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LA EDUCACIÓN DESDE EL PENSAMIENTO SOCIAL: HUGO ZEMELMAN

Estas líneas constituyen un ejercicio de imaginación reflexiva, en el sentido de intentar mirar un pensamiento social como una posibilidad de trazar lineamientos y propuestas para el mundo educativo. En este caso, trataremos de leer en clave de posibilidades educativas a Hugo Zemelman. Es una forma de invitar también a los lectores a beber directamente en los aportes de este intelectual y actor social que tiene aún muchas cosas que decirnos en su vasta obra.

Tal vez es necesario decir que, ante la dimensión de este artículo, es de seguro inevitable que forcemos una síntesis demasiado apretada de un pensador de la amplitud y el alcance de Hugo Zemelman, y que nuestra interpretación de sus textos sea a la vez parcial y tendenciosa. Pero nos aliviaría si consideráramos este ejercicio de imaginación reflexiva como una apertura a ideas y planteamientos susceptible de ser enriquecida y corregida más adelante por lectores y lectoras.

Planteamientos centrales de Hugo Zemelman (breve y apretada síntesis):

Zemelman intenta retomar la tradición racionalista, enriqueciendo las formas de pensar hasta sus límites. Ello pasa por razonar en toda la escala en que lo real se muestra: lo inmediato y mediato, lo dado y lo no dado, lo determinado y lo indeterminado, lo producido y la potencialidad (Zemelman, 1992). Lo anterior se traduce en riqueza de la relación gnoseológica, en el sentido de la apertura de espacios de creatividad.

No se trata sólo de transformar la realidad en objeto de explicación, sino en objeto de la experiencia. La dimensión de la conciencia histórica ha de incorporarse a la problemática del conocimiento, puesto que ella impone posibilidades de sentido (ib.).

El conocimiento está unido a la acción, por lo que se extiende la capacidad del hombre de reactuar sobre sus circunstancias. Mientras el conocimiento es de opciones de construcción, la práctica sirve para impulsar una construcción en la dirección desarrollada por el conocimiento.

Ontológicamente, la realidad histórica es un campo de enorme vastedad, siempre más rico que cualquier teoría (Zemelman, 1989). El problema, a fin de cuentas, es desarrollar las potencialidades de la consciencia histórica como consciencia del dándose, más allá de cualquier reduccionismo (Zemelman, 1989).

Cuando se transforma la realidad en contenido de una construcción por un sujeto, ello obliga a la ampliación de la experiencia y subjetividad de ese sujeto (ib.). La realidad cumple, pues, una función epistemológica. La reconstruccción del problema rompe con su tendencia a identificarlos con objetos teorizados, transformándolos en un campo de problemas posibles de ser teorizados (Zemelman, 1989).

El pensar obliga a ir más allá de lo establecido. Es necesario ver cada fenómeno con base a la idea de totalidad; es necesario abrirse a la inclusividad de los procesos inacabados. El razonamiento dialéctico pretende una reconstrucción que sintetiza lo dado y lo virtual.

La educación desde la mirada de Zemelman

La educación, desde la perspectiva de Zemelman, está llamada a la búsqueda del enriquecimiento de las formas de pensar, de la ampliación de los horizontes de la razón. Ello pasa por la problematización y la superación del conocimiento dado. Es necesario incorporar en la experiencia educativa diaria categorías tales como: lo inmediato-mediato, lo dado y lo no dado; lo determinado y lo indeterminado; lo producido y la potencialidad.

Este enriquecimiento del pensar ha de ser absolutamente significativo para los sujetos humanos, de lo contrario sería vacío, inútil. Por ello, es imprescindible incluir en el ejercicio del pensamiento la consciencia histórica, pues la realidad histórica es siempre más amplia y de mayor riqueza que cualquier teoría.

Las instituciones educativas, desde esta mirada, han de abrir espacios para la diferencialidad, en el sentido de propiciar el desarrollo de diversos modos de construir lo real, según los condicionantes sociales y las potencialidades cognitivas de educandos y trabajadores de la educación. En ello puede ser propicia la generación de espacios de creatividad, de condiciones para el desarrollo libre del pensamiento, interpretando los cuerpos teóricos existentes, no cristalizándolos o sobredeterminándolos.

En todo momento hay que considerar el papel protagónico de los seres humanos en el desarrollo del pensamiento y en la realización de acciones, polos que se imbrican en un proceso único. Profesores y estudiantes han de proyectarse desde y hacia la vida social para potenciar la realidad objetiva con la práctica, transformando la realidad en contenido de una construcción, cosa que viene a ampliar la experiencia y subjetividad del sujeto. En este sentido, las instituciones escolares han de de proveer ambientes altamente sistematizados para el pensar y el actuar, en la línea de propiciar la inclusividad, la dialéctica de articular cada fenómeno con la idea de totalidad, de la síntesis de lo dado y lo virtual.

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Zemelman, H (1989) «En Torno al Razonamiento y sus Formas». Lenguas Modernas 16. Universidad de Chile.
————- (1992) Los Horizontes de la Razón II: Historia y Necesidad de Utopía. México: Anthropos

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Argentina y México proponen un nuevo eje progresista en América Latina y el Caribe

Por: Pedro Brieger

Las visitas de Estado tienen múltiples dimensiones y hay diferentes criterios para evaluarlas más allá de las afinidades políticas, entre otros, la duración de una visita y las actividades que se realizan. Muy lejos en el recuerdo quedan las giras de semanas, como la que realizó el presidente de Francia Charles de Gaulle en 1964 por 10 países de América del Sur a lo largo de 26 días. Ahora el tiempo apremia, todo es breve y las visitas de Estado suelen durar horas, apenas para un saludo y la firma de algún documento protocolar. No es el caso de la visita de Alberto Fernández al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

La excusa del viaje a México fue la conmemoración del bicentenario de la independencia mexicana y específicamente el día de la bandera, el 24 de febrero. Fernández permaneció durante tres días y se pudo percibir una gran empatía con AMLO, que lo invitó a varias actividades por fuera de lo estrictamente protocolar.

De hecho, fue el primer presidente extranjero en participar de la famosa “mañanera”, la conferencia matutina de AMLO. Además, habló en el Senado, fue declarado huésped ilustre de la Ciudad de México por la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum y visitó el laboratorio Liomont para conocer el lugar donde están desarrollando vacunas de manera conjunta. Como si esto fuera poco acompañó a AMLO al acto central por el día de la bandera en Iguala el 24 de febrero.

Vale la pena recordar que López Obrador accedió a la presidencia el 1 de diciembre de 2018 mientras en la Argentina gobernaba Mauricio Macri, claramente alineado con la política exterior de los Estados Unidos y que propugnaba el abandono de los mecanismos de integración regional. El hecho fortuito que unió a Fernández con López Obrador un mes antes de que asumiera formalmente la presidencia fue el golpe de Estado contra Evo Morales el 10 de noviembre de 2019. Entre ambos lograron salvarle la vida a Morales.

Ya en la presidencia desde el 10 de diciembre de 2019 Fernández estrechó el vínculo con el gobierno de México buscando una mayor integración regional a través de proyectos conjuntos, el relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el Grupo de Puebla como ejes políticos. De esta manera se diferenció de los gobiernos de derecha de la región que no impulsan mecanismos de integración latinoamericanos sino todo lo contrario; salvo, cuando se trata de atacar de manera conjunta al gobierno de Nicolás Maduro, como si este fuera el único tema de interés en América Latina.

Desde ya que no extraña que los grandes medios de comunicación opositores a ambos gobiernos hayan puesto el énfasis en todo lo que podía provocar roces y distanciamiento entre los dos presidentes. Sin embargo, sus discursos, las imágenes de cordialidad entre ambos, sus elogios mutuos y el documento conjunto de 15 puntos son más que elocuentes.

Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador tienen una visión estratégica común respecto de la necesidad de una verdadera integración regional de América Latina y el Caribe, el acceso equitativo a las vacunas, las críticas a la Organización de Estados Americanos (OEA) comandada por Luis Almagro, e incluso de la cooperación espacial a través de una Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE). La tarea no es sencilla, pero para comenzar se necesita voluntad política. Y ambos la tienen.

Fuente e imagen: https://rebelion.org/argentina-y-mexico-proponen-un-nuevo-eje-progresista-en-america-latina-y-el-caribe/

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Estados alterados

Por: Hernán Ouviña

El avance de las derechas latinoamericanas en torno a 2015 pareció cerrar un largo de ciclo de impugnación al neoliberalismo. Pero el rechazo frontal al modelo hoy se ha reanudado con fuerza y enorme radicalidad.

El texto que sigue es un fragmento adaptado de Estados alterados. Reconfiguraciones estatales, luchas políticas y crisis orgánica en tiempos de pandemia (Muchos mundos ediciones – CLACSO, 2021).

Pero antes de que la sociedad nueva se organice,

la quiebra de la sociedad actual precipitará a la humanidad 

en una era oscura y caótica.

José Carlos Mariátegui

¿Fin de ciclo o reimpulso? ¡Sí, por favor!

Partimos de una hipótesis: la existencia de un largo «Ciclo de Impugnación al Neoliberalismo en América Latina» (de ahora en más, CINAL). En este ciclo, si bien incluimos como referencias ineludibles y de enorme gravitación la victoria electoral, el ascenso y la consolidación de los gobiernos denominados progresistas en la región (inaugurados con el triunfo de Hugo Chávez en la urnas en 1998), también advertimos que dicha fase de disputa y confrontación se inició antes de este proceso, teniendo como punto de partida y grado cero a las rebeliones y luchas populares de carácter antineoliberal que los antecedieron y que incluso en muchos casos dotaron de sentido a estos gobiernos y permitieron que pudiesen sostenerse en el tiempo (Ouviña y Thwaites Rey, 2018).

Del Caracazo en 1989 a los estallidos y procesos destituyentes en Ecuador iniciados con el levantamiento del Inti Raymi en 1990, de la guerra del agua y del gas de 2000 y 2003 en Bolivia a la insurrección popular de 2001 en Argentina –por mencionar solo los casos más emblemáticos–, en la mayoría de estos países se combinaron crisis políticas y socioeconómicas inéditas junto con una abrupta activación de masas. Ese proceso se desplegó a través de variados y originales repertorios de protesta, donde los altos grados de espontaneidad dieron lugar, con el correr de los años, a novedosas estructuras organizativas y tramas de sociabilidad alternativa.

Luego de una ardua y subterránea resistencia desde abajo, en gran parte de la región accedieron al gobierno fuerzas de centroizquierda, coaliciones progresistas y líderes ajenos a las estructuras políticas tradicionales que hicieron de la retórica antineoliberal un pivote fundamental de sus proyectos de transformación.

En lugar de delimitar dos momentos antagónicos cerrados y acotados en el tiempo (neoliberal y posneoliberal), consideramos que resulta más pertinente plantear la cuestión en términos de la disputa hegemónica que se desarrolló en esos años de norte a sur del continente y que aún continúa abierta. Así, nuestro enfoque parte de una perspectiva gramsciana e incorpora en la confrontación política, económica y sociocultural (que todavía está en curso) no solo a los procesos de lucha que tuvieron impacto en el poder gubernamental, sino a todas las experiencias políticas de la región que se enmarcaron en disputas antineoliberales, anticoloniales, anticapitalistas y antipatriarcales, aunque no hayan lograron arrojar un saldo electoral positivo (Thwaites Rey y Ouviña, 2019).

Asimismo, asumimos una definición amplia y de mayor complejidad del neoliberalismo, no acotándolo meramente a un conjunto de políticas económicas ni tampoco a un menor grado de intervencionismo estatal vis a vis el mercado. Estas interpretaciones, creemos, oscurecen más de lo que clarifican. Optamos por retomar la tesis formulada por Christian Laval y Pierre Dardot (2013), para quienes el neoliberalismo es la razón global del capitalismo contemporáneo, por lo que requiere ser asumido como «construcción histórica y norma general de la vida», mediante su poder de integración de todas las dimensiones de la existencia humana. No es, por tanto, mero destructor de reglas ni puro mercantilismo, sino también productor de un cierto «conformismo», de determinadas maneras de vivir, subjetivar y reproducir un sentido de orden.

Hecha esta aclaración, es importante insistir en que el CINAL antecede a aquellos triunfos electorales, acompaña con sus temporalidades, agendas propias y hasta hondos desencuentros al contradictorio derrotero de estos gobiernos, e incluso perdura más allá de sus caídas o declives, producidos ya sea a través de las derrotas que sufren en las urnas o a raíz de procesos de desestabilización asentados en prácticas neogolpistas.

La reacción derechista que sobreviene a partir de 2015, con el triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina, el golpe de Estado parlamentario-mediático-judicial contra Dilma Roussef, que pavimentó el encarcelamiento de Lula y la victoria del neofascista Jair Bolsonaro en Brasil, el viraje neoliberal de Lenín Moreno en Ecuador, la derrota electoral del Frente Amplio en Uruguay y la contraofensiva imperialista en Venezuela, parecieron augurar una reversión completa del CINAL.

De todas maneras, aún cuando podamos aseverar que vivimos actualmente un eclipsamiento del progresismo como fenómeno de alcance y gravitación continental (y, por lo tanto no resulta descabellado postular el cierre de lo que –durante casi dos décadas– fungió de una fase con relativa hegemonía de gobiernos de este tenor a escala regional que convivió, por cierto, con expresiones de la más cruda persistencia y agudización del neoliberalismo, en particular en la geografía del Pacífico), sin embargo, ello no equivale a un fin de ciclo del CINAL conceptualizado en toda su integralidad, sino más bien a su reactivación sobre nuevas bases, tal como intentaremos demostrar aquí.

