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Entrevista a Joan Benach: «Para que las vacunas sean un bien común hace falta una respuesta geopolítica que libere las patentes»


Por: Elena Parreño


Hace un año, una crisis global de salud pública sacudió los cimientos de nuestras vidas. ¿Qué ha dejado al descubierto la pandemia del coronavirus? ¿Cuán determinante es la realidad económica y social para nuestra salud? La covid-19 ha mostrado la gran vulnerabilidad humana y también las deficiencias de un sistema donde quien nace pobre sufrirá las consecuencias también en su salud. Entrevistamos al investigador Joan Benach, que ha publicado el libro La salud es política (Icaria, 2020). Benach es director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud-Employment Conditions Network (GREDS-EMCONET), subdirector del Johns Hopkins University-UPF Public Policy Center y catedrático del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra.

Hace un año de la llegada de la pandemia e inicialmente parecía un “virus democrático”.  A menudo hemos oído que afectaba a todo el mundo por igual. ¿Ha sido así?

En sí mismo, el virus puede ser “democrático”, pero las condiciones sociales de las personas y grupos sociales que lo transmiten y generan sus efectos no lo son. La palabra pandemia hace referencia a la extensión masiva de una epidemia y esto puede hacer pensar que afecta a todo el mundo. Y es cierto, pero no en la misma medida. Por tanto, hay que mirar el problema de manera diferente a como habitualmente nos lo presentan los medios de comunicación. Estamos ante una pandemia desigual, esparcida y amplificada por la desigualdad social que, como he señalado muchas veces, es la peor de las epidemias que estamos sufriendo. Por lo tanto, hay desigualdades pandémicas o, si lo queremos decir con Mike Davis, hay una “constelación de epidemias” que viene determinada sobre todo por factores socioeconómicos y sanitarios inequitativos.

Entonces ya apuntaba a las desigualdades en salud como un factor clave de los desiguales efectos de la covid-19. ¿Qué hace que las personas más pobres sufran más los efectos de la pandemia?

Casi todas las enfermedades interactúan dentro de un contexto social caracterizado por la pobreza, las privaciones materiales y desigualdades sociales crecientes. Por ejemplo, el mayor riesgo de contagio que sufren grupos de población precarizados, desahuciados, migrantes, etc. Además, estos grupos sociales tienen más dificultades para protegerse, por ejemplo, al no poder cambiar a menudo las mascarillas, y tienen más factores de riesgo y enfermedades (hipertensión arterial, obesidad, diabetes, enfermedades del corazón, etc.) que los hacen más susceptibles a que el coronavirus produzca un impacto más grave. Los estudios científicos muestran con claridad cómo los factores sociales actúan sinérgicamente aumentando la probabilidad de ser contagiado, de enfermar y morir. Es por eso que decimos que la covid-19 más que una pandemia es una sindemia. Quizá la pandemia actual se podrá resolver con medidas biomédicas, pero el coronavirus probablemente seguirá con nosotros y aparecerán nuevas infecciones y pandemias. Más tarde o más temprano frenaremos esta pandemia, pero si no somos capaces de detener las causas políticas profundas que la han originado y las desigualdades sociales, las sindemias seguirán actuando con nuevas enfermedades y problemas de salud que afectarán mucho más, como decíamos en un artículo con Juan M Pericàs, a una población “vulnerada”.

El epidemiólogo británico Dave Gordon hizo una lista de las recomendaciones que se suelen hacer en salud y que al final culpabilizan a la víctima, como no fumar o hacer ejercicio… ¿Qué capacidad de elección tenemos en nuestras condiciones de vida?

No se puede comprender –ni resolver– un problema social y colectivo como es la salud pública con una mirada que haga hincapié en los factores personales, por relevantes que estos sean. La ideología liberal nos dice que la libertad es “hacer lo que queremos”, pero no hacemos lo que queremos sino lo que podemos o nos dejan hacer. En 1999 Dave Gordon difundió un texto en forma de broma que me gusta mucho repetir. En su artículo “Consejos alternativos para tener una salud sana” criticó la visión tradicional de los gobiernos que dan consejos “asociales” de los “estilos de vida”. El decálogo de su texto decía cosas como: “No sea pobre, pero si es pobre, procure no serlo por mucho tiempo”, o bien “no trabaje en un trabajo estresante, mal pagado y precario”. Las enfermedades y la muerte prematura se dan en personas, pero determinados grupos sociales las padecen con más frecuencia. Al tener menos derechos, recursos, oportunidades o poder, nuestros grados de libertad se reducen. Cuanto más difícil es la vida familiar, laboral, etc., más probable es que se generen sacudidas y problemas de todo tipo. Por ejemplo, las adicciones no son, como muchos creen, una simple “elección” personal, sino a menudo una respuesta para aliviar algún trauma que sufrimos que nos está generando dolor emocional y sufrimiento. Vale decir que las conductas compulsivas son hoy una verdadera pandemia social, donde nos “enganchamos” a casi todo (el juego, las compras, el sexo, la comida, el trabajo, los juegos de internet, etc), mediante los móviles, las redes sociales, internet, y todo tipo de productos y servicios donde, bajo el neoliberalismo, las grandes empresas y la publicidad nos empujan a ser adictos para así conseguir hacer más ganancias.

A menudo atribuimos la buena o mala salud a elementos biológicos o genéticos, pero según explica en su libro hay muchas más causas… ¿Qué otros factores, más relevantes que nuestros genes, nos generan el tener buena o mala salud?

Más tarde o más temprano frenaremos esta pandemia, pero si no somos capaces de detener las desigualdades sociales, las sindemias seguirán actuando con nuevas enfermedades

Al mencionar las causas de la salud, los medios de comunicación difunden una visión que pone excesivamente el acento en los factores biomédicos y la genética. Tanto es así, que en los últimos años se ha puesto de moda decir: “Es parte de nuestro ADN”, o expresiones similares, al hablar de temas laborales, deportivos y de todo tipo. Los factores genéticos son relevantes para la salud, pero juegan un papel menor en la producción colectiva de la enfermedad. ¿Por qué? Pues porque hay pocas enfermedades exclusivamente genéticas y porque la biología interactúa constantemente con un ambiente, que puede o no compensar una determinada desventaja biológica o genética. Estar predispuestos no quiere decir que estemos predeterminados. ¿Por qué enfermamos? La salud de la población, la salud colectiva, depende fundamentalmente de los llamados determinantes ecosociales de la salud. Por citar algunos, la precarización laboral, la pobreza, los problemas de vivienda, las injusticias ambientales o la debilidad de la “salud pública”, aquella disciplina que tiene por objetivo prevenir la enfermedad, y proteger, promover y restaurar la salud de toda la población. A su vez, estos determinantes dependen de las políticas públicas, sociales, laborales, ambientales, etc., que se elijan y, a su vez, estas políticas dependen de la distribución del poder político en sentido amplio, es decir, de la política.

Cuenta en su libro que desde antes de nacer y hasta la muerte incorporamos en los cuerpos y mentes los determinantes políticos y sociales que más tarde expresamos en forma de salud o enfermedad… ¿Tan relevante es de dónde venimos y dónde crecemos?

Es fundamental, tanto a nivel personal y familiar, como del grupo social (clase, género, etnia, situación migratoria) al que pertenecemos y del lugar (barrio, región, país) donde vivimos. Los humanos somos “seres totales”, todo está integrado, pero el modelo biomédico hegemónico separa la mente del cuerpo, desconecta las emociones de la salud física, y separa al individuo de su entorno, de manera que las personas quedan “separadas” de sus contextos. Sin embargo, la enfermedad y la salud son el resultado de muchas causas interrelacionadas de tipo sistémico e histórico que no deberían separarse. Por ejemplo, si una mujer migrante llega a urgencias de un hospital con un infarto de miocardio, es porque su cuerpo y su mente expresa todos los problemas y factores de riesgo acumulados durante su vida que, finalmente, se reflejan en su psicología y en su biología. Su historia personal es también la historia de su clase social, de su género, de su situación migratoria, y del colectivo social, comunidad y país al que pertenece.

La evolución de las ciencias lleva a una creciente superespecialización que, a pesar de ser útil y necesaria, a la vez nos hace difícil comprender de forma completa la realidad “integrada” que va desde los genes hasta la política. Como si de un virus se tratara, lo político y lo social “entra” dentro de nuestros cuerpos y se “expresa” en forma de daño psicobiológico mediante enfermedades, sufrimiento y muerte prematura. Aunque hay excepciones, los estudios de epigenética muestran que no somos “máquinas biológicas” aisladas de la sociedad donde hay efectos genéticos inevitables, sino animales sociales fuertemente condicionados por el entorno. Pongamos un ejemplo ya clásico. Durante el hambre invernal holandesa de 1944 provocada por los nazis al desviar los alimentos hacia Alemania, las mujeres embarazadas apenas si tenían casi alimentos. Los estudios científicos han mostrado como aquellos que aún no habían nacido (especialmente los que estaban en el primer trimestre del embarazo) al cabo de los años desarrollaron más obesidad y problemas de corazón. ¿Por qué? Pues porque madres y fetos “aprendieron” a “ahorrar” calorías. El cuerpo de estas personas fue “programado”, y más tarde “recuerda”, por decirlo así, la historia sufrida en el seno materno.

¿Cuál es entonces la causa original de esta pandemia? En el libro habla de “las causas de las causas”.

La salud de la población depende fundamentalmente de los llamados determinantes ecosociales como la precarización, la pobreza, los problemas de vivienda o las injusticias ambientales

Siempre ha habido –y siempre habrá– pandemias, pero durante los últimos decenios hemos visto un aumento de brotes producidos por enfermedades infecciosas. Por varias razones. Una urbanización masiva, la alteración de ecosistemas, y la deforestación y pérdida de biodiversidad que interpone especies entre los patógenos y el ser humano. Además, hay un modelo industrial de agricultura y producción ganadera mercantil donde hay un gran número de animales hacinados, así como el crecimiento del turismo de masas, con viajes que en pocas horas esparcen virus por todo el mundo, y la mercantilización y precarización de los sistemas de salud pública. Y un factor muy preocupante es el deshielo de glaciares y el permafrost debido a la crisis climática que puede poner en circulación virus hasta ahora desconocidos. Detrás de todo ello está la lógica de acumulación, crecimiento, beneficios y desigualdad de un capitalismo que choca con los límites biofísicos planetarios. De ese modo, todo apunta a pensar que esta no será la última pandemia, sino que vendrán otras y seguramente serán más virulentas. Es pues fundamental que lo sepamos y que nos preparemos.

Hay datos en su libro que impresionan, por ejemplo: una niña nacida en Suecia puede vivir 43 años más que una niña nacida en Sierra Leona. Con ello parece casi inmoral hablar tanto de la covid. ¿Hemos perdido la perspectiva o es que nunca la hemos tenido?

Sabemos que la covid-19 es un problema de salud pública, económico y social muy serio, pero hay muchos efectos que apenas empezamos a conocer. Hay una parte no visible del iceberg que oculta un número de muertos muy superior al oficial, con muchas enfermedades no atendidas, y problemas de salud mental, sufrimiento, violencia y desigualdades. Además, la pandemia amplifica las desigualdades de una gran parte de la población mundial que ya sufría una “pandemia” de desigualdad. ¿Por qué? Pues, porque 2.500 millones de personas sobreviven con cinco dólares al día, cientos de millones de personas no tienen agua potable ni electricidad, la mitad de personas no pueden acceder a medicamentos esenciales, y 5.200 millones no tienen un sistema de seguridad social mínimamente adecuado. Ahora la pandemia también nos ha tocado a nosotros, y ha frenado la economía global, pero las olas de crisis post-pandémica seguirán matando más a los pobres, y especialmente a las pobres.

