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Ecología Social: ¿Por qué hemos llegado a la pavorosa situación actual?

¿Por qué hemos llegado a la pavorosa situación actual?

Leonardo Boff

 

Es un lugar común afirmar que estamos en el corazón de una gran crisis de civilización. No es una crisis regional sino global. A decir verdad, ella encierra una infinidad de otras crisis, en lo económico, en lo político, en lo ideológico, en lo educacional, en lo religioso y hasta en lo espiritual. No sabemos qué nos espera. Tenemos mayor conciencia cada vez de que el mundo así como está no puede continuar. El camino actual nos está llevando al borde de un precipicio. Tenemos que cambiar. Se atribuye a Einstein esta frase: “el pensamiento que creó la crisis actual no puede ser el mismo que nos saque de ella”. Tenemos que definir un nuevo camino. ¿Cómo construirlo para que sea realmente otro tipo de mundo?

El hecho innegable es que hay demasiado caos destructivo sin previsión de que vaya a ser generativo. Hay formas de inhumanidad que superan todo lo que hemos vivido y sufrido en la historia. Basta presenciar al genocidio que ocurre a cielo abierto en la Franja de Gaza perpetrado por un primer ministro israelí, cruel y sin piedad, apoyado por un presidente estadounidense católico y por la Comunidad Europea que traiciona sus ideales históricos de derechos humanos, de libertad y de democracia. Todos estos se hacen cómplices del atroz crimen contra la humanidad. Sin olvidar la ola de odio, la negación de la ciencia y de la verdad. Prevalece la ignorancia y el lenguaje grosero y ofensivo. Este antifenómeno se da principalmente en Occidente.

El solo hecho de que el 1% posea la riqueza de más de la mitad de la humanidad, demuestra cuan perverso, profundamente desigual e injusto es el escenario social mundial. Todavía hay que añadir la emergencia ecológica con la insostenibilidad del planeta Tierra, viejo y con recursos limitados que, en sí, no soporta un crecimiento ilimitado, obsesión de las políticas sociales de los países. Ese proceso la extenuó, debido a la superexplotación de los biomas terrestres y está poniendo en peligro las bases naturales que sustentan la vida (Earth Overshoot). La continuidad de la aventura humana en este planeta no está asegurada. Bien escribió el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti (2020): “Estamos todos en el mismo barco; o nos salvamos todos o no se salva nadie”. Todo esto viene resumido por el calentamiento global creciente, inaugurando, por lo que parece, una nueva fase más caliente y peligrosa de la historia de la Tierra y de la humanidad.

¿Por qué hemos llegado a la amenazante situación actual que puede poner en peligro el futuro de la vida humana y de la naturaleza?

Hay varias interpretaciones de esta funesta situación de la actualidad. No tengo la pretensión de tener una respuesta suficiente. Pero levanto una hipótesis, fruto de toda una vida de estudio y de reflexión. Estimo que nuestra situación se remonta muy atrás, a hace dos millones de años, cuando el homo habilis, el ser humano que inventó instrumentos de intervención en los ciclos de la naturaleza. Hasta entonces su relación con ella era de interacción, sintonizándose con los ritmos naturales y tomando lo que su mano alcanzaba. Ahora, con el homo habilis o faber comienza la intervención en la naturaleza: la caza de animales y el derribo de vegetación para un cultivo rudimentario. Después de miles de años, la intervención siguió adelante hasta llegar hace 10-12 mil años, en el neolítico, a la agresión de la naturaleza. Interfirió en el curso de los ríos, inaugurando la agricultura de irrigación y el manejo de regiones enteras, que implicaba cambios en las relaciones con la naturaleza, depredándola ya. Finalmente, la era del industrialismo y el modo moderno y contempoáneo de producción por la técnica, por la automatización, por la robótica y por la inteligencia artificial han llevado a un proceso de destrucción de la naturaleza. Proyectamos una nueva era geológica, la del antropoceno y sus derivados, el necroceno y el piroceno. Ahí el ser humano aparece como el Satán de la Tierra. Ha transformado el jardín del Edén en un matadero, como denunció el biólogo E.Wilson. No se ha comportado como el ángel cuidador de todo lo creado.

Ese proceso histórico-social ganó su justificación teórica con los padres fundadores de la modernidad Galileo Galilei, Descartes, Newton, Francis Bacon y otros. Para ellos, el ser humano es “dueño y señor” de la naturaleza. No se sentía parte de ella, estaba fuera y por encima de ella. La Tierra, considerada hasta entonces como Magna Mater que nos da todo, pasó a ser considerada como una cosa inerte (res extensa), sin propósito, a lo máximo, un baúl de recursos entregados al uso y disfrute del ser humano. El eje orientador de este modo de ver el mundo es la voluntad de poder, como dominación del otro, de los pueblos, de sus tierras (colonización), de la clase obrera, de la naturaleza, de la vida hasta el más mínimo gen, de la materia hasta el pequeñísimo topquark. La ciencia fue creada al servicio de la dominación, no solo como el justo conocimiento teórico de cómo se estructuran las cosas, sino como instrumento de dominación y de nuevos inventos. Pronto fue apropiada por la voluntad de poder, convirtiéndola en una operación técnica para la transformación del mundo circundante. Con ella se llevó a cabo una verdadera guerra contra la Tierra, sin posibilidad de vencerla, arrancando de ella todo en función del sueño de un crecimiento ilimitado de bienes materiales. Se atacó a la Tierra en todos los niveles, lo que tuvo como consecuencia la devastación de prácticamente los principales biomas, sin medir los efectos colaterales. Es el imperio de la razón instrumental-analítica y tecnocrática. No podemos dejar de apreciar los inmensos beneficios que ha traido para la vida humana. Pero el mismo tiempo ha creado el principio de autodestrucción con armas letales que pueden liquidar toda la vida. La razón se ha vuelto irracional y enloquecida.

