¡Mujeres en la primera línea de la crisis sanitaria y en el combate contra el capitalismo patriarcal y racista!
Manifiesto internacional de la agrupación feminista, socialista y revolucionaria Pan y Rosas
FOTO: Nuestra compañera Tre Kwon, enfermera de New York, manifestándose frente al hospital con otras trabajadoras, reclamando equipos de protección
Hace cien días, el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud reconocía que la covid-19 se había convertido en una pandemia global. Desde entonces, el coronavirus -que había saltado de China y otros países asiáticos a Europa- se propagó a todos los continentes, dejando medio millón de personas muertas y varios millones de infectadas.
Hoy, a cien días del inicio de la pandemia, la cifra de muertes de Europa ha sido superada por América Latina donde recién se está acercando a alcanzar el punto máximo de la curva de contagios y fallecimientos. Pero, además, el cierre de fábricas, comercios, escuelas, las restricciones de viajes y espectáculos, tuvieron un impacto inmediato en la vida de millones de familias del pueblo trabajador. Se estima que, en solo tres meses, se perdieron casi 300 millones de puestos de trabajo y 60 millones de personas cayeron bajo el umbral de pobreza extrema, sumándose a los 700 millones que ya sobrevivían con menos de dos dólares diarios, antes de la pandemia.
Mientras tanto, los Estados capitalistas fortalecieron sus fuerzas represivas durante la pandemia, con el incremento de la vigilancia y el control social, pero también aumentando la represión contra la clase trabajadora y los sectores oprimidos, en particular contra la comunidad negra. El reciente asesinato de George Floyd en Minneapolis, se da en este contexto de una creciente violencia policial y de los grupos supremacistas blancos apoyados por Trump, contra la población negra, como ocurrió también con el crimen de Breonna Taylor, una trabajadora sanitaria asesinada por la policía en marzo pasado, mientras dormía en su casa en Kentucky.
Pero, el racismo, la xenofobia, el sexismo y la transfobia de Donald Trump ya han desatado masivas movilizaciones que, ahora, desafían los “toques de queda” y enfrentan la represión ordenada por gobernadores y alcaldes, tanto republicanos como demócratas. El grito de “Black Lives Matter!” (Las vidas negras importan) y, durante el mes del orgullo, el lema “Black Trans Lives Matter” (Las vidas negras trans importan) encendieron la bronca y la solidaridad que se esparcieron como reguero de pólvora desde Brasil hasta Alemania, desde Gran Bretaña hasta Argentina. En Francia, miles se movilizaron contra el racismo y los crímenes cometidos por la policía, convocados por Assa Traoré, la hermana del joven Adama, asesinado dentro de una comisaría en 2016. En Brasil, las mujeres denunciaron el
asesinato de sus niñas y niños dentro de sus casas, pidiendo justicia por Miguel y João Pedro.
El odio racista que destila el gobierno de Trump es la muestra exacerbada de la profunda y estructural segregación de la población afrodescendiente en los Estados Unidos. Algo que también se evidencia en la pandemia, donde la mayoría de las víctimas son personas negras y pobres. En Chicago, donde la población negra representa apenas un tercio del total de habitantes, cargan con el 73% de las muertes por coronavirus. En Milwaukee, son el 26% de la población y representan el 81% de los muertos. Cifras similares se repiten en Michigan, donde el 14% de la población es afrodescendiente, pero son el 40% de los muertos durante la pandemia. Una situación que se vive no solo en los estados gobernados por el Partido Republicano, sino también en aquellos donde gobierna el Partido Demócrata.
Las personas afrodescendientes son quienes pusieron en riesgo su vida, junto a la comunidad latina y migrante, en los trabajos de servicios esenciales, en los trabajos precarios, sin protección sanitaria. Y son un sector significativo entre los 40 millones de trabajadoras y trabajadores que tuvieron que tramitar el seguro de desempleo de la noche a la mañana, durante esta pandemia. Si la rebelión antirracista contra la violencia policial en Estados Unidos encontró eco en todo el mundo, es porque la comunidad negra, como la población migrante, en todo el mundo se han convertido en las víctimas preferenciales del coronavirus, cuyo riesgo de mortalidad está estrechamente vinculado a la precariedad y las condiciones de superexplotación, agravadas por el racismo. Las mujeres negras en Brasil -el país, fuera del continente africano, con la población negra más numerosa- reciben hasta un 60% menos de salario que los hombres blancos y son las que pierden a sus hijas e hijos a manos de una de las policías más asesinas del mundo. Son las mujeres negras las que están más sometidas a la precarización laboral, los peores trabajos y las que sufren las peores consecuencias de los abortos clandestinos.
