cómo entregarlo a un país, cómo capacitar a los educadores y cómo gestionar el cambio, el más hermoso de los currículos será letra muerta.

¿Con un enfoque moderno o postmoderno?

Al abordar el tema de la calidad podemos hacerlo desde una visión moderna y desde una visión postmoderna. La época mo¬derna se caracterizó, en todos los campos, por una homo¬ge¬nización de principios, por el establecimiento de grandes verdades, de grandes relatos, de patrones estables y fijos. La verdad era definida por expertos. En educación, las grandes verdades las iban definiendo los grupos de expertos, que las expresaban en un gran discurso. En épocas de postmo¬der¬nidad esto ya no es así. La postmodernidad recupera la diversidad, la pluralidad, la subjetividad. Se cuestionan las grandes verdades, nada está dicho para siempre, se está en una permanente construcción, recogiendo el mundo de las diversidades. Se considera válida la incertidumbre, y esto produce inseguridad a muchos.

En la época moderna, la calidad se definió a partir de estándares racionales muy pensados por expertos y presentados como universales. Y como eran universales y elaborados por especialistas de alto nivel, se planteaban como incuestionables. Eran grandes discursos llenos de verdades definidas. Además, se planteaba que esos principios podían ser medidos y así la complejidad del proceso educativo se reducía porque se medía y era bastante fácil evaluarlo.

Un enfoque postmoderno no considera que existan estándares tan universales ni los valora más por haber sido definidos por expertos. Considera que en el proceso educativo todos tienen que decir algo respecto a la calidad. Considera válidas todas las subjetividades. Cree que la construcción de la calidad es permanente, y por tanto, la revisión debe ser permanente. Reconoce la complejidad que representa lograr calidad en la educación, y por tanto, conoce la complejidad de evaluarla. Desde este enfoque, lo que se busca es que todos los actores de cada comunidad que participan en el proceso educativo se cuestionen qué es calidad para ellos y no que venga el experto a decirles qué es calidad.

En la mayoría de los libros que consultemos encontraremos todavía un enfoque moderno en el tema de la calidad en la educación: criterios muy definidos, universales y listos para ser aplicados y después medidos.

¿Es igual “la calidad” en dinamarca y en chile?

El enfoque postmoderno es más arriesgado, pero es más adecuado. Hay que arriesgarse a preguntarle a la familia, a los padres, qué es calidad para ellos. Como profesional, para mí la calidad es que los niños hagan un rol activo, pero tengo que preguntarle a la familia. Y estar abierta a que haya respuestas diferentes a la mía y a que quizá no me gusten.

Haciendo, por ejemplo, la pregunta sobre la calidad a grupos de padres de niños de sectores vulnerables, decían que para ellos calidad es “que les enseñen a los niños a leer y a escribir”. Y es lógico. Desde nuestra formación profesional, decimos: eso de leer y escribir es para primaria, en la educación preescolar desarrollamos otras habilidades. Pero cuando escuchas más a estos padres te dirán: “Es que los niños míos no llegarán a esos niveles y para mí lo más importante es que aprendan a leer y a escribir cuanto antes”. Un argumento muy válido.

Podemos entrar a discutir con esos papás y mamás y explicarles que leer y escribir es muy avanzado para un niño tan pequeño y que haciendo otras tareas favoreces ese aprendizaje para después. Podemos entrar en diálogo, pero tenemos que estar dispuestos a integrar distintas visiones y desde la realidad Y no se trata sólo de escuchar a los padres y a las comunidades. Se trata también de escuchar a los niños, que es mucho más desafiante. Hay quien dice: pero, ¿cómo los niños pequeños van a hablar de calidad si son niños que sólo saben jugar? En una ocasión, en Brasil, me tocó escuchar a un expositor danés sobre una investigación que habían hecho con los niños en Dinamarca preguntándoles por qué era bueno para ellos el jardín infantil, que es lo mismo que preguntarles por “la calidad”.

Respuesta mayoritaria de los niños daneses: era bueno el jardín porque se encontraban con otros niños. Al llegar a Chile, decidí hacer la misma investigación, con la misma pregunta, en jardines infantiles de barrios marginales de Santiago. Y la respuesta mayoritaria fue: el jardín es bueno porque hay “tías” que juegan con nosotros. En Chile a las educadoras las llaman “tías”.

¿Por qué en Dinamarca hubo esa respuesta y en Chile ésta otra? ¿Por qué en un sitio la calidad era una y en otro sitio era otra? En Dinamarca, un país desarrollado, con familias de un hijo único y niños que pasan mucho tiempo solos en su departamento, los niños sentían que era bueno encontrarse con otros niños y eso sucedía en el jardín infantil. En Chile, en un barrio marginal, hay muchos niños en las casas y las calles están llenas de niños.

Los niños de Chile tienen un montón de hermanos en la casa y si no, tienen otros niños en el barrio, y si no, los encuentran de todos modos. En Chile, a esos niños, hijos de madres solas, lo que les gustaba del jardín eran unas “tías” que jugaban con ellos. Porque su adulto, que es su madre, siempre está ocupada, lavando, planchando, y desgraciadamente sin tiempo para jugar con ellos. En el jardín encontraban a educadoras dispuestas al juego.

Qué interesante es escuchar la voz de los niños y las niñas, que nos dicen qué es calidad para ellos. Hoy se habla mucho de la pedagogía de la escucha. Hay que saber escuchar a todos. Y todas las voces deben ser conocidas y reconocidas para que la palabra sea emancipadora, como nos enseñó Paulo Freire.

Hay que evaluar con respeto y con cariño

La calidad puede ser evaluada. Pero, habitualmente se aplican instrumentos muy rígidos para evaluarla: vas al aula, observas la sala, haces diez mil preguntas y al final determinas: ¡mala calidad en la educación! Y la educadora queda desconcertada. En América Latina hay cientos de investigaciones sobre calidad en la educación, y todas concluyen que es mala. Y no es que sea buena, pero hay un tipo de evaluación externa, donde el educador o la educadora son tratados como objetos y no aportan nada. Hay evaluaciones que lo único que producen es más desánimo. Hay educadoras tratando de hacer algo con 40 niños y con tres manualitos y nadie tiene en cuenta al evaluarlas en qué condiciones están trabajando y están desarrollando calidad. Para evaluar la calidad hay que contextualizarla.

En una institución importante de educación pública en Chile salió de la evaluación que el trabajo que hacían las educadoras era mediocre en cuanto a calidad. Cuando yo supe eso, y como conozco bastante esa institución, les hice ver que el promedio de edad de las mujeres que trabajaban con niños pequeños era 53 años. ¿Qué le vas a pedir a mujeres que trabajan con niños pequeños desde hace más de 20 años, que ya no tienen ni cintura ni voz, que están llenas de enfermedades laborales?

La evaluación de la calidad tiene que ser respetuosa. Contextualizar no quiere decir justificar la mala calidad. Significa entender las circunstancias para analizar desde ellas la calidad. Es fácil trabajar con calidad con 10-12 niños, en un establecimiento fantástico y lleno de materiales. Eso no tiene gracia. La gracia está en cómo hacerlo con calidad cuando tengo 30-35 niños, un local inestable, poco dotado, pocos materiales, y una profesora cansada, mayor y mal pagada para todo el grupo. Nuestras educadoras latinoamericanas trabajan en condiciones muy duras. ¿Alguien con un salario de miseria y con hambre puede trabajar bien? Yo he visto en Ecuador a profesoras dando clases descalzas en una casa con suelo de tierra, recibiendo menos de 20 dólares al mes.

Muchas evaluaciones de calidad en América Latina no han tenido en cuenta esto y el respeto que se debe a las educadoras. Cuando una persona lleva 20, 30 años trabajando directivamente, rutinariamente, ya no tiene capacidad de separarse para mirarse a sí misma y para re-mirar sus prácticas docentes. En este caso, la evaluación ha de hacerse con todo cariño, sugiriendo, ayudando a la persona a reflexionar sobre sus prácticas. La evaluación debe ser orientadora e iluminadora. Eso es lo único que hace crecer a la gente, lo único que les permite cambiar y mejorar.

La calidad tiene siempre un contexto. La calidad en un jardín infantil en la selva, en otro en pleno desierto, en otro ubicado en una zona urbana marginal o en una comunidad indígena, supone criterios diferentes. Es por eso que hay que dialogar entre todos sobre el significado que tiene calidad en cada contexto para lograr sentidos compartidos, un elemento esencial en la calidad.

Los criterios de calidad cambian en japón, en suecia o en américa latina

En el enfoque pedagógico clásico, un enfoque filosófico humanista, predominan los criterios universales de calidad. Un criterio universal, que sería válido en la educación inicial, aquí y en cualquier lugar del mundo, sería el de una educación activa, una educación donde el niño desempeñe un rol activo en su aprendizaje. Parece un criterio de calidad de validez universal porque el rol activo parece ser la piedra angular de la educación. Se trata de un criterio esencial, central, que tiene un rol normativo, orientador, y que por universal es aplicable a cualquier situación. Pero ¿cómo se interpreta una educación activa en una población indígena o en una población tradicional o en una población muy postmoderna? Seguramente la interpretarán de forma distinta.

Las primeras veces que empecé a trabajar en educación inter-cultural, y preguntándole a un jefe del pueblo indígena mapuche qué era para ellos una educación integral -que es otro criterio que podíamos pensar es universal y para todos los contextos-, su visión no tenía mucho que ver con la concepción que tenemos nosotros, nacida de la sicología occidental. Para nosotros, integralidad es el desarrollo afectivo, cognitivo y sicomotor del niño. Para él, integralidad era una cosmovisión mucho más rica: un niño integrado a su entorno natural y a su mundo espiritual.

Nadie podría decir que una educación no debe ser integral, nadie diría que hay que desarrollar a los niños en un úni¬co aspecto. Es obvio, elemental que no. Pero incluso dentro del mundo europeo y occidental, ¿cómo se interpreta una educación integral? Unos podrían decir: el 33% del énfasis en los aspectos afectivos, el 33% en los cognitivos y el 33% en los sicomotores. Otros podrían adoptar el paradigma de la sicología cognitiva, considerando que ya la cognición integra aspectos afectivos y sicomotores. Y otros podrían adoptar una línea personalista-humanista y proponer que en torno a la conducta afectiva deben integrarse los aspectos intelectuales y motores. Serían tres concepciones sobre inte¬gra¬lidad y desde teorías sicológicas diferentes. Con mayor razón serán diferentes desde culturas diferentes. ¿Qué se entiende por educación integral en China, en una comunidad maya y en una comunidad rural?

Otro criterio es el que afirma que para que haya calidad tiene que haber una cierta proporción de niños por adulto en un aula de clase. Pensamos que algo que asegura la calidad es esa proporción, que no pase de unos 20 niños por adulto. Y pensamos que mientras más pequeños los grupos más se asegura la calidad. Pues bien, en Japón no es así. Si revisan los criterios de calidad del kindergarten japonés, ellos plantean explícitamente el grupo grande como el ideal, y lo plantean como búsqueda explícita y no porque no tengan recursos económicos, como nos pasa a nosotros. Proponen que para una mayor calidad en la educación la educadora trabaje con 30 niños o más.

¿Por qué lo cree así la sociedad japonesa? Porque es una sociedad construida en islas, con muy poco espacio y una población muy numerosa. Todas las imágenes de las ciudades japonesas nos muestran multitudes, mientras las casas son espacios muy reducidos. En ese contexto, la intención del kindergarten japonés es que el niño se acostumbre desde chiquitito a vivir en una sociedad donde hay mucha gente y donde va a tener muy pocos espacios individuales.

Un último ejemplo para entender mejor lo relativo de los criterios supuestamente “universales”. En una ocasión, con motivo del evento donde se entregó, en Estocolmo, el Informe que hizo la OCDE Starting Strong (Comenzar fuerte), uno de los instrumentos más fundamentales en el campo de la educación infantil a nivel mundial, visitamos varios jardines infantiles.

Yo me integré al grupo que iba a visitar “curriculos de calidad”. Nos llevaron, fuera de Estocolmo, a un parque precioso y enorme en donde funcionaba un jardín infantil que era como una casita de Hansel y Gretel, de madera y en plena Naturaleza. Los niños suecos jugaban en el patio, donde no había ni columpios ni nada parecido, sino solamente troncos, piedras, tierra, palitos. Cuando llevábamos media hora viéndolos jugar con palitos y tierra, yo me empecé a cansar, porque eso lo veo todos los días en América Latina. ¿He cruzado medio mundo para ver esto? Me fui donde la directora: “¿Dónde está el programa de calidad que ustedes ofrecen?” Y ella me contestó: “Ya lo está mirando”. Y por fin entendí: en una sociedad tan urbana, la calidad era que los niños jugaran con elementos naturales y no en la artificialidad con la que habitualmente jugaban. Es un buen ejemplo para entender que la calidad es relativa al grupo y al contexto.

Una investigación clásica que demostró muchas cosas

Hay algunas investigaciones que han tocado el tema de la calidad en la educación en general y en algunos casos, en la educación inicial, área en la que todavía hay muy poca investigación. En América Latina, menos. Pero ya tenemos pistas. Y mucho de lo que hemos ido derivando desde la teoría está siendo refrendado por la investigación empírica en el terreno.

Uno de los trabajos más antiguos que empezó a aportar al tema de la calidad en la educación parvularia fue una investigación clásica que se hizo en Estados Unidos. Tomaron cuatro modelos curriculares de trabajo con niños pequeños. Eran muy distintos: uno era relativamente tradicional, otro era la propuesta de los investigadores -un “currículo cognitivo”, que hoy se ha importado y se aplica en varios países latinoamericanos- y dos más, eran currículos bastante consistentes. Siguieron a un grupo de niños y niñas durante 27 años para conocer los resultados más significativos. Querían demostrar que un currículo de calidad no sólo impacta en la vida de los niños durante esa etapa inicial de la vida, sino también en la educación básica y en toda su vida.

No hay evento especializado en el tema de la educación infantil en el que no se haga referencia a esta investigación. Lo que demostró, en primer lugar, es que cuando un currículo es consistente en sí mismo, intencionado y claro en sus orientaciones, deja un impacto importante en los niños. Los investigadores pensaban que “su” currículo, el cognitivo -de base piagetiana, bastante libre-, sería superior a los otros. Pero con todos los currículos ocurrió lo mismo. Se demostró así que cuando un currículo es consistente, cuando hay una definición de sus fundamentos, una intención clara y las ideas se planifican, se organiza el espacio y el tiempo, los objetivos, las actividades, la evaluación, el impacto es siempre positivo, a pesar de las diferencias teóricas que puede haber.

Lo segundo que demostró la investigación es algo que después ha sido usado en las políticas públicas de innumerables países en todo el mundo. Con un currículo de calidad en la educación inicial, esos niños tuvieron como adultos mejores resultados en sus vidas que quienes no tuvieron educación de calidad. Desertaron menos de la escuela en años posteriores, puntuaron mejor en la educación básica, en la media y en la secundaria, tuvieron mejores empleos con mejores salarios y mantuvieron sus trabajos, tuvieron mayor perseverancia, hicieron mejor las cosas, intentaron nuevas experiencias, estuvieron más abiertos a aprender. Y también constituyeron mejores familias, se relacionaron mejor con los demás y sus trabajos fueron de mejor calidad. Y como eran gringos los investigadores, midieron otras cosas: fueron arrestados menos veces y tuvieron un menor acercamiento a las drogas.

Esta investigación fue muy difundida entre mandatarios de distintos países y tuvo mucho impacto. La investigación demostró que estos niños ya adultos necesitaron menos apoyo por parte del Estado, lo que llevó a concluir que por cada dólar que se invierte en educación inicial, el Estado recupera siete dólares, dato importantísimo en el mundo de los políticos y los economistas. Y aunque en 27 años pasan demasiadas cosas, que no se explican todas por la educación parvularia, es cierto que hay consecuencias a lo largo de la vida. Y en esta convicción se logró un consenso mundial.

