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Estados Unidos: Trump cierra puertas a los más inteligentes del mundo

Estados Unidos/09 de Junio de 2018/Gestión

La xenofobia priva al país del talento que necesita para tener éxito. Si se les da la oportunidad, los inmigrantes de cualquier país del mundo se convertirán en estadounidenses patrióticos, al igual que sus descendientes.

El 6 de junio de 1944, soldados estadounidenses tomaron por asalto las playas de Francia, comenzando una campaña que revertiría el control de la Alemania nazi sobre Europa occidental. Fue una demostración sin precedentes del poderío militar y la destreza organizacional de Estados Unidos.

El hombre que dirigió ese heroico esfuerzo era de ascendencia alemana: el general y futuro presidente Dwight D. Eisenhower. La familia de Eisenhower, que cambió la ortografía del nombre original Eisenhauer (que significa «minero de hierro»), era originaria de un área llamada Nassau-Saarbrücken, irónicamente, uno de los territorios que el general liberaría.

Si EE.UU. hubiera sido en 1944 el mismo país que era en 1917, es posible que no hubiera habido un estadounidense de ascendencia alemana a la cabeza. Conforme EE.UU. se preparaba para luchar contra Alemania en la Primera Guerra Mundial, el sentimiento anti-alemán dominaba la nación.

Las escuelas dejaron de enseñar alemán, los ciudadanos germano-estadounidenses fueron hostigados y despedidos de sus trabajos y 6,000 alemanes y germano-estadounidenses fueron enviados a campos de detención. Parece inconcebible que se le hubiera permitido a un general de ascendencia alemana dirigir el ejército estadounidense contra la patria ancestral de su familia en 1917.

Y sin embargo, apenas 27 años después, esa imposibilidad se había convertido en realidad.

Esta anécdota ilustra un principio central de la historia estadounidense. Cuando EE.UU. acoge a personas de todas las razas y etnias, no solo es justo y equitativo, es eficiente.

La xenofobia priva al país del talento que necesita para tener éxito. Si se les da la oportunidad, los inmigrantes de cualquier país del mundo se convertirán en estadounidenses patrióticos, al igual que sus descendientes.

Desafortunadamente, muchos en EE.UU. nunca han incorporado esta lección. Por un tiempo, parecía que gran parte del país había dejado atrás la xenofobia, especialmente con la disculpa formal y las reparaciones por el internamiento de nipones-estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

Recientemente, sin embargo, el miedo irracional a los extranjeros parece estar regresando a la política de EE.UU. El arresto y detención de ciudadanos estadounidenses, en su mayoría de ascendencia hispana, por parte del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) no es solo una injusticia, sino una señal ominosa para EE.UU.

Ahora, la administración del presidente Donald Trump anunció planes para restringir los permisos para que estudiantes chinos estudien en el país. Las visas de los estudiantes graduados chinos que trabajan en robótica, aviación y fabricación de alta tecnología estarán limitadas a solo un año y las autorizaciones para visas serán más difícil de obtener.

El objetivo aparente de estas restricciones es prevenir el espionaje industrial chino. China roba grandes cantidades de propiedad intelectual a las compañías estadounidenses, privando a esas cempresas de su ventaja competitiva, lo que tiene como resultado menos empleos y menores salarios en EE.UU.

Es un problema serio y representa una debilidad que enfrentan las sociedades abiertas cuando compiten con naciones cerradas y administradas de manera centralizada.

Pero mantener alejados a los estudiantes chinos es la forma incorrecta de enfrentar el problema. Como escribe mi colega deBloomberg Opinion Adam Minter, los inmigrantes chinos altamente calificados son un importante motor de la prosperidad estadounidense. En la última década, el número de estudiantes chinos en EE.UU. ha aumentado:

Estos estudiantes pagan altas tasas de matrícula que ayudan a subsidiar la educación de los estadounidenses nativos. También son investigadores increíblemente productivos, generando resultados científicos hasta un 30% más altos que otros estudiantes.

Y la gran mayoría de estos individuos brillantes tienden a permanecer en EE.UU. después de graduarse, trabajando para aumentar la prosperidad estadounidense y contribuyendo al talento de la fuerza laboral nacional.

La ofensiva de Trump contra los estudiantes chinos debe verse como parte de una iniciativa más amplia -y altamente contraproducente- de restringir la inmigración de personas altamente calificadas a EE.UU.

