Es 16 de octubre de 2020 y Francia está en shock. Un profesor de instituto ha sido degollado en un suburbio de París. Las piezas del crimen encajan en un relato ya establecido. Un joven fanático musulmán. Un docente que ha mostrado caricaturas sobre Mahoma en el aula. La puja entre el oscurantismo islámico y la muy francesa libertad de expresión. El escenario se polariza, los antecedentes son cercanos y están llenos de sangre. La matanza en la redacción de Charlie Hebdo en enero de 2015, el juicio contra varios acusados que se celebra durante esos mismos días, la decisión de la revista de republicar para la ocasión las polémicas viñetas. La respuesta desde el Gobierno también genera su respectivo shock. El 15 de diciembre se filtra el proyecto en el que el Ejecutivo francés viene trabajando: una ley contra el “separatismo religioso”. En ella se incluye la “carta de los imames”, un documento que prohíbe a los líderes religiosos hablar de “racismo de Estado”, según el medio Mediapart. El Gobierno, que defiende a capa y a espada la libertad de expresión, considera que acusarle de islamófobo genera radicalización y amenaza al país.
Los dos meses entre el crimen de París y la redacción de esta ley antiseparatismo han sido intensos. El gobierno Macron apunta a más de 50 organizaciones de la comunidad musulmana. Entre ellas destaca el Colectivo Contra la Islamofobia en Francia (CCIF), entidad que se disuelve el 27 de noviembre para no tener que aceptar la disolución del Ministerio de Interior. “Francia no es la campeona en libertad de expresión que pretende ser”, llega a denunciar el 12 de noviembre Amnistía Internacional en un comunicado en el que repasa los excesos del gobierno francés en su reacción al crimen.
Mientras, Emmanuel Macron y su ministro de interior, Gérald Darmanin, van sembrando en los medios una mezcla de conceptos que incluyen crisis del islam, islam político, radicalización, islamismo, amalgamando todo lo islámico y asociándolo con el terrorismo. Las elecciones no quedan tan lejos, y se multiplican las críticas apuntando a que Macron está allanando el camino para competir con la extrema derecha. El fundador del CCIF, Marwan Muhammad, alerta en las redes sociales: “Si no hay respuesta ante esta deriva, la extrema derecha —da igual a través de qué candidato y de qué partido— ganará las elecciones de 2022”.
Consenso islamófobo
El experto en estudios árabes e islámicos Daniel Gil-Benumeya subraya desde Madrid la particularidad del caso francés. En su opinión, “hay un consenso islamófobo que parece que atraviesa toda la sociedad y todo el arco político”. Para él, la situación va más allá del Islam: “Da la impresión de que se está buscando legislar de manera clara y decisiva la islamofobia, y probablemente el objetivo no sean solo las personas de culto musulmán, sino que también tenga que ver con el refuerzo de las estructuras de control social que en este caso se justifican por el peligro que representarían los musulmanes”.
Da la impresión de que se está buscando legislar de manera clara y decisiva la islamofobia en Francia, y probablemente el objetivo no sean solo las personas de culto musulmán, sino que también tenga que ver con el refuerzo de las estructuras de control social
A este experto le parece que el contexto español es muy distinto al francés. Aunque las cosas están cambiando en los últimos años. “Tenemos una formación ultraderechista que está utilizando un discurso abiertamente islamófobo”. Algo que, defiende, cala en el discurso público. No es solo Vox, “un sector de los medios se mira mucho en el espejo de Francia. Por ejemplo los discursos laicistas franceses parecen calcados, cuando realmente no tienen una transcripción clara en el Estado español, empezando porque España no es un país laico constitucionalmente”. La simpatía hacia los postulados franceses puede tratarse de una cuestión generacional. Aquellos que, durante la transición, miraban al país vecino en su anhelo por la modernización fueron los primeros en señalar, recuerda Gil-Benumeya, “el peligro multicultural relacionado con el islam”.
