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Entrevista a Yayo Herrero: «El aislamiento ha sido el desencadenante para reconocer la interdependencia»

Por: Pablo Gutiérrez de Álamo

Yayo Herrero es una de las principales voces del ecofeminismo. Hablamos con ella para analizar la situación en la que nos encontramos y los retos que habría que afrontar en los próximos meses para que, después del coronavirus, afrontemos la crisis económica y social de una manera diferente a como lo hicimos en 2008.

La tercera semana de confinamiento comenzó con medidas más restrictivas para intentar aliviar la presión sobre el sistema sanitario. Un sistema que se ha visto desbordado de mil maneras. Todo el Estado, todo el sistema, se encuentra en una situación similar. Hasta el 9 de abril sólo podrán salir a trabajar aquellas personas que lo hagan en sectores estratégicos. Yayo Herrero cree que es necesario plantear unas nuevas políticas sociales y económicas más próximas a lo sociocomunitario, que permitan, entre otras cosas, una redistribución de la riqueza (para evitar que las capas sociales menos favorecidas no sean las que paguen los platos rotos de la crisis económica derivada del coronavirus). Opina que la situación actual ha puesto de manifiesto cómo los trabajos de cuidados, invisibilizados y poco valorados habitualmente, se han vuelto esenciales para sostener el confinamiento.

Parece que la crisis sanitaria está rompiendo ciertas costuras del sistema. ¿Cómo ve la situación?

La crisis sanitaria de la Covid-19 tiene lugar en un marco fuertemente tensionado. La salida de la crisis de 2008 se basó en políticas de austericidio, recortes de servicios públicos, rescate y mantenimiento de las estructuras financieras. En muchos casos, a costa de una precarización de la mayor parte de la gente. Por un lado, el importante desmantelamiento de la red de servicios públicos: sanidad, educación, dependencia; y por otro, la fragilización del trabajo. Las condiciones laborales, que ya eran frágiles, se deterioraron mucho más.

Antes de las crisis de la Covid-19 éramos un país con altas tasas de desempleo, con gran cantidad de trabajos de baja calidad, personas que tienen trabajo pero son pobres, fuerte crisis habitacional con la generación de la burbuja. Ahora, tenemos un modelo económico que, estructuralmente, es tremendamente dependiente. Dependiente de energía del exterior, de materiales y alimentos, y basado en monocultivos como el turismo que son tremendamente frágiles.

La crisis llega en este marco estructural. Por delante nos encontramos que las emergencias no son sólo las sanitarias. Hemos declarado la emergencia climática, todas las proyecciones del IPCC dicen que nuestras economías se resentirán por la influencia del cambio climático. Y esta es una crisis económica que era anunciada ya desde hace tiempo.

Esto es importante tenerlo en cuenta para analizar y tratar de presionar para ver qué tipo de políticas públicas se ponen en marcha para afrontar esta crisis sanitaria. Si la salida es similar a la de 2008, pero partiendo de un punto más precario, mucho más frágil, podemos encontrarnos una situación de empobrecimiento generalizado y precarización aún mayor. Y, sobre todo, cuando los discursos de ideología ultraderechista, o neofascista, van calando en algunos sectores de la población que cada vez tiene más miedo, o que pretende blindar de alguna manera su propia situación identificando un enemigo que es el otro , lo que está fuera, ante el que debe defender.

¿No cree que habremos aprendido algo respecto a 2008?

Ahora mismo no lo parece. Desde la UE se han hecho discursos grandilocuentes sobre cuántos millones de euros se iban a invertir en medidas sociales. Pero, cuando rascas un poco, ves que buena parte de estas medidas son más bien de impulso y sustentación del sistema financiero. Dar dinero a los bancos para que tengan liquidez para prestar a la gente para que salga por la vía del endeudamiento. No da la impresión, a nivel Europeo, que el 2008 haya dejado un aprendizaje interesante, al menos desde el punto de vista de las condiciones de vida de las personas. Quizás desde otros puntos de vista, desde los intereses de los grandes capitales, sí; no les salió tan mal y por eso pretenden reeditarlo.

Y ¿en el ámbito más local?

Si miras dentro del mismo gobierno, traslucen tensiones importantes. Una parte que quiere mantener un poco el pacto de estabilidad, el déficit, la dinámica algo más neoliberal de fortalecimiento financiero; y otra parte del gobierno que presiona para intentar sacar adelante medidas como la mejora de las condiciones de los ERTE, o la prohibición del despido a partir de ahora por causa del coronavirus. O algunas medidas que esperamos como la suspensión de alquileres, aunque sea con una pequeña protección a los propietarios que tengan alquilada la casa y sea su único ingreso. Sin estar satisfecha y siendo bastante crítica, por supuesto me planteo qué pasaría en esta circunstancia si tuviéramos un gobierno completamente neoliberal.

A pesar de las tensiones, ¿diría que la sociedad está viendo que los servicios públicos se han convertido en algo esencial?

Este es de los grandes aprendizajes de las últimas semanas. Tengo la sensación de que una parte importantísima de la sociedad, diría mayoritaria, de repente es consciente de la importancia de tener un sistema sólido de salud pública que hace que cualquier persona, venga de donde venga y tenga lo que tenga, disfrute del derecho y la posibilidad de ser dignamente atendida en un hospital. Independientemente de que en este momento, la lógica de recortes haga que se esté teniendo que hacer en unas condiciones tremendamente precarias.

Hay una explosión de reconocimiento, de agradecimiento, hacia todas las personas que trabajan en el ámbito de la sanidad pública, y no sólo: cuidadoras, trabajadoras domésticas, reponedores de supermercado, carretillas, transportistas… de repente nos damos cuenta de que una buena parte de los trabajos, que por cierto, están mayoritariamente feminizados y que han sido absolutamente precarios, despreciados, mal vistos y desprotegidos, cuando llega el momento de afrontar una cosa de estas, son los que no pueden dejar de funcionar.

¿Trataremos estos trabajos de otra manera a partir de ahora?

Creo que probablemente sí. Para mucha gente lo que vendrá será diferente de lo que había antes. Ver, de repente, este frenazo económico evidenciará la fragilidad de todo el sistema económico y el hecho de que nuestras vidas dependen de un cúmulo de relaciones poco sólidas, precarias, muy basadas en la lejanía. Que cuando caen o se desploman se nos llevan a todos por delante.

Es muy interesante también, creo, en sociedades tan atomizadas como nuestras, sobre todo en los ámbitos urbanos, ver cómo precisamente, la orden de aislarnos, de tener que encerrarnos y mantener la distancia social, ha sido el desencadenante para que mucha gente empiece a mirar por las ventanas, los balcones, empiece a conocer por el nombre a sus vecinos, a preocuparse un poco por otras personas que están en el exterior de sus casas. Teniendo la conciencia de que preocuparte de otras personas hará también que otros se preocupen por ti. Es un reconocimiento de la interdependencia muy fuerte.

Esta situación parece haber dejado claro que la interdependencia es mucho mayor de lo que parecía antes …

Absolutamente. Son sociedades que están hiperconectadas por arriba, en lo económico y político y, sin embargo, en los últimos años se han atomizado mucho por la base. Estamos en un momento de convulsión en el que muchas personas, de manera intuitiva, se ven obligadas a reconectarse rápidamente por pura supervivencia, material y emocional.

Vemos cómo el frenado tan brutal de la economía se lleva por delante las ocupaciones, la normalidad tal cual la conocíamos y, al mismo tiempo, paradójicamente, hace que la atmósfera sea respirable, que el agua sea más clara, que se reduzcan las emisiones. Y revela, yo creo, el gran problema civilizatorio que tenemos: una economía que, cuando crece, destruye las posibilidades de seguir viviendo de forma digna, y cuando decrece, como ahora, con la lógica de poder que hay, cae violentamente sobre las personas más pobres y vulnerables. Y creo que esta doble tensión también puede hacer que muchas personas sean más conscientes de que salir de aquí requiere cambios profundos en nuestras maneras de organizar la economía, la política y la vida.

Parece que la crisis sanitaria tiene que ver con la ingesta de animales salvajes, en este caso, el pangolín. ¿Hay relación entre esto y un sistema económico que empuja a las personas a buscar estas formas de alimentación?

Hay que ser cauta. Debemos leer bastantes más estudios antes de sacar conclusiones precipitadas. Dicho esto, lo que sí me parece absolutamente clave es el hecho de que la cadena alimentaria y las atrocidades que se cometen en ella, son un factor de riesgo en la salud importantes. Sabemos ya mucho sobre la presencia de pesticidas, de productos contaminantes, alteradores hormonales y endocrinos en algunos productos alimenticios.

Ahora, por ejemplo, todo lo que sale con el pangolín. Pero recordemos la encefalitis espongiforme que transmitían las vacas. Hablábamos de vacas que habían sido alimentadas con restos de proteína animal. Obviamente saltarse y el alterar ciclos y dinámicas naturales en muy poco tiempo genera distorsiones y consecuencias que no sabemos por donde vendrán.

Me parece interesante, según he ido viendo, varios artículos en diversas publicaciones europeas sobre la incidencia que tiene la pérdida de biodiversidad en la transmisión más acelerada del virus y en la llegada de estos virus a las cadenas más altas de las redes tróficas, es decir, que la desaparición de la biodiversidad hace que cada vez haya menos especies interpuestas entre los virus y mamíferos. Eso sí que aumenta la expansión de los virus y pandemias.

También hay otros artículos que hablan de que la expansión del virus ha sido más dura en los lugares que previamente tenían un nivel de contaminación más fuerte. Algunos de los investigadores a los que he preguntado me han dicho que todavía tienen que hacer estudios, pero obviamente, si tienes un virus que afecta en mayor medida a personas que tienen patologías previas o afecciones cardiorrespiratorias, y vivimos en ciudades donde la gente respira durante años aire sucio, nos coloca en una situación de mayor riesgo ante virus y pandemias. Que, además, aumentarán debido al cambio climático.

¿Qué cree que deberíamos aprender de esta crisis socialmente?

Creo que si asumimos que esta situación de emergencia no es coyuntural, sino que es una nueva normalidad, que es lo que nos está diciendo la comunidad científica queramos o no queramos escucharla, necesitaríamos actuar en ejes diferentes, empezando por apostar de manera clara por un principio de suficiencia.

