Arabia Saudita/Febrero 2016/Autor: Francisco José Berenguer Hernández, IEEE/ Fuente:UNIDAD EDITORIAL INFORMACIÓN ECONÓMICA, S.L.U,
LA MONARQUÍA SAUDÍ ATRAVIESA POR MALOS TIEMPOS. EL INCREMENTO DE LA TENSIÓN CON IRÁN, EL CONFLICTO EN YEMEN, EL INVOLUCIONISMO POLÍTICO UNIDO A LOS PERJUICIOS ECONÓMICOS DERIVADOS DEL BAJO PRECIO DEL PETRÓLEO, EL IMPACTO MUNDIAL DEL TERRORISMO YIHADISTA Y LA CRECIENTE DESCONFIANZA OCCIDENTAL POR SU TRADICIONAL APOYO A LAS CORRIENTES MÁS INTEGRISTAS DEL ISLAM, ENFRENTAN A ARABIA SAUDÍ A UN DILEMA EN EL QUE PUEDE ESTAR EN JUEGO INCLUSO LA PROPIA SUPERVIVENCIA DEL RÉGIMEN.
El fallecimiento del rey Abdalá bin Abdelaziz al-Saud a principios del pasado 2015 y su sucesión por su hermano Salman bin Abdulaziz ha abierto una nueva etapa en la historia del reino, a pesar de los 79 años del actual monarca al acceder al trono. En ella eran de esperar ciertos cambios que parecían convenientes y aún necesarios para el país. No obstante, como no puede ser de otro modo en una nación tan extremadamente conservadora y arcaizante incluso dentro de los cánones regionales, las novedades experimentadas en el año transcurrido son menos relevantes de lo que cabría esperar, o bien se han desarrollado parcialmente en vectores distintos a los que pudieran parecer más previsibles. En conjunto se han producido novedades que pueden ser clasificadas como progresistas junto al mantenimiento o aún el endurecimiento de decisiones de signo contrario, es decir, claramente conservadoras.
Aquí se pretenden analizar unas y otras, incidiendo en factores como el petróleo como motor de la economía nacional, la evolución de la masa laboral saudí, la incipiente movilización social o el impacto de dichas decisiones en la imagen exterior de Arabia Saudí. Todo ello parece indicar que el régimen se enfrenta en estos momentos a un dilema, por lo que tendrá que adoptar decisiones esenciales que le permitan sobrevivir y asegurar la estabilidad nacional y contribuir a la misma a escala regional.
FACTORES DE CARÁCTER PROGRESISTA Y APERTURISTA
Así, en la línea ya marcada por el rey Fahd, que permitió el establecimiento de tropas occidentales en su territorio cuando consideró la seguridad del país amenazada, en un ejercicio de realpolitik frente a las voces más rigoristas que consideraban dicha presencia una profanación de los Santos Lugares del Islam, el nuevo rey Salman ha impulsado ciertas reformas en la aparentemente estática vida pública y política saudí. De este modo, el pasado 12 de diciembre de 2015, las mujeres saudíes acudieron por primera vez a votar, en unas elecciones locales en las que incluso pudieron presentarse como candidatas. A pesar de las estrictas limitaciones derivadas de la política de segregación de género, que ha impedido que las candidatas recibieran votos masculinos o que se dirigieran abiertamente a sus posibles electores, no cabe duda que se trata de un modestísimo pero a la par significativo avance en la consideración de la mujer en Arabia, que al igual que la presencia de tropas occidentales en su día, no ha dejado de contar con el rechazo de los sectores más conservadores de la sociedad saudí. Otro importante elemento de avance, orientado a una mejor distribución de la renta y los beneficios de un Estado tan rico entre sus ciudadanos, es el muy ambicioso programa de construcción y mejora de las infraestructuras del país, que se unen a las tradicionales políticas de subsidio que han mantenido un alto nivel de vida entre la población (52.300 dólares de renta per cápita frente a los 33.800 dólares de España, ambos en 2014), a pesar de la coexistencia de bolsas de pobreza menos conocidas, ya que no se disponen de datos que permitan elaborar el índice de Gini paraArabia Saudí. Otra mejora sustancial, no achacable desde luego a las nuevas políticas sino al natural devenir de la evolución demográfica y variación consiguiente de la pirámide poblacional, es el muy notable y rápido incremento de la población saudí en los últimos lustros. Actualmente dispone de más de 27 millones de habitantes de los que el 46,18% tienen menos de 24 años, mientras que los mayores de 55 años apenas suponen el 8%, si bien más del 30% del total son inmigrantes. Si además, lógicamente y a la vista de los datos, este rápido crecimiento ha multiplicado el número de jóvenes, impone al país una mayor dinámica interna que debe de impulsar al país hacia etapas más progresistas e inclusivas en la comunidad internacional. Muy probablemente hoy, merced a esta preponderancia juvenil, la tipología y carácter de la población saudí se acerca cada vez más en muchos aspectos a la de Túnez, Egipto o la Siria preconflicto. Estos datos demográficos tienen incidencia en el ámbito de la seguridad regional. La escasa población ha sido tradicionalmente una de las mayores fragilidades saudíes, en un entorno donde el poder del número tiene su importancia, principalmente ante el gran adversario regional, ya que Irán cuenta con casi 82 millones de habitantes, notablemente homogéneos y cohesionados, por lo que el citado aumento poblacional ha reducido en este aspecto la distancia que lo separa de algunos de sus vecinos. Este factor, demasiado olvidado en nuestros días, supone un incremento potencial de las capacidades saudíes.
