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¡Ahora eduquemos en la reimaginación del mundo!

Por: Iliana Lo Priore.

Es fácilmente constatable que producto de los efectos devastadores del COVID-19, junto a las consecuencias  del aceleramiento y estallido  de la crisis económica contenida  que están provocando el colapso productivo, financiero, recesión internacional, desempleo masivo, incremento abrupto de la pobreza, etcétera, a escala planetaria, la mayoría de los seres que habitamos el mundo nos une el deseo de que el “modelo civilizatorio” industrial-extractivista-especulador-depredador de la naturaleza y de las vidas humanas debe ser sustituido por otro modelo radicalmente diferente que se oriente en función de restablecer los equilibrios en la naturaleza (evitando su explotación indiscriminada,  el calentamiento global, …)  y en la vida social (estableciendo la justicia, la igualdad, la equidad, el bien común, entre otros).  Entendiendo que  somos   naturaleza socializada y no permitiendo que se conciba a la naturaleza y a nosotros(as) como recursos explotables por quienes solamente piensan y actúan arbitrariamente  desde posiciones de poder dominante en su propio beneficio económico en detrimento de todo lo demás.

La pandemia ha revelado el alto grado de deshumanización al que se ha  llegado entre nosotros, la mayoría de los que fallecen y padecen las patologías son seres que han carecido de la atención y el apoyo debido, por un lado, al desmantelamiento y la debilidad institucional de los servicios de salud públicos, y, por el otro lado, a una concepción ideológica perversa sobre el derecho a la vida que la niega a los más débiles por indefensos y desvalidos.  Se ha llegado a tal extremo que a las personas de mayor edad se les excluye de la atención requerida (respiradores, ventiladores, etcétera), condenándolos así a la muerte porque la ideología depredadora prevaleciente considera que ya no son vidas o recursos útiles productiva o económicamente. Por consiguiente, puede afirmarse que mientras el COVID-19 nos iguala a todos en su ataque porque no discrimina, la inhumanidad prevaleciente lo utiliza para desigualar  el derecho vitalista a una atención médico-asistencial digna para todos por igual.

 En atención a esa lógica perversa sobre la vida que la depreda sacándole el mayor provecho económico a los cuerpos mientras sean útiles a lo largo de su trayecto vital y luego los desecha, las grandes potencias con consorcios industriales farmacológicos están envueltas en una rivalidad comercial-competitiva para sacar al mercado la vacuna antiviral con el fin de acumular las mayores sumas de ganancias posibles.  Ven la pandemia como una oportunidad más para sacar provecho de ella, al margen de cualquier consideración humanitaria.

No obstante todo lo dicho, quienes  resienten los efectos deshumanizadores desde su auténtica sensibilidad humana en todos los países, sintiendo y sintiéndose juntos trascendiendo la mera mediática de lo virtual,  han iniciado un proceso de reimaginar  el mundo total y radicalmente distinto en sus diversos aspectos: económicos, sociales, políticos, ambientales, sanitarios, educativos, éticos, etcétera. Un mundo transformado, no tan solo mejorado, sino un mundo-otro. Imaginarios alternativos que están configurando deseos de cambios reales, estructurales, de raíz, que envuelven otros modos  civilizatorios posibles que reivindiquen principalmente el derecho, no tan solo jurídicamente, a tener una vida digna para todos.  En donde la muerte no nos acose permanentemente con guerras, invasiones, explotación, depredaciones, crisis económicas permanentes, injusticias, desigualdades, discriminaciones y exclusiones, hambre de millones de niños(as), fallecimientos por enfermedades curables, calentamiento global, pandemias, etcétera. Por esto, esos  deseos hay que avivarlos como las llamas de las fraguas forjadoras de las piezas  artísticas con diseños y formas transfiguradas de la realidad haciéndolos  permanentes en el tiempo para se concreten en variadas y diversas formas de existencia realizadoras como obras ético-estéticas prefiguradas por los imaginarios renacientes indicados.

En ese sentido, hay que incentivar y motivar sin manipular la imaginación infantil y de la juventud para que se transforme también en deseo orientador de su sensibilidad y conciencia autónomas. Ellos poseen mayor flexibilidad senti-pensadora por no tener tan enclavadas mentalmente las limitaciones ideológicas impuestas por los poderes e intereses dominantes que reprimen en los adultos imaginarios más  libres. En estos momentos no hay tarea más importante que esa a la hora de pensar en los desafíos educativos que confrontamos debido a las cuarentenas impuestas por la pandemia.  Todas las demás tareas educativas debieran articularse alrededor de ésta.  La urgencia de otro mundo posible está en juego, y niños(as) y jóvenes pueden ser sus recreadores.  La CONSTRUCCIÓN DE IMAGINARIOS y el DESPLIEGUE DE SUS DESEOS, junto al COMPROMISO DE CONCRETARLOS EN EL FUTURO INMEDIATO, pueden contrarrestar el miedo que se está induciendo de manera inconveniente a los cuerpos de los(as) demás y a su implicación disociadora en la vida social comunitaria con ello(as), basándose paradójicamente para lograrlo, en la angustia y desesperación por los encuentros deseados  con los(as) otros(as) que produce la cuarentena o el aislamiento.  Los imaginarios y sus deseos prefiguraran con toda seguridad la implicación del nosotros comunitario, el co-estar existencial en el mundo, en sus proyecciones de realización social ayudando a superar el egocentrismo, el individualismo y el narcisismo por asociales.

La reflexión no solo coloca la educación en el debate público glocal, sino que pone como  imprescindible en la discusión  la urgencia de soñar, reinventar y ejercer el derecho a una educación-otra que ayude en la construcción  del mundo necesario para los nuevos tiempos deseados.

Si se logra articular en la “educación pandémica” de hoy día la imaginación, en cuanto capacidad de hacer presente lo inexistente, lo no experimentado o ausente por medio de imágenes anticipatorias, con el deseo afirmado pulsionalmente en el eros afectual y con el compromiso ético-estético  afianzado en la empatía (por ejemplo, a través de la creación de cuentos o narraciones literarias sobre  pandemias anteriores que por medio de tramas hechas, con base en los conflictos de pares  ético-estéticos  reales opuestos, promovieran identificaciones trascendentes: pudiera ser una guía de referencia,  la novela de José Saramago, La Ceguera, entre otras, así como la creación de historias, música, expresiones plásticas, danzas,  movimientos, vivencias con el cuerpo y su interacción con otras corporeidades, … experiencias  no reproductoras  que  le den sostenibilidad a la imaginación), así se cimentará la esperanza y la confianza en la transformación del devenir de otro mundo posible configurado por relaciones sociales radicalmente diferentes o verdaderamente humanizadoras de la vida natural y naturalizadoras de la vida social.

¡REIMAGINEMOS EL MUNDO!

