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De huracanes y solidaridad, unas décimas de Nicolás Guillén

Por: Pedro de La Hoz

En estos afiebrados días de restañar las heridas del potente huracán Irma y sin perder pie ni pisada a la temible María que vuelca su furia de viento y agua sobre las castigadas Antillas, Nicolás Hernández Guillén, nieto de nuestro inmenso poeta Nicolás, puso ante mí estos versos: «En este camaronero / Máximo Gómez llamado, / hacia un pueblo desdichado / va el auxilio compañero. / No importa el chubasco fiero / que altera y pica la mar, porque no podrá apagar / el ansia que el pueblo siente / de llevar rápido a Oriente / lo que allá pueda faltar».

Fueron escritos por Nicolás Guillén en la noche del 17 de octubre de 1963 a bordo de una embarcación que surcaba el Golfo de Guacanayabo desde Santa Cruz en dirección a Manzanillo, para llevar vituallas a los damnificados por el huracán Flora.

Experiencia dura aquella que segó vidas, desbordó ríos y arrasó viviendas y plantaciones en su enrevesada trayectoria, pero de la que la Revolución extrajo lecciones permanentes, decisivas para la prevención de las situaciones y la mitigación de los daños derivados del embate de los organismos tropicales que se han sucedido en el tiempo.

De Guillén es bien conocida la definición del Mar Caribe registrada en su ingeniosa colección de viñetas poéticas titulada El gran zoo: «… este animal / marítimo y enigmático / tiene una gran cresta de cristal, / el lomo azul, la cola verde, / vientre de compacto coral, / grises aletas de ciclón. / En el acuario, esta inscripción: / Cuidado, muerde». Con ese original bestiario lírico publicado en 1968, el poeta renovó ímpetu y lenguaje para sorpresa de muchos, como lo hizo poco después con El diario que a diario al cumplir 70 años.

Como periodista de raza, seducido desde la niñez por el olor a tinta de imprenta y el laboreo entre linotipos y chibaletes –no llegó a vivir la era de las computadoras personales y la comunicación digital–, el poeta, nunca dejó de ejercer el oficio en diversos medios de prensa, tanto en su condición de redactor de planta como en el de asiduo colaborador.

Por ello, convocado por las autoridades del Gobierno Revolucionario para recorrer los sitios devastados por Flora y llevar asistencia a familias y comunidades del Oriente cubano, Guillén, no puede renunciar a compartir sus vivencias con los lectores del diario Noticias de Hoy (faltaban dos años justamente para que, por iniciativa de Fidel, ese periódico se fundiera con Revolución para dar cauce a Granma). Publica cuatro crónicas los días 24, 25, 29 y 31 de octubre, en las que cuenta sus impresiones sobre las huellas del cataclismo, pero también da cuenta del empuje y la unidad de la población en el enfrentamiento a las secuelas del huracán. Pueden leerse en el tercer volumen de Prosas de prisa, compiladas posteriormente por su colega, biógrafo y amigo Ángel Augier.

Por cierto, al llegar al central azucarero antiguamente nombrado Elia (hoy Colombia, municipio perteneciente a Las Tunas tras la división político-administrativa de 1976), advierte la peligrosa asociación del río Tana con la comunidad en tiempo de ciclones. Domar el río será la solución, en palabras del poeta cronista, «hacerlo inofensivo, más aún, hacerlo útil». ¿Acaso no fue esta una anticipación visionaria de la voluntad hidráulica que a partir de Flora y bajo la inspiración de Fidel, ha prevalecido en la Isla?

Abocado muchos años después a hilvanar sus memorias –más bien crónicas concebidas desde una perspectiva autobiográfica, editadas en 1982 por Nancy Morejón, bajo el título Páginas vueltas–, Guillén regresó a los días del huracán para hablar no solo de aquella puntual circunstancia sino también para ofrecer su punto de vista acerca de la convivencia histórica de los cubanos con los ciclones.

Revive entonces lo que en su tiempo y el nuestro, salvando distancia, ocurre ante la inminencia del paso de un meteoro: «La radio entra en funciones. Toda la actualidad, por grávida que sea, se desplaza y cede el primer sitio al estado del tiempo. Este sigue empeorando. En la calle, en cada casa, en cada café, la radio funciona a todo volumen y los partes meteorológicos, repetidos con una frecuencia de ametralladora, nos persiguen implacablemente. El ciclón se convierte en un ser animado…».

