Agosto del 2017/http://es.unesco.org
Cada 8 de septiembre, con motivo del Día Internacional de la Alfabetización, recuerdo a las mujeres iletradas de mi infancia. Hace unas pocas décadas, en mi Grecia natal la pobreza y los conflictos étnicos eran profundos y causaban a la educación los mismos problemas que hoy.
En el decenio de 1930, cuando era raro que las niñas del campo fueran a la escuela, mis dos tías contrataron en Atenas a una joven campesina. Como eran maestras, le enseñaron concienzudamente a leer la ortografía griega, que es relativamente coherente. María aprendió las letras, pero nunca supo distinguir otra cosa que palabras aisladas. Terminó renunciando. Cuidó a niños que estudiaron, pero se fue iletrada de este mundo, cumplidos los 90 años.
Los conflictos étnicos y los desplazamientos privaron a mi tía paterna de escolaridad. Su familia huyó de Turquía a Grecia en 1922, sus padres murieron, y ella nunca fue a la escuela. Con cuarenta años cumplidos, aprendió los rudimentos de la lectura de su hija, que era docente. Vivió la mitad de su vida en una gran ciudad, rodeada de inscripciones. Cuando tenía 97 años examiné sus conocimientos y comprobé que solo reconocía las mayúsculas con muchas vacilaciones. A lo sumo podía leer el nombre de las líneas de autobús.
Sofía, que me crió, alcanzó un nivel muy diferente. Huida de Turquía también en 1922, comenzó la escuela primaria antes de acabar huérfana y sin hogar. Ella fue quien me ayudó cuando aprendí a leer. Leía nuestros manuales escolares con voz vacilante, haciéndonos reír. Pero como lograba leer frases enteras, continuó practicando y mejorando. Al final de su vida, se ponía las gafas, abría el periódico y le leía las noticias a mi madre.
Dislexia adulta
Muchos años después, siendo especialista en educación del Banco Mundial, examiné varios proyectos de alfabetización de adultos con el fin de evaluarlos. A pesar de los esfuerzos de gobiernos y ONG en materia de alfabetización de adultos en los años 1980 y 1990, las situaciones descritas en los informes me recordaron imágenes de mi niñez. En Bangladesh, después de haber estudiado un año entero, los estudiantes apenas balbuceaban. En Burkina Faso, al final de la formación, los adultos se detenían en cada palabra y les costaba descifrar incluso su propia escritura. Sin embargo, todos aquellos que habían ido a clase en la infancia, aunque fuera brevemente, leían con facilidad, igual que Sofía. El contraste era sorprendente.
No sólo leen con dificultad los adultos que no han estudiado. Los extranjeros educados que aprenden un idioma cuyo alfabeto es diferente del propio experimentan los mismos problemas. Un investigador o un trabajador humanitario “occidental” que haya vivido durante décadas en Etiopía o Bangladesh y hable el idioma local con fluidez quizá lo lea toda su vida como un niño de primer grado. Se enfrenta a una maraña de letras que debe desentrañar una a una. Puede que la lectura le resulte demasiado tediosa y entonces la evita.
Estos hechos ilustran un fenómeno singular que puede denominarse “dislexia del adulto neoalfabetizado”. Al parecer, se hace significativo a los 19 años y probablemente nos afecta a todos. Los estudiantes universitarios que deben aprender un nuevo alfabeto después de los 18 años leen lentamente y durante décadas tienen dificultades para descifrar un texto. Varios estudios cognitivos y neurocientíficos muestran dificultades de lectura persistentes entre los adultos. La dislexia de los adultos puede explicar en parte los malos resultados de los programas de alfabetización de adultos en todo el mundo. Pero ha pasado desapercibida. Los educadores atribuyen estos fracasos a problemas sociales, falta de motivación de los alumnos o a defectos de organización. Sin duda, estos factores deben tomarse en cuenta, pero los resultados son igual de decepcionantes en alumnos tenaces. Y como esta extraña dislexia permanece invisible, es poca la investigación directa que se le ha dedicado.
Pero, ¿qué es una lectura fluida?, y ¿por qué es importante? Percibida como un banal rito de paso de la niñez, requiere no obstante cambios cerebrales específicos.
“Vacunar” contra el analfabetismo a los niños
La lectura es el resultado del aprendizaje perceptivo; durante los primeros milisegundos, está desconectada de toda comprensión. Con la práctica, el cerebro aprende a reunir y descifrar al mismo tiempo el contorno de las letras. Lo hace más eficazmente cuando ha aprendido los símbolos por separado, insistiendo en las analogías formales. La práctica combina unidades pequeñas en unidades más grandes. Aprender algunos alfabetos y sistemas ortográficos requiere más tiempo que otros. Pero en todas las culturas, de Francia a China, el hombre utiliza las mismas estructuras cerebrales para leer.
En un primer momento, el alumno descodifica las letras por separado mediante un esfuerzo consciente. Después de docenas de horas de ejercicio, este tratamiento migra a una parte del cerebro que reconoce las palabras como si se tratara de rostros. A continuación, basta un vistazo para descifrar una secuencia de letras, como si fueran los rasgos de un rostro. Al mismo tiempo, la lectura se convierte en fácil, automática. No podemos ya dejar de leer, del mismo modo que no podemos dejar de reconocer los rostros de las personas que conocemos. La velocidad así alcanzada es de 45 a 60 palabras por minuto.
Con el aprendizaje perceptivo, el hombre puede aprender a reconocer una huella, la notación musical, los números, las ecuaciones matemáticas, las constelaciones o los signos tempranos del tiempo que va a hacer. Y puesto que esa función visual se adquiere y se ejerce con regularidad, permanece en la memoria. Podemos pues “inmunizar” a los niños contra el analfabetismo.
