Las mujeres del Kurdistán que se enfrentaron al Estado islámico
Estas son algunas de las enseñanzas de la revolución kurda, encabezada por mujeres del Kongra Star, que hoy cumple 8 años de vigencia, y que cambió el sentido de la vida pluricultural del Medio Oriente.
Texto: Rosa R. y Daliri Oropeza
Foto: Cortesía
De palabra cálida pero firme, Alessia Dro acepta hacer esta entrevista por llamada telefonica. Originaria de Cerdeña, se escucha su acento sardo-italiano. Es integrante del movimiento de Mujeres Kurdistán, que actualmente tiene presencia en América Latina.
Ella vivió en Kobane la reconstrucción total del tejido social, gracias al levantamiento y organización de las mujeres.
Presenció el modo en que se llevó a cabo el proceso de reconstrucción de esta ciudad localizada en la frontera sirio-turca. Esto, después de que cada edificio, casa, tienda y calle estaban en ruinas. Todo el día se la pasaba en las juntas vecinales asamblearias donde discutían cómo reconstruir la ciudad, como imaginar un gobierno propio, cómo salir de las dinámicas de la guerra.
Las comunas iban cotidianamente eligiendo su forma de trabajar sin explotación; como reconstruir la ciudad. Desde la construcción de una carretera, cómo hacer del reciclaje de material, aún con el embargo dictado por Turquía.
El papel de las mujeres se tornó en guía, brújula y parteaguas de la existencia de un pueblo. Alessia acepta esta entrevista con Pie de Página, hoy que se cumplen 8 años de la revolución que marca a Medio Oriente por venir de las mujeres. Ellas, igual toman las armas, igual se abrazan para tejer los saberes del Kurdistán.
Alessia habla de las dimensiones de convivencia que esta revolución ha provocado entre diferentes pueblos y espiritualidades. Incluso, narra, se han creado espacios interreligiosos, comunas, vecindades donde las personas se expresan en diferentes idiomas y se entienden. Eso fue lo que rompió el régimen autoritario nacionalista sirio de y los ataques por parte del Estado Islámico.
Celebrar la revolución de las mujeres
—¿Qué es lo que se festeja el 19 de julio y por qué es importante para las mujeres?
El 19 de Julio se festeja, en Kurdistán, y en todo el mundo, con numerosas acciones de solidaridad global, el inicio de la Revolución en Rojava.
La Revolución de Rojava surgida en 2012 después del proceso culminante de las Primaveras Árabes. Enmedio de un conflicto internacional en Siria, representa una alternativa a los poderes del estatus quo. En una resistencia de mujeres histórica, rechazando al mismo tiempo los ataques de Turquía y de sus bandas aliadas del Estado Islámico, celebra hoy su octavo aniversario.
Estos ocho años, y muchos más a venir, por las nuevas generaciones que crecen con una mentalidad liberada, han sido vividos fuera de la tríada inseparable del capitalismo, del Estado-Nación y del patriarcado. [Se han vivido] en un área auto-gobernada por una confederación de diferentes pueblos (árabes, armenios, circasianos, chechenos) hoy conocida como la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria.
Desde el estallido de esta revolución, las mujeres han sido las más activas en su liderazgo; y han participado en todas las áreas de trabajo organizativo, político, militar y social. Han sido pioneras en todas las actividades que ha desarrollado esta revolución para llevarlas a un nivel real y garantizar la autonomía de decisión de las mujeres en cada aspecto de la vida.
El 19 Julio del 2012 desde las calles de la ciudad de Kobane, una sublevación popular se extendió a los otros dos cantones, de Afrín y de Cizire, transformando las municipalidades del régimen del Estado Sirio en Casas del Pueblo, mientras, en cada barrio, las mujeres, autónomamente organizadas, transformaron institutos estatales vacíos en Casas de las Mujeres.
Desde entonces hasta hoy, en cada uno de los cantones, más allá de los tres primeros que existían, cada distrito, en cada barrio, es ocupado por las Casas de las Mujeres.
Casas de mujeres
Las casas de mujeres son casas auto-gestionadas que administran, desde una perspectiva de abolicionismo de la cárceles, la justicia social, la salud, la economía cooperativista no capitalista; representan el centro organizativo de las comunas autónomas sólo de mujeres.
Dentro de un conflicto internacional para el poder global, conflicto que se juega hoy en Medio Oriente y especialmente en Siria.
Las mujeres fueron quienes se insurgieron desde el 2012; ello frente a la oposición binaria entre dos vías definidas por el estatus quo, el régimen nacionalista de Bashar-Al-Assad y los rebeldes islamistas. Las mujeres crearon un tercer camino de autogobierno autónomo de diferentes pueblos según los principios del Confederalismo democrático; una visión del mundo que piensa que la fundación de un Estado nunca permitirá la libertad de los pueblos.
El 19 de julio es principalmente una fiesta de las mujeres. Pienso en el 8 marzo histórico de Ciudad de México y visualizo hoy las calles de Kobane en resistencia, vinculadas por un mismo asunto: las mujeres somos hoy una parte importante de la revolución. Somos quienes hacen posibles los cambios a escala mundial.
—¿Qué retos han superado las mujeres en estos años de Revolución?
Han superado imposiciones desde un sistema fuertemente patriarcal y feudal. Abolieron la poligamia, el matrimonio infantil, la prohibición del aborto; han luchado en cada campo a través de formaciones específicas para la transformación del hombre, contra el sexismo social.
La lucha contra la violencia doméstica y los llamados «asesinatos por honor» han sido fundamentales. La Mala Jin (Casa de las Mujeres) ayuda a las mujeres a abandonar parejas violentas, apoya la independencia económica y se organiza contra el sexismo y la violencia en la comunidad. Estoy escuchando y examinando casos individuales visitando a las mujeres que confiaron en ella.
Desde la creación de la primera Mala Jin en 2012, el Movimiento de mujeres ha extendido su creación por pueblos y ciudades. Se consideran entre las instituciones más eficientes que se ocupan de los problemas sociales de las mujeres y son una de las razones por las cuales las personas se refieren a los logros de esta región como una «Revolución de las mujeres».
De manera especial, en el 2016 las comunidades en lucha proclaman su autonomía y redactan la Carta del Contracto Social, se inaugura pues la Administración Autónoma con una Carta de principios de convivencia entre pueblos basada sobre la liberación de las mujeres, la ecología, la autonomía democrática y el autogobierno.
Después de haber escrito esta Carta, las mujeres deciden reunirse autónomamente en cada comuna de un amplio territorio de casi 4.5 millones de personas para elaborar sus propios principios revolucionarios. Nos recuerda un proceso que también las mujeres zapatistas realizaron con la Ley revolucionaria de mujeres como un proceso en continuo avance.
En el caso de Rojava los principios elaborados por las mujeres iban extendiéndose a toda la sociedad y eran garantizados en y por las Casas de las Mujeres.
Pero sobre todo lo que han superado la mujeres en estos años de revolución es la concepción misma de lo que significa revolución, según la cual, la transformación social llega primero con la liberación nacional y después llega el momento de ocuparse de lo que sería asunto de las mujeres, lo que en la historia las llevo a una domesticación.
Las mujeres siempre hemos sido protagonistas de grandes estallidos pero sin embargo una vez terminado el proceso de liberación hemos sido relegadas a lugares secundarios. La mujeres en Rojava han planteado desde el inicio del proceso que ninguna transformación social va a ser posible sin la liberación de las mujeres como su centro.
Dentro del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) las mujeres desde los años 1980 rompieron con cada domesticación, formaron sus autodefensas femeninas en las montañas, y cada logro que las guerrilleras alcanzaron lo transmitieron inmediatamente a la sociedad.
Los logros filosóficos del PKK, a través de su movimiento de liberación de las mujeres, se han transmitido en el Norte y Este de Siria desde los años 1990 con la formación popular.
La cotidianidad de la guerra
—¿Cuál es la propuesta vigente de la Revolución frente a la guerra en Medio Oriente?
Esta es una pregunta importante. El mundo entero debería preguntarse, ante una Tercera Guerra Mundial que está en curso desde más de dos décadas en Siria, cómo puede el Medio Oriente, y el mundo entero, liberarse del caos de esta guerra global que está generando la crisis humanitaria más grande de la historia.
De este conflicto, de hecho, depende la realización de la democracia de los pueblos, no sólo en esta área, sino en escala planetaria, en el mundo entero. Preguntarnos que significa verdaderamente democracia, hoy es fundamental.
Cuando Estados Unidos invadió el Medio Oriente en 2004 dijo que aquella era su democracia; tienen un proyecto de colonización del Medio Oriente que ahora están dejando de lado para enfocar su proyecto de expansión hegemónica sobre América Latina.
Sin embargo, los pueblos, las comunidades, desde el autogobierno, están expresando otra visión de democracia, en la auto-administración sin poder, sin Estado, con un proyecto autónomo.
Un Medio Oriente confederado significa poder restablecer la paz en una área que ha sido una creación artificial de fronteras organizada por el colonialismo europeo. El proyecto del Confederalismo democrático va mas allá de estas fronteras creando alianzas entre pueblos y sus autogobiernos sin que esto sea atado a una lengua única, a una cultura específica, a una religión concreta o a una sola interpretación de la historia. Es un proyecto plural de largo plazo que se está realizando y expandiendo desde la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria.
Oponerse a la guerra solamente, no es resistir, resistir es vida, decimos en kurdo, o sea vivir y decidir cómo: con amor profundo hacia la libertad, así dice una famosa consigna kurda, elaborada en los años 80 en las sublevaciones dentro de las cárceles de Turquía.
Resistir no es sólo decir no a las imposiciones de los Estados, significa crear transformaciones y alternativas comunales de vida.
Y el asunto no es cuántas contradicciones y desacuerdos tenemos, el asunto es con qué mecanismos colectivos de solución de los problemas logramos seguir avanzando juntes.
Es algo que puede resonar hasta Chiapas, lo que se practica en la revolución en Rojava cuando decimos que acordamos vivir, según principios, en procesos de largo aliento, no solo para sobrevivir.
—En la cotidianidad, ¿en qué consiste la liberación de las mujeres y por qué representa un peligro para Turquía o cualquier otro Estado?
—La mujeres en Kurdistán han roto con una domesticación impuesta por todos los Estados coloniales; por las familias conservadoras y también por su propios compañeros de lucha.
Mientras Turquía impone arrestos a las mujeres que se oponen a leyes teocráticas, homofóbicas y misóginas, como por ejemplo la ley “Cásate con tu violador” —que fundamentalmente legaliza el matrimonio infantil en un país dictatorial–, en Rojava las mujeres se solidarizan con la resistencia en las cárceles de Turquía. Van prohibiendo todo tipo de actitud sexista desde su insubordinación y a través de un cambio muy profundo. Desde la despatriarcalización que están logrando hacer dentro de la mentalidad dominante de los hombres.
Puedo contarte de la liberación de la ciudad de Kobane, durante el proceso de liberación del ISIS (Estado Islámico) en Rojava hace 4 años.
Los cambios y los logros desde entonces han sido inmensos. Mujeres de diferentes pueblos unidas, en un momento de reconstrucción de la ciudad, han creados juntas desde sus asambleas populares alternativas de vida libre en común.
Los expertos decían que en 3 años la ciudad estaría en pie. De inmediato iniciaron los trabajos de las comisiones auto-organizadas para su reconstrucción. En 6 meses la ciudad estaba de pie; y las familias que tuvieron que huir durante la guerra repoblaron las calles y retomaron sus casas dañadas; pero al retorno repararon los daños y se instalaron en lugares más amplios porque sabían que ahí tendrían una vida libre.
Las mujeres en este proceso decidieron juntas sobre cómo configurar el espacio urbano, sobre que soluciones ecológicas, sobre la educación, que se da siempre de forma inter-generacional y además en una sociedad en donde no hay racismo y clasismo y, que vive desde el trabajo liberado. No vinculado al trabajo salariado y a lo monetario, que ha eliminado la explotación en todo ámbito de la sociedad.
Desde las Casas de las mujeres autónomas no vamos a querer los mismos derechos de los hombres; vamos queriendo romper en lo cotidiano y en cada momento de nuestra vida con el patriarcado.
El pueblo kurdo nunca formó parte de un Estado centralizado. En realidad, durante estos 100 años hubieron muchísimas rebeliones y luchas contra ello. En Oriente Medio no tiene sentido apostar por crear nuevos Estado-nación, nuevas fronteras artificiales, dividir comunidades y pueblos. El Confederalismo democrático busca que esas fronteras pierdan todo su sentido.
El camino no es la destrucción
Contra los intentos de victimización del estado turco y en oposición también a la hipersexualización y fetichización de las guerrilleras kurdas realizadas por los medios de comunicación occidentales, la respuesta de auto-organización social de las mujeres en cada aspecto de la vida ha sido el corazón más profundo de esta transformación revolucionaria.
Esto es nuestro camino autónomo, el objetivo no es la destrucción. Toda la energía que se pondría para eso, se utiliza para construir otros caminos, que sean basados sobre el autogobierno, la autodefensa, la ecología.
En los Consejos vecinales se decide desde abajo sin centralización de las decisiones. De manera práctica, las comunas siempre se eligen a un hombre, una mujer y una delegada de una minoría étnica, siguiendo desde abajo y sin centralización el camino de la transformación en cada ámbito de la vida social.
Mueren mujeres en ataques recientes
—¿Podrías darnos una actualización de los constantes ataques por parte de Turquía hacia Kurdistán y hacia la revolución en general?
