Coronavirus y militancias: recuperar la audacia táctica y la proyección estratégica

Por: Mariano Pacheco

El precariado, el feminismo popular, la organización (de base) y la problemática social; el Estado y sus limitaciones; las militancias: archivo, elaboración teórico-política, proyección estrategia y audacia para intervenir en la coyuntura. Filosofía y política; pandemia y cuarentena. PreguntaS sobre el día después.

  — A lo mejor es una fiebre que no cura.

– A lo mejor es rebelión, y está viniendo

(Humberto Constantini, “Che”)

Hay una frase, bella, que en algunos ámbitos se ha repetido hasta el cansancio en estos días: “la crisis como oportunidad”; que traducida a la “coyuntura-COVID19” sería algo así parecido a “la cuarentena como posibilidad”. ¿Posibilidad de qué? ¿Oportunidad para qué? Entre otras cuestiones, ocasión para comenzar a reponernos de un modo más agudo de la derrota (nacional, Latinoamericana y mundial) de los proyectos populares de transformación; derrota con la que ingresamos al siglo XXI.

Esta sería la primera vez, en estos 20/30 años, que se podría oponer a nivel global un proyecto societal diferente al del capitalismo (una situación mucho más excepcional que la crisis de 2008). Claro: enunciado así, puede sonar despampanante. Y sabemos, en medio de estos vientos posmodernos, todo lo global, general, grande, tiende a ser condenado por total (itario); total, mientras, nos resignamos al totalitarismo capitalista, pero de eso mejor no decimos nada. Total, como esgrime el dicho popular: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero sus efectos, qué duda cabe, pueden verse cada día. Por otra parte, no basta decir “no siento” para no sentir. Los efectos del capitalismo, en su fase salvaje-planetaria, se hacen sentir sobre nuestros cuerpos. ¿Dónde se expresa esa derrota, con mayor crudeza, sino en esa renuncia a ser partes de un proyecto general de cambio global del modo en que hoy vive la humanidad? (sociedades en las que el 10% de la población mundial es propietaria del 86% de la riqueza, y el 1% concentra casi la mitad).

“Quien dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribe Nietzsche en su Zaratustra.

Para no marchar al manicomio, pero para no dejar de marchar, es decir, de estar en movimiento en medio de la quietud que impone el confinamiento por razones sanitarias, van algunas hipótesis, restringidas al plano nacional, y destinadas a establecer un diálogo con las militancias, y con quienes –interpelados por la situación– sienten la incomodidad de aun no formar parte de un proyecto colectivo.

Sabemos: han circulado ya infinidad de textos en estos días, todos elaborados por grandes personalidades del elenco filosófico mundial, pero tal como ha señalado Damián Celsi en un texto reciente (“Introducción a la pandemia”), ninguno de estos escritos “se preocupa por encarar la simple pregunta leninista de ´qué hacer´”. Así que nada de pretensiones académicas ni cosmopolitas respecto del mundillo filosófico contemporáneo. Nos basta con una intención mucho más modesta: poder interpelar a (en el mismo movimiento en el que nos dejarnos interpelar por) las militancias actuales de la Argentina. A ellas, no sin un claro reconocimiento a su vocación y su compromiso (que vaya que es el nuestro), van destinadas estas líneas, desde quien entiende que la escritura  misma puede ser también un cierto tipo de intervención militante –restringida y acotada por cierto, pero un cierto tipo de intervención militante al fin y al cabo–, si por militancia entendemos intervención crítica sobre la realidad en búsquedas de modificarla.

  1. Organización (de base)/ Problemática social

La cuarentena puso sobre el tapete, de manera recargada, muchas cuestiones que se venían amasando en la vida cotidiana, durante la “normalidad”. Es decir, antes de que comenzara a transcurrir esta situación excepcional que implicó que durante semanas permaneciéramos confinados en nuestros hogares, nuestros barrios (o donde nos encontráramos al momento de comenzar la cuarentena general y obligatoria). Con el COVID-19, entonces, no apareció una dimensión desconocida de nosotros mismos y nuestros semejantes: lo que pasó fue que asistimos a ver, exasperadas, actitudes que ya estaban presentes en el cuerpo social.

La cuarentena obligó a radicalizar ciertos componentes cotidianos del aspecto micropolítico:  ¿cómo hacer, cada día, para vincularnos de un modo no canalla con nuestros semejantes? (No es fácil, teniendo en cuenta que el encierro puede hacer brotar lo peor de cada quien).

Así, en estos días, se hizo evidente –o aun más evidente– la contraposición entre un modo de vida sostenido en el individualismo más ramplón, y una forma de vida desarrollada sobre valores como la solidaridad, la cooperación, la empatía con los demás. En un libro reciente –La ofensiva sensible– el ensayista argentino Diego Sztulwark nos recuerda que el neoliberalismo es “un ataque a la dimensión sensible de la existencia de la vida misma” (como el terrorismo de estado), que nos transforma en personas sólo aptas para competir, aptas para un individualismo e incapaces de crear colectividades por fuera de eso. De allí que, siguiendo a  Sztulwark, la pregunta por cómo hacernos una forma de vida impliquen directamente una intervención en el plano de la lucha de clases.

 ¿Qué pasa con los gestos igualitarios? Dentro de esta segunda franja de la población mencionada, de todos modos, existe a su vez una diferencia entre quienes llevan adelante esos valores desde una mera (y noble) actitud personal, y quienes entienden que esa actitud debe estar puesta en relación con otras actitudes (sentimientos, pensamientos, acciones), es decir, que se debe organizar junto con otras personas los modos de intervenir en la sociedad en la búsqueda de transformarla. Eso que usualmente, y en un lenguaje clásico bastante vilipendiado por las corrientes posmodernas, suele llamarse MILITANCIAS.

Fueron estas militancias, sobre todo las de los movimientos sociales, quienes sostuvieron espacios fundamentales para la reproducción de la vida, fundamentalmente entre los sectores del precariado, para quienes no salir a circular por las calles implicó, todos estos días, imposibilidad de contar con los recursos mínimos necesarios para la subsistencia. Tal como dimos cuenta en una nota publicada en la revista Zoom durante los primeros días de expansión masiva del virus (“Unidad, solidaridad, organización. La economía popular frente a la  pandemia”), fueron esas militancias quienes garantizaron la elaboración y reparto de comida, las que advirtieron al gobierno sobre la necesidad urgente de otorgar un bono a las y los beneficiarios de los Salarios Sociales Complementarios e incluso –sobre todo– llamaron la atención sobre la gran cantidad de personas que ni siquiera accedían a esa u otra asistencia social por parte del Estado y no contaban con un salario para afrontar los gastos mínimos para vivir durante esos días. También las militancias feministas sostuvieron las redes de agitación, de reclamo y de propuestas para enfrentar la violencia machista, incrementada en el contexto de aislamiento social, y no faltaron quienes sostuvieron con creatividad espacios de agitación para que la filantropía no nos ganara la partida: escritos, videos, flyers, gráficas, audios que circularon tematizando la pandemia y denunciando situaciones como las del abuso policial.

En general, de todos modos, las militancias parecimos quedarnos con poca nafta a la hora de garantizar espacios de reunión que permitieran tomar definiciones para intervenir con más iniciativa en la nueva coyuntura.