FOTO: Nuestra compañera Leticia Parks al frente de Pão e Rosas, en São Paulo
Para las mujeres, también hubo otras consecuencias particulares de la pandemia: el cierre de escuelas, centros de infancia y recreación para niñas y niños, como las propias condiciones del confinamiento, aumentaron la carga de tareas de cuidado que realizan las mujeres en sus hogares. Esto es aún peor para las mujeres que sostienen solas a su familia, para las que se vieron obligadas a seguir trabajando, las que se quedaron sin empleo y las mujeres de los sectores populares. Además, se estima que unos 18 millones de mujeres que tenían acceso a métodos anticonceptivos pueden haberse quedado sin ellos durante la pandemia, ya que, en muchos países escasearon durante estos meses y resultó imposible adquirirlos en medio de las restricciones. Por otra parte, los recortes presupuestarios de los sistemas sanitarios -previos a la pandemia- también limitaron su capacidad operativa y, entre otras consecuencias, hoy se estima que una reducción de apenas un 10% del acceso a servicios de abortos seguros en los países más empobrecidos, habría producido 3 millones de abortos clandestinos con la muerte de alrededor de 28 mil mujeres, mientras otros 15 millones de mujeres terminarían asumiendo embarazos no deseados. Y, durante los confinamientos dictados por los gobiernos en todo el mundo, se incrementaron en un 30% las denuncias por violencia de género.
Hoy, a 100 días de que se declarase la pandemia global, el personal sanitario -donde más de un 70% son mujeres- aún está lidiando con la saturación de las unidades de cuidados intensivos en algunos países y, en otros lugares, ya empieza a alertar sobre la falta de recursos para afrontar las secuelas de ansiedad, miedo y estrés que produjeron tanto la pandemia como la inseguridad laboral, la pérdida del salario y la falta de recursos para familias enteras. También están denunciando la falta de inversión y preparación de los gobiernos, ante posibles rebrotes del coronavirus, como también exigiendo mayores recursos para la Salud Pública.
Pocos días antes de que la OMS declarara la pandemia global, millones de nosotras nos habíamos movilizado en cientos de ciudades de todo el mundo, como lo hicimos en todos los 8 de marzo de los años recientes, para conmemorar el Día Internacional de las Mujeres en las calles, por nuestros derechos, contra la violencia sexista y los feminicidios, por la legalización del aborto, contra la precarización laboral… Por eso, las mujeres que firmamos este manifiesto, a 100 días que se declarara la pandemia de covid-19, nos dirigimos a todas aquellas a las que los capitalistas nos ponen en “la primera línea” de la superexplotación y la precariedad; a las que trabajamos en “la primera línea” para la reproducción de nuestras familias sin ningún salario, pero que también trabajamos en las primeras líneas de múltiples servicios e industrias esenciales para garantizar la vida social. A las que cobramos menos salario que nuestros compañeros y no tenemos acceso a las mismas categorías laborales, pero somos las que estamos en “la primera línea” produciendo más y más beneficios para un puñado de capitalistas; a las que ocupamos “la primera línea” en la lucha contra la miseria y el hambre, sobreviviendo a expensas de nuestro propio trabajo bajo las peores condiciones. Hoy, nos dirigimos a todas aquellas mujeres, las organizadas sindicalmente y sin derecho a organizarse, nativas, negras, migrantes, racializadas, indígenas, campesinas, a las madres de personas torturadas, encarceladas, desaparecidas y asesinadas por la violencia de los aparatos represivos del Estado, a las defensoras del territorio, a las jóvenes estudiantes, activistas lesbianas y transgénero.
Queremos organizarnos en la primera línea de la lucha económica, social y política, contra las patronales, los gobiernos y los partidos que representan sus intereses, contra la burocracia sindical que nos divide y limita nuestras fuerzas. Nuevamente, como tantas otras veces en la Historia, estamos dispuestas a estar en la primera línea de la lucha de clases, tomando el cielo por asalto.