Al respecto, quizás sea pertinente apelar a la conocida broma en la cual el ácido humorista Groucho Marx retruca al clásico interrogante: «¿Té o café?», expresando «¡Sí, por favor!». La respuesta que subyace a este chiste quizás permita sortear el entuerto al que nos somete el debate constante al interior de las izquierdas en torno a los avatares y polémicas de si existe o no un cierre de este largo ciclo.

Entendemos que el rechazo frontal al neoliberalismo como expresión contemporánea de la contraofensiva capitalista e imperial asentado en el antagonismo, la confrontación abierta y la acción directa en las calles, se ha reanudado con fuerza y enorme radicalidad en 2019, y hoy también parece recobrar ímpetu en diversos territorios de América Latina (a tal punto que las movilizaciones masivas y los repertorios de protesta se han replicado poco tiempo atrás en Perú, y desde hace meses también se viven destellos de una insubordinación callejera similar en el corazón mismo de los Estados Unidos), en plena sintonía con las multitudinarias revueltas, los levantamientos populares y las huelgas de masas que despuntaron en la segunda mitad de 2019, sobre todo durante los ajetreados meses de octubre y noviembre.

2019 y sus momentos constitutivos

Para el análisis y la caracterización del contexto que se abre tanto durante 2019 como en 2020 recuperamos un concepto propuesto por René Zavaleta: el de momento constitutivo. De acuerdo a su lectura, el mismo remite a un episodio epocal –entendido, por cierto, de manera procesual– en donde el conjunto de la población vive, como «efecto de la concentración del tiempo histórico», «una instancia de vaciamiento o disponibilidad universal y otra de interpelación o penetración hegemónica» (Zavaleta 1990b, p. 183).

Con un claro lenguaje gramsciano, Zavaleta intenta dotar de centralidad a aquellos momentos o coyunturas históricas en las que se produce «la transformación ideológico-moral o sea la imposición del nuevo sentido histórico de la temporalidad», esto es, «una suerte de vacancia o gratuidad ideológica y la consiguiente anuencia a un relevo de las creencias y las lealtades» (Zavaleta 1990a, p. 132).

Si bien no lo explicita, resulta evidente que está aludiendo a situaciones que, al decir de Gramsci, se identifican con las crisis orgánicas en el seno de un bloque histórico: aquellos contextos críticos de una sociedad donde la hegemonía, hasta ese entonces arraigada en las masas, se resquebraja y deja de oficiar como concepción predominante del mundo, desestabilizándose también las diferentes formas de autoridad predominantes, en particular la referida al orden público-estatal. Los momentos constitutivos remiten por lo tanto a crisis generales, en las que se plasman o bien se refundan las características y rasgos más destacados de una determinada sociedad por un tiempo relativamente prolongado, es decir, la configuración o genealogía profunda de un bloque histórico, en su específica articulación entre Estado y sociedad (Ouviña, 2016).

La rebelión iniciada los primeros días de octubre de 2019 en Ecuador, así como las que acontecieron semanas más tarde en otras realidades, pueden ser leídas en clave de momentos constitutivos en la medida en que el levantamiento en el país andino irradió su potencialidad hacia diversas latitudes de América Latina e incluso del sur global, configurando un haz de insubordinación y cuestionamiento radical del orden dominante a escala regional. Tengamos en cuenta que menos de una semana después de culminada la insurrección popular en Quito, Santiago de Chile fue sacudida por una protesta inusitada, cuyos repertorios de acción, desacato y formas de beligerancia reenviaban a las vividas en el territorio ecuatoriano.

Luego le sucederían las jornadas convulsionadas en Colombia, con una similar huelga política caracterizada por el desborde en las calles. Y, en simultáneo a estos procesos, Haití se veía conmocionada por numerosas movilizaciones callejeras con un idéntico espíritu insumiso y de hartazgo generalizado. En todos estos casos, lo que irrumpieron no fueron tanto movimientos populares como pueblos en movimiento, donde el liderazgo colectivo resultó ser la regla. Analicemos más en detalle cada uno de ellos.

La historia reciente de Ecuador ha estado signada por sucesivos alzamientos y dinámicas de confrontación, cuyo primer hito puede situarse treinta años atrás, en la rebelión indígena de 1990 conocida con el nombre de Inti Raymi. No obstante, a pesar de esta constelación de insurgencias –que tuvo alzas y reflujos, llegando a implicar la caída de gobiernos y una gran capacidad de veto por parte de los pueblos y nacionalidades de la sierra, costa y amazonía– los once días vividos entre el 1 y el 12 octubre de 2019 involucraron no solo a la CONAIE, que sin duda cumplió un papel clave como articuladora a nivel (pluri)nacional y en el conjunto del país de este levantamiento combinado con una huelga de masas, sino también a sectores heterogéneos de la clase trabajadora y a todo un crisol de sujetos e identidades urbano-populares que excedieron con creces al movimiento indígena y que confluyeron al calor de este estallido sin precedentes.

Las manifestaciones, repertorios de acción y embriones de poder territorial que se fraguaron en las calles incluyeron a estudiantes, feministas, movimientos barriales, gremios, partidos de izquierda, campesinado pobre, desocupados/as, ambientalistas, empleados/as estatales, trabajadores/as precarizados/as y migrantes, jornaleros, maestros/as, pequeños comerciantes, pobladores y, por supuesto, indígenas pertenecientes a las estructuras de la CONAIE. Pero también se destacaron, sobre todo en los días más álgidos del conflicto, numerosos grupos y un sinfín de personas no vinculadas a plataforma alguna, que dieron considerable dinamismo y osadía a los momentos de mayor antagonismo, creatividad y experimentación colectiva.

En el caso de Chile, el viernes 18 de octubre de 2019 (es decir, menos de una semana después de la rebelión ecuatoriana) miles de estudiantes secundarios de toda la capital realizaron una jornada masiva de evasión en el Metro de Santiago («evadir, no pagar, otra forma de luchar» fue la consigna de autoconvocatoria en los principales puntos neurálgicos de la línea subterránea), ante una nueva intentona por despojar y privatizar lo común, en esta ocasión expresada en el alza de pasajes impuesto por el gobierno derechista de Sebastián Piñera. Lo que comenzó como un repudio y boicot activo contra el aumento de 30 pesos en el costo de este medio de transporte público desencadenó de manera más profunda y transversal un desacato contra treinta años de neoliberalismo recargado, lo que hizo crujir el «exitoso» modelo chileno, ayer denominado por gobiernos de la Concertación como el «jaguar latinoamericano» y hasta días antes de la revuelta caracterizado por Piñera como el «oasis» de la región.

Este hastío e irrupción plebeya, si bien tuvo contornos espontáneos, hunde sus raíces en un largo e invisible proceso de erosión de la hegemonía neoliberal protagonizado por una multiplicidad de comunidades, actores y movimientos populares, que van desde la resistencia mapuche contra el despojo y la militarización de sus territorios en Wallmapu a los ciclos de lucha estudiantil de 2001, 2006 y 2011, pasando por las movilizaciones multitudinarias en torno al NO+AFP (fondos de pensión privatizados) y las masivas protestas feministas de 2018 y 2019 (Ouviña y Renna, 2019).

Si a esta altura estaba clara la irradiación y resonancia de estas luchas más allá de sus fronteras de origen [1], la huelga política convocada en Colombia para el 21 de noviembre de ese mismo año no hizo sino reforzar aún más una perspectiva de anudamiento e inteligibilidad común, dándole a estos estallidos un carácter articulado y regional. Nuevamente hicieron su aparición la primera línea, los escudos y las máscaras antigas, pero también las consignas y los repertorios de acción directa desplegados anteriormente en Ecuador y Chile, entre los que se destacaron los cacerolazos nocturnos y hasta canciones emblemáticas como «El baile de los que sobran», de Los Prisioneros, devenido un himno de las luchas antineoliberales en el Sur global.

En el caso colombiano, este contagio se empalmó con una conjunción de malestares ligados al incumplimiento de los acuerdos de Paz firmados en La Habana entre la insurgencia de las FARC y el Estado, y a las profundas desigualdades generadas por la implementación de un «neoliberalismo de guerra» que ha redundado en niveles extremos de precariedad, saqueo de bienes naturales y mercantilización de la vida, así como en constantes masacres y asesinatos de líderes sociales y referentes de derechos humanos, sobre todo en las zonas rurales donde el conflicto armado es más intenso. Aunque, en rigor, fue el anuncio del gobierno de Iván Duque de un paquete de reforma tributaria, jubilatoria y laboral, el que sirvió de detonante inmediato para el inicio de este nuevo ciclo de luchas que hizo crujir la hegemonía del «régimen uribista» con el paro nacional del 21 de noviembre de 2019, que desbordó a las centrales sindicales convocantes y desencadenó un proceso de movilización popular en las calles, del que no se tiene antecedentes en las últimas décadas en el país.

Aunque no han sido tan visibles, cabe destacar además las rebeliones que circundaron durante 2019 a varias islas del Caribe, con un mismo hilo de indignación que las enhebró en las calles, y que incluso precedieron al haz de revueltas de octubre y noviembre en Sudamérica. En primer lugar, la acontecida en Haití, donde las denuncias de fraude electoral y de corrupción por parte de la élite política gobernante, combinadas con una crisis profunda en términos socioeconómicos, un incremento del precio de los combustibles y la catástrofe humanitaria post terremoto (exacerbada por la temprana intervención militar y la ocupación del territorio nacional por parte de la MINUSTAH, desde 2004 a 2017), así como los desvíos y la apropiación indebida de fondos provenientes de Petrocaribe, dieron lugar a un ciclo de protestas multitudinarias y a dinámicas seminsurreccionales que trajeron aparejada la renuncia de varios primeros ministros y funcionarios de alto rango, con un saldo de alrededor de 80 personas asesinadas por la represión estatal.

Pero también merece mencionarse a Puerto Rico, territorio donde en el auge de la movilización popular –durante un paro nacional declarado el 22 de julio– llegó a contarse más de un millón de personas en las calles, y cuya lucha culminó con la dimisión del gobernador de la isla, Ricardo Rosselló, producto de la contundencia de las protestas.

Si contemplamos todo este crisol de rebeliones desde un prisma que tome distancia del mero coyunturalismo y pondere la correlación de fuerzas a nivel continental, no hay duda alguna de que la reactivación del CINAL estuvo motivada por un nuevo ímpetu antagonista, que desde el hartazgo popular logró trastocar un cierto «conformismo» a nivel regional e involucrar –como rasgo de suma originalidad– un relevo múltiple. En primer lugar, el más evidente es el generacional, ya que las juventudes fueron las principales impulsoras de estos levantamientos (adolescentes de Liceos y secundaristas en el caso de Chile, juventudes indígenas y urbano-populares en Ecuador, estudiantes universitarios y jóvenes de barriadas humildes en Colombia, precarizados/as, habitantes de las periferias y colectivos contraculturales en Puerto Rico y Haití).

Pero también es importante destacar el relevo de género, ya que las mujeres (y disidencias) se destacaron en las primeas líneas, las tareas de autocuidado y reproducción en espacios públicos, refugios y barricadas, así como el sostenimiento de las tramas comunitarias y el acuerpamiento colectivo en las calles. Por último, el relevo es étnico, en la medida en que las revueltas han asumido un carácter anticolonial y antirracista, de reivindicación de las identidades indígenas, afros, palenqueras y cimarronas, en suma, plurinacionales, exigiendo en numerosas ocasiones un reordenamiento territorial que, de concretarse, dislocaría las fronteras arbitrarias y la juridicidad capitalista impuestas por los Estados colonial-republicanos.

De conjunto, este relevo múltiple se destaca por la emergencia de novedosos liderazgos, menos burocratizados, refractarios a toda política elitista y con altos niveles de combatividad y osadía, que van desde el expresado por las bases de la CONAIE, las comunidades mapuches en Wallmapu y misak en el Cauca colombiano, al desplegado por el movimiento feminista y LGBT o por el activismo estudiantil y artístico-cultural, teniendo a la recreación del internacionalismo como un rasgo distintivo y a la asamblea como forma transversal de autoorganización y sostén de los procesos de lucha, a partir de un vínculo más estrecho y orgánico entre medios y fines, que apuesta a la prefiguración «aquí y ahora» de los gérmenes de la sociedad futura.

Octubre y noviembre fungieron así de parteaguas a escala continental, inaugurando un período de envalentonamiento de los pueblos y clases subalternas frente al orden dominante. El hartazgo y la ruptura de la relación mando-obediencia se cobró revancha derribando monumentos, evadiendo molinetes, cuestionando fronteras, confrontando con la policía, disolviendo prejuicios y anudando reclamos, estampando consignas insumisas en muros e incendiando edificios emblemáticos. En paralelo, se gestaron instancias de autogobierno territorial, parlamentos populares, ámbitos de democracia comunitaria, mandatos de base y primeras líneas que hicieron de la audacia y el autocuidado colectivo estandartes de lucha.

Un haz de rebeliones contra la institucionalidad estatal de viejo cuño

Si bien estas diferentes revueltas pueden ser definidas como de carácter espontáneo, es preciso no absolutizar esta lectura. Debemos interpretarlas en tanto conjunción de proceso y acontecimiento, que a su vez supieron combinar radicalidad y masividad, para aunar en forma creativa tramas subterráneas, temporalidades de enorme intensidad y apuestas cotidianas de experimentación que fueron horadando cada vez más la hegemonía neoliberal vigente en estos países, con una reactivación de la memoria histórica de los pueblos de mediana y larga duración, hasta decantar en un estallido tan multitudinario como inesperado, logrando reventar la burbuja del mito de una sociedad falsamente inclusiva y democrática.