Cuanto antes mejor 

Un libro que causó mucho impacto en América Latina, hecho por la CEPAL en los años 90-92, fue “Educación y conocimiento”. Es un clásico en el mundo de la educación y de la economía. En él se hace una síntesis de los beneficios comprobados de la educación preescolar. Se hace ver que cuando la educación parvularia actúa oportunamente y es de calidad los efectos son muy positivos. Se demuestra que los programas de educación preescolar benefician a los niños de todos los estratos sociales, pero tienen efectos más apreciables en los niños de hogares con menores recursos. Impacta más en ellos una educación parvularia de calidad que en niños de clase media o acomodada.

También se demuestra que la duración de los programas preescolares es un factor importante para garantizar eficacia. Un programa de 3-4 años de duración es óptimo por los efectos que deja en los niños. Si es de sólo un año produce escasos beneficios en los niños. Dato muy importante: cuando los niños que viven en pobreza asisten al pre-escolar sólo un año, de los 5 a los 6 años, esto les aporta muy poco. Tienen que asistir antes, cuando son de 3 a 4 años para que tenga alguna incidencia. El preescolar después de esos años ya llega tarde. ¿Por qué? Por lo que sabemos: porque las estructuras afectivas y cognitivas, las conexiones neuronales y las actitudes y las tendencias se forman desde que los niños nacen y en los primeros años. Ante esto, un buen tomador de decisiones dirá: debo empezar lo más tempranamente posible a ofrecer alternativas y con calidad y con duración en el tiempo.

En otra investigación hecha en el Instituto de Educación de la Universidad de Londres se vio que cuanto más temprana es la intervención pedagógica más se favorece la independencia, la concentración y la sociabilidad. Y que no es decisivo que los niños estén en el preescolar media jornada o la jornada completa. Lo que importa es la calidad del tiempo que estén. Con más tiempo, la educación no necesariamente impacta más. También se demostró que los centros que atienden simultáneamente aspectos educativos y sociales (salud, higiene, alimentación) tienen mejores resultados.

El estudio, quizás el más importante hoy en materia de educación infantil, por la seriedad, por el peso de quienes lo hicieron, por los países involucrados, es el publicado por la OCDE, un organismo en donde México es país miembro y Chile y otros países latinoamericanos son observadores. Este estudio es citado hoy en todo el mundo. Su título es muy lindo Starting strong (Comenzar fuerte).

Porque no se trata de comenzar más o menos, sino que desde el nacimiento, desde la cuna, desde los primeros años, o hay que comenzar tirando a los niños para arriba, con fuerza. En ese texto, en el que trabajaron los mejores cerebros de Europa, se hace un llamado muy enfático a la calidad en la educación infantil. Y coincide en reafirmar todos los hallazgos previos.

¿Qué tiene cuba  para obtener tan buenos resultados?

Existe una investigación de Juan Cassasús, especialista de la UNESCO. Es la mayor hecha en América Latina sobre los factores que inciden en la calidad de la educación primaria. En los últimos años, la UNESCO ha investigado 12 países de América Latina aplicando pruebas homologadas en cuarto de primaria básica, en lenguaje y matemáticas, para evaluar los resultados. Un único país obtuvo un alto puntaje y buenos resultados: Cuba. Tres países quedamos en medio: Chile, Argentina y Brasil. Y el resto en un tercer nivel. Lo más interesante fue estudiar las causas.

Se estudió mucho el caso cubano. ¿Qué tenía Cuba, a pesar de tanta pobreza de material didáctico -en sus escuelas y jardines da pena la ausencia de papel, los niños en los círculos infantiles trabajan en unos pedacitos de papel color café y arrugados que ya fueron usados por un lado y con unos lapicitos de colores que ni se ven-, dónde había puesto Cuba el énfasis para lograr tan buenos resultados?

El informe identificó por lo menos tres causas. Primera: políticas sociales con énfasis en la educación. Cuba es una sociedad educativa, donde todo el mundo tiene acceso a la educación y allí hablas con un taxista y es un doctor en lingüística. Segunda: Cuba tiene un Estado comprometido con lo social y con la formación de los educadores. Los cubanos son muy serios al formar a sus educadores y los orientan mucho hacia la investigación. Los cubanos lo investigan todo. He estado en muchos congresos de ellos y a veces he visto investigaciones increíbles. Vi a una educadora de un jardincito investigando por qué los niños llegaban minutos tarde al jardín infantil.

Tercera causa, que es la que más me interesa destacar: Cuba es el único país del mundo que tiene el 100% de cobertura en educación inicial, de 0 a 6 años. Desde que nacen, todos los niños y niñas están en algún programa de educación: o en el círculo infantil para hijos de madres trabajadoras o en el programa “Educa a tu hijo”, un programa no formal que enseña a las familias como trabajar con su bebé en la casa o en el patio. Están educados desde que nacen. Y los educan a todos.

Qué pesa mas en los resultados: ¿la escuela o el hogar?

En Chile, se aplica una prueba en cuarto básico. En el año 2000 y en el 2002 se estudió por qué algunos niños sacaron los mejores puntajes. Y en las dos ocasiones se probó que eran niños y niñas que habían asistido a educación par¬vu¬laria. También se probó que quienes asistieron dos años sacaban mejor puntaje que quienes asistieron solamente un año. Ya sabemos que en niños de sectores vulnerables un año no es suficiente, que son necesarios por lo menos dos años. Sabemos que mientras más temprana es la intervención mejor. Y sabemos que esa intervención tiene que ser de calidad, tiene que ser par¬ti¬ci¬pa¬tiva y tiene que tener intencionalidad educativa y no quedarse en la pura recreación.

Hay otro estudio que estudió todos los estudios que se habían hecho en el mundo desarrollado sobre esta pregunta básica: Cuando tienes buenos resultados en la educación, ¿qué pesó más, la escuela o el entorno sociocultural familiar? Ese estudio concluye que en los países desarrollados el efecto sociofamiliar -padres educados, mujeres educadas, libros, diccionarios, computadoras y otros materiales en casa, paseos y conversaciones interesantes- explicaba un 80% de los buenos resultados escolares. La escuela sistematizaba los aprendizajes y los organizaba. Pero los niños, por el solo hecho de vivir en familias con estos recursos, tenían un 80% a su favor.

En países en desarrollo, los efectos del medio socio¬cul¬tu¬ral y del medio familiar representaban un 50% de los resultados escolares, tanto a favor como en contra. Las características de las familias pesan una mitad, mientras las características de la escuela otro 50%. En América Latina, la escuela y el jardín infantil juegan un rol mucho más determinante y decisivo en la educación de niños y niñas que en el mundo desarrollado.

Lo que más pesa es la madre. Usando la investigación de la UNESCO en 12 países latinoamericanos, Juan Cassasús estudió qué hacía la diferencia. Y encontró que, básicamente, lo que pesa en ese 50% de influencia educativa que tiene el hogar lo que pesa más no es la situación socioeconómica de la familia, los ingresos o el nivel de escolaridad de los padres. Lo que pesaba más era la madre, los estudios de la madre. Los niños con padres con nivel educativo y que trabajan en ocupaciones menos prestigiadas tienen menos oportunidades de éxito académico. Y en particular, lo que más influye es lo que hace la madre. Con madres con más educación, a los niños les va mejor. Entre otras cosas, porque el niño siente que su madre está a su cargo.

Por eso, todo trabajo con mujeres, tratando de que se promuevan y de que estudien tiene mayor incidencia que cualquier otra inversión. En Chile tenemos un Programa que empezó a trabajar para darle a la mujer mayor confianza en sí misma, mayor seguridad, programas para elevar su autoestima. Trabajaron, por ejemplo, en un programa tan importante y tan hermoso como el de restaurarle a las mujeres la dentadura, para que tuvieran todos sus dientes. Obviamente, las mujeres se sienten con menos dignidad cuando no tienen dientes y no pueden son¬reir ni reirse.

Lo que más pesa es el amor

Se estudiaron también los “elementos macroculturales” de la casa. Esto significa, en primer lugar, lo que se conversa en la casa. Si en la casa no se habla, si no se le habla al niño, ¿cómo va a desarrollar el lenguaje? Lo que se lee en la casa. Por suerte, cada día hay más posibilidades de que la gente tenga en casa libros y si no, diarios, folletos, catálogos. Los organismos públicos, las ONG, los servicios de salud, editan folletos y folletitos y ya no hay esa carencia tan tremenda que había antes, con casas sin ningún texto escrito. Influye también a dónde van de paseo los niños. Si sólo van a un centro comercial y nunca van a un museo, a un concierto, a una biblioteca, habrá una carencia.

Se descubrió también la influencia que tiene el “clima” del hogar. Clima significa si un hogar está o no organizado, si es o no caótico -las rutinas de vida y los horarios-, si se despierta, se duerme, se comparte, se come y se juega en orden. Y naturalmente, se descubrió la importancia que tiene en la educación de un niño si es maltratado en su casa. Un niño maltratado, una niña maltratada, no crecen, no aprenden, no se desarrollan. Y tan necesario como no maltratarlos es expresarles afecto. En el campo chileno, en poblaciones campesinas, cuesta expresarle afecto al niño y a la niña pequeños. No es que no los quieran, sino que dentro de los patrones tradicionales, tocarlos, hacerles cariñitos, decirles “mi amor”, no es lo habitual ni en el hombre ni en la mujer. Y la gente sólo crece con amor. Todos crecemos con amor. A veces son cosas tan simples las que hacen una buena educación. Decir que lo que necesita un niño es amor parece una obviedad, pero a veces lo más obvio no está. Y es necesario enseñar a expresar más y mejor el amor.

ya sabemos
lo que tenemos que hacer

Uno de los libros de Juan Cassasús, que salió de esa investigación, fue “La escuela des-igual”. Este autor empezó a hurgar más en el otro 50%: ¿Por qué a los niños que van a ciertas escuelas les va mejor que a otros que van a otras escuelas? En los 12 países latinoamericanos en investigación estudió las características que tiene que tener una escuela para producir mejores resultados. Vio la importancia que tiene contar con una infraestructura básica, aunque eso ni significa ni el gran edificio ni grandes aulas, ni lujos, sino una arquitectura y una organización del espacio que favorezca interacciones adecuadas y un buen clima emocional en las aulas. Que los materiales, por buenos que sean, no estén guardados bajo llave, que las bibliotecas faciliten la consulta, la lectura, el sacar los libros de la sala, el llevárselos a la casa. Vio también la importancia que tiene que haya autonomía en la gestión de la escuela para tomar iniciativas y para ejercer liderazgo pedagógico en el aula y en la comunidad.

Se demostró que les va mejor a las escuelas que tienen menos alumnos por profesor: entre 15 y 25. Y se demostró también que con menos de 15 les va mal. Pareciera que tener poquitos alumnos no incentiva al profesor a hacer un trabajo de mejor calidad. La autonomía profesional de los docentes, asumiendo su responsabilidad en el éxito o el fracaso de sus alumnos, influye mucho en los resultados. Funcionan mejor las escuelas donde se practica la evaluación de manera sistemática, para saber cómo les está yendo a los niños. Y naturalmente, funcionan mejor las que respetan la diversidad y no discriminan ni a las niñitas ni a los oscuritos ni a los niñitos ni a los blanquitos. Como se puede ver, no es el dinero lo que hace funcionar mejor a una escuela, sino los criterios y las actitudes vitales.

La investigación demostró que las escuelas eficientes y con buenos resultados son las que fomentan la participación de la familia en la escuela, en el aula y en todas las decisiones del proyecto escolar. Y que más peso que la adecuada infraestructura o la biblioteca lo tiene el ambiente emotivo que se crea. ¿Qué entender por ambiente emotivo? Todos los procesos que suceden al interior del aula. Los alumnos perciben el clima emocional del aula. Si sienten que su profesora no los quiere, no los valora, no los respeta, piensa que no puede aprender, que los considera pobres, campesinos, débiles… los niños y las niñas aprenderán menos. El buen clima emocional es decisivo. Y no cuesta dinero.

A mi modo de ver, ésta es la investigación más importante que ha producido América Latina, porque nunca se había hecho un estudio de esta envergadura ni un análisis tan cualitativo. Esta investigación nos brinda la posibilidad de poder intervenir y de mejorar en diversos factores para lograr resultados mejores. Se puede. Si yo conozco que tengo que intervenir en la casa, mejorando la condición de la mujer, el clima del hogar, diciéndole al papá y a la mamá que cuando llegue su niño le hable, que lea con el niño aunque sea una hojita todos los días, que hablen con sus hijos de las noticias que escuchan, puedo mejorar la educación. Y si le digo a los profesores que quieran mucho a sus niños, que no los excluyan, que tengan grandes expectativas con ellos, que piensen que son fantásticos y que se lo digan, puedo mejorar la educación.

Estamos ante un desafío ético

La calidad de la educación tiene que ver con formación y con capacitación. Pero, sobre todo, la calidad de la educación es un tema ético. Quizás antes íbamos sin rumbo. ¿Será esto o lo otro? ¿Será así? ¿Qué será bueno, qué será mejor? Íbamos con la intuición. Pero hoy tenemos una investigación “dura”, que nos explica dónde tenemos que intervenir para lograr calidad.

Esta intervención no es fácil. La educación nunca será fácil porque es el fenómeno humano más complejo: formar a otros seres humanos. Sin recetas, porque no las hay, pero desde la teoría, la práctica y la investigación, ya sabemos qué es lo que más pesa, qué es lo que tiene mayor incidencia. Por eso es un tema ético. Porque ya tenemos conocimiento. Y si cada uno de nosotros hace circular ese conocimiento en sus distintos medios, y lo opera, y lo conversa con los educadores, con las familias, con todos, y todos tomamos conciencia, podremos subir otro peldaño y hacer que nuestros niños y nuestras niñas tengan una educación de mejor calidad. Nuestra responsabilidad es orientar nuestras acciones con estos aportes teóricos latinoamericanos, que nos van dando la certeza de qué es lo que funciona mejor.

La educación es uno de los campos más nobles en que pue¬de trabajar un ser humano: formar a otras generaciones,¬ para las que esperamos un futuro mucho mejor que el nuestro. Con conciencia crítica, debemos comprometernos y hacer las cosas de tal manera que América Latina deje de ser un continente de ciudadanos de segunda categoría y comience a vivir una relación equitativa con el resto del mundo. Eso se logra con políticas sociales y con una educación de calidad que forme el corazón y el cerebro de las nuevas generaciones.

Fuente artículo: http://www.envio.org.ni/articulo/3300

 

Comparte este contenido:

En la Educación nos jugamos el futuro (2): ¿Qué concepto tenemos de un niño? ¿Qué idea tenemos de un aula?

Por: María Victoria Peralta

¿Cuál es nuestro concepto de niño, de niña? La respuesta es crucial. En un currículo tradicional, el adulto reina en el aula y el aula reina. Y el niño obedece, depende y es visto como lleno de carencias. En un currículo progresista, hay que escuchar a los niños, hay que construir conocimiento con ellos y hay que salir fuera del aula. Y además de cualquier currículo explícito, cuenta el currículo oculto y el currículo que anulamos.

Siempre educamos en base a un currículo. Un currículo es un conjunto consistente y coherente de factores y elementos de diferente tipo que intencionamos y organizamos para favorecer lo que queremos en la educación: aprendizajes deseados o esperables. En América Latina debemos reflexionar en lo que un currículo puede hacer o deshacer, en las diferencias que en el desarrollo de un niño y de una niña puede hacer un currículo u otro desde la educación inicial, desde el jardín infantil.