Aprender a vivir con lo necesario. Todo el mundo. Esto supone un cambio en los modelos productivos, en los estilos de vida y de consumo absolutamente radical. Por lo tanto, tenemos que cambiar la cultura del reparto. Para que personas que están en situaciones tremendamente vulnerables, empobrecidas y precarias puedan vivir con lo necesario, hay que abordar la redistribución de la riqueza, de los tiempos y de los trabajos que hacen falta para mantener nuestra especie. Mira la cantidad de trabajo de cuidados que se ha revelado como necesario a partir de esta crisis.

Y, finalmente, también hay una política pública basada en la precaución, en la cautela y el cuidado. Parece fácil pero es radicalmente incompatible con la lógica que defiende que hay que correr cualquier riesgo o sacrificar cualquier cosa con tal de que la economía crezca. Este principio del cuidado, desde la lógica del reparto y la justicia para que todos tengan suficiente, supone una manera de abordar la política pública y la economía que está en las antípodas de las que tenemos en el momento actual.

Al igual que el sistema sanitario se ha visto tensionado, el educativo también… ¿Qué respuesta puede dar el sistema?

Tengo la sensación de que por la urgencia y la rapidez con la que ha sucedido todo esto, parte de lo que está pasando cayó directamente sobre el profesorado, que está asumiendo la situación como puede. Estoy viendo un compromiso brutal para intentar atender, hacerse cargo de una situación que ha caído a plomo. Y luego, están las familias. Se dice que el virus afecta igual a todos y que no conoce de clases. El virus probablemente no, pero sus consecuencias son marcadamente diferentes en función de la posición de clase, de si eres gitana o paya, de la edad que tengas.

Cuando vives en una casa de 120 metros, tienes una buena conexión de wifi, una familia que te puede resolver una duda o te puede ayudar a organizar el cuadrante de tareas, estás en mucho mejores condiciones que si vives en una casa de 40 metros, no tienes conexión y, además, tu familia no te puede echar un cable. Y por si fuera poco tienes un profesorado que se encuentra confinado en casa y a su vez tiene hijos, y que lidia con ello como puede.

Fuente e imagen:  https://rebelion.org/el-aislamiento-ha-sido-el-desencadenante-para-reconocer-la-interdependencia/

Fuente original: https://catalunyaplural.cat/es/el-aislamiento-ha-sido-el-desencadenante-para-que-las-sociedades-atomizadas-reconozcan-la-interdependencia/

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Pilar Mateo: Retomar la vida diaria tras la pandemia tomará tiempo, advierte científica

Por: La Crónica del Quindío. 

Pilar Mateo es una científica española, conocida por haber desarrollado una pintura resinosa que sirve para controlar la enfermedad de Chagas

El coronavirus «ha venido para quedarse en el planeta»; y hasta que no se consiga una vacuna para protegernos «el riesgo de contagio estará presente en cualquier momento de nuestra vida social» asegura la científica.

Será «muy difícil» retomar la vida diaria tal como era antes de la pandemia de coronavirus, pues se necesitará tiempo para recuperar la actividad normal, advierte la científica española Pilar Mateo, especialista en combatir el mal de Chagas y el dengue.

Esta científica aboga también por la creación de equipos de vigilancia multidisciplinares para prevenir nuevas crisis sanitarias como ésta.

«Será difícil salir de la cuarentena porque necesitaremos tiempo para ir recuperando nuestro nivel normal de actividad. Eso será una especie de cuarentena intelectual difícil de entender», asegura la investigadora y doctora en Química.

Cuando termine el confinamiento obligatorio de la población en los distintos países, se necesitará un «tiempo largo de adaptación».

Por ello, ir de compras, salir con amigos, asistir a espectáculos públicos, ir de vacaciones o celebrar fiestas tendrá que hacerse paulatinamente, explica.

«Hemos cambiado la filosofía del existencialismo occidental -somos en función de lo que hacemos- por la quietud del taoísmo chino -contemplar y pensar-«, explica Mateo.Un virus persistente

A su juicio, el coronavirus «ha venido para quedarse en el planeta»; y hasta que no se consiga una vacuna para protegernos «el riesgo de contagio estará presente en cualquier momento de nuestra vida social».

El nuevo coronavirus, precisa, lo que ha hecho es «colapsar» los sistemas sanitarios nacionales por su contagiosidad, y considera que los países occidentales deben darse cuenta de la importancia de algo que ella dice desde hace más de 20 años porque lo ha vivido de cerca: «la prevención y los equipos de vigilancia».

La científica explica que, durante el año, hay presentes en el planeta entre 4 y 5 virus, de los que tres son zoonosis, es decir, que se transmiten de los animales a los seres humanos, y cita el nuevo coronavirus entre ellos.

«Los veíamos siempre desde la distancia porque se producían en África, América o Asia», afirma. Y añade que, al sentirlo todo tan alejado, se ha comprobado la «falta de prevención» de los países occidentales: «Pensábamos que las cosas no nos iban a pasar nunca».

Fuente de la entrevista: https://www.cronicadelquindio.com/noticia-completa-titulo-retomar-la-vida-diaria-tras-la-pandemia-tomara-tiempo-advierte-cientifica-nota-138187

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Pastor Sastre: La educación en tiempos de coronavirus

Por: Juan Carlos de Pablo.

Preguntas al economista Pastor Sastre (1914-¿?): Argentino, profesor de Economía Política en la Escuela Nacional de Comercio Juan Bautista de la Salle. Doctor en Derecho por la UBA

La educación a distancia no fue inventada a comienzos de 2020, pero se generalizó como consecuencia del coronavirus. ¿Qué diferencia tiene con lo que hasta ahora ocurría en las aulas, donde se desarrollaba una interacción presencial entre maestros y profesores, con alumnos? Superado el evento que nos tiene a todos en vilo, ¿volveremos a las aulas, o las casas de estudio las transformarán en boliches, depósitos de calzado o canchas de pelota a paleta?

Al respecto conversé con el argentino Pastor Sastre, nacido en 1914. Sé que falleció, pero no puedo precisar en qué año. Fue mi profesor de economía política en la Escuela Nacional de Comercio Juan Bautista de la Salle, conocida como «el Comercial de Ramos Mejía». Doctor en Derecho por la Universidad de Buenos Aires, además de profesor fue funcionario en la municipalidad de Córdoba, fiscal de Estado y tierras públicas en dicha provincia, abogado del Banco Hipotecario Nacional y asesor legal y subgerente del Banco Central.

-Tengo en mi biblioteca un ejemplar de Economía política , cuya primera edición usted publicó en 1951. La obra me genera sensaciones encontradas, por el contraste que existe entre el prólogo y el texto.

-Explíquese, por favor.

-¿Qué puedo pensar de un manual de economía política que no contiene un solo gráfico, ni siquiera el de oferta y demanda? Menos mal que el libro también tiene un prólogo, que por favor quiero que lo lea.

-Con gusto. «La esencia pedagógica consiste en evitar sufrimientos a la juventud que acude a las aulas para aprender. Bondad en el profesor, suprema comprensión, ver lo profundamente humano de cada joven, auscultar sus problemas e inquietudes, guiarlos con mano firme, maestra, convincente y persuasiva, despertarlo a la vida, estimularlo, dirigirlo, enderezarlo, proceder sin renunciamientos, con franqueza y sin reacciones mezquinas, sembrando y actuando en forma ejemplar y generosa, allí donde el espíritu ignaro reacciona con encono. El clamor es aprender sin sufrir, sin tortura, y de allí la responsabilidad del profesor que hace agradable la enseñanza, atrayente y seductora, conduciendo y contribuyendo a formar espíritus firmes, leales a sanos principios, en un ambiente feliz, adonde nadie acude con temor. Por eso, en los dinteles de las aulas debería existir esta inscripción: aquí se aprende a vivir».

-¿Sabe por qué me acuerdo tanto, y tan bien, de usted? Porque no armó el curso sobre el texto del libro, sino sobre su prólogo. Usted se ubicaba al fondo del salón y organizaba debates. En 1959 temas no faltaban: la presidencia de Arturo Frondizi, la Revolución Cubana, etcétera. Nos enseñó algo mucho más importante que economía, nos enseñó a pensar.

-Me hizo acordar lo que Paul Marlor Sweezy dijo de uno de sus profesores: «A Joseph Alois Schumpeter no le importaba lo que pensáramos, mientras pensáramos».

-En varias partes del mundo el coronavirus está forzando a dictar las clases sin la interacción directa, que se da en las aulas. ¿Qué piensa?

-La educación a distancia tiene sentido más allá del coronavirus. Porque, por razones geográficas, de horario, etc., no todo el mundo puede acceder a clases presenciales. Por otra parte, tal como era de esperar, la tecnología de la interacción fue mejorando.

-Cierto, pero existiendo la posibilidad, la interacción personal es mejor.

-De acuerdo, pero una clase a distancia es mucho mejor que nada. Por varias razones…

-Explíquese.

-Primero, por el propio dictado de las materias. Al alumno que piensa que el tema que se iba a desarrollar en la clase que no se dictó no se puede tomar en el examen, hay que enseñarle que no ponga el carro delante del caballo. Porque la clave está en saber, el examen es accidental. ¿Se dejaría usted operar por un cirujano que en el quirófano le dijera que no está seguro de lo que tiene que hacer, porque la clase correspondiente a su operación no fue dictada, debido al coronavirus?

-Usted mencionó varias razones.

-Todo sirve para enseñar y aprender. Como consecuencia del aislamiento todos estamos viviendo una experiencia muy particular. Excelente material para reflexionar con los alumnos. Por ejemplo, la cuestión de la disciplina y la exigencia. Quienes estamos en casa exigimos que nuestros compatriotas, los que preparan los alimentos y las bebidas, no bajen los brazos, para que la calidad de lo que consumimos no disminuya. Pues bien, a los alumnos hay que ayudarlos a que desarrollen la misma conducta.

-¿Cómo?

-Pidiéndoles que continúen con las tareas que les habíamos encargado, enviándoles nuevos deberes, etc. ¿Qué pretextos existen para conseguir material, teniendo acceso a internet? Además, perdón por la obviedad, pero el aislamiento supone que tienen «24 horas diarias» para seguir estudiando.

