Los jóvenes de todo el mundo están desarrollando nuevas tecnologías para ayudar en la lucha contra la COVID-19.
Estas innovaciones incluyen ventiladores de bajo coste, suministros médicos impresos en 3D y contenedores de transporte reutilizados como salas de UCI, según Weforum.
La COVID-19 ha infectado a casi 5 millones de personas en todo el mundo y sigue propagándose rápidamente. Aunque los bloqueos se están reduciendo en algunos países, los efectos de este virus seguirán sintiéndose hasta que se encuentre una solución o vacuna viable. Y mientras el mundo espera esa solución, los jóvenes adoptan una actitud de «hazlo tú mismo» y utilizan tecnologías emergentes para fortalecer los esfuerzos de ayuda local, a menudo en algunos de los lugares más afectados y vulnerables del planeta.
Desde protectores faciales impresos en 3D hasta una aplicación impulsada por IA que puede clasificar a pacientes en situación de riesgo, estos son solo algunos ejemplos de las transformaciones tecnológicas que Global Shapers y Young Global Leaders (YGL) del Foro Económico Mundial han desarrollado para responder a la pandemia global:
1.Barcelona Hub e YGL Javier García Martínez han producido un ventilador artificial escalable para aliviar la presión sobre los hospitales en medio de una escasez grave. Su dispositivo utiliza piezas certificadas que pueden obtenerse fácilmente en instalaciones médicas y tiendas en línea, y cumple con toda la normativa médica en España. Tres hospitales ya están probando el dispositivo en sus UCI, ofreciendo a los pacientes que sufren los síntomas más graves una mayor oportunidad de supervivencia. El equipo detrás del proyecto, Open Ventilator, ha producido ocho prototipos y ha obtenido fondos para desarrollar otros 25 dispositivos.
2.Madrid Hub está imprimiendo en 3Dmascarillas faciales, filtros respiratorios y respiradores automáticos para algunos de los hospitales más afectados del mundo. Para ampliar su trabajo, se unieron a Coronavirus Makers, una comunidad compuesta por más de 17.000 jóvenes científicos, ingenieros y diseñadores que utilizan sus habilidades para ayudar a poner fin a la escasez de equipos que salvan vidas en España.
Del mismo modo, Boston Hub está apoyando al Hub de Gaza en la impresión de equipos 3D para trabajadores médicos de primera línea en una ciudad poco equipada para responder a la pandemia, dada la debilidad de sus infraestructuras sanitarias tras décadas de conflicto. Juntos, Global Shapers han imprimido 1.000 protectores faciales, 50 gafas protectoras y 20 piezas de respiración para apoyar las respuestas locales en Gaza, al tiempo que proporcionan a las familias empobrecidas acceso a las necesidades básicas y a comidas regulares.
«En lugares donde las infraestructuras sanitarias son prácticamente inexistentes, los jóvenes pueden desempeñar un papel vital en la experimentación de nuevas tecnologías que realmente tienen la capacidad de salvar millones de vidas en esta pandemia. Y esto es muy necesario en un contexto como el nuestro», afirmaba Shahd Alfarra de Global Shapers Gaza Hub.
3. Los jóvenes también están detrás de soluciones innovadoras de cuidados intensivos. Emma Greer, del Milan Hub, está detrás de un proyecto llamado CURA (Unidades conectadas para enfermedades respiratorias), que reutiliza los contenedores de transporte como UCI. El primer contenedor se desplegó en Turín en abril y está previsto que se amplíe a hospitales de toda Italia, así como en Europa y América Latina. El proyecto está siendo fabricado por jóvenes diseñadores, ingenieros y profesionales médicos voluntarios.
Siguiendo un camino similar, YGL Cameron Sinclair y su equipo en Jupe Health han lanzado una nueva empresa para desplegar refugios médicos para uso de tres grupos diferentes: trabajadores de la salud agotados mental y físicamente, pacientes de UCI que están gravemente enfermos o pacientes cuyos síntomas no son potencialmente mortales. Los espacios móviles se producen a 1/30 del coste de las habitaciones de hospital estándar y se pueden enviar a cualquier lugar utilizando la infraestructura logística existente.
4. Trabajando con un equipo de médicos venezolanos, YGL Andres Simon Gonzalez-Silen ha desarrollado Telesalud COVID-19, una solución de telemedicina digital gratuita. La plataforma proporciona servicios de salud virtuales que incluyen consultas remotas y supervisión entre médicos y pacientes, con el objetivo de descongestionar los sistemas de salud que ya eran deficientes y se han visto debilitados por la crisis humanitaria actual. Desde su inicio, Telesalud COVID-19 ha apoyado a más de 80.000 venezolanos en el extranjero, realizando más de 25.000 pruebas y derivando a 1.150 pacientes de alto riesgo a hospitales locales.
5. Zebra Medical Vision, liderado por YGL Eyal Gura, ha creado un método escalable basado en inteligencia artificial para rastrear la propagación de COVID-19. Esta solución, junto con un algoritmo de aprendizaje automático, analiza las tomografías computarizadas para detectar la capacidad pulmonar de los pacientes y predecir mejor su recuperación. Cuando el equipo se necesita urgentemente, esta tecnología es compatible con la clasificación de pacientes, basada en la progresión comprobada de la enfermedad. Este mes, Gura desplegará su producto en los Hospitales Apollo, el proveedor de atención médica más grande de la India, que atiende a más de 40 millones de pacientes.
«Los jóvenes no pueden esperar a que otros tomen medidas ante la COVID-19. Esta es nuestra nueva normalidad y es la oportunidad perfecta para actuar con un propósito hoy», afirmó González-Silen.
Fuente e Imagen: https://gestion.pe/fotogalerias/5-tecnologias-de-aplanamiento-de-curvas-que-estan-desarrollando-los-jovenes-noticia/?ref=gesr&foto=5
Dos cárceles, incluida la de mayor hacinamiento, han sido cerradas temporalmente de manera que no se permitirán nuevos ingresos a las mismas
Jennifer Ávila para Otras Miradas*
A través de un cuestionario, se realizó una evaluación médica a 70 privados de libertad que compartían módulo con Rafael Herrera, quien tenía 52 años y fue el primer fallecido por COVID-19 dentro de la cárcel de máxima seguridad El Pozo. La información sobre cómo se contagió y lo que pasa en todo el sistema penitenciario es incierta y está vedada. El Instituto Nacional Penitenciario pone en duda el diagnóstico, ya que la prueba confirmatoria de coronavirus se realizó tres días después de que él había muerto, el 23 de abril pasado.
Un mes después, en la Penitenciaría Nacional ubicada en Támara, a 19 kilómetros de Tegucigalpa, se identificó otro caso positivo. Las autoridades aducen que fue una persona que ingresó el 30 de abril al recinto, quien fue puesta en cuarentena. Se ha oficializado un cierre temporal de esta prisión y no se admitirán nuevos reclusos, tal como ocurrió con las instalaciones donde falleció Herrera.
Honduras tiene una población penitenciaria de 22 007 personas, distribuida en 25 centros penales y tres anexos en sedes militares, con fallas de infraestructura y en condiciones de hacinamiento. Este es uno de los países más violentos del mundo, con una tasa de 43,6 homicidios por cada 100 000 habitantes y con alta incidencia del delito de asociación ilícita, narcotráfico y extorsión. El Pozo, está destinado a recluir a los condenados por esos delitos.
El 17 de diciembre de 2019, el Ministro de la Presidencia, Ebal Díaz, anunció que debido a la crisis que atravesaba el sistema penitenciario, este pasaría a ser administrado por las Fuerzas Armadas en coordinación con la Fuerza de Seguridad Interinstitucional (Fusina). Esta medida fue tomada después del asesinato del exdirector de El Pozo, Pedro Idelfonso Armas, quien había sido suspendido de su cargo luego de que el recluso Magdaleno Meza fuera asesinado dentro de ese penal.