Turquía quiere invadir el Norte y Este de Siria e Irak porque quiere crear un nuevo imperio otomano en el área. Sus bombardeos constantes y sus ataques genocidas representan ofensivas directas contra la libertad, física, económica, espiritual de las mujeres. Un ejemplo es lo que pasó hace pocos días en Kobane, ciudad símbolo de la liberación del fascismo. Ahí las mujeres derrotaron en una lucha feroz, desde sus brigadas populares de autodefensa, al Estado Islámico apoyado por Turquía. Justo a las afueras de Kobane, la noche del 23 de junio, en la aldea de Helence, Zehra Berkel, miembro de la Coordinación de Kongra Star, del Movimiento de Liberación de las Mujeres de la Región del Éufrates, la Madre Emîna Weys y Hebun Xelîl, mujeres igualmente comprometidas en el movimiento de mujeres, fueron asesinadas en un ataque con drones aéreos armados por el Estado turco. Y en Besre, en Deir-ez-zor, realizaron un brutal ataque a la Casa de las Mujeres. Todos los aliados del Estado turco son igualmente responsables de estos ataques y masacres: la coalición internacional, el Estado ruso, Estados Unidos…
Frente a estos ataques, las mujeres del Kongra Star nos han recordado que “cuántas más mujeres conozcan nuestro pensamiento y se organicen, más temerán las fuerzas enemigas”. Ellas son conscientes de que “dentro del sistema de ocupación fascista y asesino no hay lugar para la existencia de las mujeres por esto hay que garantizar la libertad de las mujeres y la libertad de todos los pueblos del mundo mediante la memoria de las compañeras Zehra, Emina y Hebun”. Saben, sabemos que desde Rojava hasta México, organizadas, acabaremos con el feminicidio.
En Raqqa, antes capital del califato, ocupada el Estado Islámico de 2013 a 2017, hoy las mujeres amplían su comunas, deciden sobre su formación y la lucha que están llevando adelante, ¡se trata de una lucha contra el fascismo y contra el imperialismo global!
Los Estados pretenden socavar los logros de esta revolución porque las mujeres representan la piedra angular del desarrollo y del éxito de cambio pero los poderes mundiales deben tener en cuenta hoy las mujeres del Norte y el Este de Siria se han comprometido a continuar su lucha y a intensificar su resistencia contra todos los ataques posibles y para proteger los logros de la Revolución del 19 de julio con toda su fuerza, para la humanidad.
En este sentido, apoyar, conocer, defender la Revolución de las mujeres, hoy significa defender la humanidad entera ya que en el Kurdistán las mujeres toman su rol de resistencia y le están plantando cara al Estado fascista turco y a todos sus aliados criminales. Ya sean bandas de yihadistas, Rusia, Estados Unidos o el resto de países de la OTAN. Y mientras pasa esto también en el resto del mundo, millones de mujeres hacen de su resistencia la fuente de vida contra la destrucción que conlleva el patriarcado, contra un feminicidio que ha aumentado en cada rincón del mundo.
—Desde la organización kurda, ¿qué podrías compartir con los movimientos de mujeres en México y en América Latina en el combate contra la violencia?
En los últimos años por el vínculo con una acumulación histórica de experiencia de lucha, las mujeres en México han adquirido una fuerza y organización colectiva sin precedentes.
Pienso a las ocupaciones estudiantiles feministas, a la resistencia de las mujeres indígenas contra la devastación ambiental y en defensa de la vida. Defendernos mutuamente nuestra lucha en común, aumentar en conjunto espacios de libertad, saber que aprendiendo la una de la otra, desde la escucha profunda podemos alcanzar cambios enormes.
Tenemos que superar lo que nos separa, si hay una desconfianza esto es debido a todo lo que desde el patriarcado hemos interiorizado: para nosotras auto-defendernos significa, antes que nada, liberarnos juntas haciendo una revolución mental desde la crítica y la autocrítica y desde el amor y el cuidado mutuo.
En la revolución aprendemos a trabajar la cercanía, esto significa mirarse a los ojos desde el corazón, tener pensamiento, voluntad, organizaciones libres comunales autónomas para reconocer nuestra historia de lucha común como mujeres y disidencias.
Cuando hablo de historia común hablo de la que vincula desde siglos: la lucha de las mujeres y de identidades no binaries de México y América Latina a las de Kurdistán; que en el curso de la historia se han nutrido mutuamente.
Si hay un lugar del mundo en donde la historia colonial y de resistencia de las mujeres, como un río, alcanza niveles analógicos y similares enormes con el Medio Oriente, este lugar es Nuestra América.
Este cauce donde fluimos tenemos que repasarlo juntas, desembocando en marea y océano imparable.
Me llegan a la mente las palabras de María Lugones, pensadora, filósofa argentina, pionera del pensamiento descolonial, que falleció hace unos días. En nuestra cultura de lucha, retomar los nombres de las luchadoras, los actos de libertad, significa tenerlas en vida encarnado sus actitudes y fuerzas su ejemplo en el cuestionarnos.
Así revivimos la una en la otra, superando además un binarismo, lo que se dice que está entre muerte y vida. María Lugones dijo en una entrevista una vez- quizás pensando a un acto muy concreto desde la prácticas indígenas- que resistir, significa tejer.
Hoy celebramos una Revolución viva y en expansión. En una lucha enorme contra todos las potencias internacionales, que necesita por esto del compromiso y del apoyo de todas las fuerzas antipatriarcales mundiales.
Desde hace 8 años y contra todas las previsiones, en Rojava ha sido construido un mundo donde caben muchos mundos, desde esta revolución surgió un proceso de abajo, autogestivo, anticapitalista y feminista que hoy sigue fuerte en una resistencia feroz. La Revolución de Rojava nos dice que, son muchas más las que surgirán, las que, en una fuerte lucha, juntas, podemos construir.
Botas llenas de Tierra. Tejedora de relatos. Narro sublevaciones, grietas, sanaciones, Pueblos. #CaminamosPreguntando De oficio, periodista. Maestra en Comunicación y cambio social. #Edición #Crónica #Foto #Investigación
Fuente de la Información: https://piedepagina.mx/las-mujeres-del-kurdistan-que-se-enfrentaron-al-estado-islamico/
Este texto, titulado Identidades feministas y teoría crítica, gira en
torno a tres cuestiones fundamentales definidas en sus tres capítulos.
Partiendo de la realidad de discriminación de las mujeres, se analiza el
sentido y el contexto de la nueva ola de la activación cívica feminista y
la configuración de las identificaciones. Así mismo, se valoran
diversas aportaciones teóricas de pensadoras feministas como las
norteamericanas Judith Butler (Deshacer el género), Nancy Fraser
(Capitalismo. Una conversación desde la teoría crítica) y Patricia Hill
y Sirma Bilge (Interseccionalidad). Igualmente, se analizan varios
libros recientes de feministas españolas, entre ellas Clara Serra
(Leonas y zorras. Estrategias políticas feministas), Carmen Heredero
(Género y coeducación), María Pazos (Contra el patriarcado.
Economía feminista para una sociedad justa y sostenible) y María
Martínez (Identidades en proceso).
Tomado de la Introducción
Puede descargar el libro completo aquí: rebelion.org/download/identidades-feministas-y-teoria-critica-antonio-anton-moron/?wpdmdl=611799&refresh=5f0126141f8c11593910804
Fuente de la Información: https://rebelion.org/download/identidades-feministas-y-teoria-critica-antonio-anton-moron/?wpdmdl=611799&refresh=5f0126141f8c11593910804
¡Mujeres en la primera línea de la crisis sanitaria y en el combate contra el capitalismo patriarcal y racista!
Manifiesto internacional de la agrupación feminista, socialista y revolucionaria Pan y Rosas
FOTO: Nuestra compañera Tre Kwon, enfermera de New York, manifestándose frente al hospital con otras trabajadoras, reclamando equipos de protección
Hace cien días, el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud reconocía que la covid-19 se había convertido en una pandemia global. Desde entonces, el coronavirus -que había saltado de China y otros países asiáticos a Europa- se propagó a todos los continentes, dejando medio millón de personas muertas y varios millones de infectadas.
Hoy, a cien días del inicio de la pandemia, la cifra de muertes de Europa ha sido superada por América Latina donde recién se está acercando a alcanzar el punto máximo de la curva de contagios y fallecimientos. Pero, además, el cierre de fábricas, comercios, escuelas, las restricciones de viajes y espectáculos, tuvieron un impacto inmediato en la vida de millones de familias del pueblo trabajador. Se estima que, en solo tres meses, se perdieron casi 300 millones de puestos de trabajo y 60 millones de personas cayeron bajo el umbral de pobreza extrema, sumándose a los 700 millones que ya sobrevivían con menos de dos dólares diarios, antes de la pandemia.
Mientras tanto, los Estados capitalistas fortalecieron sus fuerzas represivas durante la pandemia, con el incremento de la vigilancia y el control social, pero también aumentando la represión contra la clase trabajadora y los sectores oprimidos, en particular contra la comunidad negra. El reciente asesinato de George Floyd en Minneapolis, se da en este contexto de una creciente violencia policial y de los grupos supremacistas blancos apoyados por Trump, contra la población negra, como ocurrió también con el crimen de Breonna Taylor, una trabajadora sanitaria asesinada por la policía en marzo pasado, mientras dormía en su casa en Kentucky.
Pero, el racismo, la xenofobia, el sexismo y la transfobia de Donald Trump ya han desatado masivas movilizaciones que, ahora, desafían los “toques de queda” y enfrentan la represión ordenada por gobernadores y alcaldes, tanto republicanos como demócratas. El grito de “Black Lives Matter!” (Las vidas negras importan) y, durante el mes del orgullo, el lema “Black Trans Lives Matter” (Las vidas negras trans importan) encendieron la bronca y la solidaridad que se esparcieron como reguero de pólvora desde Brasil hasta Alemania, desde Gran Bretaña hasta Argentina. En Francia, miles se movilizaron contra el racismo y los crímenes cometidos por la policía, convocados por Assa Traoré, la hermana del joven Adama, asesinado dentro de una comisaría en 2016. En Brasil, las mujeres denunciaron el
asesinato de sus niñas y niños dentro de sus casas, pidiendo justicia por Miguel y João Pedro.
El odio racista que destila el gobierno de Trump es la muestra exacerbada de la profunda y estructural segregación de la población afrodescendiente en los Estados Unidos. Algo que también se evidencia en la pandemia, donde la mayoría de las víctimas son personas negras y pobres. En Chicago, donde la población negra representa apenas un tercio del total de habitantes, cargan con el 73% de las muertes por coronavirus. En Milwaukee, son el 26% de la población y representan el 81% de los muertos. Cifras similares se repiten en Michigan, donde el 14% de la población es afrodescendiente, pero son el 40% de los muertos durante la pandemia. Una situación que se vive no solo en los estados gobernados por el Partido Republicano, sino también en aquellos donde gobierna el Partido Demócrata.
Las personas afrodescendientes son quienes pusieron en riesgo su vida, junto a la comunidad latina y migrante, en los trabajos de servicios esenciales, en los trabajos precarios, sin protección sanitaria. Y son un sector significativo entre los 40 millones de trabajadoras y trabajadores que tuvieron que tramitar el seguro de desempleo de la noche a la mañana, durante esta pandemia. Si la rebelión antirracista contra la violencia policial en Estados Unidos encontró eco en todo el mundo, es porque la comunidad negra, como la población migrante, en todo el mundo se han convertido en las víctimas preferenciales del coronavirus, cuyo riesgo de mortalidad está estrechamente vinculado a la precariedad y las condiciones de superexplotación, agravadas por el racismo. Las mujeres negras en Brasil -el país, fuera del continente africano, con la población negra más numerosa- reciben hasta un 60% menos de salario que los hombres blancos y son las que pierden a sus hijas e hijos a manos de una de las policías más asesinas del mundo. Son las mujeres negras las que están más sometidas a la precarización laboral, los peores trabajos y las que sufren las peores consecuencias de los abortos clandestinos.
FOTO: Nuestra compañera Leticia Parks al frente de Pão e Rosas, en São Paulo
Para las mujeres, también hubo otras consecuencias particulares de la pandemia: el cierre de escuelas, centros de infancia y recreación para niñas y niños, como las propias condiciones del confinamiento, aumentaron la carga de tareas de cuidado que realizan las mujeres en sus hogares. Esto es aún peor para las mujeres que sostienen solas a su familia, para las que se vieron obligadas a seguir trabajando, las que se quedaron sin empleo y las mujeres de los sectores populares. Además, se estima que unos 18 millones de mujeres que tenían acceso a métodos anticonceptivos pueden haberse quedado sin ellos durante la pandemia, ya que, en muchos países escasearon durante estos meses y resultó imposible adquirirlos en medio de las restricciones. Por otra parte, los recortes presupuestarios de los sistemas sanitarios -previos a la pandemia- también limitaron su capacidad operativa y, entre otras consecuencias, hoy se estima que una reducción de apenas un 10% del acceso a servicios de abortos seguros en los países más empobrecidos, habría producido 3 millones de abortos clandestinos con la muerte de alrededor de 28 mil mujeres, mientras otros 15 millones de mujeres terminarían asumiendo embarazos no deseados. Y, durante los confinamientos dictados por los gobiernos en todo el mundo, se incrementaron en un 30% las denuncias por violencia de género.
Hoy, a 100 días de que se declarase la pandemia global, el personal sanitario -donde más de un 70% son mujeres- aún está lidiando con la saturación de las unidades de cuidados intensivos en algunos países y, en otros lugares, ya empieza a alertar sobre la falta de recursos para afrontar las secuelas de ansiedad, miedo y estrés que produjeron tanto la pandemia como la inseguridad laboral, la pérdida del salario y la falta de recursos para familias enteras. También están denunciando la falta de inversión y preparación de los gobiernos, ante posibles rebrotes del coronavirus, como también exigiendo mayores recursos para la Salud Pública.