Hoy hemos llegado al punto-límite, la Tierra se muestra gravemente enferma. Como es un Super-Organismo vivo, Gaia, reacciona mandándonos eventos extremos: sequías severas y nevadas rigurosas, una vasta gama de virus y bacterias, algunas letales, además de huracanes, tornados, riadas y terremotos. No es que vayamos hacia el calentamiento global. Estamos ya dentro de él. La ciencia ha llegado con retraso, solo puede alertar sobre la llegada de desastres y aminorar sus efectos dañinos. Efectivamente, este cambio climático amenaza peligrosamente la vida de niños y de las personas mayores y pone en grave peligro el futuro del sistema-vida.

Hay que añadir un dato nada despreciable. El despotismo de la razón –el racionalismo– ha acentuado lo que hay de más humano en nosotros: nuestra capacidad de sentir, de amar, de cuidar, de vivir la dimensión de los valores como la amistad, la empatía, la compasión, en fin, el mundo de las excelencias. Todo esto era visto como obstáculo para la mirada objetiva de las ciencias. Se separó la mente y el corazón, la razón intelectual y la razón sensible. Tal ruptura ha producido una profunda distorsión de los comportamientos, ocasionando insensibilidad ante el drama de los millones y millones de pobres y miserables y la falta de cuidado de la naturaleza y sus “bondades”, como dicen los pueblos andinos.

Si quisiéramos resumir en una pequeña fórmula la crisis civilizacional diría: ella perdió la justa medida, valor presente en todas las tradiciones éticas de la humanidad. Todo es des-medido, el asalto a la naturaleza, el uso de la violencia en las relaciones personales y sociales, las guerras sin medida alguna de contención, el predominio des-medido de la competición al precio de la cooperación, el consumo des-medido al lado del hambre atroz de millones de personas, sin el menor sentido de solidaridad y de humanidad.

De seguir este proyecto de civilización, calcado sobre el poder-dominación y sobre la razón instrumental y sin corazón, hoy mundializado, iremos fatalmente al encuentro de una tragedia ecológico-social capaz de hacer el planeta Tierra inhabitable para nosotros y para los organismos vivos. Sería nuestro fin después de millones de años sobre este bello y riente planeta. No supimos cuidarlo para ser la Casa Común de todos los humanos, con la naturaleza incluida.

Pero como el proceso de la génesis del cosmos y de la Tierra no es lineal, sino que da saltos hacia arriba y hacia delante, puede ocurrir lo inesperado. Ante un gran impacto o catástrofe puede hacerse viable una transformación fundamental. Llevaría a cambiar la conciencia colectiva de la humanidad. Como dijo el poeta alemán Hölderin (+1843): “Donde habita el peligro, crece también lo que lo salva”. Ese salvamento significaría el cambio necesario de paradigma civilizatorio, garantizando así nuestro futuro. Eso podría ser la utopía posible y viable para la situación actual. ¡Ojalá!

Leonardo Boff ha escrito La búsqueda de la justa medida (2 vol), Vozes 2002/3; Cuidar de la Casa Común: pistas para evitar el fin del mundo, Vozes 2023.

Traducción de María José Gavito

Fuente: https://leonardoboff.org/2024/11/21/por-que-hemos-llegado-a-la-pavorosa-situacion-actual/

Fuente de la Información: https://rebelion.org/por-que-hemos-llegado-a-la-pavorosa-situacion-actual/

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Schools reopening: How at risk are children?

Schools reopening: How at risk are children?

All schools in England are going back from 8 March.

In Scotland, younger primary pupils have gone back to school, along with some exam-year students in secondary school. A wider reopening has yet to be decided.

In Wales, younger primary years have also returned – with older primary pupils set to go back on 15 March if Covid levels continue to fall.

In Northern Ireland, younger primary pupils will return to classrooms on 8 March.

But how likely are children to catch and spread the virus?

BBC’s Health reporter Laura Foster explains what we do know currently about how children are affected by the virus.

Fuente de la Información: https://www.bbc.com/news/av/explainers-52777244

 

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Sólo 14% de los ríos del mundo, aún no han sido dañados por la humanidad

Sólo 14% de los ríos del mundo, aún no han sido dañados por la humanidad

Los ríos son puntos críticos de biodiversidad, pero la contaminación, las presas y las especies invasoras han causado estragos.

Los ríos en los que las poblaciones de peces han escapado de daños graves por las actividades humanas representan solo el 14% del área de la cuenca fluvial del mundo, según el estudio más completo hasta la fecha.

Los científicos descubrieron que la biodiversidad de más de la mitad de los ríos se había visto profundamente afectada, con peces grandes como el esturión reemplazado por especies invasoras como el bagre y la carpa asiática. La contaminación, las presas, la sobrepesca, el riego agrícola y el aumento de las temperaturas debido a la crisis climática también son los culpables.

Las regiones más afectadas son Europa occidental y América del Norte, donde las poblaciones grandes y prósperas significan que el impacto de los humanos en los ríos es mayor, como el Támesis en el Reino Unido y el Misisipi en los Estados Unidos.

Los ríos y lagos son ecosistemas vitales. Cubren menos del 1% de la superficie del planeta, pero sus 17.000 especies de peces representan una cuarta parte de todos los vertebrados, además de proporcionar alimento a muchos millones de personas. También se necesitan ríos saludables para suministrar agua limpia.

Otra investigación reciente ha demostrado que las poblaciones mundiales de peces de río migratorios se han desplomado en un 76% “catastrófico” desde 1970, con una caída del 93% en Europa. A los animales de río grandes les ha ido peor, y algunos como el bagre gigante del Mekong están al borde de la extinción. Un análisis de 2019 encontró que solo un tercio de los grandes ríos del mundo seguían fluyendo libremente , debido al impacto de las presas.