Las junta interventora está a cargo del INP y del Instituto Nacional para la Atención a Menores Infractores. El coronel de infantería José A. González Maradiaga, es el nuevo director del INP, según el Decreto Ejecutivo PCM-068-2019.
Familiares de los presos políticos de la comunidad de Guapinol en el Valle del Aguán reali-zan una manifestación y recolección de firmas frente al Ministerio Público, Tegucigalpa, 27 de agosto de 2019. Foto\Martín Cálix.
El Pozo está ubicada en Ilama, en el departamento de Santa Bárbara, a 241 kilómetros de Tegucigalpa, la capital de Honduras y tiene capacidad para 1550 privados de libertad. En los últimos dos años, en esta cárcel se han registrado seis asesinatos de privados de libertad. En octubre de 2018 hubo un enfrentamiento en el módulo de mínima seguridad donde murieron dos reclusos. Y en junio de 2019, durante una protesta dentro de la cárcel, fueron ultimados dos miembros de la mara Salvatrucha. Ese mismo año, en octubre, un recluso fue encontrado asfixiado y el reconocido narcotraficante Magdaleno Funez fue asesinado. El video de este hecho se filtró a medios de comunicación.
Tres cosas destacan de la situación de la población penitenciaria hondureña: las condiciones de hacinamiento en la que viven, el poder que llegan a ejercer los grupos criminales desde su interior y el intento del Estado por recuperar el control.
La muerte de Herrera por COVID-19 en El Pozo debió poner en alerta a todo el sistema penitenciario, pero la información sobre lo que allí pasa es imprecisa. La Ministra de Salud, Alba Consuelo Soto, dijo a este medio que no sabía cuántas pruebas se hicieron, pero confirmó que sí se habían realizado PCR y que todas habían dado negativo hasta el momento.
Realizamos una solicitud de información en el sistema del Instituto de Acceso a la Información Pública para que la Secretaría de Salud respondiera con los datos exactos sobre las pruebas realizadas en las cárceles en alerta por COVID-19. La institución dijo que en Ilama se realizaron 9 pruebas PCR más la realizada al fallecido y que en la Penitenciaría Nacional de Támara han realizado 13. En el primer caso, 70 privados de libertad más compartían módulo con el fallecido por COVID-19 y, en el segundo caso, Támara cuenta con 7000 privados de libertad.
La vocera del Instituto Nacional Penitenciario (INP), Digna Aguilar, informó que los médicos del Sistema Nacional de Riesgo (Sinager) fueron a Ilama y que ellos diseñaron el protocolo de bioseguridad para el sistema penitenciario que se ha implementado en todos los centros. «Los privados de libertad no están teniendo contacto con personas externas, no están recibiendo visitas ni de familiares ni abogados, no se les está sacando a hospitales ni a juzgados, el personal de seguridad ha estado confinado allí, el personal administrativo no tiene contacto con ellos, por eso estamos pidiendo una investigación», afirma Aguilar.
En contraste con esa posición oficial, la directora del Comité Nacional para la Prevención de la Tortura (Conaprev), Glenda Ayala, asegura que la Secretaría aplicó un cuestionario y que las pruebas realizadas en Ilama fueron a cuatro privados de libertad que compartían celda con el fallecido, a un policía militar, al médico, a la enfermera y a una persona de aseo de la clínica del centro penal, todas con resultado negativo.
A pesar de la emergencia sanitaria, y el muerto por coronavirus, la Junta Interventora militar no acata las disposiciones judiciales. El 30 de abril, el Poder Judicial publicó un comunicado en el que denunció que el INP no había acatado una resolución que ordenó la realización de pruebas a todos los privados de libertad para identificar casos de COVID-19.
Después de la muerte de Herrera, el Conaprev visitó El Pozo. Los funcionarios de este organismo estatal constataron con los privados de libertad que compartían módulo con el fallecido, que el personal de seguridad, los policías militares que vigilan los accesos, fueron cambiados 15 días antes. Según Ayala, esto pudo haber sido un factor de riesgo para que el virus llegara al recinto y aseguró que, diez días antes de morir, Herrera fue atendido por un médico que le dio tratamiento para una enfermedad respiratoria, pero éste no le dio mayor seguimiento.
El riesgo de contagio en las cárceles es un tema de preocupación para los expertos en América Latina. En las últimas semanas se han registrado incidentes en Brasil, Colombia, Argentina, Bolivia, Ecuador, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay. Según un estudio de Pedro Rodríguez y Patricia Domínguez, publicado el 22 de abril pasado, por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), hay al menos 1,2 millones de personas que cumplen penas de prisión en la región: «la mayoría en cárceles sobrepobladas, donde las malas condiciones aumentan los riesgos de infección».
Lo anterior describe muy bien la situación de Honduras. En 2019, un informe de Conaprev, el Poder Judicial y la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos (Oacnudh), difundido por el Centro de estudios para la democracia (Cespad), reveló que en El Pozo habían 1804 privados de libertad y para resguardarlos se contaba con 140 miembros de la Policía Militar, 52 agentes penitenciarios y 20 de la Fuerza de Control Penitenciario. Solo el 37 % de la población carcelaria en este recinto tiene condenas y no hay una separación en las celdas que distinga a los procesados de los sentenciados y entre los que cometen delitos graves y los que ingresan por leves.
Glenda Ayala, abogada directora del Comité Nacional para la Prevención de la Tortura, revisa resoluciones judiciales, informes de visitas a los centros penales y cuestionarios apli-cados a los recluidos para confirmar su estado de salud. Tegucigalpa, cuatro de mayo 2020. Foto\Jennifer Ávila
El Juzgado de Ejecución Penal informó que la población penal en este presidio es de 1400 personas, 150 menos que su capacidad física. A pesar de no estar sobrepasado en su capacidad, las condiciones carcelarias de este centro han causado reclamos de los familiares de los detenidos. En 2017 y 2018, algunos de ellos realizaron manifestaciones demandando una mejora en el trato a sus familiares y que los privados de libertad tuvieran acceso a la salud, ya que muchos padecían de tuberculosis y otras enfermedades.
En la última comunicación a inicios de mayo, la vocera del INP insistió, sobre el caso de El Pozo, que hasta el momento nadie ha presentado síntomas de gripe, tos o fiebre, que hagan suponer que se trata del coronavirus.
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Honduras lleva ya dos meses de estado de sitio por la emergencia sanitaria. Desde entonces hubo 300 nuevos ingresos a las cárceles en este país. A eso se suman los 2000 detenidos por violar el toque de queda que han sido recluidos durante 24 horas en postas policiales y centros temporales de detención, sin las condiciones ni controles adecuados.
El viernes 15 de mayo, se anunció el primer caso de coronavirus en la cárcel en Támara, razón por la cual la Junta Interventora del INP anunció el cierre temporal del centro para evitar la propagación del COVID-19.
Mediante comunicado en medios de comunicación, las autoridades penitenciarias reportaron que un privado de libertad con COVID-19 fue ingresado el 30 de abril al centro con medidas de cuarentena. Sin embargo, Conaprev, ha insistido en los últimos dos meses que las medidas de aislamiento para los nuevos ingresos son inútiles en centros con hacinamiento y sin las medidas de bioseguridad para prevenir el contagio. La Penitenciaría Nacional es la prisión con mayor hacinamiento, con 7000 personas recluidas, a las cuales ahora se suman 190 personas que fueron recluidas durante la cuarentena.