FOTO: Pan y Rosas – Argentina en una manifestación por la legalización del aborto frente al Congreso Nacional
1. La pandemia del coronavirus no es “natural”: tiene profundas raíces y graves consecuencias económicas y sociales
El origen de esta pandemia se encuentra en la brusca ruptura de los equilibrios ecológicos provocados por el avance desenfrenado del agrobusiness. Su veloz propagación, por todo el planeta, fue de la mano de las cadenas globales de valor que, en las últimas décadas, expandieron inusitadamente las fronteras del capital en búsqueda de una mayor rentabilidad. Pero, además, la pandemia estalló brutalmente en países cuyos sistemas sanitarios venían de décadas de planes de austeridad, ajustes presupuestarios, despidos y vaciamiento; mientras la industria farmacéutica invertía en desarrollos para enfermedades “rentables” y los gobiernos desoían o desfinanciaban los programas de investigación sobre epidemias.
Tampoco se puede afirmar que las decenas de miles de muertes provocadas por la covid-19 son la consecuencia inevitable de la propagación del virus: los gobiernos tardaron en responder a las alertas y en paralizar las actividades no esenciales por resguardar al máximo el lucro capitalista; luego, impusieron confinamientos drásticos y globales, sin testeos masivos ni ampliación, a tiempo, de la capacidad hospitalaria. Y después, también se apresuraron en enviarnos de regreso al trabajo, sin información clara ni medidas de prevención e higiene adecuadas, por el mismo motivo. En la mayoría de los países, se evitó al máximo avanzar sobre el sistema privado de salud y tomar otras medidas fundamentales para no afectar los intereses de los capitalistas.
Mientras nos acercamos a la cifra de 500 mil muertes, también denunciamos que no es “natural” -como ya señalamos- que en algunas ciudades de Estados Unidos, donde las personas afrodescendientes constituyen un 30% de la población, sean el 70% de los muertos por coronavirus. Lo mismo sucede con las comunidades latinas en ese país y se repite en los barrios pobres de todas las grandes metrópolis imperialistas, donde habitan, mayoritariamente, familias migrantes. En los países dependientes, la situación es aún mucho más terrible. Las tasas de contagio y mortalidad segmentadas demuestran que no es lo mismo afrontar la pandemia con viviendas adecuadas, agua corriente, cloacas, alimentación equilibrada, acceso a los productos de prevención e higiene, que sin todo eso. La conclusión es que cualquiera puede contagiarse de coronavirus; pero la exposición de las personas al contagio y la distribución de los recursos para enfrentar la enfermedad es profundamente desigual, afectando con especial dureza a las clases explotadas y los sectores oprimidos. Quienes estamos más expuestos al contagio y la muerte somos las trabajadoras y trabajadores, precarias, afrodescendientes, indígenas, campesinas, migrantes, poblaciones urbanas empobrecidas, hacinadas y marginalizadas, sin techo…
El virus no hizo más que acelerar, condensar y exponer las brutales contradicciones del sistema capitalista, que se encuentra en su fase de declinación histórica. Mientras siguen los debates sobre cómo se originó el coronavirus y sobre cuáles son las verdaderas cifras de muertes provocadas por la desastrosa gestión de la pandemia, lo único claro para millones -en todo el mundo- es que, en el capitalismo, las ganancias, el lucro y los beneficios de unos pocos están por encima de nuestras vidas.
FOTO: Estudiantes y trabajadoras ferroviarias en huelga de Du Pain et Des Roses de Francia, en manifestación del 8M
2. El coronavirus no es responsable de la crisis capitalista que quieren descargar sobre nuestras espaldas
Los capitalistas y sus gobiernos están aprovechando la pandemia del coronavirus para multiplicar los despidos, los cierres de empresas, las suspensiones con rebajas salariales, a lo que le seguirán mayor precarización y empeoramiento de las condiciones de trabajo. Las cifras son tan brutales y escandalosas como las de los contagios que no pudieron evitar: en Estados Unidos, cerca de 40 millones de personas pidieron el seguro de desempleo; se produjeron caídas históricas de la producción en China y casi toda Europa. En todo el mundo, los rescates son esencialmente para los grandes capitalistas y sólo en menor medida, los países imperialistas están otorgando algunas ayudas insuficientes a la población, con el objetivo de evitar una parálisis mayor de la economía y, sobre todo, estallidos sociales. En los países dependientes, se prioriza el pago de las deudas externas, el rescate a los empresarios y los paliativos para millones de familias trabajadoras y pobres resultan irrisorios ante la catástrofe.