Pero más allá de los beneficios materiales que EE.UU. obtiene de los estudiantes y trabajadores chinos, permitirles el ingreso preserva los ideales básicos de la nación. China es una sociedad increíblemente represiva y eso aumenta cada vez más.

El país está tratando de implementar la vigilancia universal, y recientemente experimentó un sistema de «acreditación social» salido de un espectáculo de ciencia ficción distópico, negando a la gente viajes en tren y en avión e incluso entregando menor velocidad de internet si son identificados por mal comportamiento.

Ese tipo de opresión es lo que EE.UU., al menos en teoría, creó para oponerse. Escapar a eso, y disfrutar de más libertad personal en general, es probablemente una gran razón por la cual los chinos envían a sus hijos al extranjero.

Negar esa esperanza de escape y libertad no solo sería como dispararse en el pie en términos económicos para el país, sino que también mermaría la reputación de EE.UU. como un modelo de libertad y oportunidad.

En lugar de excluir a los estudiantes y trabajadores chinos, EE.UU. debería reclutar más y hacer todo lo posible para mantenerlos en el país permanentemente.

El robo de propiedad intelectual es un problema, pero el país debería atacarlo presionando directamente al gobierno chino, no a las personas que intentan escapar de ese gobierno.

Si Trump consigue cerrar las puertas, se arriesga a impedir la existencia de muchas futuras generaciones de chinos-estadounidenses patrióticos y brillantes, toda una legión de futuros Eisenhowers.

El espionaje es una ventaja de las sociedades cerradas, pero la inmigración es una ventaja aún mayor de las abiertas. A la larga, quedarse con las personas será más poderoso que quedarse con las ideas.

 Fuente: https://gestion.pe/economia/management-empleo/trump-cierra-puertas-inteligentes-mundo-235200

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Informe de la ONU alerta sobre alza de la desigualdad en EE.UU.

Estados Unidos/09 de Junio de 2018/La Tercera

Estudio realizado por encargo del Consejo de Derechos Humanos sostiene que cerca de 40 millones de personas viven en situación de pobreza en el país. “Los índices de pobreza y desigualdad de Estados Unidos son de los más altos de la OCDE”, advierte el reporte efectuado por el australiano Philip Alston.

En su calidad de relator especial sobre pobreza extrema y derechos humanos, el australiano Philip Alston visitó Estados Unidos del 1 al 15 de diciembre de 2017. Lo hizo por encargo del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. El propósito del viaje era informar al Consejo sobre la medida en que las políticas y programas del gobierno norteamericano relacionados con la extrema pobreza eran compatibles con sus obligaciones en materia de DD.HH. y hacer recomendaciones constructivas a Washington. Y los resultados son lapidarios.

Según el informe preparado por este profesor de Leyes de la Universidad de Nueva York, que será presentado al Consejo de Derechos Humanos el próximo 21 de junio, la principal estrategia de EE.UU. para abordar la pobreza es “criminalizar y estigmatizar a los que necesitan ayuda”.

Y las cifras que presenta el informe para avalar ese diagnóstico son categóricas. “Cerca de 40 millones de personas viven en situación de pobreza, 18,5 millones de pobreza extrema y 5,3 millones en condiciones de pobreza absoluta propias del tercer mundo”, señala el reporte. Y agrega: “El país registra la tasa de pobreza juvenil más alta de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y las mayores tasas de mortalidad de lactantes en comparación con otros Estados de la OCDE”.

“Para una de las naciones más ricas del mundo”, dice Alston, “tener todas esas personas viviendo en la pobreza “es cruel e inhumano”.

Pero el informe hace especial énfasis en el fenómeno de la desigualdad. “En Estados Unidos se observa la tasa de desigualdad de los ingresos más alta de los países occidentales. La reducción tributaria de diciembre de 2017, que ascendió a US$ 1,5 billones, benefició abrumadoramente a los más acaudalados y agravó la desigualdad”, destaca Alston en su reporte, el mismo en el que consigna que “la riqueza combinada del gabinete de Estados Unidos asciende a unos US$ 4.300 millones”.

Desde la década de los 60, bajo el mando del entonces Presidente Lyndon B. Johnson, las políticas contra la pobreza, según el informe, han sido “negligentes en el mejor de los casos”, pero las políticas del último año “parecen pensadas a propósito para retirar a la población más pobre la protección básica, castigar a quienes no están empleados e incluso hacer de la atención sanitaria básica un privilegio que hay que ganarse, no un derecho derivado de la condición de ciudadano”. “Los índices de pobreza y desigualdad de EE.UU. son de los más altos de la OCDE”, resume.

