Son las 10 de la noche y Ahmad, de 11 años, pasea con seguridad entre las mesas de una popular cafetería en Mina, el barrio cristiano de Trípoli, en el norte de Líbano. Pide 500 libras (unos 20 céntimos de euro) por una chocolatina, un paquete de clínex o un puñado de chicles, según el día. Su pelo rojo cortado a cepillo y su sonrisa pícara le ayudan a ganarse la simpatía de la clientela habitual, que suele ceder y acaba por comprarle algo. Junto a su inseparable amigo Mohamed, recorren los locales de la zona hasta tarde, y solo tras agotar la mercancía y contar los billetes con sus pequeñas manos expertas, regresa a a casa. Ahmad es uno de los miles de niños sirios que se ven obligados a trabajar en la calle para contribuir al sustento de sus familias.
Líbano, pequeño Estado de cuatro millones de ciudadanos, acoge a 1,5 millones de refugiados sirios, la mitad menores de edad. A diferencia de los vecinos Jordania y Turquía, otros de los países que más sirios han recibido desde el inicio de la guerra, aquí el gobierno ha optado por no abrir campos oficiales, por lo que los refugiados viven repartidos en decenas de asentamientos informales, en los campos oficiales palestinos o mezclados con la población local. Las difíciles condiciones impuestas por las autoridades para obtener el permiso de residencia en el país y las numerosas restricciones laborales a las que se enfrentan los adultos repercuten con dureza en la vida de los más pequeños.
«En las familias muy pocos padres o madres trabajan, quizá uno de cada diez», considera Nazih Fino, director de Seed, una asociación de Trípoli que gestiona una escuela donde más del 90% del alumnado es sirio. «Por eso es muy habitual que los niños, sobre todo a partir de los 13 años, se vean obligados a contribuir a la economía familiar». El trabajo infantil está prohibido en Líbano, pero las autoridades no parecen hacer lo suficiente por acabar con este problema: hasta 180.000 menores sirios trabajan en el país, según Unicef, la mayoría en largas jornadas y por salarios de miseria.
«Con frecuencia los padres no tienen estatus legal, lo que significa que no pueden moverse ni trabajar por miedo a ser detenidos (…) Dependen de los ingresos que traigan a casa sus hijos, que pueden desplazarse más fácilmente sin ser arrestados», coincide Bassam Khawaya, investigador para Oriente Medio de Human Rights Watch (HRW).
250.000 niños fuera de la escuela
El trabajo infantil se ha convertido así en una de las principales causas de abandono escolar entre los niños sirios, pero no es el único: el ya de por sí deficitario sistema educativo libanés se ha visto totalmente desbordado por la llegada de miles de menores refugiados. Los pequeños han perdido uno o varios cursos por culpa del conflicto y muchos ni siquiera habían ido nunca antes a la escuela, por lo que la integración es muy complicada.
«Los niños se quejan además de discriminación, de insultos e incluso de maltrato físico»
Muchos con traumas y problemas mentales derivados de la guerra o de su actual contexto vital, los niños no ven alicientes para entrar en un sistema inadaptado a sus necesidades y las familias muchas veces no tienen el nivel de concienciación o los recursos suficientes para mandarlos a la escuela. El gobierno creó un segundo turno lectivo en horario de tarde para poner a los sirios al mismo nivel que los alumnos libaneses, pero el plan está siendo, según las ONGs, un estrepitoso fracaso. «Por las tardes no hay equipo directivo en el centro. Los profesores de ese turno tienen baja cualificación, exceso de horas, malos salarios y poca motivación. Los niños se quejan además de discriminación, de insultos e incluso de maltrato físico», explica Nazih Fino, en línea con reportes de varias organizaciones. El idioma se convierte en una barrera más: en el currículo libanés, a partir de los 12 años las principales materias empiezan a impartirse en francés e inglés, lenguas que los niños sirios desconocen. Todo ello se traduce en que la mitad de menores refugiados, unos 250.000, no acuden al colegio, según cálculos de HRW.
El problema de fondo, al final, hay que buscarlo en la caída en las ayudas internacionales, que impide a las familias afrontar los gastos más básicos de subsistencia y, mucho menos, otros como los asociados al transporte hasta el centro educativo o el material escolar. A principios de septiembre, Líbano solo había recibido el 27% de los 1.200 millones de dólares prometidos los donantes internacionales para 2017.