Sébastien Brosse, de la Université Paul Sabatier en Toulouse, Francia, quien dirigió la nueva investigación, dijo que los ríos en muchas naciones ricas eran irreconocibles en comparación con lo que eran antes de la revolución industrial. “Luego tuvimos esturiones de más de 2 metros de tamaño, miles de salmones y muchos otros peces que casi han desaparecido hoy”.

“El río Támesis es uno de los más afectados: obtuvo el máximo de 12 de 12 en nuestro estudio”, dijo. “Ha habido un aumento en la calidad del agua en los ríos de Europa occidental y América del Norte en las últimas décadas, pero no estoy seguro de que la velocidad del cambio sea suficiente porque ha habido una disminución muy pronunciada de las poblaciones de peces”.

La mayor biodiversidad de ríos se encuentra en América del Sur, pero los investigadores encontraron que solo el 6% de los ríos más intactos se encontraban en esta región. “Realmente necesitamos decisiones políticas sólidas para considerar la biodiversidad como algo importante para los humanos”, dijo Brosse.

La investigación, publicada en la revista Science , examinó casi 2.500 ríos en todas partes del mundo, excepto las regiones polares y los desiertos. El trabajo anterior se centró simplemente en el número de especies, pero este estudio incluyó los roles ecológicos de las especies, así como cuán estrechamente relacionadas estaban las diferentes especies. Los investigadores también tomaron en cuenta los cambios en la biodiversidad durante los últimos 200 años.

Un cambio importante es el número de especies exóticas introducidas en los ríos. “En Europa occidental, verá salmón de América del Norte, cabeza de toro negro, que es un bagre de América del Norte, carpas y peces de colores que vienen de Asia, y peces mosquito”, dijo Brosse.

En todo el mundo, la carpa común , la lobina negra y la tilapia se encuentran entre los peces exóticos más extendidos. Están adaptados a aguas tranquilas y han prosperado a medida que ha aumentado el número de presas. Esto está homogeneizando las poblaciones de peces en los ríos, haciéndolos menos capaces de hacer frente a los cambios ambientales, como el calentamiento global.

Los ríos menos afectados se encontraron en áreas remotas con poca gente, particularmente en África y en Australia, aunque la fauna de peces en la cuenca Murray-Darling ha resultado dañada.

“Pero estas cuencas menos afectadas no albergan suficientes especies para mantener la biodiversidad mundial de peces”, dijo Grosse. “Solo albergan el 22% de la fauna mundial, por lo que también necesitamos conservar la biodiversidad en cuencas muy afectadas por los humanos”.

“Francamente, me sorprende que hayan descubierto que solo el 53% de las cuencas fluviales han sufrido cambios marcados”, dijo Zeb Hogan, de la Universidad de Nevada, EE. UU. “Casi todos los ríos más grandes del mundo han sufrido cambios significativos. Donde antes había ríos llenos de salmón y esturión o cachos y chupones, ahora hay ríos con lubinas, agallas azules, carpas y bagres”.

“El Amazonas, el Congo y el Mekong están más afectados de lo esperado, un hallazgo que puede no ser muy apreciado y podría indicar que las nuevas presas y otras presiones pueden haber tenido impactos a gran escala”, dijo. “Las medidas tomadas para proteger y preservar la vida silvestre terrestre y marina a menudo no protegen los ríos”.

Brosse dijo que la evaluación de impactos en su estudio fue probablemente una subestimación, porque es probable que hayan ocurrido más extinciones de peces de las que se registraron oficialmente.

Por Damian Carrington. Artículo en inglés

Fuente de la Información: https://www.ecoportal.net/paises/los-rios-del-mundo-danados/

 

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Work as we know it will never be the same – but are we prepared for a drastic transformation of where and when we do our jobs?

Work as we know it will never be the same – but are we prepared for a drastic transformation of where and when we do our jobs?

As most knowledge workers have toiled away remotely for nearly a year, some are eager to get back to the office, while others have high hopes of being able to stay at home. Regardless of the camp you fall into, there’s one question that’s hanging over everyone: what will work actually look like on the other side of the pandemic? Will our structure revert to pre-pandemic days: 9 to 5, five days a week?

Maybe, but maybe not. Some companies are anxious to get workers back to their desks, but at the same time, employee desire is ramping for a new type of ‘hybrid’ work future – a mix of both office presence as well as some time remote.

While some of these proposals to shake up the structure of work simply focus on giving employees a little more flexibility, a few are more dramatic. Some work and productivity experts are proposing that we blow up the notion of working five days or setting standard hours and workplaces altogether. If companies and workers rally around these big ideas, they’ll create a world of work that looks very different than it did a year ago.

Working ‘3-2-2’

Three days in the office, two days remote and two days off. That’s the premise behind ‘3-2-2’, a new work-structure proposal from academics Lauren C Howe, Ashley Whillans and Jochen I Menges. The emphasis on flexibility is key here, as workers choose the set-up that works best for them and mould their days around their personal schedules. (It’s a striking contrast to China’s similarly named 9-9-6, in which employees work 9 a.m. to 9 p.m., six days a week, in a rigid structure.)

“Employees have appreciated the flexibility experienced during the pandemic, and desire more of it in the future,” says Whillans, an assistant professor in negotiations, organisations and markets at Harvard Business School. Although she expects employers to still require five days of work, generally on a Monday-through-Friday schedule, the key to the 3-2-2 model is enabling employees to pick where they work. “The exact enactment of flexibility will involve companies considering factors like Covid safety risks, employee preferences and a discussion of what kinds of activities would benefit from some in-person interaction,” she says.

In New Zealand, Unilever is testing a four-day workweek through December 2021 (Credit: Alamy)

Whillans adds that the 3-2-2 model would look different across different organisations – especially within larger companies in which coordinating multiple workers in person at the same time could be more complicated. But the point remains the same: honour workers’ preferences while keeping collaboration and productivity at peak.

“Every office has a different consideration set, but the general idea is to think about when to encourage employees to come to the office versus stay at home to facilitate work-life balance and increase creative and informal social interactions among employees,” she says.

