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La iniciativa de Asos para ayudar a las niñas de Kenia con su menstruación

África/Kenia/30 Agosto 2018/Fuente: La Vanguardia

Una joven pierde una media de 18 semanas de estudio al año a causa del periodo menstrual

A principios de este año, Asos anunció que destinaría grandes esfuerzos para convertirse en una marca mucho más sostenible y socialmente comprometida. Un aspecto que preocupa cada vez más al consumidor, cada vez más concienciado de la importancia de cuidar el planeta y a sus personas.

El continente africano ha servido en innumerables ocasiones como fuente de inspiración, pero rara vez ha recibido una compensación o una muestra de afecto de vuelta. A menudo las colecciones que sacan las marcas no son más que prendas estigmatizadas plagadas de clichés tribales y de estereotipos banales. Además de los diseñadores y artesanos locales africanos, que rara vez tienen un lugar en los calendarios de las fashion weeks.

Una vez sacado el problema a la luz, muchas marcas se han quejado que esta oleada de denuncias por supuestas “apropiaciones culturales” no hacen otra cosa que bloquear la creatividad e inspiración de los diseñadores. Pero, por fortuna, no todas las firmas opinan igual. Aquí es donde entra Asos con su proyecto junto a SOKO Community Trust, en Kenia, llamado “The Kujuwa Initiative”.

Asos x Made in Kenya.

Asos x Made in Kenya. (Asos)

Esta iniciativa tiene que ver con cómo afecta la menstruación a las niñas de Kenia. Las cifras del Ministerio de Educación de Kenia revelan que una joven en la escuela primaria pierde 18 semanas del total de 108 semanas de estudio en el año por tener la menstruación.

¿Las razones? Los estudios estiman que un 61% de las jóvenes faltan a la escuela debido a la ausencia de instalaciones para la higiene relacionada con la menstruación. El gran coste de los productos sanitarios y compresas provocan que las niñas se queden en casa para evitar que la ropa se les manche con sangre en público.

Un 61% de las jóvenes faltan a la escuela debido a la ausencia de instalaciones para la higiene relacionada con la menstruación

Es por ello que parte de la misión de la iniciativa de Asos consiste en apoyar a las mujeres jóvenes proporcionándoles kits menstruales. Estos contienen dos pares de braguitas de algodón, dos toallas higiénicas reutilizables hechas de restos de tela, forros extraíbles, que pueden llegar a durar hasta tres años, una pastilla de jabón y una bolsa de lavado impermeable.

Asos x Made in Kenya.

Asos x Made in Kenya. (Asos)

Facilitar compresas a las jóvenes que puedan lavar y reutilizar tendrá un gran impacto en su educación, explica Asos en un comunicado. Un total de 900 niñas de seis escuelas del país recibirán estos kits, que a su vez les permitirá ir a la escuela de forma más regular y evitar perder clases durante sus periodos.

Esta iniciativa, creada con el único propósito de apoyar a las mujeres jóvenes de la región de Kasigua, en Kenia, ha surgido a raíz del lanzamiento de la colección Asos x Made in Kenya, diseñada junto a la presentadora de radio y DJ de Beats 1, Julie Adenuga. La ropa fue diseñada por el equipo de Asos en Londres y fabricada en Rukinga, Kenia. Además, es la primera colección unisex del minorista.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/de-moda/feminismo/20180828/451521635306/asos-made-in-kenya-menstruacion.html

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Kenia: ‘Reggae’ para los alumnos más especiales

 

Redacción: El País

El 90% de los estudiantes con discapacidad en Kenia no recibe una educación adaptada. Un cantante ha abierto una escuela inclusiva en la aldea de Kabondo para acabar con el estigma

A Baba Gurston le habría gustado tener un profesor como él. Uno que entendiese lo que es correr para quien no puede caminar. Uno que susurrase lecciones a los oídos a los que les cuesta escuchar. En realidad, a Baba Gurston le habría gustado tener un profesor. A él, hasta los diez años no le dejaron ir a la escuela. “Mis músculos eran demasiado débiles para moverme”. Una discapacidad genética quebraba sus pasos: sus brazos eran más largos que sus piernas. Eso, en una aldea de campesinos que cultivan maíz en los cerros que vigilan el lago Victoria, en la Kenia fértil que casi es Uganda, es peor que una plaga. Peor incluso que una maldición.

En buena parte de las comunidades rurales de Kenia, donde residen el 66% de los más de cuatro millones de personas con diversidad funcional que se estima existen en el país, la discapacidad es vista como una condena. Cada vez menos, matiza Gurston, pero “aquí la gente sigue creyendo en brujería y supersticiones”. Poco importa lo que diga la The Persons with Disabilities Act o los objetivos del plan gubernamental Kenia 2030, nacer con una discapacidad física o intelectual en Kenia es casi siempre sinónimo de marginalidad. Un círculo vicioso de vergüenza, rechazo y discriminación.

“Las personas con discapacidad son el grupo más desfavorecido y marginando, los que más discriminación sufren en todos los niveles de la sociedad: una compleja red de problemas económicos y sociales, incluida la desigualdad de género, crean barreras educativas, sociales y económicas. Por tanto, un número desproporcionado de niños y adultos con necesidades especiales no pueden acceder a una educación adecuada y son analfabetos”, resume un informe del propio Gobierno keniano..

Alumnos de la escuela inclusiva, en el patio del centro antes de asistir a las últimas clases de la mañana.
Alumnos de la escuela inclusiva, en el patio del centro antes de asistir a las últimas clases de la mañana.PABLO L. OROSA

La traducción, en cifras, es que de los más de 750.000 jóvenes con discapacidad en edad escolar, solo 45.000 (el 6%) están escolarizados y apenas el 2% inscritos en programas adaptados a sus necesidades. Esto supone que alrededor del 90% de los menores con discapacidad o bien permanecen fuera del sistema educativo o acuden a centros sin capacidad para atenderlos.