Pero lo que seguramente motivó el viaje de Guillén al pasado fue el hallazgo a unas décimas olvidadas, o mejor dicho, puestas a bien recaudo, si tomamos en cuenta su propia percepción sobre la calidad de los textos revisitados. En Páginas vueltas nos dice: «Puedo contar que por aquellos días viajé al lugar de los hechos y hasta escribí unas décimas populares relativas a aquel brutal topetazo con la naturaleza. A pesar de su escaso mérito literario, estos versos –estas memorias– son un documento de cierto interés, pues fueron escritos in situ, al lado del timonel, en un pequeño arco y bajo la mirada no del todo tranquila del hombre, que tenía más de un motivo para pensar que yo había enloquecido, o por lo menos no tenía muy en su sitio el tanque de pensar».

Ochenta versos, ocho décimas escritas de un tirón entre el oleaje y la noche. Dos de ellas, particularmente, parecen haber sido compuestas para días como los que corren:

Pues como este barco fiel
cien barcos vienen y van:
el amor es capitán
y la vida timonel.
Aquí vio el propio Fidel
cómo se abre el corazón,
cómo es ancha la pasión
y serena la esperanza
de un  pueblo cuya confianza
es más fuerte  que un ciclón.

Adelante, compañeros,
que ningún ciclón nos mata
mientras vuele una fragata
y corran camaroneros.
Con campesinos y obreros
nuestra Patria se mantiene,
y si otra desgracia viene
la sabremos afrontar…
¡Patria o Muerte! A trabajar
¡Comandante en Jefe, ordene!

Una corrección al poeta: no importa sea menor el mérito literario; grande es, y alentador y necesario, el valor humano de una poesía solidaria.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-09-21/de-huracanes-y-solidaridad-unas-decimas-de-nicolas-guillen-21-09-2017-21-09-05

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Símbolos patrios, memoria y tradición ética

Por: Pedro de la Hoz

En el carapacho de una tortuga, el triángulo rojo y la estrella solitaria. El quelonio, en su lento avance, deja un rastro de franjas azules y blancas. La imagen difundida en la blogosfera ilustró un comentario sobre alcances y retardos en cierta zona de la economía nacional. Se puede estar o no de acuerdo con el contenido de la polémica nota, pero la grotesca manipulación de uno de nuestros símbolos patrios no debe ser pasada por alto.

El uso y abuso de estos atributos ha sido un tema recurrente en los últimos tiempos. Existe un marco legal que define las características, la naturaleza y las normas para su utilización. En 1983 la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó la Ley no. 42 y luego en 1988 el Consejo de Ministros estableció el reglamento mediante el decreto no. 143. También sabemos que se dan pasos muy firmes para la actualización de la legislación vigente.

Vivimos, lamentablemente, momentos en que desde los centros hegemónicos del poder y con una irradiación a escala global se han trivializado los símbolos. Hay que ver una parada festiva en cualquier ciudad estadounidense y observar una lluvia de confetis con los colores de la bandera norteamericana y personas disfrazadas de Tío Sam montadas en zancos. Hay que ver caricaturas e imágenes distorsionadas de los padres fundadores de la nación.

En varios países de la región y en los propios Estados Unidos se han alzado voces contra el irrespeto a los símbolos patrios; dígase la proliferación indiscriminada en artículos de vestir y utensilios, y hasta su reproducción en prendas para animales domésticos.

Antes de fin de año, en una comparecencia televisada, Eusebio Leal alertó: «Existe una vulgarización de los símbolos nacionales a propósito con una idea absolutamente comercial por parte de personas que tergiversan un poco la necesidad y convierten en comercio lo que no es comerciable. (…) Imitando las malas costumbres de un comercio brutal que entra en el país no solo desde los Estados Unidos, sino desde cualquier otro lugar, traen de allí múltiples cosas que son de una vulgaridad extraordinaria y creo que no se puede responder a la vulgaridad con otra».

Por otra parte, el intelectual Fernando Martínez Heredia ha recordado cómo «gana cada vez más terreno a escala mundial la homogeneización de opiniones, valoraciones, creencias firmes, modas, representaciones y valores que son inducidos por el sistema imperialista mediante su colosal aparato cultural-ideológico. Una de sus líneas generales más importantes es lograr que disminuyan en la población de la mayoría del planeta —la que fue colonizada— la identidad, el nacionalismo, el patriotismo y sus relaciones con las resistencias y las revoluciones de liberación, avances formidables que se establecieron y fueron tan grandes durante el siglo XX. La neutralización y el desmontaje de los símbolos ligados a esos avances es, por tanto, una de sus tareas principales».