Así, Alston advierte: “EE.UU., que ya está a la cabeza del mundo desarrollado en lo que se refiere a la desigualdad en los ingresos y la riqueza, se encamina actualmente de lleno a incrementar aún más la desigualdad”.

Además de las cifras económicas, el informe también revela el deterioro de algunos indicadores sociales. “Sus ciudadanos viven menos y padecen más enfermedades en comparación con los habitantes de cualquier otra democracia rica, cada vez están más arraigadas las enfermedades tropicales erradicables y el país presenta la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, uno de los índices de inscripción electoral más bajos entre los países de la OCDE y las tasas de obesidad más altas del mundo desarrollado”, grafica.

Cory Booker, senador demócrata por Nueva Jersey, describió el informe de la ONU como “inquietante, pero desafortunadamente no sorprendente”, según dijo al diario The Guardian. “¿Puedes creer en un país donde la esperanza de vida ya está en declive, particularmente entre aquellos cuyos ingresos son limitados, dando exenciones impositivas a los multimillonarios y las corporaciones y dejando a millones de estadounidenses sin seguro de salud?”, se preguntó el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz.

En defensa de Trump, el columnista de Bloomberg, Ramesh Ponnuru, afirma que “el ‘relator especial’ ofrece una diatriba de izquierdas, no un informe, sobre las políticas estadounidenses”. “Discutiendo la pobreza, Alston toma nuevamente una línea de izquierda estándar mientras ignora los argumentos contrarios”.

“Al final del día, particularmente en un país rico como EE.UU., la persistencia de la pobreza extrema es una elección política hecha por aquellos en el poder”, argumenta Alston. “Se podría eliminar fácilmente con voluntad política”, concluye.

Fuente: http://www.latercera.com/mundo/noticia/informe-la-onu-alerta-alza-la-desigualdad-ee-uu/197043/

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¿Qué es la Pedagogía de la Realidad (Reality Pedagogy)?

El profesor Christopher Emdin de la Universidad de Columbia es el responsable de esta innovadora vertiente pedagógico

América del Norte/EEUU/Por Universia

Este enfoque pedagógico tiene más en cuenta al alumno, su entorno y necesidades formativas
  • La Pedagogía de la Realidad se basa en la idea de que el aula esté en contacto con la realidad en la que viven los estudiantes.
  • Te resumimos algunas características de este enfoque pedagógico y en qué se basa.
  • Esta visión pedagógica pone en valor la importancia del pensamiento crítico en un entorno en el que los estudiantes desarrollan sus puntos de vista y expresan sus opiniones.

Christopher Emdin es un reconocido profesor que forma parte del Departamento de Matemáticas, Ciencia y Tecnología de la Universidad de Columbia.

La fama del profesor se basa en su compromiso con dar un nuevo enfoque a la enseñanza y aprendizaje y difundir lo que él ha denominado como Reality Pedadogy.

En su enfoque pedagógico la base del aprendizaje radica en la experiencia del alumno y la capacidad del profesor por comprenderla e involucrarse en ella. De este modo, el docente debe de invertir medios y esfuerzo en conocer la situación particular de cada estudiante y aprovecharla para potenciar su aprendizaje.

Para esta técnica educativa es importante el trabajo previo del profesory la creación de un método de enseñanza que se aplique en conjunto en el aula, pero que tenga en cuenta la realidad de cada alumno.

Esta metodología también tiene un importante componente basado en la relación de confianza que se establece entre alumno y profesor y cómo el profesor puede aprovechar esta experiencia con un fin educativo.

¿En qué se basa la Pedagogía de la Realidad?

El enfoque de la Reality Pedagogy de Emdin se basa en lo que él denomina las 5 Cs. Estas herramientas permiten facilitar el intercambio de conocimientos y el desarrollo de habilidades entre el estudiante y el profesor.

1. Diálogo de cogeneración

Es decir que se trata de un diálogo real con la participación horizontal de docentes y estudiantes.

Entre todos deciden cuál debe ser el entorno del aula, la utilidad y qué se puede hacer para mejorar la experiencia de aprendizaje o hacerla más útil.

2. Co-enseñanza

En este sentido, el profesor no es el único encargado de transmitir conocimientos y proporcionar información.

Los roles son totalmente intercambiables, de manera que cuanta más experiencia va adquiriendo el estudiante, mejores herramientas emplea para transmitir ideas y ser capaz de enseñar a la clase.

