UNICEF / 16/10/2019
¿Qué ves cuando piensas en la malnutrición infantil?
Hace 20 años, la imagen era llamativa: un niño peligrosamente desnutrido que apenas tenía con qué alimentarse.
En la actualidad sigue habiendo millones de niños desnutridos, pero la imagen está cambiando. Aunque el número de niños con retraso en el crecimiento está disminuyendo en todos los continentes menos África, el sobrepeso y la obesidad están aumentando en todos los continentes, incluido África, y a un ritmo rápido. En todo el mundo, al menos la mitad de todos los menores de cinco años padecen hambre oculta: una falta de nutrientes esenciales que suele pasar inadvertida hasta que es demasiado tarde.
1 de cada 3 niños no está creciendo bien debido a la malnutrición.
En muchos países, incluso en un mismo hogar, estas tres formas de malnutrición –desnutrición, hambre oculta y sobrepeso- se dan al mismo tiempo. Esto significa que un solo país puede tener que enfrentarse al desafío de abordar altas tasas de retraso en el crecimiento, carencias de micronutrientes y obesidad. Del mismo modo, en una familia puede haber una madre con sobrepeso y un niño con retraso en el crecimiento. Estas tendencias reflejan lo que se conoce como la triple carga de la malnutrición, que pone en peligro la supervivencia, el crecimiento y el desarrollo de los niños, las economías y las sociedades.
Es probable que esta carga siga creciendo. Sorprendentemente, ningún país ha avanzado en la disminución de los niveles de sobrepeso y obesidad en los últimos 20 años.
Esto nos obliga a preguntarnos: ¿por qué tantos niños comen tan poco de lo que necesitan y consumen cada vez más lo que no necesitan?
LA TRANSICIÓN NUTRICIONAL
A lo largo de las últimas décadas, las sociedades han evolucionado. Estamos más conectados que nunca a través de los mercados comerciales globales. Cada vez más gente abandona las zonas rurales para trasladarse a ciudades con gran densidad de población. Más mujeres prosperan en el mundo del trabajo, al tiempo que siguen criando a sus familias. Además, el cambio climático ejerce cada vez más presión sobre la forma en que vivimos y utilizamos los recursos naturales.
Nuestro mundo feliz ha influido enormemente en la forma de producir los alimentos, en nuestro acceso a esos alimentos y, por último, en lo que comemos.
La globalización ha cambiado nuestra forma de comer. Ha transformado rápidamente los sistemas que llevan la comida del campo a la mesa y lo ha cambiado todo, desde la cosecha de los cultivos hasta la forma en que los alimentos se exhiben en los supermercados. Hoy en día, numerosas comunidades de todo el mundo cuentan con acceso a una mayor disponibilidad y variedad de alimentos. Sin embargo, la globalización y el comercio también han ampliado el mercado de la comida rápida y la comida basura, y han impulsado la comercialización de los alimentos dirigidos a los niños.
El auge mundial de los supermercados, las tiendas multiservicio y las cadenas de comida rápida ha hecho que las familias y las comunidades estén abandonando las dietas tradicionales, a menudo más sanas, en favor de dietas modernas que suelen estar cargadas de alimentos procesados, ricos en grasas saturadas, azúcar y sodio y con un bajo contenido de nutrientes esenciales y fibra.
En la actualidad, más de la mitad de la población del mundo vive en ciudades. La urbanización ha ocasionado una rápida transformación de los hábitos alimentarios y el estilo de vida, como refleja el aumento de los alimentos ultraprocesados y la disminución de la actividad física.
Como resultado, ha aumentado la prevalencia del sobrepeso y la obesidad entre los residentes urbanos, así como los índices de diabetes, hipertensión y enfermedades cardiovasculares. Para 2050, el 70% de los adolescentes del mundo vivirán en ciudades: estarán, por tanto, más expuestos que nunca a la comercialización de alimentos poco saludables y serán más vulnerables a las enfermedades asociadas con la dieta.