Por supuesto, desde el Estado se sostiene una actitud que pretende relegar a las militancias al mero rol de asistentes estatales para viabilizar la ayuda social. Y con la crisis, arcaicas instituciones como las iglesias y el Ejército volvieron a retomar cierto protagonismo, una determinada visibilidad que antes de la crisis no tenían; sobre todo el Ejército, puesto que las iglesias son un fenómeno más complejo, con una vasta red social extendida por el territorio.

  1. Reunión/ Movilización

Obviamente, ante problemas urgentes y con los medios digitales disponibles, no se anularon los canales de reunión y expresión. Muestras de ello fueron las formas en que las organizaciones de base lograron ir resolviendo las cuestiones cotidianas en los barrios y las agitaciones en redes sociales que se llevaron adelante para el 24 de marzo –en repudio a la dictadura instaurada en 1976 y en homenaje a quienes en ese ciclo represivo fueron secuestrados/asesinados, pero también, en reivindicación por todas estas décadas de lucha para sostener el lema de “Memoria, Verdad y Justicia”– y para el 30 de marzo, cuando se llevó adelante el “Ruidazo” denunciando los casos de femicidio durante la cuarentena. Eso, por un lado.

Por otro lado, también cabe quizás hacerse la siguiente pregunta: ¿fuimos lo suficientemente audaces para inventar formas de expresión, deliberación y resolución colectiva que la hora viene reclamando, teniendo en cuenta los medios tecnológicos hoy a nuestro alcance?

El inédito contexto de imposibilidad de reunirse y manifestarse (de cuerpo presente), como parte de una política de autocuidado que implicó no circular si no era por una imperiosa necesidad de hacerlo fue diferente a la de otros momentos históricos, más vinculados a la prohibición estatal de reunirse y manifestarse, que se sorteó tomando las necesarias medidas de seguridad, en la búsqueda por no dejar de reunirse y manifestarse (políticas de la clandestinidad que se les dice).

Cabe destacar aquí que, en general, hemos contado con más tiempo que el disponible en la “normal cotidianeidad”, cuando gran parte de nuestras horas de vida “se nos van”, sea expropiadas por el trabajo asalariado, sea por el tiempo que, como no poseedores de medios de producción y sin ser empleados por una patronal, destinamos a las tareas necesarias para garantizar medios de subsistencia, además de las horas semanales  que dejamos  transladándonos en micros y colectivos, trenes y subtes, combis o autos (una excepción: quienes realizan sus tareas laborales por medios digitales, y según los relatos que proliferan, vienen con una carga grande de sobre-trabajo).

Así y todo, sea por falta de costumbre, sea por la cultura dominante contemporánea, ha costado sostener espacios de deliberación y resolución colectiva. Aquí puede indagarse sobre cuánto los dispositivos tecnológicos nos formatean para la individualización (más acostumbrados a tareas en soledad frente a nuestras computadoras e incluso teléfonos personales que a reunirnos de manera virtual) así como a cierta cultura política hegemónica, que por un lado delega las grandes resoluciones en las dirigencias y, por otro lado, hace del asambleísmo un culto liberal de la opinión de cada quien, con grandes dificultades para sostener una disciplina militante y una efectividad práctica.

La cuestión de la autodisciplina, seguramente, sea uno de los grandes temas a investigar en los próximos tiempos, después de esta cuarentena que ha mostrado, a niveles masivos y alarmantes, cuánto del liberalismo llevamos dentro quienes lo cuestionamos (¿cómo poner mi cuerpo en relación con otros cuerpos sin pretender todo el tiempo situar el mío por sobre la experiencia común?). Evidentemente, una situación de crisis y de cuarentena impone dinámicas a las que tal vez estemos poco o nada acostumbrados (y acostumbradas). Hay que tener rigurosidad con los horarios de inicio de las reuniones, mantener la escucha atenta frente a la pantalla, ser ordenados (y ordenadas) para tomar la palabra, apelar a la capacidad de síntesis y la claridad para expresar las ideas, ser capaces de intercambiar pareceres por un rato pero luego resolver, es decir, acoplar nuestra mirada a una decisión colectiva que no puede seguir en debate mucho tiempo más, sea porque la red de internet “se cuelga” o porque comienzan a “colgarse” sus participantes, sea porque tenemos menos hábitos de reunión por vía un dispositivo tecnológico y nos fastidia (podrá argumentarse que es una cuestión de edad, pero sospecho que aún la gente más joven tiene poca gimnasia en esto de reuniones virtuales entre muchas personas, y sobre todo, para discutir ideas y tomar resoluciones que implican las vidas de otras tantas decenas o cientos o miles de personas).

La pandemia, entonces, parece ofrecer condiciones para derribar dos grandes mitos del liberalismo: el que coloca al individuo (“ciudadano libre”) por sobre todas las cosas, y el asume que todos los individuos, en tanto ciudadanos, somos iguales frente a la ley, pero también, frente una adversidad natural o una enfermedad.

Lógica, e históricamente, el individuo no está primero que la comunidad, y al menos en el capitalismo, pobres y ricos no somos iguales frente a una pandemia (tampoco en “épocas normales”, es el mismo el tipo de vinculo que los sectores populares tienen con la libertad y con muerte: los lugares en donde viven son bien diferentes a los que habita la burguesía y la pequeña burguesía: el status que sostienen, los lugares en donde se atienden si se enferman y los recursos con los que cuentan para afrontar esa situación llegado el caso, etcétera).

  1. Elaboración del archivo

En un texto reciente (“Encerrar y vigilar”), publicado en el contexto de la pandemia, Paul B. Preciado incita a utilizar el tiempo y la fuerza del encierro “para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí”.

También León Trotski, hace un siglo atrás, planteó en su discusión con las vanguardias artísticas del momento que el marxismo se caracterizaba por inscribir sus postulados “dentro de una tradición”; una tradición que a estas alturas –sabemos– siempre es una invención y poco tiene que ver con el tradicionalismo conservador, puesto que, de lo que se trata, es de construir un legado, apelar a imágenes del pasado para que funcionen como inspiración en el presente.

La historia no da respuestas por sí mismas, pero sabemos, puede ser productiva la operación intelectual de reelaborar el pasado, de ver qué cuestiones que en un momento parecían imposibles al tiempo dejaron de parecerlo. A propósito de los cambios de percepción, y sus temporalidades, Raúl Cerdeiras hace hincapié, también en un artículo reciente (“Capitalismo o existencia humana”), sobre el hecho de que, en su momento (de la mano de Copérnico y muchos otros más), la humanidad tuviera “que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino”. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” –recuerda Raúl– que tardó más de un siglo en ser aceptada y a regañadientes. “El cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos”, remata Cerdeiras.

No se trata aquí de caer en la reaccionaria concepción que idealiza “pasados mejores” para recostarse en un lúcido escepticismo del presente, sino de invocar futuros perdidos que nos permitan reanudar temporalidades, sin “progresismos” ni linealidades. Tampoco se trata de pensar que elaboraciones teóricas de otros contextos podrán destrabar la gestación de conceptos que hoy necesitamos para explicar de otro modo nuestros problemas contemporáneos, pero resulta ya no sólo soberbio sino hasta estúpido creer que podemos prescindir de décadas, e incluso siglos, de producción de teoría crítica. Al fin y al cabo, en diferentes contextos y latitudes, hay preguntas que suelen ser muy similares, y puede ser fecundo estudiar cómo se resolvieron esos interrogantes en otros momentos históricos.