Antes de que este caso fuera conocido, la Asociación de Familiares de Privados de Libertad publicó un comunicado expresando su preocupación por la amenaza que representa la pandemia en los centros penales.
«En Támara están sin agua, las personas que atienden son médicos generales, cuando van a consultas no hay medicamentos, ni siquiera acetaminofén, no se pueden tomar las medidas de higiene. Además, están proporcionando la cantidad de comida como si hubiera 6000 reos y son 7072. Y aunque se suspendieron las visitas, el riesgo está porque el personal que trabaja entra y sale de los centros penales y no sabemos qué tipo de control se está llevando con estas personas», explica Delma Carolina Rubí, presidenta de la asociación de familiares.
El 31 de marzo, siguiendo las recomendaciones del Subcomité Internacional para la Prevención de la Tortura de las Naciones Unidas, el Conaprev presentó un recurso de habeas corpus humanitario para pedir la liberación de 6243 personas vulnerables ante el coronavirus. La Sala de lo Constitucional no ha respondido, pero el organismo supo extraoficialmente que se ha declarado sin lugar. Según el organismo de derechos humanos para la investigación de este recurso, el Poder Judicial nombró a jueces ejecutores y defensores públicos, quienes en sus informes expusieron que las personas se encontraban en perfectas condiciones en las prisiones y que no ameritaban su egreso.
Hasta el cinco de mayo, el Poder Judicial había emitido resoluciones de preliberación para 1087 personas, 593 que ya gozaban de ese beneficio, 212 con libertad condicional, 185 conmutaciones, 64 que ya habían cumplido su pena, 32 menores con revisión de medida y una persona con enfermedad terminal. Si bien las órdenes fueron dadas al INP, eso no significa que las personas fueron liberadas.
En general, la situación de salud de la población penitenciaria es otro foco de preocupación. Durante una inspección que realizó Conaprev a nivel nacional, se determinó que 2424 presos tienen padecimientos o enfermedades crónicas y 756 son ancianos. Para estas personas, la privación de libertad ya quedó sin efecto y podrían ser liberadas para descongestionar los centros penales, sobre todo el de Támara, explica Ayala. Conaprev solicitó también que las personas que ya cumplan con los requisitos para gozar del beneficio de preliberación o libertad condicional, que ya suman 797, sean evaluadas por consejos técnicos para dar trámite a esos beneficios. También identificaron 696 personas condenadas a penas menores de cinco años, quienes podrían sustituir la prisión con trabajo comunitario o pago de multa, según el mismo organismo de defensa de derechos humanos.
Retén militar en la entrada a la aldea de Támara donde se encuentran la Penitenciaría Nacional, la Penitenciaría Nacional Femenina y el Centro para menores infractores Rena-ciendo. Las visitas están canceladas y no hay paso para nadie después de este retén.Te-gucigalpa, 5 de mayo de 2020. Foto\Jennifer Ávila
La vocera del INP asegura que «las excarcelaciones no dependen del Instituto, es el Poder Judicial el que debe emitir una resolución ya sea cambio de medidas, sobreseimientos o arrestos domiciliarios. El Poder Judicial hace una resolución, la envía al centro penitencial y se libera la persona. El INP no puede liberar a nadie».
La abogada Glenda Ayala, de Conaprev, explica que en su inspección por los centros penales, los directores desconocían la resolución judicial: «Todavía el miércoles 29 de abril que estuve en Ilama, no se habían ido los de preliberación porque el director se había negado a cumplir esto. Prácticamente se le coaccionó y se le dijo que si no lo hacía lo denunciaríamos por violación de los deberes de los funcionarios por desobedecer una orden judicial ¿cuál sería la actitud correcta de una comisión interventora? Si hay una orden de un juez, acatarla, si no lo hace no podemos avanzar».
Mientras esa resolución no fue acatada, el Poder Judicial ha trabajado durante la cuarentena, realizando audiencias a puerta cerrada o por videoconferencia para avanzar en el proceso de sentencia y preliberación y reducir la mora judicial. Ha identificado a 1240 personas con prisiones preventivas vencidas, que superan los dos años y seis meses de estar recluidas y que no han ido a juicio o que ya fueron pero que no se ha dictado su sentencia.
Uno de los casos más destacados en ese sentido es el del ambientalista Jeremías Martínez, judicializado por tentativa de usurpación de espacios públicos y daños en perjuicio de Inversiones Los Pinares, una empresa instalada en un área protegida en el norte.
Por ese conflicto, 31 defensores han sido procesados, 8 de ellos actualmente encarcelados. El caso de Martínez constituye una pena anticipada por haber cumplido su tiempo de prisión preventiva sin sentencia. En las condiciones actuales, diversos organismos internacionales han pedido su liberación.En los últimos 10 años, en Honduras se registraron 424 casos de acoso judicial contra defensores en medio de conflictos medioambientales.
Con la pandemia, el Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Honduras, una organización de sociedad civil que promueve y defiende los derechos humanos localmente, presentó un habeas corpus correctivo con la finalidad de lograr la excarcelación de personas consideradas presos políticos, entre ellas aquellas por conflictos ambientales, pero no hubo respuesta por parte de las instancias jurisdiccionales.
Juana Zúniga, familiar de uno de los defensores recluidos y miembro de la resistencia a la minera, asegura que, aunque no se han dado cuenta de que alguno de sus compañeros esté enfermo en la cárcel, están preocupados por lo que les pueda pasar. Después de dos meses sin visitas es poco lo que saben de las condiciones en las que están. «La situación es cada vez más difícil: siete meses con los compañeros presos, tenemos hijos pequeños y no tenemos una respuesta para saber cómo va el caso. Ellos estaban acostumbrados a que cada domingo los visitáramos, solo les queda ahora adaptarse a la comida que les proporcionan allí en la cárcel. Solo hemos sabido que les visitó un doctor y ha estado pendiente de ellos», cuenta Zúniga.
Tito Livio Moreno, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Honduras en conferencia de prensa en las oficinas del Instituto Nacional Penitenciario, Tegucigalpa, 17 de diciembre de 2019. Foto\Martín Cálix.
El poder de los militares
A pesar de estar demostrado que es erróneo medir la seguridad a través del número de personas encarceladas, se siguen llenando las prisiones de personas para demostrar el éxito de una política de seguridad. Los gobiernos han sabido justificar sus políticas de «mano dura» y de encarcelación masiva, aunque el sistema de justicia sea ineficaz. En plena pandemia, los arrestos han continuado.
La Fuerza Nacional Antimaras y Pandillas (FNAMP), creada en 2013 dentro de la Fuerza Interinstitucional Nacional (Fusina), es una estructura con la que se le dio potestad a las Fuerzas Armadas para combatir el delito, investigarlo y juzgarlo, con jueces especiales dentro del recinto militar. Esta es una de las acciones más agresivas de militarización que el gobierno del nacionalista Juan Orlando Hernández impulsó al inicio de su primer mandato en 2013. Ellos son los responsables de que las cárceles de máxima seguridad estén llenas.
El jefe de la FNAMP es el teniente coronel Amílcar Hernández, quien en comparecencia de prensa junto al gobernante, detalló las operaciones que han realizado durante la emergencia por coronavirus en el país, en las cuales uno de los resultados son las capturas. El alto oficial dijo que «hubo 144 detenidos, de los cuales el 100 % son personas que han quedado presas porque han sido judicializados de manera correcta cada una».
Las consecuencias de la militarización, además del incumplimiento de las resoluciones judiciales, pueden verse en que la Junta Interventora del INP no ha presentado informes mensuales sobre el proceso de reestructuración del sistema penitenciario. Esta época de pandemia y el caso específico de las cárceles muestran a la sociedad que no hay nada encima del poderío militar.