CONCEPCIONES QUE HAY QUE CAMBIAR

Existen currículos tradicionales y progresistas. Otros les llaman currículos que favorecen el rol pasivo o el rol activo. Otros los llaman currículos rígidos o flexibles. Suelo usar otra distinción: currículo humanizante o currículo co­si­fi­cante. En un currículo cosificante el niño es visualizado no­ co­mo una persona, como un sujeto, sino como una cosa con la que yo puedo hacer lo que yo quiera. Un currículo huma­ni­zan­te ve al niño como un sujeto, favorece el desarrollo del niño como un ser humano.

Siempre se educa partiendo de una determinada concepción del ser humano. Si no tengo claro el ser humano que quiero favorecer en el niño, seleccionaré medios inadecuados. Y no podré seleccionar medios adecuados sin tener claro qué es lo que van a favorecer esos medios. En los currículos tradicionales, cosificantes, uno observa una concepción muy limitada del niño pequeño y de sus posibilidades de aprendizaje, y lo que prima es el sentir del adulto. Es por eso que le damos al niño una plantilla, un modelo, el trabajo ya hecho. Yo, adulta, digo: “Lo que quiero que haga es un hoyito con una agujita en este modelito”. Eso tiene sentido para mí, porque lo que quiero favorecer es la coordinación ojo-mano, objetivamente muy valiosa. Pero si yo le preguntara al niño: “¿Te resulta interesante hacer el hoyito en el papelito?” quizás diría que la primera vez sí, y hará los primeros hoyitos con interés, pero después hacer eso será aburridor.

Tras este tipo de actividades rutinarias hay una con­cep­­­­­­ción­­ del niño pequeño muy limitada y hay la idea de que no es necesario que quien aprende le encuentre sen­ti­do­ a lo que aprende. Actualmente, y para lograr una edu­ca­ción­ de mejor calidad, tratamos de instalar una concep­ción mu­­cho más clara de la potencialidad de los párvulos y de­ sus posibilidades de aprendizaje. Y proponemos que se es­cu­che a los niños. Por eso se habla de la pedagogía de la es­cu­cha.­ Y se buscan los sentidos del aprendizaje. Pero pasar­ de una­ concepción tradicional a esta nueva concepción no es fá­cil.

Un primer paso para cambiar de concepción es tener presente que todo concepto social -en este caso, lo que es un niño pequeño, una niña pequeña, un párvulo- es una idea que se ha construido históricamente. No hay conceptos permanentes. Eso cuesta mucho entenderlo, porque “yo estudié pedagogía, a mí me capacitaron hace diez, veinte años, y ya aprendí lo que era el desarrollo de un niño pequeño”. Pero eso lo aprendimos en una época, en un momento y en una situación. Y hoy, en este mundo vertiginoso, donde el conocimiento sobre las potencialidades de los niños resulta abrumador, donde cada día sabemos más sobre la enorme capacidad de aprendizaje que tienen, debemos reconstruir conceptos -que no son estables, fijos, invariables- para asumir conceptos dinámicos. Hay autores que incluso nos dicen que la infancia no existe, que nosotros la hemos creado, que es un concepto que hemos construido en la historia, que es una construcción social, política y cultural.

LA PREGUNTA: EL GRAN RECURSO EDUCATIVO

¿Cuál es el concepto de niño que estamos construyendo hoy, en el siglo XXI, en sociedades tan plurales, tan mezcladas y tan diversas como son las latinoamericanas, con la post­modernidad metida ya en nuestras ciudades, aún rurales y con instituciones del mundo desarrollado y expresiones de subdesarrollo total por todas partes?

¿Cuál es nuestro concepto de niño? La respuesta es crucial. En un enfoque tradicional, se consideraba que el niño llegaba al jardín infantil listo y allí sólo se le desarrollaba un poco más, que en el jardín no se construían estructuras nuevas en su cerebro. Hoy sabemos que el niño pequeño está en una permanente formación de conexiones neuronales, en una permanente formación de estructuras afectivas y cognitivas, que todo su aparato de pensamiento está construyéndose, que nada en esa construcción es gratuito y que todo depende del trabajo educativo que hagamos con él.

En una concepción tradicional, el rol del niño es ser re­ceptivo de conocimientos y de valores. Por eso todo se lo da­mos hecho. Todo. Escogemos el tema, la canción, el cuento,­ los colores. Todo está ya hecho y el niño recibe, recibe, recibe.­ En una concepción nueva, favorecemos el rol activo del niño en el pensar, en el sentir y en el actuar. Y muy importante: concebimos al niño como productor de conocimientos. Es un niño al que no le damos las respuestas hechas, sino que promovemos que él piense por qué las cosas son como son: por qué el cielo es celeste y por qué el pasto es verde.

En una concepción tradicional, tendemos, de forma compulsiva, a darle al niño todas las respuestas hechas, cuando lo interesante es la pregunta como el gran recurso educativo, la pregunta que despierta, la pregunta gatilladora. Que el niño construya y haga sus propias hipótesis de las cosas, que el niño nos explique por qué las cosas son como son, desde su mundo mágico, desde su mundo de las intuiciones, desde su mundo, que también es científico. A veces los niños dan explicaciones de las cosas que a uno lo dejan abismado. Y decimos: ¿de dónde sabe estas cosas? Nos olvidamos de los medios de comunicación, de la información que les llega de las conversaciones de niños mayores que comparten con ellos la escuela. Hoy los niños reciben por muchos caminos muchas informaciones que los hacen distintos de los de hace unos años.

La pregunta es el gran recurso educativo. Una pregunta que produzca un conflicto intelectual. La pregunta que haga pensar al niño y no la que le haga decir cosas obvias, como “¿De qué color es la manzana?” Y decimos nosotras: “La manzana es ro…” y ellos completan “ja”. Cuando limitamos el nivel del trabajo intelectual de un niño lo empobrecemos. Es distinto que le preguntemos: “¿Por qué la manzana es roja?” No importa lo que respondan, no nos interesa la respuesta científica acertada. Nos interesan preguntas que den lugar a respuestas variadas. Pueden responder: “Está avergonzada y por eso se puso roja”. Es una hipótesis. Nos importan las hipótesis que hagan. Fantástico es que las hagan desde los tres años, porque después las seguirán haciendo, sean carpinteros o astrónomos. Y esa capacidad de pensar se forma en esta etapa inicial de la vida.

QUEREMOS NIÑAS Y NIÑOS CIUDADANOS

En una concepción tradicional, el niño es pasivo ante su medio natural y su medio social. No es un niño ciudadano, que participa en el medio ambiente ni en redes sociales. Ahora concebimos a un niño que desde que es párvulo debe recibir formación ciudadana. Que tiene que aprender a elegir desde que es un bebé. A los seis meses a un niño se le debe dar a escoger entre varios juguetes, se debe promover que escoja, con la clara intencionalidad de que aprenda a elegir.

Ahora concebimos a un niño activo en la conservación del medio natural. Sabemos que si América Latina no cuida su entorno natural, nuestros ecosistemas quedarán destruidos. El niño es el mejor conservador del medio ambiente, el más coherente. Todas las experiencias lo demuestran. Recuerdo un jardín infantil en la montaña de Chile, absolutamente natural. Los niños le cantaban todos los días a su árbol mágico, cuidaban las plantas, criaban gallinas. Un día llegaron los niños de un jardín de Santiago a visitar ese jardín, ¡y Atila habría quedado pálido! Los niños de la ciudad arrancaron las flores, persiguieron a las gallinas, se encaramaron a los árboles, mataron insectos. Una gran diferencia. En aquel jardín los niños fueron tan coherentes en el proyecto de cuidar y no destruir que se convirtieron, por sí solos, en vegetarianos, y las educadoras tuvieron que inventar artimañas para que comieran pollo, porque ellos no entendían por qué matarlos si los habían cuidado y alimentado.

En un currículo tradicional el niño vive en una burbuja, descontextualizado. El currículo tradicional no toca temas que a los niños les interesan, aunque son parte de su vida. ¿Cuándo los currículos tradicionales tocan temas como el de las familias que no son esa familia tradicional de papá, mamá e hijitos, sino que la mamá es la jefa de la familia y esta sola, que es lo que sucede en el 50% de las familias latinoamericanas? De eso no se le habla al niño, se le presenta la familia con la parejita y los hijitos, se le presenta una sociedad diferente a la que conoce y nunca se le cuenta nada sobre la familia y la sociedad reales. Y sin embargo, ya existen cuentos y materiales didácticos que bus­can conectar al niño con la realidad que está viviendo: familias separadas, madres solas criando a sus hijos, divorcios.­ También ya hay cuentos y materiales que le hablan a los niños de situaciones de choque racial. ¿Hablamos a los niños de la discriminación racial?

TODOS LOS TEMAS SON TEMAS DE NIÑOS

¿Y cuándo le hablamos a los párvulos de la muerte? Y sin embargo, la conocen: se les muere el abuelito, la abuelita, un vecino. Y el niño no entiende bien lo que pasó. En los currículos tradicionales el niño vive en una vida artificial, lo meten en una burbuja en donde no le pasa nada. ¡Y a los niños y a las niñas les pasan miles de cosas que nadie les explica! En un enfoque más progresista, y sin convertir la escuela en una tragedia griega, a los niños se les debe hablar de todo, cuando sucede, cuando les interesa, cuando pasa, cuando es parte de su vida.

En un currículo tradicional anulamos las diferencias del mundo. No hablamos de los migrantes. Y son una realidad presente por todas partes. En Chile estamos llenos de niñitos peruanos y bolivianos, que hablan distinto de los niñitos chilenos, y sus familias comen otras comidas y tienen otras costumbres. Ese tema está ahí, es un tema para currículo. Es un tema, como muchos otros, de actualidad, que tenemos que aprovechar desde el punto de vista humano y cultural. En un currículo tradicional este tema es invisible y los únicos temas son los que nos parecen “temas de niños”.

Un niño con una visión muy restringida de su entorno próximo no está bien educado. Hoy, con los medios de comunicación, los niños tienen amplias oportunidades de interacción próxima y distante en el tiempo y el espacio. ¿Por qué tantos niños están tan interesados en los dino­sau­rios cuando nunca han visto uno? Por los medios, por las re­vistas, por los juguetes, porque venden dinosaurios por las calles. ¿Por qué andan interesados en el espacio y quieren saber del espacio? ¿Por qué les interesa el fondo del mar si jamás han estado ahí? Siempre dijimos que los niños aprenden en situaciones concretas y vivenciales. Hoy día, este paradigma se ha ido flexibilizando, porque los niños asumen intereses muy importantes en temas que no necesariamente les son cercanos o concretos, porque los medios los relacionan con situaciones y temas del otro lado del mundo o con temas del pasado remoto o del futuro lejano, y todo eso les interesa a ellos. El currículo actual de los niños más pequeños tiene que estar abierto a todo lo que los niños nos piden hoy a gritos.

Cuando uno entrega a los niños contenidos insus­tan­cia­les, que no les interesan, historias ya pasadas y aburridas,­ no educa bien. Hay niños en las montañas perdidas de Chile que nos han dicho que ellos quieren conocer de los dino­saurios y hay maestras que les siguen hablando del perrito y del gatito. Para saber qué es relevante para un niño y a una niña de hoy hay que escuchar a los niños y a las niñas.

NIÑOS Y NIÑAS PUEDEN MÁS Y SABEN MÁS

En una concepción tradicional, el niño aparece siempre como un niño dependiente, sin fortalezas, necesitado, carenciado. Es una niña, un niño, que debe ser tranquilo, ordenado, calladito, hacer las cosas cuando la educadora le dice. El currículo tradicional privilegia la obediencia por sobre toda otra actitud. En las visiones más actuales, al niño se le reconoce con todo lo que significa ser sujeto-persona. Ésta es una idea filosófica muy poderosa. Ser sujeto significa tener capacidad de actuar. Decir que el niño pequeño es persona significa que tiene todos los rasgos de humanidad que tenemos nosotros los adultos: es singular, relacional, creativo, contingente, con capacidad de decisión. Y todo eso lo tiene desde que nace. No es que cuando sea grande pasa a ser persona. Es persona desde que nace.

Y es una persona que no sólo tiene carencias y necesidades, sino que tiene también fortalezas. Los diagnósticos escolares no deben ser solamente sobre lo que le falta al niño, o sobre aquello de lo que carece, sino sobre todo aquello para lo que es bueno. Y todos somos buenos para muchas cosas. El niño debe hacerse consciente de sus fortalezas: yo soy bueno para correr, soy buen amigo, tengo buenas ideas. Porque en esta vida nosotros no funcionamos con nuestras carencias. Las carencias las asumimos, pero funcionamos con nuestras fortalezas. Y es a eso a lo que hay que sacarle más provecho. Los currículos tradicionales señalan carencias: que el niño no habla bien, y entonces desarrollamos lenguaje, lenguaje, lenguaje. Pero ese niño puede ser un fantástico inventor de cosas y ese lado lo dejamos a la buena de Dios, y como Dios está bastante ocupado y para educar a los niños nos tiene a nosotros, no le desarrollamos esa fortaleza.­

Actualmente, estamos pasando de una pedagogía de la carencia, de la compensación de las necesidades, a una pedagogía de las fortalezas, de las oportunidades, de la esperanza, como decía Paulo Freire. Freire comenzó con una “pedagogía del oprimido” en años muy duros en América Latina. Y terminó con una “pedagogía de la esperanza”. Se trata de dejar de ver al niñito pobrecito, limitado y con puros problemas, para equilibrar la balanza­ viendo, por ejemplo que de la Naturaleza sabe quizás más que todos nosotros. Ese niño pescador que a los tres, cuatro años, sabe poner el anzuelo, limpiar espineles, partir mariscos, sabe lo que no sabemos nosotros. Ese niño que en el campo, a los tres años, monta a caballo agarrado a las puras cri­­nes, sabe más que nosotros. Todos los niños saben hacer miles de cosas, y debemos tener ojos para ver sus fortalezas. Esa niña que conoce las hierbas, sabe dónde encontrarlas y para qué sirven, sabe más que nosotros. Todos los niños y to­das las niñas son productores de conocimientos y no hay que caer en la liviandad y en la tontería de pensarlos limi­ta­dos.­­

En la capacitación de las maestras hay que enseñarles a re-mirar a los niños con otros ojos, a re-conceptualizar qué es un niño, una niña. Es como ponerse en otro mirador para descubrir que todo niño y toda niña puede mucho más. Si la educadora es capaz de hacer ese cambio, todos los demás cambios serán más fáciles.

APRENDER A LEER Y A ESCRIBIR NO CON PALOTES, SINO CON PENSAMIENTO

El currículo tradicional y el currículo progresista se diferencian también en que el tradicional enfatiza la educación infantil como una preparación para la educación básica. Y aún con esta concepción, en América Latina manejamos todavía ideas muy limitadas cuando preparamos a los niños para la lectura, la escritura y las matemáticas. Tendríamos que escuchar más a la Dra. Emilia Ferreiro, una argentina que tanto investigó y aportó en esta materia desde México.

Ella nos ha enseñado que los niños tienen que iniciarse en esas materias, pero como niños pensantes y activos. Y que es muy diferente que un niño aprenda a escribir con un método donde hace palotes para un lado y curvas para el otro -trazos sin sentido-, a que el niño se dé cuenta de que la escritura existe como una pieza del repertorio cultural de la humanidad. A los tres, cuatro años, todo niño empieza a inventar sus propios sistemas de escritura y escribe lo que se le ocurre. Inventa sus propias combinaciones de signos, de símbolos. A partir de eso, uno puede empezar a desarrollar con ellos situaciones de conflicto intelectual: “A ver, te voy a contar un cuento bien largo para que tú lo escribas después”. Y el niño, que es un ser inteligente, hará una relación correcta: si yo le hablo mucho, mucho, mucho, él sabe que tiene que escribir mucho, mucho, mucho. Y si yo le hablo poquito, él sabe que tiene que escribir poquito. Según lo largo, inventará muchos signos o pocos signos. Empezará a establecer la relación muchos signos hablados-más signos escritos y pocos signos hablados-menos signos escritos. Un niño que hace esto está pensando.