Pocos días antes de que la OMS declarara la pandemia global, millones de nosotras nos habíamos movilizado en cientos de ciudades de todo el mundo, como lo hicimos en todos los 8 de marzo de los años recientes, para conmemorar el Día Internacional de las Mujeres en las calles, por nuestros derechos, contra la violencia sexista y los feminicidios, por la legalización del aborto, contra la precarización laboral… Por eso, las mujeres que firmamos este manifiesto, a 100 días que se declarara la pandemia de covid-19, nos dirigimos a todas aquellas a las que los capitalistas nos ponen en “la primera línea” de la superexplotación y la precariedad; a las que trabajamos en “la primera línea” para la reproducción de nuestras familias sin ningún salario, pero que también trabajamos en las primeras líneas de múltiples servicios e industrias esenciales para garantizar la vida social. A las que cobramos menos salario que nuestros compañeros y no tenemos acceso a las mismas categorías laborales, pero somos las que estamos en “la primera línea” produciendo más y más beneficios para un puñado de capitalistas; a las que ocupamos “la primera línea” en la lucha contra la miseria y el hambre, sobreviviendo a expensas de nuestro propio trabajo bajo las peores condiciones. Hoy, nos dirigimos a todas aquellas mujeres, las organizadas sindicalmente y sin derecho a organizarse, nativas, negras, migrantes, racializadas, indígenas, campesinas, a las madres de personas torturadas, encarceladas, desaparecidas y asesinadas por la violencia de los aparatos represivos del Estado, a las defensoras del territorio, a las jóvenes estudiantes, activistas lesbianas y transgénero.
Queremos organizarnos en la primera línea de la lucha económica, social y política, contra las patronales, los gobiernos y los partidos que representan sus intereses, contra la burocracia sindical que nos divide y limita nuestras fuerzas. Nuevamente, como tantas otras veces en la Historia, estamos dispuestas a estar en la primera línea de la lucha de clases, tomando el cielo por asalto.
FOTO: Pan y Rosas – Argentina en una manifestación por la legalización del aborto frente al Congreso Nacional
1. La pandemia del coronavirus no es “natural”: tiene profundas raíces y graves consecuencias económicas y sociales
El origen de esta pandemia se encuentra en la brusca ruptura de los equilibrios ecológicos provocados por el avance desenfrenado del agrobusiness. Su veloz propagación, por todo el planeta, fue de la mano de las cadenas globales de valor que, en las últimas décadas, expandieron inusitadamente las fronteras del capital en búsqueda de una mayor rentabilidad. Pero, además, la pandemia estalló brutalmente en países cuyos sistemas sanitarios venían de décadas de planes de austeridad, ajustes presupuestarios, despidos y vaciamiento; mientras la industria farmacéutica invertía en desarrollos para enfermedades “rentables” y los gobiernos desoían o desfinanciaban los programas de investigación sobre epidemias.
Tampoco se puede afirmar que las decenas de miles de muertes provocadas por la covid-19 son la consecuencia inevitable de la propagación del virus: los gobiernos tardaron en responder a las alertas y en paralizar las actividades no esenciales por resguardar al máximo el lucro capitalista; luego, impusieron confinamientos drásticos y globales, sin testeos masivos ni ampliación, a tiempo, de la capacidad hospitalaria. Y después, también se apresuraron en enviarnos de regreso al trabajo, sin información clara ni medidas de prevención e higiene adecuadas, por el mismo motivo. En la mayoría de los países, se evitó al máximo avanzar sobre el sistema privado de salud y tomar otras medidas fundamentales para no afectar los intereses de los capitalistas.
Mientras nos acercamos a la cifra de 500 mil muertes, también denunciamos que no es “natural” -como ya señalamos- que en algunas ciudades de Estados Unidos, donde las personas afrodescendientes constituyen un 30% de la población, sean el 70% de los muertos por coronavirus. Lo mismo sucede con las comunidades latinas en ese país y se repite en los barrios pobres de todas las grandes metrópolis imperialistas, donde habitan, mayoritariamente, familias migrantes. En los países dependientes, la situación es aún mucho más terrible. Las tasas de contagio y mortalidad segmentadas demuestran que no es lo mismo afrontar la pandemia con viviendas adecuadas, agua corriente, cloacas, alimentación equilibrada, acceso a los productos de prevención e higiene, que sin todo eso. La conclusión es que cualquiera puede contagiarse de coronavirus; pero la exposición de las personas al contagio y la distribución de los recursos para enfrentar la enfermedad es profundamente desigual, afectando con especial dureza a las clases explotadas y los sectores oprimidos. Quienes estamos más expuestos al contagio y la muerte somos las trabajadoras y trabajadores, precarias, afrodescendientes, indígenas, campesinas, migrantes, poblaciones urbanas empobrecidas, hacinadas y marginalizadas, sin techo…
El virus no hizo más que acelerar, condensar y exponer las brutales contradicciones del sistema capitalista, que se encuentra en su fase de declinación histórica. Mientras siguen los debates sobre cómo se originó el coronavirus y sobre cuáles son las verdaderas cifras de muertes provocadas por la desastrosa gestión de la pandemia, lo único claro para millones -en todo el mundo- es que, en el capitalismo, las ganancias, el lucro y los beneficios de unos pocos están por encima de nuestras vidas.
FOTO: Estudiantes y trabajadoras ferroviarias en huelga de Du Pain et Des Roses de Francia, en manifestación del 8M
2. El coronavirus no es responsable de la crisis capitalista que quieren descargar sobre nuestras espaldas
Los capitalistas y sus gobiernos están aprovechando la pandemia del coronavirus para multiplicar los despidos, los cierres de empresas, las suspensiones con rebajas salariales, a lo que le seguirán mayor precarización y empeoramiento de las condiciones de trabajo. Las cifras son tan brutales y escandalosas como las de los contagios que no pudieron evitar: en Estados Unidos, cerca de 40 millones de personas pidieron el seguro de desempleo; se produjeron caídas históricas de la producción en China y casi toda Europa. En todo el mundo, los rescates son esencialmente para los grandes capitalistas y sólo en menor medida, los países imperialistas están otorgando algunas ayudas insuficientes a la población, con el objetivo de evitar una parálisis mayor de la economía y, sobre todo, estallidos sociales. En los países dependientes, se prioriza el pago de las deudas externas, el rescate a los empresarios y los paliativos para millones de familias trabajadoras y pobres resultan irrisorios ante la catástrofe.
Pero el coronavirus no es culpable de esta crisis, que hunde sus raíces en las tendencias que se desarrollaron después de la anterior crisis de 2008: bajo crecimiento de la inversión y la productividad, alto endeudamiento de Estados y empresas y burbujas bursátiles, que ya anunciaban la posibilidad de una recesión antes de la pandemia. Las respuestas que ensayan los gobiernos al coronavirus solo han acelerado esa situación, más aún teniendo en cuenta que muchos sectores seguirán paralizados o con menor actividad y que nuevos rebrotes o una vacuna son aún incógnitas para los comités de científicos.
Los capitalistas buscarán salvarse con nuevos ataques sobre las clases trabajadoras y los sectores populares, mayores aún a los que vimos durante estos primeros 100 días: solo nos deparan miseria y hambre a miles de millones, recortes salariales y empeoramiento de las condiciones laborales, jornadas de trabajo más flexibles y elevados índices de desocupación. Por eso, cada conquista en condiciones y puestos de trabajo o salarios, por sistema de salud universales y de calidad, contra la destrucción del medioambiente, deberemos arrancarlas con la lucha. ¡Que la crisis la paguen los capitalistas!
FOTO: Pan y Rosas – México en la manifestación del 8M
3. El sistema capitalista no funciona sin la clase trabajadora asalariada y sin subordinar el trabajo gratuito de las mujeres en su beneficio
Aunque durante largas décadas de neoliberalismo, a nivel mundial, se deslocalizó, fragmentó y atacó a la clase trabajadora, la pandemia develó que tanto las trabajadoras y trabajadores -formales e informales- de la primera línea de los sistemas sanitarios, como las obreras y obreros agrícolas, recolectores de residuos, textiles, trabajadores de la logística, del transporte terrestre, fluvial, marítimo y aéreo, del reparto a domicilio, de los servicios de telecomunicaciones, de la industria energética, de las plantas potabilizadoras de agua y tantas otras y otros somos quienes, verdaderamente, hacemos funcionar el mundo, garantizando la supervivencia de millones.
Pero, con nuestras protestas, reclamos y huelgas para exigir la paralización de fábricas y empresas de sectores que no se consideraron esenciales durante la pandemia, también demostramos la enorme dependencia que el capitalismo tiene del trabajo humano. Es que, pese a los grandes avances de la robotización y la inteligencia artificial, somos las trabajadoras y trabajadores quienes generamos las ganancias que van a parar a los bolsillos de los capitalistas.
Mientras tanto, la vida se siguió reproduciendo en los hogares, esencialmente gracias a las mujeres que somos las que, mayoritariamente, realizamos el trabajo gratuito para la reproducción social de la fuerza de trabajo. Y esa jornada laboral gratuita se suma a la que ya tenemos de trabajo asalariado, donde representamos un sector mayoritario o muy destacado de las primeras líneas, como personal sanitario, en la atención de la tercera edad y el cuidado de las personas dependientes, en la limpieza, la producción y comercialización de alimentos y otros insumos básicos, en el trabajo doméstico remunerado en las casas de los ricos. ¡Pero no solamente, porque las mujeres ya representamos un 40% de los asalariados en general, a nivel mundial, por primera vez en la Historia!
En síntesis, la pandemia evidenció que del trabajo de esta clase socialmente mayoritaria dependen tanto la economía como el cuidado que sostiene, cotidianamente, al sistema capitalista y la vida de millones. No solo quedó demostrado que nuestra labor es esencial para la reproducción social -como ya nadie puede dejar de reconocer-, sino también que ocupamos posiciones estratégicas para la reproducción del capital: ocupando esos “puntos de vulnerabilidad” de las cadenas de suministros a escala mundial, constituimos -colectivamente, junto a nuestros compañeros- el sujeto social que posee la potencialidad de afectar el funcionamiento del capitalismo.
FOTO: Pan y Rosas – Bolivia en la manifestación del 8M en La Paz
4. ¡Organicemos y ampliemos nuestra primera línea en la lucha de la clase trabajadora!
Las mujeres trabajadoras y del pueblo pobre -como tantas otras veces en la Historia- somos también la primera línea de las luchas contra quienes nos quieren arrebatar el pan y el futuro. Por eso ya los escribas de la burguesía alertan a sus jefes y patrones sobre posibles insurrecciones y revoluciones que podrían ocurrir cuando pase la pandemia y los planes de austeridad, recortes y ajustes de los gobiernos capitalistas descarguen, con mayor brutalidad, la crisis sobre nuestras espaldas.
Las enfermeras italianas fueron de las primeras en convocar a todos los trabajadores a la huelga general, en marzo pasado, que su labor salvando vidas les impedía efectuar. Hoy, en el Estado español, las trabajadoras sanitarias reclaman que les devuelvan el porcentaje del salario que le robaron con el ajuste que siguió a la anterior crisis de 2008 y para defender la Salud Pública. En Estados Unidos, trabajadoras y trabajadores sanitarios tuvieron que enfrentar la represión policial y las detenciones mientras acudían a las movilizaciones que pedían “Justicia para George Floyd”, para asistir a las y los manifestantes. Las trabajadoras del sistema sanitario, como las educadoras, cuidadoras y trabajadoras sociales, en todos los países, siguen acumulando bronca contra los gobiernos responsables del descalabro y los privilegios de los ricos cuyas ganancias y propiedades son las primeras en ser “rescatadas”.
Miles de trabajadoras de empresas de comidas rápidas, supermercados y distribuidoras, maquilas y fábricas de producción no esencial, junto a sus compañeros, se rebelaron contra las patronales criminales en Italia, Francia y, particularmente, en el corazón del imperialismo norteamericano, además de diversos países de América Latina. En diferentes lugares, protestas y hasta verdaderas revueltas contra el hambre, el desabastecimiento y la carestía, fueron protagonizadas por las familias del pueblo pobre. Son un adelanto de lo que puede pasar si millones de trabajadoras y trabajadores retornan a sus empleos en condiciones inseguras, si se les quiere imponer nuevas y peores condiciones de contratación, peores salarios y jornadas más largas o si más familias, aún, quedan en la calle.
Sin embargo, las burocracias sindicales han cerrado filas con las patronales y los gobiernos, poniendo en cuarentena los reclamos y los planes de lucha para defender nuestros derechos. Donde hay una lucha, la mantienen aislada y tratan de limitar las demandas de cada sector a los intereses corporativos. Por el contrario, impulsamos el frente único obrero, exigiendo a las direcciones de las organizaciones actuales de la clase trabajadora, acuerdos en la lucha que nos permitan golpear juntos, aunque marchemos separados. Pero nuestra perspectiva es barrerlos de la conducción de nuestras organizaciones y recuperar los sindicatos para nuestra clase.
Por eso, llamamos a organizar y ampliar esa primera línea de luchadoras, contra las burocracias que nos dividen y buscan conciliar con los gobiernos y los Estados capitalistas, porque tenemos que lograr el triunfo de las luchas presentes y prepararnos para que triunfen las que vendrán, que seguramente se multiplicarán.