 

Palabras claves: derecho a una educación-otra, imaginación recreadora, deseo del eros afectual, compromiso ético-estético, empatía.

ilianalopriore11@gmail.com

Imagen tomada de http://www.radiomambi.icrt.cu/

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El reto de garantizar que todos los niños aprendan

Por: Eva Bailén

Desde que se suspendieron las clases en toda España, me han asaltado numerosas dudas y preocupaciones, a la vez que ha crecido en mí una enorme curiosidad

Desde que se suspendieron las clases en toda España, me han asaltado numerosas dudas y preocupaciones, a la vez que ha crecido en mí una enorme curiosidad por saber qué aprendizajes obtendremos de esta situación.

Las dudas están relacionadas sobre todo con el grado de digitalización de la escuela e, irremediablemente, la competencia digital, tanto de los docentes como de los alumnos. Competencias necesarias desde hace tiempo, e imprescindibles estos días para poder trabajar remotamente. Lo cual me lleva a mi principal preocupación: qué va a pasar con esos alumnos que no tienen acceso a un ordenador, una tableta o internet.

Desde mi punto de vista, la situación que estamos viviendo actualmente, producida por la crisis del COVID-19, muestra el carácter urgente, y ahora mismo imprescindible, de la digitalización de la escuela. Asegurar el aprendizaje de todos en esta situación resultará más complicado para unos colegios que para otros, dependerá de los entornos sociales y de la realidad de cada familia. Y la posibilidad de implantación del aprendizaje online dependerá también en gran medida de la edad y madurez de los alumnos. En cualquier caso, para aquellos centros educativos en los que tanto los profesores como los estudiantes estén habituados a trabajar con herramientas digitales, la transición debería ser bastante sencilla.

A los que hemos defendido la necesidad de innovar en las aulas, incorporando por una parte metodologías que sean capaces a la vez de atender a la diversidad y fomentar aprendizajes más duraderos y gozosos, y por otra parte herramientas tecnológicas que propicien la personalización del aprendizaje, nos despierta un gran interés este desdichado experimento forzoso al que se ha visto obligado a someterse nuestro sistema educativo.

Creo que en esta situación es inevitable que surjan preguntas como las siguientes: ¿Cómo se van a impartir las clases? ¿Se dará el paso hacia otros modelos de evaluación? ¿Seremos capaces de adaptarnos en esta situación a los ritmos diferentes de los alumnos? ¿Qué impacto tendrá este drástico cambio en los resultados académicos?

En mi opinión, la situación nos demuestra que definitivamente es imperativo dar el salto hacia lo digital. A los docentes se les pide adaptarse, si no lo habían hecho ya, y pasar a la grabación de píldoras educativas en video, la emisión de clases en streaming, o lo más parecido a las clases tradicionales: impartir clases por videoconferencia para permitir la interacción entre alumnos y profesores. Es también necesario en estas circunstancias el uso de aulas virtuales que permitan compartir contenidos, interactuar con los alumnos en foros de debate, así como entregar y evaluar actividades. Una evaluación que deberá contar con pruebas más allá de los exámenes, que, desde luego, tendrán que adaptarse al nuevo contexto, y que debería introducir herramientas como las rúbricas.

Estamos ante una emergencia que nos invita a digitalizar el aprendizaje a marchas forzadas y que nos brinda nuevas oportunidades de cooperar y compartir contenidos educativos. Y también de sentirnos más responsables que nunca de llegar a todos los alumnos, de hacer efectiva la atención a la diversidad, porque las desigualdades se pueden hacer mucho más evidentes en esta situación. Aquellos que tengan problemas para entender el idioma, que no tengan un lugar en casa para estudiar o los que presenten alguna discapacidad o dificultad de aprendizaje, entre otros, pueden encontrar más barreras en esta nueva situación.

Propiciar el Diseño Universal del Aprendizaje (DUA) puede ser la respuesta a esta emergencia educativa. El reto que se impone es el de garantizar que todos aprenden. En realidad, se debería de haber impuesto siempre, pero en este momento en el que todos están pendientes del éxito de la educación a distancia (no hay más que abrir Twitter y ver los numerosos hilos al respecto) deberíamos trabajar por fin en esa dirección. En el contexto digital encontramos herramientas para salvar ciertos obstáculos, ofreciendo contenidos accesibles, en diferentes formatos, con soporte para varios idiomas y disponibles en cualquier momento. A esto es a lo que se debería aspirar.

Sin embargo, también nos encontramos con la mayor de las barreras: la imposibilidad de acceder a esos recursos, por la falta de medios técnicos. Sin una tableta o un ordenador y sin acceso a internet las posibilidades de éxito se reducen drásticamente. El enorme potencial que supone para el aprendizaje un ordenador con acceso a internet lo constató un profesor de tecnología educativa de la Universidad de Newcastle llamado Sugata Mitra. La experiencia de este profesor, quien demostró que los niños son capaces de aprender solos y aprender unos de otros si se les permite el acceso a un ordenador conectado a internet, debería tener más significado que nunca en este momento de aislamiento.

Ha llegado por tanto la hora de plantearse otro tipo de educación, porque el modelo tradicional se adapta mal, si es que lo hace, a esta crisis provocada por el coronavirus. Podemos salvar el escollo a duras penas, sin obtener ningún aprendizaje que nos ayude a dar un salto hacia la educación personalizada que queremos, o podemos salir de la crisis reforzados, habiendo aprendido algunas lecciones, que solo el tiempo nos dirá si realmente hemos interiorizado.

Me gustaría que gracias a esta crisis se demostrara que es posible, a partir de ciertas edades, impulsar un aprendizaje más autónomo, que permita a los alumnos trabajar tanto individualmente como en grupo, e incluso fomentar una educación que combine la parte presencial con la parte online. Además, creo que la crisis nos puede demostrar que los alumnos son capaces, como los niños de la India que observó Sugata Mitra, de aprender solos y también cooperar entre ellos para ayudarse y para realizar proyectos o tareas.

Me gustaría que de esta situación aprendiéramos el potencial que tienen las herramientas digitales para la personalización del aprendizaje, y para fomentar una educación multinivel, que se adapte a la diversidad de las aulas y que busque, como reclama Salman Khan, creador de la Khan Academy, que todos lleguen a aprender el 100% de lo que sus capacidades les permiten, sin aceptar lagunas que les impidan avanzar.