Y llegará un momento en que ese niño querrá que le lean sus escritos, sus cuentos, sus cartas y le pasará lo que escribe a cualquier persona, que le dirá: “No puedo leerlo, porque para leer las personas tuvimos que ponernos antes de acuerdo”. Y será la ocasión de enseñarle sobre la arbitrariedad de la escritura. Y entonces, le enseñaremos a escribir su nombre. Y el niño escribirá su nombre y se lo llevará al papá, a la mamá, a la abuela y comprobará que todos pueden leer su nombre. Y le dirán: “Mira, es con estos signos que nos hemos puesto de acuerdo para entender lo que escribimos”.

El niño descubrirá la escritura y empezará a escribir palabras con sentido: su nombre, los nombres de los objetos de la casa, lo que vio en un paseo. Al comienzo, va a escribir grandote, después controlará su mano y escribirá más chiquito y descubrirá que hay que escribir de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Eso es lo que nos enseña la Dra. Ferreiro. Pero, ¿cómo lo hemos hecho y lo seguimos haciendo? Con palotes para un lado y con curvas para el otro.

Con esos palotes, con ese apresto tradicional, se aprende, sobre todo, ejercitación motora. Pero no estamos desarrollando el plus intelectual de esta tarea. No estamos desarrollando el gozo por la escritura y la lectura. La rutina de los palotes termina matando ese gozo. Porque si fuimos a un paseo y lo pasamos bien y vimos cosas lindas, y eso es lo que escribimos y eso es lo que dibujamos, eso tiene sentido y empezaremos a amar el escribir y el leer.

¿Por qué América Latina tiene problemas tan tremendos en lectura y escritura? ¿Por qué nadie entiende nada de lo que lee, los chiquillos no leen nada, no escriben nada y les va horrible en las pruebas nacionales y en las internacionales? Es un verdadero drama. Tenemos una respuesta en ese famoso apresto tradicional de palotes y curvas con los que enseñamos a leer y a escribir. Ahora la Dra. Ferreiro está trabajando con el mismo enfoque en el aprendizaje de las matemáticas. Y dice lo mismo: matemáticas sí, pero entendiendo, construyendo, pensando, y no llenando cuadernos con números, como si esa rutina fuera algo interesante y estimulante.

COMO EN UNA OBRA DE TEATRO

En un currículo tradicional, el educador, la educadora, asumen un rol directivo, son el centro de todas las acciones. La edu­cadora es la que dice a los niños dónde deben moverse, a dón­de deben ir, qué deben hacer, pensar, hablar… Todo está d­irigido, pensado de antemano. Con frecuencia dicen: “Tengo que controlar al grupo”, “Tengo que manejar el grupo”, “No tengo dominio del grupo” “¿Cómo controlo a los treinta para que no se muevan mucho?”. Existe la concepción de un yo muy activo y de un tú muy pasivo y muy controlado por mí.

En un currículo nuevo, la educadora es un agente convo­ca­dor, llama a la comunidad educativa a participar. Llama a los niños, a las familias, a otras personas, a la comunidad. Y lo hace desde un concepto que empodere a todos. Da lugar a que la familia y los miembros de la comunidad vengan al aula y trabajen con los niños. Facilita el involucramiento de todas esas personas en las distintas etapas del currículo: en la planificación, en la puesta en marcha, en la evaluación. No es ella el único eje de las acciones, no acapara todos los roles, aun cuando socialmente haya sido designada para el rol de agente convocador de la comunidad educativa.

En un currículo tradicional las estrategias son siempre grupales: todos los niños haciendo lo mismo, de la misma forma y en el mismo momento. Estrategias muy centradas en lo disciplinario. En el currículum progresista, se enfatiza la calidad de las interacciones afectivas y cognitivas y las estrategias se orientan a la diversificación.

Es crucial el ambiente humano que se crea entre adultos y niños y las interacciones entre ambos. Armar un currículo educativo es como armar una obra de teatro. Necesito primero los actores: actores adultos -educador, familia, miembros de la comunidad, jóvenes y niños mayores- y actores infantiles. Esos actores necesitan un espacio, un escenario.

Es muy importante organizar el espacio educativo: dónde se moverán los actores. Hay que tomar decisiones tanto sobre el espacio interior como el exterior, hay que organizar ambos espacios en forma consistente con todos los demás elementos para favorecer los aprendizajes de los niños. También hay que organizar el tiempo, tanto el gran tiempo del trabajo anual o semestral, como el tiempo diario, el de la jornada, el de la rutina cotidiana de trabajo. Esto supone planificación, con todo lo que significa: objetivos, actividades, recursos.

Actores, escenario, actos de la obra y guión. Planifico, implemento, evalúo. En una obra de teatro la evaluación es la acogida del público. Aplausos o pifias. Ovación final: entonces la obra estuvo bien.

LAS AULAS NO SE “DECORAN”,
SE AMBIENTAN CON INTENCIÓN EDUCATIVA

En un currículo tradicional toda la preocupación se centra en lo que pasa dentro del aula. El aula reina. Y es un aula donde el adulto reina. Hay salas que revelan ese currículo tradicional: una educadora trabajando detrás del escritorio, una sala de la mitad para arriba, sin ningún elemento al alcance de los niños, donde no se mira variedad de recursos -y recursos no significa que yo tenga media juguetería en el aula-, donde no se han incorporado elementos naturales ni materiales en desuso pero intencionados, donde la ambientación no va más allá del Pato Donald o de Pokemon.

La ambientación de una sala de un jardín infantil siempre debe ser intencionada. Y debe agregar un plus a lo que habitualmente el niño recibe. Si el niño ve al Pato Donald por todos lados, yo no se lo voy a poner en el aula. Y además, ¿a qué objetivo de mi currículo responde ponérselo? Hablo de “ambientación”. En la educación inicial tenemos una deformación y hablamos de decoración. Pero un currículo no se decora. Eso está bien para un decorador de interiores que tiene que poner algo para llenar una pared, pero en un currículo preescolar uno no decora, uno ambienta espacios en función de una intencionalidad educativa.
En un currículo tradicional los espacios son rígidos. Desde que comienza hasta que termina el año escolar vemos el mismo ambiente. Nada cambia o hay muy pocos cambios. En un currículo progresista se trabaja siempre con diversos y variados ambientes. Y todo lugar puede convertirse en un espacio educativo. La sala, una huerta, un mercado, un taller artesanal, un museo, una biblioteca. Hay una selección intencionada de todos los espacios dentro y fuera del aula.

Sería una falta de respeto tener una sala sin nada. Sería poco acogedora, poco grata. Pero, no todo debe estar hecho por la educadora. Es parte del trabajo educativo hacer que los niños aporten a la ambientación del aula. “Nos entra mucho sol por esa ventana y nos deslumbra, ¿qué podríamos hacer?” Y entonces convierto el tema del sol en una actividad. A más de alguno se le ocurrirá decir que pongamos cortinas. Entonces, haremos las cortinas. “Y para no comer la merienda sobre la mesa, ¿qué hacemos? ¿Podríamos hacer mantelitos individuales?” Se trata de que los niños participen en la ambientación construyendo sus espacios de trabajo.

El concepto de que yo educadora hago todo lo que hay en la sala es erróneo. El ser humano hizo cultura al enfrentarse a un medio: se enfrentó al oso, sacó al oso de la cueva, limpió la cueva, pintó las paredes de la cueva y vivió en la cueva. Esto es esencial en la historia humana. Con los niños lo mismo. Que hagan suya el aula, que se apropien de ese lugar, que personalicen ese lugar con sus distintivos. Todo lo que hay en el aula puede y debe ser hecho con los niños.

AULAS ESTÉTICAS Y DINÁMICAS CON MATERIALES PARA “INVENTAR”

En el aula, los espacios deben ser dinámicos, interesantes, donde suceden cosas. Porque tengo una planta a la que se le secan las hojas, le sale una flor, un frutito. Y de eso hablamos. Porque tengo gusanos en una botella transparente. Y hablamos de eso. Que los niños tengan ganas de llegar a la sala a ver qué hay allí de nuevo. Fomentarles la capacidad de asombro. Las salas de los jardines infantiles deben ser interesantes. Hasta en las salas para bebés debe haber cosas significativas al alcance de ellos. A su altura. Debe haber retratos de ellos mismos. Fotos forradas, para que puedan pasarles la mano, lamerlas, y no las arruinen.

En el aula la estética debe ser interesante. Si yo, por ejemplo, pongo un cuadro de un pintor latinoamericano, de un muralista mexicano, si pongo en la pared grecas de cualquiera de las culturas indígenas latinoamericanas, promuevo en los niños el interés por otra estética, por otros símbolos y colores. Hay que emplear materiales que promuevan reflexión e interés. Eso no necesariamente significa materiales elaborados industrialmente o materiales caros. Son válidos el puzzle, la muñeca o la pelota que se compra. Y también lo son los materiales naturales que están ahí, y que basta con recogerlos.

A menudo, los juguetes comprados están muy usados, desarmados, desgastados. Hay en la sala un camión, pero sin ruedas. Hay una muñeca, pero sin cabeza. Hay pedazos de cosas. ¿Aportarán algo? O a menudo, son tan costosos los juguetes comprados que están muy guardaditos en estantes con llave para un día especial.

Debemos trabajar con otros materiales. Materiales en desuso: todos esos objetos que ya tuvieron un uso para el que no sirven: un despertador o una radio que ya no funcionan. Materiales de proceso, que sirven para “inventar” cosas: tubos de manguera, alambres, plásticos, que pueden ser transformados y con ellos hacer máquinas, robots. Materiales reciclables: la cajita, el tubito, el palito. No le llamamos material “de desecho”, porque es material que el niño va a reciclar y a convertir en otras cosas. Y esas otras cosas que hagan los niños se convertirán en ambientación de la sala.

LOS NIÑOS DEBEN SALIR  A MUSEOS, A LA ÓPERA, A LA CALLE

No sólo debemos poner atención a los ambientes internos. Una educación del siglo XXI, por muy buena que sea, no será válida si se queda entre las cuatro paredes de la escuela. Si estamos tratando de hacer una educación contex­tua­li­za­da, con raíces culturales, reflexionando sobre lo que pasa en este mundo, los niños tienen que salir. Y al salir veremos que la sociedad no está preparada para recibirlos. Que la so­ciedad esté preparada para los niños pequeños es un “temazo” pendiente. Desgraciadamente, América Latina es­tá muy poco preparada. Exceptuando ciertos Museos del Ni­ño, ha costado mucho, por ejem­plo,­ que nuestros museos tengan instalaciones para que las personas chiquitas se acerquen al arte, a la ciencia, a la cultu­ra.

Desde los Ministerios de Educación se pueden mover muchos hilos. En Chile, un buen museo de arte precolombino acogió la idea de hacer algo. Y organizó una exposición con reproducciones de piezas arqueológicas que los niños pudieran tocar y tener en sus manos. Una anécdota: a la salida del museo, en la parte de ventas, los niños se acercaron a hojear los grandes libros con ilustraciones a colores de piezas mayas, aztecas, incas, muy impresionados porque las habían visto y tocado en el museo. Entonces, quien vendía ahí les dijo: “No, eso no es para ustedes, la parte de los niños es allá”. Y “la parte de los niños” eran tres o cuatro libros sin colores, insulsos, mientras a ellos les fascinaban los libros “de mayores”.

En el Museo del Niño en La Paz, Bolivia, un país con altos niveles de pobreza, he encontrado algo único en América Latina: una sala para niños de 0 a 3 años. En la sala hay monitores que trabajan con ellos y que están vestidos con los trajes típicos de las culturas andinas. Lo que demuestra que éste es un tema que no depende de grandes recursos, sino de la conciencia y de la educación de la sociedad.

México ya tiene un Museo del Niño. También Bogotá. Allí me encontré también un museo con una hermosa sala para niños dedicada a Botero, uno de los grandes pintores y escultores colombianos, caracterizado por sus gordas y gordos. En la sala no sólo estaban reproducidos sus cuadros, puestos al alcance de los niños, para que pudieran verlos de cerca y tocarlos, sino que en el suelo sus cuadros estaban transformados en grandes puzzles que los niños podían hacer y deshacer.

En América Latina nuestros niños deben salir e ir a museos, a bibliotecas, a talleres artesanales. En Italia, he visto jardines infantiles que llevan a niños de 3 a 5 años al teatro municipal para que vean el ensayo de la ópera que se va a representar. O a una exposición de vitrales en el museo de arte medieval. Son iniciativas que expresan un concepto muy alto del niño. ¿Por qué darle al párvulo chatarra y mugre en el arte, en la música, en la ciencia, en la tecnología? ¿Por qué pensamos, por adelantado, que un niño o una niña pequeña no va a interesarse por la ópera o por las obras del arte clásico? Los niños y las niñas tienen derecho al buen arte, a la buena ciencia, a la buena tecnología, y no solamente a la cultura chatarra que a veces les dan.

PONGAMOS ATENCIÓN AL CURRÍCULO OCULTO Y AL CURRÍCULO QUE ANULAMOS

Todo esto es currículo, en su versión tradicional o cosificante y en su versión progresista o humanizante. Pero una cosa es el currículo escrito, el que explicitamos, otra es el currículo oculto y otra el currículo nulo. Entender estas diferencias nos adentra más aún en el complejo mundo de la educa­ción. El currículo explícito es el que tengo en un documento,­ el que puede leer todo el mundo. Mucha gente cree que basta­ con el currículo explícito, que en él está toda la intenciona­li­dad y toda la orientación pedagógica. Y no es así.

El currículo oculto es inherente a todo proceso educativo, aunque no estemos conscientes de ello. Tiene que ver con las expresiones y los gestos que usamos, que siempre tienen un gran impacto entre los niños y las niñas pequeños. Ya existe mucha investigación sobre currículo oculto en la educación inicial, especialmente en el tema de género. Ningún currículo explícito dirá que hay que discriminar a las niñas, pero quizás cuando estoy trabajando con los 30 niños y niñas que tengo delante me dirijo más frecuentemente a los varones, porque son los que se mueven más, y dejo a las niñas en segundo lugar.

Los gestos son fundamentales. A veces, un gesto dice más que mil palabras. Viene un niño a enseñarme su dibujo, que tanto le ha costado, y sin casi mirarlo, le hago un gesto que a él le indica que no me interesa lo que hizo. Todo esto es muy sutil. Va en el rostro, en cómo te miro, en cómo te recibo, en si te miro a los ojos, en lo que te digo y en lo que no te digo con palabras y sí con el rostro, con las manos, con todo el cuerpo. Si hay una educadora que está siempre con cara de desgano y de poco asombro, ¿cómo va a tener niños inteligentes y animados? Capacitar en cómo tomar conciencia de los gestos es mucho más trascendental que dar un montón de intelectualidad teórica.

¿Y el currículo nulo, el currículo que anulamos? En cualquier país de América Latina hay uno, dos, tres o cuatro colegios -según el tamaño del país- que están en la capital, que son muy connotados y de donde tradicional y genera­cio­nalmente han salido los presidentes, los ministros, los parlamentarios, todos los tomadores de decisiones. En Santiago, por ejemplo, uno ya sabe que uno de los niñitos del jardín infantil de cierto colegio del barrio alto será posiblemente Presidente de Chile o Ministro de Educación o senador o diputado. Porque, por clase social y por recursos, ese colegio es semillero de esos altos cargos públicos.