Más allá de sus matices y particularidades, estas irrupciones plebeyas tuvieron como antesala y a la vez enlazaron diversas resistencias de una multiplicidad de sujetos/as insumisos/as: la lucha de las mujeres contra el sistema patriarcal y en defensa de la soberanía sobre los cuerpos/territorios para hacer visible la violencia y la precariedad de la vida que las afecta de manera más aguda a ellas y a las disidencias; contra el extractivismo, la privatización de los bienes naturales, la contaminación socioambiental y la acumulación por despojo en campos y ciudades; la librada ancestralmente por los pueblos y nacionalidades indígenas en defensa del territorio, la autodeterminación y el fin de la militarización; las iniciativas y propuestas de vida digna basadas en la recuperación de derechos sociales que no cabe concebir en términos mercantiles (como la educación, la jubilación o la salud pública); la denuncia del terrorismo estatal, la brutalidad policial y la criminalización de la protesta; así como las variadas expresiones de poder popular, prefiguración y autogobierno desarrolladas por movimientos urbano-populares desde los rincones de las periferias de la ciudad neoliberal, que cultivan maneras muy otras de reproducción de la vida en común (Ouviña y Renna, 2019).

En conjunto, todas estas luchas abonaron –de forma subterránea e intersticial– a la erosión del sentido común neoliberal, patriarcal y neocolonial, que tuvo como contracara una pérdida del miedo, la desnaturalización de las relaciones de dominación y opresión y un quiebre del «realismo» capitalista, que trocó en estado de ánimo disconforme e insumiso a nivel societal. De igual manera, el ¡Fin del lucro!, que ya había sido escuchado como principal grito de protesta y exigencia popular en 2011 en Chile, se actualizó durante octubre y noviembre de 2019 a partir de un clima de hartazgo generalizado que equivalió a un estruendoso ¡Ya Basta!, similar al lanzado por el zapatismo desde la Selva Lacandona en los inicios del CINAL.

Estas revueltas, huelgas políticas de masas e insurrecciones habilitaron un «secreto compromiso de encuentro» entre las apuestas colectivas de lucha precedentes y una espontaneidad de masas que irrumpió en las calles, operando por multiplicación y a través de la irradiación, consiguiendo conectar el memorial de agravios históricos con el descontento actual cada vez mayor con respecto al orden capitalista. Esta reactivación del CINAL implicó, por lo tanto, la recuperación de las calles y la confrontación con políticas neoliberales, pero también contra lógicas de autoritarismo estatal, racismo y misoginia que se han recrudecido al calor de los intentos de aplicación de planes de ajustes y una precarización extrema de la vida. René Zavaleta solía decir que las rebeliones y levantamientos, incluso aquellos acontecidos hace mucho tiempo atrás, continúan presentes –aunque no lo percibamos– «sobre todo en el inconsciente de las sociedades» (Zavaleta, 1986).

Se vivencia un cuestionamiento y crisis tanto de la institucionalidad estatal forjada en las últimas décadas, como una impugnación de los «componentes de larga duración» del Estado. En un texto escrito cuando aun formaba parte del grupo Comuna, Álvaro García Linera planteaba a modo de hipótesis que las luchas sociopolíticas desplegadas en Bolivia entre finales del siglo XX y comienzos del actual –a las que enmarcamos en un plano más amplio en el CINAL– no solo pusieron «en cuestión los componentes de corta duración del Estado (su carácter neoliberal), sino también varios de sus componentes de ‘larga duración’ de su cualidad republicana. Por lo tanto, estamos asistiendo a una doble crisis o el montaje de dos crisis» (García Linera, 2005, p. 19).

Consideramos que, con sus especificidades y rasgos distintivos, esta fisura –que supone un quiebre o fractura de las estructuras coloniales y demarcaciones propias del Estado republicano implantado de manera despótica– se ha vivido también en otras realidades de América Latina, cobrando gran intensidad durante las revueltas de 2019 y 2020 en ciertos territorios, donde además de debilitarse los pilares del orden estatal neoliberal han crujido los fundamentos patriarcales, racistas, monoculturales y de la democracia liberal inscripta en la tradición moderna.

Tal vez los ejemplos más emblemáticos y visibles sean las acciones directas con un alto grado de replicabilidad en diferentes puntos del continente (y hasta en otras latitudes del sur global), estéticas y performativas, de una común vocación restitutiva, que incluyeron desde el derribo de estatuas y monumentos que enaltecen a conquistadores, la reivindicación de banderas y símbolos indígenas o alusivos a las disidencias sexuales, hasta gramáticas disruptivas propias de un lenguaje contencioso e iniciativas artísticas participativas donde –como en el caso del colectivo feminista LasTesis, de Chile– se denuncia que el Estado es un «macho violador».

Y si bien a lo largo del 2020 se vivió en variadas realidades de América Latina una situación ambivalente, signada por cierto impasse forzado por el contexto de pandemia y confinamiento al que instaron los gobiernos –y la institucionalidad estatal– al conjunto de la población, éste sin embargo no logró contener del todo ni tampoco aplacar de manera plena el descontento y la ebullición experimentada meses antes de la declaración de la cuarentena.

A pesar de la ampliación y agudización de las funciones represivas del Estado, que incluyó desde la militarización de territorios hasta el minucioso control policial y, en muchos casos, redundó en abusos, detenciones masivas, torturas, asesinatos y desapariciones forzadas de personas, en particular contra sectores populares que vieron dificultada la posibilidad de respetar la cuarentena (a raíz de sus condiciones de hacinamiento habitacional, de extrema precariedad laboral y de la vida misma), de todas formas se destacaron momentos de quiebre del aislamiento y recuperación activa del espacio público, sobre todo en Chile, Ecuador y Colombia, que instaron a romper el aislamiento y, sin descuidar los recaudos sanitarios, volver a ejercitar la protesta y el antagonismo de manera masiva.

Esto llevó a que el escenario latinoamericano se vea sacudido por un contexto de confrontación callejera inédito y de una intensidad casi tan alta como en 2019, en particular en Colombia –con movilizaciones contra los asesinatos y la represión policial– y en Chile, al cumplirse un año del inicio de la rebelión y con motivo de la concreción del referéndum. Esta parcial reactivación del CINAL tuvo picos de agitación, combates con la reaparición de las primeras líneas y otras modalidades de autodefensa popular en simultáneo al fortalecimiento de mecanismos novedosos de participación ciudadana que fungieron de ejemplificadores para el resto del continente (en particular en realidades que, como la chilena, se encuentran sumidas en el más crudo régimen neoliberal de similares contornos autoritarios).

Por ello, no resulta casual que justamente un año después del auge de la protesta en las calles en realidades como Ecuador, Chile y Colombia se replique esos repertorios de acción, cánticos y dinámicas de movilización en los principales puntos del Perú.

Este país andino vive desde hace varios años una crisis política de enormes proporciones, agudizada ahora por los desmanejos en torno a la pandemia. Ambas circunstancias, combinadas, hicieron de Perú uno de los territorios más afectados por el coronavirus a nivel continental y global. La continuidad y exacerbación neoliberal en las últimas décadas –con la acumulación por despojo como pivote fundamental– tuvo como contracara numerosas luchas populares que se remontan a las movilizaciones del año 2000 contra el régimen fujimorista, y dentro de las que se destacan en la última década las resistencias indígenas y campesinas en rechazo a proyectos megamineros y extractivistas en regiones de la sierra y amazonia.

Los escándalos por corrupción y sobornos vinculados con esquemas de contratación de la obra pública (que involucran a todo el arco político), sumados a la continuidad de un Estado profundamente autoritario (cuya Constitución fue sancionada en 1993, tras el autogolpe de Alberto Fujimori y en un contexto signado por el terrorismo estatal y el auge neoliberal), decantaron en la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski y la asunción como presidente de Martín Vizcarra en marzo de 2018. El desprestigio y la deslegitimación cada vez mayor del conjunto de los partidos políticos, y en particular de la élite gubernamental, se agudizó este 2020 con una pésima gestión sanitaria y socioeconómica de la pandemia, lo que combinado con otros malestares sirvió de pretexto para que el 9 de noviembre prospere un pedido de vacancia (renuncia) a Vizcarra por parte de la mayoría del Parlamento, hecho que fue leído por un sector importante de la población como un golpe de Estado generado desde las entrañas mismas del poder, con la evidente complicidad de la derecha.

Esto desencadenó un proceso de movilización popular que, con fuerte protagonismo juvenil, denunció en las calles de Lima y en otros puntos relevantes del país la crítica situación y, a pesar de sufrir una brutal represión que dejó un saldo de varios muertos, obligó a la renuncia de Manuel Merino (acusado por un porcentaje considerable de la ciudadanía de golpista), quien había asumido provisionalmente como presidente, durando tan solo cinco días en el cargo. Al igual que en Chile (y en menor medida Colombia), la demanda política de una Asamblea Constituyente emerge como una de las principales exigencias levantada por las y los manifestantes en medio de una coyuntura destituyente y con persistentes protestas de carácter masivo, donde prima el vacío de poder y un endeble gobierno transitorio sin ningún tipo de consenso, cuyo mandato debe durar hasta las elecciones generales de abril de 2021.

A nivel continental, hablamos precisamente de reactivación porque consideramos que el CINAL como tal no se ha cerrado sino que, con vaivenes, destellos, ascensos y reflujos, se mantuvo abierto durante las últimas dos décadas y hoy cobra mayor ímpetu y radicalidad, revitalizándose en diversas latitudes de América Latina a través de estos estallidos que pueden ser definidos como «núcleos de intensidad democrática», ya que al decir de Zavaleta «producen vastos estados de disponibilidad general o cuestionamiento universal por medio de los cuales las masas se lanzan a profundos actos de relevo ideológico» (Zavaleta, 1990: 110) [2]. Subyace como anhelo en común una «reconstrucción del destino», que aúna el quiebre radical con la reconfiguración del universo civilizatorio, recreando simbólica y materialmente el horizonte utópico de los pueblos latinoamericanos.

Ello no supone una ruptura ni un cierre definitivo del CINAL, pero sí un reimpulso o nueva fase. Allí, los procesos forjados por fuera de las estructuras estatales heredadas del neoliberalismo –y sostenidas por los gobiernos progresistas casi sin vocación de ruptura a lo largo del período de auge del CINAL–, adquieren creciente centralidad en la dinámica impugnatoria en tanto autodeterminación de masas. Aquellos territorios signados por mayor cantidad de contradicciones de orden neoliberal, de un neoliberalismo de larga duración o un extractivismo belicoso (cuyos Estados ostentan cierto grado de debilidad por carecer de una hegemonía sólida en clave consensual o resultar ella sumamente precaria, pero a la vez resultan fuertes en cuanto a su faceta represiva o de maquinaria disciplinante, que se encuentra en guerra con un sector relevante de su propia población), son hoy epicentro de la agudización de la lucha de clases y fungen de puntos de condensación de la relación de fuerzas a nivel regional, por lo que de conjunto inauguran un momento constitutivo en términos continentales que parece reconfigurar, quebrar o bien trastocar la correlación de fuerzas existente.

¿Estamos ante el inicio de un proceso de confrontación anticapitalista de nuevo tipo? ¿O más bien se renuevan y actualizan las dinámicas, expectativas y aspiraciones propias de la fase progresista?

Entre la catarsis y los escenarios pospandémicos

Resulta difícil imaginar cuál será el mapa geopolítico regional y global de la pospandemia. Quizás la inestabilidad hegemónica sea en gran medida la regla, y tenga como contracara una relativa «indeterminación estratégica» a nivel sociopolítico. No obstante, tanto en este libro como en otros estudios e investigaciones se esbozan diferentes escenarios posibles, que tienen sin duda a lo estatal en tanto eje vertebrador y campo de fuerzas (asimétrico y relacional) en permanente disputa. Partimos de caracterizar a la coyuntura actual como un momento propicio para la producción y actualización del pensamiento crítico latinoamericano y del Sur global, ya que nuestro continente no solamente ha sido y es epicentro de la pandemia, sino también uno de los territorios más emblemáticos donde se ensayan alternativas frente a esta crisis y se dirimen proyectos de resolución, ya sea en una clave regresiva como potencialmente liberadora.

Antonio Gramsci supo apelar a la noción de catarsis para dar cuenta de aquel momento en el que se logra transitar de lo sectorial o económico-corporativo hacia lo ético-político, abriendo una coyuntura crítica donde emerge como posibilidad la construcción de una nueva hegemonía como alternativa integral, de manera tal de irradiar a nivel general una concepción del mundo y un crisol de prácticas emancipatorias que trasciende el entorno inmediato o la identidad específica que se tenga (Gramsci, 1986).

La catarsis, por tanto, contempla siempre a la crisis como momento de dilucidación y ampliación del horizonte de visibilidad más allá de lo posible, por lo cual resulta al mismo tiempo expresión ambivalente e inestable de un proceso de cambio y desintegración social, al que creemos cabe incorporar también el entrecruzamiento de Estado, sociedad y naturaleza. Ello parece haber ocurrido precisamente durante 2019 y 2020 en diferentes lugares de América Latina, por abajo y por arriba: tanto producto de las rebeliones populares vividas en estos últimos dos años, como a causa de las intentonas de revanchismo de las clases dominantes, el imperialismo y las derechas, a lo que habría que sumar la trágica sobredeterminación de la pandemia, verdadero cataclismo del Capitaloceno en la historia reciente.