El 90% de los refugiados sirios sufre carencias alimentarias
Ante la falta de fondos, las agencias de la ONU se han visto obligadas a recortar drásticamente sus ayudas en el terreno, un terrible varapalo para los beneficiarios, que depende casi exclusivamente de los subsidios para sobrevivir. Según los datos del organismo internacional, el 70% de los refugiados sirios vive bajo el umbral de la pobreza y más del 90% sufre carencias alimentarias.
Infancia perdida
En la gobernación de Akkar, muy cerca de la frontera con Siria, viven unos 100.000 refugiados. A los costados de la carretera que conduce a la capital, Halba, las tiendas blancas de Acnur se multiplican como champiñones, evidenciando la presencia de decenas de asentamientos informales. En el pequeño campo de Tel Abbas vive unas cien personas, la mitad niños, que salen en batallón a recibir al visitante entre besos y abrazos. Las ya difíciles condiciones de vida de los residentes de este campo han empeorado con el recorte de ayudas. «Acnur acaba de dejar fuera de su programa a 25.000 refugiados. Esto pone a las familias, que en muchos casos ya estaban fuertemente endeudadas, en una situación muy dificil», explica Alex, voluntario de la ONG italiana presente en este campo desde que fue creado en 2012.
Un niño refugiado sirio trabajando en una obra en Sidón, al sur de Líbano.- REUTERS/ARCHIVO
La familia de Abu Mohamed, de diez miembros, recibe unos 300 dólares de ayuda al mes. Solo en el alquiler de la vivienda -una habitación de paredes y suelo de cemento separada en dos por una cortina-, se le va un tercio, por lo que en casa toca arrimar el hombro. Es época de recogida de la aceituna, y uno de sus hijos mayores, Khaled, de 14 años, apoya la economía familiar recolectando en las tierras de cultivo colindantes al campo. «Voy al colegio cuando puedo», explica el adolescente, como excusándose.
Otra de las chicas que viven en el campo de Tel Abbas con su familia, Fatima, de 17 años, se asombra ante la pregunta de si asiste a la escuela. «¡Soy muy mayor para eso!», exclama. Una amplia encuestra de principios de este año elaborado por la ONU, la Universidad Americana de Beirut y dos ONGs reveló que menos del 17% de las refugiadas sirias de 16 años años está escolarizada. Las jóvenes con menos educación corren un mayor riesgo de casarse a una edad temprana, señalan los autores del estudio, destacando que los matrimonios infantiles se han disparado en el colectivo refugiado: un 24% de las niñas sirias de entre 15 y 17 años ya están casadas, una incidencia que podría ser hasta cuatro veces superior a la de antes de la guerra.
Un 24% de las niñas sirias de entre 15 y 17 años ya están casadas
En 26 Letters, una asociación que trabaja con niños de la calle en Beirut, intentan reconducir a los menores sirios de vuelta al sistema escolar. Les ofrecen alfabetización básica, -muchos con ocho o nuevo años ni siquiera saben leer o escribir- y también trabajan en desarrollar su inteligencia emocional. «Algunos vienen con mucha agresividad contenida», explica Tamar, una de las fundadoras. Mediante actividades lúdicas, como juegos de rol o teatro, «les enseñamos a resolver los problemas sin violencia o a expresar qué quieren o qué necesitan, porque muchos no saben cómo hacerlo». Pese a las duras circunstancias familiares, económicas y sociales que soportan, la asociación constata una rápida mejora cuando se atiende al niño de forma adecuada. «Son increíbles, solo hay que darles una oportunidad», opina la voluntaria.
La pobreza, las penurias, los traumas de la guerra y la falta de sentimiento de pertenencia en un país que los rechaza pese a que muchos ni siquiera conocen Siria, hacen que los pequeños crezcan demasiado deprisa. «Son críos maltratados por la vida, que asumen responsabilidades que por su edad no les corresponden», opina Nazih Fino. «Se construyen una vida de adultos muy pronto, pero hay que recordar que en el fondo siguen siendo niños».
Fuente: http://www.publico.es/internacional/dia-internacional-derechos-nino-futuro-negro-ninos-sirios-libano.html