Este colegio se plan­tea­ como un proyecto muy democrático. Una vez, trabajando con este colegio, pregunté a mis colegas de educación parvularia cómo hacían para que los alumnos conocieran la realidad de Chile. “¿Han llevado a los niños del jardín a alguna población urbano-marginal para que conozcan que hay otros niños chilenos, de su misma edad, que hablan distinto, que juegan distinto, que huelen distinto, que usan otras palabras, que se visten con ropa usada, que se peinan diferente?” Me contestaron que nunca lo habían hecho y que tampoco nunca habían invitado a esos niños “distintos” a vi­sitar el colegio.

Después, me invitaron a una reflexión sobre el currículo y les hice ver el currículo que estaban anulando. Porque estaban enseñándole a aquellos niños, futuros mandatarios, que Chile era de niños igual que ellos, que en Chile no había otro tipo de niños. Y esto sucedía en un proyecto educativo muy progresista. Les hice ver que, desde la supuestamente inocente educación infantil, se pueden establecer discriminaciones, separaciones y privilegios que se mantendrán después durante toda la vida.

NADA ES INOCENTE

La educación infantil nunca es inocente ni ingenua. Marca tendencias, marca actitudes. Por eso debemos pregun­tarnos siempre: ¿qué explicito, qué valoro, qué anulo, qué dejo de lado? Y debo ser consciente que al explicitar unas cosas siempre estoy dejando de lado otras. Últimamente se está develando la importancia del currículo oculto, viendo que muchos de los fracasos y éxitos de la educación se juegan en el currículo oculto. Porque el papel lo aguanta todo, y en el currículo explícito podemos poner las maravillas más maravillosas, pero en el currículo real, el que hago en la sala de actividades, donde no considero a todos iguales, donde privilegio unas cosas, donde hago gestos que envían señales, donde doy prioridad a la niña más bonita o al niño que es líder, es en donde se juega la calidad de la educación.

Fuente artículo: http://www.envio.org.ni/articulo/3236

 

Comparte este contenido:

«En la educación nos jugamos el futuro» (1)

Por: María Victoria Peralta

En América Latina, todos decimos hoy que queremos una población creativa, emprendedora, productiva, capaz de elegir y con sentido de ciudadanía. Pero si alguien no ha pensado en los primeros años de su vida, cuando se forma el cerebro, si lo educaron masificadamente, pasivamente, mandándole a callar y a estar tranquilo, ¿qué pensará después, cómo podrá ser ocurrente en su trabajo, cómo sabrá elegir y participar activamente?

María Victoria Peralta

Los más recientes aportes de la neurociencia nos han enseñado que las tres cuartas partes de las conexiones neuronales que el ser humano usará a lo largo de su vida para todo tipo de aprendizajes y comportamientos se forman en los tres primeros años de la vida. He aquí la enorme importancia de la educación inicial. Y la enorme importancia que tiene brindarla oportunamente. A tiempo. No hay que esperar a que el niño y la niña tengan tres, cuatro o cinco años para que vayan al preescolar. Desde que nacen, incluso antes de que nazcan, ya hay que iniciar una oportuna intervención pedagógica. A veces la educación inicial puede ser muy activa, muy integral, muy participativa y muy relevante, ¡pero no llega hasta los cinco años! Y ya habremos perdido mucho tiempo. Y en América Latina no podemos perder más tiempo.

UNA HISTORIA QUE APENAS CONOCEMOS

A pesar de su trascendental importancia, la educación infantil, el primer nivel de la educación, con sus muchos nombres -educación preescolar, educación inicial, educación de párvulos, kindergarten- ha sido bastante desvalorizada en nuestro continente. No existe todavía un libro que nos cuente la historia de la educación infantil en América Latina, una historia a la que aún no le hemos dado la relevancia que merece.

En la historia de la educación infantil en América Latina podemos identificar cuatro etapas. La primera es la etnoeducación, la protagonizada por nuestros pueblos originarios. Es obvio que la educación de los niños en los primeros años de su vida no surgió en América Latina por la influencia europea. Los pueblos de la América precolombina ya la conocían y la practicaban. Y aún la siguen practicando. Es ésta una página de nuestra historia que apenas se conoce.

La segunda etapa inicia con la independencia y las primeras repúblicas, cuando la influencia europea se hace sentir con criterios pedagógicos muy ricos. Nos llega entonces el legado de Comenio, Pestalozzi, Froebel, Montessori, Owens, grandes hombres y mujeres que fueron los pioneros de la educación infantil en Europa. Su ideario resultó desafiante, porque todos ellos se anticiparon a su época, creando la educación infantil en un tiempo en que no existía ni la sicología ni la antropología ni la sociología, sólo a partir del saber pedagógico y con el paradigma de la educación activa, convencidos de que un niño tenía que aprender haciendo, cuando aún en los niveles educativos superiores esta idea resultaba aún desconocida.

La tercera etapa hay que situarla más o menos a partir de los años 50 del siglo XX, cuando comienzan a establecerse centros piloto en algunas escuelas normales de algunos países. En esta etapa se empieza a descubrir que la educación infantil puede ser de gran ayuda para dar respuesta a agudos problemas sociales. Y es por eso que los gobiernos incrementan la cobertura de la educación infantil, más como una forma de alimentar a los niños y garantizarles la salud básica, que como una propuesta educativa específica.

Hoy ya estamos en la cuarta etapa. El desequilibrio entre cobertura y calidad comienza a equilibrarse. Y ya se ha generalizado la idea de que, aunque un programa de atención integral a los niños no puede dejar de atender temas de salud o de higiene, la inversión no será rentable si no tiene un componente educativo de gran calidad.

NUESTROS PUEBLOS ORIGINARIOS YA LO SABÍAN

El aporte de la etnoeducación a la educación infantil no ha sido reconocido, a pesar de que los pueblos originarios siguen estando presentes en nuestros países y en varios constituyen la mayoría de la población.

Actualmente, tenemos que hacer grandes esfuerzos para lograr la participación de la familia y de la comunidad en la educación de sus hijos. Entre los pueblos originarios, la educación de los más pequeños estaba totalmente centrada en la familia y en la comunidad. Las ilustraciones del libro del indígena peruano Guamán Poma “Cartas al Rey” recogen las etapas del desarrollo del niño y de la niña: cuando está en la cuna, cuando ya gatea, cuando camina, cuando empieza a jugar… Para las fechas de este libro, 1550, todo esto resulta realmente asombroso.

Los pueblos originarios de nuestro continente practicaron desde siempre el principio de “aprender haciendo”. Junto a su madre en la huerta y junto a su padre en el campo o en el mar, niños y niñas aprendían haciendo cosas significativas, concretas, vitales. En los últimos veinte años, preocuparse del niño desde que nace, o incluso desde antes que nazca, se considera un principio en la educación occidental. Los antropólogos y los etnohistoriadores han recogido antecedentes interesantes de este principio en la América originaria. Por ejemplo, entre los pueblos nómadas del Canal del Beagle -donde se acaba América, por donde Charles Darwin pasó dando la vuelta al mundo-, desde hace dos mil años, apenas nace un niño la madre nombra una “madrina”, que será quien le ayude a hacerle ejercicios al bebé: la “bicicleta”, todo tipo de masajes. Muchos años después, la educación occidental le llamará a eso “estimulación temprana”.

Hoy sabemos que los niños pueden aprender desde el vientre materno -donde ya captan movimientos, sonidos, luces y sombras- y existe actualmente una Asociación Mundial de Educación Prenatal. Los pueblos indígenas ya lo sabían. Desde que concebía a un hijo, la madre se colocaba a la luz de la luna o a la orilla del mar o ante las fuerzas naturales para que el bebé en camino se acercara a esas energías. Era ya esa educación que genera quien está esperando positivamente a su hijo. Quisiéramos ver esa actitud entre nuestras mamás actuales, quisiéramos que todos los niños fueran esperados y deseados, porque ya la neurociencia nos ha enseñado la energía que eso representará a lo largo del desarrollo de esa vida.

LLEGAN A AMÉRICA LATINA  LAS EXPERIENCIAS EUROPEAS

Las primeras experiencias de educación infantil se instalan en América Latina a partir de 1850 en varios países. Educadores europeos vienen a América Latina y dan a conocer los jardines infantiles -en especial, los froebelianos- que estaban naciendo en Europa. O algunos gobiernos invierten y envían a algunos de sus educadores a los países europeos para que conozcan esas experiencias innovadoras.

Si la etnoeducación había funcionado en lo que hoy llamaríamos el ámbito no formal -la comunidad, la familia-, estas primeras experiencias se instalan en el ámbito formal. Se ocupan de niños y niñas de 4 a 6 años y proponen un ideario muy rico, con tres ideas centrales: un niño activo, una familia participante y una educación integral. Domina el principio de la individualidad: cada niño y cada niña son únicos. Y aunque no es lo mismo el principio de una educación activa a mitad del siglo XIX que hoy, aquellos pioneros enunciaron ya el principio fundamental de que el niño tiene que aprender pensando, sintiendo y actuando.

A América Latina llegaron fundamentalmente ideas educativas froebelianas. En casi toda las escuelas normales de América Latina se enseñó y se sigue enseñando al alemán Federico Froebel. En algunas se enseñó a la italiana María Montessori algo después. Después entraron las ideas del belga Ovidio Decroly. Es interesante saber que Montessori y Décroly visitaron América Latina, una página de nuestra historia pedagógica que casi nadie conoce. Montessori estuvo en Buenos Aires y Decroly en Colombia. En la Biblioteca Real de Bruselas encontré un libro fantástico sobre Decroly en Colombia, que no se conocía ni en Colombia. Estoy traduciéndolo. Decroly, que estaba organizando su Escuela Activa, sabía que en Colombia estaban instalando una escuela con métodos activos y él se pagó el viaje porque quería conocerla.

En esta etapa, la cobertura era “de muestra” y no existía el menor propósito de dar cobertura a toda la población infantil. Los jardines infantiles eran anexos de las escuelas normales, experiencias piloto. Se empiezan a formar entonces las primeras maestras de párvulos y se inicia la profesionalización de este nivel.

UNA GRANDÍSIMA NOVEDAD,  AÚN HOY INCOMPRENDIDA

México fue uno de los países pioneros, con la llegada a Veracruz de maestros europeos. Quien jugó un papel crucial en México fue Estefanía Castañeda, que instaló el primer jardín infantil en 1896, básicamente froebeliano.

En Chile, todo se trajo de Alemania para nuestro primer kindergarten. Se importó todo el currículo froebeliano y hasta la foto de Froebel pusieron en las paredes. Quien lo instaló fue Leopoldina Maluska, una austríaca contratada por el gobierno de Chile para esta misión. Uno de los primeros materiales que Froebel propuso en sus jardines infantiles fueron tres pelotitas colgadas de un palito, coloreadas con los colores primarios. Doña Leopoldina comenzó a “nacionalizar” el currículo froebeliano pintando las pelotitas con los colores de la bandera chilena. Aunque puede parecer muy simple, con esto expresaba su afán de darle a todo lo que venía de Europa un toque nacional.

En Costa Rica la “revolucionaria” que instaló la educación infantil fue la escritora Carmen Lyra, una mujer increíble. Una comunista, que perseguida por la policía logró salir del país disfrazada de vendedora de periódicos. En cada país latinoamericano la educación infantil fue instalada por una diversidad de personas, todas ellas gente sin recursos, sin suficiente apoyo, que se la jugaban a fondo porque veían la importancia que tiene educar en los primeros años de la vida.

La educación infantil resultaba una grandísima novedad. He revisado, por ejemplo, actas del Parlamento chileno de la época en la que se instaló el primer jardín infantil y diputados muy connotados de esa época decían cosas de este tenor: “¿Esto para qué sirve? ¡Si nadie necesita ir a un jardín infantil para educarse! ¡Mírenme a mí!”.

Todos los que hemos trabajado en este nivel sabemos que se sigue pensando así, que es mucha la gente que no comprende la importancia de educar en este nivel, a menudo mirado en menos, porque como los niños sólo juegan y cantan y pintan, nada relevante sucede ahí. A pesar de las incomprensiones, las primeras experiencias se consolidaron y con muy buena calidad. Como eran pocas, se podía tener mejor control y mayor seguimiento. El problema no era la calidad, era la cobertura.

LA INFANCIA LLEGA A LAS ESTADÍSTICAS

En la tercera etapa empieza a evidenciarse en todo el continente la dramática realidad de los niños pequeños, que se hacen visibles en las estadísticas nacionales de los distintos países. En los años 50 del siglo XX comienza a medirse la mortalidad y la morbilidad infantil y se descubren índices muy altos. Esto causó un gran impacto. Hay que tener en cuenta que hasta el día de hoy la población latinoamericana de 0 a 6 años sigue sin estar registrada totalmente y no conocemos la cantidad de niños de esas edades en muchos países, porque las estadísticas no reflejan el 100% de ese sector de la población. En América Latina hay aún muchos niños que nacen, se enferman o mueren, de los que nadie sabe más allá de sus padres, porque nunca entraron en las estadísticas oficiales. Eso explica que las estadísticas sobre la educación infantil en América Latina sean todavía muy precarias y sólo dispongamos de cifras aproximadas.

En esta tercera etapa se empieza a pensar que la educación infantil podría contribuir a defender la vida de los niños y que los jardines infantiles servirían para que los niños no anduvieran por las calles, desnutridos y sucios. Pero, como la educación formal es muy cara -un aula, una profesora y un cupo- comienzan a instalarse modalidades no formales, más económicas. Modalidades comunitarias, con madres y agentes comunitarios actuando como educadores. Los aportes de la comunidad fueron muchos, pero no porque la comunidad estuviera en condiciones de darlos, sino porque el Estado no se comprometía aún con este nivel educativo.

“GUARDERÍAS”: UNA PALABRA QUE LIMITA

No existía institucionalidad para la educación parvularia. Los Ministerios de Educación, de Salud, de la Familia, de Bienestar -los que en los distintos países de América Latina asumen hoy este tema- no tenían aún una sección, un departamento o un servicio de educación infantil. Comienzan a aparecer en estos años, y será hasta los años 80 -cuando el crecimiento económico colapsó y seguía creciendo la población y la mortalidad infantil- cuando empezaron a llegar del extranjero los primeros currículos para aplicarlos en la educación parvularia. Algunos de estos currículos venían acompañados de bastantes recursos. Eran diferentes a los currículos pioneros, los froebelianos, montessorianos y decrolianos. Empieza a aparecer por nuestros países el currículo cognitivo, los currículos basados en la personalización, muchos currículos basados en planteamientos españoles. Y aunque se comienza a buscar calidad en estas propuestas curriculares, el esfuerzo mayor se dirige a instalarlas, no a evaluarlas.

La palabra “guardería” comienza a emplearse en esta etapa en América Latina, expresando el propósito de “guardar” a los niños, de protegerlos y salvarlos. Hasta el día de hoy está vigente el término y cuesta mucho desterrarlo. Obviamente, no es el mejor concepto para definir una educación de calidad. Porque limita el jardín infantil a una institución donde el niño juega para que “no le pasen cosas” sin expresar que allí se le educa. Ya en estos años, algunos países venían usando o empiezan a usar otras palabras: jardines infantiles, jardines maternales, jardines de niños, kindergarten.