Algo que sí tienen en común Francia y España es haber sido objeto de atentados dentro de su territorio. Sin embargo, no es necesario haber sido víctima del terrorismo yihadista para encabezar los rankings islamófobos. Hungría, Italia y Polonia no han sufrido violencia yihadista, y sin embargo, el discurso antiislam está muy presente en estos países. Polonia, de hecho, casi no tiene población musulmana —representa menos del 0,1% de la ciudadanía—, lo que no le impide deportar frecuentemente a personas de este origen en virtud de una ley antiterrorista aprobada en 2016.
Antagonismo e identidad
¿Qué les pasa a Polonia y Hungría? El antropólogo canadiense Ivan Kalmar ha estudiado los discursos antiislam en ambos países: “El Islam ha sido considerado por mucho tiempo como enemigo de la Cristiandad. Esto juega un papel en el Este de Europa, que tiene experiencia histórica de guerras contra potencias musulmanes. Este es el caso del imperio otomano”.
“No consideramos a esta gente como refugiados sino como invasores musulmanes”, afirmaba el presidente húngaro Viktor Orban en una entrevista al medio alemán Bild en enero de 2018. Kalmar apunta cómo, ante la llegada de migrantes de origen musulmán en su camino hacia Alemania y otros países europeos, “el gobierno húngaro se presentó como defensor de la Europa cristiana, como los húngaros creen que lo fueron en la historia”.
Este antropólogo encuentra paralelismos en el modo en el que tanto Hungría como Polonia han tratado históricamente a las minorías judías y su trato actual de las minorías musulmanas. Islam y judaísmo “se han representado en el Occidente de formas similares”, pero tras el holocausto, “el antisemitismo explícito se volvió inaceptable en los círculos políticos, la islamofobia es mucho más aceptable. Pero la forma en la que se representa a los musulmanes como outsiders que (ahora con la migración) quieren destruir el occidente cristiano desde dentro, pulsa las viejas cuerdas antisemitas”.
Matteo Salvini también bebe de esa lógica, asumiendo el mandato de proteger la cultura occidental. Su omnipresencia en la arena política y en las redes ha hecho mella en la manera en la que los italianos perciben el Islam. “Ha hecho toda una campaña con el rosario en la mano, introduciendo más que nunca el discurso religioso en el debate público. Cuando era ministro de Interior, propuso poner un crucifijo en todas las dependencias, como símbolo de distinción frente a esa inmigración que llegaba”, resume la antropóloga Rosa Parisi.
Se da así la paradoja, explica, de que la polarización en torno a la religión integra el debate político, mientras que las instituciones religiosas apuestan por el diálogo. Con todo, Salvini siembra sobre terreno fértil: ya hay un sentido común que entiende como opuestos islam y catolicismo. Al islam se le relacionaba ya en Italia con “el retraso cultural, el régimen patriarcal, o los delitos de honor”, pero no ha sido hasta los últimos tiempos que “los temas religiosos han adquirido centralidad política, lo han querido llevar al plano del choque entre civilizaciones”.
“Hay una pandemia social envenenando a Europa, el odio a los musulmanes”, problematizaba un artículo publicado en The Guardian a finales de septiembre. Sus autoras apuntaban al hecho de la rápida designación en la Unión Europea de un Coordinador antiracismo como consecuencia del movimiento Black Lives Matter e instaba a abordar del mismo modo el odio contra las personas musulmanas.
“Los prejuicios contra los musulmanes existen en cada esquina de Europa. No solo devaluamos colectivamente y discriminamos a los europeos que sigue el islam, sino que la incidencia de la violencia contra las personas musulmanas están incrementándose”, se afirmaba en el artículo. Yasemin Menouar es una de sus autoras y dirige el proyecto del observatorio de religión en la Bertelsmann Stiftung en Alemania. En conversación con El Salto, apunta a estas dinámicas como un camino que redunda en “el viejo y peligroso juego del amigo-enemigo. Peligroso porque promueve la islamofobia y la hostilidad hacia los musulmanes y divide a la sociedad”.