Por supuesto: no señalamos una tarea completamente ausente en nuestra contemporaneidad, mucho menos en un país como Argentina, donde somos unas cuantas las voluntades de quienes – contra el olvido y a distancia del “memorialismo”– venimos intentando contribuir a enhebrar los hilos de las insurgencias a través de la elaboración de determinadas genealogías.

No se trata aquí, finalmente, de bajar línea, de “encuadrar una tropa” para que se inscriba en un linaje determinado, por más que en más de una ocasión hayamos insistido en la necesidad de gestar un linaje mutante, desprolijo, contaminado, que implique a tradiciones diversas, que van desde las izquierdas en toda su amplitud (ismos marxistas y libertarios), el nacionalismo popular-revolucionario, el ecologismo anticapitalista, el cristianismo de liberación, el latinoamericanismo y los procesos de decolonización, los feminismos populares y las diversidades o bien llamadas minorías (bien llamadas en el sentido de “sustracción de la norma mayoritaria” que rige nuestras sociedades, que son no sólo clasistas sino también patriarcales, heterocisnormativistas, racistas). Cada corriente política sabrá qué figuras, imágenes de experiencias y teorías del pasado hará suyas, no es objeto de este texto situar un aspecto de polémica en este punto. Lo importante es avanzar en construir los propios linajes, con fundamentos, para ser capaces de establecer una discusión que despeje fantasmas (los del macartismo y el gorilismo, pongamos por caso) e invoque los espectros de las generaciones pasadas, para que el debate no sea sólo entre vivos, contemporáneos, sino también con los muertos, con las generaciones que lucharon antaño.

  1. Reflexión/ Sistematización/ Elaboración

Hay tres lemas que me parecen emblemáticos para rescatar hoy.

En primer lugar uno del dirigente bolchevique Vladimir Lenin, que dice así: “sin teoría revolucionaria no hay revolución”.

El otro es del filósofo francés Louis Althusser, quien sostiene: “el marxismo introduce la lucha de clases en la teoría”.

Por último, una bella frase de los pensadores Gilles Deleuze y Félix Guattari: “filosofía es crear conceptos; conceptos que tienen que ver siempre con nuestra historia, y sobre todo, con nuestros devenires”.

Por su función interrogadora, la filosofía –o más bien: ciertas filosofías– puede contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. Al menos desde la Revolución Francesa de 1789 en adelante, durante todo el siglo XIX y todo el siglo XX la relación entre bibliotecas y procesos de cambio ha sido muy estrecha.

El ciclo comunista moderno colapsó hacia fines del siglo pasado, pero no por eso deberíamos apresurarnos a tirar por la borda el concepto mismo de comunismo, vinculado asimismo a otras ideas como lo común, la comunidad, la comunión (la común/unión). Recuperar/recrear/reelaborar el concepto de comunismo, entonces, puede ser una tarea fundamental del momento histórico que atravesamos, si tenemos en cuenta que es un concepto maldito (en el buen sentido), para la filosofía; aunque también maldito (en el mal sentido), para la tradición política argentina. De allí la necesidad de diferenciar los planos de intervención: el de la lucha teórica y el de la lucha política, donde la orientación deberá ser comunista, obviamente, pero para que efectivamente sea popular –sospechamos– quizás el significante comunismo reste más de lo que aporte (a diferencia del más genérico de “emancipación”).

“La crisis del socialismo nos ha quitado durante demasiado tiempo la posibilidad de pensar cualquier solución a la cuestión del desarrollo más allá de los límites del capitalismo. Con cada crisis en lugar de abrirse una oportunidad para pensar proyectos emancipatorios parece abrirse una trampa que nos obliga a elegir entre la aceptación de la disciplina del capital o la pobreza y el hambre”, escribe Adrián Piva en un texto titulado “Desarrollo, dependencia y estado en Argentina    desde 1976”. Son los efectos del terror posdictatorial en el cuerpo social argentino, podríamos pensar, junto a los “chichones” en las cabezas de personas de todo el mundo, que aún duelen, luego de que los ladrillos el Muro de Berlín se cayeran en 1989.

La actual “coyuntura-COVID19” nos puso cara a cara con una situación que muchas veces pretende ser dejada de lado, porque indagar sobre ella puede ser angustiante. A saber: la fragilidad de la existencia humana. A diferencia del siglo XX, y gran parte del XIX, momentos históricos regidos por cierta voluntad de certeza, el siglo XXI se caracteriza por una profunda incertidumbre: política, teórica, existencial. De este modo, cuando en momentos como el actual  ciertas certezas de la vida cotidiana aparecen corroídas, la situación puede tornarse profundamente angustiante, pero también, enormemente productiva. De nuevo: las crisis (pongamos por caso la desatada por una pandemia mundial), pueden ser muy productivas, en tanto que durante ellas nos repreguntamos quienes somos, qué queremos, hacia donde vamos, tanto en el plano singular como colectivo. Agudizar una mirada crítica respecto del mundo que habitamos, asumir que las cosas no están dadas de una vez y para siempre, puede abrirnos caminos insospechados. La cuestión es dejarse interpelar, atravesar la senda de la interrogación (por más angustiante que pueda ser) y, obviamente, entretejar algunas respuestas, al menos a modo de hipótesis que nos permitan seguir con el andar.

Tenemos que ser capaces, entonces, de desandar esa dicotomía incruenta que se viene produciendo en las últimas décadas entre elaboración teórica y práctica política, que suele coincidir tristemente, muchas veces, con el par “pragmatismo peronista/teoricismo izquierdista”. Tenemos que ser capaces de recuperar una intervención estratégica integral, tanto en las izquierdas como en los peronismos, que incluya prácticas políticas de masas, con arraigo social, y elaboración conceptual rigurosa, que sea producción de teoría como arma para la transformación, y no papeles para avanzar en una investigación que financie nuevas becas individuales.

“El ser tiende a perseverar en el ser”, supo destacar el filósofo Spinoza, para quien ser –precisamente– es siempre en una relación con los demás. La voluntad colectiva de atenerse a la cuarentena puede ser leída como un gesto individualista (salvar mi propia vida), pero también como “preocupación por otras personas de la comunidad”, tal como subrayó la filósofa Anastasia Berg, en un claro reproche al filósofo-que-lo-sabe-todo Georgio Agamben. “No es entonces la vida desnuda que se entrega al poder soberano omnipotente y garante de la supervivencia”, escribe Omar Acha en su artículo “La filosofía en tiempos de pandemia”.

Como hemos dichos, estas semanas han proliferado numerosos textos de filósofos del elenco internacional. Quizás demasiados; seguramente pocos con una vocación de intervención militante. Así y todo, filósofas como la argentina Esther Días han subrayado la voluntad de ejercer el oficio filosófico ligado a la coyuntura, cultivando una suerte de “pensamiento rápido” que permita meter preguntas allí donde el poder da por supuesto que no debe haber ninguna. El filósofo esloveno Slavoj Žižek fue uno de los primeros en proponer que la pandemia podría inaugurar la posibilidad de replantear horizontes hasta hace poco impensables. Y en un rapto de optimismo, metió la discusión sobre el comunismo. El  surcoreano Byung-Chul Han, por el contrario, subrayó de manera pesimista la situación a partir de la cual podía imponerse en muchos rincones del mundo el “modelo asiático”, sostenido sobre el control poblacional y el empleo de los llamados Big Data para contener la pandemia.