-Los psicólogos hablan del desánimo, los temores, etcétera.

-Soy abogado, y usted economista, así que ni usted ni yo podemos hablar en términos profesionales. Pero sí en términos humanos, sin pretender vender buzones. El modelo Diluvio Universal, que usted explicó en la primera clase de su curso de economía I, es hoy relevante, no solamente para adoptar decisiones sino para darnos fuerza para seguir adelante.

-Dígalo usted, por favor.

-Más del 99% de la humanidad, cuando «deje de llover», saldremos del Arca de Noé para volver a hacer la vida normal. Entre paréntesis, en esta crisis el Arca es nuestra casa. Se trata, entonces, de sobrellevar esta contingencia de la mejor manera posible, pero sin olvidar que la vida tiene sentido, y que la vamos a seguir viviendo luego de que el coronavirus desaparezca, o se lo circunscriba mejor que ahora.

-¿Cómo será el mundo futuro?

-Imposible saberlo a ciencia cierta, pero la historia brinda algunas pistas. Primero: la unión que genera el espanto difícilmente se pueda mantener cuando el desafío haya desaparecido. Hoy, los hinchas de River y de Boca se saludan como hermanos, pero ya veremos…

-¿Habrá un antes y un después?

-Quienes piensan que el mundo será totalmente diferente no se apoyan en ningún antecedente histórico. Algunas cosas serán diferentes, pero me atrevo a pronosticar que la mayoría no; pero estas consideraciones hoy distraen, y lo que tenemos que hacer es focalizar nuestra mente.

-Volvamos al plano educativo.

-Como le dije, lo que genera el coronavirus tiene que servir como material para la interacción con los alumnos. Ejemplos: podemos explicar el impacto de hechos esperados e inesperados; cómo se procede sobre la marcha; la frecuencia con la cual se cometen errores y la velocidad con la cual se los corrige; a separar la verdadera información de la mera conjetura; a no darnos manija con inverificables teorías conspirativas, a las cuales los argentinos somos tan afectos, etcétera.

-Inolvidable profesor, muchas gracias.

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Reproducción social y pandemia

Reproducción social y pandemia

Entrevista a Tithi Bhattacharya

Sarah Jaffe

La pandemia del coronavirus ha demostrado a muchas de nosotras, con una claridad brutal, la rapidez con que la sociedad puede cambiar y qué necesitamos –y no necesitamos– para vivir. Resulta que gran parte de una economía capitalista puede mantenerse paralizada en tiempos de crisis, mientras que los recursos se encaminan a la atención sanitaria. Muchas cosas que antes nos decían que eran imposibles –desde liberar presos de las cáreceles hasta suspender alquileres e hipotecas y desembolsar a cada habitante del país un dinero en efectivo–, ahora se están haciendo.

Tithi Bhattacharya lleva pensando desde hace tiempo en cómo sería una sociedad centrada en la vida humana y no en las necesidades del Mercado Todopoderoso. Es profesora de historia y directora de estudios globales de la Universidad Purdue, así como coautora del Manifiesto de un feminismo para el 99 %, miembra del consejo editorial del nuevo periódico Spectre y editora de un libro reciente titulado Social Reproduction Theory: Remapping Class, Recentering Oppression. Hemos hablado con ello sobre lo que nos puede enseñar la teoría de la reproducción social con respecto al periodo actual, a las demandas que debería avanzar la izquierda en estos momentos y a cómo podemos aprovechar estas lecciones para prevenir una catástrofe climática.

Sarah Jaffe: Para empezar, explícanos brevemente qué es la teoría de la reproducción social.

Tithi Bhattacharya: La mejor manera de definir la reproducción social es decir que son las actividades e instituciones que se requieren para crear vida, mantener la vida y reemplazar la vida generacionalmente. Las llamo actividades de creación de vida.

Crear vida en el sentido más directo es dar a luz. Pero para mantener esta vida necesitamos toda una ristra de otras actividades, como limpiar, alimentar, cocinar, lavar la ropa. Hay instituciones físicas que se precisan: una vivienda; transporte público para acudir a diversos lugares; instalaciones recreativas públicas, parques, programas extraescolares. Escuelas y hospitales son algunas de las instituciones fundamentales que se requieren para mantener y crear vida.

Estas actividades e instituciones que están implicadas en este proceso de creación de vida las llamamos trabajo de reproducción social e instituciones de reproducción social. Pero la reproducción social también es un marco; es una lente a través de la cual contemplamos el mundo que nos rodea y tratamos de comprenderlo. Nos permite ubicar la fuente de riqueza en nuestra sociedad, que es tanto la vida humana como el trabajo humano.

El marco capitalista o la lente capitalista es lo opuesto a la creación de vida: es creación de cosas o generación de ganancias. El capitalismo pregunta: “¿Cuántas cosas más podemos producir?”, porque las cosas generan ganacias. No se piensa en el impacto de esas cosas en la gente, sino en la creación de un imperio de cosas en el que el capitalismo es el nigromante que reina soberano.

La mayoría de estas actividades y la mayor parte del empleo en el sector de la reproducción social –como los cuidados, la enseñanza, la limpieza– corre a cargo de mujeres trabajadoras. Y puesto que el capitalismo es un sistema de hacer cosas y no de hacer vida, estas actividades y estas trabajadoras están gravemente infravaloradas. Las trabajadoras del sector de la reproducción social son las peor pagadas, son las primeras en irse, se enfrentan a un constante acoso sexual y a menudo a una violencia directa.

Jaffe: Nos hallamos en un momento en que hay espíritus malignos como Glenn Beck diciendo que darían la vida por que el capitalismo siguiera funcionando, más claro el agua.

Bhattacharya: La crisis del coronavirus ha sido trágicamente esclarecedora en dos sentidos. En primer lugar, ha aclarado lo que las feministas de la reproducción social vienen diciendo desde hace un tiempo, a saber, que la labor de cuidados y la de crear vida son los trabajos esenciales de la sociedad. Ahora mismo, cuando estamos en confinamiento, nadie dice: “¡Necesitamos corredores de bolsa y bancos de inversión! ¡Mantengamos abiertos estos servicios!” La gente dice: “Que sigan trabajando las enfermeras, las trabajadoras de la limpieza, los servicios de recogida de basuras, la producción de alimentos.” Comida, combustible, cobijo y limpieza: estos son los servicios esenciales.

La crisis también ha revelado trágicamente la total incapacidad de capitalismo para afrontar una pandemia. Lo que busca es maximizar el beneficio y no mantener la vida. [Los capitalistas afirman] que las principales víctimas de todo esto no son las innumerables vidas que se pierden, sino la maldita economía. La economía, parece, es el bebé más vulnerable que todos, desde Trump hasta Boris Johnson, están dispuestos a proteger con espadas afiladas. Mientras, el sector sanitario ha quedado devastado en EE UU debido a las medidas de privatización y austeridad presupuestaria. La gente dice que las enfermeras tienen que hacer máscaras en casa. Siempre he dicho que el capitalismo privatiza la vida y la creación de vida, pero pienso que hemos de reformular la frase después de la pandemia: “El capitalismo privatiza la vida, pero también socializa la muerte.”

Jaffe: Quería hablar más sobre la manera en que se minusvalora el trabajo de cuidados y esas otras formas de reproducción social. El gobernador de Pensilvania tenía una lista detallada de actividades esenciales para mantener la vida a las que autorizó a permanecer abiertas. El personal de limpieza abandonó el trabajo por carecer de equipos de protección individual. Nuestra tendencia a minusvalorar esta clase de trabajo está afectada por y también afecta a lo que pensamos de las personas que lo llevan a cabo.

Bhattacharya: Las residencias de ancianos y el sector de cuidados asistidos acogen actualmente a unos cuatro millones de personas en EE UU. En su mayoría están afiliadas a Medicare. El New York Times informó hace poco de que todos los años mueren 380.000 pacientes a causa de una infección en las residencias permanentes, que a menudo se resisten a invertir en los debidos procedimientos de higiene y salud. Estas instituciones influyen de modo importante en la propagación de epidemias. Esto se agrava sabiendo que en EE UU hay 27 millones de personas que carecen de seguro médico.

Cerca del 90 % del personal sanitario y auxiliar de clínica que presta servicio a domicilio en EE UU son mujeres. Más del 50 % de estas son mujeres de color. No estoy segura –nadie lo está– cuántas de ellas están indocumentadas. Son vulnerables por partida doble, tanto a la pérdida del empleo como a las redadas de los agentes de inmigración. En promedio, ganan unos 10 dólares la hora, y en la mayoría de los casos no tienen derecho a la paga en caso de baja por enfermedad ni seguro médico. Estas son las mujeres cuyo trabajo sostiene tantas instituciones de cuidados en nuestro país.

He seleccionado algunas de las categorías de trabajos que figuran en la lista de servicios esenciales que publicaron Indiana y Pensilvania y he comparado los salarios del personal de estos servicios esenciales con los de los altos ejecutivos. La diferencia es astronómica. Las trabajadoras de estos servicios que ahora nos dice que son esenciales –y que las feministas y socialistas sabemos desde siempre que son esenciales– perciben menos de 10 dólares la hora, mientras los banqueros permanecen sentados en casa.

Durante la crisis hemos de plantear reivindicaciones como la institución inmediata de lo que llamo una paga pandémica para las trabajadoras de cuidados esenciales. Están arriesgando sus vidas. Necesitan salarios mucho más altos. Inviertan de una vez en hospitales y servicios médicos, traten de nacionalizar la sanidad privada, como ha hecho España. Aseguren el cuidado de la infancia y la ayuda económica a todo el mundo, especialmente las trabajadoras y trabajadores que tienen que ir a trabajar. Y déjense de redadas y deportaciones de inmigrantes. Esto es algo que disuade a la gente de acudir a la asistencia médica: tienen miedo de ir al médico y llamar la atención de las autoridades de inmigración. Irlanda y Portugal han promulgado leyes que prorrogan todos los visados y anulan la condición de inmigración indocumentada. Estos son los modelos que hemos de seguir.