Four-day workweek

The concept of a four-day workweek isn’t new – some companies have been toying with the idea, or even experimenting with it, in workplaces across the globe for a few years. The proposal has been around since the 1970s, and implemented sporadically over past few decades with mixed success. But workers are renewing the call amid the pandemic, hoping it’s a more realistic solution than ever before.

One reason is that our relationship with productivity has evolved in an unexpected way that perhaps only the pandemic could have catalysed: many are finding that while working remotely they’ve been more efficient, not needing five full days to get their work done. A survey from US jobs site FlexJobs showed that 51% of respondents reported being more productive at home – even working parents.

Part of this increased output may be the result of better focus without the buzz and clamour of colleagues. But the other element may be that there simply isn’t enough work to fill five days, and workers find ways to occupy the time just to hit their desk-hours quota (think of all the time you spend checking social media or shopping, only to quickly toggle your browser tab when your boss walks by). This isn’t a new assertion: London School of Economics anthropology professor David Graeber raised the point back in 2018 by in his book Bullshit Jobs. Plus, working more hours than necessary may also have detrimental effects, such as decreased productivity and mental-health consequences.

Advancement of the four-day workweek isn’t just a pandemic-induced dream: Covid-19 has influenced companies to take up the strategy

Advancement of the four-day workweek isn’t just a pandemic-induced dream: Covid-19 has influenced a few companies to take up the strategy.

In December, Unilever New Zealand implemented a four-day workweek trial. “Our employees will work 80% of the time, while retaining 100% of their salaries and deliver 100% of their KPIs/output,” says Nick Bangs, general manager of Unilever New Zealand. There’s no “overarching template”, he adds, so workers choose their day off. The purpose, he says, is creating a “new productivity mindset”, and encourage more flexibility and better health.

A new reality?

These two approaches represent very different re-thinks of how we work: 3-2-2 emphasises flexibility across a 40-hour week; four-day workweek maintains structure, though with less time to be on. Is one more likely to happen than another?

Of course, it’s tough to say; ongoing impacts of the pandemic will continue to shift not only our thinking and values, but also our expectations of employers. In some ways, 3-2-2 may seem more ‘realistic’ as workers demand more flexibility, which 3-2-2 offers in spades. But we haven’t quite seen the proposal in action at scale – whereas the four-day workweek is already in motion for some companies, with others considering taking up the approach.

But there are also people who hate the idea of dismantling the typical workday structure all together, saying changes may let competition get ahead, leave clients waiting for responses, damage workers’ health and even sink the corporate world as we know it.

New proposals to change when and where we'll work could open up opportunities for workers to choose how we spend our time, both on and off the clock (Credit: Alamy)

In the past, some firms that have embraced flexible, remote working have found the move disastrous for their output and bottom lines; in 2013, Yahoo CEO Marissa Mayer actually rolled back telecommuting initiatives, and forced employees back into traditional structures.

Similarly, the four-day workweek has virulent critics. Speaking on BBC’s Business Daily in December, Marc Effron, president of global HR company The Talent Strategy Group, said, “It feels like we’re somehow rewarding people for being inefficient by saying, ‘Well, because you were wasting so much time before, now that you’ve found some of that time by squeezing it into a four-day workweek, we’ll allow you just to work those four days’.” Simply, he posits that if workers can do five days of work in four, they’re not putting in 100% effort to begin with.

And even advocates for both 3-2-2 and the four-day workweek concede the plans aren’t without their wrinkles and caveats.

Whillans says that some companies will face challenges others won’t. “Organisations will have to think carefully about how to structure the in-office time so that the right people from the right teams are coming to work at the same time… Additionally, it will be up to leaders and organisations to coordinate schedules so no one is being left out.”

And Unilever’s Bangs says that in order to stick with their new four-day approach, there needs to be a visible upside, otherwise they’ll end the experiment, currently set to finish in December 2021. “This trial is not about compromising business growth for the benefit of wellbeing, or vice versa. For this to be deemed successful, we need great business results, our people telling us they have the mental and physical energy to bring the best version of themselves to work and our customers continuing to receive the same level of excellent service we pride ourselves on.” Regardless of what happens in New Zealand, however, Unilever CEO Alan Jope says that the company will never go back to the five-day in-office structure they had pre-pandemic, which he added in a Reuters news conference «seems very old-fashioned now».

Like many elements of our daily lives, the answer is still up in the air. But among the questions, one thing seems all but certain: the way we work will never be quite the same.

Additional sourcing and reporting by Bryan Lufkin.

Fuente de la Información: https://www.bbc.com/worklife/article/20210113-whats-the-best-plan-for-a-radical-new-workday

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La pandemia y las nuevas significaciones del miedo

La pandemia y las nuevas significaciones del miedo

 Isaac Enríquez Pérez

Con la pandemia del Covid-19 la vulnerabilidad humana fue amplificada, y ello se corresponde con la irradiación de una era de la incertidumbre perfilada desde lustros atrás. Manejada por las élites políticas y la industria mediática de la mentira como un discurso bélico, la crisis epidemiológica global es capitalizada por los poderes fácticos para afianzar la percepción de que el coronavirus SARS-CoV-2 es un “enemigo común” al que es urgente derrotar para retornar a una “normalidad” renovada.

La entronización del apocalipsis mediático (https://bit.ly/31emwwl) a través de la desinfodemia (https://bit.ly/3exTeN6) lleva aparejado pulsar los instintos más profundos del ser humano y sembrar en él la sensación del miedo. En este proceso subyace una construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) que exacerba las emociones y las pulsiones básicas de las audiencias pasivas y acríticas; al tiempo que aprovecha el rumor y la mentira que deambulan irrestrictamente por las redes sociodigitales y conforman un discurso negacionista y conspiranóico (https://bit.ly/3evOvMQ), en lo que es un ejercicio en tiempo real de lapidación de la palabra y de tergiversación semántica. El miedo inducido aflora ante la posibilidad de contagio y muerte y, a su vez, se combina con la ignorancia tecnologizada y el pensamiento parroquial.