Aquí, en la Argentina, el ensayista Christian Ferrer sostuvo por su parte que, apenas pasada la amenaza y el peligro, la gente va a volver a lo mismo de siempre. Y subraya: “porque no conoce otra cultura alternativa”; porque “no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida, por lo menos a nivel colectivo”.

¿Qué rol entendemos entonces deberíamos jugar las militancias en este contexto para revertir esa situación? ¿Es suficiente el papel desempeñado hasta el momento? Sería importante asumir que los cambios históricos se han producido siempre en coyunturas dramáticas (guerras, dictaduras… ¿pandemias acaso?) y pasar a la ofensiva, al menos en el plano de las ideas, de las propuestas en torno a cómo salir de este atolladero en el que nos encontramos.

Necesitamos llenar de preguntas nuestro presente. Dijimos que la filosofía –ciertas filosofías al menos– podían contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. ¿Necesariamente hay que entender la rebelión como insubordinación a las políticas de Estado? Por ejemplo, en la Argentina actual, ¿pasa la desobediencia por romper la cuarentena? ¿O la cuarentena puede ser un modo de autocuidado colectivo que nos brinde a su vez un cierto respiro, una cierta modulación para operar un transitorio movimiento de repliegue para reflexionar, sistematizar experiencias, reelaborar planteos, proyectarnos estratégicamente y tomar fuerzas para intervenir de manera más audaz y efectiva en las próximas coyunturas?

Quizás haya que pensar en momentos en donde pueda considerarse, no al Estado en sí mismo (que por más que “exprese” las correlaciones de fuerzas de la lucha de clases no deja de ser un aparato gestado para la dominación) pero sí  a zonas estatales y personal de la gestión estatal como aliados, compañeres de ruta en funciones dentro de una institucionalidad que sabemos enemiga, pero también –por experiencias– conocemos en sus tendencias menos represivas y más intervencionistas en el plano del financiamiento de aquello que los neoliberales denominan “gasto social”. Quizás hoy no se trate tanto de entender la rebelión como insubordinación ante las medidas del gobierno, sino –como sostienen las compañeras y compañeros del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas– de desobedecer las lógicas que impone el capital.

¿Qué Argentina queremos para los próximos meses? ¿Qué medidas fundamentales entendemos que tiene que tomar el gobierno en los próximos meses, semanas, días?

No podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando a ver y escuchar las palabras presidenciales por Cadena Nacional, para luego aplaudir o criticar.

Tenemos que construir una Agenda Programática Popular con algunos pocos puntos fundamentales que nos permitan avanzar, aquí y ahora, en algunos cambios urgentes y necesarios. La política aborrece del vacío, ya lo dijo Perón, que algo de todo esto sabía. Aquello que no discutamos y podamos proponer hoy, desde abajo, ya estará resuelto mañana por arriba.

Por supuesto, una Agenda Programática Popular no lo podrá construir ningún intelectual en soledad, ni tampoco, ningún sector en particular. Se trata de establecer una discusión entre las principales corrientes del movimiento popular, para que sean las organizaciones sociales y sindicales (del precariado y del movimiento obrero organizado), los feminismos y los ecologismos populares, la intelectualidad crítica y los derechos humanos; para que sean quienes están cada día en la primera línea de batalla contra las diversas injusticias que padecemos, fundamentalmente, quienes tengan la voz respecto del rumbo a seguir.

POSDATA: “Por un internacionalismo del siglo XXI”

Alguna vez, el pensador argentino Juan José Hernández Arregui planteó que, la revolución, debía concebirse en el plano “nacional, Latinoamericano, y mundial”. Y remataba: “y en ese orden”.

Quizás podamos discutir si es una cuestión de orden o de etapas, o si vale la pena o no seguir sosteniendo un concepto como el de revolución (este cronista sospecha que sí), pero lo que es seguro –y todos los proyectos de cambio lo demostraron en el Siglo XX, cuando la globalización capitalista estaba menos desarrollada que en el presente– es que en el actual momento de mundialización capitalista es imposible pensar procesos de transformación que no tengan en su horizonte una confrontación mundial con el capital. En ese camino, la conformación de bloques regionales se torna fundamental. Por necesidad, pero también por historia cultural y política, en Nuestra América al menos, se suele reactualizar una vocación de integración continental de nuestros pueblos cada vez que hay momentos de avance de las luchas.

Elaborar entonces formas de articulación, tanto estatal (por arriba), como popular (por abajo), será fundamental. Tenemos los ensayos esbozados en el último cuarto de siglo, desde los Encuentros Zapatistas hasta el ALBA o la CELAC, pasando por los Foros Sociales Mundiales, o la Articulación de los Movimientos Populares hacia el ALBA. Son las imágenes más recientes sobre las que deberemos proyectar nuevas formas y otros contenidos para la emancipación en los tiempos que vendrán. Ciertos feminismos ya han dado un paso en ese sentido. Como sostuvo Verónica Gago en su último libro (La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo), necesitamos efectuar un pensar situado que sea inevitablemente internacionalista. Y en América Latina hay “capas múltiples de insurgencias y rebeliones” que son el suelo desde el cual pensar una resonancia mundial desde el Sur capaz de gestar un “transnacionalismo”, o un nuevo internacionalismo del siglo XXI.

Parafraseando al poeta argentino Humberto Constantini con el que comenzamos este texto, en medio de la pandemia mundial parece que estamos ante “una fiebre que no cura”. Pero quizás, también, como escribió en su poema en homenaje a Guevara, “a lo mejor es rebelión… y está viniendo”.

Fuente e imagen: http://lobosuelto.com/militanciasycovid-pacheco/

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La protesta social también hizo la democracia por Mariano Pacheco

Abril 2017/ Mariano Pacheco/https://www.topia.com.ar/

Resulta difícil entender la escena política contemporánea, tanto en Latinoamérica como en Argentina, sin tener en cuenta los procesos de participación, organización y luchas que, tanto en nuestro país y como en el continente, han protagonizado distitnos sectores populares contra el modelo neoliberal, implementado durante la década del 90, luego de la derrota de las apuestas de transformación revolucionaria de las sociedades de los años 70, y del estrepitoso derrumbe de los socialismos reales hacia fines de los 80 del siglo pasado.

Sin embargo, tal como sucedió durante los primeros años de la recuperación de la democracia en nuestro país, también en la actualidad suele negarse el rol protagónico de la clase trabajadora y los jóvenes de los sectores populares en las luchas libradas contra la dictadura primero, y contra el neoliberalismo después. Luchas que implicaron importantes conquista para los sectores involucrados, pero también, para el conjunto de la sociedad argentina.