Entre las muchas formas de desigualdad existentes, la desigualdad de salud es la más inhumana de todas: no hay peor desigualdad que saber que enfermarás o morirás prematuramente por ser pobre. Es por ello, que a menudo decimos que la equidad en la salud, calidad de vida y bienestar es el mejor indicador de justicia social de una sociedad. Si bien es cierto que han hecho alguna fortuna frases como “es peor tu código postal que tu código genético”, el tema aún se conoce muy poco, y muy en especial en lo que se refiere a las causas que la provocan, que es un tema capital. Desde el punto de vista moral, lo peor es que se trata de desigualdades cada vez más evitables. Como comenta el filósofo Thomas Pogge, debemos valorar la capacidad de hacer frente a la pobreza en comparación con los medios que tenemos. Por ejemplo, eliminar la pobreza en 1990 habría costado el 10,5% del PIB mundial mientras que en 2013 solo habría costado el 3,3%.

Ahora que tenemos vacunas también sabemos que los países del primer mundo han acaparado prácticamente toda la producción en detrimento de los países económicamente empobrecidos. ¿Cree que puede haber solidaridad en la “nueva normalidad”?

La de salud es la desigualdad más inhumana de todas: no hay peor desigualdad que saber que enfermarás o morirás prematuramente por ser pobre

Los medios de comunicación han creado una visión distorsionada de las vacunas generando la sensación de que la pandemia ya está casi resuelta. A corto plazo, las vacunas disponibles son seguras y efectivas, pero a medio y largo plazo todavía hay muchas incertidumbres y sabemos poco sobre las nuevas variantes de los virus. Además, el ritmo de vacunación todavía es muy lento y desigual, y puede costar mucho tiempo hasta que toda la humanidad esté vacunada. Si dejamos de lado el siempre relevante tema de hacer una buena gestión, gran parte del problema se debe a las políticas neoliberales. Aunque las inversiones en investigación de vacunas han sido básicamente públicas, la producción y comercialización se halla en manos privadas. ¿Por qué? Por la puesta en marcha en 1995 del acuerdo sobre los derechos de propiedad intelectual asociados al comercio por la Organización Mundial del Comercio (OMC). La India, Sudáfrica y muchos otros países han tratado de suspender estos derechos durante la pandemia, pero la UE y los EE.UU. se han opuesto. La exitosa creación de vacunas esconde que la pandemia es un espejo de la geopolítica mundial y de cómo funciona el capitalismo neoliberal. Es necesario que las vacunas sean un bien común para la humanidad, pero para que eso ocurra será necesaria una respuesta geopolítica que libere las patentes, o una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir masivamente vacunas.

Nos sentíamos invulnerables… ¿Podemos sacar algo positivo de este sentimiento de vulnerabilidad?

La pandemia deja lecciones importantes: tener más conciencia del trabajo de una clase trabajadora siempre despreciada; que la sanidad pública y los cuidados son cruciales; y que somos una especie frágil y esencialmente dependiente de los demás y de la naturaleza de la que formamos parte. Desafortunadamente, esto no es suficiente para hacer los cambios profundos que necesitamos. Vivimos en una sociedad pasiva a la que le cuesta aprender y hacer cambios. Las inercias económicas, políticas y culturales conllevan que hacer cambios profundos sea muy difícil. Vivimos en una sociedad que precariza, que genera alienación, adiciones y muerte, que nos roba el tiempo, que no deja reflexionar sobre el mundo en que vivimos. Durante la pandemia han muerto millones de personas de hambre, han muerto cientos de miles de niños por enfermedades diarreicas… fácilmente evitables. ¿Estamos dormidos? ¿Por qué no se habla más de ello? Paulo Freire decía que la ideología dominante enmascara la realidad y nos hace miopes. El neoliberalismo no solo destruye la vida, sino que “infecta” nuestras mentes y hace difícil comprender la realidad y sus causas.

El trastorno que ha supuesto la pandemia en todo el mundo, ¿puede ser bueno para despertarnos masivamente?

Si no crece la conciencia social sobre las causas y efectos profundos de la pandemia, sobre la posibilidad de que haya nuevas pandemias, o sobre la crisis ecosocial sistémica que padecemos, será muy difícil cambiar la realidad. Olvidamos y olvidamos rápido. El historiador Jacques Le Goff decía que una de las máximas preocupaciones de las clases dominantes es “apoderarse de la memoria y del olvido”. La pandemia ha producido una conmoción general que ha cambiado la sociedad, pero eso no quiere decir que el mundo vaya a cambiar a mejor. Habrá que intentarlo, habrá que cambiar radicalmente mediante una lucha organizada, inteligente y persistente, donde sepamos juntar muchas fuerzas locales y globales. Thatcher hablaba de la TINA (There is No Alternative), de que no había alternativa al capitalismo neoliberal. La paradoja es que ahora no hay alternativa: o cambiamos o vamos camino del ecocidio y el genocidio.

Hará falta una transformación ambiciosa para que la humanidad no acabe colapsando… ¿Cuáles serán las claves?

La pandemia es un baño de humildad que nos debería hacer comprender que somos naturaleza, y que al dañarla también nos dañamos. Hay que resolver la emergencia climática generada por los países, empresas y clases sociales más ricas, y hacer frente a la crisis ecológica que provoca que “gastemos” 1,7 planetas, y una próxima crisis de energía. Todo esto es infinitamente peor que la pandemia. El peor “virus” que tenemos es un capitalismo fosilista que necesita una acumulación constante, un crecimiento ilimitado y despojar de los bienes comunes, lo que quiere decir que la “vacuna” más efectiva debe ser un cambio político profundo. Por ello, además de hacer frente a la crisis pandémica y post-pandémica que frenen la precarización laboral y vital, y la desigualdad, y fortalecer los servicios de salud y sociales golpeados por las políticas neoliberales, hay que salir de la lógica económica y cultural de un capitalismo “tecno-feudal” –dice Varoufakis– que está en guerra con la vida. Las reformas son importantes e imprescindibles, pero muy pronto nos enfrentaremos con situaciones límite que obligarán a hacer cambios sistémicos muy profundos para evitar el colapso.

¿Vienen tiempos convulsos,  pues? 

El escritor Carl Amery planteó que la lucha por los recursos escasos en una tierra finita era el tema crucial del siglo, y que un grupo superior neofascista trataría de imponer una sociedad autoritaria, represiva y racista para defender su forma de vida ante grupos “inferiores”. La pandemia ha producido miedo, mucho miedo, un miedo que oculta el dolor y el malestar. Es probable que cuando el miedo se desvanezca surja con mucha fuerza un sufrimiento oculto ahora reprimido. Las consecuencias de este dolor, con un sufrimiento que se ha ido multiplicando y con la falta de expectativas laborales y vitales, puede manifestarse en forma de diversas violencias: hacia dentro, en forma de suicidio, o hacia fuera, en forma de agresividad y destrucción. En un tiempo lleno de inseguridades, miedos, pérdida de legitimidad, desconfianzas y desigualdades crecientes donde, como ya ha anunciado el FMI, aumentarán las revueltas sociales, los movimientos populistas y neofascistas tienen un campo abonado. La alternativa es luchar por una sociedad más democrática y fraterna que tenga cuidado de la vida en todos sus niveles, con una economía homeostática y un decrecimiento selectivo y justo adaptado a los límites biofísicos de la Tierra. Tenemos que aprender a vivir mejor con muchos menos recursos y bienes y eso significa crear una sociedad no capitalista, ecofeminista y anticolonial. No será fácil. Habrá que crear una sociedad consciente y organizada, que aprenda a hacer políticas sistémicas complejas, que haga frente a los que no querrán renunciar a sus privilegios… aunque el mundo se acabe. Menciono cuatro puntos clave. Que mucha gente tome conciencia de la dimensión de la crisis actual y de que es posible vivir bien de otra manera, con mucho menos consumo, de forma más saludable, humana y realmente sostenible, con más tiempo libre y energías para aprender, crear, meditar, desarrollar relaciones más fraternas y ser más conscientes de nuestra vida y de nuestra muerte. Esto significa una reeducación ciudadana política y cultural muy profunda. Hay que seguir experimentando vivir de una manera diferente, con cooperativas de producción y consumo, nuevas formas de vida y relaciones. Es necesario disponer de grupos de análisis (think tanks) potentes que hagan análisis y propuestas para arrinconar las fuerzas reaccionarias y neofascistas. Y hay que juntarse, ganar fuerzas, y movilizarse sostenidamente con movimientos a la vez locales y globales, descentralizados y coordinados, ágiles, resistentes y capaces de adaptarse a los cambios y presionar a los gobiernos.

 Versión ampliada de la entrevista publicada originalmente en catalán en la revista Crític.

Elena Parreño (Crític)

Fuente: https://ctxt.es/es/20210401/Politica/35603/Joan-Benach-entrevista-vacunas-patentes-covid-desigualdad-miedo-neofascismo.htm

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Entrevista a Franck Gaudichaud: «América Latina entró en un período de nuevas polarizaciones sociales y políticas»

Fuentes: Jacobin/ Rosa Moussaoui 

En esta entrevista, Franck Gaudichaud analiza algunas de las dinámicas sociales y políticas del último período y los desafíos actuales que enfrenta la región.

Profesor de historia y de estudio de la América Latina contemporánea en la Universidad de Toulouse-Jean-Jaurès, miembro del consejo de redacción de la revista ContreTemps y copresidente de la Jean-Jaurès, miembro del consejo de redacción de la revista ContreTemps y copresidente de la asociación France Amérique Latine (www.franceameriquelatine.org), Franck Gaudichaud editó recientemente dos obras colectivas que ofrecen un balance crítico de los proyectos políticos «progresistas» que cuestionaron la hegemonía neoliberal en el continente. En esta entrevista analiza algunas de las dinámicas sociales y políticas del último período y los desafíos actuales que enfrenta la región.

¿Cuál es la trama política común de lo que usted designa como «experiencias progresistas» de principios del S. XXI en América Latina?

La caracterización es un tanto engañosa. Nosotros la retomamos porque son los protagonistas los que la utilizan, desde Kirchner en Argentina hasta Álvaro García Linera en Bolivia. Estos actores, en su diversidad, construyeron un espacio político común al que decidieron nombrar «progresista». En ese sentido, esta categoría nos parece legítima, aun si los distintos gobiernos progresistas y «de izquierda» nos remiten a experiencias bien diferentes. Por un lado, las experiencias «nacionales y populares» más o menos «radicales» de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Y por otro, las experiencias más orientadas hacia la centroizquierda, e incluso hacia formas de socioliberalismo, entre las cuales pueden mencionarse el Frente Amplio de Uruguay (bajo el mandato, entre otros, de José «Pepe» Mujica), el caso de Brasil bajo el gobierno de Lula y luego bajo el de Dilma Roussef. Sin embargo, más allá de la categoría, es posible observar puntos en común durante la «época dorada» de los progresismos: el retorno del Estado, la crítica al neoliberalismo y las perspectivas desarrollistas. Todo esto en el marco de prácticas políticas que efectivamente fueron muy heterogéneas.