Nuestra relación con los símbolos patrios debe ser entendida, sin embargo, más allá de toda consideración formal. Cada uno de ellos representa un vínculo muy profundo con la memoria histórica y la tradición ética de la nación.

La manera en que los asumimos tiene mucho que ver con la conciencia cívica en que nos hemos educado. En tal sentido, vale tomar en cuenta el análisis formulado por Abel Prieto cuando llamó a discernir entre las «fuerzas, corrientes, tendencias que provienen de la cubanía, y se orientan en favor de la defensa de nuestro perfil nacional, de su completamiento y profundización» y otras «por fortuna minoritarias, que se nutren de una cubanidad castrada, parten de aceptar lo más superficial y externo de la cultura cubana para subordinarse en lo esencial y convertirse, de manera más o menos consciente, en cómplices de la desnacionalización de Cuba».

La bandera, por ejemplo, es mucho más que un objeto material. Lo que le confiere máximo valor transita por las vidas que se han entregado por ella, la épica que se ha consustanciado en su representación. Es un enunciado de la Patria; respetarla constituye un acto de confirmación ciudadana.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-01-17/simbolos-patrios-memoria-y-tradicion-etica-17-01-2017-22-01-04

Imagen de archivo

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Música para ver, oír y ganar

Por: Pedro de la Hoz

Esta vez la música ganó y la televisión también. De un año a otro Sonando en Cuba dio el salto que se esperaba en un programa de participación que se propone defender los géneros de la música popular cubana, promover sus valores entre los jóvenes, y, al mismo tiempo, replantear desde una perspectiva propia un tipo de espectáculo que venía ha­ciendo falta en el diseño de las transmisiones televisuales del fin de se­mana.

Habrá quien a esta hora esté de acuerdo o no con el resultado del certamen. Particularmente no le tengo mucha confianza a los concursos, pues el arte no es asunto de tiempos ni marcas. Otra cosa bien distinta son las necesarias jerarquías, a partir de conceptos y calidades.

En tal sentido las finalistas y la ma­yoría de sus compañeros asumieron repertorios y modos de hacer profundamente comprometidos con la tradición y sus actuales desarrollos. De la trova a la canción contemporánea y del son a la timba, sin olvidar cantos rituales cubanos de origen africano, en una equilibrada combinación de respeto al legado insular y de proyección personal, lo que se escuchó en la jornada final fue consecuencia de una siembra cultivada a lo largo de una temporada mucho mejor pensada que la de la entrega anterior.

Detrás de ello estuvo la inteligencia colectiva en la preparación del evento: la ductilidad de los concursantes al asimilar un entrenamiento acelerado (aunque, obviamente, in­suficiente), la responsabilidad de los mentores (Mayito Rivera, Haila y Pau­lo FG, creador del proyecto), la solvencia de la orquesta acompañante, y el aporte de diversos especialistas en el asesoramiento e instrucción de los prospectos.

Estoy seguro de que los 24 jóvenes concursantes —unos más que otros, desde luego— registraron un proceso de cambios y crecimiento espiritual. En su mayoría no partían de cero; las tres finalistas, por ejemplo, ya se habían probado. Pero nunca habían encarado un desafío de tamaña envergadura.

No hay que hacer demasiado caso a uno de los reclamos publicitarios del espacio que aludía a la búsqueda de «la nueva voz» o «la voz de oro» de la canción cubana, porque, a fin de cuentas, comenzaron a esbozarse en el horizonte nuevas voces —sí, en plural— que se transformarán en realidades solo en la medida que el estudio, la constancia y las convicciones artísticas maduren.

Por cierto, ese fue un mensaje en el que insistió la maestra Argelia Fra­goso, que compartió labores en el ju­rado con Adalberto Álvarez, Diana Fuentes y el puertorriqueño Víctor Manuelle. Ojalá todos le hagan caso.

La interpretación de la música po­pular en nuestro contexto se halla ur­gida de mayor rigor profesional y eso pasa desde la recuperación del papel del repertorista hasta el desarrollo de un pensamiento artístico, pa­sando, claro está, por el dominio de elementales recursos técnicos y expresivos. Abundan los que gritan y no cantan, los que imitan y no crean, los que confunden un minuto de fama con el triunfo del talento y a revertir estas nefastas tendencias puede contribuir Sonando en Cuba, siempre que cada meta sea un punto de partida.