En Alemania, la islamofobia trasciende el discurso; solo en el segundo trimestre de 2020 el Ministerio de Interior alemán contabilizaba 188 ataques contra musulmanes. En el trasfondo, según el observatorio sobre religión que dirige Menouar, “un 13% de las y los alemanes son hostiles hacia los musulmanes y se plantean prohibir su migración”, sin llegar a esa radicalidad, la desconfianza hacia este colectivo está extendida en la mitad de la población. “Esta mirada antidiversidad pone en peligro naturalmente una cultura política moderna y cosmopolita”, alerta esta socióloga. Una mirada que no tiene tanta base religiosa como contenido político.
Separatismo islamista.
Cuando Macron habla de legislar para luchar contra el “separatismo islamista” está conjugando lo que considera una amenaza para la identidad francesa, un reto que podrá abordarse creando un islam francés. Se opera en cierta medida una reducción de las problemáticas que aquejan a la población musulmana a una cuestión de religión. Para Menouar, la simplificación facilita esta alterización: “Hay una tendencia a reducir a la gente de origen musulmán a la religión, sean religiosos o no. A menudo un determinado aspecto o un determinado nombre es suficiente. Eso, desde luego, es racista. Quienes no son religiosos, o lo son ligeramente, sostienen que los modos de vida de las personas musulmanas son mucho más diversos de lo que la gente cree”.
“Hay una tendencia a reducir a la gente de origen musulmán a la religión, sean religiosos o no. A menudo un determinado aspecto o un determinado nombre es suficiente. Eso, desde luego, es racista”
La experta no niega que los musulmanes tiendan a ser más religiosos que otras comunidades. Y previene ante la tentación de dividir a los musulmanes en “buenos” musulmanes laicos y “malos” musulmanes practicantes. “Nuestro observatorio muestra, sin embargo, que los musulmanes religiosos han encontrado desde hace tiempo maneras independientes y pragmáticas de reconciliar su religiosidad con la vida en sociedades lacias. El islam ya lleva tiempo ‘europeizándose’”.
Gil-Benumeya alerta también ante el peligro de dividir a los musulmanes en buenos y malos: “Hay que pensar si para defender los derechos de los colectivos sociales te tienen que caer bien o no. ¿Los salafistas no nos gustan y entonces es legítimo que se permita que se les trate como terroristas?”. El investigador opina que “los derechos se tienen que defender al margen de que en el ejercicio de esos derechos aparezcan cosas con las que puedas no estar de acuerdo, por ejemplo el conservadurismo en sus múltiples facetas”.
Izquierda e Islam
En Sumisión (Anagrama, 2019), el polémico escritor Michel Houellebecq imagina un escenario en el que un islamista moderado llega a la presidencia en las elecciones de 2022. El libro, publicado originalmente en 2015 — año de los atentados de Charlie Hebdo y de la sala de fiestas Bataclan— por el cual el autor fue acusado de islamofobia, pone sobre la mesa varias cuestiones interesantes. En primer lugar, materializa la distopía de las derechas populistas: finalmente el Islam ha vencido en la Europa cristiana y ocupará ni más ni menos que la presidencia de la República. Por otro lado, ese ascenso al poder llega de la mano de una izquierda cómplice, desahuciada electoralmente, que prefiere apostar por el islam político que permitir que un partido de extrema derecha acceda al poder.
Considerar a la izquierda cómplice del islam es un clásico de la derecha —en Francia se usa el término islamo-gauchisme—, con manifestaciones extremas como la masacre de la isla noruega de Utoya, en 2011, cuando un ultraderechista mató a más de 70 miembros de las juventudes laboristas, como represalia por su tolerancia hacia el Islam.