Ligado al anterior punto, también hay que señalar avances en el ámbito de la educación, si bien con mayor lentitud de lo que sería probablemente necesario. Ésta ha sido tradicionalmente descuidada en lo que se refiere a la técnica o la ciencia, en detrimento de las enseñanzas más ortodoxamente islámicas, con el resultado en gran parte de los saudíes de una no menos tradicional mezcla de una actitud generalizada de superioridad moral combinada con una falta de capacitación no menos general en las materias consideradas «laicas» y, por tanto, poco dignas de atención. La consecuencia ha sido la casi total dependencia de técnicos extranjeros para mantener el entramado económico saudí y muchos de los servicios sociales más básicos. Las autoridades saudíes son conscientes de esta realidad, que intentan paliar impulsando la citada enseñanza «laica», en constante fricción con los elementos más conservadores de la sociedad que, además, monopolizan en gran medida las instituciones educativas. Ejemplos de evolución en esta materia no faltan en los países de su entorno, con sus claroscuros innegables, pero muy positivos en definitiva, como son los casos de Emiratos Árabes o Qatar, que tratan de salir a marchas forzadas de una situación educativa similar a la de Arabia. Esto pudiera servir de guía a los saudíes, que de no ser capaces de avanzar decididamente por el camino de la educación y la enseñanza, experimentarán probablemente la dura realidad de que tras la finalización de la era del petróleo, al menos en su concepto meramente extractivo con alta rentabilidad, que quizás no esté ya tan lejana, llegue la nada más absoluta para el país.
Ya en el ámbito de las relaciones y políticas exteriores, hay que subrayar que el nuevo liderazgo nacional ha supuesto una reactivación de las iniciativas saudíes, que buscan prolongar y aún aumentar dicho liderazgo, fundamentalmente en el seno de la comunidad suní y, muy especialmente, en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Así, los días 11 y 12 de diciembre de 2015 se celebró en Riad la primera cumbre del CCG presidida por el rey Salman, en la que éste intentó aunar en torno a su figura una postura común de todos los miembros ante los desafíos regionales, y la situación del mercado petrolero. Otro reciente hito positivo, coincidente cronológicamente con el anterior, a sumar al haber saudí, es su papel como anfitrión y mediador de las reuniones entre los opositores sirios emanadas de las conversaciones de Viena de paz para Siria. En ellas, los principales grupos opositores y rebeldes sirios intentaron alcanzar una postura común que enfrentar al régimen de Al Assad en las siguientes rondas de las citadas conversaciones por venir. Aunque los resultados no fueran demasiado satisfactorios, entre otras cosas por la ausencia de facciones clave como los kurdos, no cabe duda que la autoridad y el ascendiente saudí sobre la comunidad suní es un factor muy a tener en cuenta, que contribuye a hacer posible estos encuentros, que no dejan de ser un punto de partida imprescindible para alcanzar la paz en Siria. Finalmente, y posiblemente de mayor calado aún, queda por reseñar el anuncio hecho por una figura clave del régimen saudí, el príncipe Mohammed bin Salman, ministro de Defensa, el pasado 15 de diciembre de 2015. En él informaba de la creación de la Coalición Militar Islámica contra el terrorismo, que dispondrá de un centro permanente conjunto-combinado en Riad. Se trata de una amplísima coalición de 34 países, incluyendo varios – como Senegal, Gabón, Togo, Malasia o Nigeria – no incluidos tradicionalmente en la esfera principal de influencia saudí, pero interesados en reforzar su seguridad contra el terrorismo yihadista. Es esta una noticia potencialmente excelente, ya que la máxima voluntad política y coordinación operativa de los países miembros de la nueva coalición son la única esperanza real de poder golpear decisivamente y acabar derrotando al terrorismo a medio y largo plazo, ya que es precisamente en el seno de estas sociedades de donde parte y se nutre el yihadismo. En la lucha contra esta lacra la acción del conjunto de la comunidad internacional, y muy especialmente de Occidente, solo puede paliar y limitar los efectos de sus ataques, pero son las comunidades musulmanas las que disponen realmente de las herramientas para debilitarlo y finalmente erradicarlo. En definitiva, es necesario prestar todo el apoyo posible a esta coalición, si bien es necesario aguardar un tanto hasta conocer los recursos que se le asigne por los países firmantes y el grado de coordinación y cooperación efectiva que desarrolla o si, por el contrario, no consiste más que en un simple gesto político enfocado a la mejora de la imagen internacional de algunos de dichos países, señalados con frecuencia como demasiado tibios en su lucha contra el terrorismo, en un momento en el que la irritación internacional por las acciones yihadistas más recientes no deja de aumentar y la controvertida intervención rusa, con su contundencia y determinación, no deja de ser un modelo para buena parte de dicha opinión internacional.