¿Cómo se explica la longevidad de estos gobiernos en contextos tradicionalmente marcados por la inestabilidad política?

Ahora que contamos con la ventaja de la distancia crítica sobre este «ciclo», que se extendió aproximadamente desde 1998 (elección de Chávez) a 2016 (destitución de Dilma Roussef), y que está lejos de haber terminado, podemos constatar que coincidió durante un largo período con el aumento de los precios de las materias primas. Esta bendición junto al crecimiento de las exportaciones hicieron posible, en el mediano plazo, el retorno de los programas sociales (muchas veces calificados como asistencialistas), los planes de lucha contra la pobreza y las políticas de desarrollo. Hubo entonces una coyuntura económica favorable a nivel internacional y, al mismo tiempo, una búsqueda de respuestas a la crisis de hegemonía que azotó al neoliberalismo a fines de los años 1990. En ese contexto, algunas fuerzas políticas progresistas intentaron renovar o crear desde cero vínculos con los movimientos populares, y buscaron el apoyo de una nueva base social en las revueltas plebeyas del período (especialmente en los casos de Bolivia y de Ecuador) para enfrentar a las derechas neoliberales y conservadoras.

Entonces, ¿las políticas de redistribución y de inclusión social solo eran posibles en esta fase de prosperidad económica?

En todo caso, esta es una de las contradicciones y el talón de Aquiles de estas recientes experiencias latinoamericanas. Lo que sucedió en aquel momento no fue ni una perpetuación del neoliberalismo, ni una transformación con perspectivas anticapitalistas. En el fondo, se trató de la institución de un nuevo pacto social, ciertamente más redistributivo, pero que incluía a las clases dominantes que también se beneficiaron enormemente con el boom económico (sus riquezas aumentaron de manera considerable en Brasil, en Ecuador y en otras partes). En el marco de este nuevo pacto social o equilibrio sociopolítico, se implementaron respuestas positivas a la emergencia social y, en algunos países, las oligarquías fueron definitivamente desplazadas (por ejemplo, en Venezuela). Pero este equilibrio era frágil en la medida en que se mantuvieron las fronteras sociales y la dominación de clase (y también las de «raza» y género). Y lo era a su vez a causa de la fuerte dependencia que vinculaba a estas políticas redistributivas con la coyuntura internacional en el marco de una división internacional del trabajo que es profundamente violenta.

¿Cuál fue el obstáculo para dejar atrás esta dependencia de las materias primas, en particular de la renta petrolera y gasífera?

Este es el otro gran debate, que muchas veces se plantea en términos caricaturescos. La alternativa no es entre un extractivismo desenfrenado en nombre del desarrollo y unos mendigos que duermen encima de una «montaña de oro», para retomar una expresión del expresidente ecuatoriano Rafael Correa. Los trabajos del economista Pierre Salama, y también los de muchos otros, sacan a luz una gran paradoja. Históricamente, en América Latina, la izquierda se opuso a la dependencia y a las relaciones heredadas del colonialismo. Sin embargo, esos diez o quince años de progresismo reforzaron la matriz extractivista. Es cierto que el Estado ganó espacio frente a los agentes privados. Pero se reforzó la dependencia de las materias primas, las multinacionales lograron salir del apuro y se constataron los efectos de la desindustrialización y de la financierización de la agricultura intensiva, en particular en los casos de Argentina y Brasil. Evidentemente, llovieron divisas. Pero al precio de importantes impactos sociales, políticos y ambientales. Ahora bien, el problema no es solo económico: el extractivismo es un régimen político que favorece el autoritarismo, alienta la corrupción, genera tensiones con los movimientos sociales e indígenas, devasta territorios enteros y fragmenta a las clases populares. Sin embargo, también es evidente que ningún país latinoamericano puede salir solo del extractivismo y del neocolonialismo de la noche a la mañana. Esto plantea la cuestión de la cooperación regional e internacional. Exigirle a Bolivia que renuncie a todo su litio en el Salar de Uyuni, que renuncie sin más, sin ninguna alternativa concreta, sin ingresos que le permitan afrontar la emergencia social, sería absurdo. Entonces, la cuestión que se plantea es la de las transiciones ecosociales y tecnológicas necesarias.

Estas experiencias progresistas tomaron en muchos casos una tonalidad soberanista. En el marco de este impulso político, ¿en qué sentido fue decisiva la aspiración a la independencia nacional?

La cuestión nacional fue central frente a la agenda de los Estados Unidos, del neoliberalismo y del consenso de Washington tal como se impuso en los años 1990 y a comienzos del milenio. Hubo una reacción nacional y popular. Así, el chavismo se inscribe claramente en una genealogía histórica latinoamericana que es la de grandes movimientos como el peronismo en Argentina o el cardenismo en México. Por lo tanto, hubo en estas experiencias una dimensión «populista» en el sentido histórico del término. La prensa usa esta noción de manera peyorativa y normativa, para descalificar a los gobiernos, pero si se toma el asunto en serio, el «populismo de izquierda» estuvo en el centro de estos procesos, en el sentido de las teorías de Ernesto Laclau. De aquí el interés de prestar atención a los debates y a los usos indebidos que suscita esta noción. ¿Es posible reivindicarse como parte del «pueblo» sin que surjan estas contradicciones? El populismo de izquierda, ¿puede aplanar las diferencias de clase? Desde mi punto de vista esto no es posible. Es una de las tensiones que se manifestaron en el curso de estas experiencias políticas. La cuestión del «caudillismo», el hiperpresidencialismo, la encarnación exclusiva de la voluntad popular en un jefe carismático, nos plantea problemas a la hora de proclamar la autonomía de los movimientos sociales, la participación y la invención democrática. Esto es así aun cuando figuras como las de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa o Lula permitieron, durante cierto tiempo, que cristalizaran momentos de cambio político antioligárquicos.

Los procesos constituyentes de los años 2000 en Bolivia y en Ecuador consagraron un Estado plurinacional. ¿Cuáles fueron las implicancias que esto tuvo en la práctica? ¿Se abrió el camino hacia auténticos intentos de descolonización?

El Estado plurinacional marcó un avance claro en esta dirección al reconocer la diversidad lingüística y los derechos comunitarios. Pero todavía queda mucho por hacer. La historiadora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui resume este desafío en los siguientes términos: «Lo decolonial es un neologismo que está de moda, lo poscolonial es un deseo, lo anticolonial es una lucha». Todo está por hacerse y los cambios constitucionales no son más que una etapa. Sin embargo, debemos tener cautela y no esencializar al movimiento indígena, cuyas decisiones políticas y conductas también son plurales y contradictorias, tal como podemos apreciar en este momento en la campaña presidencial de Ecuador.

El 8 de marzo circularon imágenes sorprendentes de México: Andrés Manuel López Obrador aislado en el palacio presidencial frente a las manifestantes que escribieron los alrededores los nombres de miles de mujeres asesinadas. ¿Por qué la izquierda latinoamericana en el poder permaneció sorda a reivindicaciones feministas que, sin embargo, le dieron cuerpo a potentes movimientos sociales?

Esos gobiernos no lograron superar los reflejos patriarcales, es decir, machistas, de sociedades que siguen siendo muy conservadoras, en las que las Iglesias todavía mantienen un peso político decisivo y en las que ponerse del lado de las feministas no es necesariamente popular. Los movimientos feministas se construyeron en y por la autonomía, muchas veces en confrontación con las fuerzas de la izquierda a las que les resulta difícil deshacerse de la cultura machista (tanto al interior de las organizaciones como en sus discursos). Pero, por desgracia, esto no es algo específico de América Latina. Desde este punto de vista, la legalización de la interrupción voluntaria del aborto en Argentina representa un punto de quiebre. Esta conquista es fruto de la movilización de las mujeres: fue la presión de un potente movimiento la que hizo que el kirchnerismo, que durante mucho tiempo sostuvo una posición ambigua sobre el tema, termine por asumir este gesto político. La fuerza de las feministas chilenas también es ejemplar en este sentido.

¿Qué caminos abre el levantamiento popular de Chile y el proceso constituyente actualmente en curso, sobre todo cuando se considera que se trata de un país que fue el laboratorio del neoliberalismo en el continente y en el mundo entero?

La fuerza del levantamiento de octubre de 2019 desplazó todas las fronteras de una manera imprevisible. Esta irrupción popular remodeló completamente el panorama político e hizo temblar a la oligarquía, comenzando por el presidente conservador, Sebastián Piñera. Sin embargo, la paradoja es que una gran parte de les representantes del movimiento social podrían quedar afuera de la futura Convención constitucional a causa del cierre, por arriba, de un «Acuerdo por la paz social y la Constitución» al que suscriben la mayoría de las fuerzas políticas representadas en el Parlamento. Este acuerdo tiene el objetivo de diluir la potencia de esta rebelión popular en los marcos institucionales, pero también el de limitar el alcance de las próximas elecciones constituyentes. Una parte de la izquierda se prestó a este juego (no es el caso del Partido Comunista de Chile). Todo esto se puso en marcha para restringir la representatividad de las fuerzas movilizadas y de les candidates independientes y para asegurar la hegemonía de los «grandes partidos». La derecha se aseguró una minoría con capacidad de veto en la Convención, que será elegida a mediados de abril, puesto que todo artículo deberá ser validado por la mayoría calificada de dos tercios de les constituyentes… Para poner realmente en cuestión al neoliberalismo heredero de Pinochet y al poder sin fisuras de las clases dominantes de Chile es necesario construir una relación de fuerzas de magnitudes considerables. Sobre todo en un contexto en el que los niveles de represión y violencia estatal fueron, y son, extremadamente altos. De todas formas, los horizontes emancipatorios permanecen abiertos: las feministas chilenas, por ejemplo, decidieron participar en este proceso proponiendo candidaturas para denunciar los límites de esta Convención Constitucional e insistir en la necesidad de continuar con la organización «por abajo», a través de asambleas territoriales. No es más que el comienzo de un largo camino.

En la actualidad, Venezuela, que fue la referencia cuando comenzaron estas experiencias de transformación social en América Latina, es considerada por la derecha neoliberal como el peor de los monstruos. El fracaso estratégico de la derecha insurreccional dirigida por Juan Guaidó es evidente. ¿Podemos esperar, con la alternancia en Washington, una reducción o el levantamiento completo de las sanciones que estrangulan al país? Esta parece ser una condición indispensable para cualquier salida de la crisis.