“Según la perspectiva desde la que se mire, se piensa que la izquierda es islamófoba o islamófila. Yo creo que la mayor parte de la izquierda en Europa no es que sea neutra pero se pone de perfil”, considera Gil-Benumeya. Para este investigador, la izquierda a menudo desde una postura y otra cae en una idea simplificadora y alterizante del Islam, como algo extraño a la sociedad. También, alerta frente a un sentido común que “considera que el islam es un bloque homogéneo y por tanto se critica o se acepta globalmente”.
El investigador identifica dos tendencias en la izquierda: una es buscar interlocutores a la medida, algo que puede llevar a ignorar que hay otras tendencias “menos agradables” dentro del Islam. La otra sería una islamofobia de izquierdas que, aunque impugne el islam como al resto de religiones, “en la práctica ese rechazo se activa siempre en presencia del islam, no en presencia de la religión católica, porque nadie discute las fiestas católicas. Lo católico se resignifica como práctica cultural, mientras que lo islámico se considera solamente religioso, se alteriza”.
“Date cuenta de que al final nosotras somos las que más sufrimos toda la opresión que ejerce la religión sobre nosotras, y entonces cuando nosotras decimos ‘basta’, que se nos siga reprobando desde la izquierda nos parece vergonzoso”
Para Saliha Ahouari, trabajadora social madrileña de origen marroquí, el Islam no es lo otro, es la religión de la que procede y a la que critica, y le decepciona cómo la izquierda o el feminismo abordan la cuestión islámica. Ella, como pasa con muchas otras mujeres de origen cristiano, denuncia sin reparos lo que considera opresiones de la religión en la que se socializó y considera que, junto a otras mujeres de origen musulmán críticas con el Islam, están pagando un alto precio por alzar la voz. “Date cuenta de que al final nosotras somos las que más sufrimos toda la opresión que ejerce la religión sobre nosotras, y entonces cuando nosotras decimos ‘basta’, que se nos siga reprobando desde la izquierda nos parece vergonzoso, porque es desde la izquierda donde deberíamos poder ampararnos para establecer vías de diálogo para dar cabida el derecho a la libre elección de una religión”.
Desalterizar
Gil-Benumeya no es ajeno a estas tensiones: “Se teme que la crítica al Islam aboque a alimentar los discursos islamófobos. Pero dentro del islam hay un montón de críticas”. Debates en torno a la cuestión patriarcal, respecto los derechos de las disidencias sexuales, o a los principios de autoridad clásicos y tradicionales del islam, “que es una crítica que desde dentro de esa religión se lleva haciendo desde hace casi 200 años: se dice que también es alimentar la islamofobia. Eso, a lo que lleva finalmente es a alimentar esta idea de que el islam es un bloque y tiene que comportarse como un bloque”. El investigador apunta a que la dinámica actual de las redes sociales podría potenciar este proceso.
Ahouari, por su parte, no pone en cuestión la islamofobia como “una situación que está sufriendo la población árabo-musulmana en todos sus sentidos”, pero desde una perspectiva crítica, insiste en que puede ser usado para “victimizarse y evitar debates”. ¿Cómo combatir el racismo antimusulmán y al mismo tiempo entender que las personas de origen musulmán son un cuerpo complejo con muchas maneras distintas de vivir la religiosidad e incluso de rechazarla? ¿Cómo no caer en el mecanismo de dividir a los musulmanes en buenos y malos en función de cómo viven su religión, y criminalizar a lo practicantes?
Parisi considera que los esfuerzos por deconstruir los estereotipos no alcanzan, que esa estrategia ya ha probado su ineficacia. “Yo creo que hay que construir una dimensión común, construir trayectorias que lleven a unir a las personas, a construir visiones comunes de la realidad”. Así, esta antropóloga italiana piensa que es en las prácticas comunes donde se salvan las distancias y se vencen las fobias. Para Ahouari es necesario que las mujeres blancas no legitimen para las demás lo que no aceptan para sí: “Que lo que no es bueno para mí tampoco es bueno para el otro. Me parece que es importante que se reflexione sobre ello”.
Fuente e imagen: https://www.elsaltodiario.com/islamofobia/islamofobia-creacion-del-otro-en-europa