3. Cosmopolitanismo

Esta herramienta se basa en el reparto igualitario de las responsabilidades dentro del aula.

Esto aumenta el sentimiento de comunidad y crea un ambiente en el que los estudiantes se sienten cómodos y libres para expresarse y evolucionar.

4. Contexto

Se trata en replicar vivencias y situaciones propias de fuera del aula, dentro de ella.

De esta forma se trabajan en los comportamientos y mecanismos que emplean los estudiantes para defender sus ideas o expresar sus opiniones.

5. Contenido

El contenido formativo no atiende a preceptos propios de cada materia, sino a los conocimientos que pueden ser útiles para el estudiante y que se relaciona con su realidad más inmediata.

Se pretende dar mayor practicidad a lo que se aprende y adaptarlo a las capacidades de los estudiantes y a su forma de comprender y aplicar los conocimientos proporcionados.

En esta charla TED del profesor Emdin puedes descubrir más cosas sobre esta vertiente pedagógica y la importancia de lo que ocurre en la escuelapara formar en valores.

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Comisión sobre seguridad escolar en EE.UU. evita hablar de armas

América del norte/Estados Unidos/07 Junio 2018/Fuente: Prensa Latina

La secretaria estadounidense de Educación, Betsy DeVos, descartó que una comisión de seguridad escolar creada por la administración de Donald Trump estudie cambios potenciales exigidos hoy por diversos sectores para las leyes de armas.
En una comparecencia ante un panel del Senado el legislador demócrata Patrick Leahy le preguntó si el grupo conformado por el Gobierno tras el tiroteo masivo del 14 de febrero en una escuela secundaria de Parkland, Florida, examinaría las armas de fuego.

DeVos, quien preside la comisión, manifestó que eso no es parte del trabajo del grupo en sí.

‘¿Entonces, están estudiando la violencia armada pero no estás considerando el papel de las armas?’, cuestionó Leahy a la secretaria durante su aparición este martes ante el Subcomité de asignaciones del Senado, que supervisa la financiación de la educación.

‘De hecho, lo que estamos estudiando es la seguridad escolar y cómo podemos garantizar que nuestros estudiantes estén seguros en la escuela’, respondió DeVos.

Según la funcionaria, la comisión se centraría en las aproximadamente 20 áreas que la Casa Blanca había esbozado al constituirla.

Al mismo tiempo, la titular eludió una pregunta de Leahy sobre si consideraba que un joven de 18 años debía poder comprar un rifle de asalto estilo AR-15 como el empleado en la masacre en Parkland, donde murieron 17 personas.

‘Creo que eso es mucho más un tema de debate, sé que se ha discutido en este órgano y seguirá discutiéndose’, señaló la funcionaria.

La respuesta abierta de la secretaria no mencionó el hecho de que, según la hoja informativa en la cual la Casa Blanca anunció la comisión en marzo pasado, ese grupo estudiaría y haría recomendaciones en una variedad de temas, incluyendo ‘restricciones de edad para ciertas compras de armas de fuego’.

Estas declaraciones de DeVos provocaron objeciones de los defensores de un mayor control de armas, entre ellos el padre de una estudiante asesinada en el tiroteo en Florida.

Fred Guttenberg, cuya hija Jaime murió en la matanza, escribió en Twitter que las palabras de la secretaria motivarían a los votantes que se preocupan por la seguridad.

‘Besty Devos, su comentario de que la investigación que siguió a la muerte de mi hija y otras 16 personas no involucraría armas de fuego es sorprendentemente útil’, escribió en la red social.

‘Acabas de darle a todos los padres que realmente se preocupan por la seguridad escolar una razón para votar en noviembre’, agregó en referencia a los comicios de medio término que tendrán lugar ese mes, para los cuales se espera que el tema del control de armas tenga un peso importante.

Esta comisión se creó específicamente para abordar el tema de la seguridad escolar, por lo que si las armas no son ‘parte del encargo de la comisión’, ¿qué están haciendo?, expresó al portal digital Politico Kris Brown, copresidenta de la Campaña Brady, que aboga por frenar la violencia armada.

Fuente: http://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=184949&SEO=comision-sobre-seguridad-escolar-en-ee.uu.-evita-hablar-de-armas
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Recuperemos el poder que ahora está en manos de unos pocos multimillonarios

Por: Bernie Sanders

Si nos unimos para luchar contra los intereses de los poderosos, podemos acabar con la pobreza, aumentar la esperanza de vida y afrontar el cambio climático.