Jaffe: Uno de los grandes brotes en el Estado de Washington se produjo debido al pluriempleo de muchas asistentas sanitarias a domicilio que llevaron el virus a numerosas residencias de ancianos. La insuficiencia de la paga que reciben en un solo puesto de trabajo favorece la propagación del virus.

Bhattacharya: El virus, en cierto modo, es democrático. Ha infectado incluso al príncipe Charles. Sin embargo, esto no debe engañarnos hasta el punto de creer que el acceso a la curación será igual de democrático que el virus. Como sucede con todas las demás enfermedades bajo el capitalismo, la pobreza y el acceso al tratamiento determinarán quién vive y quién muere.

Esto tendrá un efecto devastador en mi país, India. El primer ministro fascista Narendra Modi acaba de decretar 21 días de confinamiento. Todas las ciudades han cerrado básicamente las empresas. ¿Qué será de los trabajadores migrantes? ¿Tiene Modi un plan para ellos? No. Millones de trabajadores y trabajadoras migrantes cruzan literalmente el país a pie para volver a sus aldeas, filas de gente caminando por las carreteras, de oeste a este. Modi ha prohibido todas las formas de transporte público y privado para que no vuelvan a casa, ya que pueden propagar el contagio. En cambio, Modi se ha asegurado de que los ciudadanos indios que viven en el extranjero –gente de clase media alta– pudieran volver en avión. Se fletaron vuelos especiales, se dieron permisos excepcionales para permitir que los aviones aterrizaran a pesar del cierre anunciado de los aeropuertos y se extendieron visados especiales.

Este es el modo en que una serie de gobiernos capitalistas del Sur global van a tratar a la gente pobre. Veremos cómo la enfermedad acecha en los arrabales de Calcuta, Mumbai, Johanesburgo, etc. Ya nos llegan declaraciones de nuestros gobernantes de que el virus es una manera de que el planeta se recupere, que se deshaga de los indeseados. Es un llamamiento eugenista a la limpieza social para eliminar a la gente más vulnerable y débil.

Jaffe: Lo que esto demuestra no es que las emisiones disminuyan por la falta de gente, porque la mayoría de la gente no muere; lo que demuestra es que el mundo está mucho más sano sin tanto trabajo, porque la gente solo lleva a cabo, como dijiste antes, el trabajo de crear vida.

Bhattacharya: Este argumento de que el coronavirus es un botón de reset para el mundo es un argumento ecofascista. Lo que debería ser es un botón de reset para la organización social. Si el virus se va y volvemos a la vida de antes, entonces es que no nos ha enseñaddo nada. Puesto que se ha vuelto necesario que nos quedemos en casa, somos capaces de hallar la belleza y el tiempo para gozar de aquellas personas con las que compartimos nuestro hogar. Pero no podemos olvidar que en el capitalismo los hogares, al tiempo que nos proporcionan cobijo y seguridad, también son escenarios de una violencia increíble. Hace dos días recibí un correo electrónico de un refugio local para víctimas de la violencia machista en que yo solía hacer voluntariado, preguntándome si podría plantearme volver allí porque prevén un repunte de casos.

Mis compañeras feministas de Brasil, Sri Lanka e India, todas me dicen lo mismo: un repunte de los abusos domésticos debido a la olla a presión que supone que todos permanezcan en casa. No necesitamos el aislamiento social. Necesitamos aislamiento físico y solidaridad social. No podemos olvidarnos de la vecina anciana que vive enfrente; puede que para ella no sea seguro ir a la tienda. No podemos olvidarnos de nuestra colaboradora que viene demasiado maquillada alrededor de los ojos y dice que se ha golpeado la cabeza contra una puerta. Tenemos que verlas regularmente.

La gente lo hace voluntariamente a pesar de que nuestros gobernantes apenas muevan un dedo para animarles realmente. Hay docentes que se acercan en coche a casa de sus alumnas y alumnos, les saludan con la mano y les dicen “¡vamos a salir de esta!” Mi distrito escolar, como muchos otros, suministra comidas a todas las personas menores de 18 años. En mi Estado, las entregan a domicilio. Es algo que ni el gobierno federal ni ningún político ha hecho. Son el personal docente y los distritos escolares que deciden hacerlo por su cuenta. Hay brillantes actos de solidaridad y amor y asistencia que florecen en medio de esta tremenda crisis. Estas son nuestras fuentes de esperanzaTrabajo de Reproducción Social.

Jaffe: Me pregunto en este momento por el trabajo doméstico, porque tenemos una situación en que muchas de estas tareas esenciales que se siguen realizando las llevan a cabo mujeres. Y el trabajo de cuidados, del que normalmente son responsables las mujeres en casa, está ahora a cargo de sus maridos, que de pronto se han tornado menos esenciales. ¿Qué perspectiva aporta esto a la comprensión que tendrán algunas personas del trabajo de reproducción social?

Bhattacharya: Joan C. Williams realizó un interesante estudio que demuestra que los hombres de clase obrera cuidan más de la prole que los hombres de clase media. Los hombres de clase media alardean de que asumen tareas del hogar, mientras que los de clase obrera prefieren no admitirlo porque es un trabajo de mujeres. Me pregunto si ese tabú perderá fuerza. Las mujeres realizan nueve horas más de trabajo doméstico a la semana que los hombres, en promedio, en EE UU. Puede que estas nueve horas se reduzcan, pero me pregunto si cambiará la actitud. ¿Se enorgullecerán los hombres de mantener unida la familia mientras sus parejas mantienen unido el mundo?

Jaffe: Una de las razones por las que los hombres no lo admiten, como has dicho, es que es un trabajo de mujeres. Buena parte del trabajo también está racializado. Muchas de las personas que llevan a cabo este trabajo de cuidados son mujeres inmigrantes, mujeres de color.

Bhattacharya: En EE UU está racializado. En otras partes del mundo, como por ejemplo en India, sigue corriendo a cargo de mujeres migrantes y las más pobres y a menudo de casta inferior. Las más vulnerables de cualquier sociedad son las que realizan este trabajo. Sus salarios y demás prestaciones lo reflejan. Desde el punto de vista de la reproducción social, buena parte de las tareas que se llevan a cabo en un día dado las desempeñan mujeres de color. No podríamos comer, pasear por las calles, dar a cuidar a nuestros hijos e hijas y a nuestras personas mayores, mantener limpias nuestras casas y hoteles, sin las mujeres migrantes y mujeres negras que se encargan de esta clase de trabajos. El capitalismo no reconoce para nada este trabajo que mantiene al mundo.

Jaffe: Actualmente se dice mucho que esta crisis es como una guerra. Sin embargo, el economista James Meadway se ha referido a ella como la economía antiguerra, porque lo que hemos de hacer es lo contrario a la guerra. Hemos de reducir la producción. Espero que esto haga comprender a la gente que el trabhajo que es necesario y que tendrá que continuar incluso en un mundo radicalmente diferente es un trabajo que hemos infravalorado sistemáticamente durante siglos, a diferencia de las tropas que se acostumbra tanto a fetichizar.

Bhattacharya: Estoy de acuerdo con James en que es preciso reducir la producción, pero no todos los tipos de producción. Deberíamos incrementar la producción de materiales médicos, alimentos y otros recursos esenciales para crear vida. En EE UU, el país más rico del mundo, tengo amigas enfermeras que van a trabajar sin el equipo adecuado.

Tomemos el ejemplo de las compras por internet. Está muy bien poder encargar ropa o calzado para que te lo traigan, pero hemos de recordar que por mucho que un par de zapatos ya esté fabricado, cuando lo encargas tendrá que viajar a través de varios lugares de trabajo hasta llegar a tu puerta. Piensa en los camioneros que lo hacen. Piensa en la gente que mantiene abiertos los espacios donde paran los camioneros. Piensa en las personas que limpian esos lugares de parada de camiones. Si compras por internet medicamentos esenciales, vale, pero ese precioso par de zapatos probablemente puede esperar.

No solemos pensar en el trabajo invisible que hay detrás de esos zapatos. No pensamos en los seres humanos que trabajan en la producción y en las cadenas de suministro que nos traen los zapatos a la puerta de casa. No obstante, en estos tiempos de pandemia tenemos que pensar en esas personas y tratar de dirimir si deberíamos hacerles correr el riesgo de ir a trabajar y hacer eso por nosotras. ¿Es un riesgo que queremos imponerles? Se trata de considerar el trabajo humano y no el producto del trabajo humano.

La segunda cuestión con respecto a la expresión “apoya a nuestras tropas”: pienso que debemos redefinir totalmente el concepto de tropa. La gente que trabaja en la sanidad, en la producción de alimentos, en la limpieza, en la recogida de basuras: ¡estas son nuestras tropas! Esta es la gente a la que debemos apoyar. No debemos entender por tropa a gente que quita vidas. Por tropa debemos entender a gente que da y mantiene vidas.

Jaffe: Desde hace decenios nos hemos topado con la negativa a cambiar el capitalismo para combatir el cambio climático, y ahora vemos con qué rapidez pueden cambiar las cosas, con destilerías o incluso la Ford planeando pasar a fabricar desinfectantes de manos o respiradores. ¿Qué lecciones nos da esto de cara a la lucha futura contra la castástrofe climática?

Bhattacharya: Nuestra lucha por la infraestructura es necesaria, pero no suficiente. Hemos de luchar por un cambio de actitud con respecto a la organización social. Esto es mucho más complicado que luchr simplemente por mejoras democráticas y sociales. Ya sabemos que un aumento de la temperatura del planeta pondrá en entredicho nuestra capacidad de producir alimentos a escala global. Si no las controlamos, las temperaturas subirán tanto que en lugares del sur de Asia y de África la agricultura al aire libre será imposible durante buena parte del año, y el ganado morirá. Hoy en Delhi, donde vive mi familia, durante largos periodos del año las escuelas han de permanecer cerradas porque hace demasiado calor y en invierno cierran debido a la contaminación atmosférica.

La amenaza para la producción de alimentos se traducirá en un machismo creciente y la posible violencia contra las mujeres en todo el mundo, porque son las mujeres o la gente que se identifica como mujeres quienes son responsables de poner alimentos sobre la mesa y a menudo incluso de producir esos alimentos. Y ya padecemos una crisis de agua fresca potable en todo el planeta que no hará más que empeorar. Dicho de otro modo, a menos que abordemos el cambio climático con la misma urgencia con la que afrontamos hoy el coronavirus, entonces esta pandemia se parecerá a unas vacaciones en comparación con lo que vendrá. El apocalipsis climático no será pasajero, y mucha gente no tendrá dónde refugiarse allí donde vive.