Podrá revisarse, de cara a una tercera temporada, el método de selección y evaluación de los aspirantes y la pertinencia o no de mantener los agrupamientos regionales, pero no se puede negar la importancia del alcance nacional del concurso y la implicación de los públicos de cada territorio con la idea de poner por delante a la música cubana.

En otro orden, Sonando en Cuba dejó en términos televisuales un sal­do decoroso. La puesta en pantalla de Manuel Ortega consiguió una bastante balanceada visualidad y un ajustado ritmo. Atrás quedaron las cenizas del deplorable reality show —prefiero hablar, para bien o mal, de telerrealidad— prevaleciente en la ver­sión anterior, para dar paso a una aceptable conjunción de presentaciones musicales y exposición de contextos. RTV Comercial, con la ayuda de mu­chos, se empleó a fondo para sacar a flote el proyecto y atemperar el programa al pulso de nuestra realidad, como cuando se sumó al rechazo unánime al bloqueo o compartió solidaridad con los damnificados del huracán.

Con todo en algunas ocasiones la trama se dejó ganar por la manipulación sentimentalista y ciertas concesiones al populismo y el mal gusto.

Jorge Martínez en la conducción se afincó en su versatilidad y en cada emisión se fue superando a sí mis­mo, hecho más evidente aún en su compañera Yasbel Rodríguez, quien desterró en lo posible los desaguisados ostensibles en sus incursiones iniciales.

Al cuidar los detalles se fue corrigiendo el tiro. Un ejemplo: del detestable empleo del vocablo coach al mucho más nuestro mentor; de la manía a quedarnos sin palabras a las palabras dichas en su justa me­dida.

Dos conflictos tendrá que resolver Sonando en Cuba en lo inmediato. Si bien la articulación entre los procesos de formación y búsqueda de talentos vocales y el acceso al mercado artístico y laboral requiere de mecanismos más flexibles y desprejuiciados a es­tudiar y adoptar por parte de los organismos e instituciones competentes, un programa de televisión no debe ni puede ser la solución, y menos presentarse como la única alternativa. El tono airado y desafiante de uno de los mentores al pronunciarse sobre el tema nunca debió admitirse.

También los responsables del programa, si pretende cimentarse como proyecto cultural, se verán abocados a definir cómo encajará su anunciado redimensionamiento internacional con las premisas conceptuales que lo animan.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-10-31/musica-para-ver-oir-y-ganar-31-10-2016-20-10-44

Imagen: http://culturacubana.net/11-14-5-concurso-de-musica-adolfo-guzman/

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Espacios públicos, ¿cotos privados?

Por: Pedro de la Hoz

Toda ciudad cuenta con espacios públicos: plazas, parques, arterias viales, pero también centros culturales, recreativos, de servicios y otros ámbitos en los que está presente el intercambio social. En unos, más que en otros, pero en todos sin excepción, opera y se manifiesta una dimensión cultural que es a su vez reflejo de conductas cívicas, actitudes éticas y nociones estéticas.

Una sociedad como la nuestra, o con mayor exactitud a la que aspiramos, debe precisar el alcance conceptual de lo que esos espacios representan tanto en el plano simbólico como funcional, y en un orden mucho más puntual, hallar correspondencias entre la manera de gestionarlos y su incidencia en la calidad de vida de las comunidades donde se insertan.

Cuando hablo de gestión no me refiero únicamente a la administración aun cuando en ciertos casos sea deficiente y hasta negligente, sino al uso que se les dé a partir de la comprensión de su necesidad como bien público. A la administración se debe exigir cumplir con lo que toca, pero sin el compromiso y la participación ciudadana nada será posible.

Permítaseme colocar un ejemplo. En el cen­tro de El Vedado se levanta un monumento que honra a Mariana Grajales, la madre de los Maceo. Por años parque y monumento vinieron a menos en cuanto a estado físico, hasta que por interés y voluntad de la Oficina del Historiador de la Ciudad y el órgano de gobierno de la capital se restauró la escultura y rehabilitaron el mobiliario y las áreas verdes del parque.