Por abajo, en países como Haití, Ecuador, Chile, Colombia y Perú, donde las rebeliones callejeras no han implicado luchas meramente sectoriales ni acotadas a consignas reivindicativas o de índole corporativo, sino que apuntaron a cuestionar las bases mismas del modelo neoliberal (e incluso, embrionariamente, del capitalismo, el heteropatriarcado y la colonialidad moderna), así como de un Estado refractario a las exigencias y necesidades popular-comunitarias. Esta insubordinación de masas excede, incluso, los contornos de nuestro continente, ya que en otros puntos del planeta también se viven apuestas similares de lucha mancomunada. De las huelgas generales lideradas en París por los «chalecos amarillos», a las movilizaciones antirracistas del Black Lives Matter en los Estados Unidos, hay todo un haz de referencias globales donde poner el cuerpo de manera colectiva resulta central en la autoafirmación de la vida digna.

Pero también se percibe en ciertos escenarios convulsionados una situación catártica por arriba, que tuvo a Bolivia en 2019 como ejemplo emblemático. Allí, las clases dominantes y sectores de ultraderecha envalentonados, lejos de replegarse como antaño en el territorio de la llamada «medialuna» renunciando a la disputa por la hegemonía a nivel nacional, decidieron ampliar su lucha, dar una disputa abierta e irradiar su concepción del mundo (asentada en la biblia, la heteronormatividad patriarcal y el racismo más enfervorizado), logrando proyectar su revanchismo y violencia más allá de las geografías regionales donde supo afincar históricamente su poder, y hasta concitando ciertos grados de consenso popular.

Este trágico ejemplo, más allá no haber prosperado en el tiempo (al menos de momento), no constituye un caso aislado. Podríamos conjeturar que el gobierno de Bolsonaro, si bien deslegitimado al comienzo de la pandemia por una serie de medidas y gestos, de todas maneras goza aún de una aceptación considerable y ha resignificado su figura pública, incluso en algunas capas de las clases subalternas, lo que denota que estamos en presencia de un proyecto restauracionista de largo aliento que, al margen del «personaje Bolsonaro», al parecer ha llegado para quedarse.

Esta lectura espacial de un arriba y abajo como metáfora binaria puede resultar, sin embargo, un tanto esquemática, ya que ensombrece lo que –desde una mirada más refinada y dialéctica– se evidencia de manera matizada y contradictoria en estos procesos en curso. Tal como ha sabido problematizar el propio Gramsci, movimientos reaccionarios y de tintes fascistas, han concitado en otros contextos históricos el apoyo activo de vastos sectores populares, en la medida en que el concepto de hegemonía involucra siempre el momento de internalización subjetiva del orden social, lo que incluye la asunción como propios, por parte de las clases y grupos subalternos, de un conjunto de valores, pautas de comportamiento, prejuicios e ideas que son difundidas en el marco de las instituciones de la sociedad civil, y se corresponden con los intereses de las clases dominantes.

Y es que, tal como han advertido varias relecturas neogramscianas latinoamericanas, lo popular (y, dentro de él, el sentido común afincado en la materialidad de la vida social) resulta todo lo contrario del facilismo maniqueo y dicotómico que enfrenta, desde el esencialismo y la pura externalidad, lo hegemónico y lo subalterno. Por ello es importante leer en toda su complejidad e hibridez el crecimiento y expansión de proyectos de derecha que, en palabras de Rafael Hoetmer, han podido surgir movilizando los sentimientos de miedo, como también por la precarización e inseguridad reales que enfrentan las poblaciones en América Latina:

los actores de las nuevas derechas ofrecen una serie de formas de amparo, aunque posiblemente más en los discursos que en la práctica. Ante el abandono de las izquierdas de las discusiones en torno de la seguridad pública, las nuevas derechas proponen mano dura y orden. Ante la precarización de la vida, las iglesias evangélicas ofrecen un sentido de comunidad y ciertas prácticas de solidaridad y cuidado mutuo. Ante la falta de perspectiva, aparecen las economías ilegales e informales y la promesa del emprendedor como posibilidades de progreso concreto. (Hoetmer, 2020, p. 30)

De ahí que el primer escenario posible sea el de un reforzamiento del estatismo autoritario combinado con una intensificación del neofascismo y conservadurismo societal. Si ya antes de la pandemia se vislumbraba esta tendencia a partir de procesos políticos como el vivido en Brasil con el bolsonarismo, el contexto  actual abona a que las clases dominantes y el imperialismo vean como viable el fortalecimiento de esta opción, que incluso puede llegar a articular un cierto «negacionismo» que reste relevancia al flagelo del COVID-19, haciendo referencia al contexto de excepcionalidad que éste impone a escala regional y mundial para, bajo este pretexto, vulnerar determinados derechos, restringir libertades democráticas, robustecer valores tradicionales (de carácter patriarcal, misógino, nacionalista y/o meritocrático), militarizar territorios, ejercer la contrainsurgencia o incrementar la utilización del aparato coercitivo del Estado.

Tengamos en cuenta que la apelación a la coerción no ha dejado de ser la punta de lanza del discurso punitivista en auge a nivel continental a partir de la construcción de un «enemigo interno» (con contornos específicos de acuerdo a cada realidad concreta) que legitime la escalada represiva vivida en gran parte de la región. La pandemia requirió, según esta gramática, entrar en «guerra» contra un «enemigo invisible» (la metáfora bélica, por cierto, ha sido transversal a los gobiernos latinoamericanos más allá de su tinte ideológico), pero también redoblar esfuerzos y amplificar las iniciativas destinadas al combate del narcotráfico y la inseguridad delictiva. Para ello, se busca interpelar al imaginario social autoritario y conectar con cierta necesidad de protección, respeto de la ley y deseo de restablecimiento del «orden», que el sentido común dominante exige de parte del Estado.

La defensa enconada del accionar de las fuerzas represivas, incluso en situaciones de abierta flagrancia (detenciones y torturas, realización de desalojos sin orden judicial, apología abierta de casos de «gatillo fácil») se complementa con el reforzamiento mediático de prejuicios y estigmas que tienden a asociar juventud pobre o población de barriadas humildes con delincuencia, protesta social o huelgas de masas con desestabilización e «ilegalidad» y pueblos indígenas con terrorismo, buscando así fortalecer una visión de mundo que avale –e incluso demande– una intensificación del poder estatal despótico.

Cabe por lo tanto preguntarse si no estamos en presencia de un fenómeno que se asemeja a lo que René Zavaleta denominó hegemonía negativa, es decir, «una construcción autoritaria de las creencias» asentada, en este caso, en una delicada combinación de apelación al miedo y a la autopreservación individual, con «tolerancia cero» y castigo ejemplificador de quienes azuzan el «caos», cuestionan la propiedad privada o quebrantan la legalidad, que redundaría en una aceptación acrítica de la creciente militarización de la vida social, ya desplegada en casi todo el continente al calor (y bajo el argumento) de la pandemia.

Quizás la novedad esté dada por la mixtura de ciertos dispositivos de despotismo estatal que cobran mayor relevancia para controlar las poblaciones, gestionar la inseguridad y regular la circulación de los cuerpos con un «emprendedurismo» de raigambre societal, que incita a participar activamente en la garantía misma de este orden cada vez más autoritario (construcción vecinal de «mapas del delito», grupos de whatsapp de «alertas barriales», defensa de valores tradicionales como los de la familia ante el avance de los feminismos), desde lo que Esteban Rodríguez (2014) caracteriza como vigilantismo o giro policialista, enfocado a estigmatizar y combatir al otro que no comparte o parece amenazar las formas de vida compatibles con este sistema de dominación múltiple tan desigual.

Asimismo, la pandemia y el confinamiento prolongado han reforzado el uso de las redes sociales, cámaras y plataformas virtuales (como Zoom), tornando centrales los dispositivos de vigilancia y control emparentados con el panóptico digital el cual, a diferencia de lo que Michael Foucault supo postular desde Bentham, funciona sin ninguna óptica perspectivista, ya que la vigilancia puede producirse desde todos los lados y en cualquier parte (comenzando por el propio espacio doméstico). Al decir de Byung-Chul Han, la peculiaridad de este tipo de panóptico «está sobre todo en que sus moradores mismos colaboran de manera activa en su construcción y en su conservación, en cuanto se exhiben ellos mismos (…) Cada uno entrega a cada uno a la visibilidad y al control, y esto hasta dentro de la esfera privada» (Han, 2018, p. 90).

Por otra parte, en el descontento de ciertos sectores de clase media-alta y burguesa se evidencia un cierto nivel de lo que Zavaleta denominó «conciencia de clase reaccionaria», expresada en cacerolazos convocados en las redes sociales y amplificados hasta el paroxismo por los medios hegemónicos, en «banderazos» –por lo general coincidentes con fechas patrias, que refuerzan el sentido identitario «nacional», blanco y republicano construido desde el Estado colonial moderno–, así como iniciativas callejeras de rechazo abierto a la cuarentena como política pública sanitaria, todas ellas con un violento anclaje de clase, racista y heteropatriarcal.

El segundo escenario posible es aquel que aspira a reeditar el ciclo de los gobiernos denominados «progresistas» en este nuevo contexto regional y planetario, teniendo como principales referencias la derrota en las urnas y el desplazamiento del poder de coaliciones conservadores, derechistas o abiertamente golpistas, como ha ocurrido en los casos de México, Argentina y más recientemente Bolivia. Las elecciones en Ecuador (con la probabilidad de que triunfe el referente apoyado por Rafael Correa), Chile (que vivirá simultáneamente un proceso de reforma constitucional y elecciones municipales y de gobernadores regionales) y Perú (país en el que la crisis de los partidos tradicionales cala hondo y sectores de centroizquierda cuentan con un caudal de votos considerable) son, aunque no las únicas, las más relevantes en este sentido.

Una cuestión en ocasiones no contemplada por quienes postulan esta salida es la ausencia de condiciones estructurales u «objetivas» (y, parcialmente, también subjetivas) para replicar o dar un nuevo impulso a proyectos de este tenor. Por un lado, debido a que el contexto global dista de asemejarse a aquel en el que se inscribieron y apoyaron los gobiernos surgidos en el CINAL, signado por un alto precio de los commodities y un transitorio «bonapartismo internacional», que garantizó una reversión relativa del tradicional balance negativo en los términos de intercambio, fungiendo de base material de la recuperación de ciertos márgenes de acción autónoma de los Estados latinoamericanos (Thwaites Rey y Ouviña, 2019).

Lo que en algún momento se concibió como fortaleza «neodesarrollista» resultó ser, en rigor, un parcial y momentáneo contexto de bonanza, cuya contracara fue una precariedad estratégica que agudizó la inserción subordinada y la mayor dependencia con respecto al mercado mundial constituido y a los vaivenes del precio internacional de los bienes naturales, que a los efectos de garantizar una ampliación de la ciudadanía por la vía del consumo, multiplicó zonas de sacrificio, migraciones forzadas, fractura de ecosistemas, superexplotación de la fuerza de trabajo, desestructuración de lazos comunitarios y violencia sobre los cuerpos-territorios.

Por otro lado, estas políticas ya no gozan con tantos niveles de confianza ni consensos equivalentes a la coyuntura de auge del CINAL a raíz del creciente descontento y malestar provocado por la secuelas económicas y socioambientales que trajo aparejado el extractivismo, hoy acrecentado por la mayor visibilidad y desprestigio que ha cobrado el nexo causal entre, por un lado, la acumulación por despojo en base a la desarticulación de hábitats de cientos de especies silvestres, la alteración sustancial del clima y la imposición global de agronegocios y megafactorías y, por el otro, la proliferación de enfermedades y numerosas cepas patógenas que se irradian a escala planetaria, tal como ha ocurrido con el COVID-19 y otras enfermedades precedentes.

La cría industrial de animales, en particular, a través de la cual millones de seres vivos son producidos como mercancía en un contexto de hacinamiento, uso indiscriminado de antibióticos y sufrimiento extremo, tiene como contracara necesaria no solo una evidente debacle ambiental de dimensiones geológicas, sino la multiplicación de zoonosis, por lo que es factible que a esta pandemia le sucedan en un futuro cercano otras de igual o mayor magnitud.

A su vez, una limitación adicional del progresismo, que hoy busca nuevamente reconstruirse, es aquella emparentada con lo que Gramsci (1984) definió como «estadolatría». Este enamoramiento del poder estatal, en el sentido estricto del aparato gubernamental, redundó en un recambio de élites y funcionarios durante el auge del CINAL vis a vis los partidos tradicionales y de viejo cuño, pero se asentó sin embargo sobre el no cuestionamiento de los pilares básicos de la democracia representativa liberal burguesa, y tuvo como preminencia lo que el marxista italiano caracterizó con el término de «pequeña política». Combinadas con la tendencia a enaltecer «hiperliderazgos» individuales difíciles de relevar o sustituir en puestos claves del ejecutivo, que por cierto eclipsaron la constitución de sujetos políticos colectivos plausibles de perdurar en el tiempo más allá –y por fuera– de los altibajos electorales, estas características resultaron casi sin excepciones un punto débil en común de los progresismos.

Es decir, se tornó habitus el conjunto de prácticas y modos del quehacer político que se encapsulan en el día a día de la gestión institucional y el respeto de la juridicidad burguesa, asumiendo con resignación el orden dominante e intentando adecuarse a él más que enfrentarlo; aquel que lejos de trastocar las estructuras económico sociales y aspirar a crear nuevas relaciones, las conserva y defiende, haciendo de la intriga entre facciones, el posibilismo y la disputa electoral un pivote central de la lucha, acotada a consolidarse al interior de un equilibrio de fuerzas ya constituido.

Aunque no podemos adentrarnos aquí en sus luces y sombras, en el balance referido a la dialéctica entre «poder propio» y «poder apropiado», estas experiencias desestimaron toda crítica integral al capitalismo y tendieron a privilegiar la subordinación a las reglas de juego del régimen democrático burgués, haciendo un uso particular –sin ninguna vocación real de ruptura– de la institucionalidad estatal heredada del neoliberalismo (o sea, de porciones de poder capturadas de manera coyuntural y por la vía electoral), lo que redundó en una fragilidad extrema de los proyectos que pretendían edificar.