DONDE DA MARCHA ATRÁS ARABIA SAUDÍ
En esta nueva etapa del régimen también aparecen aspectos negativos que pueden ser considerados como claros retrocesos. En esta línea se ha incrementado notablemente en el último año el número de aplicaciones de las penas de muerte dictadas por el sistema judicial saudí, algunas de ellas en espera un cierto tiempo. Como reflejo de esta realidad señalar las 47 ejecuciones llevadas a cabo el 2 de enero de 2016, todas ellas por delitos relacionados con el terrorismo, destacando por sus consecuencias políticas la muerte del clérigo chií Nimr al-Nimr, que tanto ha contribuido a la reciente escalada de tensión entre la nación saudí e Irán. Del mismo modo, en esta línea de reacción contraria al aperturismo se sitúan los crecientes esfuerzos por controlar y limitar la libertad de expresión, focalizándose muy especialmente en las menos tradicionales redes sociales, cuya implantación a finales de 2014, fecha coincidente con la sucesión real.
La penetración de las redes sociales en Arabia Saudita, es evidente que estos índices , que continúan creciendo, se centran muy especialmente en la amplísima juventud saudí ya citada, que se muestra muy activa y, en algunos asuntos, beligerante incluso respecto al propio sistema saudí, hecho que preocupa no poco a las autoridades. Es verdad que la oposición local al régimen saudí no ha levantado grandes simpatías en el entorno internacional, principalmente debido a que en la dicotomía que supone la aceptación del papel clave saudí en el entramado energético y financiero internacional y el respeto a los derechos humanos del régimen, siempre ha pesado más lo primero que lo segundo. Carente de estos apoyos, dicha oposición se enfrenta a un muro de silencio que, no obstante, puede comenzar a resquebrajarse. Efectivamente esta situación podría empezar a cambiar si concurren con mayor intensidad varias tendencias que combinan factores tanto internos como externos y que comienzan a abrirse camino, y que podrían tener un impacto significativo en el país. Las tres principales son las circunstancias que rodean al mercado del petróleo, la problemática nacional en torno al empleo, y la ocupación y el impacto que tienen las políticas saudíes en su imagen internacional.
EL SIGNIFICADO DEL PETRÓLEO EN EL ENTORNO SAUDÍ.