Pero tales acciones solo se completaron cuando al darle nueva vida a ese espacio, de memoria sagrada para la Patria, se comprometieron con su cuidado a los actores de la comunidad, léase el Consejo Popular, la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, la Federación de Mujeres Cubanas y el preuniversitario Saúl Delgado. Lo que se veía y padecía poco tiempo atrás —retozos sobre la estatua, balonazos que se estrellaban contra esta, pintadas en los pasajes, maltrato a los bancos, escándalos producidos por la ebriedad— se ha reducido a la mínima expresión y cuando sucede se toman las medidas pertinentes.

Mantenimiento, protección y llamadas de atención pesan, pero lo decisivo pasa por in­formar, orientar, educar, compulsar y comprometer: crear conciencia entre los vecinos y es­tudiantes acerca de los valores de ese espacio público.

Hace dos años, Eusebio Leal decía: «Hoy existe una conciencia más amplia en la población del carácter patrimonial de su ciudad, no solamente del centro histórico. La patrimonialidad de La Habana desborda con creces el Centro Histórico, y existe también una gran preocupación por su preservación, para que no aumente, más bien se detenga, la degradación urbana, la descalificación de los espacios públicos».

No hay ningún municipio del país, por pequeño que sea, en el que deje de existir un sitio relacionado con nuestra historia. De lo que se trata es de potenciarlos como parte de la memoria colectiva del presente y el futuro.

Pero también debemos ocuparnos de aquellos espacios de uso cotidiano, donde transcurre una parte importante de nuestras vidas. Qué santiaguero no siente orgullo de la calle En­ramadas, o de la trama cultural de la calle He­redia. A ninguno habrá que decirle cómo comportarse, mantener limpio el ambiente, dar muestras consuetudinarias de civilidad y respeto.

Lo que no puede ocurrir es algo que observé el año pasado en el Parque de la Libertad, de Matanzas, donde la apertura de una zona de conexión inalámbrica (wifi) se traducía en el agrupamiento de decenas de personas sobre los símbolos del lugar, o lo que en fecha más reciente ví en el parque Ignacio Agra­monte, de Camagüey, en el que no hay mo­mento del día y parte de la noche sin la emisión de músicas urbanas de pésima calidad reproducidas por bicitaxistas a todo meter.

En este último caso es deplorable que un esfuerzo tan afanoso como el que llevan a cabo las autoridades locales y la Oficina del Historiador de la Ciudad —entre el 2016 y 2017 se acomete un programa inversionista de notable magnitud para el cuidado, mantenimiento y protección del patrimonio tangible de la villa— se empañe por indisciplinas sociales.

Ni que en una trama cultural que sobresale a escala nacional, como la Calle de los Cines, que alienta un inédito proyecto para la educación de los jóvenes en el universo digital con fines estéticos, se convoque, en el cine Ca­sablanca, a una llamada discofiñe, donde la música dista de ser de la mejor calidad.

Es quizá la utilización de la música en los espacios públicos la asignatura de más baja calificación en el país. Pareciera territorio de nadie, aunque se sabe que se halla a merced del gusto o el mal gusto de los operadores de audio. Suele confundirse animación con estridencia. Vaya usted a la pizzería de la Marina Hemingway un fin de semana para que se aturda con el volumen indiscriminado de los reguetones más pedestres.

No es cuestión de género, aunque cabría en otro momento analizar de dónde viene y de qué va el reguetón. Rock, pop, salsa, o esas indefiniciones que ahora pasan por mú­sicas tropicales, en vivo, en grabaciones o en pantallas, a todo volumen y arbitrariamente programados, agreden oídos y degradan sensibilidades, ya sea en espacios gestionados por el estado o por el emergente sec­tor no estatal.

Al Instituto Cubano de la Música le cabe el encargo de establecer regulaciones y normas válidas para ambos sectores, pero se ha dilatado en demasía su dictado. No se trata de prohibir ni aplicar absurdas o inviables restricciones, sino humanizar el disfrute de la diversidad sonora de nuestro entorno.

Si hemos llegado al consenso, explícito en la actualización de los Lineamientos Eco­nó­micos y Sociales aprobados por el 7mo. Con­greso del Partido y asumidos por los diputados que nos representan en la Asamblea Nacional del Poder Popular, de que estamos en la obligación de promover y reafirmar la adopción de los valores, prácticas y actitudes que deben distinguir a nuestra sociedad, no podemos darnos el lujo de desatender el tema que nos ocupa.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-10-18/espacios-publicos-cotos-privados-18-10-2016-23-10-56

Foto de archivo

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¿Ciencia o espectáculo?