Curiosamente, no es necesario conocer un idioma o su escritura para poder leerlo de corrido. Con fines religiosos, millones de niños de todo el mundo aprenden a leer textos en un idioma que les es desconocido y cuya escritura difiere de la de su lengua nacional. El aprendizaje es mucho más fácil cuando existe correspondencia entre las letras y los fonemas, como en español o hindi, a diferencia del inglés o el jemer, cuyas ortografías no son coherentes. Pero para comprender un texto tiene que haber fluidez: las presiones de la memoria a corto plazo requieren velocidad. Un adulto educado lee de 250 a 350 palabras por minuto.
Los niños que abandonan la escuela después de haber adquirido esa automaticidad son capaces de leer las inscripciones presentes por su entorno y de ejercitarse lo suficiente como para mantener y mejorar sus habilidades de lectura. Tal fue el caso de Sofía, mi ama de llaves. Pero si salen de la escuela sin ser capaces de leer con fluidez, el descifrar letra por letra se hace demasiado tedioso. Como María y mi tía paterna, pueden pasar ante un cartel o el nombre de una calle sin poder leerlos.
Por desgracia, esta capacidad de automatizar la lectura de un gran número de símbolos tiene una vida limitada. Algunos circuitos neuronales subyacentes a la percepción tienen períodos sensibles y experimentan en la adolescencia una desaceleración gradual. Si el proceso de automatización se interrumpe durante varios años, el niño puede perder un tiempo valioso que ya no podrá volver a recuperar.
La fluidez debe adquirirse antes de los 18 años
El desplazamiento masivo de refugiados en el siglo XXI ha provocado una grave crisis de analfabetismo. Muchos niños han visto sus estudios interrumpidos en una edad crucial. Trasplantados de Siria a Grecia y a Alemania, tal vez nunca automatizarán el conocimiento perceptivamente exigente de los caracteres árabes. Para algunos, la ruptura, sin duda, será definitiva. Y el exilio no es la única amenaza que pesa sobre la alfabetización de los niños. Los países de bajos ingresos han ampliado sus sistemas escolares sin saber bien cómo enseñar a los desfavorecidos, produciendo una generación de analfabetos escolarizados. Esta situación se ve agravada por el uso del inglés o del francés, de ortografía compleja. Por lo que un gran número de estudiantes africanos son capaces, a lo sumo, de descifrar algunas letras o palabras en ambos idiomas. Algunos asistirán de adultos a clases de alfabetización, pero según el Banco Mundial es probable que sea demasiado tarde para que puedan adquirir los automatismos necesarios.
Estas realidades neurológicas también tienen implicaciones para los Objetivos de Desarrollo Sostenible(link is external). Según el ODS 4.6, de aquí al año 2030 los gobiernos deben garantizar que todos los jóvenes y una considerable proporción de hombres y mujeres adultos puedan leer, escribir y contar. Para facilitar el aprendizaje y apoyar a los maestros en su tarea, debe existir una implicación de la investigación neurocognoscitiva.
Activar la función del aprendizaje perceptivo no requiere actividades pedagógicas especialmente elaboradas. Los docentes deben enseñar las analogías grafofonológicas y multiplicar, debidamente comentados, los ejercicios en clase. El ejercicio práctico ayuda a vincular las unidades pequeñas a las grandes, las palabras y las frases. Es esencial usar libros voluminosos o una gran cantidad de libros para facilitar el desarrollo de la competencia de reconocimiento “facial”. Los libros deben estar impresos en letras grandes y espaciadas para satisfacer las necesidades visuales del cerebro. La escritura apoya la lectura, debemos pues adquirir vocabulario para comprender los textos. Como el proceso de lectura es universal, de 45 a 60 palabras pueden ser el criterio aproximativo del automatismo en casi todos los idiomas y alfabetos. Para que el niño aprenda por los textos el placer de la lectura esta velocidad debe alcanzarse a fines del segundo grado.
Los donantes y los gobiernos reciben una gran cantidad de consejos confusos en materia de lectura. Los métodos tradicionales de aprendizaje letra por letra, más adaptados al funcionamiento del cerebro, se han sustituido por un enfoque global de las actividades del lenguaje que refleja los puntos de vista de la clase media. Esto puede tener graves consecuencias para los pobres. Los alumnos de lenguas gráficamente coherentes pueden desde el primer año progresar en lectura lo suficiente como para resistir a las interrupciones ulteriores de la escolaridad. Esto era posible con los antiguos silabarios. Pero la introducción de métodos “modernos” ralentiza este proceso y expone a los escolares a los imponderables de la vida, así como al riesgo de convertirse en analfabetos funcionales.
El Día Internacional de la Alfabetización nos recuerda que debemos asegurar la automaticidad desde la infancia. Como esta función tiene un límite temporal, es preciso que a los 18 años a más tardar todos los niños lean con soltura en uno o más alfabetos. En el futuro, puede que la investigación biomédica mitigue este fenómeno neurológico, pero de aquí a 2030 el objetivo es claro. Las guerras y los desplazamientos de poblaciones parecen ser inherentes a la evolución humana, y la comunidad educativa debería estar dispuesta para afrontar estos fenómenos. Los gobiernos y los donantes deben aplicar las investigaciones existentes para la adquisición de la automatización desde el primer año de escuela. Así, si una emergencia llegara a interrumpir el proceso educativo, los adultos tendrán un futuro similar al de Sofía, y no al de María.