Se ha escrito mucho acerca de la drástica y rápida reducción del precio del barril del petróleo en los últimos tiempos, y no es motivo de este documento analizar en profundidad las causas de dicho desplome. Pero no cabe duda que la significación del petróleo en las políticas internas y externas del reino saudí es tan importante que es imprescindible hacer algunas consideraciones sobre él. La enorme riqueza que supone la vastísima cantidad de petróleo alojado en su subsuelo, en unas condiciones además que hacen del petróleo saudí el de más bajo coste de extracción del mundo, han conformado una sociedad saudí con un muy alto nivel medio de renta, como ya se ha indicado, pero en la que muy pocos de sus ciudadanos autóctonos engrosa la fuerza laboral del país. Evidentemente, este sistema sólo es sostenible en un entorno de grandes ganancias procedentes de la exportación del crudo, que copa más del 87% de los ingresos nacionales. En consecuencia, largos años de superávit han permitido el mantenimiento de esta política social a la par que el estado ha acumulado grandes reservas económicas. Sin embargo, la evolución reciente de los precios del petróleo en los mercados internacionales dibuja una realidad distinta en estos momentos. Con los precios señalados, en torno a los 30 dólares el barril, y aun puntualmente más bajos, es cierto que, dados los muy bajos costes de extracción señalados, Arabia Saudí continúa obteniendo beneficio, pero evidentemente con un margen muy inferior al disfrutado en los últimos años. Pero no es una cuestión de un mayor o menor beneficio cesante, sino que el igualmente rápido crecimiento del propio consumo de energía y de otros factores de carácter económico hacen que el equilibrio fiscal saudí se haya situado en un precio del barril de petróleo de entre 80 y 90 dólares. Como quiera que la economía saudí carece prácticamente de otros sectores que puedan compensar o paliar, siquiera temporalmente, esta situación, el resultado es que Arabia Saudí está dejando de ingresar grandes cantidades de dinero desde hace ya largos meses, mientras que los gastos ocasionados por sus políticas interior y exterior siguen siendo muy altos. Evidentemente las citadas grandes reservas económicas saudíes facultan al país para aguantar esta coyuntura desfavorable durante un largo período de tiempo. Pero cuánto tiempo es la gran pregunta. Hay que tener en cuenta que, en estos momentos, se están produciendo los primeros síntomas de que el Estado de la economía saudí es menos boyante de lo que pudiera parecer. Por ejemplo, según diversas fuentes, Arabia Saudí estaría ya retrasando pagos a compañías privadas en aspectos como la construcción de las nuevas infraestructuras o diversos servicios, y estarían en estudio severos recortes en distintos proyectos. El muy bajo nivel de endeudamiento del Estado saudí y las citadas reservas hacen al país muy resistente a esta nueva realidad, pero todo depende de los plazos. Y en este sentido las noticias no son buenas. Las circunstancias del mercado que han impulsado a la actual caída de precios subsisten y, probablemente lo van a hacer durante más tiempo aún. Los cientos de miles de barriles diarios de procedencia iraní tras el fin de las sanciones no harán sino acrecentar esta tendencia, pero probablemente es la propia opción estratégica saudí la que más contribuye al actual estado de las cosas. Aunque con menor impacto que en décadas anteriores, Arabia Saudí sigue siendo, tras los Estados Unidos, el segundo productor de petróleo del mundo, y una parte considerable del precio del mismo todavía depende de su decisión en torno al mantenimiento o recorte de su producción. En este sentido la política saudí de priorizar el mantenimiento futuro de su cuota de mercado en detrimento del beneficio inmediato a obtener por la venta del petróleo extraído tiene sentido por varios motivos. Y es que, aunque con su decisión perjudica claramente a los productores con altos precios de extracción, los desarrollos tecnológicos hacen que dichos altos costes sigan una senda inevitablemente decreciente. Lo mismo sucede con los costes de operación y la rentabilidad de las técnicas alternativas de obtención del petróleo, que también han bajado considerablemente, e incluso lo mismo sucede con la producción mediante las fuentes alternativas de electricidad, que cada vez tienen costes más competitivos. En consecuencia, cada vez exigirá precios del petróleo más bajos hacer incomparablemente atractiva la exportación masiva del crudo saudí. Si a esto se suma la creciente preocupación por frenar los efectos del cambio climático, que aconseja evitar seguir quemando combustibles fósiles al ritmo actual, así como la conciencia de los crecientes riesgos que se derivan de una región geopolítica -Oriente Medio- con un grado de inestabilidad y conflictividad que no puede calificarse ya sino de endémica, todo parece apuntar a una lenta pero progresiva pérdida de importancia del petróleo no solo en el sistema energético internacional, sino incluso y como consecuencia, en la geoestrategia global. Sigue, en este sentido, vigente y aun con mayor motivo lo escrito en 2011: «…existen variadas razones para emprender, de un modo ordenado e integral, un plan para una progresiva disminución de la utilización del petróleo como principal fuente de energía. Los motivos esgrimidos son tanto de índole económico como medioambientales, pero a éstos hay que sumar otros relacionados con el ámbito de la seguridad y que están estrechamente vinculados a la endémica inestabilidad de algunas de las naciones y regiones principales productoras de petróleo». Este conjunto de razones hace que la apuesta generalizada por una progresiva desfosilización de la energía en favor de una creciente electrificación, en la que la autoproducción, autoconsumo y la producción distribuida copen porcentajes crecientes, cobre cada vez mayor fuerza. De este modo, la política saudí respecto a su propia producción, que provoca además un bienvenido, desde el punto de vista saudí, efecto negativo en las exportaciones petroleras y gaseras de su gran rival iraní, lo que limita la capacidad financiera persa para sustentar sus políticas de supremacía regional en disputa con Arabia principalmente, busca esencialmente seguir haciendo atractivo a largo plazo el consumo de petróleo en detrimento de otras fuentes de energía. Pero esa «fidelización» del cliente le cuesta mucho dinero a Arabia Saudí. Aunque el precio del mercado muy probablemente acabe recuperándose, es muy difícil prever tanto el plazo en el que lo hará como el rango de precios en el que se estabilizará definitivamente. Pero, ante los argumentos expuestos, no parece previsible que se vuelvan a alcanzar en condiciones normales precios tan elevados como los que han permitido a Arabia Saudí desarrollar de manera sostenida sus políticas tradicionales. En definitiva, en un Estado y una sociedad que dispone de indudables factores de cohesión, articulados fundamentalmente en torno al indisoluble binomio religión-monarquía, pero en las que no es menos cierto que se ha incentivado la adhesión a dicho binomio por medio de un generoso, aunque no del todo equilibrado, reparto de los beneficios obtenidos del petróleo, cabe preguntarse el efecto sobre la estabilidad social y política de dicha sociedad si el citado reparto se torna más escaso o arbitrario.