Esta es la situación de nuestro planeta en 2018: tras todas las guerras, revoluciones y cumbres internacionales del último siglo, vivimos en un mundo donde unos pocos individuos, inmensamente ricos, ejercen un control desproporcionado sobre la vida económica y política de la humanidad.

Aunque resulte difícil entenderlo, lo cierto es que las seis personas más ricas de la Tierra poseen más riquezas que la mitad más pobre de la población mundial, 3.700 millones de personas. Además, el 1% más rico tiene más dinero que el 99% restante. Y mientras estos multimillonarios hacen alarde de sus riquezas, cerca de una de cada siete personas intenta sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios. Y un dato espeluznante: unos 29.000 niños mueren diariamente por enfermedades que son completamente prevenibles como la diarrea, la malaria y la neumonía.

Al mismo tiempo, las élites corruptas, los oligarcas y las monarquías anacrónicas de todo el mundo gastan miles de millones en las extravagancias más absurdas.

El sultán de Brunei tiene unos 500 Rolls-Royce y vive en uno de los palacios más grandes del mundo, un edificio con 1.788 habitaciones y que en una ocasión fue valorado en 350 millones de dólares. En Oriente Medio, que cuenta con cinco de los diez monarcas más ricos el mundo, los jóvenes miembros de la realeza viajan y se divierten por el mundo entero mientras la región sufre los efectos de la tasa de desempleo más alta de todo el planeta, y unos 29 millones de niños, como mínimo, viven en la pobreza y no tienen acceso a los servicios más básicos, agua potable o alimentos nutritivos.

Es más, mientras cientos de millones de personas viven en la pobreza más extrema, los traficantes de armas acumulan cada vez más riquezas ya que los gobiernos gastan billones de dólares en armamento.

En Estados Unidos, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, es la persona más rica del mundo con un patrimonio de más de 100.000 millones de dólares. Es dueño de, al menos, cuatro mansiones, que sumadas alcanzan un valor de decenas de millones de dólares. Como si esto no fuera suficiente, se gastará unos 42 millones de dólares en un proyecto para construir un reloj dentro de una montaña en Texas que, supuestamente, funcionará durante 10.000 años.

Sin embargo, en los almacenes de Amazon repartidos a lo largo y ancho de Estados Unidos, los trabajadores a menudo trabajan a destajo y ganan tan poco dinero que dependen de Medicaid, cupones para alimentos y viviendas sociales pagadas con los impuestos de los contribuyentes estadounidenses.

Y eso no es todo. Es este contexto de riqueza descomunal y desigualdad económica, las personas están dejando de creer en la democracia; el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Cada vez son más conscientes de que se ha amañado la economía mundial en beneficio de unos pocos poderosos y en detrimento de todos los demás, y están furiosas.

Millones de personas trabajan más horas y ganan salarios más bajos que hace cuarenta años tanto en Estados Unidos como en muchos otros países.

Sufren la situación en silencio, se sienten impotentes frente a unos pocos poderosos que compran las elecciones, y frente a una élite política y económica que se enriquece sin parar, incluso a costa del futuro de sus hijos.

En este contexto de desigualdad económica, el mundo está siendo testigo de un alarmante aumento del autoritarismo y del extremismo derechista; que alimenta, explota y amplifica el resentimiento de los que se sienten abandonados por el sistema, y aviva las llamas del odio étnico y racial.

Ahora, más que nunca, los que creemos en la democracia y en los gobiernos progresistas debemos unir a las personas trabajadoras y de bajos ingresos en torno a un programa político que refleje sus necesidades. En vez de ofrecer odio y fragmentación social, debemos proporcionar un mensaje de esperanza y de solidaridad. Debemos levantar un movimiento internacional que luche contra la avaricia y la ideología de los multimillonarios y nos ayude a construir un mundo medioambiental, social y económicamente justo. ¿Se trata de un proyecto fácil? En absoluto. Sin embargo, se trata de una lucha que debemos librar. Nuestro futuro depende de ello.