Por una parte, el miedo se erige en un dispositivo de control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad de los individuos y familias. El confinamiento global, la gran reclusión y la alteración radical de la cotidianidad solo fueron posibles instalando el discurso del miedo para aislar y atomizar a alrededor de 5 000 o 6 000 millones de habitantes; aprovechando y/o incentivando en este macroproceso inédito el individualismo hedonista, la despolitización de la sociedad y el social-conformismo. De tal modo que el distanciamiento físico devino en un distanciamiento social que fractura el sentido de comunidad y las formas tradicionales de socialización.

La ampliación de las posibilidades de morir ante el asalto de un agente patógeno microscópico asimilado como “enemigo común”, induce el retorno al Estado hobbesiano como entidad paternal protectora y defensora de los súbditos ante la posibilidad de zozobra, miedo y vulnerabilidad. El manejo estratégico y geopolítico de la posible vacuna, en cierto modo, se orienta en esa dirección. Particularmente, la humanidad aceptó con docilidad y acríticamente la construcción biopolítica del miedo, así como la entronización de la ideología del higienismo y las estrategias propias de lo que se perfila como un Estado sanitizante. La relación de esta nueva modalidad de Estado es estrecha con el colapso de la legitimidad de las instituciones estatales (https://bit.ly/3dOo9oJ) experimentada desde 1968.

El miedo marcha a la par de la dictadura de la mascarilla y de una especie de profilaxis del cuerpo de “el otro”, asumido también como “enemigo” por el recelo y desconfianza que despierta la posibilidad de contagio. De ahí que el miedo no solo sea una sensación pasajera, sino un dispositivo cotidiano que vertebra la experiencia y los estilos de vida en medio de la crisis pandémica.

La humanidad no solo es presa del miedo a un agente patógeno, sino que también se somete al fragor del miedo a lo desconocido y a lo incierto que se instaura con la pandemia. Desde la pérdida del empleo y el ingreso, hasta la vulnerabilidad que supone la posibilidad de contagio y muerte, colocan a la humanidad ante el abismo de lo desconocido y ello incentiva la intensificación de la angustia y la ansiedad. Si no se conoce el rumbo que tomarán las problemáticas y los acontecimientos, el ser humano carece de una mínima brújula que le oriente en el mar de la incertidumbre.

Sin el dato y su manipulación, la gestación y arraigo del miedo es imposible. El dato es fundamental para afianzar la sensación de vulnerabilidad ante el incremento de la contabilidad en tiempo real. No solo aumentan el número de contagiados y de muertes, sino también de desempleados, de nuevos pobres y de excluidos como resultado de las decisiones y medidas inducidas de confinamiento que colapsaron las cadenas globales de producción y suministro, así como la demanda de los consumidores. La paradoja en el manejo y difusión masiva del dato radica en que genera, a su vez, indiferencia de las audiencias pasivas, o algo que los especialistas denominan como entumecimiento psicológico (https://bbc.in/30o64rn). El dato y los modelos matemáticos anticipatorios de los contagios y muertes, ligados al miedo pandémico, son un dispositivo para incentivar la obscenidad y la curiosidad psicopatológica de las audiencias pasivas y obedientes.

El sociólogo contemporáneo Zygmunt Bauman teoriza en torno a la ubicuidad y omnipresencia de los miedos y los concibe como algo consustancial a la vida de los individuos y a la dinámica de las sociedades. Con la pandemia, el miedo ataca las entrañas de los ciudadanos y el imaginario social; al tiempo que potencia la incertidumbre y amplía los márgenes de vulnerabilidad y expone a los organismos humanos a una mayor morbilidad tras debilitar sus sistemas inmunitarios. Si se ataca el estado de ánimo de los individuos y familias a través del miedo, se magnifican las posibilidades de enfermar y desvanecer la resistencia respecto a los agentes patógenos microscópicos. Entonces, se gestan víctimas emocionales de la angustia, la ansiedad, la depresión, la impotencia y la tristeza. Activados estos trastornos y psicopatologías, el control personal sobre la vida se desvanece y aumentan las posibilidades de muerte entre los afectados. De ahí el carácter criminal y letal del miedo inducido a través de la construcción mediática del coronavirus.

El miedo, si bien puede ser una experiencia que ayuda al ser humano a erigir precauciones en su actuar y avatares, también puede ser un dispositivo letal, simbólico y –a la vez– orgánico que inmoviliza a los individuos y poblaciones. En medio de los discursos y estrategias de guerra, el miedo le da forma a los arsenales conformados para enfrentar desde los poderes fácticos toda posibilidad de conflictividad social.

A su vez, el recurso del miedo es utilizado por las élites plutocráticas globales para hacer de la pandemia un discurso inhibidor e inmovilizador de los individuos y colectividades. Es también parte de los discursos de poder de esas élites para encubrir, invisibilizar y silenciar los alcances y contradicciones del colapso civilizatorio (https://bit.ly/3oUtPCV) acelerado durante los últimos meses, y del cual son sus principales causantes y beneficiarios bajo la lógica de que el caos permite incrementar las ganancias.

El miedo, cuando es inducido desde las estructuras de poder y riqueza, impone obediencia y hasta sometimiento con el fin de instaurar el control sobre individuos y poblaciones enteras. El consenso pandémico amplió las posibilidades a través de la biopolítica, la bioseguridad, la biovigilancia y la geolocalización, en lo que se podrían concebir como nuevas formas de autoritarismo y totalitarismo disimulado con la coartada sanitaria y salvadora.