Breves consideraciones acerca de la protesta social y la democracia

Si consideramos a la democracia no como un sistema determinado de gobierno, una forma de administrar las instituciones del Estado sino como aquello que los cuerpos sociales pueden (hacer, sentir, pensar), entonces, la democracia tiene más que ver con la posibilidad de concretar una dinámica de organización social que ligue los deseos de los sujetos con principios que establezcan posibilidades de vida más igualitarias que con una simple gestión de lo existente. Esto implica, necesariamente, asumir que en la base de la democracia no está el consenso sino el disenso, el conflicto, la lucha de intereses entre quienes pretenden sostener cierto estatus quo, conservar determinados privilegios, y quienes por el contrario se empecinan en destituirlos para instituir políticas públicas que amplíen cada vez más los derechos políticos, sociales, económicos, culturales de las grandes mayorías.

Democracia, entonces, implica tramitar los conflictos, en vez de reprimirlos o negarlos.

Por todo esto es que la protesta social no es, como muchas veces se escucha decir, aun en boca de quienes protagonizan las protestas, el último camino a transitar, la opción (extrema) a la que determinados sujetos se ven “obligados” a apelar porque desde el poder no se los escucha, no se los tiene en cuenta en sus demandas. No, en esta concepción que estamos exponiendo, la democracia presupone la protesta social como derecho primero, sobre el cual pueden erigirse los demás. Tal como sostiene el prestigioso profesor de “Derecho Constitucional” en las universidades Torcuato Di Tella y Nacional de Buenos Aires, el abogado y sociólogo Roberto Gargarella, “el derecho a protestar aparece, en un sentido importante al menos, como el primer derecho: el derecho a exigir la recuperación de los demás derechos.”

Desde esta concepción, la democracia no sólo democratiza las relaciones sociales sino también al propio Estado, bloqueando o disminuyendo sus componentes coercitivos y ampliando sus aspectos garantistas.

Democracia y protesta social durante el menemismo

Casi desde sus primeros pasos el menemismo se topó con resistencias a sus políticas de peronismo inverso: ni socialmente justas, ni económicamente libres, ni políticamente soberanas. El tema es que las grandes luchas, sobre todo contra las privatizaciones de las empresas del Estado (cuyo emblema fue la larga huelga ferroviaria), fueron derrotadas. Hasta la relección de Carlos Saúl Menem como presidente de la Nación, sólo dos luchas fueron verdaderamente emblemáticas: la pueblada en Santiago del Estero, en 1993 (que culminó con la gobernación, varios edificios públicos y viviendas y autos de funcionarios incendiados), recordada con el nombre de “El Santiagazo” y, un año más tarde, la masiva movilización a Plaza de mayo, desde distintos puntos del país, a la que se le dio el nombre de “Marcha Federal”. Figuras como la de Carlos “Perro” Santillán, referente de la Corriente Clasista y Combativa, daban cuenta de que nuevos sujetos sociales emergían para sentar posición, y denunciar el pliegue profundo de la fiesta menemista. La novedosa experiencia de la Central de Trabajadores Argentinos, que ante una Confederación General del Trabajo totalmente comprometida con las políticas que condenaban el presente y el futuro de sus bases sociales, y con dirigentes sindicales devenidos empresarios, promueve la reorganización gremial de los trabajadores sobre nuevas bases, postulando la autonomía del Estado y abriendo sus estructuras, en gran medida, hacia las nuevas realidades del mundo popular, que tenía a los trabajadores desocupados y a los ocupantes de tierras para construir viviendas a los grandes protagonistas del período.

De todos modos, cabe destacar que hay un año clave, en el cual puede pensarse de modo condensado todo el período: 1996. Por un lado, en marzo de 1996, se produce la gigantesca movilización de repudio por los 20 años del Golpe de Estado. Es el comienzo de la desarticulación de la teoría de los dos demonios, que había primado en el sentido común de nuestra cultura durante más de una década. Es además el momento de emergencia de HIJOS. Los Hijos por la Identidad, la Justicia, Contra el Olvido y el Silencio, tenían entonces la misma edad que sus padres al momento de ser detenidos-desaparecidos por el Terrorismo de Estado. Luego de dos décadas de lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y otros organismos de Derechos Humanos, ahora eran estos jóvenes quienes tomaban en sus manos la continuidad de las banderas de sus padres y de sus abuelas. En un contexto signado por la impunidad, en el que los responsables de crímenes de lesa humanidad caminaban por las calles tranquilamente, los HIJOS propusieron una consigna potente: “Si no hay justicia, hay escrache”. Y junto con sus métodos de protesta contra un sistema judicial que sólo garantizaba impunidad, emergieron el escrache social sobre los responsables de los crímenes. Toda una nueva narrativa literaria y cinematográfica comienza a surgir a partir de allí, intentando dar cuenta de ese pasado traumático. Trauma que se intenta procesar y pensar, más allá de dolor.

También en 1996 se producen las primeras puebladas (de Cutral Có y Plaza Huincul, en el sur, de Tartagal y Mosconi en el norte del país), que fueron contagiando el entusiasmo y la eficacia, mostrando que la protesta social obtenía conquistas materiales que posibilitaban hacer menos espinosa la extremadamente difícil situación por la que atravesaba una porción enorme de la población trabajadora del país, entonces sin trabajo. El piquete y la asamblea se extenderán rápidamente por todo el país, posibilitando el surgimiento de los nuevos movimientos sociales, de fuerte base territorial y matriz comunitaria. Ante cada protesta, el menemismo despliega las fuerzas de Gendarmería para reprimir. Y son los jóvenes, grandes protagonistas de los piquetes, quienes ejercen la resistencia activa contra un Estado que se empecina en mostrar su ausencia en políticas sociales, aunque no la presencia de sus facetas represivas.

El aporte de las puebladas al conjunto de las clases subalternas, en este sentido, fue central, en tanto que contribuyeron a recuperar la confianza en las propias fuerzas (ante una autoestima fuertemente golpeada), a valorar la participación y la acción directa como forma de reconquistar los derechos conculcados por las políticas neoliberales.

En este sentido, tal como subrayó Pablo Semán en un artículo publicado en el diario Página/12 (“Memorias”,  9 de abril de 2007), el piquete fue un arma sabia: “logra fuerza para los que no tienen casi ninguna”. “No es por nada –continúa Semán– que gracias a los piquetes, los sectores subalternos de Argentina, en su época de mayor debilidad histórica, consiguieron, a pesar de ello, cambiar la agenda de una sociedad que tenía por principio ignorar sus demandas”. Surge así un “ethos” caracterizado por la ampliación de la participación y la desburocratización, según supo señalar la socióloga argentina Maristella Svampa.

Fue en ese mismo año 1996 que, para los festejos del Día del Trabajador, se realizó la primera movilización del Movimiento de Trabajadores Desocupados a la Plaza de Mayo. El MTD no era una organización única; tampoco un “movimiento” en los términos clásicos. En los hechos, era un conjunto heterogéneo de comisiones barriales que, sin vínculos entre sí, se habían ido desarrollando con el objetivo de agrupar a los desocupados, sobre todo en el conurbano bonaerense. Impulsadas por militantes provenientes de distintas experiencias políticas, sindicales, y eclesiales, las comisiones barriales de desocupados buscaban aunar esfuerzos para dinamizar el protagonismo de ese sector que crecía a ritmos escalofriantes.