Nos quedan muchos días de confinamiento aun, pero los profesores y las familias ya están manifestando, como he intentado hacer yo en este artículo, dónde está el punto débil del sistema, y dónde se debería poner más énfasis: la atención a la diversidad y la eliminación de barreras del aprendizaje. Solo deseo que esta crisis nos ayude a reconocer mejor este problema y a buscar soluciones para estos meses difíciles, y para siempre.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/03/23/mamas_papas/1584955654_464322.html

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Los jóvenes se movilizan para mitigar los efectos de la cuarentena

Por: Nacho Meneses

Las iniciativas universitarias de apoyo escolar, humano, técnico y psicológico son solo algunas de las muestras del compromiso social impulsado por la crisis sanitaria del coronavirus

Cuando, el pasado 13 de marzo, se declaró por primera vez el estado de alarma en España, las alertas resonaron en multitud de jóvenes universitarios españoles. Conscientes ya de la magnitud de la lucha que el país tenía por delante, decidieron no esperar y se organizaron con celeridad para dar luz verde a numerosas iniciativas de apoyo a los colectivos más necesitados: familias con necesidad de conciliar y teletrabajar, estudiantes y profesores que debían adaptarse en días a un entorno puramente digital, mayores que no podían salir de casa porque su salud es la que más riesgo corre. Ciudadanos jóvenes (y no tan jóvenes) ayudando a ciudadanos, la cara más dulce e inspiradora de la crisis sin precedentes que vive nuestra sociedad.

“Las revoluciones siempre las han emprendido los jóvenes, y ahora hay una base mayor dispuesta a luchar por lo que creen, por un ideal de justicia. Tienen prisa por intervenir en la sociedad, porque para ellos estudiar es demasiado poco”, afirma Félix Lozano, cofundador y CEO del campus de innovación y emprendimiento Teamlabs, en Madrid. A nivel individual, en grupos, por iniciativa propia o sumándose a alguna de las ya existentes, las muestras de solidaridad surgieron casi a la vez que la cuarentena, y a día de hoy contribuyen a paliar los efectos de este aislamiento forzoso.

Programas de apoyo escolar y universitario

A Josué Labios (21 años, estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III, en Madrid), el estado de alarma le pilló en California, acompañando a su novia, Aitana Padilla, que estudia Neurociencia en UCLA. Inmediatamente tuvieron claro que no podían quedarse de brazos cruzados: “Nos habían cancelado las clases y, aunque siguiéramos online, íbamos a tener mucho más tiempo, así que pensamos que había que hacer algo para ayudar a los niños que se quedaban en sus casas”, cuenta por vía telefónica. “Queríamos evitar que se quedaran atrás. Además, hay padres que, por determinadas circunstancias, no pueden ayudar a sus hijos como estos necesitan, y alumnos que ya tenían problemas para seguir el ritmo de la clase y que ahora, con el confinamiento, podrían ver cómo su problema se agravaba”.

En tan solo dos días, esa idea de dos cristalizó en el proyecto de Universitarios Contra la Pandemia, gracias al trabajo de seis amigos entre los que se encontraba un estudiante de la Universidad Politécnica de Valencia, que creó la página web del proyecto, y otro de Derecho, que les ayudó con los asuntos legales, de Protección de Datos. Rápidamente alcanzaron el centenar de voluntarios y se difundieron por redes sociales, recibiendo el apoyo de universidades, colegios y ANPAS; hoy son alrededor de 400 voluntarios y 500 familias repartidas por toda España, “aunque el número de alumnos, desde los seis a los 16 años, es bastante mayor, porque un mismo voluntario asignado a una familia puede ayudar a varios alumnos”, puntualiza Labios. Los universitarios que quieran unirse al proyecto, o las familias que necesiten de sus servicios, pueden hacerlo a través de su página web.

No es, desde luego, el único proyecto de estas características. En la primera semana de cuarentena, los alumnos de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid (que cuenta con casi 7.000 estudiantes) abrieron una lista interna de voluntarios para tutorizar a niños y niñas que necesitaran clases de apoyo, desde Infantil hasta Bachillerato, pero también actividades de ocio y otras dirigidas a los menores con dificultades de aprendizaje. “Somos casi 400 alumnos, y aún necesitamos más gente, para dar servicio a todas las familias que han pedido ayuda”, cuenta Enrique Alonso, uno de los coordinadores y estudiante de 4º de Educación Infantil. La Universidad Europea puso en marcha un programa similar para ayudar a familias con niños en Primaria y Secundaria con las tareas del colegio, e incluso la Orquesta y Coro de la Universidad Autónoma de Madrid ofrece su ayuda a los escolares con sus deberes.

El grupo de Vengadores UCM surgió de la Facultad de Informática de la Universidad Complutense para asistir a aquellos estudiantes universitarios sin los conocimientos técnicos necesarios para atender clases por Internet, y ha juntado a 98 voluntarios de 10 facultades diferentes. “Mediante un foro, damos respuesta a sus cuestiones, y si aún tienen dudas siempre podemos hacer una videoconferencia para ayudar a esa persona de forma más personal”, explica Markel Álvarez, estudiante de 2º de Informática.

Apoyo psicológico

Adaptarse a circunstancias tan excepcionales ha sido (y continúa siendo) un desafío monumental que puede hacer que, en ocasiones, nos veamos sobrepasados: padres con dificultades para teletrabajar y apoyar escolarmente a sus hijos, o para establecer una rutina efectiva en casa; estudiantes que necesitan ayuda para organizarse o concentrarse; profesores que requieren de asistencia para organizar los contenidos no presenciales para los alumnos, programar o encontrar actividades alternativas. Para paliar esos efectos, han surgido ideas como las de b-resol y FITA Fundación, con el objetivo de reducir el impacto del aislamiento en la salud mental de los adolescentes, y Educamos Contigo, gracias a un grupo de estudiantes voluntarios, psicólogos educativos y otros profesionales de la educación de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. Para acceder a su asesoramiento, tan solo es necesario acudir a su web y reservar una cita con uno de sus expertos, ya sea por videollamada, correo electrónico o por teléfono.

Los mayores, población prioritaria

Muchas de las medidas tomadas estas semanas van encaminadas a proteger a la población que más se ha visto afectada por los efectos de la pandemia: nuestros mayores, especialmente aquellos que están solos y carecen de familia cercana que pueda asistirles. Una ayuda que se concreta en tareas tan cotidianas como hacer la compra o acudir a la farmacia a por medicamentos. En Bilbao, un grupo de jóvenes magrebíes se organizan cada día para comprar en el mercado y entregar pedidos a domicilio a mayores en un barrio de la ciudad; en Zamora, una veintena de voluntarios se ofrece para hacer la compra a grupos de riesgo, familias con hijos a cargo o personas de movilidad reducida; y casos similares se reparten por Segovia, Canarias, Madrid…

Más allá de evitar que los mayores tengan que salir de sus casas, otras iniciativas se proponen contribuir a que puedan mantener su bienestar físico o emocional. En Erandio (Bizkaia), las personas de una residencia de mayores reciben ánimos a través de cartas o imágenes enviadas por estudiantes universitarios, gracias a una iniciativa coordinada por Izaskun Álvarez, profesora de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco; mientras, los voluntarios de Adopta un Abuelo ofrecen, en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid, apoyo telefónico a los mayores de cualquier lugar de España, y los alumnos de Fisioterapia de la Universidad Europea realizan vídeos con recomendaciones prácticas para que los mayores conserven su movilidad.