FOTO: Nuestras compañeras enfermeras de Brot und Rosen, en la manifestación del 8M en Munich
5. Por la independencia política respecto de los partidos que representan los intereses de los capitalistas
Somos conscientes de que la clase trabajadora, cada vez más feminizada y racializada, tiene el potencial de interrumpir el funcionamiento de la economía y afectar las ganancias capitalistas, de establecer alianzas con otros sectores populares oprimidos, de construir un nuevo orden social que se base en la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías y no en el afán de lucro de una clase parasitaria. Pero cuando ese potencial se pone en marcha, enfrentando a la patronal, no sólo enfrentamos a los burócratas sindicales -sus agentes en el movimiento obrero-, siempre dispuestos a negociar la tasa de explotación, pero nunca a eliminarla de raíz. También enfrentamos al Estado y los partidos políticos que representan los intereses de los capitalistas.
Ellos no son, únicamente, los Donald Trump, Giuseppe Conte, Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera o Emmanuel Macron. También están las mujeres como Angela Merkel que, con sonrisa “maternal” y firmeza imperialista propone un programa de reconstrucción de Europa que canjeará salvatajes a los Estados y las grandes empresas por planes de austeridad que pagará la clase trabajadora, cuyos términos aún están por definirse a nuestras espaldas. O la golpista Jeanine Áñez que, en Bolivia ahora llama al rezo y al ayuno para enfrentar la pandemia, y no dudó en ordenar masacres militares para consumar el golpe de Estado en noviembre del año pasado. Incluso hay otras fuerzas de la extrema derecha que ya venían creciendo antes de la pandemia, desplegando una cruzada reaccionaria contra el movimiento de mujeres, las personas LGTBI y las inmigrantes. Coincidiendo con el Vaticano y las iglesias evangélicas fundamentalistas, cargaron contra lo que denominaron «ideología de género» y el feminismo, combinando la intención conservadora de subordinar a las mujeres en los roles tradicionales familiares, con el odio hacia los extranjeros. Ahora, ante la crisis, intentan nuevamente capitalizar el descontento social con los gobiernos, en un sentido reaccionario.
Frente al crecimiento de estas fuerzas de la extrema derecha, las izquierdas reformistas en Europa, Estados Unidos o América Latina promueven que debemos resignarnos al “mal menor”, tanto de los viejos partidos social-liberales en Europa, como del Partido Demócrata en Estados Unidos o los “progresismos” en América Latina. Pero esas salidas del “mal menor” nos condenan siempre a aceptar las mismas políticas neoliberales combinadas con algunas medidas sociales muy limitadas, que se revelan completamente cosméticas ante la magnitud de la crisis en curso. Para enfrentar a la extrema derecha, no son ninguna alternativa esos gobiernos de «mal menor» que dejan intactas las ganancias de los capitalistas y que se siguen apoyando en las instituciones más reaccionarias de sus Estados, como las policías, los tribunales o las jerarquías de las iglesias. Antes las movilizaciones feministas y hoy las movilizaciones antirracistas, fueron el único freno a sus mensajes de odio, que ninguna fuerza política de los regímenes capitalistas se atrevió a poner.
Por eso, tenemos que abrirnos paso, además, entre los viejos y nuevos reformistas que, con lenguaje de izquierda, gestionan o se ofrecen para gestionar la decadencia capitalista. Ellos son los que regatean, con sus empresarios nacionales, las migajas que pueden ofrecer hoy para salir del paso, con la ilusión de que, después de la pandemia, todo vuelva a como estaba antes: pingües negocios para los capitalistas y salarios de hambre con más precarización para las familias trabajadoras. Ese es el escandaloso papel que está cumpliendo Unidas-Podemos, co-gobernando con el neoliberal PSOE el Estado imperialista español, rindiendo pleitesía a la parasitaria monarquía de los Borbones y ciñéndose a la constitución del ‘78 heredada del franquismo. Son los que hablan de inclusión, como el Frente de Todos, de Argentina, pero en el gobierno no dejan de pagar la fraudulenta deuda externa mientras, en pleno centro de la capital del país, mueren mujeres jóvenes de los barrios precarios, después de quince días de reclamar que no tienen acceso al agua potable en medio de la pandemia. O como en México, donde el gobierno de AMLO llegó sostenido por las esperanzas de cambio de millones, incluyendo a amplios sectores de mujeres que confiaron en su discurso de gobernar “para ricos y pobres” y que, sin embargo, ahora muestra una política que beneficia a los empresarios, continúa la militarización -que aumentó los feminicidios desde hace doce años-, como parte de la subordinación al imperialismo y las exigencias de Trump. O como en Bolivia, donde el MAS de Evo Morales ha negociado sistemáticamente con los golpistas que hoy controlan el Estado, utilizando como moneda de cambio la sangre derramada durante la valiente y espontánea resistencia popular al golpe, en la que tuvieron un rol protagónico las las valientes “mujeres de pollera”. Son los que, como Bernie Sanders, cumplen el triste y trágico papel de lavarle la cara a sanguinarias formaciones políticas como el Partido Demócrata norteamericano, prometiendo algunas escasas reformas sociales con encendidos discursos, para terminar retirándose de la campaña y apoyando al candidato Joe Biden, quien, por más que lo intenten, no puede disimular que es un viejo político del establishment. Ante la crisis de Trump y la emergencia de las protestas antirracistas, el Partido Demócrata está llamado a jugar su rol histórico de pasivizar a los movimientos sociales y asimilarlos al régimen burgués imperialista. Está por verse si lo logrará con el candidato que, en la misma ceremonia por la memoria de George Floyd, aseveró que había que educar a la policía para que “cuando hay una persona desarmada que viene hacia ellos con un cuchillo o algo le disparen en la pierna en lugar del corazón”. Un candidato sobre el cual pesan, además, acusaciones de acoso y otros comportamientos marcadamente misóginos. En nada se diferencian del rol que ya le vimos cumplir, calamitosamente, a Syriza en Grecia cuando llegó al gobierno siendo “la promesa de la izquierda” y terminó aplicando los brutales planes de austeridad, durante la última gran crisis de 2008, que impuso la troika europea.
Mientras los representantes de los partidos conservadores, de la derecha y del populismo de extrema derecha, se disputan el primer puesto en el campeonato de misóginos, xenófobos, racistas, homofóbicos, lesbodiantes y transodiantes, entre los viejos y nuevos reformistas abundan los discursos “políticamente correctos” que, en gran medida, carecen de políticas concretas que los sostengan y modifiquen sustancialmente las vidas de millones de mujeres, lesbianas y personas trans, migrantes, racializadas y precarizadas. En muchos países, con algunas medidas y bastante palabrerío, han asimilado y cooptado a una buena parte de las referentes feministas y del movimiento de mujeres. Mientras millones de trabajadoras y jóvenes estudiantes abrazaron, en los últimos años, la lucha antipatriarcal, algunas de las activistas más reconocidas fueron integradas a las instituciones de gobierno o se convirtieron en voceras de los partidos reformistas, candidatas o impulsoras de sus campañas electorales.
Por el contrario, nosotras luchamos por la más amplia y profunda independencia del movimiento de mujeres, de todas las variantes políticas del régimen que, de distintas maneras, representan los intereses de diferentes sectores capitalistas, pero no los nuestros, los del pueblo trabajador. Y luchamos por una salida propia de la clase trabajadora a esta enorme crisis. ¡No en nuestro nombre!
FOTO: Nuestras compañeras de Pan y Rosas – Estado español, en la movilización del 8M de Madrid
6. ¡Nuestras vidas valen más que sus ganancias!
Los capitalistas, los gobiernos y partidos políticos que representan sus intereses y la burocracia sindical como agente en el movimiento obrero, tienen un programa de medidas para hacernos pagar la crisis. Nosotras levantamos un programa opuesto que plantea tocar los intereses de los capitalistas para que esta crisis no la vuelva a pagar el pueblo trabajador.
En todo el mundo, para atender la pandemia, seguimos exigiendo la centralización del sistema de salud, incluyendo la salud privada, en la perspectiva de su nacionalización, para prestar servicios de salud de calidad, con inversión y salarios acordes, bajo control de sus trabajadoras y trabajadores.
La pandemia no es excusa para cerrar o reducir los programas de salud sexual y reproductiva, los servicios públicos de aborto seguro ni ningún otro servicio de atención a las mujeres y personas sexodiversas. Tampoco para seguir condenando a secuelas graves en la salud o la muerte por abortos inseguros y clandestinos a las mujeres y personas gestantes, en aquellos países donde aún no ha sido legalizado este derecho. Por eso, seguimos luchando por el derecho al aborto, para que sea legal, seguro y gratuito, como lo reclama el movimiento de mujeres en Argentina, México, Chile y otros países del mundo.
Impulsamos la organización de quienes debemos seguir trabajando, para exigir el control sobre las condiciones de seguridad e higiene. A su vez, peleamos contra las suspensiones con rebajas salariales y contra los despidos, exigiendo su prohibición. Prestamos especial atención a las trabajadoras precarias, sin derechos laborales, exigiendo subsidios o salarios de cuarentena, es decir, un ingreso que les permita cubrir sus necesidades mínimas. Peleamos por igual salario por igual trabajo. El racismo y el machismo son mecanismos de dominación que refuerzan la superexplotación, por eso luchamos por eliminar la brecha salarial entre hombres y mujeres, como también por discriminación racial, étnica o xenofobia.
Enfrentamos el racismo al grito de “Black Lives Matter!”. Exigimos justicia por Marielle Franco. Defendemos los derechos de las mujeres migrantes que, ante el cierre indiscriminado de las fronteras, han quedado hacinadas en campamentos de trabajadoras temporeras agrícolas, en condiciones inhumanas, sin atención sanitaria ni servicios esenciales, o las que fueron obligadas a pasar la cuarentena en las casas de sus patrones, viviendo como internas, separadas compulsivamente de sus familias. Exigimos el cierre de todos los centros de detención de inmigrantes. Contra la demagogia de la derecha hacia las clases medias arruinadas, peleamos para que las organizaciones de la clase trabajadora exijan subsidios del Estado, condonación de deudas y créditos baratos para pequeños comerciantes, cuentapropistas y autónomos que dejaron de percibir ingresos durante los períodos de confinamiento.
Peleamos por impuestos progresivos a las grandes fortunas, porque es obsceno que el 1% más rico del planeta acumule un 82% de la riqueza global. Las propiedades eximidas de gravámenes de la Iglesia, como las enormes cantidades de inmuebles vacíos de los grandes grupos inmobiliarios que especulan con los alquileres y el turismo, deben ser puestos al servicio de las necesidades del pueblo trabajador, empezando por las personas sin techo, las familias que viven hacinadas y en condiciones insalubres en chabolas y otras construcciones precarias y las mujeres, niñas y niños que son víctimas de violencia machista y abusos.
En los países dependientes planteamos el desconocimiento soberano de las deudas externas, porque los bancos y los capitales financieros no pueden seguir hundiendo países y regiones, ni cargando a los Estados con deudas impagables. Por eso, también proponemos luchar por la nacionalización de la banca bajo control de sus trabajadoras y trabajadores, para centralizar el ahorro nacional en función de las necesidades populares.
El monopolio estatal del comercio exterior también es una necesidad en todos los países: en aquellos exportadores de materias primas, permitiría impedir que las rentas se las lleven un puñado de multinacionales agroexportadoras, mineras o pesqueras.
Y rechazamos el fortalecimiento de los aparatos represivos de los Estados: no son las policías, fuerzas de seguridad ni fuerzas armadas que asesinaron a mansalva a George Floyd (como lo hacen a diario con los jóvenes afrodescendientes de las barriadas populares y los hijos de las familias pobres en todo el mundo), aquellas que reprimen nuestras protestas y son responsables de torturas, extorsiones, narcotráfico o trata de mujeres, las que van a garantizar el cumplimiento de las cuarentenas. Rechazamos también el espionaje y el control policial y estatal, con el supuesto fin de controlar los contagios. Estamos por nuestra más amplia autoorganización para ejercer el autocontrol y la autodisciplina de la clase trabajadora frente a la pandemia.
En los países imperialistas combatimos al patriotismo reaccionario que enfrenta a los pueblos y también al racismo como a todas las formas de discriminación hacia las y los migrantes. El antiimperialismo es una bandera esencial en estos países, cuyas empresas monopólicas y Estados ejercen la más brutal expoliación sobre la mayoría de las naciones oprimidas. Exigimos el fin de las sanciones contra Venezuela, Cuba e Irán.
Así como las mujeres nos movilizamos masivamente en todo el mundo por nuestros derechos, cada uno de los últimos 8 de marzo, apelamos también al internacionalismo de la clase trabajadora, para unirnos por sobre las fronteras contra nuestros enemigos de clase comunes. Nosotras, con nuestras voces encendidas de rabia, llamamos a las trabajadoras de todo el mundo a organizarse y luchar por este programa, porque ¡nuestras vidas valen más que sus ganancias!
FOTO: Nuestras compañeras de Pan y Rosas «Teresa Flores», de Chile en una manifestación en Santiago, contra el gobierno de Piñera y por una Asamblea Constituyente
7. Por el pan y por las rosas
Las mujeres de la clase trabajadora nunca aceptaron, pasivamente, los ataques contra sus condiciones de vida, ni se quedaron quietas viendo a sus familias morir de hambre. No se callaron cuando atropellaron sus derechos y libertades ni dudaron cuando quisieron conquistar lo que creyeron justo. Eso sucedió con las mujeres del pueblo pobre de Francia en 1789, con las mujeres negras que fueron protagonistas de la revolución que abolió la esclavitud en Haití en 1804, con las obreras textiles rusas en 1917 que dieron el puntapie inicial del proceso revolucionario que llevó al poder a la clase trabajadora y son muchos los ejemplos históricos de procesos revolucionarios que fueron desencadenados por la chispa incendiaria de las mujeres.