Estamos viendo ahora las medidas extraordinarias que pueden tomar los Estados capitalistas para hacer frente a una crisis. El gobierno británico se hace cargo del 80 % de los salarios de muchos trabajadores. El gobierno estadounidense planea enviar cheques a las familias. Pero si tales medidas y este énfasis en lo que es esencial se abandonan tan pronto pase la crisis, entonces el apocalipsis climático se nos vendrá encima y no habrá manera de salir de él. Después de la crisis de la COVID-19, el capitalismo tratará de volver a lo de antes. Seguirán utilizándose combustibles fósiles. Nuestra tarea es no dejar que el sistema olvide.

https://www.dissentmagazine.org/online_articles/social-reproduction-and-the-pandemic-with-tithi-bhattacharya

Tithi Bhattacharya es profesora de historia y directora de estudios globales de la Universidad Purdue. Sarah Jaffe es reportera de Type Media Center.

02/04/2020

Traducción: viento sur

Fuente de la Información: https://vientosur.info/spip.php?article15840

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Entrevista a Victoria Camps: «Ojalá nuestros jóvenes vean esta crisis como el inicio de un cambio revolucionario»

Diario de la Educación

Victoria Camps ha centrado sus estudios y actividad académica en la Filosofía y la Ética. Es catedrática emérita de la Universidad de Barcelona. Ha sido miembro del Comité de Bioética de España y de los comités éticos del Hospital del Mar y del del Valle Hebron. Preside la Fundación Víctor Grífols. Quisiera que la crisis de la pandemia del Covid-19 fomente el civismo, la responsabilidad y la fraternidad tanto en las personas como en los colectivos.

¿Qué retos éticos principales está poniendo sobre la mesa esta pandemia?

Por primera vez podemos decir que la respuesta a la calamidad que estamos viviendo está siendo éticamente correcta por parte de la ciudadanía. Estamos respondiendo al mandato de confinamiento con disciplina y comprensión, generosidad y responsabilidad. Con civismo. Ahora bien, los retos tienen un recorrido más largo porque habrá un final de la pandemia y tendremos que vivir con las consecuencias económicas del coronavirus. Mantener el espíritu cívico y cooperante por un bien común, a nivel nacional y europeo, es el reto ético fundamental, que deberá comprometer sobre todo a la política. Se habla mucho del derecho a la libertad como un derecho en riesgo dada la limitación de las libertades del confinamiento. Pero hay también un derecho a la igualdad. ¿Habrá propuestas justas equitativas, que protejan a los que más lo necesitan?

Una crisis como esta ¿potencia la solidaridad entre las personas o los instintos y actitudes más egoístas?

Creo que se está viendo que potencia la solidaridad mientras la reacción está motivada por el miedo a contagiar y ser contagiado y también porque nos fiamos de los consejos de los científicos que dicen que cuidarnos mutuamente es la única manera de acabar con los contagios. Me temo que las actitudes egoístas vengan después y que se imponga la consigna del ‘sálvese quien pueda’.

¿Qué sociedad se impone? ¿La que intenta hacer negocio vendiendo mascarillas o la que sale a los balcones a aplaudir a los sanitarios?

Parece que ha habido especulación y negocio a pesar de la gravedad de lo que nos está pasando, pero no se puede generalizar. Hay más compasión y reconocimiento hacia los que trabajan directamente para paliar la crisis que actitudes egoístas.

¿Esta crisis marcará nuestra sociedad? ¿Saldremos diferentes cuando se supere?

Individualmente lo recordaremos y seguramente sacaremos lecciones positivas. La jerarquía de valores y de prioridades tiene que cambiar. Lo que convendría es que estos cambios no se dieran sólo a nivel personal, sino colectivo. Hay cuestiones, como el cambio climático, que se reconocen como prioritarias y exigen políticas y cambios en la manera de vivir. La reacción a la pandemia nos ha hecho ver el valor de un sistema sanitario público que debería estar mejor dotado. Si seguramente es cierto que era imposible prever las dimensiones de lo que nos está pasando, sí que habría sido posible estar más preparados. Hoy se lamenta que la Ley de salud pública de 2011 apenas se haya desarrollado; si se hubiera hecho, habríamos podido responder más fácilmente a la crisis con los recursos disponibles. Una catástrofe como esta no se puede olvidar. Hay que hacer una reflexión profunda y amplia sobre las carencias que hubiéramos podido evitar.

Damos por hecho que un día u otro se superará la pandemia. ¿Qué garantía podemos tener de que será así?

Sólo el ejemplo de China. Pero nadie dice que el virus desaparecerá cuando los contagios empiecen a menguar. Más bien parece que se quedará con nosotros. Habrá que ver qué tipo de precauciones hay que tomar.

El porcentaje más elevado de mortalidad por Covid-19 se da entre la gente mayor de 70 años. Se ha llegado a plantear que se reserven las UCI para las personas con más posibilidades de recuperarse y vivir más años que la gente de edad avanzada. ¿Como lo valora?

Cuando los recursos son escasos hay que tomar decisiones ‘trágicas’. Si sólo hay un respirador, la mejor opción no es ponérselo a quien ha llegado primero. En las listas de espera sanitarias se tienen que tomar decisiones de este tipo. Pero la diferencia no debe ser la edad, sino la posibilidad de beneficiarse del tratamiento. Obviamente, una persona de noventa años tendrá en principio menos posibilidades de beneficiarse porque no estará tan sana como una de treinta.

Si se consolida la idea de que sistemas autocráticos como China son más eficaces en la lucha contra la pandemia ¿pueden perder apoyo ciudadano nuestras democracias?

Se ha hablado de dos medidas que han contribuido a frenar la pandemia: el control sobre los ciudadanos para que se quedaran en casa y la efectividad derivada de hacer la prueba del virus a todo el mundo. En Corea del Sur se optó por la segunda opción y funcionó con la eficiencia que lo hizo el método autoritario de China, y creo que con menos contagiados. Debemos optar por el modelo de Corea. Y considerar que estamos en un estado excepcional. No debemos extrapolar ni debemos consentir que la privación de libertad se dé después en una situación de normalidad.

¿Cómo valora la reacción de los países occidentales ante la pandemia?

Menos decidida y eficiente que la de los países asiáticos. También habrá que analizar porqué ha sido así.

¿Y de cómo se le ha hecho frente a España?

Tarde pero no peor que en otros países europeos. La reacción en España ha sido, también por primera vez, la de un estado federal que se hace cargo y coordina realmente las decisiones que considera que deben tomar los diferentes territorios.

El gobierno de la Generalitat, el de Murcia y un grupo de expertos defendían que se optase antes por confinamientos más duros. ¿Le parece una idea acertada?

No sé qué decir. La discusión se ha dado no sólo entre los gobiernos de algunas comunidades y el del Estado, sino entre los expertos. Tampoco los científicos pueden decir a ciencia cierta qué opción habría sido mejor.

¿Qué impacto destacaría de esta crisis en el mundo educativo?

Los niños y niñas están viviendo el confinamiento de un modo muy especial. A diferentes niveles, esta experiencia es una perspectiva excelente para fomentar el civismo, la responsabilidad, la fraternidad.

¿El capitalismo podrá seguir como hasta ahora? ¿La economía del libre mercado seguirá igual después de este episodio?

No debería continuar como hasta ahora. Es todo lo que podemos decir. Pero decirlo no sirve de nada si falta voluntad de cambio. Propuestas para cambiar hay de sobra. Los expertos más progresistas tienen propuestas de corrección de un capitalismo que ha generado desigualdades intolerables desde la perspectiva de los derechos fundamentales. Hay propuestas pero no valentía por parte de los más poderosos para abordar un cambio radical.

¿Dentro de un tiempo, veremos esta crisis como una etapa que cambió el mundo o bien quedará atrás, olvidada y sustituida por otros retos que nos plantee el futuro?

No soy profeta. Ojalá que nuestros hijos o nietos la pudieran ver como el desencadenante de un cambio de paradigma revolucionario, que los jóvenes la vean como el inicio de un cambio revolucionario.

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Joan Tugores: «La crisis acentúa la necesidad de un nuevo contrato social»

Por Pablo Gutierrez del Alamo

¿Qué consecuencias económicas provocará la crisis de la Covid-19? ¿Cómo afectará la alerta sanitaria a las relaciones internacionales? Joan Tugores, catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona y especialista en economía internacional, responde a estas preguntas y nos habla de la posible desaceleración de la globalización y de los cambios en el sistema económico internacional.

¿Cómo puede afectar la crisis de la Covid-19 a la economía española y mundial? ¿Cree que después de esto vendrá una crisis económica como la de 2008 o peor?

Si hacemos las cosas bien, creo que debería venir una situación transitoria. Si dentro de tres meses se logra controlar el aspecto médico, porque se ha encontrado una vacuna o tratamiento a la infección, el choque debería ser transitorio. Tendríamos una caída económica importantísima el primer y segundo trimestre del año, eso sí, pero a partir del tercero, si todo va bien, podríamos empezar a recuperarnos. Atenuada la causa que ha provocado este choque, es decir, el coronavirus, la recuperación se podría producir con una cierta normalidad. Pero insisto. Esto sólo sucederá si hay una buena gestión política.

Si permitimos que se degraden los activos productivos de la economía, que las empresas quiebren y que las personas pierdan su empleo, entonces, cuando llegue el momento de la recuperación, sí que nos podemos encontrar con muchas dificultades. Si no hacemos las cosas bien, si el apoyo a las empresas, los autónomos, los trabajadores en general… tarda demasiado en llegar, entonces se pueden degradar los activos y la salida de la crisis será mucho más complicada. Pero en este caso, la crisis no sería grave a causa del virus, sino por nuestra mala gestión.

¿Qué cree que pasará con el comercio internacional? ¿Cree que se podrá hablar de una desglobalización?