Múltiples iniciativas en las redes

Impulsada por el confinamiento, la sociedad se ha volcado más que nunca en los recursos tecnológicos que tiene a su alcance, no solo para mantenerse cerca de sus seres queridos, sino para involucrarse en muchas acciones de impacto social. Iniciativas que en poco tiempo han crecido exponencialmente, como el caso de Coronavirusmakers, una red de voluntarios expertos en tecnología abierta y gratuita que ya ha reunido a más de 20.000 personas de todo el mundo: investigadores, diseñadores, ingenieros o makers que aportan su tiempo, su esfuerzo y hasta su dinero de forma altruista, al servicio de la sociedad. “El 12 de marzo abrimos el primer grupo en Telegram y solo dos días después nos tuvimos que dividir en grupos, porque ya éramos más de 5.000 personas”, cuenta Rosa Pascual, arquitecta y portavoz del colectivo.

“Tenemos más de 50 proyectos de I+D, entre los que están protectores faciales como las mascarillas (en proceso de homologación) y las viseras (ya homologadas por muchas comunidades autónomas), y un respirador apto para su uso en UCIs que está a la espera de validación por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios”, sostiene Pascual. A día de hoy, este movimiento (que partió de los médicos del Hospital Gregorio Marañón, en Madrid, y rápidamente se extendió por las redes) ha entregado ya más de 400.000 viseras, 100.000 mascarillas y 20.000 batas para médicos y enfermeras. Un trabajo monumental que tiene una característica destacada: todo se idea, desarrolla y produce de forma pública, gratuita y abierta, para que lo puedan usar en cualquier país que lo necesite.

Los ejemplos, como en los demás ámbitos, son numerosos, ya tengan un alcance local o más general. Desde Castilla y León, un grupo de profesores de Educación Física se empeña cada día en mantenernos en forma durante la cuarentena; y en la comarca de La Sagra (Toledo), el Proyecto Kieu, coordinado por María Díez, impulsa diferentes actividades en Internet (ocio y tiempo libre, consumo responsable, conversaciones en inglés o italiano…) para seguir fomentando el desarrollo de la comarca a través de los siete espacios jóvenes que posee.

Comunidades virtuales y redes sociales son también el escenario de numerosas iniciativas globales y abiertas a la cooperación, como Juntos desde Casa, #frenalacurva o #covid19Challenge. La primera es una plataforma formada por especialistas en tecnología que, de forma altruista, ponen a disposición de las familias diversas actividades para que todos, independientemente de la edad (a partir, eso sí, de los cinco o seis años) puedan divertirse aprendiendo en talleres de inteligencia artificial, robótica, programación HTML, Minecraft y Python o creación de videojuegos, entre muchos otros. Frena la Curva, a su vez, es una plataforma ciudadana abierta a todo aquel dispuesto a participar, en la que “voluntarios de muchas tipologías diferentes, organizaciones sociales, instituciones y laboratorios de innovación públicos se ponen en marcha para hacer proyectos que puedan hacer frente a la pandemia y a sus múltiples efectos sobre la salud, la educación o la vida vecinal”, explica Lozano, de Teamlabs, donde muchos de sus alumnos se han incorporado a estas y otras iniciativas.

Fuente: https://elpais.com/economia/2020/04/08/actualidad/1586353994_478579.html

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¿Poca o mucha tarea en casa?

Por: Juan Carlos Yáñez Velazco

Hace tiempo discuto el tema de las tareas escolares para casa. Soy partidario de revisarlas con lupa, de discernir su relevancia. El tema tiene alcances mundiales: en muchos países se analiza la pertinencia de atiborrar a los estudiantes. También están los otros, los sistemas educativos altamente estresantes, orientales, sobre todo, que convierten al alumnado en rehén de las rutinas en la escuela y fuera de ella.

En nuestro contexto, con un sistema educativo escolarizado, la cuarentena nos tomó en fuera de lugar y la improvisación entró a la cancha para tratar de rescatar el partido. Se vuelve más imperativo preguntarse por la relevancia de las tareas, es decir, de las actividades que hoy tienen los niños en el hogar.

En las oportunidades que abordo el tema con educadores, siempre repito: una tarea del alumno equivale a muchas tareas para el maestro. Es una perogrullada: el profesor que deja una tarea a 30 estudiantes [ya sé que en algunos niveles trabajan con 50 o más en el grupo], luego se convierte en 30 tareas, porque el maestro tiene la obligación profesional y ética de revisarlas una por una. Si tiene tres grupos, o cuatro, sus tareas se vuelven 90 o 120. Y si en cada tarea invertirá, pongamos, cinco minutos, entre la lectura y los comentarios que debe hacerle a cada uno, entonces, debe invertir 450 o 600 minutos, es decir, un montón de horas. ¿Es así como funciona la cosa o no?

La cuestión da para muchas reflexiones, pero solo quiero poner una más en la mesa, desde el punto de vista de los padres: por cada tarea enviada, debe recibirse una retroalimentación, por la forma o medio en que el profesor pueda hacerlo.

La fiebre de actividades puede provenir de la autoridad que se lo exige al profesor; por lo tanto, él debe prepararlas con más cuidado, como la mejor clase que no impartirá, pero que dejará aprendizajes en el grupo.

Repito: es preferible una tarea significativa, que produzca aprendizajes, a cinco por día nada más que para tenerlos ocupados, agotándolos y enseñándoles que la escuela, así sea en casa, es una institución de trabajos estériles e injustificados.

Frente al tema de las tareas, me resuenan las palabras de Paulo Freire: la educación debe ser un desafío intelectual, no canción de cuna.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/poca-o-mucha-tarea-en-casa/

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Estados Unidos podría perder para siempre su posición de superpotencia mundial

Por: Patrick Cockburn

Estados Unidos podría estar alcanzando su “momento Chernobyl” al ser incapaz de liderar el combate contra la epidemia de coronavirus. Como ocurrió en 1986 con el accidente nuclear de la Unión Soviética, un cataclismo está sacando a la luz los fallos sistémicos que ya han debilitado la hegemonía mundial estadounidense. Sea cual sea el resultado de la pandemia, hoy en día nadie está mirando a Washington para buscar soluciones a la crisis.

La pérdida de influencia de Estados Unidos fue perceptible esta semana en la reunión virtual de líderes mundiales donde Estados Unidos se dedicó a intentar convencer a los demás de que firmaran una declaración que hacía referencia al “virus de Wuhan”, como parte de una campaña para culpar a China de la epidemia de coronavirus. Uno de los rasgos principales de las tácticas políticas del presidente Trump es demonizar a los demás para desviar la atención de sus propias limitaciones. El senador republicano por Arkansas Tom Cotton redundó en el tema afirmando que “China desencadenó esta plaga mundial y hay que exigirle responsabilidades”.