Para que las sociedades contemporáneas puedan liberarse del miedo pandémico necesitan reivindicar el pensamiento utópico y el sentido de esperanza. Necesitan comprender en su justa dimensión epidemiológica y orgánica al coronavirus SARS-CoV-2, de tal modo que se asume que, al contraerlo, el contagio no supone –en automático– la enfermedad terminal y la muerte. La letalidad de este patógeno es del 1%, y muchos organismos que lo contraigan experimentarán síntomas de una gripe común; en tanto que otros se expondrán a ciertos episodios de crisis en su salud. Ello no significa que el nuevo coronavirus no represente amenazas reales; las supone, pero también exige respuestas y estrategias consistentes que desde el sector público contribuyan a remontar la crisis sanitaria a través de la prevención y la detección temprana del Covid-19. Quienes sí ameritan mayores cuidados son aquellos organismos que enfrentan co-morbilidades (diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, obesidad, etc.), y es allí donde resulta preciso canalizar las mayores atenciones de los sistemas de salud. De ahí la importancia de instaurar una política de la precaución que se imponga al miedo, la incertidumbre y la desesperanza. Una precaución activa y crítica que permita reconstruir la esperanza y adoptar cuidados en la reorganización de las sociedades y de su cotidianeidad. En esa lógica, recuperar el sentido de comunidad es fundamental; y logrado ello, solo la autonomía de esas colectividades humanas –pequeñas o grandes– será crucial para atender sus problemáticas específicas agravadas con la pandemia.

La dotación de información y conocimientos fiables, oportunos y válidos es primordial de cara a una industria del pánico global. Sin esa información será imposible romper el círculo vicioso de la inmovilidad y del social-conformismo, pues en última instancia la pandemia es también una lucha estratégica por el control de las significaciones y la palabra; una lucha por subsumir la esperanza y maniatar el futuro de las sociedades contemporáneas. Ello es un rasgo más del colapso civilizatorio y solo la (re)construcción de la cultura ciudadana sustentada en el conocimiento razonado ayudará a trascender el lapidario consenso pandémico.

Isaac Enríquez Pérez. Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos (de próxima aparición).

Fuente de la Información: https://rebelion.org/la-pandemia-y-las-nuevas-significaciones-del-miedo/

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Entre negacionismo, gatopardismo y transicionismo

Entre negacionismo, gatopardismo y transicionismo

 Boaventura de Sousa Santos

«La flecha que se ve venir viene más lentamente»

La pandemia del nuevo coronavirus ha puesto en tela de juicio muchas de las certezas políticas que parecían haberse consolidado en los últimos cuarenta años, especialmente en el llamado «Norte global».

Las principales certezas eran: el triunfo final del capitalismo sobre su gran competidor histórico, el socialismo soviético; la prioridad de los mercados en la regulación de la vida no sólo económica sino también social, con la consiguiente privatización y desregulación de la economía y las políticas sociales y la reducción del papel del Estado en la regulación de la vida colectiva; la globalización de la economía basada en ventajas comparativas en la producción y la distribución; la brutal flexibilización (precariedad) de las relaciones laborales como condición para aumentar el empleo y el crecimiento económico. En general, esas certezas constituían el orden neoliberal. Este orden se nutrió del desorden en la vida de las personas, especialmente aquellos que llegaron a la edad adulta durante estas décadas. Vale la pena recordar que la generación global de jóvenes que entraron en el mercado laboral en la primera década de 2000 ya ha experimentado dos crisis económicas, la crisis financiera de 2008 y la actual crisis derivada de la pandemia. Pero la pandemia significó mucho más que eso. Demostró, en particular, que:

  • es el Estado (no los mercados) quien puede proteger la vida de los ciudadanos;
  • que la globalización puede poner en peligro la supervivencia de los ciudadanos si cada país no produce bienes esenciales;
  • que los trabajadores en empleos precarios son los más afectados por no tener ninguna fuente de ingresos o protección social cuando termina el empleo, una experiencia que el Sur global conoce desde hace mucho tiempo;
  • que las alternativas socialdemócratas y socialistas han vuelto a la imaginación de muchos, no solo porque la destrucción ecológica provocada por la expansión infinita del capitalismo ha llegado a límites extremos, sino porque, después de todo, los países que no han privatizado ni descapitalizado sus laboratorios parecen ser los más eficaces en la producción y más justos en la distribución de vacunas (Rusia y China).

No es de extrañar que los analistas financieros al servicio de aquellos que crearon el orden neoliberal ahora predigan que estamos entrando en una nueva era, la era del desorden. Es comprensible que así sea, ya que no saben imaginar nada fuera del catecismo neoliberal. El diagnóstico que hacen es muy lúcido y las preocupaciones que revelan son reales. Veamos algunos de sus rasgos principales.

Los salarios de los trabajadores en el Norte global se han estancado en los últimos treinta años y las desigualdades sociales no han dejado de aumentar. La pandemia ha agravado la situación y es muy probable que dé lugar a un gran malestar social. En este período, hubo, de hecho, una lucha de clases de los ricos contra los pobres, y la resistencia de los hasta ahora derrotados puede surgir en cualquier momento. Los imperios en las etapas finales de la decadencia tienden a elegir figuras de caricatura, ya sea Boris Johnson en Inglaterra o Donald Trump en los Estados Unidos, que sólo aceleran el final. La deuda externa de muchos países como resultado de la pandemia será impagable e insostenible y los mercados financieros no parecen ser conscientes de ello.

Lo mismo sucederá con el endeudamiento de las familias, especialmente de la clase media, ya que este fue el único recurso que tuvieron para mantener un cierto nivel de vida. Algunos países han optado por la vía fácil del turismo internacional (hoteles y restaurantes), una actividad por excelencia presencial que sufrirá de incertidumbre permanente.

China aceleró su trayectoria para volver a ser la primera economía del mundo, como lo fue durante siglos hasta principios del siglo XIX. La segunda ola de globalización capitalista (1980-2020) ha llegado a su fin y no se sabe lo que viene después. La era de la privatización de las políticas sociales (a saber, la medicina) con amplias perspectivas de lucro parece haber llegado a su fin.

Estos diagnósticos, a veces esclarecedores, implican que entraremos en un período de opciones más decisivas y menos cómodas que las que han prevalecido en las últimas décadas. Anticipo tres caminos principales.