EL PROBLEMA LABORAL DE ARABIA SAUDÍ
Arabia Saudí sigue dependiendo totalmente de los trabajadores extranjeros de cualquier nivel de cualificación. De los 11,22 millones de personas que constituyen la fuerza laboral del país, el 80% aproximadamente está formado por ese 30% de población extranjera anteriormente citado. Pero este no es un problema nuevo. Ya a principios del milenio las autoridades saudíes se mostraban preocupadas por la debilidad estructural que tal dependencia suponía y, sobre todo, por las altas tasas de paro que ya experimentaba el país en ese momento. Para enmendar la situación, el entonces ministro saudí de Trabajo, Gazi al Qosaybi, lanzó un programa de «saudización» del empleo en el reino. Uno de los puntos de dicho plan, por ejemplo, era reservar el trabajo de taxista solo a los saudíes; sin embargo más de 10 años después, apenas hay taxistas saudíes. Resultados similares han acompañado la práctica totalidad de las medidas entonces adoptadas, conformando uno de los mayores problemas que afectan a esta nación. La combinación del deficiente sistema de educación saudí con la política social de subsidios ha dado como resultado una masa laboral poco cualificada y aún menos dispuesta a ocupar puestos de trabajo que consideran mal remunerados o poco dignos, por lo que el problema se basa en falta tanto de aptitud como de actitud en muchos casos, y se antoja de difícil solución. Una de estas soluciones pasa inevitablemente por una reforma profunda de la educación que, según numerosos analistas y expertos, simplemente no prepara a los jóvenes saudíes para una satisfactoria inclusión en el mercado laboral del siglo XXI. Al igual que los problemas laborales, el diagnóstico efectuado a principios de este siglo no ha servido para efectuar reformas adecuadas, y la situación parece inalterable a corto plazo. En consecuencia, el problema del fracaso de la saudización del empleo se manifiesta esencialmente a medio y largo plazo, afectando a la propia supervivencia de la nación como tal en un escenario posterior a la explotación y uso masivo del petróleo, pero también tiene un impacto potencial inmediato, que hace a este país especialmente frágil. Se trata del efecto que sobre la masa laboral tendría una situación de inestabilidad o conflicto en el país, ya que de producirse alteraciones del orden público, manifestaciones importantes o protestas políticas, siquiera fuera en sus fases iniciales, podría producirse fácilmente la salida simultanea del país de numerosos trabajadores extranjeros, principalmente los profesionales más cualificados, por temor a que su seguridad no estuviera garantizada. La experiencia de expulsiones parciales pasadas de ciertos contingentes de trabajadores extranjeros ha demostrado que esto supone la paralización del país pues, como se ha reiterado, gran parte de los puestos de trabajo, desde los técnicos y profesionales más cualificados hasta los braceros sin cualificar -muchos de ellos ilegales- están en manos de estos extranjeros residentes, permanente o temporalmente, en Arabia Saudí. Aunque situaciones como la descrita no parecen muy probables en el corto plazo, el entorno regional y el avance de las capacidades y alcance del terrorismo yihadista no permiten descartar completamente situaciones de crisis en Arabia Saudí, que en el caso de ser de cierta consideración se verían amplificadas por la más que probable salida del país, siquiera fuera temporal, de numerosos profesionales de la sanidad, el transporte, gestión y control de las comunicaciones, sector petrolero, etc., sectores todos ellos esenciales para la gestión adecuada de la crisis y que, en caso de ver disminuida su capacidad de acción, causarían probablemente situaciones cercanas al caos.