En esta etapa la educación inicial comienza también a ser un objetivo político. Se fundan en la Guatemala de aquellos años comedores y guarderías infantiles, calificadas como “dos obras sociales de la revolución”. Lo mismo sucede en la Cuba revolucionaria. Que la educación infantil se convierta en objetivo político es un gran avance, porque el Estado debe invertir en este nivel educativo. Objeto de “alta política” debería ser siempre la educación en los primeros años. En esta etapa inicia definitivamente la institucionalidad de este nivel educativo. En la Cuba revolucionaria se toma el modelo de la Unión Soviética, los Círculos Infantiles, a los que Cuba hace adaptaciones. Hasta el día de hoy se mantiene en la isla el perfil inicial, que hace gran énfasis en salud e higiene, aunque sin olvidar el aspecto educativo. En Chile se instala en estos años la Junta Nacional de Jardines Infantiles, casi un Ministerio de Educación Infantil. Lo dirigí durante casi nueve años y es hoy una enorme institución, con 6 mil funcionarios y con todo tipo de equipos técnicos, que atiende a 130 mil niños y niñas de 0 a 6 años.

ESTAMOS EN UNA ETAPA MEJOR: MÁS COMPROMISO Y MÁS OPORTUNIDADES

La cuarta etapa inicia más o menos en el año 2000, cuando ha comenzado a crecer la inquietud por la calidad de la educación inicial. ¿Por qué estamos hoy en otra etapa? ¿Y por qué tendríamos que decir que estamos en una situación distinta y mejor? En primer lugar, porque existen hoy importantes compromisos que los gobiernos de América Latina han suscrito en torno a la primera infancia. Ha habido Cumbres de Presidentes, de Ministros de Educación o del Sector Social, que han firmado todo tipo de declaraciones a favor de la primera infancia, en el marco de la Convención de los Derechos del Niño. Y esto ha desembocado en un compromiso oficial de todos los países de preocuparse por educar a su población en los primeros años.

Se trata de un enorme avance. Hace 20 años, cuando nos reuníamos los directores de educación infantil que había en América Latina algunos decían: “Me es muy difícil meter el tema, porque no hay nada en los presupuestos nacionales ni en las políticas públicas. Sólo si sobran unos pocos recursos nos los dejan caer”. Ahora esto ha cambiado, ya tenemos un marco legal. También en diferentes encuestas que se han hecho se detecta una mayor conciencia de los padres de familia sobre la importancia de la educación inicial. Ya no se concibe la educación infantil como el lugar donde sólo se “guarda” y se cuida a los niños o sólo se los prepara para la educación básica. Y aunque es importarte cuidarlos y prepararlos para después, los padres empiezan a entender la relevancia de esta etapa de la vida y el sentido que tiene, en sí misma, la educación de sus hijos en estos años.

Otra característica de esta etapa es que surgen todo tipo de agencias internacionales y organizaciones -UNESCO, UNICEF, OEA- trabajando en esta dirección. También se interesan en la educación infantil los organismos financieros internacionales. Esto ha significado recursos -que aunque no siempre se han utilizado bien, porque a veces no hay la capacidad técnica para usarlos bien-, han llegado a todos los países. La abundancia de recursos constituye una ventaja y también un desafío ético a la organización y a la honestidad. A menudo los recursos no se invierten bien, no se distribuyen equitativamente, ciertos organismos manejan grandes cantidades y otros nada… En nuestros países hay mucha falta de profesionalidad y mucha corrupción.

Otra característica de la etapa actual es que ya se han elaborado en todos los países latinoamericanos currículos nacionales, hechos con más o menos participación, con más o menos apoyo, pero hechos por fin. Ya no hay país en América Latina que no haya explicitado políticas de calidad en la educación infantil. ¿Puro papel? Puede ser, pero cuando no había nada no podíamos hacer referencia a ningún marco orientador, no podías decirle al Ministro de Educación: “Invierta en calidad de la educación infantil”, porque nadie la planteaba como importante. Ya hemos dado el primer paso. Ahora hay que pasar del papel y del discurso a la práctica y a la realidad.

DESDE MÉXICO A LA PATAGONIA

Hay también otra característica muy relevante y positiva en la etapa actual. Todos los indicadores latinoamericanos de salud, de expectativa de vida, de educación general, de educación parvularia, están hoy mejor que dos décadas atrás y, aunque a distintos ritmos en cada país, un mayor crecimiento económico -aunque no siempre bien distribuido- nos permite más posibilidades para hacer programas educativos con mejor calidad que antes. En el Siglo XXI ya tenemos instalada la educación inicial desde México hasta la Patagonia en todos los países. En la parte más austral de Chile, muy cerca del Cabo de Hornos, en la última isla de América Latina, existe, por ejemplo, un programa no formal que se llama “Jardín a la distancia”, donde la educadora llega una o dos veces al año en botes o en buques de la Armada de Chile, y el resto del año trabaja a través de una emisión semanal de radio, que transmite programas a todas las familias de la región. La educación parvularia se ha extendido hoy masivamente por todo el continente: por zonas urbanas y rurales, por zonas alejadas y de grandes concentraciones, por zonas indígenas. Esto no se veía 20 ó 30 años atrás. La cobertura es amplia y hay diversidad de modelos por toda América Latina.

Con Gaby Fujimoto -la especialista de la OEA en esta materia- hicimos en 1998 una investigación, tratando de hacer el listado de todas las modalidades no formales de educación inicial que hoy existen en América Latina. Y llegamos a identificar unas 60. Existen modalidades no formales de todo tipo, desde las presenciales -como sería un jardín comunitario donde una maestra comunitaria trabaja con un grupo de niños de forma parecida a lo que sería una modalidad formal-, hasta modalidades a distancia, como ésta chilena. Hay programas radiales para los pueblos nuevos de Lima, zonas urbanas muy marginales. Hay el programa “Educa a tu hijo”, que se desarrolla en la Plaza de la Revolución en La Habana, donde personas de la comunidad trabajan al aire libre con los niños. Hay educación infantil en Otavalo, una comunidad indígena ecuatoriana de grandes comerciantes y agricultores, donde el líder de la comunidad enseña a los niños en la huerta. Hay programas por televisión, hay programas donde las madres van ciertos días con sus bebés a aprender cómo educarlos. La gama de modalidades es enorme.

EL DESAFÍO ACTUAL: CONSERVAR LA DIVERSIDAD Y LA COBERTURA, PERO CON CALIDAD

También la gama de calidad es enorme. Desde programas muy participativos, donde los criterios de calidad están claros, hasta programas que son meramente guarderías, lugares donde se tiene “guardados” a los niños para que no les pase nada, y donde el nivel educativo no está presente. Hace unos años teníamos uno o dos modelos, y ahora tenemos muchos. Esto significa una gran riqueza. Un modelo para cada realidad. Porque si yo estoy en una comunidad de la selva, donde hay doce niñitos separados por kilómetros, no tiene sentido crear un jardincito infantil de ningún estilo. Tengo que armar o equipos itinerantes o programas a distancia o programas en el hogar, algo adecuado a esa realidad. Y si yo estoy en un mercado de Bolivia, donde las mujeres venden con sus bebés al lado, tendré que hacer lo que ya se hace en ciertos lugares de La Paz, donde hay programas de actividades con los niños pequeñitos de las mamás vendedoras cuando éstas tienen que atender a más clientes, para que los bebés no lloren.

El desafío actual es conservar la cobertura y la diversidad de modalidades, pero con calidad. En muchos programas no formales -también en muchos formales- observamos tremendos problemas de calidad. Por escasez de recursos, por poca capacitación, por no tener un plan educativo detrás, por no haber explicitado criterios de calidad relevantes, por no haber trabajado en su implementación… No basta tener un buen currículo. Tengo que capacitar a las educadoras comunitarias para que se apropien de él con sentido y puedan ser capaces de traducirlo a prácticas adecuadas.

En muchas de las modalidades actuales encontramos todavía a niños en un rol muy pasivo o a los educadores solamente preocupados por lo asistencial: comida y cuidado. También abunda el trabajo masificado, todos los niños haciendo lo mismo en el mismo momento. Todos pegando el mismo papelito del mismo color en el mismo conejito y todos a la vez. No se provoca pensamiento en el niño y el niño no elige. Y en muchos jardines lo que vemos son niños esperando, niños aburridos, niños cuyo desarrollo, si lo evaluáramos, está lleno de carencias. Esto lo observamos también en programas patrocinados por los Ministerios de Educación o por los Municipios, a pesar de ser centros más caros y de tener apoyo oficial.

La masificación también perjudica la calidad. Decidirse por la cobertura ha significado que en América Latina trabajamos en los jardines infantiles de la educación formal con 30, 50 y hasta 60 niños en un aula. Y hasta con 35 niños uno puede hacer algo, dependiendo de otras ayudas que tenga, pero con 50 niños de 3, 4 y 5 años, no se puede hacer mucho, aunque tengas una o dos ayudantes.

DONDE NOS JUGAMOS EL FUTURO

La educación bancaria de la que hablaba Paulo Freire está aún muy presente en la educación infantil latinoamericana. Hallamos salas con algo que sería propio de una universidad: los banquitos en orden, el profesor delante y todos los niños pendientes de una orden y haciendo lo mismo. Un aprendizaje vertical, homogéneo, masificado, donde no hay lugar a la intervención de los niños, a la búsqueda de sentido, a saber qué les gustará o les interesará hacer a los niños, donde todo se hace por parejo y con el único objetivo de cómo controlarlos mejor para que no se muevan mucho.

Es característico en estas experiencias lo que llamamos la sala “de la mitad para arriba”: los niños están de la mitad para abajo, no hay materiales a su alcance ni ningún rincón atractivo y el adulto trabaja desde un escritorio, lo que en la educación infantil no debe suceder jamás. Con los niños pequeños hay que estar en los rincones, mezclados con ellos, mirándolos siempre a su misma altura. Viendo tan sólo la sala de un jardín infantil nos daremos cuenta si en ella hay un currículo activo o pasivo. Lamentablemente, tenemos en América Latina gran cantidad de experiencias educativas donde predomina el rol pasivo de los niños y el rol directivo y vertical de los adultos a su cargo.

Estos problemas de calidad nos deben preocupar. Si contrastamos este tipo de educación infantil con nuestro deber ser como países, veremos un abismo. Decimos que queremos poblaciones creativas y con iniciativa, emprendedoras, gente a la que se le ocurran cosas, pero desde la educación infantil estamos masificando niños, homogenizándolos, limitándolos, estamos formando niños sumisos, niños que aprenden desde el jardín infantil que lo que se espera de ellos es estar callados, sin moverse y haciendo lo que les dicen. ¿Qué ser humano, qué ciudadano y qué ciudadana estamos formando por este camino?

Son muchos los jardines maternales latinoamericanos, las salas cuna o salas nido, donde a veces están dos o tres bebés en una misma cuna, porque ni siquiera hay el espacio mínimo para tener un bebé por cuna. Esos bebés irán después a un jardín infantil donde recibirán esta educación masificada, donde el único objetivo será que sean tranquilos y estén callados. Y después, entrarán a la educación básica, donde tenemos también tremendos problemas de calidad. Y en la educación media seguirá la misma historia.

¿Qué ser humano estamos formando así? Si en la etapa más plástica de la vida de un ser humano, desde el nacimiento a los primeros años, la educación es tan carente de calidad, ¿qué esperamos que sea después la población de América Latina? Esto es un drama. Y nuestros mandatarios, nuestros tomadores de decisiones, no siempre tienen claro que el “deber ser” de nuestros países se juega en estos años. Y todos dicen, y todos decimos, que queremos una población capacitada, productiva y emprendedora. Pero si alguien no ha pensado en los primeros años de su vida, que es cuando más se desarrolla su cerebro, ¿qué pensará después, qué hará cuando le pidamos que sea ocurrente en su trabajo?

El tema de la calidad de la educación es la tarea más seria que tenemos por delante. Tenemos que buscar, de todas las formas posibles, la manera de instalar estas preocupaciones lo más amplia y rápidamente posible para que los tomadores de decisiones se sientan cuestionados. Tenemos que lograr que de estos temas se hable en los medios, que se debata y se discuta sobre esto, tenemos que darle relevancia al tema de la calidad en la educación infantil, para que lo entiendan no como un problema técnico, sino humano. Como un tema en el que nos jugamos el futuro.

EL DESAFÍO DE LA CALIDAD

También existen muy buenas experiencias. Y eso nos demuestra que, a pesar de que trabajamos con grupos numerosos, a pesar que a las maestras no se les paga bien, y a pesar de que no disponemos de toneladas de materiales didácticos sofisticados, se pueden hacer muy buenas cosas. He recorrido toda América Latina y he recogido muchas páginas de mala educación y también muchas de buena educación. Buena educación con una calidad basada en nuestras fortalezas humanas, culturales y naturales.

Ése es el desafío: cómo hacer una educación de calidad sin copiar el modelo que nos llega de otros países y que está basado en buenos materiales y en pocos niños por aula. En todos los jardines que he recorrido en Europa -un continente de países viejos- no hay más de 12-15 niños por clase. Es muy fácil hacer educación de buena calidad cuando tienes 15 niños en una sala. Y cuando tienes una dotación de material didáctico tal que sólo la interacción con ese material hace avanzar el aprendizaje de los niños. En febrero 2004 visité en Inglaterra una sala cuna, un jardín maternal, ¡que tenía hasta computadoras! En Escocia visité varios jardines y en uno, la bibliotequita del aula tenía ¡más de 400 libros de cuentos! Ese mismo año, yo, como coordinadora nacional de educación parvularia del Ministerio de Educación de Chile, había logrado por fin que en el 50% de nuestros jardines hubiera dos buenos libros de cuentos por sala. Y eso que Chile tiene indicadores económicos mejores que otros países de la región…

CON LO QUE SOMOS Y CON LO QUE TENEMOS

En este momento tenemos en América Latina desde magísteres postgrado en educación infantil -el más alto grado que se alcanza en este terreno- hasta la mamá que en la comunidad, con o sin capacitación -más a menudo sin capacitación- se encarga del jardín infantil comunitario. Sin desestimar la buena voluntad de esta mamá, no podemos dejar de considerar que ella seguramente recibió una educación verticalista, autoritaria y punitiva y que, con la mejor de las voluntades, estará reproduciendo el mismo modelo. Y no podemos dejar de considerar que ella también ha visto a profesoras tituladas de kindergarten que le gritan a los niños y los mantienen a todos sentaditos y a todos haciendo el mismo monito a la misma vez, y con la mejor de las voluntades, reproducirá este mal modelo.

Tenemos recursos humanos limitados. Hay que capacitarlos. Tenemos materiales limitados, pero eso no impide buenas experiencias. Visité un jardín en un pueblito de Zacatecas, en México. En la plaza había una casuchita con un rótulo que decía “Jardín de Niños”. Miré adentro: oscuro, feo. ¿Y qué harán aquí los niños? Me dice la maestra: “No, aquí nomás lo usamos para guardar las mesas y las sillas. Todos los días los niños salen fuera”. La maestra trabajaba en la plaza del pueblo, en el parque, con los niños y con toda la población que por allí desfilaba. Por la tarde guardaban las mesas y las sillas en la casuchita. Me pareció genial: en el parque encontró todo el espacio que ella quería, un piso de cemento, jardines, bancos, y la gente que pasaba. Una gran creatividad.

Hay muchos que dicen: “Es que no tengo materiales”. Y están en medio de una naturaleza exuberante, con hojas y flores de mil colores, con piedras de todos los tamaños, tierras, palitos, insectos. ¡Y dicen que no tiene materiales para trabajar! Hay miles de “materiales” que no usamos: los que nos brinda la Naturaleza, las tradiciones del pueblo, la cosmovisión. Habiendo aprendido mucho del modelo europeo, nos ha faltado la capacidad de hacer currículos a partir de nosotros mismos.