Cada vez es mayor el número de mujeres que se incorporan al mercado laboral, lo que representa casi un 40% de la fuerza laboral del mundo. Sin embargo, en casi en todo el mundo, las madres siguen siendo las responsables de gran parte de la alimentación y el cuidado de los hijos. Suelen recibir poca ayuda de las familias, los empleadores o la sociedad en general, lo que obliga a muchas de ellas a enfrentarse a la imposible tarea de elegir entre alimentar bien a sus hijos o recibir ingresos fijos.
Los fenómenos climáticos extremos, como las inundaciones, las tormentas, las sequías y el calor extremo se han duplicado desde 1990, y los niños sufren sus consecuencias de manera desproporcionada. Ellos son el grupo más susceptible a las enfermedades transmitidas por el agua, las cuales incrementan el riesgo de malnutrición y muerte.
Las perturbaciones climáticas alteran la producción de los alimentos y el acceso a estos por parte de las familias de zonas rurales: solo las sequías son responsables del 80% de los daños y las pérdidas en la agricultura. En zonas donde las personas cuentan con un solo cultivo básico, como el maíz, cualquier alteración en la producción puede acabar por completo con el suministro de alimentos.
Cada vez es más frecuente que los problemas causados por las perturbaciones climáticas obliguen a las familias a abandonar sus granjas y trasladarse a zonas urbanas, donde predominan los alimentos procesados y el sedentarismo. Además, dado que los sistemas alimentarios explican hasta una tercera parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, el cambio a la producción industrial de alimentos no hace más que agravar el calentamiento global.
LOS ENTORNOS ALIMENTARIOS Y LA COMERCIALIZACIÓN
Si los niños no comen los alimentos adecuados, ¿por qué los padres, o incluso los propios niños, no eligen preparar y consumir alimentos más saludables?
La respuesta radica en entender los entornos alimentarios.
Cuando observamos un entorno alimentario, o, en otras palabras, todos los factores que influyen en las decisiones alimentarias de una familia (desde lo que hay disponible en su zona hasta el dinero que tienen o los alimentos que son convenientes o conocidos para ellos) vemos que la alimentación es mucho más que una mera preferencia personal.
Las familias que viven en ciudades suelen comprar su comida, por lo que, en general, sus ingresos determinan lo que comen. Ellos tienen más probabilidades de comprar en supermercados, donde gran parte de los alimentos están envasados o son ultraprocesados. Para las familias pobres de zonas urbanas, el acceso a alimentos saludables es aún más escaso, y muchos dependen de comida callejera, que está cargada de grasas y sal.
Algunas familias de zonas urbanas viven en “desiertos alimentarios”, o vecindarios en los que es imposible encontrar productos frescos y mercados de alimentos saludables. Otras viven en “pantanos alimentarios”, donde las opciones poco saludables como la comida rápida o las cadenas de restaurantes sobrepasan el número de opciones saludables y son menos costosas. El tiempo y la comodidad también son factores importantes. Un padre o una madre solteros pueden encontrarse con dificultades para trabajar y llevar comida a la mesa. Las mujeres de zonas rurales, en particular, suelen verse obligadas a conciliar los trabajos agrícolas no remunerados con su función de cuidadoras principales.
Conforme un niño se va haciendo mayor, las personas que ejercen más influencia sobre su alimentación van cambiando, desde los padres y otros cuidadores en sus primeros años de vida hasta el personal de las guarderías y los cuidadores profesionales de niños. Cuando comienzan la escuela, sus compañeros y sus amigos son los que tienen más influencia.
Un aspecto importante del entorno alimentario que, además, influye enormemente en la alimentación de los niños es la comercialización de los alimentos. Los anuncios, el envasado de los alimentos y las campañas digitales dirigidas a los niños impulsan la demanda de comida basura, comida rápida y bebidas azucaradas. El aumento de la comercialización de los alimentos está estrechamente ligado al aumento de la obesidad infantil.