Ayala tiene cuatro años en la dirección del Conaprev que, desde su creación en 2008, ha visto cuesta arriba la defensa de los derechos de los privados de libertad y la lucha por la no militarización del sistema penitenciario. «Hoy recibí un audio de una doctora de medicina forense donde dice que fue al centro penal a evaluar a la persona para emitir el dictamen, pero resulta que la doctora del centro no le dio acceso a la información que hay en el expediente clínico del centro. Para cumplir esto necesitamos una voluntad desde arriba. No hay voluntad ni de cumplir la resolución judicial. Las Fuerzas Armadas son un organismo jerarquizado. Al ser él (el director de la junta interventora) notificado sobre esto, inmediatamente debía enviar una circular a toda su gente para cumplirlo, pero no lo hizo. Desde allí partimos de la voluntad que denota para cumplir la ley y los reglamentos en el ámbito penitenciario», explica Ayala.
Las Fuerzas Armadas, tras la transición de la época de golpes de Estado militares en la década de los 80, volvieron a sus cuarteles. Durante el gobierno de Carlos Roberto Reina, en 1994, se abolió el servicio militar obligatorio pero fue en 2002 cuando salieron de nuevo a las calles.
Las políticas de «mano dura» han marcado la agenda de los gobiernos del Partido Nacional, el mismo que ahora está en el poder. En 2003, el presidente Ricardo Maduro aprobó una reforma al Código Penal que aumentaba las penas por el delito de asociación ilícita, además que incluía descripciones de los miembros de maras y pandillas. La portación de tatuajes era una de ellas. A esto se le llamó Ley Antimaras y fue en esa época en la que los militares comenzaron a hacer labores policiales en el cuidado de los buses de transporte público. En 2010, el gobernante era Porfirio Lobo Sosa quien llegó al poder con una campaña que se titulaba «Puño firme», por estar dirigida a tener «cero tolerancia» a delitos como el de asociación ilícita. En 2013 Hernández asumió la presidencia del país y entregó la seguridad pública al Ejército.
A lo largo de su mandato, el actual mandatario ha impulsado un creciente involucramiento de los militares en su proyecto político, lo que contribuyó a su reelección en 2017, a pesar de existir una prohibición constitucional. Él mismo estudió en el Liceo Militar, y sus hermanos, legal o ilegalmente, han estado vinculados a las fuerzas armadas. Su hermano José Amílcar Hernández, actual asesor de seguridad, es un coronel retirado que participó activamente en el golpe de Estado que derribó a Manuel Zelaya en 2009. Su otro hermano, «Tony» Hernández, fue sentenciado por una corte en Nueva York por traficar drogas a los EE. UU., usando, entre otras entidades públicas, a la institución militar.
Hernández intentó, en su primer mandato, elevar la Policía Militar del Orden Público a rango constitucional, violando los artículos constitucionales que hablan sobre las funciones de las Fuerzas Armadas, entre las cuales no está incluida la de policía. La reforma no pasó, pero la Policía Militar y otras fuerzas especiales militarizadas tienen el control de la seguridad pública y de algunas áreas del sistema de justicia como las prisiones.
«El que le demos potestades al Ejército para que detenga, investigue y cuide, eso es definitivamente catastrófico y contrario a la convención contra la tortura y protocolos facultativos. Una de las cuestiones que hemos visto con preocupación es el tema de la criminalización inclusive como institución defensora de derechos humanos porque el personal que está dirigiendo lo mira a uno como el enemigo (…) En las últimas intervenciones que he tenido con el señor responsable de la Fuerza Antimaras y Pandillas le digo: prácticamente usted me está diciendo que soy parte de la organización delictiva por preguntar qué trato le está dando al detenido», explica Ayala, directora del Conaprev.
Los abusos de derechos humanos están entre los principales cuestionamientos. «¿Hay tortura en Honduras? Sí hay. Legitimamos a fuerzas militares como la Fuerza Antimaras y Pandillas a que se lleven a los detenidos a oficinas clandestinas que no son postas, no tienen ni rótulos y que allí se llevan a las personas para interrogar y después se presentan ante un juez. La detención se vuelve arbitraria cuando una persona es conducida o llevada a un lugar no autorizado en la ley. Pero ¿qué dice el comisionado por los derechos humanos o la Fiscalía de derechos humanos? brillan por su ausencia», concluyó la defensora.
Tragedias y políticas de seguridad
La tragedia carcelaria más grande de América Latina ocurrió en Honduras. En 2012, un incendio en la granja penal de Comayagua cobró la vida de 361 privados de libertad y una mujer que estaba en visita conyugal. Pero esta no fue la primera vez que una cárcel se quemó y cobró cientos de vidas. En 2003 y 2004 ocurrieron incendios en cárceles del norte de Honduras. En La Ceiba murieron 68 y en el centro penal de San Pedro Sula 107 privados de libertad. Por este último caso, Honduras fue condenado en la CIDH en abril de 2012 en la sentencia del caso Pacheco Teruel y otros vs. Honduras. Otros motines en ese mismo período dejaron más muertos.
El 29 de marzo de 2012 fue decapitado en un motín el jefe de presos Mario Henríquez. Don Mario y los doce presos de su círculo más cercano fueron asesinados. Fue un cambio de liderazgo que terminó de manera violenta. Luego, un grupo de 18 expandilleros que estuvo en ese motín fue trasladado a Támara, donde fueron asesinados. Don Mario representaba el poder que tenían los presos en los centros penales. En 2017, la cárcel de San Pedro Sula fue cerrada. Según el presidente Hernández, entre 2016 y 2017 cada vez que se trasladaron reos de alta peligrosidad a cárceles de máxima seguridad, los índices de muertes diarias se redujeron hasta en cinco puntos.
El abogado Carlos Paz, de la organización Cáritas Honduras ―una de las partes demandantes en el caso Pacheco Teruel ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH)―, asegura que no hubo un cambio sustancial en las históricas violaciones a los derechos humanos en los penitenciarios desde el incendio en el Centro Penal de San Pedro Sula. Según el jurista, hay 8761 reos por encima de la máxima capacidad de los penales. «Algunos establecimientos como los de Puerto Cortés o Támara, el hacinamiento supera el 200 por ciento. Esto nos da una idea de lo que puede significar si el COVID-19 llega a uno de los centros penitenciarios. El 9 de abril, la propia Corte IDH emitió una declaración en la cual urge a los Estados a manejar esta crisis desde la óptica de los derechos humanos. Desgraciadamente, en nuestro país, la óptica desde donde se acentúan las acciones es desde la corrupción e impunidad», explica Paz.
Cáritas de Honduras, el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC) y la Pastoral Penitenciaria demandaron al Estado por las violaciones de derechos humanos en el incendio de la cárcel de San Pedro Sula. La sentencia de abril de 2012 establece medidas de reparación a las víctimas. En su Informe de Fondo, la Corte IDH señaló como presuntas víctimas a 107 reclusos, 22 de los cuales estarían detenidos preventivamente con base únicamente en el delito de asociación ilícita. Se identificó como víctimas por su propio derecho a 83 familiares de 18 reclusos fallecidos.
Un manifestante sostiene un cartel en una protesta frente al Ministerio Público por la libe-ración de los presos políticos, Tegucigalpa, 8 de agosto de 2019. Foto\Martín Cálix.
La garantía de no repetición es una de las partes esenciales del fallo, así como el compromiso del Estado de tomar medidas para hacer efectivo el ejercicio de los derechos de los reclusos. Antes de que la pandemia paralizara el país, varias organizaciones de sociedad civil iban a reunirse para solicitar una audiencia, en vista de la falta de cumplimiento de Honduras. La Corte IDH comenzó el procedimiento interno pidiendo la anuencia del Estado, pero luego vino la emergencia. Según Paz, tampoco se ha cumplido el compromiso ante el Comité contra la Tortura de que un proceso de desmilitarización se iniciaría en 2016, tanto del sistema penitenciario como la sociedad en general.