Es el drama venezolano. El país vive hoy un impasse y una crisis terribles. En primer lugar, efectivamente la estrategia de bloqueo imperialista (e ilegal) elegida por Estados Unidos es un fracaso y el autoproclamado «presidente interino» Juan Guaidó condujo a la oposición a un naufragio. Los sectores de la «derecha insurreccional» alentada por Trump fracasaron: Nicolás Maduro, en gran medida a causa del apoyo de las fuerzas armadas y del control ajustado del aparato de Estado, es bastante más resistente de lo que sus cálculos habían previsto. Al mismo tiempo, esta crisis venezolana hundió las perspectivas, la legitimidad y las intenciones de la izquierda latinoamericana, especialmente la que todavía se niega a abrir los ojos. La crisis evidentemente obedece a causas externas y geopolíticas centrales: la agresión estadounidense y la estrategia de boicot económico adoptada por Washington. Pero también se acentuaron con fuerza ciertas tendencias claramente autoritarias, bonapartistas y regresivas del madurismo: el enriquecimiento mediante la corrupción de las nuevas clases dirigentes, que condujo a la emergencia de una «boliburguesía» que saca cientos de millones de dólares del país cada año, el rol de las fuerzas policiales en la vigilancia de los barrios populares y la criminalización de las disidencias. Además de las prácticas de extractivismo masivo y de las concesiones mineras en las orillas del Orinoco, el gobierno desplegó durante los últimos meses una verdadera política de ajuste neoliberal y de privatizaciones, lo cual es una paradoja para alguien que dice reivindicar la «revolución bolivariana». La «ley antibloqueo» de octubre de 2020, destinada a atraer inversiones extranjeras, es también una legislación «supraconstitucional» que abre al país todavía más a los capitales privados (especialmente chinos, iraníes y rusos) y a la desregulación y privatización de los bienes comunes que están bajo control público. Esta tendencia podría consolidarse con el anuncio reciente de la creación de nuevas «zonas económicas especiales», lo que no es más que una manera de reconocer la incuria generalizada en la gestión de muchas grandes empresas públicas, PDVSA entre ellas. No se puede pensar alternativas al neoliberalismo en América Latina si nos contentamos simplemente con denunciar los odiosos dictados de Washington y cerramos los ojos frente a la situación interna y al drama que vive el pueblo venezolano.

La crisis venezolana ha dado lugar a un éxodo masivo. La pobreza, la desigualdad y la frecuencia de las catástrofes naturales vinculadas al cambio climático dieron lugar a un amplio movimiento migratorio que persigue el «sueño estadounidense». ¿Se acelerarán estos movimientos? 

Desafortunadamente, todo indica que sí. Los estudios recientes de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de la ONU dan cuenta del desastre humanitario y de una aceleración de los movimientos migratorios. En diez años, se duplicó el número de inmigrantes en la región. Cuando comenzó la crisis venezolana, alrededor de cinco millones de personas abandonaron el país, ¡la migración intralatinoamericana más grande de la historia! Más de 40 millones de personas en el continente viven hoy lejos de su país, con un número impresionante de gente que se desplaza desde América Central hacia los Estados Unidos. Estos inmigrantes son víctimas de múltiples violencias y quedan a merced de redes criminales en muchos casos vinculadas a la prostitución y al narcotráfico. Las mujeres y los niños están el corazón de la tormenta. La crisis climática, cuyos efectos se hacen sentir con dureza en América Latina, amplificará estos fenómenos en el futuro. Y esto es hace entrar en escena nuevamente la responsabilidad de los países del Norte.

En la ecuación de lo que usted diagnostica como el «agotamiento» de estas experiencias alternativas, ¿cómo se distribuye el peso que tienen las injerencias externas y el que tienen los factores políticos internos?

Es uno de los grandes debates que atraviesa la izquierda latinoamericana después de casi una década. ¿Dónde poner el cursor? Hay que pensar de manera dialéctica y en distintas escalas, lo cual no es ninguna novedad, pero una cierta pregnancia de la lente «geopolítica» tiende a aplastar el resto en los análisis que hacen ciertos intelectuales o militantes. Hubo un reflujo, es decir, una crisis de los gobiernos progresistas, aun si no se trata de un «fin de ciclo». En este momento asistimos a un rebote notable (Bolivia, Argentina, México, a los cuales tal vez se sumen Ecuador y Brasil). Sin embargo, decidimos hablar del fin de una «época dorada», que combinó rentas elevadas, crecimiento económico, disminución de la pobreza, articulación entre movimientos y gobiernos, nuevas integraciones regionales y cooperación Sur-Sur, repliegue de la influencia estadounidense, etc. Cierta gente responsabiliza unilateralmente por el retroceso y los reveses al imperialismo y a la política extranjera de los Estados Unidos, adoptando así una perspectiva «campista». Otros –yo entre ellos– estiman que se trata de un diagnóstico reduccionista y le prestan atención a las contradicciones internas y a los impasses: pérdida del vínculo con los movimientos populares, burocratización o emergencia de nuevas castas, autoritarismo, neoextractivismo desenfrenado, etc. La «izquierda», que quería cambiar el equilibrio de poder, quedó atrapada en la verticalidad de la máquina estatal y también en el capitalismo de Estado, que succionó a una parte de la fuerza viva de los movimientos sociales. También debe decirse algo sobre el problema de la corrupción masiva, que causó muchos males. Son muchos los elementos que contribuyeron a tensar las relaciones entre los líderes políticos y aquellos sectores que los llevaron al poder: las clases populares movilizadas, los movimientos indígenas y campesinos, los sindicatos de trabajadores, las feministas y los intelectuales críticos, los ecologistas, etc. En los casos más extremos, estas tensiones se tradujeron como fenómenos de represión estatal abierta, como en el caso de la Nicaragua de Daniel Ortega. En otros simplemente generaron un estancamiento relativo del consenso socialdemócrata, como en el caso del Frente Amplio de Uruguay. Entre los dos, hay miles de matices y grises.

Bajo el gobierno de Donald Trump, e incluso antes, con Barack Obama, los Estados Unidos se comprometieron en una relativa desinversión en Medio Oriente y movieron algunas fichas en América Latina, a la que consideran su «patio trasero». ¿Cuáles fueron las consecuencias políticas de este movimiento en el continente?

Es verdad que hubo, por parte de Washington, una voluntad de revalorar el terreno latinoamericano para intentar contrarrestar la competencia china y reactivar la doctrina Monroe. La política que el gobierno de Biden despliega en este terreno debe ser leída a la luz de esta guerra económica sin cuartel contra Beijing. Los golpes de Estado «institucionales», que comenzaron en 2009 y en 2012 en Honduras y en Paraguay, fueron en última instancia legitimados por Estados Unidos. También existe una agresión sin tregua contra Venezuela (y Bolivia) que tiene consecuencias criminales sobre la población, para no decir nada del sostenimiento infame del bloqueo contra Cuba. Es necesario analizar la permanencia de una densa red de bases militares en toda la región, el rol de la OEA (por ejemplo, en la destitución de Evo Morales), e incluso el despliegue de la cuarta flota. Pero, a riesgo de ser demasiado insistente, repito que todo esto no agota las contradicciones estratégicas de los progresismos. La herida que abrió la crisis del proceso bolivariano debe analizarse en este sentido.

Usted evoca la competencia feroz que opone a Pekín y Washington en América Latina. ¿China está repitiendo la misma estrategia que desplegó en otras regiones del Sur global, como por ejemplo, en África?

Sí, es una estrategia similar, aunque enfrenta desafíos geopolíticos todavía más «pesados» que en el caso de África, puesto que China está disputando con Estados Unidos oportunidades económicas y geoestratégicas en lo que históricamente este último país consideró como su «patio trasero»: se trata de competir con el gigante norteamericano en su propio terreno. Pekín superó a la UE y se convirtió en el segundo socio comercial del subcontinente. Además, es el principal socio comercial del gigante brasileño y de Chile, y se posiciona en segundo lugar en lo que respecta al volumen de transacciones de México que, no obstante, sigue vinculado a Estados Unidos mediante un tratado de libre comercio. Todo esto es muy significativo. Xi Jin Ping proyecta un crecimiento de las inversiones en América Latina equivalente a 250 000 millones de dólares para 2025: el movimiento se aceleró a un ritmo vertiginoso. Más allá de las inversiones, lo que quiere China son las materias primas, aunque también le interesa el control de empresas clave y de mercados en el suelo latinoamericano, y en general sobre todo el continente, incluido Estados Unidos. En este terreno, independientemente de los adornos discursivos, las prácticas que despliega el Imperio medio remiten más a una hegemonía y asimetría agresivas que a la «solidaridad Sur-Sur». La diferencia con los Estados Unidos, en esta etapa, es que los chinos no implantan bases militares en la región.

Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, ¿podemos esperar una inflexión en las políticas estadounidenses para América Latina? 

Es cierto que la derrota de Trump implica un revés para las declinaciones más exageradas de la derecha y de la extrema derecha de América, que tienen a Bolsonaro a la cabeza. Dicho esto, no cabe tener ninguna expectativa en esta alternancia. No se trata de un juicio de valor: basta escuchar lo que dicen Joe Biden y sus secretario de Estado, Antony Blinken. Están decididos a recuperar su posición en América Latina frente a China recurriendo a métodos intervencionistas. Para ellos se trata de una cuestión geoestratégica central. Mantienen el bloqueo contra Caracas, en plena pandemia, con lo cual asfixian todavía más el sistema sanitario de ese país, y siguen reconociendo al golpista Juan Guaidó como representante legítimo de Venezuela, en la misma línea de Trump. En cuanto al embargo contra Cuba, al menos hasta ahora, no hubo ninguna flexibilización real. De hecho, más allá de los discursos con acentos multilateralistas de Biden, destinados a seducir a los aliados de la OTAN, los elementos fundamentales permanecen y la «doctrina Monroe 2.0» prevalece en toda América Latina: apoyo al Plan Colombia, política de agresión contra los gobiernos considerados hostiles, perspectivas hegemónicas sobre todo el continente, sostenimiento de un inmenso despliegue militar, reforzamiento del «soft power» y apoyo a ciertos organismos de la sociedad civil en nombre de la «democracia», etc.

En esta estrategia hegemónica de Washington, ¿se mantiene la importancia de Colombia? 

Washington se apoya en gobiernos «amigos», es decir, Santiago de Chile, Bogotá y Brasilia, para incrementar su influencia en la región. Los Estados Unidos cultivan esta influencia a través de la OEA. Colombia, cuyo presidente Iván Duque firmó en 2016 los acuerdos de paz de La Habana con los exguerrilleros de las FARC, representa para Estados Unidos, en el plano militar, una plataforma estratégica fundamental para toda la región (no es el caso de Brasil, y esta es una diferencia notable). Colombia es un puente esencial y recibe a este título cientos de millones de dólares, tanto en el plano militar como en concepto de cooperación entre Estados o a través de oenegés. Cenáculos como el Grupo de Lima traducen de esta manera la voluntad de promover grupos de influencia que reúnen a los países alineados con Washington. Pero con la alternancia en México, el retorno de la izquierda en Bolivia, tal vez dentro de poco en Ecuador y eventualmente también en Brasil (con la vuelta de Lula a la escena política), estos cálculos parecen complicarse. El gobierno estadounidense contempla con cierto temor el posible retorno de estructuras de integración regional más autónomas (como la UNASUR o la CELAC), en el caso de que logre reactivarse un «eje progresista». Pero nada indica que esta nueva dinámica vaya a desencadenarse realmente y la crisis económica y la pandemia están causando estragos que cada país enfrenta a su manera.

La restauración neoliberal produjo en todas partes desastres económicos, recesiones y la explosión de un endeudamiento tóxico. ¿La eficacia económica es desde ahora un rasgo que le pertenece al campo progresista?