Los niños se exponen a diario a un enorme volumen de situaciones en las que se comercializan de alimentos poco saludables. Un estudio reciente llevado a cabo en 22 países reveló que, por cada anuncio de alimentos saludables, había cuatro que promovían alimentos no saludables. Esta disparidad es aún mayor en países de ingresos altos como los Estados Unidos o el Reino Unido.
En los países de ingresos bajos también se está registrando un rápido aumento del consumo de alimentos no saludables. Entre 2011 y 2016, las ventas de comida rápida crecieron en un 113% en la India, un 83% en Viet Nam y un 64% en Egipto.
En comparación con la televisión tradicional y la comercialización en los medios impresos, la comercialización digital presenta una dificultad única. En todo el mundo, aproximadamente uno de cada tres usuarios de internet es un niño. Con el aumento de los teléfonos inteligentes, los comercializadores alimentarios cuentan con un canal directo para anunciar sus productos, con el que pueden dirigirse de manera específica a los niños y que está disponible para ellos casi todo el tiempo.
Si no se establecen normativas eficaces, será imposible que los niños escapen de esta fuente constante de comercialización de alimentos, ya sea mediante la televisión, los medios impresos o los canales digitales. La legislación gubernamental parece ser la forma más efectiva de reducir las ventas de alimentos no saludables, y la Organización Mundial de la Salud insta a los gobiernos a comprometerse a erradicar la obesidad infantil utilizando enfoques de eficacia demostrada, a promover una nutrición de más calidad y a regular la comercialización de alimentos no saludables para los niños.
LA POBREZA Y LA MALNUTRICIÓN
La mayoría de las formas de malnutrición que se dan en todas las partes del mundo (desde las zonas rurales hasta las urbanas) tienen su origen en la pobreza y la desigualdad.
Los niños que viven en situación de extrema pobreza en países de ingresos bajos, especialmente en zonas remotas, tienen más probabilidades de estar subalimentados y malnutridos. Asimismo, tienen menos probabilidades de tener acceso a agua limpia, saneamiento y atención médica. Dada su situación de desventaja, también tienen menos probabilidades de terminar la escuela; tienen más tendencia a enfermar y, por último, a seguir en el ciclo de pobreza.
La malnutrición también afecta de manera desproporcionada a los niños más pobres y desfavorecidos de los países de altos ingresos. En los Estados Unidos, la obesidad infantil es más común en familias de niveles de ingresos y educación más bajos. En Inglaterra, las tasas de sobrepeso y obesidad infantil se duplican en las zonas más pobres. Además, esas zonas tienen cinco veces más restaurantes de comida rápida que las zonas más acomodadas. En muchos casos, los alimentos saludables son más costosos que las opciones no saludables.
Los ciclos de pobreza y malnutrición abarcan generaciones.
Una madre con insuficiencia ponderal o anemia tiene más probabilidades de tener un hijo con retraso en el crecimiento. A su vez, su hijo tendrá menos probabilidades de crecer fuerte y sano, de destacar en la escuela y de obtener oportunidades laborales y económicas. Como resultado, ese niño tendrá más probabilidades de permanecer en esa situación de pobreza, de estar malnutrido y de tener hijos con retraso en el crecimiento.
Del mismo modo, los hijos de madres con sobrepeso se enfrentan a obstáculos que les impiden crecer sanos. Estudios de todo el mundo han demostrado que existe una relación entre las madres con sobrepeso y los niños con sobrepeso de la generación siguiente. El funcionamiento físico y psicológico de los niños en la edad adulta también se ha relacionado con las madres con sobrepeso. En la actualidad, tener sobrepeso es el factor de riesgo más común durante el embarazo.