El fracaso de Estados Unidos va mucho más allá del estilo político tóxico de Trump: La supremacía mundial estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial ha estado basada en su capacidad única para conseguir sus objetivos mediante la persuasión, la amenaza o el uso de la fuerza. Pero la incapacidad de Washington de responder de forma adecuada ante el coronavirus demuestra que las cosas han cambiado y cristaliza la percepción de que la competencia de EE.UU. está desvaneciéndose. Este cambio de actitud es importante porque las superpotencias, como el Imperio Británico, la Unión Soviética en el pasado reciente o Estados Unidos en la actualidad, dependen para el mantenimiento de su supremacía de cierto grado de fanfarronería. No pueden permitir que su imagen todopoderosa se cuestione demasiado a menudo porque no pueden permitirse el lujo de fracasar: la crisis del Canal de Suez de 1956 hizo pedazos la exagerada imagen de fortaleza del Imperio Británico, y lo mismo ocurrió con la Unión Soviética tras la guerra en Afganistán en la década de los 80.

La crisis del coronavirus es el equivalente de Suez y Afganistán para los Estados Unidos de Trump. En realidad, esas crisis se empequeñecen cuando se las compara con la pandemia del Covid-19, que tendrá un impacto mucho mayor porque cualquier persona del planeta es una víctima potencial y se siente amenazada. Enfrentada a una megacrisis de este volumen, la incapacidad de la administración Trump de responder y asumir el liderazgo de manera responsable está resultando extremadamente destructiva para la posición de EE.UU. en el mundo.

La decadencia de Estados Unidos suele contemplarse como la otra cara de la moneda del ascenso de China –y China, de momento al menos, ha logrado controlar su propia epidemia. Son los chinos quienes están enviando respiradores y equipos médicos a Italia y mascarillas a África. Los italianos se han dado cuenta de que los otros estados de la Unión Europea han ignorado su petición desesperada de equipo médico y solo China ha respondido. Una organización de beneficencia china envió 300.000 mascarillas a Bélgica en un contenedor que llevaba escrito el lema: “La unión hace la fuerza”, en francés, flamenco y chino.

Es posible que estos ejercicios de “poder blando” tengan una influencia limitada una vez se pase la crisis, aunque probablemente aún falte mucho para eso. Pero, mientras tanto, el mensaje que se percibe es que China puede proporcionar equipo y expertos médicos esenciales en un momento crítico y Estados Unidos no. Estos cambios en la percepción no van a desaparecer de la noche a la mañana.

Desde que Estados Unidos destacó como superpotencia mundial tras la Segunda Guerra Mundial ha habido a montones de profecías anunciando su declive. Sin embargo, la proclamada caída del Imperio Americano ha ido posponiéndose o ha sido testigo de otras decadencias más rápidas, especialmente la de la Unión Soviética. Los críticos de la hipótesis de la “decadencia estadounidense” explican que, aunque Estados Unidos ya no domine la economía mundial tanto como anteriormente, todavía mantiene 800 bases en todo el mundo y un presupuesto militar de 748.000 millones dólares.

Sin embargo, la incapacidad de Estados Unidos de ganar las guerras en Somalia, Afganistán e Irak a pesar de su destreza técnica muestra lo poco que ha conseguido a pesar del descomunal gasto.

A pesar de su retórica belicosa, Trump no ha comenzado ninguna nueva guerra, pero ha utilizado el poder del Tesoro de Estados Unidos en lugar del Pentágono. Al imponer duras sanciones económicas a Irán y Venezuela y amenazar a otros países con la guerra, ha demostrado hasta qué punto Estados Unidos controla el sistema financiero mundial.

Pero estos argumentos sobre el ascenso o declive de Estados Unidos como potencia económica y militar olvidan un punto fundamental que debería ser obvio. Su auténtico declive como superpotencia tiene menos que ver con las armas y el dinero (como muchos piensan) y mucho más con el propio Trump, que representa tanto el síntoma como la causa de dicho declive.

Dicho de forma sencilla, Estados Unidos ya no es un país al que el resto del mundo quiera emular o, en todo caso, quienes lo desean suelen ser demagogos o déspotas autoritarios y nativistas (xenófobos –N. d. T.). Su admiración es por tanto bien recibida: y si no, fíjense en el caluroso abrazo que dedicó Trump al primer ministro nacionalista indio Narendra Modi y su relación con la nueva generación de tiranos como Kim Jong-il de Corea del Norte o el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman.

Los gobernantes demócratas y los despóticos saldrán reforzados de la pandemia, al menos en una primera instancia, pues en épocas de crisis agudas las personas quieren confiar en sus gobiernos, pensar que van a salvarles porque saben lo que están haciendo.

Pero los demagogos como Trump y sus equivalentes en todo el mundo no suelen ser muy buenos resolviendo verdaderas crisis, porque han accedido al poder explotando odios étnicos y sectarios, usando a sus adversarios como chivos expiatorios y dando bombo a sus supuestos logros míticos.

Un ejemplo de ello es el presidente de extrema derecha brasileño, Jair Bolsonaro, quien acusa a sus oponentes y a los medios de comunicación de “engañar” a los brasileños sobre los peligros del coronavirus. Es tal la laxitud del gobierno a la hora de forzar algún tipo de confinamiento en Río de Janeiro que, al menos en tres favelas, los narcotraficantes locales han intervenido para declarar un toque de queda a partir de las 8 de la noche que ellos mismos se encargan de hacer cumplir.

Trump siempre se ha destacado por saber explotar y acentuar las divisiones de la sociedad estadounidense y por proponer soluciones simplonas para crisis ficticias, como la construcción del famoso muro para detener la entrada de inmigrantes centroamericanos en el país. Pero ahora que debe afrontar una verdadera crisis, está apostando a que será de corta duración y menos grave de lo que la mayoría de los expertos predicen. Las encuestas afirman que su popularidad ha aumentado, probablemente porque las personas asustadas prefieren oír buenas noticias antes que malas. Hasta ahora, los peores brotes de la epidemia se han producido en Nueva York, Boston y otras ciudades en las que Trump nunca gozó de mucho apoyo. Si se propaga con la misma intensidad a Texas y a Florida, incluso la lealtad de sus más fervientes seguidores podría evaporarse.

Estados Unidos se ha debilitado como país porque está dividido, y esa división se profundizará mientras Trump esté al mando. Hasta la fecha ha evitado provocar crisis graves y su mala gestión de la epidemia de coronavirus demuestra que hacía bien en evitarlas. Está polarizando un país ya bastante dividido, y esa es la verdadera razón por la que Estados Unidos está en decadencia.

Patrick Cockburn es un periodista irlandés galardonado con numerosos premios internacionales (entre otros el premio Orwell en 2009, al Reportero del Año 201 de, Gran Bretaña). Ha escrito tres libros sobre Irak, el último de ellos The Rise of Islamic State.

Fuente: https://rebelion.org/estados-unidos-podria-perder-para-siempre-su-posicion-de-superpotencia-mundial/

Fuente Original: https://www.counterpunch.org/2020/03/31/trumps-chernobyl-moment-the-us-may-lose-its-status-as-world-superpower-and-not-recover/

Ilustración: Nathaniel St. Clair.