Apenas el 2% de los 750.000 jóvenes con discapacidad en edad escolar en Kenia reciben una formación adaptada a sus necesidades

Más allá de las cifras, son jóvenes como Byron que despiden cada mañana a sus hermanos antes de ir a la escuela. Para ellos no hay pizarras ni clases de inglés, solo paredes mudas con las que esconderlos del mundo. Tener ceguera, albinismo o trastorno del espectro autista es un salvoconducto a la marginalidad. “Las familias se sienten estigmatizadas y tienen miedo de mostrar al crío en público”, señalan los expertos gubernamentales. A Byron, el más tímido de los tres compañeros de pupitre, lo tuvieron durante meses en casa. “Hasta que convencimos a los padres de que él no era diferente, solo que no era tan fuerte como sus hermanos”, interviene Gurston. Ni siquiera están seguros de lo que debilita su cuerpo. Puede ser algo genético, pero también la malaria. O la polio.

Esta cadena de estigmatización se extiende a través del sistema educativo. Pese a los grandes esfuerzos por mejorar, con la puesta en marcha en 2003 de la educación primaria gratuita, los menores con diversidad funcional siguen siendo un colectivo olvidado. Hay poco más de un centenar de escuelas especializadas y algo más de 1.300 unidades adaptadas en los centros públicos. La mayoría carecen de instalaciones y equipamiento adecuados.

Entre el profesorado, solo el 1% ha recibido formación para atender a alumnos con necesidades especiales múltiples. “Hace falta más formación específica, ya que son muchos los prejuicios que rondan en torno a la discapacidad y ello ejerce una fuerte oposición hacia la inclusión. Es imprescindible que la formación que se dé al profesorado sea específica a las dificultades que se encuentran. Es un tópico real que desde la universidad se promueven aspectos teóricos, que pocas veces se asemejan al día a día que tienen los maestros en sus aulas. Necesitan herramientas útiles y apoyos continuos, no un amplio conocimiento sobre discapacidad y una ayuda puntual que pronto quedará en el olvido”, apunta Saínza Ramos, pedagoga experta en el trastorno del espectro del autismo.

Solo el 19% de los alumnos con diversidad funcional concluyen su formación secundaria en Kenia

El propio sistema educativo es demasiado rígido: a algunos alumnos con necesidades especiales no les da tiempo a completar los exámenes. El resultado es que apenas el 19% de los estudiantes con discapacidad concluyen su formación secundaria y apenas 645 cursaban estudios superiores en las 70 universidades públicas y privadas del país en 2016.

El ejecutivo de Uhuru Kenyatta, reelegido el pasado otoño, ha tratado de frenar esta deriva aumentando las ayudas a los padres que matriculen a sus hijos con discapacidad hasta los 2.040 chelines (23 dólares) mensuales. Este dinero, arguyen las familias, apenas alcanza para hacer frente a los gastos de transporte. “Las personas con discapacidad, especialmente los niños, viven en entornos hostiles donde su seguridad está comprometida y su futuro en peligro. Permanecen marginados y sin oportunidad de avanzar, sin voz a consecuencia de los prejuicios, la violencia y el abuso social”, concluye el informe gubernamental.

La escuela del ‘reggae’

Baba Gurston, quien impulsa la escuela inclusiva de Kabondo, en la entrada del recinto.
Baba Gurston, quien impulsa la escuela inclusiva de Kabondo, en la entrada del recinto. PABLO L. OROSA

En la entrada del aula hay un sinfín de zapatos. Tienen tantos colores como formas. Hay sandalias, mocasines y katiuskas. La mayoría negras, pero también verdes y rosas. Todas, sin excepción, cansadas de tanto barro y tanto caminar. En Kabondo la gente camina mucho: para preparar la tierra, para ir al mercado y al médico, para ir a la escuela los que pueden ir a la escuela. Es una comunidad humilde, bendecida con una tierra fértil en maíz, patatas dulces, tomates y hortalizas, pero en la que no sobra dinero para enviar a los chicos al colegio. Menos aún a los que tienen algún tipo de discapacidad.

Convertido en una estrella del reggae en Kenia, Baba Gurston creó una escuela en la que, de los 83 alumnos, 15 tienen algún tipo de discapacidad

A Byron, con el cuerpo enflaquecido y la boca parca, lo tenían escondido en casa. A Yael, seis años contados en episodios de epilepsia, también. De no ser por esta escuela, la escuela del reggae, los chicos de Kabondo no podrían ir al colegio. Los que tienen discapacidad, seguro; los que no, quizá tampoco. Aquí la pelea por la educación es diaria e individual. Hay que convencer a las familias, una por una. Día a día. «Futuro a futuro», parafraseando al propio Baba Gurston. Porque él lo tiene claro: “En esta escuela estamos abriendo un futuro para estos niños”. Para los 83, incluidos los 15 con discapacidad.

En las cuatro aulas levantadas donde hace dos años solo había pastos no hay distinción posible. Aquí todos los alumnos son iguales. El que tiene el cuerpo envilecido o el que tiene ceguera. En la escuela de Baba Gurston solo hay un lema: Disability is not inability (la discapacidad no es incapacidad). “Por raro que parezca la educación inclusiva favorece principalmente a los niños que no tienen ningún tipo de discapacidad, y ya no solo por todos los valores que promueve sino porque aprenden a sentirse parte de un grupo, reconociendo capacidades dentro de todas nuestras discapacidades, aspecto clave para crecer en el mundo laboral formando equipos”, apunta Ramos.