LA IMAGEN EXTERIOR DE ARABIA SAUDÍ
En la acción exterior se han producido iniciativas novedosas que, en gran medida, están repercutiendo significativamente en la región, sin dejar de tener efecto en la situación interna. Sin embargo, dicha política exterior no es tan novedosa como pudiera parecer, porque el esfuerzo saudí para alcanzar el grado de superpotencia en la región es ya antiguo, como demuestra su condición sostenida como uno de los mayores clientes mundiales de las industrias de armamento. Por tanto, su estatus como campeón suní, líder del CCG o generoso financiador del establecimiento de todo tipo de infraestructuras religiosas y culturales islámicas en todo el mundo, es ya de muy largo recorrido. Pero todas estas actividades están en entredicho ahora como nunca lo han estado anteriormente, también por diferentes motivos, tales como la guerra del Yemen, que, enmarcada como otras en ese entorno de «guerra fría islámica» entre Arabia Saudí y sus aliados, e Irán y los suyos enfrente, libran ambas potencias a través de terceros, como tantas veces hicieran los Estados Unidos y la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX. La guerra no va bien para los intereses saudíes, que se encuentran empeñados en una campaña más larga y dificultosa de lo que cabía esperar. De hecho, se están produciendo incursiones y ataques limitados de los rebeldes huties – los llamados «persas» en el argot local de los combatientes suníes – dentro de territorio saudí, como los efectuados recientemente contra las bases de Malhama, al-Radif y al-Mamoud, mientras que la participación y expansión territorial tanto de Al Qaeda en la Península Arábiga como el Estado Islámico no permiten augurar una situación final satisfactoria del conflicto. Además, esta evolución negativa de la guerra está empezando a hacerse notar en aspectos tales como las campañas encaminadas a intentar concienciar a la población acerca de la necesidad de defender a la nación y al Islam suní frente a sus enemigos. Campañas que intentan hacer frente y modificar la tan extendida postura saudí y de sus aliados de subcontratar la resolución de las tareas o los problemas, como parece indicar la creciente presencia en los combates de soldados de fortuna de diversas procedencias, incluso iberoamericanos.
Otros aspectos de la bautizada como «doctrina Salman», que consiste básicamente en la intensificación de las posturas más beligerantes en política exterior, son la ayuda a varios de los países involucrados por aquella primavera árabe que tan lejana y contradictoria resulta hoy, como Egipto, el endurecimiento de su posición frente a Irán hasta llegar a la ruptura de relaciones diplomáticas o, por supuesto, el apoyo militar y financiero a los grupos suníes más afines a la doctrina y los intereses saudíes que participan en las guerras civiles de Siria e Irak, tantas veces tildados de islamistas radicales cuando no abiertamente bajo sospecha de yihadismo. Y es que el régimen no deja de preguntarse hasta qué punto continúa vigente lo que se conoció como la «doctrina Carter», por la que los Estados Unidos de América se consideraban directamente concernidos por cualquier amenaza contra el reino saudí, de un modo similar a como lo hacían históricamente en relación con Israel. Este posicionamiento geoestratégico fue fruto de la revolución iraní, pero hoy las circunstancias regionales son muy distintas, como evidencia el fin de las sanciones a Irán, tan recientemente alcanzado. Y es que un Irán más moderado con una presencia normalizada en la comunidad internacional relega, en gran medida, la necesidad de apoyar a Arabia Saudí, casi a cualquier coste. Ante este nuevo escenario, la apuesta saudí es arriesgada. En primer lugar porque la política exterior que esa doctrina Salman impulsa requiere de unos grandes recursos financieros que hoy, con el escenario petrolero anteriormente descrito, Arabia sólo podría conseguir mediante la rápida disminución de sus reservas y la muy novedosa emisión de bonos de deuda pública. Y todo ello para hacer frente a un adversario que, de regreso al seno de la plena integración económica y comercial mundial, puede ser demasiado poderoso para las disminuidas capacidades saudíes. De hecho, estas carencias se derivan en gran medida de otro aspecto más difícil de percibir y baremar, pero que puede tener una gran incidencia en el futuro del reino saudí. Se trata de la imagen del país en el entorno internacional. El incremento, desgraciadamente inevitable, de la atención internacional hacia el efecto del terrorismo yihadista está produciendo innumerables páginas y minutos de emisión en los medios de todo el mundo acerca de este fenómeno, hasta alcanzar la categoría de una de las primeras preocupaciones ciudadanas en numerosos países. Y de dicha preocupación está surgiendo una creciente concienciación sobre la influencia histórica que Arabia Saudí ha tenido en el auge de las interpretaciones más radicales de la religión musulmana, de las que posteriormente se derivarían el salafismo y