Frente a él, las revueltas de 2019 y 2020 delinean un tercer escenario, en tanto procesos de masas que se despliegan desde abajo y en abierta confrontación con respecto a los aparatos estatales en su dimensión represiva, burocrática y delegativa, incluyendo en esta dinámica de impugnación también al conjunto de la casta o élite política. A pesar de las alzas y reflujos vividos, estos levantamientos parecen sugerir una alternativa que, lejos de reeditar el ciclo progresista, privilegia una estrategia de construcción con mayor potencialidad antisistémica, en la medida en que amplían lo público más allá de lo estrictamente estatal, despuntan destellos de una nueva hegemonía y desmonopolizan la agenda sociopolítica a partir de nuevas formas de experimentación de la toma de decisiones colectiva y la reproducción de la vida en común.

Esta posible salida de la crisis remite a procesos de mayor radicalidad y ruptura con el orden neoliberal y también en abierta confrontación con las formas de dominación colonial, patriarcal y capitalista, lo que por supuesto incluye aquellas dimensiones del armazón estatal en sus estructuras más conservadoras y opresivas (aquellas que favorecen desde una «selectividad estratégico-relacional» a los intereses capitalistas e involucran un sesgo ineludible de clase, raza y género), aunque sin desestimar la posibilidad de un proceso refundacional  y de reinvención del Estado, ampliando las facetas que implican una parcial cristalización de conquistas y beneficios para las clases subalternas y pueblos latinoamericanos.

Partimos de no concebir a la estatalidad como un bloque monolítico y sin fisuras, cual fortaleza enemiga que sería totalmente externa y ajena a los sectores oprimidos, pero al mismo tiempo creemos que es preciso no caer en el peligro simétrico de caracterizarla en clave instrumental (vicio recurrente de los progresismos), en tanto instancia neutra que puede «utilizarse», sin más, para hacer avanzar un proyecto emancipatorio del tenor que expresan las luchas y resistencias contemporáneas en América Latina.

Recuperar la dialéctica entre reforma y revolución, revitalizar la articulación de luchas dentro, contra y más allá del Estado, en función de una delicada pero osada combinación de reivindicaciones desde abajo, confrontación y movilización callejera, en paralelo al sostenimiento de dinámicas organizativas autogestionarias y de construcción de poder popular territorializado, que eviten el «encapsulamiento», erosionen la hegemonía capitalista y patriarcal y no teman generar rupturas radicales ni desatender horizontes de posibles procesos constituyentes en sintonía con la plurinacionalidad, la soberanía alimentaria y el buen vivir, es un desafío que depara el actual escenario continental y global.

Conclusiones finales (para un nuevo comienzo)

En medio de un panorama por demás incierto a nivel regional y mundial, el debate que subyace a este contexto inédito es, por lo tanto, en qué medida aquellas luchas callejeras, levantamientos populares y huelgas políticas de masas que se vivencian desde 2019 y se han reactivado parcialmente este 2020 en un crisol de territorios de América Latina y el Caribe, implican una crisis orgánica en los países en los que acontecen, y hasta qué punto estamos en presencia de un cambio de la relación de fuerzas a escala continental.

Más allá de los claroscuros y contrastes en cada bloque histórico, no caben dudas de que parecen haberse reanudado las resistencias y luchas que dieron origen al CINAL a finales de los años 80 y principios de los 90, en este caso en realidades donde la mercantilización y precariedad extrema de la vida, han tenido como contracara Estados profundamente autoritarios, así como formas veladas y/o abiertas de violencia paraestatal («ilegales», aunque en connivencia con, y apuntaladas por, ciertas estructuras estatales linderas con la criminalidad) que ejercitan de manera cada vez más enconada el dominio y la coerción al ver erosionado el consenso y la hegemonía neoliberal que, hasta hace poco tiempo atrás, parecían incólumes.

Al mismo tiempo, en aquellos países donde se vivieron procesos de gobiernos con mayor o menor intento de distanciamiento/ruptura respecto del recetario neoliberal más crudo, el ciclo de auge de movilización y participación activa tuvo, con el correr de los años, su declive y reabsorción por mediaciones institucionales, al compás de la recomposición hegemónica o bien de una cierta cohabitación con el orden capitalista, a pesar de lo cual se lograron materializar en una serie de conquistas parciales, tanto sociales como políticas, bajo la modalidad de políticas públicas tendencialmente universales y la ampliación parcial de derechos, que hoy en día constituyen un piso fundamental en términos simbólico-materiales, muy distinto al momento de derrota defensiva de los años noventa.

Además, los pueblos, comunidades y movimientos sociales acumularon experiencia y formatos organizativos en los que apoyarse para activar la rebeldía y la confrontación ante medidas regresivas que en la actual coyuntura se intentan en su contra, lo que conforma un escenario bastante diferente al inaugurado a finales de los años ochenta en la antesala del CINAL (Ouviña y Thwaites Rey, 2018).

Por ello no resulta aventurado afirmar que las intensas jornadas de simultáneo desgarramiento y universalidad vividas en 2019 y 2020, verdaderas «fiestas de la plebe» al decir de René Zavaleta, abrieron una hendija privilegiada que amplió el horizonte de visibilidad de los pueblos y clases subalternas del Sur global, haciendo posible un ejercicio catártico de (auto)conocimiento colectivo de gran parte de lo que anteriormente se encontraba vedado.

La politización de la vida cotidiana que impuso la pandemia y la expansión de nuevos imaginarios políticos que aspiran a revolucionarlo todo contrasta con el realismo capitalista y un estado de excepción permanente que pretende apuntalarse como sentido de inevitabilidad y destino inexorable para la región. Pero esta crisis que sacude hoy a buena parte de América Latina y otros puntos del planeta, jamás debe leerse como garantía de triunfo, ni tampoco en una clave derrotista. Más bien cabe pensarla en tanto escuela de conocimiento e instante anómalo en la vida social, que como vimos puede deparar diferentes y hasta contrapuestos escenarios posibles.

Quizás valga la pena recuperar de la cosmovisión andina la metáfora y figura del Pachakuti, que involucra una doble significación de suma actualidad: remite a un cambio de época de carácter integral, un giro, revuelta o dislocamiento espacio-temporal que puede implicar tanto catástrofe como renovación y discontinuidad, colapso o bien una inversión radical del orden existente.

El contexto por el que transita América Latina nos habla acerca de esta doble posibilidad en ciernes. Por un lado, la amenaza certera del advenimiento de un mundo distópico, de contrarrevolución preventiva, militarización de territorios, proliferación de enfermedades, fascismo societal, degradación ecológica y extractivismo recargado; por el otro, la conciencia anticipatoria cifrada en la insurgencia popular, la politización de masas, el relevo múltiple y el buen vivir. Frente a esta disyuntiva, no cabe sino apelar una vez más a la desmesura, para avivar la llama de la rebeldía y ayudar a parir aquello que no termina de (re)nacer. Porque a pesar del llanto por quienes han caído en los estallidos de 2019 y 2020, esos fuegos todavía resplandecen en nuestras pupilas.

Fuente: Jacobin

Notas

[1] Retomamos el concepto de irradiación, recreándolo, del marxista boliviano René Zavaleta (1986), para quien remite a la capacidad de una fuerza social o grupo subalterno, de incidir más allá de su entorno inmediato, con el propósito de aportar a una articulación hegemónica que trascienda su condición particular y sus exigencias específicas. En este caso, planteamos como hipótesis que las primeras rebeliones populares operaron en esta clave a nivel continental e incluso global.

[2] Si bien no podemos profundizar en su análisis, es interesante mencionar que Zavaleta destaca -de manera precursora ya en los años ochenta- como posibles núcleos de intensidad democrática tanto al movimiento indígena como al feminismo. Aquí retoma, por cierto, al marxista italiano Antonio Gramsci, que habla de núcleos de irradiación en sus notas carcelarias.

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Fuente: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2021/02/25/estados-alterados/

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La educación neoliberal en tiempos de pandemia: una mirada desde las pedagogías críticas

Por: Karen Campos Rodríguez

Resumen

El presente análisis tiene como objeto dar a conocer la importancia que tiene la praxis de las pedagogías críticas en materia educativa a nivel internacional, ya que la influencia del neoliberalismo en la práctica docente, ha repercutido desfavorablemente en los procesos educativos de distintas naciones ante el corporativismo de Estado, cuya finalidad es crear condiciones en las aulas que propicien  los procesos productivos a través de la capacticación, y que a su vez incentiven la oferta y la demanda en el mercado laboral, donde el valor de los seres humanos se conceptualiza como  plusvalía, midiendo el esfuerzo y la cognición a través del merito y no de acuerdo a los procesos de formación académica o de sus capacidades, dando como resultado, la marginación y el rezago en los grupos sociales más vulnerables, mismos que son lo que menos oportunidades tienen de inserción social y a una educación digna y de calidad.

Aunado a lo anteriormente expuesto, la brecha de la desigualdad en el contexto educativo es abismal y quedó potencialmente al desnudo ante la pandemia ocasionada por el SARSCoV-2 o mejor conocido como COVID-19, ya que, ante el cambio repentino de clases presenciales a clases remotas de emergencia como lo ha mencionado en distintas participaciones el Doctor Manuel Gil Antón, profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México (COLMEX), se evidenciaron los grandes vacíos que el neoliberalismo ha dejado en materia educativa.

Palabras claves: Pedagogías críticas, neoliberalismo, corporativismo, meritocracia, docentes y estudiantes.

 

Abstract

The present analysis aims to show the importance of the praxis of critical pedagogies in educational matters at the international level, since the influence of neoliberalism in teaching practice has had an unfavorable impact on the educational processes of different nations in the face of corporatism. of State, whose purpose is to create conditions in the classrooms that promote productive processes through training, and that in turn encourage supply and demand in the labor market, where the value of human beings is conceptualized as surplus value, measuring effort and cognition through merit and not according to the academic training processes or their capacities, resulting in marginalization and lag in the most vulnerable social groups, which are the ones that have the least opportunities to social insertion and a decent and quality education.

In addition to the above, the inequality gap in the educational context is abysmal and was potentially exposed to the pandemic caused by SARSCoV-2 or better known as COVID-19, since, in the face of the sudden change from face-to-face classes to remote emergency classes as mentioned in different participations by Doctor Manuel Gil Antón, professor-researcher at the Center for Sociological Studies of the Colegio de México (COLMEX), the great gaps that neoliberalism has left in educational matters were evidenced.

Keywords: Critical pedagogies, neoliberalism, corporatism, meritocracy, teachers and students.

 

Presentación

Antecedentes históricos

Históricamente, desde que la humanidad comenzó a relacionarse a través de fuerzas productivas, las clases sociales significaron un obstáculo para quienes no pertenecían a los grupos priviligiados del poder político, económico, comercial, cultural y educativo. Sin embargo, la Revolución Industrial marcó significativamente el destino del contexto internacional, ya que el desarrollo tecnológico trajo grandes avances, pero a su vez, graves consecuencias que atentaron con los derechos y dignidad de los grupos más vulnerables de la Sociedad Internacional.

A partir de dicho suceso histórico, la gobernanza mundial quedó a merced del capital, y la ganacia se concibió como sinónimo de éxito con la incorporación del trabajo del hombre en los procesos productivos. Sin embargo, el hartazgo social, resultado del liberalismo económico avasallante para la clase trabajadora, trajo consigo movimientos sociales en Europa del Este, mismos que culminaron con la Revolución Rusa de 1917, parteaguas de un contexto mundial con carga ideológica antagónica.

Ante el fracaso del liberalismo clásico en el periodo de entreguerras, se acuñó la reinvención de un nuevo capitalismo, pero ahora con la intervención del Estado como encargado de crear políticas públicas corporativistas a finales de la década de los setenta, mejor conocido como Neoliberalismo, cuya expansión tomó mayor relevancia con la caída del muro del Berlín, lo cual, significó el fin de un mundo bipolar y el predominio de un sistema que marcó una gran brecha de desigualdad social y falta de oportunidades para los grupos más vulnerables hasta nuestros días.

En el neoliberlismo, los seres humanos representan un número en las estadísticas del escenario global, es por eso, que la educación dejó de ser relevante para el sistema como un derecho por medio del cual, las sociedades a través del conocimiento transformen la realidad de sus contextos, sino que, su plusvalía está orientada a la incorporación en el mercado laboral para incentivar los flujos de capital financiero y la automatización de los procesos productivos, así como, el corporativismo académico.

 

El mundo ante la pandemia

A finales de 2019, el contexto mundial interactuaba en aparente normalidad a pesar del evidente debilitamiento del sistema internacional neoliberal, sin embargo, en el mes de diciembre se dio a conocer a través de distintos medios de información, que una epidemia originada en un mercado de animales en Wuhan, capital de la provincia de Hubei en China central, ocasionada por un nuevo coronavirus SARSCoV-2 o mejor conocido como COVID-19, estaba situando en alerta a los países cercanos al continente asiático.

Ante una sociedad internacional incrédula y la expansión acelerada de un virus fuera del continente y de mortales proporciones, la Organización Mundial de la Salud (OMS), anuncia al mundo que la epidemia, debido a los ritmos de contagio y como medida de prevención de acuerdo a los protocolos internacionales, se declara como pandemia el 11 de marzo del 2020.

Fue hasta ese momento, que se desnudó dramáticamente el rezago y las grandes desigualdades en el contexto educativo a nivel internacional.  El virus sólo evidenció un sistema escolar mundial fracturado desde hacía décadas, cuyos principales actores: estudiantes y docentes, quedaron a la deriva y sólo como espectadores de los planes emergentes por parte de las autoridades educativas de diversos Estados, cuyo resultado ha sido exclusión, la gran brecha de la desigualdad, abandono escolar y adoctrinamiento, pero ahora, de manera no presencial, materializando así, la pedagogía del oprimido de Paulo Freire (2005), hoy más vigente que nunca.