“La gente cree que la gente con discapacidad no tiene talentos, pero no es cierto, sí los tiene”, señala Gurston. Él, el chico que hasta los diez años no podía ni caminar, es hoy el mayor exponente de lo que se puede lograr derribando las barreras de los estereotipos. Tras nueve meses recorriendo los círculos del infierno, los tres primeros bañándose en el ungüento de hierbas preparado por una curandera y los otros seis encerrado tres horas al día en un agujero de barro bajo el sol, según cuenta, los músculos de Baba Gurston aprendieron a sostenerse. Lo suficiente para recuperar el tiempo perdido. Llegó a secundaria, donde entre los 1.200 alumnos era el único con discapacidad: “Me decían cosas, me intimidaban e incluso me robaban”. Pese al bullying, fue un alumno brillante: dominaba la gramática y la música como el mejor.

Con 17 años se marchó a Kibera, uno de los mayores slums del África, la ciudad sin nombre inmortalizada por Hollywood en El jardinero fiel. Allí conoció a otros como él. Artistas. De la mano del Kibera Creative Arts puso en marcha un grupo en el que los bailarines con algún tipo de discapacidad eran las estrellas. Fue su primer éxito. Suficiente para aliviar una vida dura: en Kibera no hay vidas que no lo sean. “Para mí lo peor era la distancia que tenía que caminar a diario: era casi una hora y media y eso es mucho para mí”, asegura Baba, hoy sentado a la sombra en el único despacho de la escuela. Es una habitación pequeña, de paredes claras y desnudas, con tres sillas y una mesa repleta de libros y carpetas impecablemente ordenadas. También hay dos grapadoras, varias libretas y un juego de bolígrafos. Y el teléfono de Baba.

—¿Por qué decidiste volver?

—Un amigo me convenció. A mí no me gustaba la idea de ser profesor, pero empezamos a hablar de educar a niños pequeños…

Por aquel entonces, hace algo más de dos años, Baba Gurston ya era un reconocido cantante en la escena alternativa keniana. Una de las estrellas de los Art Attack Festival. “La gente se vuelve loca cuando él sale al escenario”, afirma uno de los jóvenes de Kibera que creció viéndolo actuar. Sus ritmos reggaesuenan en Ruanda, Tanzania, Uganda o Etiopía. También en Suecia, donde un artista local, Peter Lundback, se ha convertido en su gran aliado. Su posición —y sus ingresos— le permitieron poner en marcha la escuela. Volver a Kabondo para darle a los pequeños un maestro que él nunca tuvo.

“No queremos que los niños con discapacidad crezcan aparte, que les digan que son especiales. ¡No hay nadie especial! Queremos que sean como los demás. La principal razón por la que existe la discriminación es porque nos separan, esconden a los niños y eso genera rechazo. Si los niños crecen entre iguales se reconocen en ellos, reconocen que ellos también pueden ser vistos como distintos: así es como pasan a ser uno más”, explica. “No hay nada mejor para potenciar el desarrollo de un niño que con el apoyo del grupo-clase, niños conscientes de que todos tenemos dificultades que con ayuda de los demás son menos dificultades”, concuerda Ramos.

Por eso, esta mañana en la clase de ciencia de la señorita Julie no hay miradas distintas para Byron ni para Yael. Tampoco para Jacob. Solo hay un profesor pendiente de ellos. Para ayudarlos. “Les hacemos un refuerzo después de la clase”, explica la maestra. El modelo funciona: “Yael, por ejemplo, iba con un poco de retraso, pero ya hace casi todas las actividades con sus compañeros”. Y Jacob, continúa Gurston, “cada vez se va abriendo más: cuando llegó tenía miedo a hablar”.

En apenas un año, la escuela en la que todo se aprende a través de la música ha conseguido mucho. Hay todavía retos: ampliar las clases, conseguir una furgoneta con la que recoger a los pequeños que viven más lejos y fondos para poder poner en marcha un comedor, pero el primer paso ya está dado. Después de aprender a caminar, ya solo se puede correr.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/07/09/planeta_futuro/1531151350_136446.html

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Mueren 9 alumnos de primaria en un accidente de autobús escolar en Kenia

África/Kenia/06.08.18/Fuente: www.lavanguardia.com.

Nueve estudiantes de una escuela primaria de Kenia murieron y otros 32 resultaron heridos cuando el autobús escolar en el que viajaban chocó anoche con un camión cerca de la localidad de Mwingi, en el centro del país, según informó hoy la presidencia keniana.

Los escolares volvían de un viaje de estudios desde Mombasa, en la costa sur de Kenia, a Mwingi, donde se encuentra la escuela St. Gabriel, gestionada por la diócesis católica de Kitui, precisó en un mensaje de condolencias el presidente keniano, Uhuru Kenyatta.

El autobús, que transportaba a 46 estudiantes, tres profesoras, una matrona y al conductor, colisionó poco antes de medianoche y a sólo 3 kilómetros de llegar a su destino con un camión, dando varias vueltas de campana y acabando en un río.

Ocho alumnos murieron en el accidente y otro más falleció en el traslado al Kenyatta National Hospital, en Nairobi.

32 menores están siendo tratados en un hospital de Mwingi. Seis de ellos se encuentran en estado crítico, mientras que los restantes 26 permanecen estables.

La Policía ha arrestado al conductor del camión, que se dio a la fuga tras el accidente, según informó el periódico Daily Nation.