A partir de 1996, por otra parte, van a producirse importantes luchas contra la Ley Federal de Educación. Actos, movilizaciones y cortes de calles. Nuevamente, luego de varios años de inexistencia, surgirán Centros y Coordinadoras de Estudiantes en los colegios secundarios. Diversas conmemoraciones (los 24 de marzo y los 16 de septiembre, sobre todo) irán chocando contra los directivos de las escuelas y un todavía sentido común “antisubversivo” instalado en muchos padres. Esos jóvenes, protagonistas de aquellas experiencias, ligarán su intervención en los colegios con cada vez más frecuentes acercamientos a las barriadas populares, realizando apoyo escolar y recreación con niños, junto con una búsqueda por expresar culturalmente sus rebeldías (fanzines, programas de radio, recitales, etcétera). El activismo en las universidades comienza, también a partir de allí, a dar sus primeros pasos, librando batallas contra la Ley Superior de Educación e intentando contrarrestar el discurso neoliberal.

Como puede verse, no todo en estos años fue avance neoliberal, sino también resistencia ante esa ofensiva. Proceso que tuvo a los trabajadores y a los jóvenes de los sectores populares como sus grandes protagonistas. Y que implicó un resurgimiento de la militancia y una revisión de las coordenadas estéticas, éticas y políticas de las generaciones precedentes.

Profundizar la democracia contra la democracia (la experiencia de 2001)

Serán todos sectores mencionados (y fundamentalmente la juventud) la que va a confluir en la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 (mucho más que los “mediáticos ahorristas” enojados por la confiscación de sus ahorros). Gran cantidad de activistas nucleados en agrupaciones estudiantiles, culturales, en movimientos sociales, que junto con otros miles de jóvenes trabajadores (entre los que no se puede dejar de destacar, por su participación activa y su firme decisión de enfrentar la represión, a los “motoqueros”) y de sectores medios y populares de la ciudad de Buenos Aires y del Conurbano Bonaerense, quienes van a protagonizar aquellas jornadas de intensos combates callejeros en los alrededores de la Plaza de Mayo, mientras que en varias provincias del país las movilizaciones, saqueos y protestas se multiplican con el correr de las horas.

Los cacerolazos de diciembre de 2001 jugaron un rol fundamental a la hora de quebrar el miedo impuesto por el presidente Fernando De La Rúa al declarar el Estado de Sitio, abriendo paso a un proceso inédito de participación y movilización de los sectores medios en la Argentina post dictatorial. La polisémica consigna “Que se vayan todos” fue entendida por amplios sectores como la posibilidad de avanzar en formas de participación popular más directas, poniendo en cuestión la anquilosada democracia representativa, en fuerte crisis por el desprestigio de la clase dirigente. Durante el primer semestre de 2002, aun con sus particularidades y límites, los asambleístas se incorporaron, de una u otra manera, al proceso de resistencia contra el modelo neoliberal que vastos sectores de la población venían protagonizando desde años atrás. La consigna “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, es expresión cabal de este proceso.

A estas experiencias se le van a sumar la de las fábricas recuperadas y la histórica lucha emprendida por el feminismo y otros sectores que promovieron la diversidad de géneros, que cobrarán cada vez mayor visibilidad. El avance de colectivos culturales, y sobre todo, comunicacionales, empezará a cuestionar el monopolio de la producción y circulación de la información y el autoencierro del arte en sus propias lógicas.

Muchas de estas experiencias son hoy condenadas al olvido, detrás de la conservadora interpretación del 2001, que se reduce a presentar todo este amplio proceso social descripto a unos pocos instantes de “caos”, producto de una “crisis económica” que hundió al país en la infamia y a sus habitantes en la ignominia. Así considerada, la crisis aparece como un mal a conjurar. Por supuesto, reducida a su aspecto económico, la crisis es expresión de las carencias materiales que pauperizaron las condiciones de vida de las clases populares, claro está. El tema es si ese aspecto implica, necesariamente, negar la positividad de la crisis en términos políticos.

La crisis como momento propicio para rever que hacemos, quienes somos, hacia dónde vamos. La crisis como momento enormemente productivo, donde la apertura de la historia vuelve otra a vez a colocarse en primera plana.

La crisis de 2001, entonces, puede ser pensada como momento de condensación, de sacudón, de una puesta en crisis de la cosmovisión posdictatorial, que venía insistiendo, una y otra vez, en que no se podía cuestionar el pacto de los consensos de la representación.

De este modo, las experiencias populares paridas o potenciadas por la crisis de 2001, si bien erigidas contra la democracia (en tanto sistema político representativo), terminarán fortaleciendo la democracia, en tanto posibilidad de promover la participación popular (recuperando, nuevamente, un lugar central del cuerpo para la política) y ampliar los derechos de las mayorías, bloqueando a su vez los intentos autoritarios y represivos que anidan en buena parte de la sociedad argentina.

Profundizar la democracia

Estas breves líneas pretenden erigirse en un aporte a la reconstrucción de la memoria histórica de “los de abajo”. Colocar al oficio periodístico junto a las luchas de las y los trabajadores argentinos, entendiendo que la escritura puede ejercer una función de índole ética, aunque no convirtiéndose en un medio de propaganda, sino más bien en la medida en que favorezca a desarrollar una nueva visión del mundo, que cuestione los cánones impuestos por las clases dominantes y promueva los saberes que en sus prácticas y reflexiones, va gestando el pueblo en sus luchas y procesos de organización.

Escribir entonces, al menos una parcialidad de esa historia poco abordada, como forma de contribuir al movimiento que arranque a los posibles lectores, y a quienes escribimos, de la situación en la que nos encontramos. Tal como sentenció David Viñas en la solapa de su primer libro de cuentos (Las malas costumbres), escribir para aportar a que “yo, usted y los hombres de aquí dejemos de ser casi hombres para serlo en totalidad”.

Fuente :

https://www.topia.com.ar/articulos/protesta-social-tambi%C3%A9n-hizo-democracia

Fuente Imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/v0-oB_4qu_EiSOXwGnNnbyCVX4G6MmK3cxIBdT7YN56lyu5Jc80q4NICVU9Q90yNGMIg2w=s85

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Civismo y política de masas

Civismo y política de masas

La propuesta de conformación de un “Frente Ciudadano” esbozada por la ex presidenta Cristina Fernández en su “retorno a la política” apareció planteada en el escenario mediático progresista como una novedad. Tal vez pueda parecerlo en relación a la tendencia de pejotización extrema que estaban mostrando algunos sectores del kirchnerismo luego del 10 de diciembre, y el silencio atroz de otros. Pero desde el intento de “transversalidad” de Néstor a la incorporación de sectores no peronistas al Frente para la Victoria (FpV), el kirchnerismo siempre osciló en este juego de péndulo, ya no entre una izquierda peronista y los sectores burocrático-conservadores del movimiento, como lo hacía Perón, sino entre un discurso de peronización del FpV, y otro de apertura a otros sectores, con tradiciones diversas. Los doce años pasados, sin embargo, deberían servir al menos para procesar que la transversalidad fracasó, y que el intento de sumar otros sectores solo “engordó”, amplió la dinámica peronista más clásica, amén de que en el peronismo/kirchnerismo no hubo nadie con voluntad política de erigirse en un ala izquierda, que tendiera puentes con otras izquierdas y estuviera inserta en los conflictos sociales.