Puede suceder que haya una cierta desconfianza hacia el comercio internacional. Que los países ya no quieran continuar dependiendo del suministro exterior. También puede ser que las multinacionales quieran tener un control más cercano de la producción. Estos factores podrían influir en un retroceso de la globalización. Cuando a principios del siglo XIX nacieron las teorías del comercio internacional, una de las principales objeciones era hasta qué punto confiar en el comercio internacional podría provocar dificultades si estallaba una crisis conflictiva y se cortaba el suministro, por ejemplo, de alimentos. Esta es una discusión muy antigua que ahora se está reproduciendo.

Pero el retroceso en los indicadores de globalización ya la habíamos empezado a ver básicamente por dos razones: desde hace tres años la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha provocado que algunas empresas multinacionales, para evitar pagar aranceles, hayan tenido que reorganizar su producción para depender menos de los demás. También ha comenzado un importante retroceso debido a los cambios tecnológicos. Tenemos robots y eso nos ha llevado a actuar de una manera más desglobalitzada, ya no necesitamos importar mano de obra barata o deslocalizar. La crisis del coronavirus actual puede acentuar, pues, unas tendencias que ya habían comenzado antes. Yo creo que se gestionará la globalización con un poco más de precaución, con más prudencia, y quizás algunos indicadores vayan a la baja. Esto creo que sí sucederá.

Hemos tenido que adaptarnos al confinamiento trabajando desde casa y haciendo las gestiones diarias de manera telemática. ¿Cree que nos acabaremos acostumbrando?

Creo que la situación actual puede afectar a las formas de vivir, de trabajar y de organizarse de las personas. Pero habrá que ver hasta qué punto esto hace cambiar la forma de relacionarnos y si las interacciones cara a cara acabarán teniendo el mismo protagonismo que tenían antes de la crisis o habrán perdido importancia. Lo que sí puede pasar es que algunas gestiones que antes se hacían de manera presencial, ahora se hagan telemáticamente.

Hablando de actividades a distancia, usted, que fue rector de la Universidad de Barcelona, ​​¿cómo ve el impacto de la crisis del coronavirus en la educación superior?

Los centros de enseñanza están pasando a la enseñanza a distancia a una velocidad vertiginosa. Los jóvenes ya están acostumbrados, pero a las personas que tenemos una cierta edad y no nos atrevíamos demasiado con las nuevas tecnologías esto nos ha dado un empujón. Esto de dar clases de forma regular a través de una videollamada con todos los estudiantes no lo había hecho nunca, pero me he tenido que atrever por necesidad. De momento, creo que la adaptación que se está haciendo es ejemplar. Siempre hay un componente personal insustituible, pero yo creo que de forma rapidísima e instantánea las universidades nos hemos adaptado al nuevo entorno y circunstancias y lo estamos aprovechando al máximo. Creo que los impactos negativos serán mínimos, al contrario, es una experiencia positiva que muestra la capacidad de resiliencia y adaptación a las circunstancias de la institución universitaria.

Muchas industrias han cambiado sus circuitos productivos y se dedican a producir de manera acelerada elementos o componentes necesarios en el momento actual, tales como mascarillas o respiradores. ¿Se puede considerar con ello que nos encontramos en una especie de economía de guerra?

Creo que no, creo que los calificativos bélicos no son los más adecuados para aplicarlos a la situación actual. Estamos en una economía y en un entorno de cambios traumáticos que nos obligan a todos a rápidas adaptaciones, y las empresas también lo hacen. La guerra también es un trauma que nos obliga a todos a tomar rápidas adaptaciones, pero ponerlo en la misma categoría y llamarle economía de guerra no lo encuentro adecuado. Es una naturaleza diferente: en la guerra hay bandos enfrentados, aquí no hay una división entre unos y otros. Todos estamos en el mismo barco y enfrentamos un choque, una perturbación que nos viene de fuera.

¿Cómo cree que incidirá la crisis de la Covid-19 en la precariedad laboral y las desigualdades socioeconómicas?

Dependerá de cómo la gestionamos. La crisis de los años treinta, por ejemplo, al principio hizo aumentar las desigualdades y, después, a consecuencia de la crisis y de las políticas adoptadas, se puso en marcha lo que conocemos como estado del bienestar para hacerles. En los últimos tiempos ya se hablaba mucho de la precarización de las condiciones laborales y salariales y de la necesidad de encontrar un nuevo contrato social para evitar que la gente en situación más precaria, mayoritariamente gente joven, se sintiera maltratada por el sistema. Yo creo que la crisis acentúa esta necesidad, la de encontrar un nuevo pacto social intergeneracional que incluya el trabajo digno, el medio ambiente, las garantías sanitarias adecuadas… Debería haber sido necesario este nuevo contrato social en cualquier caso, pero espero que la crisis sanitaria lo acentúe y acelere. Pero no será tanto la crisis sanitaria su causa, sino que será una especie de catalizador de unas necesidades que ya existían antes.

Por otra parte, la crisis del coronavirus ha revalorizado algunas tareas que en los últimos tiempos habían sido muy maltratadas. Nosotros dependemos de los repartidores, los dependientes del supermercado, de la paquetería, del trabajo de los cuidados… en definitiva, de algunas profesiones o tareas que se habían precarizado mucho y que ahora ha quedado demostrado que son de las más necesarias en momentos como los actuales.

Con las consecuencias económicas de la crisis sanitaria ha rebrotado el debate sobre la renta básica universal. ¿Usted cree que sería una buena solución a la hora de paliar los efectos de esta crisis?

La renta básica universal significa que todos, sin ningún tipo de condicionante, recibirán ayudas económicas por parte del Estado. Muchos de los que hablan de una renta básica universal no hablan de eso, hablan de una renta mínima garantizada, condicionada a cumplir determinados requisitos. La renta básica universal tiene unos requerimientos difícilmente asumibles. Creo que algún tipo de formulación de estas debería ser un ingrediente de este nuevo contrato social del que hablábamos. Se debería estudiar cuál sería el formato más adecuado. En cualquier caso, ahora hay más motivos para hacer esto y buscar fórmulas concretas, más allá de la retórica y la declaración de principios. Entre el malestar social que ya había antes del coronavirus, la emergencia económica que ha provocado el coronavirus, la percepción de fragilidad de nuestra sociedad que ha evidenciado el coronavirus… sería un buen momento para incorporar algún tipo de formulación de este estilo. Ahora hay incentivos para hacer esto dentro del marco de un nuevo contrato social con dimensiones globales, con dimensiones también medioambientales. Hay que intentar que el conjunto de la ciudadanía se sienta más integrada en una sociedad en la que las cosas han cambiado.

¿Las medidas económicas adoptadas por el Gobierno español para paliar las consecuencias económicas de la crisis sanitaria son las adecuadas?

Yo creo que son adecuadas si funcionan bien, de forma rápida y operativa. Para mí el tema de la operatividad es fundamental. Aquí en Europa hay países como Dinamarca que han optado por una vía mucho más directa: las empresas no harán despidos, el sector público paga el 75% de los salarios, las empresas el 25% y los trabajadores renuncian a unos cuantos días de vacaciones durante este año. Se ha llegado a un pacto social directo, rápido y operativo.

En general, los países del sur de Europa no tenemos el capital social que tienen los países nórdicos y han optado por la vía de otorgar más papel de intervención a las instituciones administrativas. Dicen que se prohíbe el despido o que tramitarán rápido los ERTE. Pero ¿cuándo es rápido? No es lo mismo una semana que dos meses, no puedes tener a la gente dos meses sin ingresos, con la incertidumbre que esto conlleva. Yo hubiera preferido un modelo como el danés claramente, de actuación inmediata. Hubiera sido más adecuado. En momentos de emergencia como estos, entre una semana y un mes se pueden generar grandes diferencias económicas y también psicológicas. La clave de una buena medida está en su rapidez y agilidad, y no tenemos precisamente una experiencia positiva al respecto. Si las medidas son lentas, aunque podrían parecer razonables, se acaban convirtiendo en una fuente de problemas. El problema no es del gran diseño de una medida, sino su implementación ágil y operativa y que resuelva los problemas de forma práctica.

¿Las instituciones europeas han estado a la altura de la situación?

El Banco Central Europeo primero metió la pata, no comprometiéndose, pero al cabo de dos días rectificó. El anuncio que hizo después en el sentido de que introduciría liquidez al sistema, yo creo que fue bastante contundente. Lo que está fallando ahora es el Consejo Europeo. Lo que pasó el jueves 26 de marzo fue un desastre sin paliativos. Que en la actual situación de emergencia no haya concierto en emitir deuda pública o Eurobonos y aplace 15 días una posible decisión o un plan de acción, es un desastre sin precedentes, sobre todo para quienes creemos en la integración europea. El Banco Central Europeo rectificó, ciertamente, pero los líderes políticos de momento no están actuando a la altura de la situación y espero que esto no pase factura. Los resultados del Consejo Europeo de la semana pasada fueron la peor noticia para la integración europea que hemos tenido en muchas décadas. Creo que están dejando perder un tiempo precioso.

Se dice que ante problemas globales, tienen que venir soluciones globales, pero ¿realmente ha sido así? ¿Cómo afectará la crisis del coronavirus en la geopolítica mundial?

La ONU hace tiempo que ya no tiene tanta relevancia. Lo que ha pasado es lo que ocurre en otros momentos: cada país ha intentado poner orden en su casa. Quizás en este caso ha circulado mejor la información, pero no la coordinación. El G20 se reunió la semana pasada y redactó un comunicado de tres páginas bien intencionado, pero debería haber actuado hace un mes, no el día 26 de marzo cuando el pánico ya se ha extendido. Desde el punto de vista geopolítico, el principal cambio es cómo afectará esto la relación con los Estados Unidos y como quedará Europa después de esta crisis.

Cuando comenzó todo con el primer foco, parecía que las pretensiones de China de convertirse en la primera economía mundial se hundían, pero luego han sabido gestionar la situación con la disciplina asiática y se están saliendo. En cambio, los Estados Unidos ya tienen más contagiados que cualquier otro país del mundo. China, además, está empezando a enviar apoyo y ayuda en Europa y otros lugares. Seguramente de toda esta historia China saldrá más reforzada, a pesar de ser el lugar donde empezó todo, y Estados Unidos, por su tardanza en reaccionar, pueden ver debilitada su posición internacional. Creo que el mundo saldrá con más hegemonía asiática de esta crisis. Esto, sin embargo, no ha comenzado ahora, viene de hace tiempo pero ahora se ha intensificado. Crisis como esta acentúan tendencias de fondo que ya existían antes.