Del mismo modo, las mujeres de la clase trabajadora enfrentarán los próximos ataques que hoy se cuecen en la crisis de la pandemia que, además, abona el terreno para el surgimiento de nuevas formas de pensar. ¿Sus actuales y próximas luchas por el pan encenderán la pradera? Nuestro objetivo es doblarle el brazo a los capitalistas y abandonar la eterna resistencia, para conquistar la victoria. Como decía la revolucionaria Rosa Luxemburgo: “Queremos una nueva sociedad y no establecer algunas modificaciones insustanciales de la antigua sociedad que nos ha esclavizado”.
Luchamos por una sociedad en la que la reproducción y la producción se desarrollen armoniosamente con la naturaleza; una sociedad liberada de todas las formas de explotación y opresión que hoy apremian a las inmensas mayorías. Pero somos conscientes de que esa sociedad no emergerá, espontáneamente, de la actual crisis, aunque la recomposición del sistema capitalista cada vez sea más difícil y de más corto alcance que la recuperación anterior. Sabemos que aunque las contradicciones del capitalismo sean cada vez más irresolubles bajo sus propias normas de funcionamiento, su decadencia no implica el advenimiento de una insurrección global triunfante de manera automática. Es necesario prepararla desde ahora.
Las trabajadoras, feministas anticapitalistas y socialistas revolucionarias apostamos a que las mujeres también estemos en la primera fila de la lucha política y la lucha de clases para derrotar a los capitalistas, sus gobiernos y su Estado. Somos conscientes de que, en estos combates presentes, luchando por imponer un programa que dé una salida obrera e independiente de los capitalistas, a la crisis que atraviesa la humanidad, se juega cómo llegaremos preparadas a los combates futuros. Somos conscientes de que necesitamos poner en pie una organización política revolucionaria de la clase trabajadora si no queremos ser impotentes en los próximos enfrentamientos de la lucha de clases a los que nos conducen los capitalistas que nos declararon una verdadera guerra, profundizada por la pandemia.
¡Manos a la obra! Construyamos una organización política revolucionaria internacional de la clase trabajadora que abra la perspectiva de derrotar al capitalismo e imponer un nuevo orden socialista, donde abunden el pan y también las rosas.
19 de junio de 2020
FOTO: La delegación de Pan y Rosas, en un Encuentro Nacional de Mujeres en Argentina
FIRMAN
ALEMANIA Charlotte Ruga, enfermera obstetra del Hospital «München Klinik», Munich; Lisa Sternberg, enfermera de cuidados intensivos del Hospital «München Klinik», Munich; Lilly Schön, economista, trabajadora de la Universidad de Tecnología y Economía, Berlín; Tabea Winter, estudiante de Trabajo Social, Universidad Alice Salomon, Berlín // ARGENTINA Myriam Bregman, abogada, diputada del Frente de Izquierda, Buenos Aires; Andrea Lopez, médica generalista Hospital José Ingenieros, miembro de la Comisión Directiva de Cicop, La Plata; Natalia Aguilera, enfermera Hospital San Martín, La Plata; Pamela Galina, médica residente Hospital Noel Sbarra, delegada Cicop, La Plata; Natalia Paez, médica residente Hospital San Martin, delegada Cicop, La Plata; Lucía Rotelle, psicóloga Hospital José Ingenieros, delegada ATE, La Plata; Laura Cano, médica residente del Hospital José Ingenieros, delegada Cicop, La Plata; Julieta Katcoff, enfermera, delegada ATE, Hospital Castro Rendón, Neuquén; Florencia Peralta, enfermera, delegada ATE, Hospital Castro Rendon, Neuquén; Barbara Acevedo, enfermera Hospital Garrahan, Buenos Aires; Carina Manrique, enfermera Hospital Garrahan, Buenos Aires; Florencia Vargas, administrativa Hospital Garrahan, delegada ATE, Buenos Aires; Florencia Claramonte, administrativa Hospital Garrahan, delegada ATE, Buenos Aires; Laura Magnaghi, técnica médica, miembro de la directiva de ATE Sur, Hospital Alende, Lomas de Zamora; Claudia Ferreyra, enfermera Hospital Rivadavia, Buenos Aires; Melina Michniuk, psicóloga concurrente Hospital Piñero, Buenos Aires, Andrea D’Atri, fundadora de Pan y Rosas, Buenos Aires // BOLIVIA Fabiola Quispe, abogada y miembro de PRODHCRE (Profesionales Por Los Derechos Humanos y Contra la Represión Estatal), La Paz; Gabriela Ruesgas, economista y profesora de la Carrera de Sociología – UMSA, La Paz; Daniela Castro, tesista de Antropología – UMSA, La Paz; Gabriela Alfred, Licenciada en Filosofía, investigadora, Tarija; Violeta Tamayo, politóloga e investigadora, La Paz // BRASIL Letícia Parks, militante do Quilombo Vermelho; Fernanda Peluci, diretora do Sindicato dos Metroviários de São Paulo; Carolina Cacau, professora da Rede Estadual do Rio de Janeiro; Silvana Araújo, linha de frente da greve das terceirizadas da Universidade de São Paulo; Diana Assunção, directora de base del Sindicato de los Trabajadores de la Universidade de São Paulo; Maíra Machado, diretora da Apeoesp (Sindicato dos Professores do Estado de São Paulo); Flávia Telles, coordenadora do Centro Acadêmico de Ciências Humanas da Universidade Estadual de Campinas; Flavia Valle, professora da Rede Estadual de Minas Gerais; Val Muller, estudante da UFRGS e militante da Juventude Faísca, Rio Grande do Sul; Virgínia Guitzel, militante trans e estudante da UFABC, São Paulo. // CHILE Natalia Sánchez, médica del Comité de Emergencia y Resguardo, Antofagasta; Silvana González, trabajadora del aseo Hospital de Antofagasta y dirigente sindicato N°1 Siglo XXI, Antofagasta; Carolina Toledo, enfermera e integrante de las Brigadas de Salud en la revuelta del 18 de Octubre 2019, Santiago; Carolina Rodriguez, Técnica Paramédica en Hospital Sotero del Río; Santiago;; Isabel Cobo, trabajadora industrial y dirigente sindical de laboratorios; Santiago; Joseffe Cáceres, trabajadora de limpieza y dirigente sindical de la Universidad Pedagógica, Santiago; María Isabel Martínez, dirigente del Colegio de Profesores Comunal Lo Espejo, Santiago; Patricia Romo, presidenta del Colegio de Profesores Comunal, Antofagasta; Pamela Contreras Mendoza, asistente de educación y ex vocera Coordinadora 8 de Marzo, Valparaíso; Nataly Flores, trabajadora retail, directora sindicato de Easy, Antofagasta; Camila Delgado, dirigente sindical retail, Temuco. // COSTA RICA Stephanie Macluf Vargas, estudiante Universidad de Costa Rica; Fernanda Quirós, presidenta Asociación de Estudiantes de Filosofía de la Universidad de Costa Rica; Paola Zeledón, trabajadora de call center, conductora del programa «Perspectiva de Izquierda», La Izquierda Diario CR // ESTADO ESPAÑOL Josefina L. Martínez, periodista e historiadora, Madrid; Cynthia Burgueño, historiadora y trabajadora de Educación, Barcelona; Raquel Sanz, trabajadora del hogar, Madrid; Àngels Vilaseca, trabajadora de Servicios Sociales y Cuidados, Barcelona; Soledad Pino, teleoperadora, Madrid; Rita Benegas, inmigrante trabajadora del hogar, Barcelona; Neris Medina, trabajadora inmigrante en cadena de comida rápida, Madrid; Lucía Nistal, investigadora UAM, Madrid; Verónica Landa, periodista de Esquerra Diari, Barcelona. // ESTADOS UNIDOS Tre Kwon, enfermera del Hospital Monte Sinaí, New York; Julia Wallace, activista de Black Lives Matter, miembro del Local 721 del Sindicato de Trabajadores de Servicios Públicos de California Sur; Tatiana Cozzarelli, estudiante de doctorado en Educación Urbana en CUNY, New York; Jimena Vergara, inmigrante mexicana, corresponsal de Left Voice, New York. // FRANCIA Laura Varlet, trabajadora ferroviaria en la SNCF en Seine-Saint Denis, région parisina; Nadia Belhoum, colectivera en la RATP (empresa de transportes urbanos de Paris); Marion Dujardin, docente de artes plasticas en region parisina; Elise Lecoq, docente de Historia en region parisina; Diane Perrey, docente en Toulouse // ITALIA Scilla Di Pietro, trabajora gastronómica; Ilaria Canale, estudiante de enfermería// MÉXICO Sandra Romero, paramédica en primera línea de atención Covid-19; Úrsula Leduc, laboratorista del IMSS y la Secretaría de Salud; Lucy González, trabajadora precarizada del sector salud; Sulem Estrada Saldaña, Docente de educación básica; Flora Aco González, Trabajadora estatal reinstalada y defensora de derechos laborales; Yara Villaseñor, trabajadora precarizada de servicios; Alejandra Sepúlveda, trabajadora estatal reinstalada, defensora de derechos laborales; Miriam Hernández, trabajadora administrativa STUNAM; Claudia Martínez, médica pasante del sector salud // PERÚ Zelma Guarino, estudiante de agronomía; Cecilia Quiroz, dirigente de Pan y Rosas; Melisa Ascuña, docente; Fiorela Luyo, estudiante // URUGUAY Karina Rojas, Trabajadora Social; Virginia Amapola, estudiante y trabajadora de la Educación, Fernanda Parla, trabajadora // VENEZUELA Suhey Ochoa, estudiante de Universidad Central de Venezuela
*** Y siguen las firmas de trabajadoras, estudiantes, amas de casa y activistas que integran Brot und Rosen, Alemania; Pan y Rosas, Argentina; Pan y Rosas, Bolivia; Pão e Rosas, Brasil; Pan y Rosas “Teresa Flores”, Chile; Pan y Rosas, Costa Rica; Pan y Rosas, Estado español; Bread & Roses, Estados Unidos; Du pain et des roses, Francia; Il pane e le rose, Italia; Pan y Rosas, México; Pan y Rosas, Perú; Pan y Rosas, Uruguay; Pan y Rosas, Venezuela.
Fuente de la Información: http://www.laizquierdadiario.com.ve/Mujeres-en-la-primera-linea-de-la-crisis-sanitaria-y-en-el-combate-contra-el-capitalismo-patriarcal
Imagen: Nicolasa, de 34 años, es indígena perteneciente a la etnia kaqchikel. Nunca pasó de tercero de primaria. Quiso seguir estudiando, pero su padre y su madre no lo consideraron oportuno por sus «responsabilidades como mujer». G. G.
Para que se alce la voz de las mujeres indígenas el ecofeminismo blanco tiene que callar. Matizo: si no eres racializada y no estás unida al territorio, pero quieres que el mensaje de tus hermanas se escuche, no hables más. Hazte a un lado. Sé un megáfono, no otra mano en su garganta.
Empiezo a escribir este artículo sentada en el sofá de mi piso de Madrid, con los pies en alto y un cojín bajo la espalda. He abierto las ventanas. Estoy cómoda. Empezar a escribir este artículo sentada en el sofá de mi piso de Madrid, con las ventanas abiertas, mientras el aire y la sensación de espacio me dan toda la libertad que necesito, es cómodo. Pero no es justo. Porque, en este momento, en otro lugar del mundo, una mujer con más cosas que decir que yo no tiene ninguna hoja en blanco sobre la que respirar. Esa mujer no cuenta ni con las mismas oportunidades ni con los mismos medios ni, en definitiva, con los mismos privilegios (la comodidad es una metáfora de todo aquello de lo que casi ni te enteras y a lo que, sin embargo, no quieres renunciar) que yo. Esa mujer es muchas mujeres a la vez, y posee tantas voces como mordazas arrastra.
Para que se alce la voz de las mujeres indígenas, el ecofeminismo blanco tiene que callar. Matizo: si no eres racializada y no estás unida al territorio, pero quieres que el mensaje de tus hermanas se escuche, no hables más. Hazte a un lado. Sé un megáfono; no otra mano en su garganta.
Ahora, Nia Huaytalla, con doble nacionalidad argentina/peruana y de raíces apurimeñas y chankas, Violeta Silvestre, chilena, andina, altiplanika, y Ninari Chimba Santillan, perteneciente a la nacionalidad Kichwa de los pueblos Cotopaxi y Otavalo, las tres activistas, las tres indígenas, explican lo que yo no tengo derecho a contar por ellas.
Nia Huaytalla, Argentina/Perú (raíces apurimeñas y chankas)
La crisis climática es una consecuencia de un sistema extractivista y colonial. Históricamente, un 47% de las emisiones de gases de efecto invernadero fueron causadas por Estados Unidos y la Unión Europea, mientras «Latinoamérica» entero solo emitió un 3%, igual que África. Sin embargo, los territorios explotados para producción agrícola, ganadera, minera o petrolera casi siempre son del Sur Global y, particularmente, territorios indígenas. También es importante marcar que las clases privilegiadas (que suelen ser blancas) de las ciudades del sur Global son cómplices de esta explotación.
Ahora, ¿quiénes sufren más la crisis climática? Hay muchísimos estudios que apuntan a lo mismo: mujeres racializadas de territorio o de los barrios más precarizados. Mi mamá me contaba cómo la presencia de las mineras en un pueblo cercano contaminó el río de su comunidad; eso hace que tengas que caminar decenas de kilómetros solo para buscar agua y ¿quién lo hace? Las mujeres. Sumado a que con las sequías, desastres naturales, epidemias o inundaciones, las familias sufren mayor precarización y las mujeres racializadas son forzadas a dejar la escuela para trabajar o casarse.