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Morirse de hambre por no hacerlo de coronavirus

Por: Lola Hierro

Las restricciones impuestas para contener la epidemia de la Covid-19 complican el acceso a alimentos a millones de personas que viven al día en África

Pongamos que un campesino llamado Bakoro vive gracias a que siembra patatas en su huerto, en un pueblo de cualquier país de África, y luego las vende a un comerciante. Que este comerciante compra todas las patatas de todos los Bakoros de la zona y contrata a un transportista que las lleve a la ciudad y las entregue en varios supermercados y mercados, donde otros las ofrecerán a sus clientes. Entre ellos habrá uno, a su vez, que irá a diario a comprar un kilo de esas patatas gracias a un dinero que ganó trabajando esa jornada como taxista, o mozo de carga, o sastre, o mecánico. No puede permitirse ir una sola vez al mes a por más cantidad y almacenarlas porque no tiene un contrato laboral con salario mensual.

En esta delicada cadena alimentaria, una sola interrupción puede suponer un problema para cualquiera de sus componentes. Y ahora, la epidemia de Covid-19, que ya afecta a 53 países del continente, donde se han notificado más de 10.000 casos, amenaza con desmontarla de arriba abajo: las restricciones que se aplican en todo el mundo para contenerla, como el cierre de fronteras, de tráfico aéreo y marítimo y los periodos de confinamiento, pueden amenazar la seguridad alimentaria de millones de personas si se gestionan incorrectamente.

«Nos preocupa el impacto de la Covid-19 en los países vulnerables que están luchando contra el hambre, sobre todo los afectados por conflictos o inseguridad, como los del Sahel, y otros de África oriental que ahora sufren el brote de langostas del desierto. Pero es difícil saber qué efectos se van a ver», resume Heléne Pasquiere, responsable de seguridad alimentaria de Acción contra el Hambre (ACH). Lo esencial es mantener el suministro de alimentos y el acceso para todos, «porque al final de una crisis sanitaria nos podemos enfrentar a otra alimentaria», advierte.

Pasquiere no es la única con este temor. Un buen número de organizaciones y expertos en salud y alimentación ya han alertado de que el impacto de la epidemia puede suponer un problema en la seguridad alimentaria mundial. En los países en desarrollo, más, porque en estos se encuentra el mayor porcentaje de personas con alguna forma de desnutrición y malnutrición. África, en concreto, tiene más de 256 millones de hambrientos, según el último recuento de Naciones Unidas. Las personas desnutridas, ya sean agudas o crónicas, cuentan con un sistema inmunitario más débil, por lo que tienen menos armas para evitar el contagio del virus. Una vez que se han contagiado, es posible que padezcan síntomas graves, algo que ya se comprobó que ocurría con enfermos de ébola: su estado nutricional previo condicionaba su evolución.

Pero, si bien la imagen estereotipada de África es la de un continente de famélicos, los datos dicen que las personas con sobrepeso y obesidad se encuentran en mayor porcentaje en países en desarrollo, y en este continente hay un buen número de ellos. La gente que gana poco dinero no compra comida saludable, sino muchos ultraprocesados que son más baratos y fáciles de encontrar. En África, la situación se exacerba en los miles de barrios empobrecidos de entornos urbanos, como Kibera en Kenia o Khayelitsa en Sudáfrica. «Es muy probable que, si la gente no tiene ingresos, en vez de comprar alimentos de mayor calidad compre otros de bajo coste y que desde el punto de vista nutricional sean menos adecuados», confirma Pasquiere.

Una mujer recibe alimentos el 2 de abril de 2020, durante una distribución de un grupo de voluntarios kenianos llamados Team Pangaj. Entregan harina, alubias, leche y zumo a unas 900 personas de Kibera, uno de los suburbios más pobres de Nairobi, capital de Kenia.
Una mujer recibe alimentos el 2 de abril de 2020, durante una distribución de un grupo de voluntarios kenianos llamados Team Pangaj. Entregan harina, alubias, leche y zumo a unas 900 personas de Kibera, uno de los suburbios más pobres de Nairobi, capital de Kenia. GORDWIN ODHIAMBO AFP

Este grupo de población también se enfrenta a mayores riesgos si contraen la Covid-19, según los datos recabados en el Reino Unido. Para empezar, su sistema inmunológico se encuentra activado de manera crónica para responder al daño celular causado por la inflamación. Luego, los obesos también tienen más difícil lidiar con la neumonía, ya que el exceso de peso compromete a veces la capacidad de los pulmones para tomar oxígeno; además, tienen más posibilidades de que su salud cardiovascular sea deficiente, y en muchos casos también son físicamente poco activos; todo ello compromete el sistema inmune.

«La situación de la Covid-19 se suma a los problemas que ya teníamos«, lamenta Lola Castro, coordinadora regional del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en el sur de África, para ilustrar el estado de la cuestión en esta zona del continente. «Aquí estamos afectadísimos por el cambio climático; en los últimos tres años hemos tenido en al menos ocho países sequías muy intensas que han destruido no solo cosechas, sino que en Namibia, Botsuana y Angola han precipitado la mortalidad de los animales y han creado una situación sin precedentes de inseguridad alimentaria para gente que antes estaba más o menos bien y podía alimentarse por su cuenta», describe. Solo en esta región, el PMA ha solicitado 450 millones de dólares (413 millones de euros) para asegurar la alimentación de quienes ya dependían de ellos antes del coronavirus durante los próximos tres meses. No a todos se prestaba ayuda porque no se llegaba, y ahora serán más si la crisis se prolonga. «Estamos intentando, lo primero, mantener las actividades que ya estábamos realizando. Necesitamos hacerlo a tiempo porque, si esperamos, puede ser un desastre», avisa Castro, y recuerda que el PMA ha sido el primero en declarar la emergencia alimentaria global por primera vez en su historia. «Se necesita 1.900 millones de dólares 1.700 millones de euros] para responder a esta alerta en todo el mundo», añade.

Muchos Estados han cerrado sus fronteras y esto también trae complicaciones, según Abebe Haile-Gabriel, subdirector General de la Agencia de la ONU para la Agricultura y Alimentación (FAO) y representante regional para África. Su organización calcula que una de cada cinco calorías que la gente consume ha cruzado al menos una frontera internacional, más del 50% que hace 40 años. «La mayoría de los países depende de las importaciones. En los pequeños Estados insulares en desarrollo, por ejemplo, hasta el 80% de sus alimentos proviene de otras regiones, pero no son solo ellos». Y lo mismo pasa con las exportaciones: «Los africanos exportan productos primarios como cacao, aceite, minerales, café… La demanda está bajando, por lo que los ingresos se reducirán y socavará aún más la capacidad de conseguir comida aunque estos estén disponibles», vaticina. Hay que tener en cuenta que en los hogares pobres de los países en vías de desarrollo como estos la población se gasta entre el 60% y el 80% de sus ingresos en comer.