El derecho a la educación universal ante la digitalización de la educación

A pesar de los aparentes esfuerzos de distintas instituciones educativas de todos los niveles escolares por proyectar a la sociedad internacional que habría continuidad del ciclo escolar en una “nueva normalidad” virtual, los procesos de enseñanza-aprendizaje en América Latina y en otras partes del mundo, parecieran predestinados a la memorización enciclopédica, la repetición, la estandarización de las herramientas pedagógicas y la meritocracia con carácter cuantitativo, cuyo objetivo, es dar continuidad al nuevo paradigma internacional impuesto por los organismos internacionales para satisfacer los intereses del corporativismo mundial, a través de estadísticas que sólo recrudecen la realidad y que omiten las necesidades de los grupos más vulnerables de cada Nación, violentando así, el derecho a la educación fundamentado en el artículo 28 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Ante un panorama internacional de incertidumbre y escepticismo, la democratización de la educación es una necesidad inmediata para salvaguardar y reincorporar socialmente a los explotados y oprimidos, ya que es inconcebible  que el escenario para que se desarrollen las condiciones de aprendizaje, la construcción del conocimiento y la formación de ciudadanas y ciudadanos críticos, basado en las pedagogía críticas, sean a través de medios, donde las y los estudiantes sólo son receptores de información y la instrucción para que adquieran hábitos que los conduzcan a la ignorancia, cuya única esperanza, son las voluntades y la vocación de las y los docentes, que a través de alternativas como, la didáctica comeniana, pero en la nueva era digital, generen estrategias que conduzcan a la formación y no a la capacitación de los estudiantes, mediante herramientas efectivas y una pedagogía  homologada para transformar el contexto y dejar atrás las prácticas obsoletas que el neoliberalismo impuso desde hace décadas.

Por otra parte, el Estado debe garantizar el acceso al uso de las tecnologías de la información a las y los estudiantes de todo el país, sobre todo a los que viven en zonas marginadas, poblaciones rurales e indígenas, mismas que son las que menos alcance tienen a una educación digna y menos oportunidades para tener mejores condiciones laborales y de vida, en virtud de que los nuevos procesos educativos, a través del uso de herramientas tecnológicas sean un derecho y no un privilegio exclusivo de quienes ostentan el poder económico.

Si bien, el mundo ha cambiado significativamente en los últimos meses, los procesos educativos a nivel internacional se han esquematizado a través de prácticas tecnológicas impuestas por quienes controlan las decisiones al exterior e interior del Estado, dando por hecho, que toda la población estudiantil tiene acceso a la compra y el manejo técnico de un dispositivo para interactuar a distancia y en la virtualidad, así como, la unificación de un lenguaje tecnológico, mismo que sólo ha propiciado que la brecha de la marginación, el abandono escolar y la desigualdad sea escandalosamente preocupante, ya que, si a ello sumamos el panorama  económico poco alentador por la grave recesión que se avecina, misma, que de acuerdo a expertos tendrá repercusiones económicas más catastróficas que las acontecidas en la década de los años treinta, cuyo impacto más severo, se verá reflejado en el  incremento de millones de pobres y en pobreza extrema, en ese contexto, será muy difícil para muchos continuar el paso que implica el proceso de aprendizaje basado en el uso de herramientas tecnológicas; de la disposición del Estado dependerá crear las condiciones presupuestales que implica el aseguramiento del acceso y derecho a una educación basada en un contexto digital gratuito, así como, dignificar la inclusión que ha quedado de manifiesto sólo en la retórica y minimizar el impacto para las comunidades más vulnerables, porque los discursos son parte de la historia, pero las acciones serán decisivas para transformar el futuro inmediato.

Las pedagogías críticas y el neoliberalismo educativo en la nueva normalidad

El neoliberalismo se define como la teoría política y económica que tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado de acuerdo a la concepción del diccionario de la Real Academia Española (RAE 2020).

El Neoliberalismo es en esencia, el nuevo rostro del viejo capitalismo, mismo que históricamente tuvo sus orígenes con los mercaderes venecianos y cuyo mayor esplendor durante el periodo de la Revolución Industrial –finales del siglo XVIII- cuya característica más importante fue la creación de la máquina de vapor, la cual logró perfeccionar las herramientas que aceleraron los procesos de producción en serie, aunado a ello, se dio el descubrimiento de la electricidad, lo cual incentivó la producción industrial para cubrir las necesidades humanas con fines de lucro.

Durante el siglo XIX se desarrollaron y modernizaron los procesos de manufactura a gran escala y la sobreproducción tuvo que ser atendida de manera inmediata, por lo que se crearon las primeras estrategias de comercialización para incentivar la venta de productos e inducir a las sociedades al consumismo, es decir, comprar más de lo que se necesita.

En el contexto internacional, al finalizar la Segunda Guerra Mundial se acrecentaron las desigualdades sociales, sobre todo en lo que respecta a cuestiones laborales, por lo que la actividad sindical y la expansión del socialismo a nivel mundial se situaron como una seria amenaza al capitalismo mundial, el cual, ya había tenido periodos de colapso, por lo que, algunos Estados intervinieron en la economía con programas de bienestar social para regular los mercados internacionales.

Entre 1945-1947, con el inicio de la Guerra Fría se gestó el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y, dando fin a los programas de bienestar social, ya que occidente buscaba el control económico, comercial y financiero internacional a través de la deuda externa adquirida por los países periféricos con los organismos multilaterales, mediante un comercio y políticas económicas desiguales.

Es así como surge el neoliberalismo, es decir, la reinvención del viejo capitalismo con un nuevo nombre hacia finales de los años setentas, como una estrategia para contrarrestar la crisis del sistema occidental, cuyo origen reside en los países más avanzados y promovido por las grandes elites del capital financiero y monopólico transnacional, acumulando la riqueza en una minoría y obligando a los países débiles, bautizados como “emergentes” a poner en práctica políticas que culminan con el empobrecimiento acelerado de la población.

El neoliberalismo transforma todo en mercancía, incluyendo a los seres humanos, mercantilizando los servicios básicos, y lo más importante del presente análisis, considerando que es el factor del desarrollo de una nación, la educación.

Las pedagogías críticas tienen como objeto, crear las condiciones para un desarrollo en el mercado laboral bajo la premisa de la libertad, donde el pensamiento no se vea abrumado por las intenciones del liberalismo económico, cuya conceptualización de “progreso”, es el disfraz del neoliberalismo y la globalización.

En el neoliberalismo, la libertad no es un concepto real, tanto para las y los docentes como para los estudiantes, ya que, esta representa una amenaza para el sistema educativo, debido a que formaría individuos valientes y progresistas. Por lo tanto, para minimizar el impacto del sistema en el ámbito académico, la construcción del humanismo es un mecanismo de transformación en la libertad, ya que el trabajo intelectual transforma las relaciones sociales entre todos los integrantes de la sociedad, y para materializarlo se deben asumir compromisos en las aulas.

Entre las grandes contradicciones del neoliberalismo en materia educativa, es que muchas de las y los docentes están saturados de una ideología liberal, en lo que al campo conservador de la educación se refiere, es decir, se limitan a cumplir con los planes y programas de estudio alineados al contexto internacional, para inconscientemente contribuir a la precariedad en el sector. Dicha situación lleva consigo, represión en la enseñanza-aprendizaje y el corporativismo del plan de estudios, es decir, los Estados promotores del liberalismo económico, son los responsables de los estándares internacionales y todas las regulaciones que ello conlleva, por lo tanto, la educación es considerada como un subsector de la economía.

Actualmente las agendas internacionales en materia educativa, las condiciona los mercados financieros y comerciales, mismos que crean los patrones de las reformas educativas y permiten a la inversión privada a trazar la regulación en el sector, propiciando así, el ensanchamiento de la polarización de clases sociales.

Mientras, quienes ejecutan las directrices del neoliberalismo, buscan un ataque presupuestal en contra de las escuelas públicas, comenzando a definir el éxito académico relacionado a la acumulación de capital y a cubrir las expectativas de los mercados, laboral, financiero y comercial,  por eso, la mayor parte de las reformas educativas contemporáneas no tienen objetivos sociales, sólo burocráticas y administrativas, despojando a las y los docentes de sus grandes capacidades a favor de la tecnocracia, convirtiendo a las y los docentes en trabajadoras y trabajadores de escritorio e impartiendo cátedra con visón corporativista, a tal grado, de que gran parte de la comunidad estudiantil, así como las y los egresados creen en el discurso dominante y no distinguen la auto represión. Dicha situación genera grandes vacíos de concientización, empobreciendo sus habilidades, pensamiento y la degradación de sus talentos.

La praxis de las teorías críticas

Por su parte, McLaren (2005) afirma que hoy más que nunca necesitamos aplicar pedagogías críticas capaces de contrarrestar el neoliberalismo contra la educación escolar, lo cual significa que las y los docentes se deben de autoevaluar constantemente, con el objetivo de no formar parte de la desigualdad académica propiciada por la mercantilización, mediante el desarrollo de una resistencia intelectual encaminada a la liberación.

En la actualidad, el mundo se ha caracterizado por la mercantilización del aprendizaje, la Sociedad Internacional se han obstinado en privatizar la educación pública, ejemplo de ello, es el surgimiento de centros educativos sin un estricto control en apego a la legalidad y a los requerimientos básicos que debe de cumplir un espacio de aprendizaje, propiciando el surgimiento de escuelas de muy baja calidad formativa, el abaratamiento intelectual y generando ganancias millonarias a los que lucran con el sector, además de su estrecha relación con las casas editoriales y las evaluaciones estandarizadas que buscan medir el conocimiento temporal y memorístico, y no una comprensión y razonamiento del aprendizaje.

Por lo tanto, las pedagogías críticas deberían de considerarse como una estrategia que impulsen la transformación de los espacios educativos, en contextos de liberación y con ello, contrarrestar el impacto desafortunado del proceso de mercantilización en la educación, donde lejos de crear espacios instruccionales, se fomenten nuevas formas de construir un contexto sin dominación de ningún tipo y materializar la igualdad de derechos y oportunidades.

Económicamente, las pedagogías críticas buscan darle poder a la sociedad, mediante la reflexión de las prácticas que realizan en la cultura dominante, la cual se caracteriza además por ser clasista.

De acuerdo a Giroux en McLaren (2005), “El conocimiento emancipatorio, nos ayuda a entender, como las relaciones sociales son distorsionadas y manipuladas por las relaciones de poder y de privilegios.  También apunta a crear las condiciones, bajo las cuales la irracionalidad, la dominación y la opresión pueden se transformadas y superadas por medio de la acción deliberadas y colectiva propias de neoliberalismo” (p. 269).

La hegemonía educativa en el neoliberalismo, ha tenido gran fuerza dominante en todas las prácticas sociales de un Estado, si las aterrizamos en materia educativa, nos ayudará a entender la dimensión de la problemática, ya que el impacto de dicha movilidad social limita la vida de las y los estudiantes, individualizando su pensamiento y acciones, así como la formación de estructuras de las clases sociales.

McLaren (2005) menciona que: “la hegemonía es una lucha en la que el poderoso, gira el consentimiento de los oprimidos, mismo que ignoran los que participan en su propia opresión”. (p. 276).

 

El corporativismo educativo

La mercantilización de la educación ha propiciado que los grupos con mayor vulnerabilidad, encaminen sus propósitos de vida como punto de referencia en los simbolismos de visión de un mundo en común, ocultando sus verdaderos fines, por ello, las aulas deben de representar un espacio de resistencia para romper con esa coercividad dominante con rasgos antidemocráticos, opresivos y no transparentes, ya que en materia educativa hay una estandarización del pensamiento y los procesos.

Por lo tanto, el conocimiento en el sistema neoliberal, es un instrumento para ser dominado.

De acuerdo a Michel Foucault en McLaren (2005) “la educación neoliberal dicta las reglas por las cuales se forman los discursos, la reglas que gobiernan, lo que puede ser dicho y lo que debe de permanecer callado, quien puede hablar con autoridad, y quien debe de escuchar” (p. 284).

Por otra parte, el mercado laboral solicita entre los requerimientos para situar a las y los trabajadores en la función a desempeñar, el currículum vitae u hoja de vida, mismo que tiene como objetivo preparar a las y los estudiantes a ocupar dos posiciones laborales, subordinado o dominante, mismas que forman parte del discurso del neoliberalismo, cuya finalidad, es que la sociedad lo asuma como propio, sin embargo, así como dicho adoctrinamiento se ha vuelto una práctica común en las relaciones laborales.

En el neoliberalismo, el currículum forma parte de una tradición de la racionalidad instrumental, ya que, de acuerdo a la pedagogía crítica, es una forma de mirar al mundo en la que los fines están subordinados a los medios, en el cual, los hechos están separados de las cuestiones de valor, lo que resta importancia a los principios democráticos. Por lo tanto, el sistema dominante de los procesos de producción, alecciona al sector educativo para que éste permanezca implicado en el proceso de reproducción generacional, donde las escuelas en complicidad con el sistema lo conceptualicen como un modelo.

Dicho proceso, se gesta a través de la difusión de los medios masivos de comunicación y las instituciones sociales que han influido en la instrucción para que las y los estudiantes adquieran hábitos que los conduzcan a la ignorancia, por lo que sólo a través del conocimiento se cimentará las bases de los cambios sociales, donde las voluntades de las y los docentes empleen estrategias que conduzcan las relaciones sociales a través de herramientas efectivas y una pedagogía crítica homologada.