Centroamérica/Cuba/02 de Septiembre de 2016/Autor: Pedro de la Hoz/Fuente: Granma

Un hombre atraviesa una de sus mejillas con una larga y gruesa aguja y no siente dolor. Antes ha levantado objetos pesados del suelo con cuerdas que cuelgan de sus párpados. El espectador transita desde el escalofrío hasta el estupor, y cuando comienza a preguntarse de qué va todo eso, sale una doctora con ex­plicaciones acerca de la disociación entre estímulo y respuesta en la es­tructura nerviosa del individuo.

Dos veces, en un plazo relativamente corto, el segmento de la teleaudiencia cubana que elige las op­ciones de Multivisión ha tenido que enfrentarse al acto de un brasileño bautiza­do como “el hombre de ace­ro”, en un documental de la serie Su­perhu­ma­nos: Latinoamérica, ori­­ginal­men­­te transmitido por His­tory Channel.

No todos los casos son dramá­ticamente irritantes. Hay tipos super­rápidos, supermemoriosos, superfuertes. Desde el 2012 la cara visi­ble del reality show es el presentador ar­gentino Leonardo Tusam, que ha ga­nado fama como hipnotizador en programas televisivos de variedades, y asume el papel de colabo­rador científico calificado en estas entregas del canal norteamericano satelital, que forma parte de la empresa A + E Networks, perteneciente a su vez de la corporación mediática Hearst, rectora de las re­vistas Cosmopolitan, Esquire y Marie Claire, de 29 canales locales de televisión y del diario San Fran­cisco Chronicle, entre otros.

History comenzó su andadura en 1995. Una parte de su programación aborda, como su nombre in­dica, asuntos históricos y para ello comparecen en sus series y documentales sociólogos, historiadores, arqueólogos, paleontólogos y escritores.

Aunque en la mayoría de las producciones transmitidas los pun­tos de vista respondan a la defen­sa de los valores civilizatorios proccidentales y, específicamente, pro­nor­­teamericanos —por ejemplo, las se­ries dedicadas a la Segunda Gue­rra Mun­­dial y a la Guerra del Gol­fo—, al menos se advierte seriedad in­formativa en el tratamiento de la historia antigua y medieval o en la de las llamadas maravillas del mun­do.

Pero arrastrados por la competencia con otros canales temáticos y la propia naturaleza del espec­­tá­cu­lo televisual en los días que co­rren, donde más vale la especulación, el tremendismo y la farsa que la obje­tividad, History transmite cada vez más realities (como Su­perhu­ma­nos) y pseudociencia (co­mo los abun­­dantes documentales so­bre alienígenas y falsas conspiraciones) que pro­gramas históricos.

Que por obtener ganancias y lo­grar el enganche de consumidores esto lo haga el canal de marras, no re­sulta extraño.

Pero que Mul­tivi­sión asuma tales presupuestos en la programación nocturna sí nos alarma.

No es este un caso aislado en los espacios del canal cubano. Allí se cuela Locolab, que su distribuidor, Discovery, promueve como una colección de los “videos más inteligentes, divertidos, bizarros, atrevidos y escandalosos, comentados por un equipo de reconocidos científicos que los explican uno a uno”, y que resultan una loa al despropósito, la banalidad y la estulticia.

Fuente: http://www.granma.cu/cultura/2016-08-30/ciencia-o-espectaculo-30-08-2016-21-08-11

Fuente de la imagen: http://www.ncas.rutgers.edu/history

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Una inscripción florentina

Centroamérica/Cuba/26 de Agosto de 2016/Autor: Pedro de la Hoz/Fuente: Granma

Al recorrer las plazas y calles de Florencia, en uno de los mercadillos que ofrecen piezas artesanales a los visitantes, Juan Marinello fijó su vista en un plato donde estaba grabada la siguiente inscripción: “El arte no tiene patria, los artistas sí poseen una”.

En más de una ocasión Eusebio Leal ha evocado la anécdota y citado la frase al exponer sus consideraciones sobre la relación entre el lugar donde se nace y la obra que se hace. Rastrear el origen de la sentencia resulta difícil tarea, pero el hecho de que se atribuya a más de un autor y varíen los sitios de pronunciamiento inicial, revela una densidad conceptual inobjetable.

Habitamos un mundo en el que cada vez más las distancias se acortan. La expedición de Magallanes en el siglo XVI, primera en circunnavegar el planeta, demoró cuatro años y ni el mismo capitán se contaba entre los 18 sobrevivientes que regresaron a Sevilla.