¿Cómo cree que será el retorno a la normalidad?

El punto crítico es cuando se pueda dar razonablemente por superada la fase médica e interactúen la fase médica y la fase económica. La prioridad absoluta ahora es la fase médica y cuando esta esté encarrilada, dentro de un mes, dos meses o los que sean, ya llegará el momento de levantar el confinamiento y permitir la movilidad, reabrir los negocios que se han cerrado y que se pueda ir a trabajar. Habrá que esperar entonces que la gente vuelva a salir a la calle, que se atreva a ir a los comercios, a comprar tranquilamente, que se atreva a hacer reservas en los restaurantes, a ir a cenar fuera, a comprar entradas para el teatro o comprar, si llegamos a tiempo, paquetes para las vacaciones de verano.

También habrá que esperar si vienen turistas este verano. Si no, esto puede pasar factura a países turísticos como el nuestro. En función de cuál sea el grado de agilidad en la respuesta, veremos cómo será el retorno a la normalidad. Yo creo que será más o menos gradual. Algunos hablan de que habrá un cierto temor al principio de recuperar las pautas de normalidad, otros dicen que aumentará la demanda de bienes y servicios, de todo lo que ahora no podemos hacer. La pregunta es si tendremos ganas de hacer todo esto cuando se levante la situación actual.

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Entrevista a Bertrand Badie: ¿Quién gestionará políticamente el miedo?

Por: Eduardo Febbro

La impotencia de las potencias, la disputa por capitalizar el miedo, la crisis de Europa, los esfuerzos de China por sacar provecho de su lucha contra la pandemia y la expansión del virus hacia el Sur: estos son algunos de los temas en juego en la «geopolítica del coronavirus». El destacado académico Bertrand Badie los analiza en esta entrevista.

El trastorno planetario provocado por la propagación del Covid-19 no tiene espejos en la historia. Siete años después de que China pusiera en marcha su programa más ambicioso de reconquista del mundo reactualizando el mito de la Ruta de la Seda, esa ruta se convirtió en un sendero de muerte. En 2013, Beijing desplegó una red de infraestructuras repartida por los cinco continentes mediante comunicaciones marítimas y ferroviarias entre China y Europa, pasando por Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Portugal, Francia o el Reino Unido. El sueño de 1.000 millones de dólares dio lugar a la tercera extinción del siglo XXI: la primera fue financiera, con la crisis bancaria de 2008; la segunda fue la extinción de las libertades cuando el ex-analista de la Central de Inteligencia Americana (CIA) Edward Snowden reveló la extensión y la profundidad del espionaje planetario orquestado por Estados Unidos y sus agencias de seguridad; la tercera es sanitaria.

Ya nadie se pregunta hacia dónde va el mundo sino, más bien, si mañana habrá un mundo. Las máscaras del tecnoliberalismo y su construcción global, es decir, la globalización, se han caído. La máscara, ese objeto tan precioso para sobrevivir, se volvió el revelador del abismo mundial; sin máscaras se corrió el telón de la ausencia de consenso a escala europea para enfrentar la crisis sanitaria y financiera, o pactar ordenadamente el cierre de las fronteras; sin máscaras, la Organización Mundial de la Salud (OMS), supuestamente a cargo de la salud del planeta, demostró que era un gigante burocrático sin incidencia en la realidad; sin máscaras, la cooperación internacional apareció como una ficción desesperada. Las divergencias entre estadounidenses y europeos nunca fueron tan insuperables, tanto como las que atraviesan a los Estados que componen la Unión Europea. Entre insultos, incomprensión, golpes bajos y visiones antagónicas entre la preservación de la vida o la salud o la de la economía y las finanzas, los dirigentes de las potencias sobresalieron por su incapacidad para diseñar un horizonte.

El mundo que existía desde la Segunda Guerra Mundial dejó de respirar. Donald Trump enterró el multilateralismo heredado del siglo XX, mientra el coronavirus ponía la cruz sobre un sistema internacional que de «sistema» solo tenía el nombre.

Muchos de estos acontecimientos han sido anticipados por Bertrand Badie a lo largo de una obra consagrada a las relaciones internacionales. Profesor en Sciences Po París y en el Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI), Badie desarrolló una obra del otro lado de los consensos. En 1995 se adelantó en La fin des territoires [El fin de los territorios], en 1999 exploró cómo sería Un monde sans souveraineté [Un mundo sin soberanía] y en 2004 empezó a tejer el análisis sobre la inercia de los poderosos, es decir, la impotencia de los potentes y publicó L’Impuissance de la puissance. Essai sur les incertitudes et les espoirs des nouvelles relations internationales. Los ensayos siguientes lo acercaron a la configuración actual: El tiempo de los humillados. Una patología de las relaciones internacionales y Diplomacia del contubernio. Los desvíos oligárquicos del sistema internacional (ambos editados por la Universidad Nacional de Tres de Febrero). En esta entrevista, realizada en plena crisis mundial, el profesor le sigue los pasos a un mundo que se cae y esboza los contornos del próximo.

Hemos cambiado de paradigma con esta crisis sanitaria. Usted sugiere que, desde ahora, la seguridad de los Estados ya no es geopolítica sino sanitaria.

Así es, y hay un conjunto de cosas. Están la seguridad sanitaria, la seguridad medioambiental, la seguridad alimentaria y la seguridad económica. Conforman varias seguridades que ya no son militares sino de naturaleza social. Se trata de un gran cambio con respecto al mundo de antes. En este momento, por primera vez en la historia, estamos descubriendo la realidad de la globalización. Este descubrimiento no atañe a los Estados, sino que toca a cada individuo. Esto es lo nuevo. En la historia, es raro que los individuos aprendan en directo, en su propia carne, en su vida cotidiana, cómo son realmente las transformaciones de la vida internacional. Antes estaban las guerras para acercar este aprendizaje, pero las guerras afectaban indirectamente a la población. Aquí, todo el mundo está afectado. Podemos entonces esperar un cambio de la visión del mundo y de los comportamientos sociales. Esta tragedia puede conducir a una transformación brutal de la visión que tenemos del mundo y de nuestro medio ambiente. Tal vez, se dejarán de lado todos los viejos esquemas, es decir, los esquemas como el de la concepción militar y guerrera de la seguridad, entiéndase, un mundo fragmentado entre Estados-nación en competencia infinita y una concepción de las diferencias que remite siempre a esa dualidad de la vida entre amigos y enemigos. Hoy ya no hay amigo o enemigo sino asociados que están expuestos a los mismos desafíos. Esto cambia completamente la gramática de la sociología y de la ciencia de las relaciones internacionales. El otro ha dejado de ser un rival, el otro es alguien de quien dependo y que depende de mí. Esto nos debe conducir hacia otra concepción de las relaciones sociales y de las relaciones internacionales, en la que estoy obligado a admitir que, para ganar, necesito que el otro gane; tengo que admitir que, para no morir, necesito que el otro no caiga enfermo. Esto es algo completamente nuevo.

Sin embargo, los desacuerdos entre los Estados nunca habían sido tan abismales. Las relaciones entre Europa y Estados Unidos han empeorado con esta crisis sanitaria mientras que, dentro de la Unión Europea, los antagonismos se han profundizado en el momento más dramático de la humanidad.

En la situación actual nos encontramos con desacuerdos entre Estados Unidos y el resto del mundo a los que ya estamos acostumbrados. Pero también vemos profundos desacuerdos dentro de Europa con, por ejemplo, el rechazo de Alemania a los famosos «coronabonos», es decir, la mutualización de las deudas. Ese será justamente el gran enigma cuando salgamos de la crisis. Seguimos estando coyunturalmente en un esquema de desacuerdos enormes y de competencia tal vez más agudos que antes. Pero eso es porque estamos en una situación de urgencia y, en estos casos, el reflejo natural es esconderse detrás de un muro, cerrar las puertas y las ventanas. Podemos esperar que el miedo suscitado por esta crisis conduzca a que se reconozca que no será viable enfrentar en forma duradera este tipo de nuevo desafío sin una profunda cooperación internacional. Es comprensible que los desacuerdos y la competencia entre los Estados sean densos en medio del incendio. Sin embargo, es necesario entender que, a corto plazo, habrá que cambiar de programa.

Queda entonces la tarea de redefinir una nueva geopolítica.

La geopolítica ha muerto. La visión tradicional, geográfica, de las relaciones internacionales no vale más porque estamos en un mundo unido. La realidad ha dejado de ser la confrontación entre regiones del mundo y Estados para volverse la capacidad o la incapacidad de gestionar la globalización.

El colapso sanitario explotó en un mundo ya muy trastornado por el surgimiento casi planetario de movimientos sociales y por la redefinición de las propuestas políticas marcadas por la nostalgia nacionalista. Las tres figuras emergentes de este contexto son los negacionistas de la pandemia: Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro.

La pandemia intervino en un contexto doble que no se debe olvidar. El primero es el ascenso vertiginoso del neonacionalismo en diferentes latitudes: en Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Europa e incluso en los países del Sur. Ese nacionalismo lleva a los dirigentes en el poder a promover o halagar a las opiniones públicas fomentando la ilusión de una respuesta nacional o de protección frente a los peligros. Ello agrava la situación porque esta tentación demagógica viene a complicar la gestión multilateral de esta crisis. El segundo contexto remite a que recién salimos de un año 2019 absolutamente excepcional. 2019 fue el año en que se dieron una multitud de movimientos sociales a través del mundo: América Latina, Europa, Asia, África, Oriente Medio. Estos movimientos sociales reclamaban lo mismo: un cambio de políticas. Las revueltas sociales denunciaban el neoliberalismo y la debilidad de la respuesta de los Estados y, también, de las instituciones y de las estructuras políticas. Hoy, para los Estados, la gran dificultad se sitúa en el hecho de que tratan de responder a corto plazo y con un perfil nacionalista mientras que, al mismo tiempo, cuentan con muy poca legitimidad en el seno de sus sociedades. La consecuencia de este esquema han sido las dudas, los tanteos y la ineficacia demostrada por los gobiernos. Una situación semejante obligará a cambiar la gramática de los gobiernos.