El aumento de precios es una realidad en países en cuarentena como Ruanda, donde el coste de los bienes ha aumentado significativamente desde el cierre debido a la falta de transportistas. También en Sudáfrica, con un 30% de desempleo y una economía que depende en gran medida de un turismo ahora inexistente. Allí se han registrado más de 300 quejas ante la Comisión de Consumo por el incremento de precios de bienes de primera necesidad como papel higiénico, medicamentos y mascarillas.

Mal en el campo, peor en la ciudad

Los trabajadores en el sector informal [trabajo no declarado] que viven al día, sobre todo en contexto urbano, se han quedado sin fuentes de ingresos. «Hay que reducir la transmisión de la Covid-19 con prevención y control de la infección, pero también hay que apoyar a estas personas para que puedan cubrir sus necesidades básicas inmediatas, como la alimentación, pero también el alquiler. Porque si no la gente se va a encontrar en la calle de un día para otro», alerta Pasquiere.

Una mañana ajetreada en la casa de Tapiwa Chiroodza en el barrio de Mbare, en Harare (Zimbabue), el 30 de marzo de 2020, primer día del periodo de cuarentena. Las personas más empobrecidas y que viven al día son las más vulnerables ante esta nueva situación.ampliar foto
Una mañana ajetreada en la casa de Tapiwa Chiroodza en el barrio de Mbare, en Harare (Zimbabue), el 30 de marzo de 2020, primer día del periodo de cuarentena. Las personas más empobrecidas y que viven al día son las más vulnerables ante esta nueva situación. JEKESAI NJIKIZANA AFP

En Zimbabue por ejemplo, en la ciudad de Harare, el PMA lleva varios meses haciendo transferencias monetarias debido a la crisis alimentaria agudizada por la crisis económica y una prolongada sequía. En las zonas rurales se distribuye comida pura y dura. «Si funcionan los mercados locales, preferimos dar transferencias monetarias que permitan a la gente tener un cesto básico mínimo, y además promovemos la producción local. Pero en este caso la comida no llega a los mercados y la que hay tiene un precio inasumible debido a la inflación», describe Castro.

Es en los pueblos más pequeños y remotos de África, donde no llegan las carreteras asfaltadas y todo pasa más tarde, hasta las malas noticias, pueden sentirse un poco más protegidos que en un suburbio. Mientras que el transportista y el mayorista que distribuían y compraban las patatas se quedan sin negocio y sin ingresos, hay quien pensará que el imaginario campesino Bakoro siempre podrá comerse sus propias patatas, aunque solo se alimente de ellas un tiempo, o cambiarlas por cebollas con el vecino de al lado.

Pero las personas que viven en zonas rurales en muchos casos siguen teniendo vínculos muy fuertes con las ciudades  y las restricciones de movimiento les afectan en el consumo, pero también en la producción. Alrededor del 60% de la población africana se dedica a la agricultura y en muchos países, la temporada principal de siembra comienza ahora, lo que significa que tienen que conseguir semillas, fertilizantes y otros insumos. «Si el mercado comercial se ve interrumpido, estos insumos no llegarán a tiempo, y si se pierde la temporada de siembra, después no habrá suficiente cosecha y eso agravaría nuevamente el problema, particularmente la nutrición» explica Haile-Gabriel.

Otra dificultad que pone sobre la mesa la cooperante de Acción contra el Hambre es que en África muchas familias dependen de las remesas de la migración de otros países, generalmente europeos, donde la crisis también está impactando, y se están reduciendo los envíos.

Igualmente preocupan los residentes en campos de refugiados y desplazados, que ya tenían difícil comer. Pasquiere advierte de que la distribución alimentaria se mantendrá dependiendo de las restricciones que impongan los Gobiernos al movimiento de las organizaciones de ayuda, algo que en principio no está ocurriendo.

En busca de soluciones urgentes

Para Lola Castro es urgente que los Gobiernos doten de ayudas económicas de manera inmediata a toda la gente que se ha quedado sin trabajo y sin medio de sustento. «África es muy diferente a la de Europa y encerrar a la gente en casa durante muchos días es muy difícil. Hay muchos que dicen ‘me voy a morir de hambre antes que de coronavirus porque no tengo dinero ni para comprar mi cesta básica», ilustra.

Así, en Sudáfrica, el presidente Cyril Ramaphosa ha anunciado una serie de medidas para ayudar a las pequeñas empresas y trabajadores afectados que incluyen un subsidio de desempleo para los trabajadores informales y exenciones de impuestos. En Namibia, aquellos que han perdido sus ingresos tras el periodo de cuarentena recibirán una subvención de 750 dólares namibios, unos 37 euros. «A mí me preocupan países como Malaui, Zimbabue, Mozambique… La situación no está tan boyante como para que el Gobierno pueda dar subsidios inmediatamente», señala Castro, que también apoya la participación del sector privado para capear el temporal.

Otra medida que, esa sí, ya funciona, ha sido la apertura de un corredor humanitario en el sur del continente. «Hicimos una petición al Gobierno y ha mantenido el puerto de Durban [Sudáfrica] abierto, así que estamos descargando contenedores de alimentos nutricionales específicos para niños, harina de maíz… Y los transportistas están pudiendo cruzar las fronteras. Estamos pidiendo a los Gobiernos de todos los países que no cierren para la ayuda alimentaria urgente», detalla Castro.

Durante la entrevista telefónica con este diario, el subdirector de la FAO, Haile-Gabriel, avisa de que en media hora va a participar en otra vídeo llamada con miembros de la Unión Africana y varios ministros de Agricultura. La idea es proponer recomendaciones urgentes para plantar cara al problema. «Resulta ensordecedor el silencio sobre la crisis alimentaria que se cierne sobre nuestras cabezas como resultado de las medidas para contener el virus; en África deberíamos hablar sobre ello sin diluir los esfuerzos para contener la propagación de la pandemia», opina antes de despedirse.

REINVENTAR EL REPARTO DE LA AYUDA

Varias mujeres esperan a recibir su ayuda mensual respetando la distancia social en un reparto del Programa Mundial de Alimentos.
Varias mujeres esperan a recibir su ayuda mensual respetando la distancia social en un reparto del Programa Mundial de Alimentos. FOTOGRAFÍA CEDIDA POR LOLA CASTRO (PMA)

L. H.

Cuenta Lola Castro, directora regional del Programa Mundial de Alimentos en el sur de África, que la pandemia de la Covid-19 ha creado una situación sin precedentes. «Buscamos soluciones según se presentan los problemas», reconoce. Y uno de los primeros que encontraron es que tenían que dar con la manera de repartir la ayuda siguiendo las nuevas indicaciones de distanciamiento social, higiene, etc. «Ya no podemos tener a mucha gente en un mismo lugar, hay que asegurarse de que las personas no se tocan y que podemos hacer la distribución de alimentos de forma segura tanto para los beneficiarios como para el personal humanitario».