Si bien es necesario tener una mirada crítica a la hora de hacer el balance de las experiencias progresistas para pensar el futuro, es necesario decir también que la restauración neoliberal conservadora fue catastrófica. La derecha se muestra incapaz de crear las condiciones de posibilidad de cualquier estabilidad económica y se conforma con prácticas cada vez más autoritarias. Se trata de un fracaso en toda regla: tanto en los casos en los que llegó al poder mediante las urnas, como Mauricio Macri en Argentina o como Uruguay, en los casos en que tomó el poder mediante un golpe de Estado, como en Bolivia, o en los que aprovechó meses de desestabilización institucional y democrática, como en Brasil. Esto abre la puerta al retorno de los progresismos, que se presentan como una alternativa «deseable» o al menos posible para millones de personas. Y allí donde las derechas se mantienen en el poder (Chile o Colombia, por ejemplo), enfrentan grandes movilizaciones populares. Es un problema para las clases dominantes, sobre todo en un período de crisis profunda y de pandemia: las derechas no encarnan una alternativa creíble que le garantice estabilidad al capital. E incluso en los casos en los que sí lo hacen, es bajo la forma de una derecha extrema y fascistizante, como la de Jair Bolsonaro en Brasil. Sin embargo, la irrupción de progresismos «tardíos», como el caso López Obrador en México, o el retorno electoral de la centroizquierda en algunos países, no garantizan el retorno de un período de crecimiento y estabilidad: América Latina –como el resto del mundo– entró en un período de fuerte turbulencia, que combina una crisis económica gigantesca, la crisis sanitaria, la profundización de la crisis ecológica y una nueva polarización social, política e ideológica. Todo esto sobre el fondo de un ascenso alarmante de sectores reaccionarios, de los evangelistas y de las extremas derechas «alternativas», que movilizan a porciones cada vez más grandes de las capas populares. Tanto para las izquierdas emancipatorias como para los movimientos sociales, se juega aquí la cuestión de la democracia.

Nota:

(1) Esta entrevista es la versión larga del texto publicado por L’Humanité el 12 de marzo de 2021: www.humanite.fr/franck-gaudichaud-en-amerique-latine-le-bilan-de-la-restauration-neoliberale-est-catastrophique

Fuente: https://jacobinlat.com/2021/04/05/america-latina-entro-en-un-periodo-de-fuerte-turbulencia-y-de-nuevas-polarizaciones-sociales-y-politicas/

Traducción: Valentín Huarte

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Entrevista al histórico líder vecinal Pepe Molina: «Aunque suena grandilocuente, la frase solo el pueblo salva al pueblo es real»

Por: Luis de la Cruz 

El histórico líder del movimiento vecinal vallecano ha sacado un libro donde explica tres décadas de reivindicaciones y conquistas llevadas a cabo por los vecinos.

El ¿tópico? dice que la memoria de los barrios de Vallecas –como los de Orcasitas, Villaverde, y otros sitios en las periferias madrileñas– está construida de barro. Todos los viejos vecinos evocan sus recuerdos de pies hundidos hasta el tobillo, los días de lluvia, por aquellas calles sin urbanizar de la segunda mitad del siglo XX. Y el tópico es bien real, pero con esos barros se moldean unas genealogías de lucha por el derecho a la ciudad y la construcción desde debajo de la misma que han de ser contadas con toda su complejidad y detalle. Esto es lo que hace el histórico líder vecinal Pepe Molina en Vallecas en lucha. 30 años de reivindicaciones y conquistas populares, que ha visto recientemente la luz.

El libro ha salido en Agita Vallekas, un sello con casa en la librería La Equina del Zorro que tiene el suficiente marchamo combativo como para que la vallecanidad salte a la vista. Y su autor, Molina, también es quien para narrar las tres décadas de luchas vecinales que jalonan la obra: presidente de la Asociación Vecinal de Palomeras Sureste. Los de Palomeras fueron los primeros y aportaron mucho en la agrupación de fuerzas que supuso aquel potente movimiento vecinal, en el que vecinos, técnicos, políticos o curas rojos dieron lo mejor de sí mismos para hacer realidad la llegada de la urbanización, las casas dignas de ese nombre o la ampliación del metro. Y, ojo, que para conseguirlo no dudaron en perseguir a Ruiz Gallardón con un gallo gigante o secuestrar un autobús.

Foto: Panorámica de la vieja Vallecas (Ándres Palomino)

Hará 12 o 13 años, Molina escuchó hablar a un par de chicos en Palomeras Alta sobre el vecino que daba nombre a una calle ¿Era un futbolista o un político?, dilucidaban. Aquel olvido sobre la figura de Rafael Fernández Hijicos (primer presidente de la Asociación de Vecinos de Palomeras Altas) le hizo reflexionar sobre la importancia de dejar por escrito la memoria de los vecinos y las luchas que habían construido el barrio, “de la gente que se ha dejado el pellejo”. Así que se puso a escribir y no ha parado: Historia de las calles y lugares públicos de Vallecas, Amancio Cabrero: vivir, luchar, soñar…hasta llegar a este Vallecas en lucha.

La identidad vallecana –más allá de que allí uno es de El Pozo, de Fontarrón o, pongamos, de Palomeras– tiene que ver con una historia compartida, vivida a la contra. “Vallecas siempre estuvo estigmatizada para la sociedad biempensante, en la prensa, en la literatura…La gente que fue llegando aquí a partir de 1900 para trabajar en Madrid va conformando una población de trabajadores progresistas, de tradición radical y que da mucha importancia a la cultura. Siempre ha habido muchos grupos de teatro, coros o cines, y cuando Amós Acero (alcalde socialista) gana las primeras elecciones democráticas en 1931, lo primero que hace es fundar colegios”.

Foto: El viejo barrio (Archivo VTC)

Esta semilla germinó en suelo vallecano, y la idiosincrasia que describe Molina desde los inicios de Vallecas –la vieja Villa y Puente– se ha mantenido a lo largo del tiempo, conformando una identidad reconocible en toda España. “Luego, hemos tenido grupos de teatro importantes, como El Gayo Vallecano, el festival de teatro, Tele K, periódicos, Radio Vallekas…y un tejido vecinal que lo demanda”. Una identidad forjada sobre la cultura, las luchas y la comunidad, que se ha construido desde abajo. “Un ejemplo fue lo de la k y el símbolo de Vallekas, que fue cosa de dos chavales sobre el 75 o el 76 y ha llegado a ser parte de nuestra identidad”.

Foto: El Gallo Perseguidor en Sol Foto proporcionada por el autor. Salió publicada en su día en El País

Molina también está muy involucrado en el mantenimiento de la memoria pública vallecana a través de la Asociación Vallecas Todo Cultura que, entre otras cosas, mantiene un archivo fotográfico sobre la historia del barrio que ahora tratan de poner en red.

El activista vecinal piensa que el espíritu de lucha y apoyo mutuo vallecano, que aparece retratado en el libro, persiste hoy. La solidaridad aflora especialmente en los momentos complicados, como ha sucedido durante la pandemia:

“Antes había vecindad y esto se ha difuminado un poco en general, pero en Vallecas aún persiste. Aguantó el paso de las casas bajas a los pisos y trasciende en muchos barrios, la gente se reconoce en las luchas conjuntas. Ahora tenemos el ejemplo de Somos Tribu VK, la red vecinal que en estos momentos de crisis está procurando a los vecinos que lo necesitan comida, libros, ayuda psicológica…Aunque suena grandilocuente, la frase solo el pueblo salva al pueblo es real”.

Foto: Asamblea Remodelación Andrés Palomino

Ante la pregunta de si hoy sería posible una transformación tan profunda como la operada en muchos barrios a caballo de los años setenta y ochenta, con el impulso y la participación directa de los vecinos, Molina responde con seguridad: “sí, dinero no falta, lo que se necesita es voluntad política para llevarlo adelante”. El listón está alto, en Vallecas en lucha se detallan los pormenores del plan que permitió realojar en pisos a 12.000 familias de Vallecas. Pero el tiempo no para y en del reloj de arena de la ciudad, los problemas nunca dejan de caer, grano a grano. Siempre hay luchas pendientes.

Un ejemplo de ello lo tenemos hoy con la difícil situación que vive la Cañada Real, apunta Molina. “Creo que llegará una solución cuando quienes pueden cambiarlo tengan la sensación de que se trata de un suelo valioso; es lo que sucedió con Vallecas, que estaba muy cerca de Madrid. Hubo entonces quienes dijeron –literalmente– que había un problema con el vecindario, que era “extraño y difícil de erradicar”. Pero no pudieron expulsarnos. En la Cañada tendría que suceder algo parecido a lo de entonces, que ellos mismo articularan una lucha importante, porque hay grupos haciéndolo pero no de forma general”.

Efectivamente, el movimiento vecinal consiguió entonces que se quebrara la línea histórica de expulsión del vecindario original de las barriadas, encarnada en el Plan Parcial franquista, que hubiera supuesto la expropiación de los vecinos sin alternativa habitacional en el propio barrio.

Foto: El Cerro del Tío Pío (Archivo VTC)

Al hablar sobre el final de los buenos tiempos, Molina niega la mayor sobre el tópico de la cooptación de líderes vecinales por parte de los partidos políticos. “En el caso de Vallecas irían en listas cuatro o cinco personas, yo mismo me presenté con la ORT (y no salimos). En el resto de Madrid, parecido. Los partidos son lo que son, no tienen arraigo en la calle y tienen que echar mano de gente con ascendencia en los barrios. Yo creo que donde sí hubo un problema fue en que el PCE y el PSOE pensaran que tener cargos electos era suficiente y dejaran de dar apoyo a las asociaciones. Se nos dio de lado, no hay ninguna mención en la Constitución al Movimiento Vecinal mientras que sí la hay, por ejemplo, al de Consumo, que por aquel entonces no tenía mayor importancia”.

Hoy, el movimiento vecinal sigue teniendo mucho que decir en los barrios, en opinión de nuestro entrevistado. Cita los problemas de la incineradora de Valdemingómez, el desempleo juvenil crónico o la Cañada, y se lamenta del problema que las asociaciones tienen con el actual Ayuntamiento de Madrid.

“Está presionando mucho a la FRAVM, quitando cesiones de locales y subvenciones; no dando ningún apoyo a las asociaciones. Las normas de participación que se impulsaron en la legislatura pasada están paralizadas y se están intentando eliminar. Por otro lado…cierta tensión es buena para generar contestación”.

Fuente e imagen: https://www.eldiario.es/madrid/somos/noticias/pepe-molina-suena-grandilocuente-frase-pueblo-salva-pueblo-real_1_7370009.html

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Yolanda Domínguez: “Es vital tener un profesorado formado en materia de género”

Entrevistamos a Yolanda Domínguez, autora de ‘Maldito Estereotipo’, con la que hablamos sobre feminismo y educación, pero también de lo que significa ser mediaréxico o el analfabetismo visual.

Serán las nuevas generaciones quienes cambiarán el futuro y conseguirán una sociedad más igualitaria, pero necesitarán de los mayores para facilitarles la tarea. La educación es fundamental, sin embargo, tiene que ir de la mano de cambios en la justicia, la economía, la cultura y los medios de comunicación. Así es como ve Yolanda Domínguez la forma de avanzar en temas de igualdad.

Acaba de publicar su libro ‘Maldito Estereotipo’ (Ediciones B), que presenta como “una guía tanto para las personas que generan imágenes como para quienes las consumen”. En él, analiza y critica con ironía y humor la cultura visual que consumimos todos y cómo seguimos representando los roles tradicionales de hombres y mujeres que poco tienen que ver con la realidad actual.