«Es terriblemente triste y desafortunado que hayamos perdido a aquellos que buscamos que aseguren el futuro de nuestra gran nación», expresó Kenyatta en un comunicado.

Los accidentes de tráfico son comunes en Kenia, donde a menudo, los autobuses viajan con exceso de personas y equipaje, que junto a la precaria infraestructura y conducción temeraria se cobra la vida de cientos de personas al año.

Fuente de la noticia: https://www.lavanguardia.com/vida/20180805/451232150395/mueren-9-alumnos-de-primaria-en-un-accidente-de-autobus-escolar-en-kenia.html

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Kenia: La historia de la escuela de Reggae para discapacitados (+Videos)

Kenia / 29 de julio de 2018 / Autor: Redacción / Fuente: Do the Reggae

EN KENIA, HAY EN TORNO A UN 90% DE PERSONAS EN EDAD ESCOLAR CON DISCAPACIDAD QUE NO RECIBE NINGÚN TIPO DE EDUCACIÓN ADAPTADA.

POR ESA RAZÓN, UN MÚSICO DE REGGAE LLAMADO BABA GURSTON HA CREADO UNA ESCUELA PARA PERSONAS QUE, COMO ÉL, SUFREN ALGÚN TIPO DE DISCAPACIDAD.

 

 

En la mayoría de las comunidades rurales de Kenia, donde residen más de la mitad de los más de cuatro millones de personas con discapacidades que existen en ese país, las diversas discapacidades se viven como una condena o incluso una maldición. Recordad que esta zona del planeta es muy dada a seguir creyendo en la brujería y las supersticiones. En todo caso, allí la discapacidad es casi siempre sinónimo de marginalidad. Es decir, un número desproporcionado de personas con necesidades especiales no pueden acceder a una educación adecuada.

Tristemente, eso conlleva a un bucle de marginalidad y rechazo que se extiende a través del sistema educativo. En realidad, apenas el 2% de los 750.000 jóvenes con discapacidad en edad escolar en Kenia reciben una formación adaptada a sus necesidades. Luego hay un 6% que al menos está escolarizado, aunque no están inscritos en programas que se adapten a sus necesidades. Esto supone que alrededor del 90% de los menores con discapacidad permanecen fuera del sistema educativo. Además, entre el profesorado, solo el 1% ha recibido formación para atender a alumnos con necesidades especiales múltiples.

Sigamos aportando cifras. De todos los escolarizados, sólo un 20% de los alumnos con diversidad funcional concluyen su formación secundaria y son muy pocos los que llegan a poder cursar estudios superiores. Por todo ello, El gobierno keniata ha tratado de cambiar el rumbo a esta situación aumentando las ayudas mensuales a los padres que matriculan a sus hijos con discapacidad hasta los 2.040 chelines (20 euros). Pero este dinero apenas alcanza para hacer frente a los gastos de transporte y más cuando la mayoría de los niños viven en entornos hostiles. Es decir, este colectivo sigue siendo un gran olvidado y con pocas oportunidades de avanzar.

Kabondo es una comunidad humilde, bendecida con una tierra fértil, pero en la que tampoco sobra dinero para enviar a los chicos al colegio. Allí, Baba Gurston creó una escuela inclusiva de 83 alumnos, donde 15 tienen algún tipo de discapacidad. De no ser por esta escuela, donde todo se aprende con música, los chicos de Kabondo no podrían haber ido al colegio. En esa zona la pelea por la educación es diaria. Hay que convencer a las familias, una por una, para que dejen a sus hijos ir a la escuela. De hecho, son muchos los casos en los que niños con discapacidades son encerrados para que nadie les pueda ver. Es decir, Baba Gurston le está posibilitando otro futuro a todos esos niños a través de lemas como ‘la discapacidad no es incapacidad’.

Al propio Baba no le dejaron ir a la escuela hasta los diez años. Una discapacidad genética le impedía realizar grandes distancias: sus brazos eran más largos que sus piernas. Con 17 años marchó a Kibera, uno de los mayores slums de África. De la mano del Kibera Creative Arts puso en marcha un grupo en el que los bailarines con algún tipo de discapacidad eran las estrellas. Fue su primer éxito. Más tarde, se convirtió en un reconocido cantante en la escena reggae keniana. Y ahora sus canciones suenan en Ruanda, Tanzania, Uganda o Etiopía.

 

https://youtu.be/OUDAMkbwK5Y

 

Fuente de la Noticia:

https://www.dothereggae.com/portal/la-historia-de-la-escuela-de-reggae-para-discapacitados/

ove/mahv

 

 

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‘Reggae’ para los alumnos más especiales

Por: Pablo L. Orosa

El 90% de los estudiantes con discapacidad en Kenia no recibe una educación adaptada. Un cantante ha abierto una escuela inclusiva en la aldea de Kabondo para acabar con el estigma

A Baba Gurston le habría gustado tener un profesor como él. Uno que entendiese lo que es correr para quien no puede caminar. Uno que susurrase lecciones a los oídos a los que les cuesta escuchar. En realidad, a Baba Gurston le habría gustado tener un profesor. A él, hasta los diez años no le dejaron ir a la escuela. “Mis músculos eran demasiado débiles para moverme”. Una discapacidad genética quebraba sus pasos: sus brazos eran más largos que sus piernas. Eso, en una aldea de campesinos que cultivan maíz en los cerros que vigilan el lago Victoria, en la Kenia fértil que casi es Uganda, es peor que una plaga. Peor incluso que una maldición.