el yihadismo. El citado estado de alarma popular actual creado por las muy publicitadas actuaciones del Daesh, sobre todo a partir de los atentados perpetrados en París y, en menor medida, San Bernardino, así como los graves incidentes provocados por un porcentaje aún indefinido de los refugiados acogidos en Europa como consecuencia de las guerras en Irak y Siria, dirige su atención en parte a las monarquías del Golfo y, muy especialmente, hacia Arabia Saudí, a las que no culpa en modo alguno directamente de estos acontecimientos, pero sí de su contribución en años anteriores, de manera activa o pasiva, a la creación de un estado de involución doctrinal en el ámbito musulmán suní del que, hipotéticamente, se derivarían estos hechos. A esta percepción negativa sobre el país y su régimen, quizás no rigurosa, pero innegablemente creciente en la prensa y las redes sociales en Europa y Estados Unidos, no la ayudan ciertas actitudes y declaraciones de las autoridades saudíes. Un buen ejemplo es la aparente contradicción entre las quejas manifestadas durante la pasada reunión del Consejo de Cooperación del Golfo, en diciembre de 2015, «por la retórica hostil y racista» expresada a veces en Occidente contra los refugiados musulmanes y sirios, y la propia política de las monarquías del Golfo sobre dichos refugiados. Ésta ha consistido desde 2011 en la mayor relajación en la renovación de los permisos de residencia para los sirios en dichos países, manteniendo así un férreo control sobre dichas estancias, con el resultado de que la mayor parte de los sirios hoy residentes en estos países ya lo eran con antelación a la guerra, y han obtenido la continuación del permiso para continuar allí. Esta política hacia los refugiados de la guerra en Oriente Próximo, aunque soberana y legítima, es muy distinta a la adoptada por países con menos recursos económicos del entorno regional, e incluso de los países de la UE, por lo que ha provocado acerbas críticas, entre otros, de destacados activistas pro derechos humanos como las de Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch. En la misma línea Amnistía Internacional ha informado que de los 3,8 millones de sirios contabilizados en el momento más álgido de la crisis de los refugiados, en el último trimestre de 2015, el 95% de ellos se encontraban en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto, por lo que los países del Golfo estarían jugando un papel irrelevante en la acogida a estos refugiados. En contra de estos datos, el régimen saudí argumenta que estas críticas son infundadas, ya que hasta 2,5 millones de sirios residen en Arabia, pero que no son contabilizados como refugiados «para garantizar su seguridad y dignidad» según declaración oficial del Ministerio. Pero, independientemente del grado de exactitud de las cifras aportadas por unos y otros, lo cierto es que con ocasión de la crisis de los refugiados la imagen internacional de los países del Golfo en general, y muy especialmente, la saudí, ha quedado muy dañada, lo que puede constituir un grave error del régimen ante el citado cambio de percepción que del mismo está experimentando la comunidad internacional. También hay que tener en cuenta aspectos menores, pero que en un mundo dominado por la comunicación y por la tantas veces citada batalla de las narrativas, inciden fuertemente en la configuración de la «marca» del país. En esta categoría se inscriben detalles como la reciente fatua emitida por el gran muftí saudí, Abdul-Aziz ibn Abdullah, que establece la condición de haram a la práctica del ajedrez, al que considera obra de Satán. Aunque no quepa discutir a la máxima autoridad religiosa saudí en la aplicación más ortodoxa de la doctrina oficial del país, de lo que no cabe duda es de que esta muy difundida noticia sobre una especialidad deportiva/juego tan prestigioso y extendido que forma parte del currículo educativo en numerosos países, por su capacidad para desarrollar el razonamiento, la lógica y el planeamiento de acciones, contribuye a dibujar una imagen de una nación situada aparentemente no solo en otra época, sino en una dimensión divergente a la del mundo globalizado contemporáneo.
Retomando aspectos más prácticos, también hay que reseñar que, paralelamente, la involucramiento de las monarquías del Golfo en Yemen ha tenido como contrapartida la práctica inacción de las mismas en los ataques de la Coalición Internacional liderada por Estados Unidos para luchar contra el Estado Islámico en Siria e Irak, lo que continúa sumando en el platillo negativo de la balanza de la opinión pública hacia estos países y, sobre todo, Arabia Saudí. En definitiva, el deterioro progresivo de la imagen exterior saudí es un intangible que está cada vez más presente en el actual proceso de reequilibrio que se está produciendo entre las percepciones que provocan Irán y Arabia Saudí en la comunidad internacional. En estos momentos, que la apreciación global de Irán está al alza y la de Arabia Saudí a la baja es una realidad que admite poca réplica.