«Antes podías tener dos o tres mil personas en una distribución de comida; ahora cada grupo es de 150 o 200 personas como mucho. También tenemos termómetros infrarrojos para evaluar a todo el que viene. Si alguien tiene una temperatura muy alta se le manda a los centros de salud que manejan los ministerios y la OMS. Las personas que esperan lo hacen en grupos separados y van de uno en uno a la distribución, recogen la comida sin contacto físico y luego, como tenemos una tarjeta biométrica para identificar a los beneficiarios, hemos conseguido desligar el biométrico de la huella dactilar, entonces ahora solo deben poner la tarjeta cerca de una máquina que registra los datos y no tienen que poner la huella, así que no hay contacto tampoco», resume Castro.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/03/31/planeta_futuro/1585673172_222282.html

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Ficción educativa en tiempos de confinamiento

Por: Julio Rogero

Pretender hoy que el sistema educativo realice adecuadamente su función a distancia es una fantasía que conduce a la frustración e incrementa las desigualdades educativas.

Como toda la sociedad española, el sistema educativo se ha visto obligado a adaptarse de forma drástica a la actual emergencia sanitaria. La histórica decisión de suspender la actividad en los centros escolares ha forzado a las autoridades educativas a reaccionar con rapidez. Tanto el Ministerio de Educación como el conjunto de las comunidades autónomas decidieron, implícita o explícitamente, primero, continuar con la actividad docente por medios telemáticos, y segundo, avanzar con la impartición de contenidos.

Estas decisiones están exigiendo a los docentes y a las familias un gran esfuerzo: los primeros para adaptar los contenidos y metodologías al confinamiento de su alumnado, y las segundas para responder a las demandas escolares. En ambos casos, el objetivo es suavizar el impacto académico del parón. Pero este gran esfuerzo no está evitando que la sensación de impotencia se extienda entre la comunidad educativa, porque se está evidenciando que no es posible cumplirlo. Dicho de otra manera: pretender hoy que el sistema educativo realice adecuadamente su función a distancia es una fantasía que conduce a la frustración e incrementa las desigualdades educativas.

En primer lugar, el proceso educativo exige desarrollar contenidos para el alumnado de forma interactiva y hacer un seguimiento individualizado del aprendizaje, es decir, guiar y supervisar qué se hace y cómo se hace. Ambos elementos no son factibles sin la presencialidad. A ello se suma que hay contenidos y habilidades esenciales del curriculum que no pueden aprenderse ni evaluarse si no existe relación física entre el alumnado y el profesorado, y del alumnado entre sí, como la comunicación oral (en el idioma propio y en otras lenguas), la educación física, el trabajo en equipo, la educación musical o la educación en valores (gestión de las emociones, resolución de conflictos, etc.). Las dificultades se agravan cuando niños y niñas necesitan una metodología inclusiva con especialistas, materiales y entornos adaptados.

En segundo lugar, la decisión de proseguir con el curso implica, de un día para otro y sin preparación alguna, que todas las familias asuman nada menos que la educación formal de sus hijos e hijas. En el mejor de los casos, esta solución está diseñada para familias con condiciones materiales, tiempo y formación suficientes como para llevarla a cabo. Sin embargo, la realidad es que la mayoría carece de los recursos imprescindibles para realizar las funciones que hasta hace unas semanas cumplía el sistema educativo.

En ese sentido, hay muchos hogares donde los dos miembros de la pareja trabajan, ya sea fuera de casa o con teletrabajo. En esos casos, niñas y niños pueden quedarse solos (si son mayores) o ser cuidados por otras personas, lo que dificulta enormemente su acompañamiento académico. En otras situaciones en las que sí es posible lo que faltan son habilidades tecnológicas, capacidad pedagógica o unas condiciones materiales apropiadas.

El derecho a la educación incluye la garantía y provisión gratuita de los recursos necesarios para el aprendizaje. La situación actual fulmina este derecho porque, y doy solo algunos datos, el 18% de la infancia vive en un hogar con problemas de humedad o aislamiento, el 13% no tiene ordenador en casa, el 11% pasa frío en invierno de forma cotidiana, el 10% no dispone de Internet, el mismo porcentaje no cuenta con el espacio necesario y el 5% carece de luz suficiente. En conjunto, cuatro de cada diez niñas y niños vive en un hogar sin condiciones adecuadas para el estudio, limitaciones que se agravan de forma dramática en aquellos hogares con pocos ingresos (ver gráfico). Si los recursos influyen de forma determinante en el aprendizaje en condiciones normales, es seguro que en un contexto de confinamiento influirán mucho más.

Fuente: Elaboración propia sobre microdatos de la Encuesta de Condiciones de Vida 2016.

Por último, la mayor parte del sistema educativo no está preparada para afrontar un cambio tan profundo de forma tan rápida. Existe una evidente carencia de metodologías y contenidos adaptados a una enseñanza online de calidad, faltan plataformas que garanticen un buen funcionamiento para todo el alumnado y no podemos soslayar que una parte de los docentes carece de las competencias requeridas o, incluso, de la tecnología necesaria en sus propios hogares.

Con todo lo anterior no estoy diciendo que no sea conveniente que los niños lean, trabajen, estudien y se enriquezcan en este tiempo de encierro. Al contrario: es lo deseable. Pero carece de sentido pretender que el curso puede seguir con normalidad. Nadie debe verse perjudicado por esta situación y el sistema educativo debe tratar de mantener su función compensadora de las desigualdades. En un contexto como el actual, el planteamiento debería ser priorizar las necesidades del alumnado desaventajado, en lugar de diseñar soluciones irreales para él.

De acuerdo con esta lógica, lo deseable sería, primero y mientras dura la suspensión de las clases, ofrecer recomendaciones adaptadas a la realidad de las familias, con el fin de consolidar lo aprendido, y detener la impartición de contenidos nuevos. Los docentes, en lugar de estar pendientes de avanzar con la materia a distancia, podrían poner el énfasis en contactar con todas las familias y asegurarse de que les llegan las recomendaciones, pero quitando la presión de cumplir a rajatabla lo propuesto. Aun así, hay que asumir que habrá familias a las que los docentes no podrán llegar.

En segundo lugar, deberíamos anticipar los efectos de este parón en el alumnado, para compensarlos a posteriori. Existen muchas formas de hacerlo, pero la principal es redoblar los recursos docentes para apoyar de forma personalizada a quienes que se hayan visto más perjudicados educativamente por el confinamiento. No queda otra opción que navegar en la incertidumbre, lo que implica trabajar en diferentes escenarios de fecha de retorno a las aulas e, incluso, de nuevos confinamientos en el medio plazo. Cualquiera de ellos representa una crisis educativa sin precedentes que exige adaptar los recursos, las metodologías y los calendarios escolares, con el objetivo de que todo el alumnado, sin excepción, pueda seguir aprendiendo.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/03/25/ficcion-educativa-en-tiempos-de-confinamiento/

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