En buena parte de las comunidades rurales de Kenia, donde residen el 66% de los más de cuatro millones de personas con diversidad funcional que se estima existen en el país, la discapacidad es vista como una condena. Cada vez menos, matiza Gurston, pero “aquí la gente sigue creyendo en brujería y supersticiones”. Poco importa lo que diga la The Persons with Disabilities Act o los objetivos del plan gubernamental Kenia 2030, nacer con una discapacidad física o intelectual en Kenia es casi siempre sinónimo de marginalidad. Un círculo vicioso de vergüenza, rechazo y discriminación.

“Las personas con discapacidad son el grupo más desfavorecido y marginando, los que más discriminación sufren en todos los niveles de la sociedad: una compleja red de problemas económicos y sociales, incluida la desigualdad de género, crean barreras educativas, sociales y económicas. Por tanto, un número desproporcionado de niños y adultos con necesidades especiales no pueden acceder a una educación adecuada y son analfabetos”, resume un informe del propio Gobierno keniano…

La traducción, en cifras, es que de los más de 750.000 jóvenes con discapacidad en edad escolar, solo 45.000 (el 6%) están escolarizados y apenas el 2% inscritos en programas adaptados a sus necesidades. Esto supone que alrededor del 90% de los menores con discapacidad o bien permanecen fuera del sistema educativo o acuden a centros sin capacidad para atenderlos.

Apenas el 2% de los 750.000 jóvenes con discapacidad en edad escolar en Kenia reciben una formación adaptada a sus necesidades

Más allá de las cifras, son jóvenes como Byron que despiden cada mañana a sus hermanos antes de ir a la escuela. Para ellos no hay pizarras ni clases de inglés, solo paredes mudas con las que esconderlos del mundo. Tener ceguera, albinismo o trastorno del espectro autista es un salvoconducto a la marginalidad. “Las familias se sienten estigmatizadas y tienen miedo de mostrar al crío en público”, señalan los expertos gubernamentales. A Byron, el más tímido de los tres compañeros de pupitre, lo tuvieron durante meses en casa. “Hasta que convencimos a los padres de que él no era diferente, solo que no era tan fuerte como sus hermanos”, interviene Gurston. Ni siquiera están seguros de lo que debilita su cuerpo. Puede ser algo genético, pero también la malaria. O la polio.

Esta cadena de estigmatización se extiende a través del sistema educativo. Pese a los grandes esfuerzos por mejorar, con la puesta en marcha en 2003 de la educación primaria gratuita, los menores con diversidad funcional siguen siendo un colectivo olvidado. Hay poco más de un centenar de escuelas especializadas y algo más de 1.300 unidades adaptadas en los centros públicos. La mayoría carecen de instalaciones y equipamiento adecuados.

Entre el profesorado, solo el 1% ha recibido formación para atender a alumnos con necesidades especiales múltiples. “Hace falta más formación específica, ya que son muchos los prejuicios que rondan en torno a la discapacidad y ello ejerce una fuerte oposición hacia la inclusión. Es imprescindible que la formación que se dé al profesorado sea específica a las dificultades que se encuentran. Es un tópico real que desde la universidad se promueven aspectos teóricos, que pocas veces se asemejan al día a día que tienen los maestros en sus aulas. Necesitan herramientas útiles y apoyos continuos, no un amplio conocimiento sobre discapacidad y una ayuda puntual que pronto quedará en el olvido”, apunta Saínza Ramos, pedagoga experta en el trastorno del espectro del autismo.

Solo el 19% de los alumnos con diversidad funcional concluyen su formación secundaria en Kenia

El propio sistema educativo es demasiado rígido: a algunos alumnos con necesidades especiales no les da tiempo a completar los exámenes. El resultado es que apenas el 19% de los estudiantes con discapacidad concluyen su formación secundaria y apenas 645 cursaban estudios superiores en las 70 universidades públicas y privadas del país en 2016.

El ejecutivo de Uhuru Kenyatta, reelegido el pasado otoño, ha tratado de frenar esta deriva aumentando las ayudas a los padres que matriculen a sus hijos con discapacidad hasta los 2.040 chelines (23 dólares) mensuales. Este dinero, arguyen las familias, apenas alcanza para hacer frente a los gastos de transporte. “Las personas con discapacidad, especialmente los niños, viven en entornos hostiles donde su seguridad está comprometida y su futuro en peligro. Permanecen marginados y sin oportunidad de avanzar, sin voz a consecuencia de los prejuicios, la violencia y el abuso social”, concluye el informe gubernamental.

La escuela del ‘reggae’

Baba Gurston, quien impulsa la escuela inclusiva de Kabondo, en la entrada del recinto.
Baba Gurston, quien impulsa la escuela inclusiva de Kabondo, en la entrada del recinto. PABLO L. OROSA

En la entrada del aula hay un sinfín de zapatos. Tienen tantos colores como formas. Hay sandalias, mocasines y katiuskas. La mayoría negras, pero también verdes y rosas. Todas, sin excepción, cansadas de tanto barro y tanto caminar. En Kabondo la gente camina mucho: para preparar la tierra, para ir al mercado y al médico, para ir a la escuela los que pueden ir a la escuela. Es una comunidad humilde, bendecida con una tierra fértil en maíz, patatas dulces, tomates y hortalizas, pero en la que no sobra dinero para enviar a los chicos al colegio. Menos aún a los que tienen algún tipo de discapacidad.

Convertido en una estrella del reggae en Kenia, Baba Gurston creó una escuela en la que, de los 83 alumnos, 15 tienen algún tipo de discapacidad

A Byron, con el cuerpo enflaquecido y la boca parca, lo tenían escondido en casa. A Yael, seis años contados en episodios de epilepsia, también. De no ser por esta escuela, la escuela del reggae, los chicos de Kabondo no podrían ir al colegio. Los que tienen discapacidad, seguro; los que no, quizá tampoco. Aquí la pelea por la educación es diaria e individual. Hay que convencer a las familias, una por una. Día a día. «Futuro a futuro», parafraseando al propio Baba Gurston. Porque él lo tiene claro: “En esta escuela estamos abriendo un futuro para estos niños”. Para los 83, incluidos los 15 con discapacidad.