Como señaló, acertadamente, el papa Francisco, en un discurso pronunciado en el Vaticano en 2013: «Hemos creado nuevos ídolos. Los hombres del pasado adoraron a un becerro de oro y ahora esta figura ha sido sustituida por una imagen sin cabeza, para rendir culto al dinero y estamos ante una dictadura de la economía que no tiene rostro y cuyo propósito no es el bien de la humanidad». También indicó que «en la actualidad todo se rige por la ley de la rivalidad y la supervivencia del más fuerte, y los poderosos se alimentan de los indefensos. Como consecuencias, las masas son excluidas y marginadas, sin trabajo y sin una posibilidad de escapatoria».

Debemos levantar un nuevo movimiento progresista y mundial que nazca con el compromiso de luchar contra la desigualdad estructural; desigualdad entre países y también dentro del país. Este movimiento debe sobreponerse a la mentalidad del «culto al dinero» y de la «supervivencia de los más fuertes» de la que habló el papa Francisco.

Debe apoyar medidas impulsadas a nivel nacional e internacional para mejorar las condiciones de vida de las personas pobres y de clase trabajadora y cuyo objetivo sea alcanzar el pleno empleo, un salario digno y una educación universal de calidad, acceso universal a la salud pública y acuerdos comerciales internacionales justos. También debemos recuperar el poder que ahora tienen las empresas y evitar la destrucción de nuestro planeta como resultado del cambio climático.

Les pondré un ejemplo de lo que podríamos hacer. Unos pocos años atrás, la Red para la Justicia Fiscal señaló que las personas más ricas y las principales empresas del mundo habían escondido entre 21 y 32 billones de dólares en paraísos fiscalespara no tener que pagar los impuestos correspondientes.

Si juntos intentamos luchar contra esta práctica abusiva, los ingresos que podríamos obtener nos permitirían terminar con el hambre mundial, crear cientos de millones de puestos de trabajo y reducir de forma significativa la desigualdad de ingresos y de patrimonio. Podríamos hacer un cambio radical hacia la agricultura sostenible y acelerar la transformación de nuestro sistema energético para no depender de los combustibles fósiles y avanzar hacia las fuentes de energía renovable.

Luchar contra la avaricia de Wall Street, el poder de las gigantescas multinacionales y la influencia de los multimillonarios no solo es un deber moral; es un imperativo geopolítico estratégico. Las investigaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ponen en evidencia que la percepción que tienen los ciudadanos de la desigualdad, la corrupción y la exclusión son los indicadores más fiables para saber si esas comunidades apoyarán al extremismo de derechas o a grupos violentos.

Cuando las personas tienen la sensación de que el sistema no juega a su favor y no ven la forma de cambiar la situación desde la legitimidad, tienen más posibilidades de apostar por soluciones perjudiciales que lo único que hacen es empeorar la situación.

Estamos ante un momento clave de la historia mundial. Con la revolución de las nuevas tecnologías y los avances que trae consigo, podemos aumentar sustancialmente la riqueza mundial de una forma justa. Tenemos todos los medios a nuestro alcance para erradicar la pobreza, aumentar la esperanza de vida y crear un sistema energético mundial no contaminante y asequible.

Lo podemos conseguir si tenemos la valentía de unirnos y enfrentarnos a los intereses de unos pocos poderosos que lo único que quieren es seguir acumulando riqueza. Esto es lo que debemos hacer para defender el futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos y de nuestro planeta.

Bernie Sanders es senador por Vermont y fue candidato en las primarias demócratas de la última campaña presidencial en Estados Unidos.

Traducido por Emma Reverter.

Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/Recuperemos-poder-ahora-manos-multimillonarios_0_730027416.html

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‘Shithole countries’: Trump uses the rhetoric of dictators

By: Henry Giroux

George Orwell warns us in his dystopian novel 1984 that authoritarianism begins with language. In the novel, “newspeak” is language twisted to deceive, seduce and undermine the ability of people to think critically and freely.

Donald Trump’s unapologetic bigoted language made headlines again Thursday when it was reported he told lawmakers working on a new immigration policy that the United States shouldn’t accept people from “shithole countries” like Haiti. Given his support for white nationalism and his coded call to “Make America Great (White) Again,” Trump’s overt racist remarks reinforce echoes of white supremacy reminiscent of fascist dictators in the 1930s.

His remarks about accepting people from Norway smack of an appeal to the sordid discourse of racial purity. There is much more at work here than a politics of incivility. Behind Trump’s use of vulgarity and his disparagement of countries that are poor and non-white lies the terrifying discourse of white supremacy, ethnic cleansing and the politics of disposability. This is a vocabulary that considers some individuals and groups not only faceless and voiceless, but excess, redundant and subject to expulsion. The endpoint of the language of disposability is a form of social death, or even worse.

