Centroamérica/Cuba/26 de Agosto de 2016/Autor: Pedro de la Hoz/Fuente: Granma
Al recorrer las plazas y calles de Florencia, en uno de los mercadillos que ofrecen piezas artesanales a los visitantes, Juan Marinello fijó su vista en un plato donde estaba grabada la siguiente inscripción: “El arte no tiene patria, los artistas sí poseen una”.
En más de una ocasión Eusebio Leal ha evocado la anécdota y citado la frase al exponer sus consideraciones sobre la relación entre el lugar donde se nace y la obra que se hace. Rastrear el origen de la sentencia resulta difícil tarea, pero el hecho de que se atribuya a más de un autor y varíen los sitios de pronunciamiento inicial, revela una densidad conceptual inobjetable.
Habitamos un mundo en el que cada vez más las distancias se acortan. La expedición de Magallanes en el siglo XVI, primera en circunnavegar el planeta, demoró cuatro años y ni el mismo capitán se contaba entre los 18 sobrevivientes que regresaron a Sevilla.
Apenas un año y cuatro meses transcurrió el vuelo, con escalas, de un avión alimentado con baterías solares que concluyó el pasado 26 de julio su vuelta al orbe, tripulado por dos pilotos suizos.
Las nuevas tecnologías permiten seguir en tiempo real los acontecimientos de uno a otro confín de la Tierra. Los rascacielos de paredes espejeantes se empinan lo mismo en Seattle que en Bangkok. El rock enlaza a Edimburgo con Yakarta.
Ese es uno de los rostros de la globalización. En el plano económico no faltan los que cantan loas al proceso de interconexión de los mercados y los flujos financieros, sin reparar en las asimetrías y el reforzamiento de los lazos entre dominación y dependencia.
Para unos parecen no existir fronteras; para otros, la mayoría, estas se tornan cerrojos que impiden la movilidad. Uno de los más tremendos dramas de nuestra época son los desplazamientos forzados, que tienen su raíz en las guerras y el hambre.
Pregúntele, sin embargo, a un refugiado kurdo, somalí o afgano, instalado a duras penas en un país europeo, si olvida de dónde viene, aun cuando los recuerdos de la partida sean traumáticos.
Los cubanos venimos de muchos lugares —en un principio, como diría Guillén, “uno mandando y otro mandado”, pero a fin de cuentas, “todo mezclado”— y hemos forjado una cultura propia, sin que ello signifique atrincheramiento ni exclusividad.
Tras el desgarramiento lírico de Virgilio Piñera al enunciar “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, se ha hecho recurrente en algunos asociar esa cualidad a la necesidad de trascender la insularidad. Sin embargo el mismo Virgilio, en ese propio texto, expresó cómo “hay que saltar del lecho con la firme convicción de que tus dientes han crecido, de que tu corazón te saldrá por la boca”, y compartió la idea de que “no queremos potencias celestiales, sino presencias terrestres, que la tierra nos ampare, que nos ampare el deseo”.
Ante el frío cortante de las cataratas del Niágara, Heredia respiró la huella de unas palmas deliciosas; nostalgia de un espacio físico, pero también sustrato anímico. “No hay patria sin virtud”, escribió Félix Varela en una de sus cartas a los jóvenes, y aunque, en efecto, el aforismo tenga asiento en la defensa de la moral social cristiana, también se orienta, en un rango más abarcador hacia la ética que define, de modo raigal, el sentido de pertenencia.
Para Martí, cubano universal como ningún otro, la noción de patria recorrió diversas escalas, desde una visión de ecumenismo auténticamente solidario hasta la interiorización de la pérdida y el dolor: “Dos patrias tengo yo, Cuba y la noche. ¿O son una las dos?” Entregado al deber propone: “Honrar a la patria es una manera de pelear por ella”.
Los cubanos también estamos en muchos lugares. No de ahora, sino desde siempre, aunque en las últimas cinco décadas y media, por razones harto conocidas, la diáspora ha sido más nutrida. Ha habido que vencer obstáculos enormes, despejar enconos y construir paso a paso puentes de entendimiento —a contrapelo de la hostilidad imperial y de sus cómplices anticubanos— para articular la actual relación entre la nación y la emigración.
El territorio espiritual entre los cubanos que viven en la isla y los que residen en próximos o lejanos países crece por día sobre bases sólidas de respeto, comprensión y amor patrio.
Excepciones hay. Individuos que por voluntad propia se expatrian y reniegan de sus raíces. Cada cual es libre de elegir anclaje y destino. A nadie se obliga a sentir o ser cubano. Pero aquí o en cualquier parte tenemos la libertad de no compartir esa elección y confrontarla.
Vuelvo a Eusebio, a unas palabras suyas que sustentan esa otra grande, irrevocable y mayoritaria elección que muchos hemos hecho: “La patria es la poesía, es un sueño, es la tradición, es la lucha, es la sangre derramada por las añoranzas, es todo lo que forma en el hombre una identidad”.
Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2016-08-25/una-inscripcion-florentina-25-08-2016-21-08-58
Fuente de la imagen: http://www.laizquierdadiario.com/Historica-visita-en-Cuba