Por lo tanto, el mercantilismo en la educación no garantiza el desempeño académico por conocimiento o habilidades de las y los estudiantes, sino, el intercambio de capital material por un desempeño académico, cuestionable en muchos casos, ante un sistema injusto de relaciones sociales de poder económico, por lo que las y los estudiantes de la clase subordinada son menospreciados, situándolos en desventaja en el momento de obtener empleos bien remunerados. Por ello, los poderes a nivel internacional jerarquizan desde tiempos muy remotos a la sociedad en clases, así como estandarizan todo lo que esté a su paso.

Como ya hemos mencionado, el neoliberalismo dicta las pautas y procesos en materia educativa, por lo que, la meritocracia se convierte en un concepto que deben de asumir las y los estudiantes que deseen conducirse al éxito, de acuerdo a la concepción mercantilista, ello conlleva a perder la identidad para aprender a actuar y pensar de acuerdo a las prácticas estandarizadas, sin embargo, esto no suele significar el triunfo, ya que no se garantiza que las y los egresados conseguirán un buen trabajo. La mercantilización de la educación es sinónimo de jerarquización vocacional, misma que predestina a las y los estudiantes a competir en la desigualdad.

Actualmente, el conocimiento se ha tecnocratizado obstruyendo el verdadero objetivo del aprendizaje en el aula, ya que, es una nueva forma de neoconservadurismo educativo, donde el mercantilismo es una novedosa idea para predisponer a la comunidad académica a la meritocracia, convirtiéndose ésta en excluyente, ya que, las oportunidades son en proporción al poder económico, es decir, las y los estudiantes con desventaja económica se encuentran posicionados en el último escalafón en la escala de la meritocracia.

Noam Chomsky en McLaren (2005) dice que: “El éxito está también correlacionado con rasgos mucho menos sanguíneos, que la inteligencia, la manipulación, la codicia, la avaricia, la deshonestidad, el desatenderse con otros, y así lo demás” (p. 319).

Si bien, los usos de las tecnologías de la información han cambiado significativamente los procesos de aprendizaje en cuanto al acceso de la información, sin embargo, la esquematización tecnológica sólo ha enfatizado las prácticas dominantes.

Por eso es tan importante la pedagogía crítica entre los actores principales del contexto educativo (docentes-estudiantes), ya que son la voz para transformar las condiciones de la sociedad.

El sistema mundial, ha propiciado una ética obsoleta en las relaciones sociales, ya que todo se percibe a través de la materialización. En el neoliberalismo, las políticas públicas se gestan, reflejando objetivos de odio hacia los más vulnerables, donde muchos se han tenido que despojar de su identidad y su autonomía. El neoliberalismo educativo es un disfraz con pseudónimo de libertad, aunque en la realidad seamos presos de imposiciones y adoctrinamiento a través de la enseñanza.

La Revolución Industrial fue el eje medular de la mecanización de los procesos de producción; las grandes migraciones del campo a la ciudad, obligaron a los medios de producción a trasladar la capacitación de la mano de obra hacia la escuela, asumían que eso traería mayores beneficios y un ahorro significativo, puesto que las y los trabajadores serían moldeados de acuerdo al sistema educativo liberal, es decir, la mercantilización de la educación al servicio del capital.

La mercantilización de la educación, se ha conceptualizado como la interacción entre las y los profesores y estudiantes como mercancías, donde se instruye para robotizar el pensamiento capitalizado hacia los procesos de producción, ejemplo de ello, son los perfiles que en la clasificación de empleos de los diarios que circulan a nivel nacional o las páginas web que se dedican a la promoción de empleos; de modo que la educación se forja en un contexto lucrativo, sustituyendo el objetivo formativo a través de la tecnocratización, donde las y los estudiantes y docentes, son el medio y no el fin.

El neoliberalismo tiene como objeto la privatización en los distintos sectores de la economía, mismos en donde se promueve la idea de que la educación privada garantiza el éxito personal y profesional, por lo que el corporativismo en manos de empresarios e instituciones religiosas han contribuido al empobrecimiento y menosprecio de las y los estudiantes de escuelas públicas, así como, precariedad en las condiciones laborales de las y los profesores, quienes, en muchos casos tienen que invertir para asumir los retos que implica ser promotor del aprendizaje y el conocimiento en las escuelas privadas, ya que, muchas de ellas no proveen a las y los docentes de las herramientas suficientes para desempeñar su labor, a pesar de las ganancias que genera el lucro del derecho a la educación.

Paulo Freire (2005) en su libro La Pedagogía del Oprimido que: “La educación que se impone a quienes verdaderamente se comprometen con la liberación, no puede basarse en una comprensión de los hombres como seres vacíos quienes el mundo llena con contenidos; no puede basarse en una conciencia especializada, mecánicamente dividida, sino en los hombres como cuerpos conscientes y en la conciencia como conciencia intencionada al mundo” (p. 70).

El neoliberalismo es la reinterpretación más cruda del liberalismo clásico, cuyas repercusiones económicas y sociales han sido catastróficas para los grupos más vulnerables del contexto internacional. Visto desde su concepción etimológica más utilizada por distintos autores, la doctrina neoliberal ha logado convencer a los actores de las Relaciones Internacionales de, que el éxito es sinónimo de ganancia y productividad en el mercado global laboral, donde las economías más sólidas son quienes toman las decisiones del quehacer mundial.

El impacto del neoliberalismo en materia educativa, está condicionado a las decisiones del corporativismo de Estado y sujeto a los objetivos y metas de los organismos internacionales, mismo que a su vez, defienden los intereses de los dueños del capital financiero y del comercio internacional, se puede decir que, son relaciones de codependencia producto de la globalización y el flujo monetario.

Si bien, la mercantilización de la educación ha beneficiado el rol del Estado corporativista, ya que, ante la falta de capacidad para satisfacer las necesidades de la sociedad es su carácter de organización socio-política con poder soberano, ha cimentado e camino para que a través de la privatización, se cubran las demandas de una parte de la población que busca estatus en un contexto elitista y clasista o los que por falta de cobertura no tuvieron la oportunidad de incorporarse a la educación pública.

La tendencia del corporativismo educativo, está sujeta al lucro como objetivo principal, es el capitalismo cognitivo, cuya tendencia es al surgimiento acelerado de instituciones con poca o nula calidad formativa, corrupción entre autoridades y empresarios, endeudamiento para las familias que buscan incorporarse a la educación privada, ya sea, a través de las mismas instituciones o por financiamientos externos, marginación y olvido de las comunidades rurales e indígenas y clasismo mediático, a través de campañas que mercadean la consigna de éxito profesional basada en la capacidad de consumo, el mercado laboral y la banalidad, contrario a lo que debería de considerarse como fundamental académicamente, como lo es, la calidad formativa y la construcción del conocimiento a través de la ética y el aprendizaje colaborativo.

Por lo anteriormente expuesto, es que en las aulas se sigue fomentando la memorización enciclopédica y la obediencia, cuyo resultado ha sido el esperado por el corporativismo avasallante, una escolarización predestinada a la capacitación, la automatización en los procesos productivos, egresados acríticos, mediatizados y serviciales con un sistema que oprime las capacidades cognitivas, que subestima la inteligencia y que margina los sectores sociales más vulnerables, tanto na nivel nacional como internacional.

Cabe destacar que, evidencias de éxito inmersos en el sistema capitalista que vale la pena mencionar, como lo es, el famoso caso de los países nórdicos, específicamente lo referente al finlandés, los cuales tienen una educación pública de calidad en un sistema de libre mercado, sin embargo, la escuela mexicana, no tiene las condiciones más elementales, como alimentación, infraestructura e inclusión de personas con alguna discapacidad, sobre todo en las comunidades más alejadas, para poder implementar políticas públicas similares. Por lo anteriormente expuesto es, que las reformas educativas que se han implementado como novedosas, por el hecho de haber sido modelos ejemplares en otras naciones, han fracasado en nuestro país, debido a la abismal diferencia en cuanto a las condiciones sociopolíticas, económicas, culturales y hasta geográficas, arriesgando el futuro de generaciones de estudiantes, ya de por sí, con un panorama poco alentador.

La educación post-pandemia

Al hablar de neoliberalismo en materia educativa, cabe destacar que hay un antes y después del COVID-19, virus que dejó al desnudo los grandes vacíos del neoliberalismo en materia educativa, la fragilidad del mismo y la gran brecha en la desigualdad social que quedó al descubierto ante la contingencia sanitaria, en la que se implementaron directrices académicas de emergencia y con un impacto muy agresivo tanto para estudiantes de todos los niveles educativos, como para las y los docentes.

Es importante reconocer, revalorar y profesionalizar la labor docente desde un enfoque formativo de colaboración y no de autoritarismo en aras del desarrollo nacional. Asimismo, como promotores del conocimiento, tenemos que asumir la responsabilidad que implica nuestra vocación de servicio, con el compromiso de romper los eslabones de las cadenas de adoctrinamiento en las aulas, porque es ahí, el espacio donde se puede fomentar la libertad de pensamiento crítico, liberar el talento, proponer soluciones a problemáticas sociales, así como, crear ambientes y comunidades de aprendizaje en beneficio de la justicia social, desde una base sólida de pluralidad, equidad, igualdad de derechos y oportunidades, con la visión de las teorías pedagógicas libertadoras, constructivistas, humanistas y socioculturales.

La educación en tiempos de pandemia ha dejado abiertas distintas líneas de investigación, sin embargo, es importante reflexionar partiendo de la duda, de acuerdo a la retórica de quienes emiten los discursos, cuál es el papel que debemos de asumir las y los docentes en las aulas acerca del uso de herramientas pedagógicas eficaces y eficientes en todos los niveles educativos, cuyo objetivo sea, minimizar las secuelas de adoctrinamiento emitidas por la televisión u otros medios de comunicación audiovisual, donde los estudiantes se vuelven sólo receptores de la información, creando un ciclo de repetidores limitando así, sus capacidades intelectuales y creatividad.

Si bien, la tecnología nos superó a las mayorías, pero debemos de asumir la postura de que la “nueva normalidad” en el contexto internacional, incluye la digitalización de los procesos escolares para todas y todos los involucrados, esto se suma a una serie de problemas entre lo académico y la burocracia, ya que, el proyecto de nación en materia educativa se estancó nuevamente, por lo que, debemos hoy más que nunca cuestionar y levantar la voz para las autoridades asuman el compromiso de escuchar y materializar las necesidades de los principales actores del proceso educativo. Las transnacionales harán todo lo posible por renovar el capitalismo bajo un nuevo pseudónimo ante la incertidumbre.

Tan sólo para tener una idea de lo que depara el futuro inmediato, el único país que tendrá crecimiento económico, será China con un 1.9% de acuerdo al Banco Mundial, mientras, 45 millones de personas en el mundo serán parte de las estadísticas de pobreza y 28 millones en extrema pobreza, un panorama nada alentador.

La reconfiguración del contexto internacional, a través de los líderes que ostentarán la carrera por la hegemonía mundial, impondrán nuevos procesos en el ejercicio de las Relaciones Internacionales, la nueva realidad es aún de gran incertidumbre, sin embargo, los promotores del capitalismo, a través de una nueva retórica y del avance de la tecnología en los procesos educativos, buscarán afianzar el control del contexto mundial, dependerá del magisterio, salvaguardar los objetivos de las pedagogías críticas y la democratización educativa.

La revolución intelectual en las aulas, a través del conocimiento y la conciencia crítica, son estrategias para desmontar toda aquella institución represora de la libertad del pensamiento.

Las y los docentes tenemos la responsabilidad de percibir que formamos parte de la clase trabajadora y desde esa postura asumir la responsabilidad social de nuestra profesión.

Tenemos que replantearnos como objetivo, revalorizar la figura de las y los docentes a nivel internacional, pero eso implica un gran compromiso social, porque la pandemia también ha evidenciado la falta de humanismo, sensibilidad, empatía, solidaridad y vocación por parte de muchos docentes.

Fuentes:

Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española, Neoliberalismo. (24 de noviembre de 2020). Obtenido de https://dle.rae.es/neoliberal

Freire, Paulo (2005). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI

McLaren, P. (2005). La vida en las escuelas. Traducción al español, México: Siglo XXI editores, S.A. DE C.V. Recuperado de https://www.uaeh.edu.mx/profesorado_honorario_visitante/peter_mclaren/presentaciones/LA%20VIDA%20EN%20LAS%20ESCUELAS.pdf.

Organización de las Naciones Unidas, A. G. (10 de diciembre de 1948). Declaración Universal de los Derechos Humanos. (pág. 9). París: https://www.un.org/es/universal-declaration-human-rights/.

Organización Mundial de la Salud. OMS. Los ambientes escolares y la capacidad para mantener las medidas de prevención y control de la COVID-19. (15 de mayo de 2020). Obtenido de https://www.who.int/docs/default-source/coronaviruse/risk-comms-updates/update-26-re-opening-schools-es.pdf?sfvrsn=b696b059_4

Fuente: La autora escribe para OVE

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Mundo: El trabajo infantil amenaza con extenderse por América Latina por la pandemia

Mundo/América Latina/19-02-2021/Autor(a) y Fuente: lahora.com.ec

Autoridades de América Latina y el Caribe se comprometieron este jueves y extendieron su llamado para acelerar acciones que eviten un incremento de los 10,5 millones de niños que trabajan en la región debido a los efectos de la pandemia del coronavirus en las economías de los hogares más vulnerables.

Los presidentes de Colombia, Guatemala, Perú, así como representantes de Costa Rica y Jamaica respondieron de este modo al llamado de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para participar en el lanzamiento del Año Internacional de la Erradicación del Trabajo Infantil.

