Por: blog humanismo sin credos
Dicen los que, alejados de los intereses políticos, saben de estas cosas que el gran problema de España es la educación, aunque entre los intereses inmediatos de los ciudadanos no parece ser éste el problema más urgente que les afecte. Cuestión, también, de comunicación: ¡como este problema no aparece con regularidad ni suficiente intensidad en los telediarios ni en las tertulias…!
Pero sí: la educación no es que sea un problema, es que es “el gran problema”. Es que aquellos que rigen su entramado, los políticos vulgares, la han degenerado de tal manera que los conocimientos y principios con que se dotan los escolares para iniciar su andadura profesional, dejan muchísimo que desear y están lejos de alcanzar la ratio de conocimientos que imperan en nuestro entorno occidental.
Educación se entiende en un doble sentido, educación como adquisición de instrucción y como conocimiento de los contenidos de las ciencias y educación como caudal de buenas maneras en la conducta, lo que se suele entender como urbanidad. ¿De quién dependen uno y otro asunto? Como alguien decía, tanto instrucción como urbanidad dependen de toda la tribu. Nadie se puede ocultar a la hora de educar a los niños… que serán las generaciones que gobernarán, incluso a quienes ahora “educan” e “instruyen”. Se suele decir que son los padres quienes inculcan principios y valores; el colegio el que educa en socialización y cultura (instrucción); y la sociedad en lo que generalmente se entiende por urbanidad o civismo, dotándose además de leyes que reprimen conductas desviadas… Una sociedad educada engendra individuos educados; una sociedad acostumbrada al robo, propicia individuos randas.
El debate por lo que respecta a la labor en las escuelas, por otra parte intrascendente en lo que afecta al niño, continúa. Y continúa precisamente porque aquellos que nada tienen que ver con la educación, los políticos vulgares, han introducido sus manazas de cazo en ella. ¿Hay que instruir nada más o es preciso también educar? ¿Es labor de los padres la educación en principios y valores en los primeros años o es también labor de la escuela? Falsa dicotomía. ¿Pero se puede legislar en base a esta dicotomía que los profesionales de la enseñanza tienen superada? No hay exclusivismos en la educación. Los padres educan e instruyen; la escuela y la sociedad también. “Labor de la tribu”. Y cada uno en el grado que le corresponde, en la etapa que toca y con los medios de que dispone.
Sobran y hay exceso de grandes palabras. Pretendemos para los niños algo que no es práctica regular en el entorno en que ese niño se mueve. Muchos valores los aprende el niño sin necesidad de que se los digan verbalmente. Quien ve cariño alrededor transmite cariño. Quien ve y oye afán de ayudar y agradar a los demás reproduce esos mismos actos entre sus compañeros. Pero… ¿Cómo va a practicar el niño el respeto si está viendo en su casa cómo se disgrega la convivencia familiar con disputas, insultos o agresiones? ¡Para él eso es lo normal! Lo que vivió en su casa lo reproducirá en la sociedad minúscula en que se integra… y lo practicará de mayor. ¿Cómo va a aprender honradez el adolescente si todo lo que le llega, lo que ve, lo que oye son casos de corrupción, de rapiña y de robo? ¿Cómo va a tener entre sus principios el del esfuerzo por superarse a sí mismo si lo que le han inculcado es el medro con el mínimo de trabajo?
Pero tan importante como la educación en principios y valores es la instrucción, llegar a ser un buen profesional del que dependerá su propia subsistencia y la buena marcha de la sociedad. Lo queramos o no la instrucción discrimina individuos: el que más vale y, en consecuencia, procuran padres y maestros que se esfuerce, alcanza metas a las que otros no podrán llegar. Esto es elemental y hay que partir de ese principio. No todos valen para lo mismo ni tienen las mismas capacidades. Y no todos se esfuerzan lo mismo.
Pretender que todos sean iguales es empobrecer a la nación. Que todos tengan las mismas oportunidades, sí. Pero a partir de ahí, se ha de primar la excelencia, el esfuerzo y el logro de resultados. Las sucesivas leyes de Educación, hasta siete, que hemos padecido han pretendido igualar a la sociedad… ¡por abajo! Todos iguales… de tontos. Y así nos va. El que ha querido sobresalir, ha sido “contra” ese espíritu: colegios privados, universidades extranjeras, másters carísimos… algo que debiera haber propiciado el Estado. Y los padres que han sido conscientes de ello, han tenido que luchar contra ese estado… de cosas.
Produce verdadera vergüenza intelectual asistir a despropósitos como ése de “andaluces no”, sino “población andaluza” (en buena lógica sería “población andaluz y andaluza”), “Congreso de Diputados y Diputadas”, etc. O aquél que sustituía “porteros” por “empleados de fincas urbanas”. Genialidad la de sustituir el nombre por su definición, para subvertir la “economía del lenguaje”, que es la que prima en la vida real, por puro voluntarismo nominalista.
Eso de que cambiando las palabras cambiará la sociedad es pensamiento de memos, lerdos, estólidos y cretinos. A eso hemos llegado facilitando que personas que no serían capaces de hacer las cuentas de una comunidad de vecinos o de su misma casa, manejen y gestionen presupuestos millonarios de empresas públicas o siendo gestores del Estado mismo. Toda esa tribu que vemos desfilar estos días, ¿están preparados para la labor de dirigir un Estado?
Añadamos algo más respecto a la instrucción como base de la educación. La instrucción no es sólo física o matemáticas. También es literatura, arte, filosofía, historia…. que inculcan principios éticos también o enseñan vías cegadas. La persona instruida es más fácil que sea educada. Tiene la mente más abierta y receptiva. No está unidireccionada ni subsumida por principios que son slogans o tópicos que otros les han metido en la sesera. Su capacidad crítica, por otra parte, es base para que la sociedad prospere: saben lo que funciona mal y saben qué remedios aplicar para lo contrario.
Por no alargarnos en algo que verdaderamente nos produce coraje, terminemos con el dato de “la edad oportuna”: importa saber y tener claro qué debe conocer un niño a determinada edad, porque si eso no lo aprende en esa edad, no lo aprenderá nunca o le costará mucho más saberlo. Asistimos al esperpento de que hay guarderías que pretenden darle a conocer al niño conocimientos sobre la evolución humana y universidades que todavía están corrigiendo faltas de ortografía.
Nos faltaría hablar de la utilización política de la educación, cercenando derechos, pero eso ya es harina costrosa en la que hay que hincar el cuchillo (de las leyes). Para más tarde.