Pero el coronavirus no es culpable de esta crisis, que hunde sus raíces en las tendencias que se desarrollaron después de la anterior crisis de 2008: bajo crecimiento de la inversión y la productividad, alto endeudamiento de Estados y empresas y burbujas bursátiles, que ya anunciaban la posibilidad de una recesión antes de la pandemia. Las respuestas que ensayan los gobiernos al coronavirus solo han acelerado esa situación, más aún teniendo en cuenta que muchos sectores seguirán paralizados o con menor actividad y que nuevos rebrotes o una vacuna son aún incógnitas para los comités de científicos.
Los capitalistas buscarán salvarse con nuevos ataques sobre las clases trabajadoras y los sectores populares, mayores aún a los que vimos durante estos primeros 100 días: solo nos deparan miseria y hambre a miles de millones, recortes salariales y empeoramiento de las condiciones laborales, jornadas de trabajo más flexibles y elevados índices de desocupación. Por eso, cada conquista en condiciones y puestos de trabajo o salarios, por sistema de salud universales y de calidad, contra la destrucción del medioambiente, deberemos arrancarlas con la lucha. ¡Que la crisis la paguen los capitalistas!
FOTO: Pan y Rosas – México en la manifestación del 8M
3. El sistema capitalista no funciona sin la clase trabajadora asalariada y sin subordinar el trabajo gratuito de las mujeres en su beneficio
Aunque durante largas décadas de neoliberalismo, a nivel mundial, se deslocalizó, fragmentó y atacó a la clase trabajadora, la pandemia develó que tanto las trabajadoras y trabajadores -formales e informales- de la primera línea de los sistemas sanitarios, como las obreras y obreros agrícolas, recolectores de residuos, textiles, trabajadores de la logística, del transporte terrestre, fluvial, marítimo y aéreo, del reparto a domicilio, de los servicios de telecomunicaciones, de la industria energética, de las plantas potabilizadoras de agua y tantas otras y otros somos quienes, verdaderamente, hacemos funcionar el mundo, garantizando la supervivencia de millones.
Pero, con nuestras protestas, reclamos y huelgas para exigir la paralización de fábricas y empresas de sectores que no se consideraron esenciales durante la pandemia, también demostramos la enorme dependencia que el capitalismo tiene del trabajo humano. Es que, pese a los grandes avances de la robotización y la inteligencia artificial, somos las trabajadoras y trabajadores quienes generamos las ganancias que van a parar a los bolsillos de los capitalistas.
Mientras tanto, la vida se siguió reproduciendo en los hogares, esencialmente gracias a las mujeres que somos las que, mayoritariamente, realizamos el trabajo gratuito para la reproducción social de la fuerza de trabajo. Y esa jornada laboral gratuita se suma a la que ya tenemos de trabajo asalariado, donde representamos un sector mayoritario o muy destacado de las primeras líneas, como personal sanitario, en la atención de la tercera edad y el cuidado de las personas dependientes, en la limpieza, la producción y comercialización de alimentos y otros insumos básicos, en el trabajo doméstico remunerado en las casas de los ricos. ¡Pero no solamente, porque las mujeres ya representamos un 40% de los asalariados en general, a nivel mundial, por primera vez en la Historia!
En síntesis, la pandemia evidenció que del trabajo de esta clase socialmente mayoritaria dependen tanto la economía como el cuidado que sostiene, cotidianamente, al sistema capitalista y la vida de millones. No solo quedó demostrado que nuestra labor es esencial para la reproducción social -como ya nadie puede dejar de reconocer-, sino también que ocupamos posiciones estratégicas para la reproducción del capital: ocupando esos “puntos de vulnerabilidad” de las cadenas de suministros a escala mundial, constituimos -colectivamente, junto a nuestros compañeros- el sujeto social que posee la potencialidad de afectar el funcionamiento del capitalismo.
FOTO: Pan y Rosas – Bolivia en la manifestación del 8M en La Paz
4. ¡Organicemos y ampliemos nuestra primera línea en la lucha de la clase trabajadora!
Las mujeres trabajadoras y del pueblo pobre -como tantas otras veces en la Historia- somos también la primera línea de las luchas contra quienes nos quieren arrebatar el pan y el futuro. Por eso ya los escribas de la burguesía alertan a sus jefes y patrones sobre posibles insurrecciones y revoluciones que podrían ocurrir cuando pase la pandemia y los planes de austeridad, recortes y ajustes de los gobiernos capitalistas descarguen, con mayor brutalidad, la crisis sobre nuestras espaldas.