El negacionismo

Designo el primero como el negacionismo. No comparte el carácter dramático de la evaluación expuesta anteriormente. No ve ninguna amenaza para el capitalismo en la crisis actual. Por el contrario, cree que se ha fortalecido con la crisis actual. Después de todo, el número de multimillonarios no ha dejado de aumentar durante la pandemia y, además, ha habido sectores que han visto aumentar sus beneficios como resultado de la pandemia (véase el caso de Amazon o ciertas tecnologías de la comunicación, Zoom, por ejemplo). Se reconoce que la crisis social va a empeorar; para contenerla, el Estado sólo tiene que fortalecer su sistema de «ley y orden», fortalecer su capacidad para reprimir las protestas sociales que ya han comenzado a suceder, y eso sin duda aumentará, ampliando el cuerpo de policía, readaptando al ejército para actuar contra los «enemigos internos», intensificando el sistema de vigilancia digital, ampliando el sistema penitenciario. En este escenario, el neoliberalismo seguirá dominando la economía y la sociedad. Se admite que será un neoliberalismo modificado genéticamente para poder defenderse del virus chino. Entiéndase, un neoliberalismo en tiempo de intensificación de la guerra fría con China y por lo tanto combinado con algún tribalismo nacionalista.

El gatopardismo

La segunda opción es la que más se corresponde con los intereses de los sectores que reconocen que se necesitan reformas para que el sistema pueda seguir funcionando, es decir, para que se pueda seguir garantizando el retorno del capital. Designo esta opción por el gatopardismo, en referencia a la novela Il Gattopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958): es necesario que existan cambios para que todo siga igual, para que lo esencial esté garantizado. Por ejemplo, el sector de la salud pública debería ampliarse y reducir las desigualdades sociales, pero no se piensa en cambiar el sistema productivo o el sistema financiero, la explotación de los recursos naturales, la destrucción de la naturaleza o los modelos de consumo. Esta posición reconoce implícitamente que el negacionismo puede llegar a dominar y teme que, a largo plazo, esto conduzca a la inviabilidad del gatopardismo. La legitimidad del gatopardismo se basa en una convivencia que se ha establecido en los últimos cuarenta años entre el capitalismo y la democracia, una democracia de baja intensidad y bien domesticada para no poner en cuestión el modelo económico y social, pero que aún garantiza algunos derechos humanos que dificultan la negación radical del sistema y la insurgencia antisistémica. Sin la válvula de seguridad de las reformas, acabará la mínima paz social y, sin ella, la represión será inevitable.

El transicionismo

Sin embargo, hay una tercera posición que designo como transicionismo. Por el momento, que habita en la angustiosa inconformidad que surge en múltiples lugares: en el activismo ecológico de la juventud urbana, en todo el mundo; en la indignación y resistencia de los campesinos, pueblos indígenas y afrodescendientes y pueblos de los bosques y regiones ribereñas ante la impune invasión de sus territorios y el abandono del Estado en tiempos de pandemia; en la reivindicación de la importancia de las tareas de cuidado a cargo de las mujeres, a veces en el anonimato de las familias, ahora en las luchas de los movimientos populares, ahora frente a gobiernos y políticas de salud en varios países; en un nuevo activismo rebelde de artistas plásticos, poetas, grupos de teatro, raperos, sobre todo en las periferias de las grandes ciudades, un vasto grupo que podemos llamar artivismo. Esta es la posición que ve en la pandemia la señal de que el modelo civilizado que ha dominado el mundo desde el siglo XVI ha llegado a su fin y que es necesario iniciar una transición a otro u otros modelos civilizadores.

El modelo actual se basa en la explotación ilimitada de la naturaleza y de los seres humanos, en la idea de un crecimiento económico infinito, en la prioridad del individualismo y la propiedad privada, y en el secularismo. Este modelo permitió impresionantes avances tecnológicos, pero concentró los beneficios en algunos grupos sociales al tiempo que causó y legitimó la exclusión de otros grupos sociales, de hecho mayoritarios, a través de tres modos principales de dominación: explotación de los trabajadores (capitalismo), legitimación de masacres y saqueos de razas consideradas inferiores y la apropiación de sus recursos y conocimientos (colonialismo), y el sexismo legitimando la devaluación del trabajo de cuidado de las mujeres y la violencia sistémica contra ellas en los espacios domésticos y públicos (patriarcado).

La pandemia, al mismo tiempo que empeoró estas desigualdades y discriminaciones, ha hecho más evidente que, si no cambiamos el modelo civilizatorio, nuevas pandemias seguirán plagando a la humanidad y el daño que causarán a la vida humana y no humana será impredecible. Dado que no se puede cambiar de un día a otro el modelo civilizatorio, se debe empezar a diseñar directivas de transición. De ahí la designación de transicionismo.

En mi opinión, el transicionismo, a pesar de ser una posición por ahora minoritaria, es la posición que parece llevar más futuro y menos desgracia para la vida humana y no humana del planeta. Por lo tanto, merece más atención. Partiendo de ella, podemos anticipar que entraremos en una era de transición paradigmática hecha de varias transiciones. Las transiciones se producen cuando un modo dominante de vida individual y colectiva, creado por un determinado sistema económico, social, político y cultural, comienza a revelar crecientes dificultades para reproducirse al mismo tiempo que, dentro de ella, comienzan a germinar cada vez menos marginalmente, signos y prácticas que apuntan a otras formas de vida cualitativamente diferentes.

La idea de la transición es una idea intensamente política porque presupone la existencia alternativa entre dos horizontes posibles, uno distópico y otro utópico. Desde el punto de vista de la transición, no hacer nada, que es característico del negacionismo, implica de hecho una transición, pero una transición regresiva hacia un futuro irreparablemente distópico, un futuro en el que todos los males o disfunciones del presente se intensificarán y multiplicarán, un futuro sin futuro, ya que la vida humana se volverá inviable, como ya lo es para muchas personas en nuestro mundo.