Hablamos con ella sobre la igualdad y ofrece algunas pautas para saber cómo formar a los estudiantes para que desarrollen un ojo crítico ante el machismo en las redes sociales, los medios de comunicación y en su día a día.

Pregunta: Se acerca el 8M. Para ti, ¿Cómo podemos garantizarles a los jóvenes de hoy un futuro más igualitario?

Respuesta: Quizás la pregunta habría que formularla de otra forma: ¿cómo puede la gente joven garantizarnos un futuro más igualitario? Sin duda, son ellos y ellas quienes darán ese giro a la sociedad. Creo que la educación es un pilar fundamental, pero debe ir de la mano de un cambio en todos los sectores: leyes, cultura, economía y, por supuesto, medios de comunicación. En mi libro propongo la cultura visual como una herramienta más que se puede utilizar para llegar a esa igualdad.

P: Muchas mujeres no son capaces de asimilar sus logros y creer en sí mismas, esto se ha conocido como el ‘síndrome de la impostora’. ¿Qué se puede hacer en el ámbito educativo para acabar con este problema?

R: Ofrecer diversidad de referentes femeninos que sean valorados por sus capacidades en cualquier ámbito profesional es fundamental para que las mujeres lleguen a confiar en sí mismas. En los medios solo vemos a mujeres valoradas por su aspecto físico, lo que genera la idea de que ese es nuestro mayor valor. Muchas mujeres jóvenes creen que tener un aspecto determinado les empodera, pero nunca se escucha que empodera tener una carrera, dirigir un país, descubrir una vacuna o ganar una medalla olímpica. Tener ejemplos de mujeres respetadas y admiradas por lo que hacen animará a otras a emprender la misma actividad y también hará que aumente la confianza a la hora de considerarlas para esos puestos.

“Tener ejemplos de mujeres respetadas y admiradas por lo que hacen animará a otras a emprender la misma actividad y también hará que aumente la confianza a la hora de considerarlas para esos puestos”.

P: Está claro que la infancia es un momento crucial, pero, ¿cómo podemos seguir educando a los adolescentes en igualdad de género y ofrecerles herramientas para que sepan reconocer y luchar contra el machismo normalizado?

R: El conocimiento es la clave. Contar con un profesorado formado en materia de género que pueda trabajar con el alumnado y aplicarlo en cualquier contenido es muy útil, por ejemplo citando mujeres importantes en la historia que no aparecen en los libros o reflexionando sobre por qué en el problema de matemáticas es la mujer la que va a comprar siete manzanas y el hombre el que pone siete tornillos. En casa también se puede trabajar analizando y comentando, por ejemplo, las películas, las series o los vídeos que ven. Las redes sociales son otra herramienta que se puede activar preguntándoles qué tipos de imágenes comparten y por qué, a qué contenidos le dan like, qué perfiles siguen… También facilitándoles materiales de lectura y contenidos que les hagan detectar esos comportamientos normalizados.

P: ¿Qué actividades o consejos propondrías a los docentes que quieran concienciar a su alumnado sobre los estereotipos que ven todos los días en los medios de comunicación, las redes sociales, e incluso, en el ámbito privado?

R: Creo que es muy efectivo analizar contenidos visuales en clase, igual que se analizan textos. Nunca aconsejo dejar de ver contenidos o censurarlos pero sí despertar la actitud crítica ante ellos. Preguntarse, por ejemplo, ¿quién ha generado esta imagen y qué beneficio obtiene con ella?, ¿cuál es su intención?, ¿refuerza algo que ya sabemos o propone algo nuevo?, ¿qué alternativas existen?… Al igual que con cualquier otra herramienta, hay que aprender a usar las imágenes y nadie nos enseña, por eso es muy importante acompañarles en el proceso.

Adolescentes usando las redes sociales en sus móviles

P: ¿Cómo influyen los cuentos en la creación de nuestro ‘yo’ (y el rol que adoptaremos dentro de la sociedad) desde la infancia? ¿Tan poderoso es el storytelling?

R: El storytelling es una de las herramientas más poderosas de aprendizaje porque al transmitirnos una información a través de personajes generamos empatía, que hace que sintamos emociones y recordemos esa información muchísimo mejor. De hecho, solemos recordar la emoción y olvidar dónde hemos visto ese contenido, de manera que, aunque lo veamos en la ficción, tenderemos a darle credibilidad a la larga e incluso a buscar otros contenidos que refuercen esa creencia establecida. Los cuentos, además, se utilizan a una edad muy temprana en la que no tenemos ningún tipo de filtro ni de capacidad crítica, así que son más poderosos que cualquier otro contenido. Una vez que se abre un surco de pensamiento es más fácil reafirmarlo que modificarlo.

“El storytelling es una de las herramientas más poderosas de aprendizaje”.

P: Volvemos a otro concepto interesante: el analfabetismo visual. ¿Qué es? ¿Lo sufrimos todos? ¿Cómo acabamos con él?

R: Tenemos mucha información pero no sabemos gestionarla y es en eso en lo que hay que trabajar. El nivel de información visual es más alto que nunca, pero el hecho de que tengamos muchos contenidos visuales no significa que estén ampliando nuestro conocimiento; de hecho, es todo lo contrario. Generamos imágenes imitando lo que hemos visto antes. Reproducimos desigualdades implícitas y no tenemos en cuenta, ni a quien las recibe, ni a quien está representado.

“Reproducimos desigualdades implícitas y no tenemos en cuenta, ni a quien las recibe, ni a quien está representado”.

P: El término ‘mediaréxico’ es muy visual, pero para quien no lo conozca, ¿qué significa? ¿Tiene ‘vacuna’?

R: Mediaréxico es alguien adicto a los medios, que hoy implica a la gran mayoría de la sociedad. Es difícil no estar constantemente conectado y buscando información entretenida y nueva, pero quizás debamos empezar a buscar más calidad y menos cantidad. Seleccionar lo que vemos y equilibrarlo buscando nuestro beneficio al igual que hacemos con la dieta de alimentos. Sabemos que comer 20 bolsas de patatas fritas no es saludable, pero que no pasa nada por comer una si la alternamos con otros nutrientes necesarios para el buen funcionamiento de nuestro organismo. Si logramos trasladar esta idea a nuestra dieta visual, estaremos mucho más protegidos.

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/entrevistas/profesorado-igualdad-de-genero/

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Entrevista a: Basha Changuerra (Cup) Y Jess González (En Comú Podem): “El racismo es como el agua, toma la forma de allí por donde te mueves”

Por: Meritxell Rigol 

Basha Changuerra, hija de migrante ecuatoguineano, y Jess González, migrada colombiana, son las primeras afrodescendientes que entrarán como diputadas en el Parlament de Catalunya. Allí nos encontramos, a pocos días de tomar posesión de sus escaños por la CUP y En Comú Podem, respectivamente. Desde partidos distintos, y en numerosos aspectos distantes, comparten el propósito de visibilizar el racismo que afecta a todos los ámbitos: de la atención sanitaria a la educación, pasando por las políticas de seguridad y los servicios sociales. Su elección ha despertado felicitaciones y expectativas entre organizaciones del movimiento antiracista y ambas afirman recogerlas con fuerza y responsabilidad. El salto a la política catalana es un paso más en un camino que tienen claro que va más allá de sí mismas.

Que resulte algo excepcional y novedoso que dos mujeres afrodescendientes entren en el Parlament habla de la grandísima infrarrepresentación de personas migrantes y racializadas en las instituciones. ¿Vuestra presencia, per se, transforma ya algo? 

J.G: No, igual que el hecho de que haya mujeres haciendo política no implica que se feminice la política. Las instituciones, que están en este mundo racista, perpetúan el racismo. En los titulares hemos visto estos días “El Parlament con más escaños independentistas”, “El Parlament más escaños de izquierdas” e incluso “El Parlament con más escaños de mujeres”, pero nada sobre la diversidad cultural infrarepresentada. ¡No ha habido ninguna diputada ni diputado gitano tras 600 años aquí! Continuamos sin hacernos la pregunta de quiénes faltan en las instituciones. Nosotras somos hijas de luchas que vienen de hace muchos años. La presencia es un paso. Pero la mera presencia de representantes racializadas no supone una apuesta firme antirracista.

B.C: No, claro que no. La única representación de personas racializadas que ha habido en anteriores legislaturas no ha implicado apostar por el eje antirracista. Hemos visto a Najat [Driouech] de ERC, pero no se ha traducido en una ERC tirando adelante políticas en clave antirracista. Y esta legislatura tenemos a Ignacio Garriga [de Vox], que no es una anomalía.

¿No es una anomalía que una persona afrodescendiente, hijo de migrada, encabece una formación de ultraderecha? 

B.C: Se tiene que entender muy bien el contexto colonial. Cuando me dicen: ¡Es que Ignacio Garriga también es de origen guineano! Yo les digo que no conocen nada de Guinea. No conocen los estragos que hizo el franquismo en Guinea Ecuatorial, la inoculación del pensamiento de derechas y españolista que se hizo en toda una generación de guineanos y guineanas. Y, además, España contribuyó a aniquilar a todas aquellas pensadoras e intelectuales que podían romper con esto. Las mataron, directamente. Y ha quedado lo que ha quedado. Ignacio Garriga es parte de una realidad que existe. Ser una persona no blanca no significa ser antirracista, ni hablar en clave comunitaria ni velar por los intereses de nuestra comunidad, del mismo modo que ser una mujer no implica ser feminista.

J.G: Visibiliza la heterogeneïdad frente a la homogeneidad con la que se nos ve a las migradas y a las marrones, como si todas tuviéramos la misma clase, la misma orientación sexual y el mismo objetivo en la vida. Ignacio Garriga es un hijo sano del sistema y también forma parte de la foto de nuestras comunidades.

Vox superó los 200.000 votos el 14-F, que son más de los que lograsteis tanto en el caso de la CUP como en el de En Comú Podem. La misma noche electoral lanzaron a redes sociales el mensaje “Ya hemos pasado”, burlándose de la consigna antifascista “No pasarán”. Efectivamente, ya han pasado, en unos días estarán dentro de un parlamento más. ¿Y ahora qué? ¿Qué parte de responsabilidad a la hora de articular una respuesta antifascista tienen las instituciones? 

B.C: Mucha. Primero, la responsabilidad de la autocrítica del trabajo no hecho. Ellos han pasado porque no estábamos preparados institucionalmente. Se ha ignorado culturalmente y educacionalmente el franquismo y lo que hemos pasado en tierras catalanas. Y esto ha generado ignorancia durante generaciones, en lugar de mantener la consciencia antifascista arraigada en la población. Esto ha permitido que partidos como Vox, Plataforma per Catalunya o Front Nacional Català puedan ser legales. Este es el primer problema. Han entrado porque no hay un marco legal que suponga un cordón sanitario frente al fascismo. La memoria histórica ha fallado. ¿A partir de aquí? Pues mucho trabajo

J.G: A partir de aquí no hay una única respuesta sobre cómo combatir a la extrema derecha porque no es una cuestión ni de barrios obreros ni de barrios de renta alta, es una cuestión transversal. Hace falta mucho diálogo. Hay casos en los que se les tiene que ignorar pero hay casos en los que hace falta un ataque frontal. No hay una fórmula única pero va en la línea de revisar lo que no hemos hecho, escuchar también a quienes han votado a Vox y hacer un cordón sanitario desde muchos lados.