As authoritarianism gains strength, the formative cultures that give rise to dissent become more embattled, along with the public spaces and institutions that make conscious critical thought possible.

Words that speak to the truth to reveal injustices and provide informed critical analysis begin to disappear, making it all the more difficult, if not dangerous, to judge, think critically and hold dominant power accountable. Notions of virtue, honour, respect and compassion are policed, and those who advocate them are punished.

I think it’s fair to argue that Orwell’s nightmare vision of the future is no longer fiction in the United States. Under Trump, language is undergoing a shift: It now treats dissent, critical media coverage and scientific evidence as a species of “fake news.”

The Trump administration, in fact, views the critical media as the “enemy of the American people.” Trump has repeated this view of the media so often that almost a third of Americans now believe it and support government-imposed restrictions on the media, according to a Poynter survey.

Thought crimes and fake news

Trump’s cries of “fake news” work incessantly to set limits on what is thinkable. Reason, standards of evidence, consistency and logic no longer serve the truth, according to Trump, because the latter are crooked ideological devices used by enemies of the state. Orwell’s “thought crimes” are Trump’s “fake news.” Orwell’s “Ministry of Truth” is Trump’s “Ministry of Fake News.”

The notion of truth is viewed by this president as a corrupt tool used by the critical media to question his dismissal of legal checks on his power, particularly his attacks on judges, courts and any other governing institutions that will not promise him complete and unchecked loyalty.

For Trump, intimidation takes the place of unquestioned loyalty when he does not get his way, revealing a view of the presidency that is more about winning than about governing.

One consequence is the myriad practices by which Trump gleefully humiliates and punishes his critics, wilfully engages in shameful acts of self-promotion and unapologetically enriches his financial coffers.

Under Trump, the language of civic literacy and democracy has become unmoored from critical reason, informed debate and the weight of scientific evidence, and is now being reconfigured and tied to pageantry, political theatre and a deep-seated anti-intellectualism.

One consequence, as language begins to function as a tool of state repression, is that matters of moral and political responsibility disappear and injustices proliferate.

Fascism starts with words

What is crucial to remember here, as authoritarianism expert Ruth Ben-Ghiat notes, is that fascism starts with words. Trump’s use of language and his manipulative use of the media as political spectacle are disturbingly similar to earlier periods of propaganda, censorship and repression.

Under fascist regimes, the language of brutality and culture of cruelty was normalized through the proliferation of strident metaphors of war, battle, expulsion, racial purity and demonization.

As German historians such as Richard J. Evans and Victor Klemperer have made clear, dictators like Adolf Hitler did more than simply corrupt the language of a civilized society, they also banned words.

Soon afterwards, the Nazis banned books and the critical intellectuals who wrote them. They then imprisoned those individuals who challenged Nazi ideology and the state’s systemic violations of civil rights.

The end point was an all-embracing discourse of disposability — the emergence of concentration camps and genocide fuelled by a politics of racial purity and social cleansing.

Echoes of the formative stages of such actions are upon us now. An American-style neo-fascism appears to be engulfing the United States after simmering in the dark for years.

President Donald Trump stands on the field for the U.S. national anthem before the start of the NCAA National Championship game at Mercedes-Benz Stadium between Georgia and Alabama on Jan. 8 in Atlanta. (AP Photo/Andrew Harnik)

More than any other president, Trump has normalized the notion that the meaning of words no longer matters, nor do traditional sources of facts and evidence. In doing so, he has undermined the relationship between engaged citizenship and the truth, and has relegated matters of debate and critical assessment to a spectacle of bombast, threats, intimidation and sheer fakery.

This language of fascism does more than normalize falsehoods and ignorance. It also promotes a larger culture of short-term attention spans, immediacy and sensationalism. At the same time, it makes fear and anxiety the normalized currency of exchange and communication.

In a throwback to the language of fascism, Trump has repeatedly positioned himself as the only one who can save the masses — reproducing the tired script of the model of the saviour endemic to authoritarianism.

There is more at work here than an oversized ego. Trump’s authoritarianism is also fuelled by braggadocio and misdirected rage as he undermines the bonds of solidarity, abolishes institutions meant to protect the vulnerable and launches a full-fledged assault on the environment.

Trump is also the master of manufactured illiteracy, and his obsessive tweeting and public relations machine aggressively engages in the theatre of self-promotion and distractions. Both of these are designed to whitewash any version of a history that might expose the close alignment between his own language and policies and the dark elements of a fascist past.