El año pasado, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó cinco instalaciones penitenciarias y advirtió en un informe que «el hacinamiento, la falta de higiene e inadecuada ventilación, constituyen una seria amenaza para la salud de las personas detenidas. Lo anterior, debido al incremento del riesgo de contagio de enfermedades de tipo infeccioso, tales como la tuberculosis».
Ahora en plena emergencia, algunas mujeres recluidas en la Penitenciaría Nacional Femenil de Adaptación Social (PNFAS) lograron enviarnos mensajes pidiendo ayuda en que contaban sobre la escasez de agua y el trato a sus compañeras enfermas con diabetes y tuberculosis, además de las carencias tras la cancelación de visitas. «Antes nosotras sobrevivimos porque venían nuestros familiares. Ahora no vienen a dejarnos nada porque está con esa cosa de que no pueden salir a ningún lado, viven largo. No hay medicamentos, no hay papel higiénico, sobrevivimos porque nos ayudamos unas a otras. Aquí hay un montón de enfermas, diabéticas, hipertensas, gente que padece del pecho, tuberculosis. El agua nos la tiran solo una hora al día, a veces nos bañamos con eso. Aquí no ha venido nadie de la secretaría de salud, es la misma doctora y la misma enfermera de aquí, pero sigue sin haber medicina», dicen los mensajes.
Para Paz, en Honduras ya hubo intentos de amotinamientos durante este tiempo de pandemia y la respuesta ha sido represión. El abogado estima que si el COVID-19 llega a las cárceles, «sería catastrófico».
El INP rechaza los cuestionamientos. La versión oficial es que en Ilama hay diez médicos asignados que han estado trabajando por turnos durante la emergencia y que ahora, por esta situación, están permanentes.
«En todos los centros penitenciarios hay personal médico para cubrir las 24 horas del día. También se ha contratado personal de enfermería. Es falso que no hay agua en Támara, en PNFAS hay agua potable todos los días. Si no hubiera, esas mujeres no tendrían llenos los tendederos de ropa. Los privados de libertad están conscientes de que las medidas que se han implementado son para su bien y el de sus familiares», expresó la vocera del sistema carcelario.
Tocar la puerta del INP para hablar con el director de la junta interventora, puede llegar a ser humillante. Aunque tenían mascarillas, pude notar la risa de los policías en la entrada del Instituto Penitenciario cuando pedí ver al jefe militar después de haber intentado programar una entrevista por medio de la vocera . «El coronel no tiene tiempo», me dijo un oficial. Me prometieron que la vocera respondería a mis preguntas sobre el funcionamiento de la junta interventora y el manejo del Sistema Penitenciario. Eso no pasó.
Representantes políticos, de la sociedad civil y la ONU debaten en un ciclo de conferencias cómo acelerar el cumplimiento de la Declaración de Beijing sobre los derechos de las mujeres 25 años después de su aprobación.
Hoy, en tiempos de guardar las distancias, sería impensable reunir a 17.000 personas en un mismo foro para debatir cómo mejorar la vida de las mujeres, erradicar la violencia de su alrededor, que tengan las mismas oportunidades que los varones y alcanzar así la igualdad de género. Eso ya sucedió en septiembre de 1995 en Pekín, donde nació la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, que este 2020 celebra sin fastos su 25º aniversario. El balance de lo conseguido es agridulce: algunos avances se han producido, pero todavía queda demasiado camino por recorrer. Y los encuentros internacionales para dar un nuevo impulso al «plan más progresista que jamás había existido para promover los derechos de la mujer», en palabras de la ONU, han sido eclipsados por la pandemia de la covid-19.
Una de las grandes citas era el Foro Generación Igualdad, auspiciado por ONU Mujeres junto con México y Francia. La reunión, prevista para el próximo julio en París, se ha pospuesto al primer trimestre de 2021. Un poco más de tiempo para que los participantes preparen sus propuestas de acciones concretas para lograr la igualdad de género. Las organizaciones feministas y de la sociedad civil se han adaptado a la coyuntura para trasladar sus reuniones preparatorias al entorno digital. Es el caso del ciclo de debates organizado por Futuro en Común, el grupo de género de Coordinadora de ONG para el Desarrollo, la Federación de Planificación Familiar Estatal y Oxfam Intermón, con el apoyo del Ministerio de Exteriores, la Comisión Europea y Countdown 2030. Con el título La igualdad de género para la (re)construcción de un mundo sostenible, se celebrará cada jueves (desde el 4 de junio a las 16.00 horas) una conversación de representantes políticos, de la sociedad civil, la Academia y organismos internacionales, en torno a tres temas: la justicia económica, los derechos sexuales reproductivos y la violencia de género.
«Aunque la pandemia retrasó la revisión internacional de Beijing+25, desde las entidades organizadoras del ciclo vimos pertinente crear un espacio de diálogo entre representantes de la sociedad civil, Gobierno y organismos multilaterales en torno a los avances y desafíos pendientes para la igualdad de género. La agenda de los derechos de las mujeres no puede esperar», explica Ana Barrero, de Futuro en Común. La igualdad plena sigue sin haberse conseguido en ningún país del mundo y el ritmo al que se progresa es muy lento, según la ONU. «Las mujeres y las niñas siguen siendo infravaloradas. Trabajan más, ganan menos y tienen menos opciones. Además, sufren múltiples formas de violencia en el hogar y los espacios públicos», analizan las organizaciones convocantes en su página web.
«Nuestro objetivo es contribuir a la posición que España lleve al Foro Generación Igualdad, con propuestas para llevar los cuidados al centro de las políticas públicas que promuevan la justicia económica, poner fin a las violencias machistas y garantizar el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos a nivel estatal e internacional, incluyendo la cooperación al desarrollo», agrega Filomena Ruggiero, de la Federación de Planificación Familiar Estatal.
Por eso, el primero de los debates contará con la participación de Irene Montero, ministra de Igualdad de España; Raquel Coello, especialista de políticas de empoderamiento económico de la Oficina Regional para las Américas y el Caribe de ONU Mujeres; Iliana Álvares, catedrática e investigadora de UCA El Salvador especializada en economía de los cuidados; y Begoña San José, representante de la plataforma Impacto de Género Ya. Moderadas por la periodista de Planeta Futuro, Alejandra Agudo, conversarán sobre las implicaciones que supone el hecho de que las mujeres asuman en exclusiva, o de forma desproporcionada, las labores de cuidado, la brecha salarial o la falta de acceso a la propiedad de la tierra.»La covid-19 ha puesto en evidencia la profunda crisis de cuidados que estamos viviendo a nivel global, profundizado las desigualdades estructurales de género previas. Esta realidad no podía estar ausente en los debates de reconstrucción», señala Barrero.
Cada día se dedican en todo el planeta 16.400 millones de horas a trabajos de cuidados no remunerados, lo que equivale a 2.000 millones de personas trabajando ocho horas al día sin cobrar. Y según la Organización Mundial del Trabajo, las mujeres realizan el 76,2% de tales tareas, dedicándole de media 3,2 veces más tiempo que los hombres (265 minutos al día ellas, frente a 83 minutos diarios ellos). En algunos países, la contribución de los varones ha aumentado en los 20 últimos años. Sin embargo, entre 1997 y 2012, la brecha de género en el tiempo dedicado a la prestación de cuidados no remunerada apenas disminuyó en siete minutos en los 23 países que cuentan con series cronológicas de datos. «A este ritmo, cerrar la brecha de género en la prestación de cuidados no remunerada llevará 210 años», denuncia la OIT en su informe El trabajo de cuidados y los trabajadores.