Sin embargo, acá en la ciudad seguimos llamando «caras del ecologismo» a gente blanca europea o de descendencia europea que jamás vivió una complicación así en su vida, todo lo contrario: se benefician constantemente del saqueo al territorio mientras son entrevistadas en medios y asisten a conferencias (financiadas por empresas) a llorar por un futuro cuando a miles de vidas racializadas les arrancaron su presente. Ese ambientalismo cae en el cinismo de intentar «ser diverso», pero esta lucha no les pertenece porque fueron y son opresores.
Lo siguiente va particularmente al ambientalismo blanco, en su mayoría racista, privilegiado, que hace extractivismo epistemológico y se apropia de una lucha histórica: vivir en la ciudad no significa que no te pueda preocupar el medioambiente, pero sabé tu lugar, dejá de apropiar espacios que no corresponden, dejá de usar la lucha para llenar tu ego colonial, cedé espacios a quienes lo viven en primera persona y hazte a un lado, acompañá a las hermanas pero vos no tenes que salvarlas del desastre que vos y tus ancestros crearon.
El ecologismo blanco es un movimiento apropiado y banalizado. Es un chiste que habiendo tanta cantidad de activistas indígenas muriendo todos los años recién la gente empiece a pensar la situación crítica de la crisis climática cuando una niña blanca europea, privilegiada, se sienta con un cartel. Es insultante. Y ni siquiera les importan las vidas negras e indígenas, solo les importa no perder su privilegio de ciudad en el futuro.
Justicia climática es justicia racial. Justicia climática es la reparación histórica que las personas blancas privilegiadas de todo el mundo le deben a las personas racializadas. Tras cientos y cientos de años de saqueo en nuestros territorios, es hora de pagarlos.
Violeta Silvestre, Chile (vinculada al territorio andino del Altiplano)
Una comienza a luchar de diversas formas al ser consciente de todas las opresiones desde el cuerpo, en lo cotidiano. Muchas de esas opresiones cambian tu modo de ver la vida justamente porque se te ha violentado. En el camino, vas encontrando a otras personas como tú, que han vivido situaciones similares de violencia por lo que son o cómo deciden ser, y ahí te das cuenta de que no es solo un problema personal (ya que individualmente no trasciende) sino colectivo, comunitario, de pluralidades diversas. Y lo haces por ti, pero también por quienes te rodean, y con esto no solo me refiero a humanas, sino a la Madre Tierra, a los animales, a las plantas, a las montañas, a todo.
Yo luego de salirme de la universidad me sumergí en la danza, que tiene una memoria ancestral y de lucha. Hoy en día, es lamentable cómo es vista como una actividad blanda y poco trascendental. Sin embargo, dialogar desde el cuerpo ha sido fundamental para mí, y empecé a compartirlo con otras mujeres o disidencias entendiendo estos cuerpos como territorios que también están en disputa y colonizados, patriarcalizados, capitalizados. Conectar con ellos y volver al placer y a la alegría también son actos rebeldes contra el sistema.
El capitalismo y el patriarcado se sostienen por las opresiones sobre otros cuerpos, comunidades o territorios. La naturaleza o la “gran madre” se relaciona con el cuerpo sexuado de las mujeres, sobre todo indígenas. Esta construcción no es casual y justifica la explotación, que opera bajo la lógica extractivista, entendiendo el cuerpo de mujeres racializadas como un territorio. Ambas territorialidades son oprimidas por cuerpos o empresas hegemónicas. Y ser mujer blanca, eurocentrada, de clase media-alta en una ciudad puede implicar privilegios a costa de la precarización del trabajo de las mujeres indígenas y de la depredación de la naturaleza.
Chile es un país que, desde sus cimientos colonialistas, o desde que comenzó a llamarse así, promueve y solo visibiliza a cuerpos blancos hegemónicos. No reconoce a los pueblos originarios de donde actualmente se ubica. Su educación, su medicina: todo yace bajo una perspectiva eurocentrista yanki hecha para que “Chile” sea blanco. Si ni el pueblo mestizo de Chile se reconoce como sujeto de derechos y de vida digna, ¿qué queda para los indígenas? Los apoyos que se reciben son para ser folclorizados, pero nunca para alzar la voz, si la alzas te desaparecen, como a Macarena Valdés, Matías Catrileo, Camilo Catrillanca o el Machi Celestino Córdoba, que se encuentra en huelga de hambre por ser condenado a 18 años de cárcel por un caso con irregularidades, sin pruebas y con montajes. Tengo mucha rabia a veces con $hile, ese $hile que aspira ser gringo y «exitoso», pero también quiero mucho a ese Chile organizado y rebelde que como pueblo ha construido su historia, y amo montones también a quienes no se sienten parte del nombre Chile, y tienen sus propios nombres previos a llamarse así.
Es ahí en donde nos miramos con nuestros ojos negros, con el cabello fuerte y la memoria larga. Las personas que por generaciones hemos defendido la Tierra ahora nos vemos mucho más amenazadas y con dificultad para subsistir (persecución política, desplazamiento de nuestro territorio, contaminación, etc.). Y a cambio solo somos sujetos de estudio y/o romantización, no agentes que tienen voces y demandas, con estudios, con sentipensares. Si desde el feminismo ha costado llegar a las tribunas y ser escuchadas, desde el pronunciamiento de comunidades indígenas para la defensa de la Tierra cuesta mucho más. El ecofeminismo ha sido un gran aporte, aunque existen feminismos en el aya que que no se nombran como ecofeministas pues muchas de esas teorías nacen eurocentradas y de academicistas blancas. El feminismo del Abya Yala es ese feminismo sin ola, pero que ha estado arraigado a su tierra en acuerpamiento por siglos.
Es necesario, vital, el reconocimiento de las mujeres indígenas que escriben sus luchas. Es necesario un cambio de sistema, la reparación histórica hacia los pueblos originarios que han defendido los territorios, acabar con la impunidad de quienes fueron y son dueños y/o parte de las empresas extractivistas que alteran la ciclicidad de la tierra sin ningún tipo de consideración hacia ella ni a quienes la viven. Es cuestionar y hacernos cargo de nuestros privilegios, es un cambio de paradigma desde lo macro hasta lo micro (y me incluyo), ya que requiere de responsabilidades y cambios radicales de los modos de ser, ver y sentir la vida.
Ninari Chimba Santillan, Ecuador (nacionalidad Kichwa de los pueblos Cotopaxi y Otavalo)
Lucho por el retorno al respeto de todas las formas de vida, humanas y no humanas. Lucho por la generación que aún no ha llegado, y por la que está, por su infancia, por que las primeras letras que aprendan a leer y escribir sean palabras suyas, milenarias, andinas, tan nuestras que escriban su camino tejido al del resto; por que sepan que en la vivencia anida la memoria, que les sonríen, les abrazan y les guían sus ancestras y ancestros, que la escuela forma, pero que la chakra, los paisajes, crían. Quiero que, cuando aprendan lo ajeno, sepan de dónde viene, qué trae, de qué despoja, cómo aporta, cuándo usarlo. Lucho por el resurgimiento de escuelas amables con el saber local, docentes descolonizados con actitud de cariño y respeto hacia los comuneros, comuneras y los wawas, a la lengua nativa y a las prácticas comunitarias de crianza de agrobiodiversidad que cada comunidad andina-amazónica tiene.
Lucho por que el espacio que ocupo me cuestione, me recuerde, me permita, y me retorne a la coherencia y a la cosmoexistencia de mis abuelos, de mi mamá y de mi papá. Lucho por saber usar bien los privilegios ganados con esfuerzo, pero también aquellos con los que nací. Lucho porque la lucha feminista sea interseccional y no se separe de la lucha ecológica. Lucho porque reconozcan, conozcan, las más de 3000 variedades de papa que se cultivan en los Andes, o las variedades de maíz, con tanta variabilidad de colores como nosotres siendo LGBTQ indígenas: porque existimos y nos atraviesan todas las luchas y todos los dolores, pero también todas las resistencias.
Lucho para que nuestra música andina no muera, para que nuestros tejidos y colores no desaparezcan, para que la memoria del corazón no deje de latir porque aún hay mucha lucha que bombear, y el arte lo permite. Lucho para que ninguna wawa se vea al espejo y no se sienta hermosa con su piel y rasgos milenarios, color tierra, que guarda más de 10000 años de antigüedad. Lucho para que las mujeres indígenas aprendamos a soltar la rabia cuando lo necesitemos, y el afecto firme y encariñador cuando sea el momento.
Lucho porque la gente blanca y mestiza no nos cuestione el dolor ni la muerte. Contra su ignorancia, falta de empatía y sensibilidad, carencia afectiva cultural, arrogancia, poder, odio, conocimiento «universal» que no es de todos. Lucho para que no cuestionen nuestros saberes porque su ciencia no logró comprobarlos. Y, aunque digan que hay que cuidar la tierra, no saben hablarle, no saben llorarla, no saben amarla como a sí mismos; pero, sobre todo, no saben defender a los defensores de siempre, los pueblos indígenas campesinos. Lucho para que sea posible la interculturalidad consciente y crítica.
Lucho para que en la lucha medioambiental el privilegio blanco sea una herramienta más de tantas, pero no de poder, no de protagonismo. Por que sea empuje, aliado, pero no el color oficial teniendo a lado a alguien indígena, de territorio, al que se pueda ceder o dar espacio. Lucho por que el ecofeminismo regrese a ver a las mujeres que, aun antes de que se tornara en concepto, en movimiento, siendo analfabetas lo han venido conociendo, gritando, viviendo, tejiendo; por que las escuche y aprenda de ellas. Por que las ecofeministas sean recíprocas en la cotidianidad y enciendan coherencia por donde caminan.
Ser mujer indígena en Ecuador significa vivir con los conflictos socioculturales, religiosos, raciales, homofóbicos o cocidas en la cotidianidad.
Significa saber conjugar la ciudad y el campo en nosotras. Pero también es tener raíz, tener comunidad, tener amparo, crecer con biodiversidad, vivir una interculturalidad a medias o en camino, pero no imposible. Significa llegar a ocupar espacios y luchar para que estos no te absorban, no te contaminen, no te despojen y te hagan olvidar. Significa tener la suerte de comer variabilidad local, significa que en algún momento de tu vida puedas conocer alguna de las 14 nacionalidades y 18 pueblos que habitan en este territorio llamado Ecuador. Significa tener la opción de aprender, de desaprender, de volver a tus raíces. Porque aún hay tesoros vivientes.
Yo también he vivido en España. Vivir en España significa sobrevivir sola, tengas familia o no, vivir sin abrazos inesperados y llenos, sin un tono de voz que no te haga sentir pequeña o tonta, callar o hablar pero casi siempre callar, levantarte con el suspiro de “un día más”, porque otra vez vas a aguantar la incomodidad en los metros, las miradas porque no encajas y nunca lo harás aunque te compres algo de ropa en Primark. Porque nuestra belleza es diferente, nuestros cuerpos son diferentes y nuestras ropas como mujeres indígenas son otras. Significa angustia en las calles porque no conoces los lugares y, como no sabes, te gritan o te hablan duro (normal) porque no saben que nuestra forma de expresar es siempre más cálida y su trato lastima. Y buscas alguna familia o colectivo de personas racializadas para sanar, para sentirte abrazada, querida, amparada, importante, para que sobrevivir sea llevadero.
Para mí, vivir y estudiar en España significa que académicamente tengas que sobrevivir, que aprendas a pelear, que duela, que te ignoren, que cuestionen tus saberes y conocimientos porque no conocen o no quieren conocer. Pero también es encontrar a personas blancas como docentes o estudiantes (jóvenes, pocas) si tienes suerte; que pregunten, que se cuestionen, que escuchen, que pidan perdón, que agradezcan, que abracen, que quieran ser hermanas, que lo intenten y que, en medio de todo lo doloroso que resulta esa metrópoli para las mujeres indígenas racializadas, sean descanso y amparo. Vivir en España también es buscar los espacios verdes y sentirte en casa por un segundo, o conversar con una persona migrante, sentirte en casa por otros segundos y palpar ya no sobrevivencia sino resistencias.
Si Greta Thunberg ha conseguido convertir la cuestión medioambiental – esa por la que tantas niñas y mujeres como Nia, Violeta y Ninari han sido despojadas de sus tierras, de sus derechos y hasta de sus vidas – en un movimiento global, es porque lo ha hecho desde una posición cómoda, de privilegio; más parecida a mi escena de sofá y ventana que a las identidades indígenas oprimidas que luchan, día a día, golpe a golpe, por lo suyo. La ventaja estructural y sistémica con que la líder de Fridays for future cuenta por el simple hecho de haber nacido blanca y en el Norte mundial con respecto a las femineidades racializadas del territorio se traduce, del otro lado, en opresión. Por cada privilegio siempre hay una opresión.
En el caso de Greta, se conectan las opresiones machista (por ser mujer), edadista (por ser una persona joven en un contexto adulto) y capacitista (por ser Síndrome de Asperger), pero ella en ningún caso sufrirá nunca opresión racista o territorial, vinculadas en tal medida a la explotación capitalista y colonial de la naturaleza que, si no se viven, tampoco el vínculo con ésta se puede llegar a entender o más bien a sentir en toda su dimensión, en toda su honestidad.
Esto deja un gran hueco vacío en su relato: el gran hueco vacío de su relato. Al mismo tiempo, apoya el activismo interseccional y la idea de que, dentro del feminismo, no se da una situación de desigualdad única sino muchas diferentes, con más o menos opresiones relacionadas entre sí, con mayor o menor número de privilegios interconectados, y que cada una de estas realidades merece una habitación propia dentro del feminismo. El problema llega, y prevalece, cuando la falta de empatía de unas favorece la tiranía que se ejerce sobre las otras; cuando las más privilegiadas disfrutamos de varios cuartos en propiedad y las que lo son menos solamente pueden existir de puertas para afuera porque les hemos arrebatado su lugar.