En consecuencia, a lo visto de lo expuesto, parece claro que el futuro del régimen saudí puede depender de lo acertado o no de una serie de decisiones de hondo calado que han de ser tomadas sin excesiva demora. La todavía corta etapa del rey Salman se caracteriza en aspectos de su política interna por acciones tanto aperturistas como conservadoras, sin que sea posible categorizar aún su política en un sentido u otro. Probablemente no pueda dejar de seguir una línea de equilibrios dentro de una sociedad más dinámica de lo que aparenta ser, en la que es necesario conjugar sensibilidades claramente aperturistas frente a otras manifiestamente reaccionarias. Cabe preguntarse la robustez del régimen ante un escenario de reivindicación y activismo interior superior al existente hasta la actualidad, fortalecido por una percepción exterior menos favorable y en un escenario de austeridad creciente que puede ser necesario mantener indefinidamente. Otra decisión a adoptar es el mantenimiento de su política en lo que concierne a la actual estrategia de búsqueda de precios muy bajos para el petróleo, porque si bien favorece al país en la eliminación de la competencia en el rango de los precios altos, así como lastra la economía de algunos de sus principales adversarios geopolíticos, no deja de ser – sobre todo a medio y largo plazo – un grave inconveniente para la principal capacidad saudí, que es la utilización del músculo financiero como herramienta irrenunciable de su acción tanto interior como exterior. Consecuentemente, ha de elegir también entre una política exterior de línea dura o bien un cierto repliegue hacia el interior, con un cierto apaciguamiento de las disputas regionales que le permita, centrándose en asegurar su territorio e intereses vitales, evolucionar hacia un Estado más abierto y participativo que asegure la estabilidad interna y la supervivencia del régimen saudí. A pesar de la gran resistencia interna al cambio y la naturaleza, en muchos aspectos, anacrónica del Estado saudí, ante la realidad del devenir de los tiempos y la manifiesta imposibilidad de mantener a la población saudí artificialmente apartada de la evolución social, política y tecnológica, la evidencia de la necesidad de evolucionar del régimen debiera ser cada vez más evidente para parte de sus propias élites. La incapacidad de adaptación, por medio de una transición política ordenada y controlada, a las nuevas realidades globales, podría desembocar en un empuje creciente para que dicha evolución se manifiestara por medio de la ruptura. Si no se emprende este camino, puede que la negativa de las élites más conservadoras a modificar el estatus actual acabe significando tener que renunciar a ello por la fuerza de los hechos. La alianza secular aparentemente indisoluble entre saudismo y wahabismo, clave del arco estatal saudí y, por tanto, del contrato social contraído entre la población y la Casa Real, ha de ser capaz de manifestarse en una transición, forzosamente lenta y cuidadosa, hacia una monarquía parlamentaria que siga otorgando a la familia reinante un estatus y unas funciones irrenunciables, como custodios de los Santos Lugares del Islam, pero que transite progresivamente a un modelo más homologable a la realidad actual y futura de las relaciones internacionales, y que sea capaz de dar mayor participación y voz a los ciudadanos saudíes. En esta coyuntura, sería muy fácil recurrir a la amenaza exterior para el Estado y para la religión, como excusa para no producir la citada adaptación. Pero, aunque es cierto que el país, en comparación con tiempos anteriores aún muy recientes, se siente y se encuentra hasta cierto punto aislado y rodeado, no lo es menos que ha hecho muy poco durante demasiado tiempo para romper ese aislamiento, por lo que parece llegado el momento de elegir para las autoridades saudíes.
Datos de Autor: Francisco José Berenguer Hernández es analista principal del Instituto Español de Estudios Estratégicos, IEEE
Fuente de la Noticia:
http://www.expansion.com/actualidadeconomica/2016/02/04/56b376dc22601d22268b4592.html
Socializado por:
María Magdalena Sarraute Requesens. Doctorado en Ciencias de la Educación, Magister en Desarrollo Curricular, Licenciada en Relaciones Industriales. Docente – Investigadora Educativa del CIM y reconocida por el PEII en la Categoría B, Coordinadora General del Centro Nacional de Investigaciones Educativas, Integrante de la SVEC e Integrante Fundadora de la Red Global/Glocal por la Calidad Educativa.