Más de dos siglos llevará también, al ritmo actual, cerrar la brecha salarial, según alerta el Foro Económico Mundial en sus últimas ediciones. ¿Cómo acelerar los progresos? ¿Qué se puede hacer para cerrar estas y otras brechas más rápido? ¿Es la reconstrucción tras la pandemia una oportunidad de conseguirlo? Son cuestiones que los organizadores esperan sean respondidas con propuestas que se hagan realidad.
Las escuelas infantiles recibirán hasta 30 alumnos divididos en grupos por edades y durante un máximo de seis horas | Las mochilas serán sustituidas por bolsas de tela.
Los educadores y alumnos de las escuelas infantiles no podrán acceder a los centros con zapatos de calle y tendrán que utilizar calcetines antideslizantes. Esta es una de las medidas que se tendrán que cumplir a partir del lunes, cuando está previsto que reabran seis de las 13 escuelas infantiles dependientes del Gobierno de Canarias, con un máximo de 30 alumnos por centro. La Consejería de Derechos Sociales ha establecido un protocolo ante la reapertura escalonada de las guarderías que tiene como objetivo «facilitar la toma de decisiones sobre las medidas preventivas a implementar en este importante ciclo educativo».
De este modo, el documento establecido para las escuelas que reabrirán el lunes -cuatro de ellas se encuentran en Tenerife- indica que «los zapatos se dejarán en un lugar habilitado fuera de las instalaciones del centro o serán las familias quienes deberán hacerse cargo de los mismos». El protocolo indica que «esta medida es especialmente importante en este nivel educativo de 0 a 3 años, cuando -los niños- todavía se desplazan mucho por el suelo».
La Asociación Española de Pediatría considera que la escuela hoy en día cuenta con un «potente efecto conciliador» y añade que los menores «no son una población particularmente vulnerable a los efectos graves de la infección por Covid-19«. No obstante, reconoce que estos «son contagiosos y posibles fuentes de reintroducción de la transmisión a otras poblaciones vulnerables» por lo que destaca «la importancia de minimizar este riesgo en los centros educativos donde habitualmente se concentra una alta densidad de personas» para garantizar así el derecho a la educación y facilitar la conciliación familiar y laboral de los progenitores. Por todo ello, la Consejería de Derechos Sociales ha elaborado un programa de apertura de un pequeño porcentaje de los centros de Educación Infantil a partir del lunes. A todos ellos se les realizará un seguimiento estricto con el fin de validar este proyecto piloto que finalizará el 9 de julio.
Los menores volverán a las escuelas en grupos de cinco para los pequeños de hasta un año; en grupos de diez para niños de entre 1 y 2 años; y de hasta 15 alumnos para los niños de 2 a 3 años. Solo habrá un turno de menores por grupo y las jornadas serán de un máximo de seis horas al día. Además, se establecerán turnos de entrada y salida por diferentes accesos para evitar aglomeraciones.
La recogida de los alumnos no podrá realizarse por parte de los abuelos y, aunque cada centro valorará cómo se realiza la recogida y entrega de los menores, lo habitual será que solo los educadores accedan a las escuelas para crear así grupos estancos ya que el documento indica que «se debe evitar el tránsito de personas ajenas a la actividad docente por el centro y en el patio».
Los niños tendrán que ir a la escuela después de haberse tomado la temperatura en casa, y las familias deberán llevar una bolsa desechable o lavable con mudas de ropa, zapatos deportivos, pañales e instrumentos para el consumo de líquidos. Y es que la entrada con mochilas no estará permitida en esta primera fase.
El protocolo para la reapertura escalonada de estos espacios contempla que los menores deberán mantener una distancia de dos metros entre ellos y las escuelas tendrán que fomentar las actividades al aire libre. Así, el protocolo indica que es recomendable establecer «turnos con el fin de que el patio exterior esté ocupado por algún grupo durante las seis horas que dura la jornada».
Limpieza de los centros
En cuanto a la limpieza de los centros, este documento de la Consejería de Derechos Sociales establece que los aseos deberán limpiarse «en función de la intensidad de uso y, al menos, tres veces al día». Además, los juguetes que pertenezcan a la escuela se tendrán que limpiar dos veces al día y no se podrán compartir. Los menores no podrán traer otros muñecos desde sus casas y los equipos de las escuelas tendrán que evitar el uso de parques infantiles. Por todo ello, el documento busca que se fomenten alternativas de juego libre y deporte que posibiliten las medidas de distanciamiento y que necesiten los mínimos elementos compartidos.
Las escuelas infantiles dependientes del Gobierno de Canarias cuentan con una capacidad para 978 niños de entre 0 y 3 años. En la primera fase de reapertura que comenzará el lunes y se prolongará hasta el 18 de junio se pondrán en marcha el EI Añaza, EI Anaga, EI Aguamansa y EI Niño Jesús, en Tenerife; y el EI La Fuente y EI Aridamán, en Gran Canaria.
La capital china, Beijing, hará esfuerzos para desarrollar tecnologías ecológicas en ocho terrenos, incluidos la prevención y el control de la contaminación atmosférica y la conservación del agua y el entorno acuático, informaron hoy jueves las autoridades municipales.
Los campos también incluyen el ahorro de energía y los servicios ambientales, la disminución y el reciclaje de residuos sólidos, la restauración de áreas y suelos contaminados, el uso de energía moderna, el transporte inteligente y la agricultura ecológica y la ecoforestación, de acuerdo con un plan formulado conjuntamente por la Comisión Municipal de Desarrollo y Reforma y la Comisión Municipal de Ciencia y Tecnología de la ciudad.
El plan, que destaca el papel central que juegan las empresas en la innovación en «tecnologías verdes», forma parte de los esfuerzos para convertir a Beijing en un centro de innovación con influencia global en materia de tecnologías respetuosas del medio ambiente.
Beijing construirá «tierras altas» caracterizadas por tecnologías verdes innovadoras y nodos industriales en cinco áreas designadas de la ciudad, según Wang Yingjian, funcionario de la Comisión Municipal de Desarrollo y Reforma.
El tatuaje es una práctica muy antigua. En 1553, al llegar a los territorios que hoy son parte del Ecuador, el cronista español Pedro Cieza de León anotó: “En esta costa y tierra sujeta a la ciudad de Puerto Viejo y a la de Guayaquil hay dos maneras de gente, porque desde el cabo de Passaos y río de Santiago hasta el pueblo de Zalango son los hombres labrados en el rostro, las mujeres de estos indios por el consiguiente andan labradas”.
La arqueología confirma que al menos hace cinco mil años los humanos empezamos a marcarnos la piel de manera permanente. La palabra tattoo (tatuaje, en español) es mucho más joven. Pero tiene origen polinesio y se introdujo en Europa a fines del siglo 18 de la mano de expedicionarios y traficantes.
Al inicio, tatuarse se volvió popular entre marineros y habitués de los puertos, gente aventurera, transgresora de las reglas sociales, e incluso de la ley. Y a eso le debe su antigua mala fama. Pero el gesto de rebeldía que era inseparable del tatuaje se disipa.
Según la investigadora MarketResearch, esta industria en EE.UU. supera los 3.000 millones de dólares, con un crecimiento sostenido anual del 10 % en la última década. En Ecuador se tatúan personas de todas las edades y profesiones; es una forma de vida y una expresión artística, aunque aún existan rezagos de rechazo y discriminación.
“Qué hermosa mujer, lástima, echada a perder toda rayada”, le dijo hace un poco un hombre en la calle a María Fernanda López, doctora en Teoría de la Cultura y profesora de la Universidad de las Artes. “Parece pupitre de colegio fiscal”, le soltó una mujer en otra ocasión. Incluso recuerda que cuando la invitaron a una ponencia en otra universidad le borraron los tatuajes de su foto en el afiche. Por eso, si bien cree que ya no existe el rechazo de años pasados, “aún estamos a años luz de una real aceptación”.