Apenas un año y cuatro meses transcurrió el vuelo, con escalas, de un avión alimentado con baterías solares que concluyó el pasado 26 de julio su vuelta al orbe, tripulado por dos pilotos suizos.

Las nuevas tecnologías permiten seguir en tiempo real los acontecimientos de uno a otro confín de la Tierra. Los rascacielos de paredes  espejeantes se empinan lo mismo en Seattle que en Bangkok. El rock enlaza a Edimburgo con Yakarta.

Ese es uno de los rostros de la globalización. En el plano económico no faltan los que cantan loas al proceso de interconexión de los mercados y los flujos financieros, sin reparar en las asimetrías y el reforzamiento de los lazos entre dominación y dependencia.

Para unos parecen no existir fronteras; para otros, la mayoría, estas se tornan cerrojos que impiden la movilidad. Uno de los más tremendos dramas de nuestra época son los desplazamientos forzados, que tienen su raíz en las guerras y el hambre.

Pregúntele, sin embargo, a un refugiado kurdo, somalí o afgano, instalado a duras penas en un país europeo, si olvida de dónde viene, aun cuando los recuerdos de la partida sean traumáticos.

Los cubanos venimos de muchos lugares —en un principio, como diría Guillén, “uno mandando y otro mandado”, pero a fin de cuentas, “todo mezclado”— y hemos forjado una cultura propia, sin que ello signifique atrincheramiento ni exclusividad.

Tras el desgarramiento lírico de Virgilio Piñera al enunciar “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, se ha hecho recurrente en algunos asociar esa cualidad a la necesidad de trascender la insularidad. Sin embargo el mismo Virgilio, en ese propio texto, expresó cómo “hay que saltar del lecho con la firme convicción de que tus dientes han crecido, de que tu corazón te saldrá por la boca”, y compartió la idea de que “no queremos potencias celestiales, sino presencias terrestres, que la tierra nos ampare, que nos ampare el deseo”.

Ante el frío cortante de las cataratas del Niágara, Heredia respiró la huella de unas palmas deliciosas; nostalgia de un espacio físico, pero también sustrato anímico. “No hay patria sin virtud”, escribió Félix Varela en una de sus cartas a los jóvenes, y aunque, en efecto, el aforismo tenga asiento en la defensa de la moral social cristiana, también se orienta, en un rango más abarcador hacia la ética que define, de modo raigal, el sentido de pertenencia.

Para Martí, cubano universal como ningún otro, la noción de patria recorrió diversas escalas, desde una visión de ecumenismo auténticamente solidario hasta la interiorización de la pérdida y el dolor: “Dos patrias tengo yo, Cuba y la noche. ¿O son una las dos?” Entregado al deber propone: “Honrar a la patria es una manera de pelear por ella”.

Los cubanos también estamos en muchos lugares. No de ahora, sino desde siempre, aunque en las últimas cinco décadas y media, por razones harto conocidas, la diáspora ha sido más nutrida. Ha habido que vencer obstáculos enormes, despejar enconos y construir paso a paso puentes de entendimiento —a contrapelo de la hostilidad imperial y de sus cómplices anticubanos— para articular la actual relación entre la nación y la emigración.

El territorio espiritual entre los cubanos que viven en la isla y los que residen en próximos o lejanos países crece por día sobre bases sólidas de respeto, comprensión y amor patrio.

Excepciones hay. Individuos que por voluntad propia se expatrian y reniegan de sus raíces. Cada cual es libre de elegir anclaje y destino. A nadie se obliga a sentir o ser cubano. Pero aquí o en cualquier parte tenemos la libertad de no compartir esa elección y confrontarla.

Vuelvo a Eusebio, a unas palabras suyas que sustentan esa otra grande, irrevocable y mayoritaria elección que muchos hemos hecho: “La patria es la poesía, es un sueño, es la tradición, es la lucha, es la sangre derramada por las añoranzas, es todo lo que forma en el hombre una identidad”.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-08-25/una-inscripcion-florentina-25-08-2016-21-08-58

Fuente de la imagen: http://www.laizquierdadiario.com/Historica-visita-en-Cuba

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Para hallar sentido a una conmemoración

Centroamérica/Cuba/22 de Julio de 2016/Autor: Pedro de la Hoz/Fuente: Granma

Una de las páginas más infames de la historia, la esclavitud a la que fueron sometidos por siglos mujeres, hombres y niños procedentes del continente africano, solo terminó en Cuba a la altura de 1886, mucho tiempo después que en la mayoría de los territorios del hemisferio occidental.