¿Es el antifascismo la única vía amplia que no dudáis encontrar esta próxima legislatura en Catalunya? 

B.C: Espero que sea una vía amplia, pero espero y deseo que no sea la única. Esta es imprescindible pero la anti-represión tiene que ser también un punto de encuentro importante. ¿Qué estamos viendo estos días? Por cómo están respondiendo los cuerpos policiales, una constatación de que hay un sistema que se protege a sí mismo cuando pones en duda que la actuación policial haya sido proporcionada y correcta. Hay que atacarlo, porque no son unos errores. Llega un punto en el que tienes que poner el cuerpo políticamente para traspasar el límite, claramente insuficiente, en la responsabilidad de gestionar los Mossos d’Esquadra. La directriz política tiene que partir del Govern y llevarse adelante hasta las últimas consecuencias. No hay excusa para no haberlo hecho antes.

J.G: Esto tiene que ver con una reforma del modelo policial de arriba a abajo. Hay que asumirlo con mecanismos de control y que los abusos policiales no sean tratados como casos aislados.

Las identificaciones por perfil étnico son una de las formas de racismo institucional más denunciadas públicamente en los últimos años. ¿Os preocupan? 

Ser una persona no blanca no significa ser antirracista, ni hablar en clave comunitaria ni velar por los intereses de nuestra comunidad

B.C: Tratar con los cuerpos de policía las identificaciones por perfil étnico para mí es una prioridad. Es muy habitual la criminalización. Yo, que soy madre y tía, tengo ganas de poder dejar de decir a mis niños: cuidado con ponerte la capucha, cuando te pare la poli tienes que actuar así… ¡Ya no si te para la poli, cuando te pare la poli! Porque tienen que ser conscientes de que esto les pasará. Hay programas cómo fue el PIPE [Protocolo de Identificación Policial Eficaz], que fue una prueba piloto y allí se quedó. La persona parada tenía que recibir un papel que justificara esa parada y esto ya te da una tranquilidad, porque no queda en el aire.

J.G: También la protección de menores es urgente. Es impresionante que en debates electorales sobre infancia o juventud no salieran los menores extranjeros no acompañados. ¿Entonces dónde salen? ¿Solo salen si delinquen?

Más allá de las actuaciones policiales, ¿consideráis que la perspectiva antirracista está ausente en otros ámbitos de la acción pública? 

J.G: En un momento en el que tenemos que reconstruir a nivel económico y social, se habla de no dejar a nadie atrás, pero a la gente migrada sin papeles siempre se la ha dejado atrás. Pondremos esta perspectiva encima de la mesa. Tocará picar mucha piedra y juntar fuerzas porque esta perspectiva no es central en la agenda política. Algo tan sencillo como garantizar el empadronamiento, como puerta de acceso a derechos básicos, no se ha hecho. Además, a veces vemos que se inmigracionalizan problemas, como el incendio de la nave en Badalona, que lo que fue es un problema de acceso a la vivienda.

B.C: Cuando hubo el incendio de la nave de Badalona, la Generalitat decretó tres días de duelo. De acuerdo. ¿Pero tu contrato de pesca con Senegal cómo va? España es uno de los principales extractores y Catalunya está participando en la negociación de este contrato y de ello se beneficia. Las políticas antirracistas van más allá de la urgencia de cómo acogemos. Cuando hablamos de políticas antirracistas también hablamos de relaciones internacionales con los países del Sur global, de las relaciones de la Generalitat con los países de origen de los flujos migratorios, territorios a los que se desprovee de sus recursos y se propicia que su gente se tenga que ir.

¿Qué otras prioridades os fijáis como diputadas en relación al racismo institucional?

J.G: El antirracismo en la educación. El PRODERAI (Protocolo de prevención, detección e intervención de procesos de radicalización islamista)  pone al profesorado a hacer de policía. Es un protocolo que no ha contado con las comunidades, que son las primeras interesadas en prevenir la radicalización. La obligación de empadronar: no lo podemos dejar al libre albedrío de los municipios. La contratación de gente no blanca: tiene que aumentar porque si no la gente que está educando, que atiende en la sanidad o en servicios sociales y toma decisiones sobre nuestras vidas no tiene otras perspectivas. También está la Dirección General de Infancia y Adolescencia…

B.C: Esta dirección tiene que ser fiscalizada hasta la última fotocopia. Es una institución criminalizadora de la pobreza y de la migración, gestionada de manera opaca y corrupta. Las madres migradas están perseguidas por esta institución y sus tentáculos en los servicios sociales. En cuanto a la educación, los currículos escolares no incorporan la visión para que las criaturas puedan ver el lugar de sus comunidades en la historia de Catalunya y de España. Cuando en las aulas de primaria ves una diversidad que no ves en aulas universitarias, algo pasa. En algún momento nuestros niños se caen del sistema. Es imprescindible un censo racial porque no puedes legislar si no tienes una base de datos. Necesitamos contarnos para saber las afectaciones en ámbitos como sanidad y educación.

J.G: El racismo es como el agua, que va tomando la forma de allí por donde te mueves. De aquí a unos meses podremos explicar cómo funciona el racismo en el hemiciclo o en las comisiones parlamentarias o cosas que nos encontremos en los pasillos. Pero ya lo estamos viviendo.

B.C: Lo que ya nos encontramos son las consecuencias del racismo aplicadas a nuestro ejercicio político. Tú sabes que estás ocupando un espacio que se supone que no te corresponde. Esto te genera inseguridad, sensación del síndrome del impostor, que a las mujeres tanto nos pasa. Pues siendo no blancas ocupando espacios nos pasa aún más. Convertirte en un muermo antirracista genera dinámicas de rechazo, porque saltan fragilidades y privilegios, porque es otro marco mental que te interpela, que te dice que a eso o lo otro le tienes que dar una vuelta. Es una confrontación constante y como dice Jéssica, cuando empecemos a participar en las comisiones todavía lo veremos más.

JG: Además, que a mí no me hayan pegado en un ataque racista en la RENFE no significa que no me afecte. Es un yo colectivo. Yo no he trabajado como empleada del hogar pero es una lucha de mi comunidad.

B.C: La identidad colectiva es la base de nuestra identidad. Y el individualismo occidental juega muy fuerte en contra.

Fuente e imagen: https://ctxt.es/es/20210301/Politica/35243/Meritxell-Rigol-entrevista-Basha-Changuerra-CUP-Jess-Gonzalez-En-Comu-Podem-diputadas-Parlament-Catalunya-racismo.htm

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Entrevista a la Profesora Magdalena Isela González Báez (Video)

Por: Fernando García investigador del CII-OVE

En esta oportunidad la Dra. Magdalena Isela González Báez, nos compartió su experiencia como docente de la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, ubicada en Tiripetío, Michoacán. Enfatizó la importancia de la escuela Normal Rural en México y analizó el panorama político educativo que actualmente impera en torno a ellas.

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Entrevista a Eva Dans, cineasta uruguaya: “Vivimos en un mundo tan patriarcal que es transgresor ver a una mujer en mal estado”

Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

Carmen Vidal mujer detective, la primera película de Eva Dans, es una muy buena combinación de comedia bizarra con trama policial negra. En esta comedia policial la directora se anima a algo que muchos no hicieron: lejos de reproducir lo tradicional del género negro en nuestras propias urbes, como si fueran Los Ángeles o Nueva York, propone una adaptación extrema del género noir a la ciudad de Montevideo.

 

“Es cierto que la película ha tomado otro camino al que muchos esperan de una policial”, explicó a Nodal Eva Dans. “Eso fue muy a conciencia. Hay gente que dice que la película “tiene lindos toques noir” y a mí me causa gracia porque para mí es noir en sí, con todo su universo, los personajes y las situaciones que ocurren. Pero creo que eso pasa justamente porque no es una copia, digamos burda, de algunas situaciones noir. El género tiene un montón de planos nocturnos con humedad, niebla y muchas escena filmadas con una Dolly, y en Carmen Vidal no fuimos por ese lado. Nos propusimos sostener estéticamente una ficción, tan ficción,como puede ser que haya detectives privados en 2018 en Montevideo”.

La realizadora uruguaya, desde hace un año residente en Buenos Aires, comprende el género y lejos de hacer un “homenaje” que reproduzca las claves visuales, construye un mundo con lo propio y en él hace funcionar el policial. Y allí aparecen muchas de las claves de las narrativas uruguayas: el humor casi surrealista; la normalización de ciertas situaciones extrañas; las actuaciones despojadas, que trabajan una máscara aparentemente inexpresiva; y una particular forma de construir la ruta del misterio, que remite al maestro Mario Levrero. Comedia noir,  como la definió su propia directora, Carmen Vidal mujer detective es menos inocente de lo que parece. Aunque los tiros suenen ridículos y dejen agujeros que son a todos luces irreales, las balas que disparar el poder matan lo mismo

¿Por qué en una ciudad como Montevideo el cine negro debería parecerse al que se puede hacer una ciudad como Los Ángeles? ¿Por qué con los habitantes de Montevideo, que van a comprar al almacén caminando, debería hacerse una película como con los habitantes de Los Ángeles, donde nunca se bajan del auto?

Acá tomás una cerveza de litro del pico; esas son cosas que se hacen acá, pero en el resto del mundo me parece que no. En Uruguay la cerveza de litro como casi que la única opción. La película tiene esa idiosincracia súper uruguaya: la pizza cuadrada, el bar Hispano. Incluso Raúl, el dueño del minimarket donde trabaja Carmen, como toda la gente, es lo más uruguayo que hay. La película es totalmente uruguaya para mí.

Hay una presencia importante de Montevideo como parte del relato, sin que la ciudad aparezca por delante de las cosas. Desaparece la Montevideo turística y se rescata la ciudad portuaria, más propia de los relatos negros; está presente el centro, pero se oculta cierta modernidad arquitectónica tanto con los espacios emblemáticos. Todo esto muestra que hubo decisiones precisas sobre como incorporar la ciudad al relato

Fue una decisión estética qué Montevideo mostrar. Algo de esto surgió mirando una película de Kaurismäki, Yo contraté un asesino a sueldo, que tiene una secuencia inicial portuaria en Helsinki, y era igual a Montevideo. Es increíble la vida y dije “Bo, pero esto es Montevideo“. Montevideo en un día de invierno, tiene un montón de niebla y se siente así como medio industrial, con un paisaje portuario / industrial.

En parte tiene que ver con la elección de locaciones, pero también con el lente que usamos. Yo quería escapar a esa imagen digital que se ve mucho hoy en día y como no teníamos presupuesto al momento de filmar, conseguimos prestado un lente antiguo de los años 50, que hubo que adaptar a la cámara moderna con la que filmamos, y un zoom muy grande. Esos lentes nos dieron un tipo de imagen muy especial y una libertad de experimentación enorme que a mí me encanta.

Entonces en la película mostramos lugares icónicos de Montevideo, aunque de otra manera a la que se ven cotidianamente. El tanque del Gasómetro, donde aparece colgado el compañero de la detective, es un emblema de Montevideo pero como algo abandonado y nadie va a hacer una película con eso. De alguna manera se enaltecen cosas que son símbolo, pero desde un lugar de cine policial y visto con ese lente y esos encuadres.