Analizamos muy poco lo que hacemos en la educación inicial. Hay aún muy poca masa crítica, muy poca gente analizando lo que hace. Seguimos pensando la educación de párvulos como algo ingenuo, fácil, inocente. Total, da lo mismo: pones al Pato Donald en la pared y ya. ¿Y no has pensado si será mejor poner en la pared un mural de Rivera o un cuadro primitivista nicaragüense? Hay bastantes educadoras que creen que comprando “todo Mickey Mouse” hacemos el mejor aporte a los niños. No nos hemos habituado a analizar el impacto de la selección cultural que hacemos ni las consecuencias que puede tener que yo pase años contándole a niños latinoamericanos los cuentos tradicionales de Europa. El camino a la calidad pasa por analizarlo todo, por revisarlo todo: el cantito que cantamos con los niños, el cuento que les contamos, las palabras que les decimos, la gesticulación con que les hablamos. Porque hay un currículo explícito y otro oculto. Y todo transmite algo.

¿PARA QUÉ EDUCAMOS?

Tenemos problemas muy serios en la formación de los educadores y educadoras. La primera pregunta que deberíamos hacernos es: ¿educo para la reproducción de la inequidad o para la transformación de la sociedad? Si tomo el primer camino -y me parece que muchos lo han hecho en la educación infantil, pensando que es un tema menor- haré en el aula cosas triviales, no reflexionaré sobre lo que hago, y pasaré así durante años. Pero si me pongo en la perspectiva de ser un educador para la transformación social, me analizaré permanentemente para ver lo que estoy haciendo y cómo lo estoy haciendo.

En una ocasión, en Costa Rica, se me acercó un educador para decirme que el Ministerio de Educación era muy directivo en la aplicación del currículo preescolar. Yo le pregunté cómo se expresaba esa rigidez y me dijo que en la visita del supervisor. “¿Y cada cuándo te visita el supervisor?” “Una vez al año”. Le dije: “Entonces, ¡tú tienes espacios de libertad para hacer lo que consideras bueno! Tú eres el que supervisa lo que pasa en tu aula”. Eso fue lo que nos enseñó Paulo Freire: re-mirar las prácticas, re-pensar lo que hacemos, construir la pedagogía en el camino. Y eso exige reflexión, estudio, capacidad de crítica, una crítica que tiene que empezar por uno mismo.

Lo crucial en un aula es el clima que se genera, la interacción afectiva y cognitiva que logramos. Esto no es cosa de dinero, es cosa de saber qué tengo que decirle a un niño y a una niña para producirle un conflicto intelectual que lo lleve a hacer una hipótesis sobre algo. Esto es cosa de acoger a cada niño y a cada niña, respetarlos, detectar sus fortalezas para apoyarlas y conocer sus debilidades para equilibrarlas.

CONTAR CON LAS FAMILIAS Y EMPODERARLAS:  UNA TAREA PENDIENTE

En nuestras experiencias, tanto en las buenas como en las malas, hemos reducido a menudo la participación de las familias a roles muy secundarios. Hemos considerado a la familia como “mano de obra”: nos hacen materiales, nos prestan su casita para un programa, nos limpian el aula. Y todo eso, a pesar de que en muchas ocasiones se trata de familias muy pobres.

Silvia Schemelker, una investigadora mexicana muy rigurosa, reflexiona sobre cómo hemos explotado a los pobres pidiéndoles tanto para hacer realidad la educación infantil. Ella lo plantea así: cuando le pedimos a una familia pobre que reciban a seis, diez o quince niños para una clase en su única casa pobre, donde la única sala que tienen es comedor y dormitorio, a cambio de pagarles algo -en Bolivia les pagaban con latas de sardinas-, ¿no nos preguntamos qué haríamos si nos pidieran nuestra casa de clase media para llenarla de niños interrumpiendo la vida familiar? Es un abuso que el Estado, en vez de financiar un local, cargue sobre las familias pobres la infraestructura que no financia.

También hay muy buenas experiencias donde la participación de la familia no es solamente secundaria y de colaboración, trayendo materiales o limpiando el aula, sino pensando con la educadora qué niños y niñas quieren y cómo lograrlo. Recuerdo a un campesino chileno. A la pregunta “qué quiere usted de su niño”, me dijo: “Yo quiero que hable mejor, que sea un caballerito”. Le dije: “Nosotros aquí en el jardín cuando llegan los niños los saludamos y les preguntamos cómo les va. ¿Y usted, hace lo mismo cuando el niño llega a la casa?” Se trata de dialogar con la familia. La educación va en ambas direcciones. Si no dialogo con la familia pierdo mucho de mi trabajo, si no empodero a la familia con conocimientos para que entre ellos circule ese conocimiento, pierdo mucha calidad en la educación infantil.

Es crucial empoderar a las familias. Y no tener miedo pensando que son conocimientos sofisticados que la familia no va a entender. Con la reforma curricular que estamos llevando a cabo en Chile, me ha tocado trabajar personalmente con familias de sectores rurales, con madres con educación básica incompleta, a las que les he expuesto los principios de la neurociencia, que nos explican la enorme importancia que tiene la configuración que adopte el cerebro en los primeros tres años de vida. Lo entienden. Y resulta muy estimulante ver después cómo explican ellas lo que aprenden. Y aunque hablan de las “nuronas”, lo hacen entendiendo muy bien que son las neuronas y cómo se conectan entre sí y cómo se conectan mejor si ellas le hablan y le cantan al bebé desde que nace, si lo sacan fuera y le enseñan semillas y flores de distintos colores. Esto es crucial, porque si ellas lo entienden, lo seguirán haciendo sin que yo tenga que ir a decirles que lo hagan.

NO DIGAMOS: “POBRECITO EL NIÑO POBRE…”

Son muchos los esfuerzos que se han hecho en América Latina en la educación infantil. Esfuerzos loables. Yo le saco el sombrero a mis colegas que en toda América Latina, a veces sin comprensión alguna de los sistemas nacionales, sin un peso, sin apoyo, hacen educación infantil en los escenarios más diversos y logran ambientes donde los niños aprenden haciendo cosas. Mucho hemos hecho. Pero no basta. ¿Por qué? Porque ya todas las investigaciones nos dicen que uno de los principios que hemos de tener claros y transmitir a nuestras poblaciones es que los niños pueden mucho más que todo lo que hasta ahora hemos sospechado que podían. Tanto la sicología cognitiva, como los estudios afectivos, como las neurociencias, nos enseñan hoy que los niños y las niñas son mucho más inteligentes y capaces de lo que hemos aprendido hasta ahora, y que lo demuestran si les damos las oportunidades.

Si yo pienso: “Pobrecito el niño pobre que vive en un ambiente pobre con su familia pobre”, esa pobreza no tendrá salida. No se trata de una postura idealista. Hay investigaciones muy serias que nos demuestran que si pensamos que un niño es limitado, el niño terminará siendo limitado. Y que si creemos que los niños son capaces, se desarrollarán mejor y serán capaces de aprender más. Este cambio en la mentalidad de familias, padres, madres, educadoras y, sobre todo, en tomadores de decisiones, alcaldes, ministros, autoridades, es crucial.

No quiero con esto desconocer los espectáculos dramáticos que hoy vemos por toda América Latina: niños y niñas en las calles, desnutridos, semidesnudos, jugando en la basura…A pesar de estos dramas, -ante los que América Latina posee una enorme capacidad de resiliencia para levantarse- tenemos que admitir que hay muchas cosas que en América Latina están mejorando. En todo el continente se está reduciendo la natalidad. Por distintas causas. En algunos países, por firmes políticas de control de natalidad. En todos, por la incorporación de la mujer al trabajo y por su acceso a la educación, espacios donde empieza a comprender que no sólo quiere ser la madre de cinco o de ocho hijos sino que quiere satisfacer otros intereses personales y profesionales. Este cambio de expectativas tiene implicaciones en los programas de educación infantil. Con menor natalidad, y con una educación primaria con mayor cobertura, se abren nuevas posibilidades para mejorar la calidad y la cobertura de la educación parvularia.

UNA COBERTURA AÚN DEFICIENTE Y OBJETIVOS SOCIALES DESMEDIDOS

Es muy difícil calcular la cobertura latinoamericana en educación parvularia con exactitud. Porque los censos se diferencian de país a país. Los censos que hace la UNESCO tienen varios rangos: de 4 a 6 años, de 5 a 6, de 3 a 6, de 2 a 6. Hay muy pocos censos de 0 a 6 años. El rango de 5 a 6 años, el que se llama pre-escolar o pre-básico, el que está ligado a la educación primaria, tiene en casi todos los países del continente una cobertura bastante buena. Por su cercanía a la educación básica.

Pero en el rango de 0 a 6 años, el promedio de cobertura en América Latina en el año 2002 fue de sólo el 25%. Haití, Centroamérica y el Caribe tienen menos del 2% de cobertura en este rango de edad. Sólo Cuba es el único país del continente y del mundo que tiene 100% de cobertura en educación infantil de 0 a 6 años. Cuba tiene también el primer lugar de cobertura en educación primaria en toda América Latina. Y una de las explicaciones que hay para ostentar el primer lugar en primaria es la cobertura total que tienen en la educación parvularia.

La cobertura de la educación parvularia se ha ampliado muchísimo en América Latina. Pero, en un recuento de los programas de educación infantil en todos nuestros países, observamos que se le pide a la educación infantil todo: superar los efectos del atraso cultural, propiciar el desarrollo comunitario, favorecer procesos autogestionarios comunitarios, favorecer la valorización de la cultura local y de las lenguas autóctonas, facilitar la capacitación de las madres y su incorporación al trabajo fuera del hogar, favorecer la realización de las mujeres a través de la posibilidad de ejercer otras actividades fuera del ámbito doméstico, incorporar al sector femenino al sector productivo del país, evitar la desnutrición infantil, favorecer una mejor calidad de vida proveyendo mejores condiciones ambientales, romper el círculo de la pobreza favoreciendo el mejoramiento de las condiciones de vida del niño y su familia, favorecer un mejoramiento de la educación familiar…¡Y se aspira a que la educación infantil contribuya a todo esto! Pero todo esto son políticas sociales. Naturalmente, todo esto -una panacea- va más allá de lo que este primer nivel puede hacer.

EL OBJETIVO: GOZAR PLENAMENTE LOS SEIS PRIMEROS AÑOS DE LA VIDA

El problema de esta ambición desmedida es la escasa referencia que aparece en los programas a los objetivos educativos específicos de este nivel. Los objetivos que se plantean son muy generales. “Favorecer el desarrollo integral del niño”: eso aparece en los programas de casi todos los países. Favorecer a un niño feliz y confiado: de eso ya no se habla tanto. “Generar una base para una mejor inserción a la educación básica”: eso lo dicen casi todos. Porque se sigue pensando que el rol esencial de la educación inicial es preparar para la educación básica. Pero, por muy importante que esto sea, ése no es el propósito esencial de la educación inicial. El propósito es que el niño se desarrolle plenamente en la etapa en la que está, que desarrolle todo su magnífico potencial y viva de lleno esa etapa. ¿Por qué prepararlo ya para la básica y no darle oportunidad de gozar de un tiempo tan importante como son los primeros seis años de su vida?

Esos primeros seis años son la etapa más de niño que tendrá el ser humano a lo largo de toda su vida. En la cultura actual, la adolescencia cada vez comienza más pronto y se prolonga durante más años. La cultura actual reduce la infancia, una tendencia a la que contribuyen los medios de comunicación, donde vemos con frecuencia a niñitas de siete y ocho años vestidas como vedettes, bailando y cantando sensualmente, maquilladas como artistas. Si la cultura de consumo impulsa a perder la infancia, con más razón el objetivo de la educación inicial y su gran propósito -y así debería expresarse en las políticas de todos los países- debería ser resguardar ese delicado período de la vida, donde el potencial de desarrollo es enorme.

AL MENOS, YA ESTÁ “EN EL PAPEL”

Es una novedad sumamente interesante que en América Latina todos los países hayan hecho sus currículos, sus marcos, sus guías. Que los gobiernos y las sociedades de los países se hayan juntado a pensar qué podrían hacer por la educación de sus niños y niñas, que hayan revisado los fundamentos de la educación para después definir aprendizajes y criterios para aplicarlos. No hay continente en el mundo en el que todos los países tengan un currículo nacional. Todos los países europeos no tienen aún currículos nacionales, ni los tienen los países asiáticos, ni los de Oceanía, mucho menos los países africanos.

Y los currículos latinoamericanos tienen ideas muy poderosas. Por ejemplo, en el marco curricular de Nicaragua se lee que “a todo niño o niña, como parte de sus derechos, se le brindará la oportunidad de ser, y se espera que sean, verdaderos actores de la época que les ha tocado vivir.” Se afirma que “se trata de formar niños y niñas más participativos, creativos, autónomos y con mayores responsabilidades ciudadanas”. Es un mensaje muy poderoso. Darle fuerza a estas ideas, entre los tomadores de decisiones, en la comunidad entera, para que todos entiendan que los niños pequeños no son sólo “una cosita mimosa para hacerles cuchi cuchi”, sino que son personas sujetas de derechos es un enorme desafío. Y aunque pensemos que todavía es sólo papel, ya es sumamente interesante que esté ahí, en el papel.

ES HORA DE APUNTAR A LA CALIDAD

Aún en el papel, los currículos para la educación infantil tienen mucha importancia. Son declaraciones de propuestas de calidad. En Chile tenemos 12 mil educadores de párvulos tratando de poner en práctica un buen currículo. El currículo de Brasil es bastante bueno. Bolivia ha hecho muy buen currículo. En Uruguay, colegas aguerridas están muy molestas porque no las han dejado hacer un currículo de 0 a 3 años, sólo de 3 a 6. Argentina, como país federal, tiene un currículo para cada estado, lo que tiene ventajas y desventajas. El de Perú es relativamente nuevo y está bastante bien. Ecuador tiene uno nuevo. En Costa Rica el último currículo que hicieron fue el del ciclo materno-infantil y está bastante interesante, con fundamentos filosóficos, sicológicos, sociales, culturales, ecológicos, biológicos, de neurociencia y pedagógicos. El de Honduras es para la pre-básica.

El de Cuba es uno de los más antiguos. Cuba tiene currículos por ciclos: para el primer año de vida, para el segundo, para el tercero. El de Ecuador es uno de los últimos que se ha hecho en el continente. Participamos en su elaboración y cuando estaban viendo la portada quisieron usar un concepto que permitiera levantar expectativas y no ver al niño como el pobrecito chiquitito y limitadito, con puros diminutivos. Y eligieron este lema: “¡Volemos alto!” Y aunque en Ecuador hay situaciones sociales sumamente difíciles, no se conformaron con techos bajos, sino que optaron por altas expectativas.

Por muchas de estas razones, hoy el marco para lograr calidad en la educación es más propicio que nunca antes. Porque han mejorado -aunque en diferentes grados según los países- los indicadores referidos a la familia y a la niñez. Porque existen políticas locales, regionales y nacionales. Porque existen currículos nacionales e instituciones especializadas en la primera infancia. Porque hay más recursos financieros para este sector. Porque hay mayor profesionalización, estudios e investigación. Y porque hay mayor difusión de estos conocimientos a través de múltiples materiales.

Un problema que tenemos en América Latina es que hacemos cosas interesantes, pero las sistematizamos poco. Casi no sabemos sistematizar. Registramos poco y publicamos poco. Entonces, cuando uno quiere tener obras, libros, pensamiento construido en América Latina a partir de nuestras realidades, con nuestras debilidades y nuestras fortalezas, encuentra muy pocos libros. La construcción de conocimiento que se hace en centros de investigación, en ONG, en universidades es muy escasa, porque siempre estamos metidos en el activismo y como son tantas las cosas que hay que hacer, es muy poca la gente que escribe. Estamos leyendo aún libros que nos llegan de países desarrollados y, aunque por supuesto aprendemos mucho de ellos, no se acoplan a nuestras realidades. Los nuestros nos enseñarían mucho más.