Hay, en toda esta tragedia, una contradicción cruel: justo antes de la crisis sanitaria, China se encontraba en plena expansión. En 2013 empezó a reactualizar el mito de la Ruta de la Seda y para ello desplegó una impresionante red de comunicación y de infraestructuras a través del mundo. Pero esa Ruta de la Seda mutó en ruta de la muerte.

Es cierto y hay dos puntos esenciales. En primer lugar, esta crisis que se inició en Wuhan golpeó muy fuerte a la economía china y, diría, a la propia credibilidad de los políticos chinos y sus políticas. La crisis también reveló las debilidades del sistema chino. No olvidemos que el virus nació debido a la fragilidad del sistema sanitario y alimentario de China: el coronavirus nació en esos mercados que no responden a las reglas elementales de higiene. Fue la base de su propagación. La credibilidad china se vio disminuida debido a esta fragilidad sanitaria. Al mismo tiempo, hay una paradoja: China ingresó antes que nadie en esta crisis, pero también salió de ella antes que los demás y de forma eficaz. No estoy seguro de que Europa tenga la misma capacidad de reacción que China. Salvo si, por desgracia, China conoce una segunda ola de contaminación, es muy probable que esté de pie cuando Estados Unidos y los países de Europa sigan de rodillas. China está tratando de probarlo enviando médicos y equipos y ofreciendo ayuda a los países que están en plena tormenta. Esto puede significar que cuando nosotros continuemos peleando contra el virus China se habrá levantado y tendrá, entonces, una ventaja frente a las viejas potencias.

A lo largo de esta crisis hemos asistido a una suerte de geopolítica de chez zoi, es decir, una geopolítica de casa para adentro. Cada país se concentró en su problemática cuando el imperativo no era financiero como en la crisis de 2008, sino sanitario.

La urgencia es doble. Es sanitaria ahora y será económica y financiera muy rápidamente. El problema radica en que Europa ha sido la primera víctima del coronavirus. Europa fue el primer muerto. Todos los reflejos que se esperan de Europa están ausentes. La primera intervención de Christine Lagarde, la directora del Banco Central Europeo (BCE), fue catastrófica. Hasta llegó a invitar a los Estados a que se las arreglaran por su cuenta. Luego, la respuesta de la Comisión Europea resultó igualmente débil. El desacuerdo entre los principales países europeos (Alemania, Francia, España, Italia, Países Bajos) en torno de la gestión de la mutualización de las deudas muestra hasta qué punto se carece de un resorte europeo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, Europa se construyó por primera vez en su historia porque los europeos tenían miedo de una tercera guerra mundial y sabían que no podría reconstruirse ni salir de las ruinas únicamente con el esfuerzo nacional. Por eso se eligió una reconstrucción colectiva. Hoy, como todas esas metas han sido alcanzadas, la dinámica europea ha dejado de existir. No obstante, es precisamente allí donde está la clave de su porvenir. El miedo que los europeos tenían en 1945 lo vuelven a sentir ahora con el coronavirus. Los europeos van a descubrir que esa necesidad de reconstrucción que había en 1945 persistirá en cuanto salgamos de este drama sanitario. Tal vez, la conjugación de estos dos factores conduzca a que Europa renazca al final de esta crisis. Pero claro, cuando llegue ese momento habrá que cambiarlo todo.

Aunque los paralelismos puedan resultar tramposos, muchos analistas trazan un paralelo entre la situación actual y la crisis de 1929. Luego de aquella hecatombe vino la Segunda Guerra Mundial y, justo antes, el ascenso del nacionalismo. ¿Acaso el virus no podría volver a fecundar un contexto semejante?

Es demasiado pronto para saber cómo serán las consecuencias. Las cosas pueden ir en los dos sentidos. Pero quisiera igualmente señalar que, antes del fascismo y el nazismo, el primer resultado de la crisis de 1929 fue el keynesianismo y Franklin D. Roosevelt, es decir, la reorientación de la economía mundial que permitió su salvación. No hay que tener una visión exclusivamente pesimista sobre los efectos de esta crisis. Creo que todo dependerá de la manera en que el miedo actual evolucione y de cómo ese miedo sea gestionado políticamente. Si el miedo desaparece rápidamente, se corre el riesgo de que volvamos a comenzar con el viejo sistema. Si el miedo perdura, tal vez esto nos conduzca hacia las transformaciones que necesitamos. Sin embargo, desde ahora, se plantea el gran problema de la gestión política del miedo. ¿Quién se hará cargo? Seguramente, la extrema derecha utilizará ese miedo como recurso electoral explicando que es urgente reconstruir las naciones, los Estados y restaurar el nacionalismo. No obstante, la extrema derecha no es la única oferta política existente.

Sí, pero ya antes de esta crisis la extrema derecha se erigió como planteo político reestructurado y con mucha legitimidad.

Hay mucho de eso. Si se observan los Estados europeos, todos tienen un sistema político descompuesto. En Francia no hay más partidos políticos, en Alemania la socialdemocracia no cesa de debilitarse mientras que los demócrata-cristianos de la canciller Angela Merkel están sumidos en una crisis, en Italia la democracia cristiana y el Partido Comunista desaparecieron, e incluso en Gran Bretaña el sistema partidario que antaño estaba tan bien estructurado ya no existe más. Estamos en plena recomposición política. La versión optimista quiere que esta recomposición política desemboque en el nacimiento de partidos con capacidades de llevar las riendas de la globalización. De hecho, actualmente, ningún partido político sabe qué es la globalización. Tal vez advenga un keynesianismo político. Por el contrario, el horizonte negativo sería que esa recomposición no se lleve a cabo.

En uno de sus últimos libros y, más recientemente, cuando estallaron las insurgencias sociales en 2018 y 2019, usted planteó que estábamos ingresando en el segundo acto de la globalización. ¿Acaso esta crisis no ha barrido con ese segundo acto?

No, para nada, es el mismo. No hay que disociar lo que ocurrió en 2019 de lo que está pasando ahora. Es lo mismo, es decir, el redescubrimiento angustiado de una urgencia social. Ese es el segundo acto de la globalización, el cual consiste en distinguir globalización de neoliberalismo, es decir, dejar de confiarle al mercado la gestión exclusiva de la globalización. En el curso de este segundo acto se trata de construir una globalización humana y social. Estas fueron las demandas de 2019 y los mismos reclamos vuelven ahora con urgencia ante la crisis del coronavirus. Si somos optimistas, podemos esperar que esta crisis termine por acelerar el advenimiento del segundo acto de una globalización humana y social. De lo contrario, cabría pensar que la catástrofe sanitaria no hizo sino complicar y atrasar la marcha hacia la segunda secuencia.

2019 nos mostró a una humanidad ligada por lo que usted llamó un perfil intersocial. ¿Persiste aún esa dimensión de conexión, de diálogo y de compenetración entre identidades sociales?

Sí, claro, tanto más cuanto que esta crisis nos revela que las relaciones intersociales se vuelven determinantes a través del planeta. Estas relaciones intersociales son incluso más importantes que las relaciones entre los Estados, los gobiernos o los militares. El porvenir del planeta está en las interacciones sociales, en la tectónica de las sociedades, es decir, en esa capacidad propia de las sociedades para interactuar entre ellas más allá de la voluntad de los gobiernos.

Uno de los ejes constantes de su reflexión ha sido plantear la forma en que, en las relaciones internacionales modernas, es el Sur quien fija la agenda del Norte y, también, cómo ello desembocó en una representación geopolítica marcada por la impotencia de los poderosos. El coronavirus ha dejado al desnudo esa impotencia.

¡Estamos más que nunca en ese esquema!. Estamos viendo cómo los instrumentos clásicos de la potencia no pueden hacer absolutamente nada frente al coronavirus. Estados Unidos, que es la superpotencia de las potencias, conoce una propagación de la infección superior a la de China y Europa. Hemos dejado de estar en el registro de la potencia. Los recursos clásicos de la potencia nada pueden hacer. Debemos pasar ahora de la potencia a la innovación. Solo ganaremos si convertimos la vieja concepción de la potencia en capacidad de innovación para encontrar nuevos tratamientos, una vacuna, así como los medios técnicos capaces de remodelar la globalización para que esta no sea, como hoy, una fuente de dramas. Estamos ante un nuevo umbral de la historia.

Un nuevo umbral con un interrogante dramático: ¿qué ocurrirá cuando el coronavirus se expanda en los países del Sur carentes de toda estructura sanitaria?

Esa eventualidad anuncia una catástrofe. Si la pandemia llega al Sur, será todavía más dramática y lastimará más profundamente al planeta entero. Ello prueba que los centros de gravedad de nuestra historia y de nuestro porvenir están en el Sur. El auténtico momento de la verdad se planteará cuando África se vea confrontada masivamente a esta tragedia.

Se han caído tantas máscaras con esta crisis global. La búsqueda de una vacuna, por ejemplo. Cada país la elabora por su cuenta: Francia, Estados Unidos, Rusia, China, Cuba. Y en el medio está el espectáculo indecente de la OMS: no tiene voz, ni influencia, ni capacidad alguna de organizar acciones coordinadas. Se ve como un monstruo vacío y burocrático.

Este tipo de anarquías son frecuentes en las situaciones de urgencia porque se establece una competencia entre un conjunto de actores que trata, más o menos sinceramente, de encontrar un remedio. Es algo paradójicamente normal porque así se estimula y se aceleran las investigaciones. Ahora claro, si estuviésemos en un mundo ordenado, la OMS habría debido encargarse de la definición de los protocolos de investigación y de los protocolos terapéuticos. Pero la OMS se ha vuelto alguien que cada tarde lee comunicados carentes de interés. Pero la naturaleza humana termina siempre por triunfar. El problema consiste en saber qué sacrificio habrá que hacer para todo esto. Un muerto es un muerto de más y ahora vamos ya por miles de muertos. Pienso que la humanidad renacerá de todo esto más fuerte y más consciente.

Fuente e imagen: https://nuso.org/articulo/entrevista-bertrand-badie-febbro-coronavirus-geopolitica-capitalismo/

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