Necesitábamos generar un universo que fuera reconocible y bien montevideano, pero que a su vez mantuviera la ficción. En algunos planos generales casi no hay personas que no sean personajes de la película, porque eso mataría lo ficticio. Si ves a un tipo en jogging tomando el mate en la rambla, seguramente no ayuda a lo que buscamos en la película.

Definiste a la película como una comedia noir. A diferencia del resto de América Latina, podríamos decir que en Uruguay se hace un humor que tiene mucho que ver con el surrealismo. Eso está presente en la película. Como también se advierte una relación con ciertas novelas policiales de Levrero.

Si, a mí me encanta Levrero. A fines de mi adolescencia, al inicio de mi vida adulta, leí casi todos sus libros, sino todos. En un momento de la película, Carmen Vidal lleva una evidencia a un depósito llamado “Dejen todo en mis manos”, que es el título de sus novelas, sobre detectives en un pueblo del interior de Uruguay.

Es verdad que el uruguayo tiene como un humor bastante particular, como entre depresivo y humor negro. Y también es verdad que está la cuota de surrealismo. A la uruguaya, eso sí.

Ese humor se sostiene entre otras cosas con el registro de la actuación muy marcado, que me recordaba mucho a Leo Maslíah mientras veía la película…

Claro que sí, un idolo. Ese es otro grande, crecí leyendo todos sus cuentos.

¿Hubo una decisión concreta de mantener esa parquedad de las actuaciones?

Se manejaron dos cosas. Por un lado, si bien hay cierta naturalidad en las actuaciones, que no son muy impuestas, no son actuaciones naturalistas. Están como en un código de ficción bien ficción.

Trabajamos con un montón de actores. Incluyendo a los personajes chicos son 42 personas. Con tanta gente no es fácil manejar homogeneidad actoral. A veces tenés un personaje menor que no funciona y mata todo.

Pero como a mí no me gustan nada los castings, escribí los personajes para pensando en ciertos actores. A algunos lo conocía, con algunos somos amigos o hicimos talleres de actuación juntos; incluso con unos en una época teníamos un colectivo teatral y hacíamos teatro en espacios no convencionales. Jorge Hernández, el gran villano de la película, es un director teatro uruguayo y fue profesor mío durante dos años y medio.

Creo que todo eso acortó distancias en cuanto a entendernos en cuál iba a ser el tono en el que íbamos a trabajar.

Ensayamos hasta con personajes que tenían una escena. A mí como actriz me ha pasado que llegas al rodaje y en el momento te dicen todo. Y pensás “ta, pará, dame un segundo para procesar por lo menos que tengo que hacer”. En ese sentido hubo preparación previa y complicidad actoral.

¿Cómo fue que en tu primera película decidiste guionar, dirigir y actuar al mismo tiempo?

Es que me gusta actuar; actué antes de hacer cine, cuando era adolescente, pero siempre lo dejé un poco de costado. Fue como un salto de fe, por así decirlo. En un momento creo que me engañaba, y pensaba que si lo hacía yo era más fácil. ¿Cómo iba a conseguir una actriz para que esté filmando todo el tiempo? Filmamos donde era mi casa. La casa de Carmen Vidal era donde yo vivía, un apartamento de 40 metros cuadrados. Había algo de “a quién le voy a pedir que venga acá, a actuar esto”.

Pero pensándolo, creo que era simplemente porque quería hacer a esa detective.

Crecí en una familia lectora, mis padres se dedican al trabajo social. Mi padre, siempre lector de novela negra, me introdujo en ese universo. Cuando era chica leía a Simenon, las historias de Maigret, el detective. Así que era algo que estaba ahí en la familia, medio icónico. También a mi generación, por lo menos, hubo personajes que pegaron como el de Dana Scully, de los Expedientes X. Yo tenía 13 años y la amaba. Tuve una época en la que iba al liceo con un tapado negro y me había teñido el pelo y lo usaba igual que ella.  La gente me decía “sos igual a Dana Scully”, y yo estaba recontenta. Así que esto me viene de toda la vida. Supongo que en una primera película son cosas que se notan, algo de lo arraigado de toda la vida lo plasmás en tu primera película.

Esos elementos de tu propia adolescencia y juventud, no necesariamente tenían que combinarse bien en la película. Podría haberse convertido en un patchwork que no funcione. Sin embargo en Carmen Vidal funciona bien ¿cómo los usaste para hacer una comedia noir, que tiene una trama clásica pero una puesta en escena y personajes divergentes con esa tradición?

Fue mucho instinto. Lo que me sale naturalmente es escribir desde la comedia, más allá que se trate un tema serio o un tema que tiene un trasfondo social. Da igual eso.

La construcción de personajes de Carmen Vidal viene desde ese lugar de comedia. No son personajes que se toman muy en serio a sí mismos, no están construidos desde el lugar trascendental o dramático que tiene el noir tradicional.

Algo que me dio confianza fue que cuando mostraba el guion, le gustaba a todo el mundo. Eso ocurrió mientras decidíamos si lo filmábamos con muy poco dinero o no. Teníamos un gran entusiasmo en filmar algo que fuera bien ficticio en Uruguay. Eso me dio confianza, pero hay también una cuota de inconsciencia, me tiré a hacer lo que sentía que quería hacer y esperar lo mejor. De verdad no sabía cómo iba a quedar la película. Y después estuve ocho meses editándola para llegar a este punto. No salió de la noche a la mañana. Es muy difícil hacer cine. Eso es lo que me di cuenta haciendo la película, lleva mucho trabajo, mucha atención y mucho cuidado.

Creo que el cine uruguayo agarró para un lado muy costumbrista, sobre todo después de la creación del ICAÚ, que fue en 2008. En ese sentido, Carmen Vidal llamaba la atención por ser algo nuevo, algo divertido.

En lo personal quería hacer algo distinto. En donde uno puede tomar una decisión más obvia, tratar de ir por otro camino. De toda esa conjunción de elementos, terminó saliendo de esta Carmen Vidal tan peculiar.

La película podría pensarse como lo que llamaría la comedia pesimista, que también parece bastante propia de los uruguayos

Sí, ese pesimismo es sorprendente, y un poco agobiante por momentos. A veces esa atmósfera es opresiva. Creo que de ahí sale también ese humor, como que necesita surgir, necesita romper. Creo que todos los uruguayos nos preguntamos a qué se debe ese pesimismo uruguayo, y por qué hay tanta depresión en la población. Es un hecho.

En medio de un diálogo intrascendente, que cuenta la burocracia policial en el mismo tono de comedia, incluiste una frase sobre la cantidad de suicidios en Uruguay ¿Por qué pusiste esa frase en boca del comisario?

Eso es parte de la experiencia personal de muchos de nosotros. Un montón de gente joven que conocí en estos años, alguien con quien estudié cine, alguien que era periodista, no sé, gente que conocía por la vuelta, se suicidaron. De un día para el otro. Pasa mucho en Uruguay, y es algo que tampoco se habla.
Yo trabajé en una ONG que se ocupa de los derechos del niño, en particular el derecho a vivir en familia, en comunidad, trabajando el acogimiento familiar y cuestiones similares.

Era una red latinoamericana. Uruguay, analizando los datos, era el peor país en cuanto a encierro. Le llamaban “el país del encierro”. Si es un niño tiene no sé qué, se encierra; los presos, todos encerrado; los locos, también. Como si hubiera una cultura del encierro. Todo es muy tapado en Uruguay.

Cuando Carmen y e Iván salen de los tribunales quien habla con los periodistas es Carmen, e Iván se queda detrás de ella parado, escuchando en silencio. Ahí cuestionan el modo en que se suelen ocupar los lugares relativos entre el hombre y la mujer en el cine.

Desde el lenguaje hubo un trabajo para posicionar justamente a Carmen Vidal y su mirada, lo que ella ve. A conciencia Carmen Vidal es un personaje en cierta forma asexuado. No hay ninguna historia amor, que podría haber, porque el cine negro siempre tiene un componente de pasión. Siempre está la femme fatale. Podría haber habido un homme fatale, pero no lo hay. Todo eso fue a conciencia, para despegarse un poco de los temas que podemos hablar o no podemos hablar las mujeres.

Parece que las mujeres tienen que hablar de temas de género…

Eso pasa bastante en el cine y me pasó a mí con Carmen Vidal. El cine le da espacio a las mujeres, pero muchas veces para hablar de temas exclusivamente que incumben a ellas. El despertar sexual de una adolescente mujer, o la maternidad, o menstruación, o sobre todos esos temas.

Carmen Vidal es una película no necesariamente femenina en ese sentido, incluso hay un esfuerzo para que no lo sea. Por eso esta detective tan desaliñada. Vivimos en un mundo tan patriarcal que es transgresor ver a una mujer en mal estado. Es trasgresor ver a una mujer sucia. ¿Cuántos hombres sucios vimos la historia del cine? Creo que esa es la situación. Me parece que se abren espacios para la mujer, pero que muchas veces se quedan como en eso. “Si hagan cine, pero hablen de lo que ustedes saben”.

¿Cómo ves actualmente el lugar de la mujer en el cine uruguayo?

Creo que se está mejorando. Se formó la AMAU, Asociación de Mujeres Audiovisuales del Uruguay, que está haciendo un trabajo de visibilización de los datos. En los últimos años, de cada diez películas, tres fueron dirigidas por mujeres. Y eso también pasa con los roles de importancia.

Siempre hubo mujeres en el cine, y creo que es un poco la historia de la humanidad. Las mujeres estaban en lugares de los que después, cuando descubren como lugares de poder, son desplazadas. En la historia del cine, al principio, había muchas directoras mujeres, montajista mujeres, un montón, eso se fue perdiendo. Ahora se está avanzando, sí, pero a mucha fuerza humana.

Para mí fue un poco difícil, te diré. A veces me dicen cualquier cosa. No sé si molesta un poco que haya escrito, dirigido, actuado. Es como se agarran de eso para decir “bueno, con todos los roles que hizo no está tan mal”. Es cierto, los hice, pero no es para que me den un premio consuelo. Te gusta la película o no te gusta. Siento un poquito de carga extra de agresividad en la recepción de la película, que no sé si es porque soy mujer, o por la película que hice o por las dos cosas juntas.

En la posproducción que fue hecha con hombres, porque durante el rodaje fuimos casi todas mujeres, la verdad que tuve varios momentos en que me resultaba un poco cansador tener que justificar cada cambio que quería hacer. Eso lo viví bien en carne propia. Creo que el director hombre, por más que sea primera película, no tiene que estar explicando todo. Son cosas que no puedo demostrar, pero en mi experiencia sentí que tenía que ultra justificar todo.

Algo está cambiando y por suerte, porque las mujeres no necesariamente tenemos que hacer películas explícitamente feministas. Creo que las mujeres tenemos otra visión del mundo y es necesario que esté ahí plasmada. Sino estamos viendo todo el tiempo lo mismo. Creo que es esperanzador, pero difícil.

*Fuente: https://www.nodal.am/2021/03/nodal-pregunta-eva-dans-cineasta-uruguaya-vivimos-en-un-mundo-tan-patriarcal-que-es-transgresor-ver-a-una-mujer-en-mal-estado/

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