Por el contrario, la transición apunta a un horizonte utópico. Y dado que la utopía por definición nunca se logra, la transición es potencialmente infinita, pero no menos urgente. Si no empezamos ahora, mañana puede ser demasiado tarde, como nos advierten los científicos del cambio climático y el calentamiento global, o los campesinos que están sufriendo los efectos dramáticos de los fenómenos meteorológicos extremos. La característica principal de las transiciones es que nunca se sabe con certeza cuándo comienzan y cuándo terminan. Es muy posible que nuestro tiempo sea evaluado en el futuro de una manera diferente a la que defendemos hoy. Incluso puede llegar a considerarse que la transición ya ha comenzado, pero sufre bloqueos constantes.

La otra característica de las transiciones es que no son muy visibles para quienes las viven. Esta relativa invisibilidad es el otro lado de la semiceguera con la que tenemos que vivir el tiempo de transición. Es un tiempo de prueba y error, de avances y contratiempos, de cambios persistentes y efímeros, de modas y obsolescencias, de salidas disfrazadas de llegadas y viceversa. La transición sólo se identifica completamente después de que haya ocurrido.

El negacionismo, el gatopardismo y el transicionismo se enfrentarán en un futuro próximo, y la confrontación probablemente será menos pacífica y democrática de lo que nos gustaría. Una cosa es cierta, el tiempo de las grandes transiciones ha sido inscripto en la piel de nuestro tiempo y es muy posible que contradiga el verso de Dante: el poeta escribió que «la flecha que se ve venir viene más lentamente» («che saetta previsa viene più lenta»). Estamos viendo la flecha de la catástrofe ecológica viniendo hacia nosotros. Viene tan rápido que a veces se siente como si ya estuviera clavada en nosotros. Si es posible eliminarla, no será sin dolor.

Fuente: http://www.elcorreo.eu.org/La-flecha-que-se-ve-venir-viene-mas-lentamente-ENTRE-NEGACIONISMO-GATOPARDISMO-Y-TRANSICIONISMO?lang=fr

Autor: Boaventura de Sousa Santos

Fuente de la Información: https://rebelion.org/entre-negacionismo-gatopardismo-y-transicionismo/

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África: Los sindicatos de la educación y los gobiernos abordan el futuro de la profesión docente y la educación

África: Los sindicatos de la educación y los gobiernos abordan el futuro de la profesión docente y la educación

Este año 2020 se celebra una serie de seminarios virtuales sobre el futuro de la profesión docente, el primero de los cuales tuvo lugar el pasado 15 de septiembre. El acto contó con la presencia de 61 participantes de 8 países, todos ellos pertenecientes a sindicatos de docentes y del sector de la educación, ministerios de educación y grupos internacionales de partes interesadas del sector de la educación. El seminario se engloba en un proceso que tiene por objeto lograr que los sindicatos de docentes y los gobiernos alcancen un consenso sobre cuestiones profesionales relacionadas con la docencia, y se hace hincapié en la colaboración entre los sindicatos de docentes y los gobiernos para ofrecer mejores oportunidades de aprendizaje en momentos de crisis.

La cita de septiembre fue la tercera de la serie, la cual empezó con un seminario en Johannesburgo (Sudáfrica) en el 2018 y otro en Cape Coast (Ghana) en el 2019. El tema en el 2020 es “Trastornos en la educación: respuestas profesionales y políticas a la COVID-19”. El seminario ha sido organizado por la Internacional de la Educación (IE) y Open Society Foundations (OSF), en colaboración con el Instituto Internacional de la Unesco para el Fortalecimiento de Capacidades en África y el Equipo Especial Internacional sobre Docentes para la Educación de la Unesco (IICBA y TTF, respectivamente, por sus siglas en inglés).
El orador principal del seminario web fue el profesor Yusuf Sayed, quien ha llevado a cabo la investigación en los ocho países participantes. Sayed habló sobre los cambios que la pandemia ha obligado a realizar en los planes de estudios y las políticas, así como sobre los efectos de aquella.
Las representaciones gubernamentales y sindicales explicaron:
  • Cómo los gobiernos y los sindicatos han colaborado para hacer frente a la propagación de la COVID-19 y tratar de garantizar la continuidad del aprendizaje.
  • Los métodos empleados, incluido el aprendizaje a distancia por medio de radio, televisión y medios en línea, para intentar mantener el proceso de aprendizaje a pesar de los cierres.
  • El aumento de las desigualdades sociales y de género en el acceso al aprendizaje a distancia.
  • La necesidad urgente de reformas políticas en relación con los planes de estudios, la formación profesional para docentes y la financiación de la educación para que los sistemas educativos puedan proporcionar aprendizaje y formación en épocas de crisis.
Sin embargo, no todas las personas que participaron en el seminario valoraron la colaboración entre los gobiernos y los sindicatos de docentes. En sus observaciones, Dennis Sinyolo, coordinador regional principal de la IE para la región de África, destacó la importancia del diálogo genuino, institucionalizado y constante entre los gobiernos y los sindicatos de docentes, ya que es esencial para disfrutar de condiciones de trabajo armoniosas y de eficaces políticas educativas y de personal. Para Sinyolo, la educación de calidad para todas las personas, durante la pandemia de la COVID-19 y después de ella, requiere de un alto nivel de profesionalidad por parte del profesorado, así como de políticas pertinentes, eficaces, bien aplicadas y adecuadamente financiadas.
Los ministros participarán en la última sesión de la serie de seminarios, que tendrá lugar el 6 de octubre.
Fuente de la Información: https://www.ei-ie.org/spa/detail/16948/%c3%a1frica-los-sindicatos-de-la-educaci%c3%b3n-y-los-gobiernos-abordan-el-futuro-de-la-profesi%c3%b3n-docente-y-la-educaci%c3%b3n

 

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