Trump also revels in an unchecked mode of self-congratulation bolstered by a limited vocabulary filled with words like “historic,” “best,” “the greatest,” “tremendous” and “beautiful.”

Those exaggerations suggest more than hyperbole or the self-indulgent use of language. When he claims he “knows more about ISIS than the generals,” “knows more about renewables than any human being on Earth” or that nobody knows the U.S. system of government better than he does, he’s using the rhetoric of fascism.

As the aforementioned historian Richard J. Evans writes in The Third Reich in Power:

“The German language became a language of superlatives, so that everything the regime did became the best and the greatest, its achievements unprecedented, unique, historic and incomparable …. The language used about Hitler … was shot through and through with religious metaphors; people ‘believed in him,’ he was the redeemer, the savior, the instrument of Providence, his spirit lived in and through the German nation…. Nazi institutions domesticated themselves [through the use of a language] that became an unthinking part of everyday life.”

Sound familiar?

Under the Trump regime, memories inconvenient to his authoritarianism are now demolished in the domesticated language of superlatives so the future can be shaped to become indifferent to the crimes of the past.

Trump’s endless daily tweets, his recklessness, his adolescent disdain for a measured response, his unfaltering anti-intellectualism and his utter ignorance of history work in the United States. Why? Because they not only cater to what historian Brian Klaas refers to as “the tens of millions of Americans who have authoritarian or fascist leanings,” they also enable what he calls Trump’s attempt at “mainstreaming fascism.”

The language of fascism revels in forms of theatre that mobilize fear, hatred and violence. Author Sasha Abramsky is on target in claiming that Trump’s words amount to more than empty slogans.

Instead, his language comes “with consequences, and they legitimize bigotries and hatreds long harbored by many but, for the most part, kept under wraps by the broader society.”

Surely, the increase in hate crimes during Trump’s first year of his presidency testifies to the truth of Abramsky’s argument.

Fighting Trump’s fascist language

The history of fascism teaches us that language operates in the service of violence, desperation and troubling landscapes of hatred, and carries the potential for inhabiting the darkest moments of history.

It erodes our humanity, and makes too many people numb and silent in the face of ideologies and practices that are hideous acts of ethical atrocity.

Trump’s language, like that of older fascist regimes, mutilates contemporary politics, empathy and serious moral and political criticism, and makes it more difficult to criticize dominant relations of power.

His fascistic language also fuels the rhetoric of war, toxic masculinity, white supremacy, anti-intellectualism and racism. But it’s not his alone.

It is the language of a nascent fascism that has been brewing in the United States for some time. It is a language that is comfortable viewing the world as a combat zone, a world that exists to be plundered and a view of those deemed different as a threat to be feared, if not eliminated.

A new language aimed at fighting Trump’s romance with fascism must make power visible, uncover the truth, contest falsehoods and create a formative and critical culture that can nurture and sustain collective resistance to the oppression that has overtaken the United States, and increasingly many other countries.

No form of oppression can be overlooked. And with that critical gaze must emerge a critical language, a new narrative and a different story about what a socialist democracy will look like in the United States.

Reclaiming language as a force for good

There is also a need to strengthen and expand the reach and power of established public spheres, such as higher education and the critical media, as sites of critical learning.

We must encourage artists, intellectuals, academics and other cultural workers to talk, educate, make oppression visible and challenge the common-sense vocabulary of casino capitalism, white supremacy and fascism.

Language is not simply an instrument of fear, violence and intimidation; it is also a vehicle for critique, civic courage and resistance.

A critical language can guide us in our thinking about the relationship between older elements of fascism and how such practices are emerging in new forms.

Without a faith in intelligence, critical education and the power to resist, humanity will be powerless to challenge the threat that fascism and right-wing populism pose to the world.

Those of us willing to fight for a just political and economic society need to formulate a new language and fresh narratives about freedom, the power of collective struggle, empathy, solidarity and the promise of a real socialist democracy.

We would do well to heed the words of the great Nobel Prize-winning novelist, J.M. Coetzee, who states in a work of fiction that “there will come a day when you and I will need to be told the truth, the real truth ….no matter how hard it may be.”

Democracy, indeed, can only survive with a critically informed and engaged public attentive to a language in which truth, rather than lies, become the currency of citizenship.

Source:

https://theconversation.com/shithole-countries-trump-uses-the-rhetoric-of-dictators-89850

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