Por: Pedro de La Hoz
En estos afiebrados días de restañar las heridas del potente huracán Irma y sin perder pie ni pisada a la temible María que vuelca su furia de viento y agua sobre las castigadas Antillas, Nicolás Hernández Guillén, nieto de nuestro inmenso poeta Nicolás, puso ante mí estos versos: «En este camaronero / Máximo Gómez llamado, / hacia un pueblo desdichado / va el auxilio compañero. / No importa el chubasco fiero / que altera y pica la mar, porque no podrá apagar / el ansia que el pueblo siente / de llevar rápido a Oriente / lo que allá pueda faltar».
Fueron escritos por Nicolás Guillén en la noche del 17 de octubre de 1963 a bordo de una embarcación que surcaba el Golfo de Guacanayabo desde Santa Cruz en dirección a Manzanillo, para llevar vituallas a los damnificados por el huracán Flora.
Experiencia dura aquella que segó vidas, desbordó ríos y arrasó viviendas y plantaciones en su enrevesada trayectoria, pero de la que la Revolución extrajo lecciones permanentes, decisivas para la prevención de las situaciones y la mitigación de los daños derivados del embate de los organismos tropicales que se han sucedido en el tiempo.
De Guillén es bien conocida la definición del Mar Caribe registrada en su ingeniosa colección de viñetas poéticas titulada El gran zoo: «… este animal / marítimo y enigmático / tiene una gran cresta de cristal, / el lomo azul, la cola verde, / vientre de compacto coral, / grises aletas de ciclón. / En el acuario, esta inscripción: / Cuidado, muerde». Con ese original bestiario lírico publicado en 1968, el poeta renovó ímpetu y lenguaje para sorpresa de muchos, como lo hizo poco después con El diario que a diario al cumplir 70 años.
Como periodista de raza, seducido desde la niñez por el olor a tinta de imprenta y el laboreo entre linotipos y chibaletes –no llegó a vivir la era de las computadoras personales y la comunicación digital–, el poeta, nunca dejó de ejercer el oficio en diversos medios de prensa, tanto en su condición de redactor de planta como en el de asiduo colaborador.
Por ello, convocado por las autoridades del Gobierno Revolucionario para recorrer los sitios devastados por Flora y llevar asistencia a familias y comunidades del Oriente cubano, Guillén, no puede renunciar a compartir sus vivencias con los lectores del diario Noticias de Hoy (faltaban dos años justamente para que, por iniciativa de Fidel, ese periódico se fundiera con Revolución para dar cauce a Granma). Publica cuatro crónicas los días 24, 25, 29 y 31 de octubre, en las que cuenta sus impresiones sobre las huellas del cataclismo, pero también da cuenta del empuje y la unidad de la población en el enfrentamiento a las secuelas del huracán. Pueden leerse en el tercer volumen de Prosas de prisa, compiladas posteriormente por su colega, biógrafo y amigo Ángel Augier.
Por cierto, al llegar al central azucarero antiguamente nombrado Elia (hoy Colombia, municipio perteneciente a Las Tunas tras la división político-administrativa de 1976), advierte la peligrosa asociación del río Tana con la comunidad en tiempo de ciclones. Domar el río será la solución, en palabras del poeta cronista, «hacerlo inofensivo, más aún, hacerlo útil». ¿Acaso no fue esta una anticipación visionaria de la voluntad hidráulica que a partir de Flora y bajo la inspiración de Fidel, ha prevalecido en la Isla?
Abocado muchos años después a hilvanar sus memorias –más bien crónicas concebidas desde una perspectiva autobiográfica, editadas en 1982 por Nancy Morejón, bajo el título Páginas vueltas–, Guillén regresó a los días del huracán para hablar no solo de aquella puntual circunstancia sino también para ofrecer su punto de vista acerca de la convivencia histórica de los cubanos con los ciclones.
Revive entonces lo que en su tiempo y el nuestro, salvando distancia, ocurre ante la inminencia del paso de un meteoro: «La radio entra en funciones. Toda la actualidad, por grávida que sea, se desplaza y cede el primer sitio al estado del tiempo. Este sigue empeorando. En la calle, en cada casa, en cada café, la radio funciona a todo volumen y los partes meteorológicos, repetidos con una frecuencia de ametralladora, nos persiguen implacablemente. El ciclón se convierte en un ser animado…».
Pero lo que seguramente motivó el viaje de Guillén al pasado fue el hallazgo a unas décimas olvidadas, o mejor dicho, puestas a bien recaudo, si tomamos en cuenta su propia percepción sobre la calidad de los textos revisitados. En Páginas vueltas nos dice: «Puedo contar que por aquellos días viajé al lugar de los hechos y hasta escribí unas décimas populares relativas a aquel brutal topetazo con la naturaleza. A pesar de su escaso mérito literario, estos versos –estas memorias– son un documento de cierto interés, pues fueron escritos in situ, al lado del timonel, en un pequeño arco y bajo la mirada no del todo tranquila del hombre, que tenía más de un motivo para pensar que yo había enloquecido, o por lo menos no tenía muy en su sitio el tanque de pensar».
Ochenta versos, ocho décimas escritas de un tirón entre el oleaje y la noche. Dos de ellas, particularmente, parecen haber sido compuestas para días como los que corren:
Pues como este barco fiel
cien barcos vienen y van:
el amor es capitán
y la vida timonel.
Aquí vio el propio Fidel
cómo se abre el corazón,
cómo es ancha la pasión
y serena la esperanza
de un pueblo cuya confianza
es más fuerte que un ciclón.
Adelante, compañeros,
que ningún ciclón nos mata
mientras vuele una fragata
y corran camaroneros.
Con campesinos y obreros
nuestra Patria se mantiene,
y si otra desgracia viene
la sabremos afrontar…
¡Patria o Muerte! A trabajar
¡Comandante en Jefe, ordene!
Una corrección al poeta: no importa sea menor el mérito literario; grande es, y alentador y necesario, el valor humano de una poesía solidaria.
Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-09-21/de-huracanes-y-solidaridad-unas-decimas-de-nicolas-guillen-21-09-2017-21-09-05