Si bien el 13 de febrero de 1880 la Corona española decretó una ley que proclamaba “el cese del estado de esclavitud en la isla de Cuba”, los dueños de esclavos continuaron explotando a estos amparados por el artículo 3 de un documento que establecía el derecho de los patronos “de utilizar el trabajo de sus patrocinados”. Una jerga legal eufemística disimuló la continuidad de un brutal régimen de explotación.

Hubo que esperar seis años más para que el llamado Patronato se extinguiera. El final de la esclavitud en la Isla no fue un regalo de la metrópoli colonial ni de la necesidad de actualizar las relaciones de producción, sino el re­sultado de largos años de lucha abolicionista que, en el caso de Cuba, estuvo vinculada a la lucha por la independencia. El gesto de Carlos Manuel de Céspedes al iniciar la insurrección anticolonial el 10 de octubre de 1868 resultó elocuente: al alzarse en armas dio la libertad a sus esclavos. Mucho tiempo antes, en 1812, José Antonio Aponte, negro libre, artesano y pintor, lideró una conspiración para independizar a Cuba y emancipar a los esclavos.

El comercio trasatlántico de esclavos africanos y la explotación de esa mano de obra en las plantaciones azucareras y cafetaleras constituyó la base de la acumulación capitalista de los países europeos. La modernización de la economía de los países desarrollados occidentales —incluyendo a Estados Uni­dos— no pue­de explicarse sin el régimen esclavista.

Mas no se trata de ver las cosas desde un ángulo estrictamente económico. El historiador Pedro Pablo Rodríguez describió la esclavitud como “una verdadera patología social y cultural, muchos de cuyos aspectos significativos han quedado ocultos bajo el velo del tiempo, todo ello condicionado a su vez por los intereses y las perspectivas afines o surgidos de ella”.

Lo que la doctora María del Carmen Barcia, con dolor, expresa acerca del sufrimiento de los seres arrancados de sus tierras durante la travesía trasatlántica —“por muchos datos que los historiadores hayamos acopiado es imposible reconstruir toda la iniquidad, la vileza, el desamparo, la humillación y las crueldades que los africanos sufrieron”, nos dice—, es válido para asomarnos al horror del barracón, el látigo sobre los cuerpos, los castigos en el cepo, la violación de las mujeres, la destrucción de las familias y la sobrexplotación productiva de no se sabe cuántos esclavos, incluso de los nacidos bajo esa condición en nuestra tierra.

Nada de esto puede ser olvidado, como tampoco la resistencia que dio lugar al cimarronaje. Ni la incorporación masiva de los antiguos esclavos a las gestas independentistas. Ni los aportes que esos africanos, preteridos y ninguneados, hicieron, pese a la voluntad de sus explotadores, a la forja de la nación y la cultura cubanas.

Es por ello, como observó el poeta y antropólogo  Miguel Barnet, que “tomar conciencia plena de lo que significó el gigantesco holocausto de la trata esclavista moderna para los pueblos subsaharianos, yo diría que el más terrible que haya conocido la humanidad, es también tener presente la profunda huella estampada por hombres y mujeres que atados por gruesas cadenas llegaron a nuestras costas para nunca más regresar a sus tierras, a sus familias y a sus culturas”.

Estos presupuestos no solo deben animar la conmemoración del aniversario 130 de la abolición de la esclavitud en Cuba, sino también la sistemática promoción del conocimiento de nuestra historia y el cultivo de una sensibilidad que nos haga entender íntegramente, sin fracturas ni vacíos, nuestra identidad.

Las jornadas conmemorativas llaman la atención sobre acontecimientos y procesos, pero las lecciones que se desprenden de estos únicamente se asimilan y trascienden cuando encarnan de manera permanente y creativa en el tejido social y la memoria individual de quienes en esta época proyectan y construyen el futuro.

El 4 de septiembre de 1998, durante una visita a la Sudáfrica de Mandela, Fidel Castro, sintetizó una realidad: “Sin África, sin sus hijos y sus hijas, sin su cultura y sus costumbres, sin sus lenguas y sus dioses, Cuba no sería lo que es hoy”.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-07-21/para-hallar-sentido-a-una-conmemoracion-21-07-2016-22-07-24

Fuente de la imagen: http://www.bandera-de.com/cuba/

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