En las cuatro aulas levantadas donde hace dos años solo había pastos no hay distinción posible. Aquí todos los alumnos son iguales. El que tiene el cuerpo envilecido o el que tiene ceguera. En la escuela de Baba Gurston solo hay un lema: Disability is not inability (la discapacidad no es incapacidad). “Por raro que parezca la educación inclusiva favorece principalmente a los niños que no tienen ningún tipo de discapacidad, y ya no solo por todos los valores que promueve sino porque aprenden a sentirse parte de un grupo, reconociendo capacidades dentro de todas nuestras discapacidades, aspecto clave para crecer en el mundo laboral formando equipos”, apunta Ramos.

“La gente cree que la gente con discapacidad no tiene talentos, pero no es cierto, sí los tiene”, señala Gurston. Él, el chico que hasta los diez años no podía ni caminar, es hoy el mayor exponente de lo que se puede lograr derribando las barreras de los estereotipos. Tras nueve meses recorriendo los círculos del infierno, los tres primeros bañándose en el ungüento de hierbas preparado por una curandera y los otros seis encerrado tres horas al día en un agujero de barro bajo el sol, según cuenta, los músculos de Baba Gurston aprendieron a sostenerse. Lo suficiente para recuperar el tiempo perdido. Llegó a secundaria, donde entre los 1.200 alumnos era el único con discapacidad: “Me decían cosas, me intimidaban e incluso me robaban”. Pese al bullying, fue un alumno brillante: dominaba la gramática y la música como el mejor.

Con 17 años se marchó a Kibera, uno de los mayores slums del África, la ciudad sin nombre inmortalizada por Hollywood en El jardinero fiel. Allí conoció a otros como él. Artistas. De la mano del Kibera Creative Arts puso en marcha un grupo en el que los bailarines con algún tipo de discapacidad eran las estrellas. Fue su primer éxito. Suficiente para aliviar una vida dura: en Kibera no hay vidas que no lo sean. “Para mí lo peor era la distancia que tenía que caminar a diario: era casi una hora y media y eso es mucho para mí”, asegura Baba, hoy sentado a la sombra en el único despacho de la escuela. Es una habitación pequeña, de paredes claras y desnudas, con tres sillas y una mesa repleta de libros y carpetas impecablemente ordenadas. También hay dos grapadoras, varias libretas y un juego de bolígrafos. Y el teléfono de Baba.

—¿Por qué decidiste volver?

—Un amigo me convenció. A mí no me gustaba la idea de ser profesor, pero empezamos a hablar de educar a niños pequeños…

Por aquel entonces, hace algo más de dos años, Baba Gurston ya era un reconocido cantante en la escena alternativa keniana. Una de las estrellas de los Art Attack Festival. “La gente se vuelve loca cuando él sale al escenario”, afirma uno de los jóvenes de Kibera que creció viéndolo actuar. Sus ritmos reggaesuenan en Ruanda, Tanzania, Uganda o Etiopía. También en Suecia, donde un artista local, Peter Lundback, se ha convertido en su gran aliado. Su posición —y sus ingresos— le permitieron poner en marcha la escuela. Volver a Kabondo para darle a los pequeños un maestro que él nunca tuvo.

“No queremos que los niños con discapacidad crezcan aparte, que les digan que son especiales. ¡No hay nadie especial! Queremos que sean como los demás. La principal razón por la que existe la discriminación es porque nos separan, esconden a los niños y eso genera rechazo. Si los niños crecen entre iguales se reconocen en ellos, reconocen que ellos también pueden ser vistos como distintos: así es como pasan a ser uno más”, explica. “No hay nada mejor para potenciar el desarrollo de un niño que con el apoyo del grupo-clase, niños conscientes de que todos tenemos dificultades que con ayuda de los demás son menos dificultades”, concuerda Ramos.

Por eso, esta mañana en la clase de ciencia de la señorita Julie no hay miradas distintas para Byron ni para Yael. Tampoco para Jacob. Solo hay un profesor pendiente de ellos. Para ayudarlos. “Les hacemos un refuerzo después de la clase”, explica la maestra. El modelo funciona: “Yael, por ejemplo, iba con un poco de retraso, pero ya hace casi todas las actividades con sus compañeros”. Y Jacob, continúa Gurston, “cada vez se va abriendo más: cuando llegó tenía miedo a hablar”.

En apenas un año, la escuela en la que todo se aprende a través de la música ha conseguido mucho. Hay todavía retos: ampliar las clases, conseguir una furgoneta con la que recoger a los pequeños que viven más lejos y fondos para poder poner en marcha un comedor, pero el primer paso ya está dado. Después de aprender a caminar, ya solo se puede correr.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/07/09/planeta_futuro/1531151350_136446.html

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Fruta fea para los niños de los suburbios de Nairobi

Redacción: Pablo L. Orosa/El País

En Kenia, cada día 75 toneladas de alimentos acaban en el basurero solo por razones estéticas. Parte de ellos se están sirviendo en los menús escolares de los barrios más desfavorecidos del país.