De hecho, con excepción del Movimiento Evita –políticamente más conservador, puesto su “giro al PJ”, pero socialmente más abierto a otras articulaciones e intervención en luchas sociales- que desde el vamos participó activamente en la conformación de la Central de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), como para poner un ejemplo, el resto del kirchnerismo no supo, no pudo o no quiso erigirse en referencia de masas desde aquellas luchas y procesos de organización que pudieran modificar –al menos parcialmente- las condiciones de vida de quienes integraran esos sectores. Claro, podrá responderse que no hizo falta porque el Estado –en la etapa anterior- se encargaba ya de eso. La primera respuesta que podríamos ensayar ante ese argumento es que entonces esa política de masas no construye un sujeto capaz de defender las conquistas, o peor aún, pugnar por otras nuevas, o por un cambio de rumbo de ser necesario. La segunda: que la coyuntura ha cambiado y que ante el proceso de “sinceramiento” macrista (megadevaluación, tarifazo en los servicios, despidos masivos en el sector público y privado, inflación que come los salarios, criminalización de la protesta social y laboral), no han sido los sectores del kirchnerismo quienes han estado al frente de algunas de las luchas que se vienen librando, como ausentes estuvieron de la mayoría de las luchas durante la “década ganada” que el kirchnerismo no quiso ver, basadas en ejes que muchas veces iban de lleno contra el “modelo”, es cierto, e incluso de su profundización. Y resulta falaz el atajo en la reflexión y en el debate de que a la izquierda del kirchnerismo estaba la pared, o de que esa “izquierda marginal” le hacía el juego a la derecha, más allá de que –por ejemplo- durante el conflicto del gobierno nacional con las patronales agropecuarias y sus aliados algunos sectores de la izquierda jugaron efectivamente con la derecha, no eran precisamente esos sectores los insertos en las luchas a las que hicimos referencia. Además: ¿no coincide el progresismo, los sectores del “campo nacional y popular”, permanentemente con la derecha realmente existente, en la defensa acérrima de esta democracia, de este régimen de partidos y sindicatos?

Por otra parte, el “civismo” liberal que expresa, ya desde el vamos, el nombre de “Frente ciudadano”, da cuenta de una mirada, amplia y extendida que hoy se tiene, es cierto, sobre la política. Además de que parece quedar claro que ese supuesto “espacio ecuménico” tendrá su cierre por arriba en la figura de Cristina como cara unificadora de toda esa diversidad que, se supone, pretende congregar. Esto no quita, y lo hemos dicho en otro texto anterior (http://www.resumenlatinoamericano.org/2016/04/12/macrismo-kirchnerismo-izquierdas-y-movimientos-sociales), que las izquierdas y los movimientos sociales no tengan como tarea, como desafío, “golpear juntos”, con todos aquellos que enfrenten las políticas macristas, más allá de cuales sean sus estrategias, si es posible coincidir en las tácticas. Pero no queda aún muy en claro si esa voluntad está presente en el conglomerado denominado kirchnerismo.

Por eso resulta, digamos, al menos un poco exagerado cuando José Natanson, en su texto “¿Qué es hoy el kirchnerismo?” (publicado en el diario Página/12 el último domingo), define el “programa del kirchnerismo” como de “oposición dura” contra el macrismo y plantea que con el retorno de Cristina a la escena pública, el kirchnerismo “recuperó su centralidad”, “obligó al resto del peronismo a definirse” y confirmó “que es el único actor político capaz de movilizar multitudes”. Eso, por supuesto, si no estamos dispuestos a reducir la política al discurso.

De nuevo, el debate sobre qué entender por una política de masas, parece instalarse entre las izquierdas, las tendencias nacional-populares, los movimientos sociales y el progresismo. ¿Es ésta movilizar mucha gente? En tal caso: ¿bajo qué objetivos? ¿Con qué dinámicas de participación?

Sobre cómo se respondan en la práctica algunos de estos interrogantes dependerán las líneas a seguir, y por ende, si los caminos se entrecruzan o se bifurcan. Claro que los nombres no siempre expresan de manera directa la construcción, pero si hay algo que al menos intuye este cronista, es que la apelación al concepto de “ciudadano” dan más ganas de salir corriendo que otra cosa… No por huir del debate, sino para buscar unos trapos… y unas botellas de nafta.

Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=211670
Fuente imagen:
https://lh3.googleusercontent.com/edCqbNcs5s-7qdvXpXIp0h5i6fKTqZuDlHTdiB3HzIDoRdJ_h9td8i1GytF_6DyXmjKq=s85
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Micropolíticas del deseo y Macri-políticas del encierro

America del Sur/Argentina/Noviembre 2016/Marino Pacheco/http://www.rebelion.org/

La reciente modificación de la Ley Nacional de Salud Mental, que vuelve a poner el foco en la enfermedad y la reclusión, trajo otra vez a escena una lucha que ya lleva años.

El viernes 7 de octubre, bajo la consigna “La salud mental se planta, que broten nuestros derechos”, una nutrida columna se desplazó por las calles de Córdoba capital, en la tercera edición de la Marcha por el Derecho a la Salud Mental, que este año logró realizarse en coordinación con otras ciudades del país y del mundo.

“Históricamente, las personas con padecimiento mental han sido consideradas y denominadas como locos peligrosos, locos delincuentes, locos incapaces. Por esto han sido objeto de castigos y las respuestas que han dado fueron desde acciones piadosas, de reeducación hasta control por medio del aislamiento, encierro y medicalización”, destacaron desde el colectivo organizador de la Marcha en Córdoba, integrado por psiquiatras y psicólogos, usuarios y estudiantes de psicología, pero también estudiantes de otras carreras universitarias, comunicadores y talleristas, personas sensibilizadas y comprometidas con la situación de la salud pública en general.

Seguramente la reciente derogación de la resolución 1.484 de la Ley Nacional de Salud Mental, llevada adelante por el gobierno de Mauricio Macri, haya reavivado ciertas indignaciones y promovido mayores procesos de movilización, en un sector que viene ejerciendo acciones de resistencia y creación desde hace años. La resolución 1.484 fue aprobada en 2015 y establecía el plazo de un año para reducir el cupo “mínimo de camas” en las instituciones psiquiátricas, tanto públicas y privadas, en el camino hacia sustituir estas instituciones por nuevos espacios, regidos por otras lógicas, sostenidas sobre otros paradigmas.

Esta avanzada del Ministerio de Salud de la Nación sobre una ley que de todos modos no había logrado implementarse plenamente, permite un claro paso adelante de los sectores que promueven la privatización y la medicalización de la salud.

De allí que desde la organización de la movilización realizada el viernes hayan denunciado la disminución del presupuesto destinado a salud mental, así como también que desde el Estado no se haya avanzado en la creación de una red de abordaje integral y una institucionalidad que permita controlar y erradicar las prácticas manicomiales. Plantarse, entonces, sostuvieron desde la movilización, para exigir equipos de salud mental en los barrios, que funcionen con dinámicas interdisciplinarias y comunitarias; para reclamar por la readecuación de los servicios de salud mental en hospitales generales; para exigir dispositivos con participación ciudadana real en la implementación de las políticas públicas; para que se brinde atención infanto-juvenil a través de dispositivos apropiados y para que la medicalización no sea la principal respuesta; para que se diversifiquen las respuestas con dispositivos sustitutivos al manicomio y para que la internación sea efectivamente el último recurso, sin dejar de ser respetuosa de los derechos de las personas y de sus particularidades culturales .