En esto concuerda Chimo Solórzano, propietario de Love Tattoo Parlour, uno de los estudios de tatuaje con mayor tiempo en la zona de Samborondón, a pocos minutos de Guayaquil. “Hoy en día hay muchos tatuajes lindos en las calles y hace que ya esto sea mejor visto, pero sí, todavía hay una generación que está en negación”.
Antes era peor: “La sociedad lo relacionaba con personas satánicas o problemáticas. Incluso creían que así se transmitía el VIH”, dice Paco Andrade, quien ha registrado sus diseños en la piel de integrantes de bandas del rock nacional. Recuerda que al poco tiempo de abrir TattooQuito, al sur de la capital, hace 20 años, una señora llegó a su estudio y lanzó agua bendita y un par de oraciones “para que deje el camino del mal”.
Negocio en apogeo
Un estudio de la consultora IbisWorld determinó que, durante esta década, y especialmente los últimos cinco años, los tatuajes han ganado una popularidad sin precedentes en Estados Unidos. Tres de cada 10 estadounidenses tienen al menos un tatuaje, y cinco de cada 10 son ‘millennials’ (de 18 a 35 años).
En Ecuador, cuando empezaron a multiplicarse los estudios de tatuajes los permisos de funcionamiento los daba el Ministerio de Salud Pública y los clasificaba como gabinetes de belleza o centros de estilismo. Recién desde mediados del 2017 estos dependen de la Agencia Nacional de Regulación, Control y Vigilancia Sanitaria (ARCSA).
En su base de datos los registran como “Establecimientos para realizar tatuajes y perforaciones corporales”. Hasta marzo pasado se registraban 220 locales de tatuajes en el país, sobre todo en Quito y Guayaquil, y en sus alrededores. Aunque existe un subregistro de esta actividad, ya que otros aprendieron a tatuar y lo hacen a domicilio, sin contar con un negocio formal.
El precio varía según el lugar, artista, tamaño y características; puede costar hasta cientos de dólares. “Toda clase de personas viene a tatuarse aquí. Médicos, abogados, deportistas… ya nadie pasa de agache”, asegura en su estudio al sur de Guayaquil Nick Rites, artista del tatuaje desde 2004, mientras dibuja un Cristo que cuesta 350 dólares sobre la piel de José, un ginecólogo. José dice que en su profesión era mal visto tener tatuajes, pero hoy muchos colegas los muestran sin problema.
}Del perjuicio a la normalización
La creciente popularidad de los tatuajes y la percepción del resto de la sociedad hacia quienes los usan es un tema de estudio académico. En 2016, para un proyecto de titulación de la Universidad de Las Américas, se realizó una encuesta entre estudiantes de universidades privadas de Quito: dos de cada 10 alumnos tenían al menos un tatuaje; pero el 56 por ciento dijo que sus padres no lo aprobaban.
En otra investigación para un proyecto de grado de la Universidad San Francisco, también en 2016, se entrevistó a empleadores y empleados en Quito en diferentes áreas, y se descubrió que seis de cada 10 empleadores preferían no contratar a alguien con tatuajes, aunque la mayoría de ellos aceptó que eso dependía del tamaño y el lugar del tatuaje. El 66 por ciento de los empleados confirmó sentir alguna discriminación laboral por sus tatuajes.
Pero las cosas están cambiando. “Antes para hacerse un tatuaje en el antebrazo, tenías que haberte ganado la lotería o ser el hijo de un millonario. Pensar: tengo mi vida asegurada, porque nadie me va a dar trabajo. Hoy los chicos empiezan a hacerse un tatuaje en la mano”, afirma Chimo Solórzano, el propietario de Love Tattoo Parlour.
Un agente de esta normalización son las redes sociales como Instagram. Esta exposición no solo permite a los artistas promocionarse, sino ver cómo las celebridades y cualquier persona de toda edad y profesión presumen los diseños en su piel. “Las selfie (foto autorretrato) revolucionó el mundo, y a esta industria también. Ya no solo son los músicos: futbolistas, chicas que hacen yoga, líderes de todas las áreas están tatuados. Se ha abierto el espectro totalmente”, dice Chimo.
Cuando llega a él alguien que aún tiene preocupaciones laborales lo tranquiliza de esta forma: “Mira, un tatuaje hermoso es el mejor rompehielos en un trabajo. Un tatuaje mal hecho obviamente te va a cerrar las puertas, es como estar mal vestido”.
Un oficio en auge
María Fernanda López, profesora de la Universidad de las Artes, señala que entre sus alumnos el tatuaje se perfila como un interés personal pero también como una salida laboral. Es una extensión de su línea creativa y me parece un excelente soporte porque el lienzo, el cuerpo, la piel, se mueve, viaja, es un gran transporte de la gráfica ecuatoriana. Además, es un buen modo de emprendimiento para los artistas locales”.
Es el caso de Carlos Andrade, un estudiante de artes visuales que tiene seis años tatuando. Empezó a hacerlo con amigos y por la necesidad de encontrar un trabajo que no interfiera con sus horarios de estudio: “Guayaquil ha sido una ciudad en la que el tatuaje ha sido muy cuestionado, pero gracias a actividades y festivales que se realizan desde 2017, y a la apertura de nuevos estudios, la ciudad se ha convertido en una matriz del arte sobre la piel”, asegura.
Este crecimiento en el número de tatuadores emergentes es un desafío para exigir mejor calidad a los artistas que llevan muchos años en esto. “Nos exigen tener nuestro propio estilo, ver qué se hace en otros países, tomar cursos de primeros auxilios y normas sanitarias, asistir a convenciones”, dice José Alomoto, más conocido como “Tajo”, quien trabaja en Tatto-Quito, junto a Paco Andrade.
¿Por qué nos tatuamos?
El tatuaje es una forma de expresión muy personal, y sus motivaciones pueden cambiar por criterios estéticos o por el paso del tiempo. Como le sucedió a Rita Morassi, una italiana que de vacaciones en Ecuador, visitando a sus nietos, decidió hacerse un “cover” (acción de tapar un tatuaje con otro) en Love Tattoo. Una pantera con alas que se hizo en su juventud simbolizando fuerza y libertad, se ha convertido en un exótico ramo de flores: “algo más femenino y colorido, de acuerdo con lo que hoy es mi vida”, explica.
Paco Andrade recuerda que en los 90, cuando abrió TattoQuito, migrantes que regresaban de España o Estados Unidos le pedían tatuajes que reflejen su identidad: la bandera del Ecuador, héroes indígenas como Rumiñahui, Atahualpa, Dolores Cacuango, los sellos de los equipos de fútbol con un símbolo precolombino: “Cuando estás lejos te das cuenta de lo que significa tu país, tu gente, tu historia, y quieres tener eso en tu piel, llevarlo a todas partes”.
Para Guillermo Barros, dueño del taller Triom Tatto en Quito, el éxito no está solo en su destreza con las manos, sino también en su facilidad para adentrarse en la mente del cliente. “Muchos llegan sin saber qué quieren realmente. Es allí cuando el tatuador se convierte en una especie de gurú, para guiar a las personas”.
En su negocio han incursionado en el tatuaje sonoro: canciones de tu banda favorita o la voz de los hijos, abuelos o mascotas. Una nueva tendencia que apela a las emociones: los clientes llevan el audio y allí se los transforma en una onda de sonido que se tatúa en la piel. Mediante una aplicación de celular, como si fuera un código QR, el dispositivo reconoce y reproduce el sonido.