Faith tiene hambre. Desde que se levantó, a las cuatro y media de la madrugada, no ha probado bocado. Y ha hecho muchas cosas. Ha caminado dos horas para llegar a la escuela. Ha correteado por el descampado y ha atendido en clase. En la de matemáticas. Y en la de inglés. Faith, 12 años y unas ganas enormes por sonreír, quiere ser una buena estudiante. Pero tiene hambre. Y así no hay quien se concentre en la pizarra. Lo que le dan en la escuela de Mcedo, en los subirbios de Nairobi, la capital de Kenia, es a menudo lo único que come en el día.

“Sí, muchos días es lo único que como”, reconoce mientras espera, con su jersey raído en el pecho, a que le llegue su ración. Hoy, como casi siempre, toca githeri, una mezcla de maíz y alubias hervidas. También hay naranjas. Y a Faith le encantan las naranjas. “Mucho. Mucho”, farfulla en inglés. A su espalda, una veintena de chicos, todos menores de 14 años, aguardan en la fila su plato de githeri. A algunos, como a Morientos Avugwi, el mayor de cinco hermanos, se les escapa una de esas barrigas hinchadas con las que ironiza la desnutrición. Mientras espera por su cuenco azul, infla los carrillos. Como si así pudiese engañar al hambre. Morientos Avugwi tiene hambre.

“Estamos hartas del githeri, es todos los días lo mismo. Queremos algo más. Queremos pollo”, se escucha desde el otro lado del patio. Es una voz que en realidad son cuatro, la de Lucy, la de Cynthia, la de Violet y la de Lydia, que es la que habla por todas. Son las compañeras de clase de Faith. Ellas también tienen hambre.

Mathare, una sucesión de slums en la periferia de Nairobi, es desde hace tiempo una de esas ciudades de sombra en las que familias llegadas desde las zonas rurales tratan de conquistar un futuro. “Nosotros llegamos hace 10 años desde una aldea de Kisumu”, en la ribera del lago Victoria, a este lado de la frontera con Uganda. Lo dice Milicent, la madre de Lydia. Pensaban que en Nairobi habría más oportunidades, pero a día de hoy apenas tienen que llevarse a la boca. “El padre está intentando ganar algo de dinero, pero no siempre lo consigue”. Trabajos precarios, en la construcción o en lo que salga, que no dan para los seis miembros de la familia. En Mathare es lo que hay: hambre.

Las sonrisas en Mathare cuestan 0,016 euros

A la escuela de Mcedo acuden a diario 485 chicos de la barriada. Más de 300 comen aquí gracias al programa de menús escolares apoyado por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) desde 1980. En 2009, el Gobierno de Kenia se hizo cargo del grueso del proyecto, del que se benefician 1,2 millones estudiantes, mientras el PMA se mantiene como responsable de los complementos alimentarios de las zonas más complicadas: los cuatro condados afectados por la sequía, Garissa, Mandera, Turkana y Wajir, y los barrios chabolistas de Nairobi. En total, 393.904 alumnos que reciben su ración diaria de cereales, legumbres, verduras y, desde mediados de 2016, fruta fresca.

“Los menús escolares son una red de seguridad muy efectiva: atraen y retienen a los alumnos en la escuela, contribuyen a aliviar el hambre a corto plazo y para muchos niños suponen una parte importante de su ingesta diaria de energía y nutrientes», destaca el PMA. En la práctica se trata que los alumnos de Mcedo no piensen en otra cosa que seguir estudiando. Y que cada vez obtengan mejores resultados. “Antes se enfermaban más, tenían menos fuerzas. Ahora se les ve con energía. Además, ayuda a luchar contra el abandono escolar: si no vienen al colegio, no les damos comida”, asegura Mark Okwiri, el jefe de estudios.

Al otro lado de la cocina, una estancia coloreada por el humo negro que emana de la lumbre, Milicent asiente con la cabeza. “Es verdad, los niños se sienten mejor desde que está en marcha el programa”. Ella es una de las madres voluntarias que acude cada día al centro escolar a preparar el menú para para los más de 300 alumnos. Entre ellos, dos de sus hijas.

Incorporar fruta fresca ayuda a aumentar el valor nutricional de los menús escolares, a menudo la única comida diaria de muchos chicos

Llenar de sonrisas Mathere cuesta dos chelines. 0,016 euros al cambio. Es el precio que tiene incorporar las frutas frescas al programa. En total, cada menú cuesta 11 chelines al día (0,08 euros). Una vez al trimestre, Okwiri organiza un concurso entre los proveedores locales para adquirir, con los fondos del PMA, sal, aceite, alubias y maíz. “Las verduras las compramos cada semana, también en el mercado local”, señala. Esta fórmula, de la que se sirven 88 de las 91 escuelas con 80.000 estudiantes en total adheridas a la iniciativa en los suburbios de Nairobi, sirve además de catalizador para la economía vecinal, pues son los productores locales los que venden sus cultivos a la escuela.

El problema, apuntan los técnicos de la agencia internacional, es la fluctuación de los precios y las limitaciones de muchos centros para guardar los alimentos y prepararlos cada día. No en todas las escuelas hay personas como Milicent, dispuestas a pasar la mañana cocinando para los niños del barrio.

75 toneladas de frutas tiradas a diario

En un país donde casi la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y uno de cada cuatro niños sufre problemas de crecimiento retardado a causa de la malnutrición, cada día se rechazan 75 toneladas de frutas y verduras cultivadas para su exportación por no cumplir los estándares estéticos. Esa cantidad equivale a, por ejemplo, 600.000 tomates.

El país africano es uno de los grandes suministradores de frutas y hortalizas al mercado europeo. El 43,6% de los repollos importados por la Unión Europea proceden de Kenia. El sector hortofrutícola supone el 23% del PIB y da empleo, directa e indirectamente, a ocho millones de personas. Sin embargo, casi la mitad de los cultivos, el 44,5% según un informe de Feedback Global, son rechazados para su exportación por su aspecto: por ser demasiado grandes o pequeños, por tener manchas, imperfecciones, porque su color no es el deseado o, simplemente, porque su forma no resulta atractiva.