¿QUEREMOS LÍDERES O AUTÓMATAS  PARA EL NUEVO MILENIO?

Otra gran ventaja que tenemos actualmente es que hay más presión social por la calidad y los tomadores de decisiones se están interesando más en el tema. Y si no se están interesando, tenemos que hacer que se interesen. En Chile, logramos que el Presidente Lagos lanzara las Bases Curriculares de la educación infantil en el Palacio de la Moneda, el mismo que en 1973 el mundo vio ardiendo. Ahí, rodeado de educadoras, de familias y de niñas y niños pequeños presentó el plan. Ése es el camino. La educación infantil no puede quedar sólo en las buenas voluntades de quienes tenemos mayor sensibilidad. La educación de los niños y las niñas más pequeños es demasiado importante. Y mientras haya tantos con poder de decisión que consideran la educación como un tema menor, y la educación inicial como el más menor de todos los temas, no debemos descansar.

Todos esos Presidentes que se reúnen continuamente en tanta Cumbre, si quieren que América Latina sea protagonista de su desarrollo, si quieren una población creativa, empoderada, inteligente, si quieren una democracia de calidad, si quieren líderes latinoamericanos para el nuevo milenio, tienen que entender que eso significa formar ciudadanía en los niños desde que nacen. Tienen que saber que eso tiene que ver también con un bebé al que a los seis meses no se le da simplemente un sonajero para que juegue, sino que se le muestran tres sonajeros para que elija el que más le gusta. Si cuando es bebé y después, durante los primeros años, sólo le doy lo que yo quiero y sólo le digo lo que tiene que hacer y le ordeno que no grite, que no se mueva, que no actúe, que no se levante, que no opine… ¿qué líderes voy a formar para el nuevo milenio? Tendré autómatas para el nuevo milenio.

Nuestros mandatarios tienen que darse cuenta que una ciudadanía activa no se forma gratuitamente. Que eso depende de una educación de calidad. Gabriela Mistral decía que el niño “no es mañana, es ahora”. Y eso significa que lo que pase en los primeros seis años de vida está, ya desde ahora, determinando el futuro de nuestras poblaciones y de nuestro continente.

Fuente artículo: http://www.envio.org.ni/articulo/3221

Comparte este contenido:

Crisis de valores ¡dejen que la educación parvularia haga lo suyo!

Por: Maria Victoria Peralta

En esta grave crisis de valores que como país estamos viviendo con cuestionamientos a personas e instituciones, han aparecido múltiples llamados a “reponer la educación cívica” y a preocuparse de  la formación ética y valórica de los chilenos. Avanzar a mejores formas de vida democrática donde el respeto a las personas y sus diversidades en sana convivencia en la búsqueda del bien común, centrándose  en el “ser” más que el tener, son temas que se discuten y añoran en diversos foros y círculos familiares.

En este contexto, las miradas de quienes deben abocarse a ello, una vez más se vuelcan a la educación. Aseguran que son el colegio y la universidad los que fallan, ya que las familias parecen estar muy “ocupadas” en proveer recursos o en realizar otras actividades al parecer más importantes.

Demás está decir que la formación valórica es una de las grandes labores que la familia debe hacer y que se realiza en el diario vivir, mediante los modelos de vida que se asumen al compartir experiencias y al tratar temas surgidos de la cotidianeidad y de los ámbitos de relaciones, donde se presentan problemas éticos y sociales a resolver.

La familia debe ser la primera y permanente formadora de valores, por lo que cabe preguntarnos si damos los tiempos necesarios y si generamos las instancias para ello. Es válido que las instituciones educativas deban colaborar, pero no pueden “reemplazar”esta función.

Señalamos esto último, porque es  habitual escuchar a los profesores que reclaman que muchas familias les dicen directamente: “hágase ud. cargo de este niño o joven, yo no puedo”. Después de eso casi no se les ve más en la institución escolar donde los “dejan” cual guardería infantil o juvenil.

En toda esta difícil situación que como país enfrentamos, hay un nivel educativo donde la formación valórica y de la personalidad de los niños, en una línea de colaboración a la familia, debe volver a ser el eje de su actuar: el de educación parvularia.

El buen jardín infantil, como la buena escuela primaria, recibía niños de diversos sectores sociales en una etapa donde empezaba la socialización extra-familiar. Esos niños en ambientes acogedores y amables, traían su sana colación: fruta, pan con algo, galletas, etc, la cual se ponía en una bandeja común para compartir. Esos y otros momentos eran las instancias de encuentro donde se conversaba lo que le pasaba a cada uno y se terminaba apoyándolos, si fuese necesario, con un abrazo, un beso, una conversación.

Las situaciones de aprendizaje vinculadas a la convivencia, al “hacer juntos”, al “saber del otro”, a gozar la presencia de “iguales”, al jugar colectivamente, eran el centro de las actividades, junto con las referidas al movimiento, la expresión, la creatividad, el descubrimiento y la transformación. Todo esto y mucho más, son parte de las orientaciones que entregan las Bases Curriculares de la Educación Parvularia, currículo nacional oficial, con que cuenta aún este nivel.

No obstante, cada día llega más información de las lamentables prácticas que se están haciendo en establecimientos del nivel, en especial, en escuelas y colegios donde se aplican “proyectos” que no podemos llamar educativos. Ello porque los párvulos son sometidos a exigencias de “sobreescolarización” que entre otros, los alejan de este foco de formación social y valórica que ha sido  el eje tradicional del trabajo en esta etapa.

Los niños de hoy trabajan en ambientes rígidos, con escritorios individuales de los cuales no pueden moverse, donde hacen interminables actividades de “lápiz y papel” supuestamente preparatorias para la educación básica.

Memorizan sin entender, se les aplican pruebas y se les ponen notas, prácticas que no se corresponden con las metodologías del juego, del descubrimiento, del asombro y del encuentro con los demás, que son las estrategias básicas de trabajo en esta etapa. Lo peor de todo es que, estas actividades tremendamente individualistas, competitivas, aisladoras, enajenantes, muchas veces no sólo son aprobadas, sino solicitadas por las familias. Cabe preguntarse, ¿sabrán además que los niños y niñas lo pasan muy mal haciéndolas?

Por ello, no nos asombremos del resultado de estas  prácticas educativas, tanto en el  hogar como de ciertas instituciones educativas, ya que lamentablemente cuando una sociedad no tiene tiempo para ocuparse de estos temas llegamos a lo que estamos viviendo hoy: jóvenes y adultos egocéntricos, que no les interesan  los demás y  el medio en que viven tanto local como global.

De esta manera el desarrollo de todos está ausente de sus preocupaciones, ya que sólo se satisfacen los interminables egoísmos personales, el  aparentar y  el “tener y tener.”

Con motivo de la Reforma Educacional el ministerio de Educación ha vuelto a reinstalar la importancia del juego y del descubrimiento en educación parvularia. ¿Se podrá revertir el daño que por años se ha hecho a los párvulos en una etapa tan sensible y formadora?, ¿cómo seguirá la formación integral y valórica en el hogar y la escuela? En nosotros y en nuestro actuar está la respuesta.

Fuente: http://blogs.cooperativa.cl/opinion/educacion/20150510071610/crisis-de-valores-dejen-que-la-educacion-parvularia-haga-lo-suyo/

Comparte este contenido:
Nicaragua, cooperación genuina, día de la maestra / del maestro

La relevancia del actuar ético en el desarrollo de los educadores

Por: María Victoria Peralta

Como parte del debate sobre el mejoramiento de la calidad de la educación en Chile, el tema de la formación y desarrollo docente de los educadores se plantea como uno de los medulares a abordar. Respecto a ello, la mayoría de los estudios y consultas a los expertos nacionales, señalan como eje la necesidad de favorecer la formación disciplinaria (de las asignaturas escolares) y didáctica en los educadores.

Si bien es cierto que estos contenidos  deben ser parte de su formación y su desarrollo profesional, hay una dimensión que está por encima, que le da sentido y orientación al actuar de los docentes y a quienes tienen la responsabilidad de generar las condiciones para que estos profesionales puedan hacer adecuadamente lo suyo. Ello es un valor central: la ética.

La formación ética es la que nos permite en primera instancia darnos cuenta y valorar si el trabajo docente que hemos realizado responde a las necesidades de aprendizaje de los niños y niñas y a su desarrollo integral, con toda la entrega que esto implica. Pero además comprende aspectos que van más allá de lo disciplinario y lo didáctico, que dice relación con la empatía, el amor, la sensibilidad y el acoger a cada niño con sus características, intereses, urgencias y fortalezas. De esta manera se construye el contexto que permite a los pequeños ser atendidos como verdaderas personas y aprender. Ese es el gran secreto de la educación.

¿Cómo se forma la ética? En una constante relación con la realidad y sus múltiples situaciones; con el diálogo con los actores educativos; con el análisis permanente de la sociedad en sus demandas y oportunidades; con un espíritu crítico-propositivo que permita cuestionar nuestro quehacer docente.

Pero, ¿es la ética un tema sólo de los educadores? Para responder tomo las palabras de una gran educadora chilena recientemente fallecida, Ofelia Reveco Vergara (Q.E.P.D), quien decía, “tenemos que volver al tema de nuestra ética profesional quienes trabajamos en este nivel, llámense educadores, tomadores de decisiones o políticos”.

Esta cita nos hace referencia a que los problemas de la educación (sobre- escolarización, bajos aprendizajes, desmotivación, etc.) no son sólo responsabilidad de los educadores, sino de todos los que tienen que ver con ella, en especial, los tomadores de decisión.

Hemos visto en estos días en los medios de comunicación, niños que llevan más de cinco años en una escuela montada en contenedores insalubres en una comuna de Santiago.Otros, en jardines infantiles y colegios ubicados en zonas contaminadas de Antofagasta.

A ello se les suma, la existencia de escuelas donde se trabaja en espacios reducidos para la gran cantidad de niños y  las pocas educadoras que lo conforman, donde el arte, el movimiento, las salidas de exploración, la educación en la vida, no tienen lugar.

En fin, ejemplos de mala educación hay muchos y pareciera que a pesar de las reiteradas denuncias, a nadie lo ocupan en serio.

Por ello, la cita certera de nuestra querida colega toma relevancia: los educadores tenemos que hacer casi este acto de contrición cuando no desplegamos lo mejor de nosotros en lo personal y profesional, para que nuestros alumnos se desarrollen y aprendan, pero los responsables de “arriba” tienen que hacerlo más aún, por la posición que tienen y por su supuesta responsabilidad.

Esperamos que el actuar ético tome su lugar en este proceso de Reforma Educacional y nos ayude a analizar y avanzar en los complejos y persistentes problemas que arrastra nuestra educación. Nuestros niños y niñas lo merecen y sus profesores también.

Fuente: http://blogs.cooperativa.cl/opinion/educacion/20151023063759/la-relevancia-del-actuar-etico-en-el-desarrollo-de-los-educadores/

Comparte este contenido:

Lecciones de una gran maestra a los temas curriculares de hoy

Por: María Victoria Peralta

En los primeros días de septiembre falleció la profesora Viola Soto Guzmán, primera Premio Nacional de Educación, cuando volvimos a la democracia (1991). Profesora de Historia, Curriculista, Maestra de maestros, este premio y otros que recibió en su vida, como el Doctorado Honoris Causa de la U.M.C.E. (2006), dan cuenta de su prolífera y reconocida vida profesional que abrió verdaderas ventanas de pensamiento pedagógico y curricular pertinente a muchos profesores a lo largo de todo Chile en aras a una educación pública democrática y de calidad.

Siendo muchos sus aportes de los que se da cuenta en su último libro: “Toda mi vida dedicada a la Educación Chilena y Latinoamérica”(Editorial Universitaria,2015), queremos resaltar parte de su pensamiento que se expresan en esta obra, en relación a los grandes problemas que debatimos en la actualidad en la Reforma Educacional en curso, y en los cuales –sin dudas – necesitamos de mayor iluminación.

Respecto a las discusiones curriculares que han emergido en el país respecto a educación básica, secundaria (sobre la filosofía), y respecto a la actualización que se está haciendo de las “Bases Curriculares de la Educación Parvularia”, cabe releer su posición sobre lo que implica la elección de un determinado enfoque curricular.

Nos explica que siempre “está dentro de un paradigma dominante e implica decisiones filosóficas, éticas, políticas, económicas, científicas y técnicas, que lo configuran e identifican”, por lo que expresan “decisiones de poder que se toman generalmente fuera de la escuela acorde con determinadas políticas internacionales, generales del Estado y Educacionales”.

Agrega, “que también puede ser motivo de decisión de la institución escolar y/o del profesor del aula, haciendo uso de sus espacios de libertad”. Enriquece estos planteamientos expresando que, “la elección de un enfoque curricular implica penetrar sus constructos teóricos y desarrollar un proceso de reflexión crítica acerca de las circunstancias geopolíticas, económicas, históricas en que se desenvuelve la educación escolar vigente”.

Cierra estas ideas, señalando que un currículum crítico que ella asume, “es un currículum comunicativo, tranza con un tipo de curriculum afectivo práctico en una mezcla permanente de servir a la humanidad en la búsqueda de valores y de buscar fortaleza en el optimismo de las cosmovisiones que nos mueven en medio muchas veces de la confusión y del caos”.(pp.239 y 249)

¿Qué es lo que nos enfatiza en síntesis esta gran Maestra? Que la construcción de un currículo a nivel macro (nacional) o micro (en el aula), siempre está dentro de un determinado paradigma pluridisciplinario que conlleva importantes decisiones de poder y por tanto, de formación humana.

Por ello, se debe reflexionar críticamente sobre esos constructos y asumir posiciones que pueden ser,  plegarse a ellas o utilizar los espacios de libertad que todo profesor tiene en su práctica. Reafirma la importancia de un curriculum que sirva a la humanidad en la búsqueda de valores en un mundo complejo y controvertido.

La pregunta que surge en estos tiempos de Reforma Educacional y Curricular, es si estos paradigmas y constructos se han explicitado y si se ha hecho suficiente reflexión crítica al respecto. Al parecer es insuficiente, ya que ha sido parcial y poco explícita, y sin ellos, el valor de procesos de consulta, disminuye notablemente.

Estamos ciertos que todos queremos “lo mejor” para las futuras generaciones de chilenos que es lo que se decide cuando se hace un curriculum oficial, pero hace falta, mayor explicitación de sus bases para una discusión verdadera.

Esperamos que estas lecciones que nos sigue dando la gran Maestra a través de sus obras, sea recogida, tanto por los tomadores de decisión a nivel oficial, como también por los profesores a nivel de aula, que deben visualizarse como profesionales propiamente tal; es decir, analizando y reflexionando sobre sus decisiones curriculares y sus prácticas en función a una educación de calidad para los niños y niñas.

Un llamado a repensar, reflexionar, remirar y reconstruir una  educación basada en valores, de formación verdaderamente humana justa y democrática  para ser un ciudadano con identidad local y planetaria, quizás podría ser el mensaje final, que nos deja la profesora Viola Soto Guzmán, para todos los educadores de Chile, y para quienes deciden por las grandes orientaciones curriculares.  Ojalá aprendamos esta lección.

Fuente: http://opinion.cooperativa.cl/opinion/educacion/lecciones-de-una-gran-maestra-a-los-temas-curriculares-de-hoy/2016-09-17/065803.html

Imagen: http://www.elespectador.com/noticias/educacion/nueve-de-cada-diez-maestros-aman-su-trabajo-articulo-500742

Comparte este contenido:
Page 2 of 3
1 2 3