“Todos los abordajes comunitarios en salud que se vienen realizando son los más avanzados. Desde la década del 70 la salud está invadida por la creación de necesidades, la venta de medicamentos y toda una dinámica que sostiene a los laboratorios”, comenta Alejandro Vainer, uno de los editores de Topía. Revista de psicoanálisis, sociedad y cultura, que desde hace 25 años dirige Enrique Carpintero. Para Vainer, el abordaje territorial, comunitario de la salud mental es muy importante, ya que no considera a la salud mental aislada del resto de abordajes en salud comunitaria que puedan hacerse territorialmente, que a su vez están inscriptos “en una concepción de salud no privatista sino pública y universalista”.

Para muchos especialistas, más allá de sus límites, la gran virtud de la Ley Nacional de Salud Mental argentina (promulgada por el Congreso de la Nación en 2010 y reglamentada luego de un decreto en 2013) radica en el hecho de que en ninguna parte del texto se hable de “enfermedad mental” ni de “tratamientos”, sino de “padecimiento mental” y “procesos de atención” a los “usuarios”.

Incluso algunos referentes en la materia, como Vicente Galli (Director Nacional de Salud Mental entre 1984 y 1989), han destacado la eficacia de este tipo de abordajes en contraposición a los sostenidos sobre el paradigma de las “hiper-especialización” y la “medicalización”. Galli, por ejemplo, reivindica el abordaje “Comunitario, Colectivo y Territorial” de la salud mental desde una perspectiva de “interdisciplinariedad” que, lejos de borrar o diluir las responsabilidades específicas, las sitúa en una “perspectiva integradora”, cuyo eje está puesto en las tramas colectivas, en “equipos interdisciplinares” y “saberes no disciplinables”.

Cambiar de paradigma

En el libro Vivir sin manicomios. La experiencia de Triste, publicado hace algunos años por editorial Topía, su autor, Franco Rotelli, destaca la importancia de concretar los derechos consagrados en los textos de las leyes.

El psiquiatra italiano pone énfasis en la necesidad de cambiar de paradigma: no sólo sobre el hospital y la psiquiatría, sino además sobre la mirada que el propio psiquiatra tiene de sí mismo, y de la locura. Porque el cambio de paradigma, dice, implica además un cambio en las relaciones de poder. Y también un abordaje diferente en la agenda de trabajo.

Rotelli rescata de la Ley 180 italiana, que fue un referente mundial en la temática, quince “principios operativos” que, de modo sintético, podríamos resumir a través de una serie de énfasis: en el sujeto y no en la enfermedad; en una crítica al manicomio; en la necesidad de participación ciudadana; en la definición de “no neutralidad” de clase de los “aparatos psíquicos”; en las necesidades concretas de los usuarios y la necesidad de combatir el estigma y la exclusión social; en la posibilidad de definir “la libertad” como un espacio en el que es posible imaginar un “encuentro” más allá de la “enfermedad”; en las modalidades colectivas de los tratamientos; en la dimensión afectiva y el respeto por la diversidad; en el valor “terapéutico” de las múltiples prácticas de la vida cotidiana y, finalmente, en el “valor emancipador general” de las prácticas específicas de la salud mental, que pueden ser pensadas como “laboratorios” para políticas más en general, que apuesten a “un cambio radical de las instituciones”.

Por otra parte, el autor subraya el necesario doble trabajo de deconstrucción de las estructuras psiquiátricas y la construcción del proyecto que, en el caso de Trieste, encontró en las cooperativas un rol central. Grupos de teatro, video, diseño gráfico, limpieza, venta de productos fabricados por los propios usuarios o talleres como los de teatro, danza, música, cerámica o alfabetización, resultaron de vital importancia para el proceso de “desmanicomialización” que aconteció en Italia, junto con lo aquello que Rotelli denomina como “contaminación”, es decir, como una “trama de intercambios” entre el mundo “normal” y el otro. Contaminación que parte de la necesidad de cuestionar el “viejo módulo separado” (del médico/psicólogo) para convertir a las experiencias en “laboratorios de producción de relaciones y de conexiones”. “La empresa social comprende no solamente la activación de cooperativas de formación y de trabajo, sino el conjunto de iniciativas culturales, de conexión entre todas las agencias que construyen gradualmente en la ciudad el derecho de ciudadanía”, especifica.

Ese paradigma que -sólo en parte- la Ley Nacional de Salud Mental contempla (¿contemplaba?), es sobre el que el macrismo, como en otras esferas de la vida social, se propone avanzar para desarticular barriendo la cancha (como se dice popularmente), para abrirle nuevamente paso a las formas clásicas de entender la salud desde la enfermedad como correlato del control social.

Basado en la experiencia de desmanicomialización desarrollada en Trieste, Franco Rotelli argumenta que el desarrollo de una “empresa social” coincide con la necesidad de implementar una “acción habilitadora” y “rehabilitadora”, es decir, que apueste a la emancipación. Para ello, concluye, son necesarias la fuerza “de los movimientos sociales, un nuevo protagonismo de los pacientes y un largo proceso de autocrítica dentro de las corporaciones profesionales”.

Enclaves comunitarios

Durante el último fin de semana de noviembre (los días 25, 26 y 27), en la Copi de Villa Carlos Paz, se realizará el 6° Encuentro de Prácticas Comunitarias en Salud. Dicho encuentro trabaja con “Comisiones Organizadoras Regionales” que funcionan de manera permanente en Buenos Aires, Rosario, Mendoza y La Plata, y suele realizar durante el año pre-encuentros en las distintas ciudades. Hasta el momento se han realizado encuentros en Buenos Aires (2011 y 2012), La Plata (2013), Rosario (2014) y Mendoza (2015).

El Encuentro de Prácticas Comunitarias en Salud es un conjunto de servicios, instituciones, ONGs, agrupaciones políticas, sociales y profesionales, agrupaciones estudiantiles, organizaciones vecinales, micro-emprendedores, equipos de atención y personas del campo de la salud mental de todo el país, articuladas en red en pos del desarrollo de la salud comunitaria.

El mes pasado, cuando visitó Córdoba para participar del Pre Encuentro de Prácticas Comunitarias en Salud, Vicente Zito Lema rescató el “valor de eso” de las prácticas comunitarias frente al “valor de cambio” que propone la medicina hegemónica, que -dijo- “transforma todo en un negocio”, hasta lo más sagrado, “como es nacer y morir”. Frente a esos paradigmas, las resistencias se multiplican y se hacen oír. Movilizaciones como las del viernes, encuentros como el programado para noviembre, no hacen más que evidenciar que hay un creativo reverso de potencia social al “pragmatismo neoliberal” propuesto por el macrismo.

Fuente: http://revistazoom.com.ar/micropoliticas-del-deseo-y-macri-politicas-del-encierro/

Fuente:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=218056

Fuente imagen

https://lh3.googleusercontent.com/aQLLlA8akO-uLmO6fipR9T33-jkcbdBBaTOlSbrPYG7VVE6RFwppVSlEmB5VaKSia5L2Y-g=s85

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