Sin embargo, una nutrición adecuada puede romper el ciclo vicioso de la pobreza y la malnutrición en solo una generación. Si reciben la nutrición y los cuidados adecuados, los hijos de padres malnutridos tienen posibilidades de crecer y alcanzar una altura saludable. Para que eso ocurra, las mujeres y las niñas, especialmente las madres adolescentes, necesitan ayuda y orientación en materia de nutrición antes del embarazo, tanto para su propio bienestar como para garantizar que sus hijos tengan la nutrición que necesitan en los 1.000 primeros días de vida, que son fundamentales.
EL COSTO DE LA MALNUTRICIÓN
La malnutrición puede ocasionar daños permanentes en el crecimiento, el desarrollo y el bienestar de un niño. El retraso en el crecimiento en los primeros 1.000 días de vida se asocia con un peor rendimiento en la escuela: por una parte, porque la malnutrición afecta al desarrollo cerebral, y por otra, porque los niños malnutridos tienen más probabilidades de enfermar y no ir a la escuela. El hambre oculta puede causar ceguera (falta de vitamina A), dificultar el aprendizaje (falta de yodo) y aumentar el peligro de que una madre muera durante el parto (falta de hierro). El sobrepeso y la obesidad pueden ocasionar enfermedades graves, como la diabetes de tipo 2 y enfermedades cardiovasculares.
Además, esta alteración del desarrollo físico y cognitivo de los niños les afecta también en la edad adulta y pone en peligro sus perspectivas económicas y su futuro.
En general, la pérdida de potencial y productividad tiene enormes implicaciones para el desarrollo socioeconómico de las sociedades y las naciones en un sentido más amplio, ya que socava la capacidad de los países de desarrollar el “capital humano” y debilita los niveles generales de educación, formación, habilidades y salud en una población. La pérdida es significativa.
El promedio de pérdida de ingresos asociada al retraso en el crecimiento en el transcurso de una vida es de 1.400 dólares por niño, pero puede llegar a 30.000 dólares en países más ricos. Las pérdidas económicas en los países de medianos y bajos ingresos derivadas de enfermedades relacionadas con el sobrepeso y la obesidad, como enfermedades de corazón, cáncer, diabetes y enfermedades respiratorias crónicas, superarán los 7 billones de dólares a lo largo del periodo 2011-2025.
En total, se estima que la repercusión de las distintas formas de malnutrición sobre la economía mundial puede llegar a los 3,5 billones de dólares al año, 500 dólares por persona.
En contraste, hay numerosos ejemplos de la relación entre una nutrición adecuada y la mejora del rendimiento escolar de los niños. Desde China hasta Tanzanía y desde Guatemala hasta los Estados Unidos, muchos estudios han demostrado que una nutrición adecuada mejoró las tasas de matriculación escolar, asistencia y rendimiento en ámbitos como las matemáticas y la lectura.
Es necesario subrayar la importancia de las inversiones como forma de abordar la malnutrición. Con tan solo 8,50 dólares por niño al año podrían alcanzarse los objetivos mundiales para poner fin al retraso en el crecimiento en niños menores de cinco años.
Esta inversión no solo es reducida si se compara con el gasto anual de la publicidad de empresas multinacionales de comida y restauración, sino que además genera una asombrosa tasa de rendimiento: cada dólar invertido en reducir el retraso en el crecimiento genera una rentabilidad equivalente a unos 18 dólares en países muy afectados.
CREAR SISTEMAS ALIMENTARIOS
QUE SATISFAGAN LAS NECESIDADES DE LOS NIÑOS
La comida y la nutrición adecuadas no solo conforman la base de la salud de los niños y del desarrollo de la sociedad en general, sino que además son un derecho humano básico de los niños.
Como comunidades, madres y padres, gobiernos, empresas alimentarias, comercializadores y ciudadanos del mundo, tenemos la responsabilidad compartida de dar prioridad a las necesidades de los niños en nuestros sistemas alimentarios.