En un evento virtual, el director regional de la OIT, Vinicius Pinheiro, alertó que, a consecuencia de los efectos sociales y económicos de la pandemia, «en un año se puede retroceder los avances de una década» contra la explotación y el trabajo infantil.

La OIT estimó que el año pasado unos 300.000 niños y adolescentes «podían regresar al trabajo infantil por el impacto de la crisis».

En ese sentido, pidió a las autoridades de la región a tener «un compromiso sostenido del más alto nivel para poner fin al trabajo infantil» y apostar por acciones conjuntas para enfrentar este problema multicausal.

«Es tiempo de actuar de manera decisiva para mantener lo logrado, en lugar de retroceder», anotó Pinheiro.

A nivel mundial, el trabajo infantil se redujo en casi 100 millones de menores, entre el 2000 y 2016, y actualmente afecta a unos 150 millones de niños y adolescentes, según cifras de la OIT.

Niñas trabajadoras

Durante el evento, la activista peruana Sofía Mauricio dio un conmovedor testimonio sobre su propia vida como empleada doméstica desde los 7 años de edad, cuando dejó su humilde casa en la andina localidad de Cajabamba para trabajar en distintos hogares hasta llegar a la ciudad de Lima.

El trabajo en casas de extraños, donde recibía maltratos y violencia, «nos deja cicatrices y una generación sin el derecho de disfrutar de su niñez», afirmó Mauricio.

La pérdida del trabajo y el incremento del trabajo precarizado en los adultos por la pandemia, «tiene como resultado el incremento del trabajo infantil, donde muchos trabajarán solo por la comida», anotó la también directora del programa No Somos Invisibles.

Precisamente, la pérdida de empleos como efecto de la pandemia y el incremento de la pobreza monetaria podría afectar directamente a 51,6 % de la población infantil, anotó la secretaria ejecutiva de Cepal, Alicia Bárcena.

Efecto del cierre de escuelas

El cierre de escuelas tiene un impacto en la seguridad alimentaria de los niños de los sectores vulnerables y estas son «condiciones que aumentan las posibilidades de incorporación prematura de los niños al mercado laboral en condiciones precarias», indicó Bárcena.

«Al menos 109.000 a 320.000 niños podrían ingresar al mercado de trabajo sumándose a los 10,5 millones que ya están en trabajo infantil», estimó.

La Cepal, en conjunto con la organización de las Naciones Unidas, ha propuesto universalizar el acceso a la seguridad social, garantizar la educación para todos, sin discriminación, y con adaptación a las nuevas tecnologías, entre otros aspectos, para garantizar el mejor desarrollo de los niños en la región.

Colombia reduce cifras

El presidente de Colombia, Iván Duque, declaró que en su país unos 58.000 niños dejaron de trabajar, entre 2018 y 2019, reduciendo su tasa de trabajo infantil a 5,4 % de la población.

Con acciones como la capacitación y herramientas de registro de este flagelo, Colombia tiene a más de 11.000 menores registrados con la actividades que desempeñan y verificados para restablecer su derecho a la educación, indicó el mandatario.

Duque reiteró que su compromiso es impedir y erradicar esta actividad en su nación con miras al objetivo de desarrollo de las Naciones Unidas, de eliminar el trabajo infantil hacia el 2025.

Plan piloto en Guatemala

A su vez, el gobernante de Guatemala, Alejandro Giammatei, expresó que «ahora más que nunca, lucharemos porque nuestros niños puedan ser niños».

Giammatei resaltó que más del 33 % de su población es menor de 14 años y, por lo tanto, el Ejecutivo ha priorizado políticas y acciones que permitan alcanzar el desarrollo social de este sector.

El mandatario detectó la necesidad de ampliar la cobertura en educación y protección civil, pues ahora «se suman los desafíos derivados del Covid-19 que generan mayor vulnerabilidad», especialmente en la zona rural de su país.

Recordó que en 2020 su gobierno inició un plan piloto que incluyó el mapeo de programas dirigidos a la infancia y una política pública en municipios con el acompañamiento de la OIT.

Bicentenario sin trabajo infantil

Por su parte, el presidente de Perú, Francisco Sagasti, recordó que este año su país celebra el bicentenario de la independencia y expresó sus deseos de «confianza y esperanza en el futuro, que podamos consolidar el sueño libertario y lograr que los niños accedan al desarrollo pleno y seguro de toda su potencialidad».

Sagasti afirmó que Perú tiene una trayectoria sostenida en lucha contra el trabajo infantil, mediante la ratificación de los convenios de la OIT sobre la edad mínima para trabajar y sobre la erradicación de las peores formas de trabajo infantil.

«Estos compromisos están siendo implementados a través de la estrategia nacional para la prevención y erradicación del trabajo infantil», agregó.

Costa Rica comprometida

Por su lado, el vicepresidente de Costa Rica, Marvin Rodríguez, declaró que «un país que no protege a su niñez, es un país que compromete su futuro», tras señalar los esfuerzos que su nación realiza para alcanzar el referido objetivo de desarrollo.

«No es posible que se prive del derecho al estudio, se limite sus derechos plenos, con la intención de apoyar a sus familias. Esta situación agrava nuestra realidad en tiempos complicados», afirmó Rodríguez.

En tanto, el ministro de Trabajo de Jamaica, Karl Samuda, instó a las entidades privadas a unirse a la campaña «Jamaica dice no al trabajo infantil» y anunció una campaña integral de educación pública.

Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102340700/el-trabajo-infantil-amenaza-con-extenderse-por-america-latina-por-la-pandemia

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América Latina: Covid-19: la excusa para el retroceso en la protección de los pueblos

Varios países con grandes bosques, entre otras áreas naturales, han usado la pandemia del Covid-19 para justificar el retroceso en la protección territorial obtenida por los pueblos indígenas y forestales.

Respecto a dicha regresión, el jueves 18 de febrero se realizará el seminario web: “Retroceso de las salvaguardias sociales y medioambientales en nombre de Covid-19”.

Durante el evento se presentarán informes sobre la situación de los cinco países con más bosques tropicales: Brasil, Colombia, República del Congo, Indonesia y Perú, donde se experimentan estos cambios.

Dichos informes fueron realizados por Forest Peoples Programme (FPP), la Clínica Internacional de Derechos Humanos Allard K. Lowenstein de la Facultad de Derecho de Yale y la Universidad de Middlesex de Londres.

También, ayudaron investigadores locales con el objetivo de responder a las preguntas sustanciales como: ¿En qué medida los cinco países con más bosques tropicales están retrocediendo las salvaguardias sociales y ambientales?

Además, de ser esto verdad, ¿cuáles son, o pueden ser, las consecuencias negativas en términos de acaparamiento de tierras?

Para esta última cuestión, se señala que las consecuencias podrían ser abuso de algunos derechos y la deforestación en los territorios indígenas.

Foto: The Tenure Facility

Actualmente, los líderes reconocen cada vez más que los derechos a la tierra para las comunidades indígenas son un requisito previo para lograr los objetivos nacionales e internacionales de gobernanza.

Es decir, una gobernanza forestal, de seguridad alimentaria, de mitigación del clima, para el desarrollo económico y derechos humanos.

Durante el evento presentarán dichos informes, habrá un panel de discusión donde participarán representantes de estos cinco países y una sesión de preguntas y respuestas con la audiencia.

Cabe mencionar que el seminario se llevará a cabo en inglés y castellano.

El evento virtual se iniciará a las 10:00 am y terminará a las 11:30 am. ET. (4:00 a 5:30 PM CET). La transmisión global se realizará de manera online y para registrarse debe ingresar al siguiente enlace: aquí.

Fuente: Servindi

Imagen: Foto: The Tenure Facility

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Conferencia de Lino Morán: Pensamiento descolonial. Mundo

Mundo/América Latina/11/02/2021/Autor: Ferando Gómez/Fuente: OVE


El pensamiento descolonial es una tradición que surge en los orígenes mismos del pensamiento latinoamericano, y  surge de las luchas de nuestros pueblos de América Latina y el Caribe.


Este Martes 09 de febrero, la Alianza Pedagógica Social Internacional conformada por la CEIP-Histórica de Argentina, MAEEC-CLACSO de México, KAVILANDO de Colombia, MASA CRÍTICA de Panamá, RED GLOBAL GLOCAL por la Calidad Educativa de América Latina, SAVIA de Paraguay, Universidad de Panamá, CIPCAL de América Latina, KAICHUK MAT DHA de México, EMANCIPACIÓN de Chile, Mujer Pueblo Magisterio-CNTE-Durango de México, el Centro Martin Luther King de Uruguay y CII-OVE de Venezuela, dio por iniciado el Ciclo de Pensamiento descolonial con una conferencia del Dr. Lino Morán.

En la  moderación de la jornada estuvieron: María del Carmen López  Vásquez y Jorge Orozco León.

Las primeras palabras del conferencista fueron para “hacer un llamado continental a sumar esfuerzos para que aparezca con vida Carlos Lanz”, quien se encuentra desaparecido hace ya seis meses. “Lo necesitamos (con nosotros) y lo necesitamos vivo”, dijo.

Asumiendo que le tocaba introducir este tema, el Dr. Morán recordó que el pensamiento descolonial es una tradición que surge en los orígenes mismos del pensamiento latinoamericano, y que surge de las luchas de nuestros pueblos de América Latina y el Caribe

Enfocando en un debate germinal, respecto de la colonialidad, que tuvo como protagonista a Bartolomé de las Casas, avanzó la disertación recordando a Simón Rodriguez y a “el más universal de los cubanos” José Martí. Asimismo, fueron abordados en la disertación, aspectos del legado histórico de Juan Carlos Mariateguí y Franz Fanon.

Algunas ideas fuerza: descolonización y emancipación

 

El Dr. Morán consignó que aún en nuestra época en la que está en boga el pensamiento decolonial en nuestras universidades se  nos impone ser especialistas en el pensamiento europeo, esto en detrimento del pensamiento filosófico latinoamericano: “Absolutamente nada de contenidos contextualizados con la realidad latinoamericana”. “Es fuera de la universidad que se da el encuentro de nuestra inquietud desde el contexto cultural al que pertenecemos, (para poder) reflexionar sobre nuestra realidad”.

El Dr. Morán abordó con fuerza crítica las aristas del concepto y la problemática del racismo en su lugar fundante y rector de una imagen del mundo. El racismo está en el epicentro del surgimiento de la modernidad y de su racionalidad. El racismo sigue viviendo como un tributo a la racionalidad, una humanidad inferior que debe ser tutelada. Recordó que Simón Rodriguez plantea: “somos independientes pero no libres, para liberarnos debemos utilizar los argumentos de la razón”.

Respecto a José Martí recordó que: formula (en) su proclama argumentos que identifican cada uno de los puntos fundamentales que hoy recogen los intelectuales del movimiento descolonial. “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.

La exposición fue crítica, cruda y contundente: “desde nuestras universidades salen jóvenes que aspiran a gobernar un pueblo que no conocen”, aseveró.

Planteó el Dr. Morán que, en nuestras universidades el racismo y la negación de la alteridad, implican un programa político. Trajo a cuenta a J. C. Mariategui, reconociendo en su obra un marxismo no eurocéntrico; lo ubicó claramente en el camino de un pensamiento emancipador, libertario, descolonial, “el socialismo en América debe ser una creación heroica no (una) copia”. La educación tiene un espíritu colonial y colonizador que, podemos conjurar de los dichos de Morán: “(imponen) una racionalidad eurocéntrica (que manda) copiar la moda que se impone en Europa y Estados Unidos, como los métodos válidos para resolver los problemas actuales.

Sobre Franz Fanon y su invisibilización por la academia universitaria en Nuestra América

 

El Dr. Morán reconoció a Franz Fanon como uno de los intelectuales que la academia universitaria latinoamericana invisibiliza, o es referenciado muy tímidamente “No somos nada sobre esta tierra a menos que seamos en primer lugar esclavos de una causa, la causa de los pueblos, la causa de la justicia, la causa de la libertad”. Agregó el Dr Morán:  “estas son propuestas políticas, no son meras reflexiones ontológicas, sociológicas. Imponen una praxis política liberadora”.

Paulo Freire: el imposible olvido

 

No dejó pasar el Dr. Morán, la oportunidad de articular algunas ideas sobre Paulo Freire, pensador insignia de las luchas descoloniales de América Latina. Arriesgando tesis propias sobre el devenir del encuentro entre Freire y el descolonialismo. Los últimos minutos de la brillante exposición del Dr. Morán se convierten en material indispensable para orientarse en los debates más actuales de nuestro sur y del pensamiento descolonial, en lo que hace a su faz educativa (y liberadora) entre lo que está siendo negado y lo que necesita ser visibilizado.

“Soy de la tesis de que debemos alimentar el discurso decolonial con esa praxis política que nos lleva sin duda alguna al campo de batalla, ojalá sólo sea al campo de la batalla de las ideas, pero también al ejercicio cotidiano acompañando a los movimientos sociales, a los indígenas, a las organizaciones políticas, a los docentes organizados, en pro de emanciparnos,  que era el sueño y el anhelo que estaba presente desde Simón Rodríguez hasta nuestro querido maestro Paulo Freire”.

Luego de tan interesante recorrido el Dr. Lino Morán respondió, a pesar de algunos problemas de conectividad, preguntas que fueron formuladas por Mireya Zarate Velazco y Elpidio González Salazar.

La exposición, muy comprometida con el presente latinoamericano y en particular con el presente venezolano, tuvo la fuerza de la lucha y la denuncia contra los poderes opresores de nuestros pueblos.

A continuación, el video:

Fuente del Video: https://youtu.be/RskXScS0Oe0

Imagen: Alianza Pedagógica Social Internacional

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