La pandemia del COVID-19, ¿afectará este renacimiento del tatuaje? Chimo Solórzano asegura que no. Compara la situación con el terremoto de 2016, y se anticipa a una explosión en la demanda. “Después del terremoto hicimos al menos 20 mapas del Ecuador, ondas sísmica, los 5,13 grados Richter, frases de unidad, etc. La piel es una especie de agenda, de autobiografía, un lienzo para recordar momentos importantes”.
Durante la cuarentena sus redes se han mantenido activas con decenas de interesados en tatuarse lo más pronto posible. Eso sí: destaca la importancia, ahora más que nunca, de tatuarse con profesionales que cumplan todas las normas de bioseguridad.
El tatuaje es un fenómeno artístico, social y cultural. Un ritual contemporáneo con el que buscamos lo mismo que aquellos antiguos pobladores de nuestras costas, cuyos rostros labrados impresionaron a los conquistadores: darle sentido a nuestra condición humana, como individuos únicos e inconfundibles dentro de una sociedad.
A pesar de la invisibilización histórica que sufre la cultura africana en Chile, se sabe por estudios que un 3,8% de nuestro genoma proviene de ese continente. Mujeres afrochilenas e inmigrantes se han agrupado para dar visibilidad a la lucha negra y a sus vivencias, tras años de estigmatización y discriminación. Este es el testimonio de Ofelia Hayde Munizaga de Castro (26), música y activista nacida en Angola, sobre lo que significa estar fuera de la norma blanca.
“Mi papá y mi mamá se conocieron en Angola, África. Él era militante socialista y antes del 73 se fue de Chile por estudios. Estuvo 18 años en el continente, ocho de esos en Angola, y siempre dice que es el lugar donde se ha sentido más libre. Yo nací en Luanda, la capital, y pasé mis primeros cuatro años de vida allá. A pesar de haber sido pequeña recuerdo olores, texturas, sabores. A mi papá lo veía un par de veces al mes porque trabajaba lejos de donde vivíamos y nos juntábamos con él en una bahía cercana. Era un momento breve, pero importante. También recuerdo que no comíamos en la mesa, sino en una esterilla, y siempre con las manos, que es costumbre allá. La siesta se dormía también en una esterilla y andaba con los pies descalzos.
La gente en Angola no tiene prejuicios, todos tienen una mentalidad muy abierta y son muy libres, alegres. Cuando toca una banda no hay nadie quieto, porque es inevitable bailar: sienten la música por dentro, la sienten de verdad. Aun así, es un país que ha sufrido mucho con las guerrillas y en esa época había minas antipersonales en todas partes. Por eso a mis padres les pareció peligroso que creciera ahí. Además, no había certezas de si iba a poder acceder a una educación adecuada. Por lo que mi papá decidió traerme a Chile. Como los pasajes eran muy caros –tuvo que pedir plata prestada a sus amigos–, nos vinimos los dos en el año 2000. Fue muy duro. Recuerdo que era mayo y yo no entendía por qué la gente usaba tanta ropa, porque en Angola prácticamente no existe el frío. Por otro lado, dejar a mi madre fue complejo. Nos llamábamos, nos mandábamos cartas y al año siguiente nos visitó durante un mes, pero ella sabía que este no era su lugar. Esta era una cultura muy distinta para ella, muy preocupada del qué dirán. Además, en ese momento prácticamente no había gente negra en Chile. Yo ahora tengo una hija y no sé si sería capaz de dejarla ir. Pero entiendo que ella, a pesar de su infancia y su vida difícil, trató de darme todo el amor que pudo.
Vi a mi mamá por última vez en 2006, cuando fui a visitarla, y al año siguiente falleció. Mi mamá simbolizaba mis raíces y me pesaba que la gente me preguntara por ella, por mi familia, si mi papá era realmente mi papá porque era blanco. Ser la única con mi color me costó mucho durante la infancia y la adolescencia, porque el único referente de mi cultura era mi madre. Yo tenía mis costumbres, mi forma de ser y tuve que encajarlas para que no me miraran mal. En segundo básico comenzaron los acosos. Mis compañeros me empujaban, me escupían, me tiraban el pelo, me lanzaban cosas y no me dejaban tranquila hasta que yo comenzaba a llorar. Una vez me metieron los dedos en un enchufe descompuesto y me electrocuté. Cuando fui a acusarlos con el inspector, le causó gracia. Dejé de querer ir al colegio porque hasta los profesores se burlaban de mí: me decían indirectamente que yo era más tonta por ser negra. Me gritaban cosas en la calle y algunos adultos, afuera o dentro del colegio, se limpiaban la mano luego de saludarme, situación que hasta hace poco me pasó. Mi pelo siempre lo llevaba amarrado por miedo a que me molestaran, porque es muy llamativo. No entiendo ese afán de alguna gente en el metro y en la calle de acercarse y tocar nuestra piel y pelo, como si fuéramos una mascota. Es muy invasivo y a casi todas las mujeres negras nos ha pasado.
La gente pensaba que lo que me hacían no era racista y me daba mucha impotencia. Por eso durante la adolescente me puse más violenta y reactiva. No me sentía escuchada. Mi papá siempre me apoyó, me ayudó a entender que nadie tenía el derecho de poner el pie encima a otra persona y que había que poner límites. Desde muy chica tuve que ser consciente del egoísmo de las personas y de su incapacidad de ponerse en el lugar del otro. Por suerte tuve amigas, pocas pero buenas, que me acompañaron y me defendieron en todo momento.
Siempre fui buena para las artes, sobre todo en música, y era la mejor en educación física, así que a los 15 le pedí a mi papá que me cambiara a un liceo con enfoque artístico y experimental, el mismo al que asistían mis primas. Ahí por primera vez me sentí libre: no había prejuicios, nadie me pedía que me alisara el pelo y mi raza no era tema. Nunca voy a olvidar el día en que comencé a mostrar el pelo. “Ahora vas a tener que andar con el pelo así, te queda muy lindo”, me dijo mi mejor amiga cuando me soltó el colet. De a poco comencé a atreverme, aunque en la calle me lo tomaba. Eso ya no es tema: ahora ando siempre con mi corona a la vista.
Luego del colegio, hice estudios de música y comencé a conectar con los ritmos africanos. Tocaba en una banda y fue así que desde Colectiva Negrocéntricas me contactaron para un evento de concientización sobre la cultura negra. Me gustó el colectivo y me quedé. Ahí empecé a conocer otras organizaciones de mujeres negras, como la Red de Mujeres Afrodiaspóricas que funciona desde el año pasado. Buscamos a través de herramientas del feminismo negro y desde nuestras propias experiencias dar apoyo a las mujeres negras que recién llegan a Chile y viven todas las aberraciones que una ya vivió. Además nos interesa generar políticas que protejan la cultura afrodescendiente en Chile y acabar con la discriminación que sufrimos.
Nunca esperé encontrar a tantas mujeres como yo, con las mismas vivencias, y estoy muy agradecida. Nosotras damos un mensaje claro: queremos que nos dejen de estereotipar y cosificar, que nos dejen de tratar como tontas. El sistema es tan cruel y te lo deja tan claro que te empiezas a cuestionar tus reales capacidades. Por eso buscamos que las mujeres negras se unan entre ellas y que puedan ser lo que quieran ser, que nadie las convenza de lo contrario. Es importante intervenir y dejar de ser cómplices cuando vemos situaciones de racismo: no hacerlo te vuelve tan racista como la persona que está agrediendo. Es un cambio de consciencia que tenemos que hacer todas las personas, sin importar nuestro color. Sabemos que será un proceso largo, pero no podemos permitir que se siga manteniendo un sistema basado en la opresión”.
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