El empleo de las mujeres, el más castigado en una crisis que incrementará los niveles de desigualdad
Por Marisa Kohan
Feminismos / Rebelión
Sindicatos, economistas y organizaciones internacionales coinciden en que la crisis del coronavirus está dañando sobre todo al empleo más precario, altamente feminizado, y manteniendo sobre los hombros de las mujeres el trabajo de los cuidados. Los sindicatos critican la falta de datos desagregados por sexo del impacto de los ERTE.
El horizonte para alcanzar la igualdad se aleja. Si antes de la crisis Naciones Unidas estimaba en aproximadamente un siglo el plazo para cerrar la brecha de género en los salarios, tras la crisis del coronoavirus esta meta se retrasará aún más. Porque si hay una coincidencia total entre sindicatos, expertas y organismos internacionales, es en que de esta crisis saldremos más desiguales. Incluso en países como España, donde el Gobierno está haciendo un esfuerzo evidente desde el inicio de la crisis por poner a las personas más vulnerables en el centro de la acción política. Entre ellas, las mujeres.
ONU Mujeres ha advertido que las consecuencias económicas de la pandemia serán terribles pero que se cebará especialmente con las mujeres, entre otros motivos, por su desproporcionada presencia en los trabajos informales a lo largo y ancho del mundo. Ellas ingresan menos, tienen menos capacidad de ahorro, ostentan los trabajos más precarios e inestables y muchas se ven forzadas a trabajar en la economía sumergida. Pero a su vez, resalta ONU Mujeres, son ellas las que asumen el invisible y a menudo no remunerado trabajo de los cuidados, en un ciclo que se retroalimenta a sí mismo: más tiempo para cuidados, menos trabajo, más precariedad.
No hace falta irse muy lejos para comprobar algunas de estas afirmaciones. En nuestro país hay cerca de un millón y medio de hogares monomarentales, de los cuales el 50% están en riesgo de exclusión, y el fin de la crisis financiera de 2008 tuvo, entre otras consecuencias, que las mujeres coparan el 75% de los contratos parciales (inferiores a las 40 horas semanales). Es decir, que tres de cada cuatro contratos a tiempo parcial son femeninos. Son ellas, también, las que ocupan los trabajos más precarizados y feminizados, es decir, los peor pagados y regulados. Un ejemplo: las trabajadoras del hogar, unas 600.000 mujeres, ni siquiera tienen reconocidos los mismos derechos que el resto de los trabajadores puesto que siguen en un régimen especial de la Seguridad Social. La mayor parte cobran sueldos de miseria en trabajos tan importantes como el cuidado de nuestros mayores o de los más pequeños.
«Las desigualdades ya existían. De hecho, las condiciones de precariedad se habían cronificado para un amplio sector de la población y para gran parte de las mujeres sobre quienes han tenido mayor incidencia las bolsas de pobreza, situaciones de marginalidad, hiperprecariedad, desamparo social, económico y violencia de género», explica la economista Carmen Castro. «A partir de esta pandemia todas estas desigualdades no harán más que amplificarse«, añade.
Desde los sindicatos UGT y CCOO resaltan que el importante empuje que tuvo en los últimos dos o tres años el movimiento feminista, que logró poner en el discurso social y en la agenda política temas claves como a desigualdad económica, nos coloca en esta crisis en otra posición y con algunas lecciones bien aprendidas. Pero reconocen que este tsunami llamado coronavirus amenaza con llevarse muchas cosas por delante si no empezamos a pensar en un modelo económico distinto.
Hasta el momento los sindicatos no tienen datos desagregados por sexo sobre el impacto real de la pandemia en hombres y mujeres
El problema, explican desde los sindicatos, es que hasta el momento no cuentan con datos desagregados por sexos que den una dimensión real del impacto diferenciados por sexos que está teniendo la crisis en hombres y mujeres. Esto, afirman, dificulta enormemente pensar en soluciones concretas o en políticas públicas adaptadas a la nueva condición que es aún incierta.
Destrucción de empleo en sectores altamente feminizados
«No hemos podido hacer ninguna proyección real del impacto de la crisis y sus posibles soluciones, por la sencilla razón de que no tenemos datos desagregados por sexo del impacto de los Expedientes de Regulación de Empleo Temporal (ERTE). Se los hemos pedido a Gobierno pero no nos los ha facilitado. Sin esto, se hace difícil analizar el impacto de los reales decretos que se están aprobando para servir de paraguas de protección social», afirma Elena Blasco Martín, secretaria confederal de Mujeres e Igualdad de CCOO.
«Este está siendo uno de los grandes problemas de esta crisis. Tenemos datos sobre sanidad: que el virus afecta más a los hombres porque mueren más, pero que se infectan más las mujeres, precisamente por copar la mayoría de los sectores que están en primera línea», añade Blasco. «Por experiencia sabemos que los sectores que han sido afectados por la crisis, sobre todo por los ERTE de fuerza mayor que entraron en vigor a partir del 14 de marzo en que se decretó el estado de alarma, son aquellos que están altamente ferminizados por lo que las medidas están afectando a un número superior de mujeres que a hombres», abunda Cristina Antoñanzas, vicesecretaria general de UGT.
Esta sindicalista explica también que solicitaron al Gobierno datos sobre la cantidad de personas que solicitaron la opción de reducción de jornada del 100% del tiempo, que puso en marcha el real decreto Real Decreto 8/20 aprobado por el Gobierno el pasado 17 de marzo, pero no han tenido aún respuesta. «Según nuestra experiencia el 90% de las reducciones en este país las solicitan las mujeres. Por eso hay que tener mucho cuidado sobre cómo salimos de esta crisis y de que las medidas para la corresponsabilidad de la vida, tienen que asegurar que no sean las mujeres las que soliciten todas las medidas para protegerlas de alguna forma de la precariedad».
ERTE: «No es lo mismo cobrar el 70% de un contrato a tiempo completo que el 70% de un contrato a tiempo parcial»
El efecto que tendrá la crisis en la mayoría de las mujeres será distinto al de los hombres. No sólo porque son mayoritarias en los sectores informales que tendrán mucho más difícil acceder a ayudas, sino también porque tener contratos a tiempo parcial va a influir en la renta de que dispongan en los ERTE. «No es lo mismo cobrar el 70% de un contrato a tiempo completo, que un 70% de un contrato a tiempo parcial», explica Antoñanzas. Y otra cosa que hay que abordar, para esta sindicalista, es que «en septiembre si no hay cambio, la gente que esté en ERTE pasa a cobrar el 50% de su prestación. Y esas prestaciones en contratos de tiempo parcial pueden quedar en salarios muy reducidos y mayoritariamente serán de mujeres».
Por eso, salir de la crisis de forma igualitaria requerirá valores distintos. La necesidad de aplicar principios éticos a la economía «que supere el insostenible sistema socioeconómico actual y posibilite vivir vidas vivibles para la mayoría de la población», afirma Castro.
Para ello esta economista propone vertebrar la sociedad poniendo a los cuidados, repensar los sistemas de protección social más ligado a la vida de las personas y no carreras laborales basadas en el pleno empleo o garantizar la creación de empleo público, en el ámbito de los cuidados.
El riesgo para las sindicalistas es que tras la crisis volvamos al ‘business as usual’ (a lo de siempre). «Tenemos que poner en marcha urgentemente un ingreso mínimo vital o como quieran llamarlo que tiene que hacer frente a esta situación de vulnerabilidad, de pobreza de más de un millón de personas trabajadoras que además son familias monomarentales y trabajadoras en escenarios de semiesclavitud, como son las trabajadoras del hogar, prácticamente en la economía sumergida. Y exigir un modelo económico y social cuya prioridad sea el bienestar de las personas», reclama Blasco.
En su opinión, «es imprescindible contar con una perspectiva de género que refuerce todo lo alcanzado hasta este momento y que no puede dejar atrás en ningún aspecto la agenda feminista internacional». «Se habla de volver a la normalidad. Pero no hay que volver a ella. Hay que mejorarla. No podemos considerar como normalidad a esos aspectos de precariedad, discriminación y desigualdad como se han venido sucediendo hasta ahora», conc
La UNA entrega alimentos a población travesti trans en el marco del aislamiento social obligatorio
Los días viernes 27 de marzo y sábado 4 de abril la Secretaria de Extensión y Bienestar Estudiantil de la UNA participó de la iniciativa #TejeSolidario, organizada por el Bachillerato Trans Mocha Celis UGEE Nº 16-, en Géneroarticulación con la Subsecretaría de Políticas de Diversidad del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación.
La actividad consistió en la entrega de alimentos en domicilios y hoteles a personas travestis, transexuales y transgéneros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en el marco de las medidas de aislamiento social, preventivo y obligatorio. La acción estuvo amparada en el Decreto 297/2020, artículo 6 incisos 5, 6 y 19. Entre ambas jornadas 300 personas travestis y trans recibieron alimentos e información sobre prevención y cuidados frente al Covid-19.
Fuente de la Información: https://www.nodal.am/2020/04/la-una-entrega-alimentos-a-poblacion-travesti-trans-en-el-marco-del-aislamiento-social-obligatorio/
El futuro puede ser femenino, pero la pandemia es patriarcal
Por Rebecca Gordon
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Antes de convertirme en una “refugiada en casa”, este artículo abordaba las acciones de las mujeres en todo el mundo con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Desde Pakistán hasta Chile, millones de mujeres llenaron las calles exigiendo poder controlar nuestros cuerpos y nuestras vidas. Las mujeres salieron en Iraq y Kirguistán, Turquía y Perú, Filipinas y Malasia. En algunos lugares, afrontaron el riesgo de que hombres enmascarados las golpearan. En otros, exigieron el fin del feminicidio, la realidad milenaria de que las mujeres son asesinadas diariamente en este mundo por el mero hecho de ser mujeres.
En 1975 el futuro era femenino
Las celebraciones de este año han sido especialmente militantes. Han pasado 45 años desde que las Naciones Unidas declararon 1975 Año Internacional de la Mujer y patrocinaron su primera conferencia internacional sobre la mujer en Ciudad de México. Conferencias similares fueron reproduciéndose a intervalos de cinco años hasta culminar en la Conferencia de Pekín de 1995, generando una plataforma que ha ido guiando en formas diversas el feminismo internacional desde entonces.
La Conferencia de Pekín tuvo lugar hace un cuarto de siglo, pero este año las mujeres de todo el mundo parecían haber considerado que ya era suficiente. El 9 de marzo las mujeres mexicanas organizaron una huelga de 24 horas, un Día Sin Nosotras, para demostrar cuánto depende el mundo del trabajo, remunerado y no remunerado, de… sí, de las mujeres. Ese día sin mujeres fue, a todas luces, un éxito. El Wall Street Journalobservó, tal vez con una pizca de asombro, que “México se ha parado. Cientos de miles de mujeres paralizaron México en una huelga nacional sin precedentes para protestar contra la creciente oleada de violencia contra las mujeres, una gran victoria para su causa”.
Además de abarrotar las calles y vaciar fábricas y oficinas, algunas mujeres también rompieron escaparates y lucharon con la policía. ¿Violencia? ¿De las mujeres? ¿Qué podría haberlas llevado a tal punto?
Tal vez fuera el asesinato de Ingrid Escamilla, una residente de la ciudad de México de 25 años que, según el New York Times, “fue apuñalada, desollada y destripada” este pasado febrero. Tal vez fue el tiroteo de la artista y activista Isabel Cabanillas de la Torre en Ciudad Juárez, un recordatorio que apenas notó un mundo desinteresado en que las mujeres han estado desapareciendo durante décadas a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. O quizá solo fuera el hecho de que las cifras oficiales para 2019 revelaron más de 1.000 feminicidios en México, un aumento del 10% respecto al año anterior, aunque son muchos más los asesinatos de este tipo que no se registran.
¿Es patriarcal la pandemia?
Si no fuera por la pandemia, tal vez el Wall Street Journal hubiera tenido razón. Quizás el Día Sin Mujeres hubiera sido solo la primera de muchas victorias importantes. Tal vez el himno feminista internacional “El violador eres tú” (Tú [el patriarcado, la policía, el presidente] eres el violador), habría seguido inspirando quedadas para bailar con mujeres cantando por todas partes. Quizás la atención del mundo podría no haberse desviado tan rápidamente del espectáculo de los levantamientos de las mujeres a nivel mundial. Ahora, sin embargo, en Estados Unidos y en todo el mundo, todo es pandemia, todo el tiempo, y con razón. El coronavirus ha hecho lo que un Día Sin Mujeres no pudo: ha detenido la economía mundial. Ha infectado a cientos de miles de personas y matado a decenas de miles. Y continúa extendiéndose como un incendio forestal global.
Como todos los eventos e instituciones importantes, la pandemia afecta a mujeres y hombres de forma diferente. Aunque los hombres que enferman parecen más propensos a morir que las mujeres, en otros aspectos, la pandemia y sus consecuencias previsibles serán más duras para las mujeres. ¿Como puede ser? La escritora Helen Lewis proporciona algunas respuestas en The Atlantic.
En primer lugar, el virus, combinado con medidas masivas de cuarentena, asegura que más personas van a necesitar cuidados. Esto incluye a las personas de más edad, que corren especialmente el riesgo de morir, y los niños que ya no están en la escuela o en la guardería. En países desarrollados como Estados Unidos, las personas que tienen la suerte de poder mantener su trabajo trabajando desde casa están descubriendo que la presencia de niños que se aburren no facilita nada las cosas.