El programa de menús escolares es una herramienta contra la desnutrición y contra el abandono escolar

Sin embargo, “son perfectamente aptos para el consumo”. Feos pero nutritivos. Hasta ahora, continúa Dina Aburmishan, nutricionista del PMA, algunos de estos excedentes eran enviados a orfanatos o utilizados para alimentar animales, aunque la mayoría acababan inevitablemente en los vertederos.

El pasado curso, la agencia puso en marcha una iniciativa piloto bautizada como Transformers para aprovechar estos cultivos rechazados por su aspecto. Varias empresas exportadoras pusieron a disposición sus productos, que eran enviados a una empresa de catering encargada de elaborar los menús escolares para tres escuelas de Nairobi con 2.200 alumnos.

Está previsto que este verano el Gobierno keniano se haga cargo de la alimentación de las 1.095 escuelas que todavía están bajo el mandato del PMA. A Faith poco le importa quien se encargue de la comida mientras sigan trayendo naranjas. “Me gustan mucho”, insiste. El timbre de la tarde ha sonado ya y los estudiantes de Mcedo salen a la carrera. Algunos juegan al fútbol en el descampado, mientras otros se entretienen con el pilla-pilla entre pequeñas montañas de basura.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/07/04/planeta_futuro/1530715477_282442.html

 

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How outlawing female genital mutilation in Kenya has driven it underground and led to its medicalization.

Por: brookings.edu/Damaris Seleina Parsitau/04-07-2018

The fight against female genital mutilation/cutting (FGM/C) has been fraught with both success and failure, resistance and acceptance. Since Kenya banned the practice in 2011, FGM/C is now increasinglyconducted underground, secretly in homes or in clinics by healthcare providers and workers.

The medicalization of FGM/C—defined by the World Health Organization (WHO) as any “situation in which FGM/C is practiced by any healthcare provider whether in public or private, clinic or home or elsewhere”—has received recent media and public attention. Earlier this year, a doctor filed a court case asking the Kenyan government to declare the Prohibition of Female Genital Mutilation Act 2011, which outlawed and criminalized FGM/C, unconstitutional. Further, she wanted the Anti-FGM Board, a body created to help eradicate FGM/C and early marriage, also declared unconstitutional.


This trend is evident in both rural and urban Kenya where
15 percent of women and girls have been cut by a medical practitioner. The practice is especially prevalent in Kisii counties in Western Kenya where FGM/C is nearly universal. Drawing on interviews with girls and women who have been cut by health providers, my research shows that parents are increasingly having their girls, some as early as 5 years old, cut by nurses or other healthcare workers either in homes or in health clinics.The doctor, Dr. Tatu Kamau, argues that the dignity of traditional practitioners of female circumcision is disregarded by the law which has failed to stop FGM/C in the country. She claims that FGM/C is still largely practiced in Kenya and is increasing due to medicalization. In Kenya, there is evidence that scrupulous medical personnel collude with parents to circumvent the law by cutting girls in their homes or in their private clinics away from public view.

Moraa (not her real name), an 18-year-old college girl from Nakuru in the Rift Valley, explained to me how her mother, a primary school teacher, brought a nurse to their home during school holidays to cut her at dawn when she was barely 8 years old. Moraa feels resentful and bitter towards her parents, especially her mother for colluding with a nurse to have her cut without her consent, and has considered suing her parents for violating her rights. Moraa’s story is just one of many cases of medicalized cutting.

THE COMMERCIALIZATION AND MEDICALIZATION OF FGM/C

Throughout my larger research on FGM/C and early marriage, I came across many stories of medicalization of FGM/C both in rural and urban areas in Kenya. A nurse I spoke with told me that she carries out the cut for money. “Look,” she said, “when parents call me to perform the cut on their girls, both in urban and rural areas or even in my clinic, I respond because they pay me handsomely. Some even pay for my bus fare and accommodation; I travel widely to cut girls and women. I see no reason why I shouldn’t do this. I have not forced anyone to undergo the cut. I simply provide my services to those who need them.”

Medical professionals who perform cutting services claim that they are fulfilling the demands of communities and that they help enhance women’s values and marriageability in communities that do not want to abandon the practice. They believe that by doing so they respect patients’ cultural rights since some are of a mature legal age.

However, the real reason driving this is its economic value. Medical professionals are cutting girls and women for payment, replacing the traditional cutters in rural villages. Additionally, the commercialization of FGM/C helps parents and guardians to avert the law and authorities. The medicalization of FGM/C not only provides legitimacy to the cut but it continues to put millions of girls at risk from the consequences of the cut. It also continues to perpetuate and give tacit approval of the harmful practice by discouraging changed behavior and attitudes, thereby leading to the normalization of the cut in medical spaces.

While the medicalization of FGM/C is not a new phenomenon, its growing popularity is worrying and points to emerging shifts and tensions in the war to end it—a cat and mouse game between resistant communities and authorities. And while the medicalization of FGM/C went under the radar as authorities and stakeholders focused on traditional cutters in rural villages as well as alternative rites of passage, it is now emerging as a new frontier in the war against the harmful practice. Global, regional, and local focus should now shift away from traditional cutters to medical practitioners.

*Fuente: https://www.brookings.edu/blog/education-plus-development/2018/06/19/how-outlawing-female-genital-mutilation-in-kenya-has-driven-it-underground-and-led-to-its-medicalization/

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