Anoche mi pequeña familia fue invitada a una actuación de canto y baile por dos niñas que viven a un par de casas en la misma calle. Sus padres habían pasado el día ayudándolas a planearlo y luego nos invitaron a mirar desde nuestro patio trasero. Qué inventarán para mañana, día laborable, no tengo ni idea. Una amiga sin hijos se ofreció a brindar lecciones diarias online en sesiones de 15 minutos sobre cualquier cosa que pueda buscar en Google para poder aliviar algo a sus amigas madres.
Hace tan solo una semana parecía que las escuelas cerradas podrían volver a abrir antes de que finalizara el año académico, lo que permitió a una comentarista del New York Timesescribir un artículo titulado “Me niego a dirigir una escuela casera de coronavirus”. Profesora asociada de liderazgo educativo, la autora dice que está dejando que sus dos hijos vean televisión y coman galletas, sabiendo que por muchos estudios rápidos que haga, nada va a convertirla en maestra de primaria. Aplaudo su postura, pero también sospecho que los hijos de profesionales probablemente estarán en mejores condiciones que los de los trabajadores de bajos salarios para reanudar la lucha de vida o muerte por la supervivencia en la jungla competitiva que es la educación en este país, desde el jardín de infancia hasta el duodécimo grado.
En hogares heterosexuales encerrados, escribe Helen Lewis, la responsabilidad principal del cuidado de los hijos recaerá en las mujeres. La exasperan los expertos que señalan que personas como Isaac Newton y Shakespeare hicieron sus mejores trabajos durante una plaga del siglo XVII en Inglaterra. “Ninguno de los dos”, señala, “tenía responsabilidades en el cuidado de niños”. Tratar de escribir El Rey Lear mientras tus propias pequeñas Cordelias, Reganias y Gonerildas te agarran de la camiseta y se quejan ruidosamente de que se abuuuurren…
En lugares como el Reino Unido y los Estados Unidos, donde la mayoría de las madres tienen trabajo, las mujeres van a experimentar nuevas presiones para renunciar a su empleo remunerado. En la mayoría de los hogares heterosexuales que disponen de dos salarios y tienen hijos, las históricas desigualdades salariales significan que el trabajo de la mujer, por lo general, se paga menos. Así pues, si alguien tiene que dedicar el día al cuidado de niños a tiempo completo, tendrá sentido económico que sea ella. En los Estados Unidos, el 11% de las mujeres ya trabajan involuntariamente solo a tiempo parcial, muchas en trabajos con horarios irregulares. Incluso las mujeres que han optado por equilibrar su trabajo doméstico con un empleo a tiempo parcial pueden verse presionadas para que renuncien a esos trabajos.
Como dice Lewis, todo esto tiene un “perfecto sentido económico”:
“A nivel individual, las elecciones de muchas parejas en los próximos meses tendrán un perfecto sentido económico. ¿Qué necesitan los pacientes de la pandemia? Cuidados. ¿Qué necesitan las personas mayores que se han autoaislado? Cuidados. ¿Qué necesitan los niños que se quedan en casa sin escuela? Cuidados. Todos estos cuidados, estas tareas de cuidado no remunerado, recaerán más en las mujeres debido a la estructura existente de fuerza de trabajo”.
Además, como saben bien las mujeres que optan por dejar la actividad laboral durante unos años para cuidar a niños muy pequeños, es casi imposible volver al trabajo remunerado en un puesto de salario y estatus similar al que se dejó. Y la retirada forzosa no lo hará más fácil.
¿Reproducción social? ¿Qué es eso? ¿Y por qué es importante?
Este semestre estoy dando un último curso de estudios superiores urbanos en mi universidad, la Universidad de San Francisco. Hemos centrado nuestra atención en algo que moldea todas nuestras vidas: el trabajo; qué es, quién lo tiene y quién no, a quién le pagan y a quién no, y muchas otras preguntas sobre la actividad que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo sobre este planeta. Hemos tomado prestado un concepto útil de las feministas marxistas: “reproducción social”. Se refiere a todo el trabajo, remunerado y no remunerado, que alguien tiene que hacer para que los trabajadores puedan presentarse en sus trabajos y realizar las tareas que les generan un sueldo a la vez que consiguen que sus empleadores tengan beneficios.
Se llama reproducción porque reproduce trabajadores, tanto en el sentido biológico como en términos del esfuerzo diario para que puedan recuperarse lo suficiente para volver a hacerlo mañana. Es reproducción social, porque nadie puede hacerlo solo y diferentes sociedades encuentran diferentes formas de hacerlo.
¿Qué se incluye en la reproducción social? Hay cosas obvias que cualquier trabajador necesita: alimento, ropa, sueño (y un lugar seguro donde poder dormir), por no hablar de cierto nivel de higiene. Pero hay más. La recreación forma parte de esto, porque “recrea” a una persona capaz de trabajar de manera eficaz. Educación, atención médica, cuidado de niños, cocina, limpieza, adquisición o fabricación de alimentos y ropa: todo esto es crucial para mantener a los trabajadores y su trabajo. Si desean obtener más información al respecto, la Teoría de la Reproducción Social, de Tithi Bhattacharya, es un buen lugar para comenzar.
¿Qué tiene que ver todo esto con nuestro momento pandémico? La forma en que se organiza la reproducción social en Estados Unidos deja a algunas personas en situación de mayor vulnerabilidad que a otras en un momento de crisis económica. Por poner un ejemplo, durante muchas décadas los restaurantes han asumido y colectivizado (con fines de lucro) partes significativas del trabajo de preparación de alimentos, servicio y limpieza, actos que una vez se realizaban en gran medida en los hogares individuales. Para las mujeres trabajadoras, en algunos casos, la disponibilidad de comida para llevar barata ha reemplazado a la necesidad de planificar, comprar y preparar comidas los siete días de la semana. El servicio de alimentos es un sector estratificado que abarca desde establecimientos de alta gama hasta establecimientos de comida rápida, pero incluye a muchos trabajadores con bajos salarios que ahora han perdido sus empleos, mientras que aquellos que todavía trabajan en lugares que ofrecen comida para llevar o en autoservicios están arriesgando su salud para que otros puedan comer.
Una forma en que las parejas de profesionales con dos ingresos en Estados Unidos se han ocupado de las tareas de reproducción social es externalizando partes importantes de su trabajo en las mujeres más pobres. ¿Pelear por quién pasa la aspiradora y lava la ropa en casa? No pretendas que la mujer lo haga todo. Contrata a otra mujer para que lo haga por vosotros. ¿Queréis tener hijos y desarrollar una carrera? Contrata a una niñera.
Por supuesto, lo más probable es que la limpiadora y la niñera de tu casa tengan que hacer su propio trabajo de reproducción social cuando lleguen a casa. Y ahora que sus hijos no van a la escuela, de alguna manera tendrán que cuidarlos también. Sin embargo, en muchos casos esto será posible porque su trabajo no se considera un “servicio esencial” en función de las órdenes de quédate en casa de algunos estados. Por tanto, perderán sus ingresos.
Al menos aquí, en California, muchas de las mujeres que realizan estos trabajos son inmigrantes indocumentadas. Cuando la administración Trump y el Congreso aprueban por fin un proyecto de ley de ayuda, ellas, como muchos trabajadores indocumentados que trabajan en restaurantes, no recibirán los fondos que necesitan desesperadamente para poder pagar el alquiler o comprar comida. Las organizaciones de derechos de los inmigrantes están interviniendo para tratar de compensar parte del déficit, pero lo que finalmente consiguen es como una especie de chocolate del loro. Afortunadamente, los trabajadores inmigrantes se encuentran entre las personas más ingeniosas de este país o no hubieran llegado tan lejos.
Hay un tipo más de trabajo de reproducción social realizado principalmente por las mujeres que, por su naturaleza, es todo lo opuesto a un “distanciamiento social”: el trabajo sexual. Pueden estar seguros de que ningún proyecto de rescate incluirá a algunas de las mujeres más pobres del país, aquellas que trabajan como prostitutas.
Mujeres en el hogar y en situación de riesgo
Es una coincidencia dolorosa que las mujeres estén confinadas en sus hogares justo cuando está despegando un movimiento internacional contra el feminicidio. Un efecto del quédate en casa es hacer que sea mucho más difícil para las mujeres encontrar refugio contra la violencia doméstica. ¿Estás más segura afuera arriesgándote al coronavirus o adentro, con un compañero aburrido y enojado? Escribo esto con pleno conocimiento de que un sector económico que no ha sufrido la pandemia es el negocio de las armas. Ammo.com, por ejemplo, que vende municiones por Internet en todos menos en cuatro estados, ha experimentado un aumento de más del triple en sus ingresos durante el último mes. Tal vez toda esa munición se esté comprando para luchar contra los zombis (o la invasión de inmigrantes que el presidente nos sigue recordando), pero la investigación muestra que la posesión de armas tiene mucho que ver con que la violencia doméstica se convierta en asesinato.
Cada semana, la columnista asesora del Washington Post, Carolyn Hax, presenta una línea de chat que ofrece sugerencias de ayuda de diversos tipos. Durante las últimas dos semanas, sus lectores (incluido yo misma) se han quedado horrorizados por los mensajes de una participante atrapada en cuarentena en un pequeño apartamento con un peligroso compañero que acaba de comprar un arma. El consejo estándar para las mujeres en su situación no es solo correr sino preparar un plan de huida, reunir en silencio los suministros y el dinero que vaya a necesitar y asegurarse un lugar al que ir. Las órdenes obligatorias de quédate en casa, aunque necesarias para aplanar la curva de esta pandemia, pueden causar indirectamente un aumento de los feminicidios domésticos.
Como si las mujeres no hubieran estado ya afectadas desproporcionadamente por la epidemia de coronavirus, los republicanos del Senado han estado tratando de introducir una pequeña misoginia adicional en su versión de un proyecto de ley de ayuda. En el mismo mes en que las mujeres pakistaníes arriesgaron sus vidas en manifestaciones bajo el lema “Mera jism, meri marzi” (“Mi cuerpo, mi elección”), los republicanos quieren usar la pandemia en otro intento de cerrar, como se lo cuento, las clínicas de Planned Parenthood [maternidad/paternidad planificada].
Greg Sargent, del Washington Post, reveló recientemente que los 350.000 millones de dólares propuestos para apuntalar a las pequeñas empresas que no despidan a los trabajadores van a excluir a las organizaciones sin fines de lucro que reciben fondos de Medicaid. Planned Parenthood, que brinda atención médica a millones de mujeres sin seguro o con un seguro insuficiente, es exactamente ese tipo de organización sin fines de lucro. Los ayudantes demócratas del Congreso que alertaron a Sargent sobre esto sugieren que Planned Parenthood no sería la única organización que se vería afectada. También creen que “… este lenguaje excluiría de la elegibilidad para esta asistencia financiera a una gran variedad de organizaciones sin fines de lucro que obtienen fondos de Medicaid, como proveedores de ayuda a minusválidos en el hogar y en la comunidad; a hogares de ancianos, a centros de salud mental y de salud; a hogares grupales para discapacitados; e incluso a centros comunitarios de apoyo a víctimas de violación”.
Mientras tanto, Mississippi, Ohio y Texas están tratando de usar el coronavirus como excusa para impedir el acceso de las mujeres al aborto. Sobre la base de que dichos procedimientos no son médicamente necesarios, el fiscal general de Texas, Ken Paxton, ha ordenado a las clínicas que practican abortos que dejen de interrumpir los embarazos. Anteriormente, el fiscal general de Ohio, Dave Yost, envió cartas a las clínicas de ese estado prohibiendo todos los abortos quirúrgicos “no esenciales”.
¿Regreso a la normalidad?
Cuando Warren Harding (que dirigió una administración notoriamente corrupta) se postuló para presidente en 1920, su lema de campaña fue “un regreso a la normalidad”, a tal y como eran antes las cosas, es decir, antes de la Primera Guerra Mundial. Lo que quiso decir fue un retorno al dinamismo económico. Como sabemos, los “locos años veinte” lo proporcionaron a montones hasta ese pequeño accidente conocido como la Gran Depresión. Hoy, al igual que Harding, otro presidente corrupto promete un pronto retorno a la normalidad. Se siente ya muy fastidiado por el período de 15 días de distanciamiento social que anunció a mediados de marzo. En su conferencia de prensa del 23 de marzo, insinuó que Estados Unidos estaría “abierto a los negocios” más pronto que tarde. Al día siguiente, sugirió que el país reabriera sus negocios en Pascua (un “día muy especial para mí”), diciendo que quiere ver “iglesias llenas en todo nuestro país”. No puede esperar hasta que todo, incluidos nuestros sistemas sanitarios y económicos profundamente desiguales, vuelvan a la normalidad tal como estaban antes de la propagación del coronavirus; es decir, hasta que volvamos a estar de nuevo desprevenidos para la próxima e inevitable crisis.
A diferencia del presidente, espero que no volvamos a la normalidad. Espero que la gente de Venecia llegue a apreciar unos canales centelleantes a los que regresen sus delfines. Espero que el resto de nosotros sintamos apego por un aire menos contaminado y menores emisiones de carbono. Espero que aprendamos a valorar la vida de las mujeres.
Espero que en lugar de volver a la normalidad, reconozcamos que nuestra supervivencia como especie depende de cambiar casi todo, incluida la forma en que producimos lo que necesitamos y cómo nos reproducimos como seres totalmente humanos. Espero que, cuando hayamos sobrevivido a esta pandemia, los pueblos del mundo cojan todo lo que hemos aprendido sobre la acción global colectiva durante esta crisis y lo apliquen a esa otra crisis predecible, la que amenaza toda la vida humana en un planeta que está inequívocamente calentándose.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.orgcomo fuente de la misma.
Fuente de la Información: https://rebelion.org/el-futuro-puede-ser-femenino-pero-la-pandemia-es-patriarcal/
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