Las enfermeras italianas fueron de las primeras en convocar a todos los trabajadores a la huelga general, en marzo pasado, que su labor salvando vidas les impedía efectuar. Hoy, en el Estado español, las trabajadoras sanitarias reclaman que les devuelvan el porcentaje del salario que le robaron con el ajuste que siguió a la anterior crisis de 2008 y para defender la Salud Pública. En Estados Unidos, trabajadoras y trabajadores sanitarios tuvieron que enfrentar la represión policial y las detenciones mientras acudían a las movilizaciones que pedían “Justicia para George Floyd”, para asistir a las y los manifestantes. Las trabajadoras del sistema sanitario, como las educadoras, cuidadoras y trabajadoras sociales, en todos los países, siguen acumulando bronca contra los gobiernos responsables del descalabro y los privilegios de los ricos cuyas ganancias y propiedades son las primeras en ser “rescatadas”.
Miles de trabajadoras de empresas de comidas rápidas, supermercados y distribuidoras, maquilas y fábricas de producción no esencial, junto a sus compañeros, se rebelaron contra las patronales criminales en Italia, Francia y, particularmente, en el corazón del imperialismo norteamericano, además de diversos países de América Latina. En diferentes lugares, protestas y hasta verdaderas revueltas contra el hambre, el desabastecimiento y la carestía, fueron protagonizadas por las familias del pueblo pobre. Son un adelanto de lo que puede pasar si millones de trabajadoras y trabajadores retornan a sus empleos en condiciones inseguras, si se les quiere imponer nuevas y peores condiciones de contratación, peores salarios y jornadas más largas o si más familias, aún, quedan en la calle.
Sin embargo, las burocracias sindicales han cerrado filas con las patronales y los gobiernos, poniendo en cuarentena los reclamos y los planes de lucha para defender nuestros derechos. Donde hay una lucha, la mantienen aislada y tratan de limitar las demandas de cada sector a los intereses corporativos. Por el contrario, impulsamos el frente único obrero, exigiendo a las direcciones de las organizaciones actuales de la clase trabajadora, acuerdos en la lucha que nos permitan golpear juntos, aunque marchemos separados. Pero nuestra perspectiva es barrerlos de la conducción de nuestras organizaciones y recuperar los sindicatos para nuestra clase.
Por eso, llamamos a organizar y ampliar esa primera línea de luchadoras, contra las burocracias que nos dividen y buscan conciliar con los gobiernos y los Estados capitalistas, porque tenemos que lograr el triunfo de las luchas presentes y prepararnos para que triunfen las que vendrán, que seguramente se multiplicarán.
FOTO: Nuestras compañeras enfermeras de Brot und Rosen, en la manifestación del 8M en Munich
5. Por la independencia política respecto de los partidos que representan los intereses de los capitalistas
Somos conscientes de que la clase trabajadora, cada vez más feminizada y racializada, tiene el potencial de interrumpir el funcionamiento de la economía y afectar las ganancias capitalistas, de establecer alianzas con otros sectores populares oprimidos, de construir un nuevo orden social que se base en la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías y no en el afán de lucro de una clase parasitaria. Pero cuando ese potencial se pone en marcha, enfrentando a la patronal, no sólo enfrentamos a los burócratas sindicales -sus agentes en el movimiento obrero-, siempre dispuestos a negociar la tasa de explotación, pero nunca a eliminarla de raíz. También enfrentamos al Estado y los partidos políticos que representan los intereses de los capitalistas.
Ellos no son, únicamente, los Donald Trump, Giuseppe Conte, Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera o Emmanuel Macron. También están las mujeres como Angela Merkel que, con sonrisa “maternal” y firmeza imperialista propone un programa de reconstrucción de Europa que canjeará salvatajes a los Estados y las grandes empresas por planes de austeridad que pagará la clase trabajadora, cuyos términos aún están por definirse a nuestras espaldas. O la golpista Jeanine Áñez que, en Bolivia ahora llama al rezo y al ayuno para enfrentar la pandemia, y no dudó en ordenar masacres militares para consumar el golpe de Estado en noviembre del año pasado. Incluso hay otras fuerzas de la extrema derecha que ya venían creciendo antes de la pandemia, desplegando una cruzada reaccionaria contra el movimiento de mujeres, las personas LGTBI y las inmigrantes. Coincidiendo con el Vaticano y las iglesias evangélicas fundamentalistas, cargaron contra lo que denominaron «ideología de género» y el feminismo, combinando la intención conservadora de subordinar a las mujeres en los roles tradicionales familiares, con el odio hacia los extranjeros. Ahora, ante la crisis, intentan nuevamente capitalizar el descontento social con los gobiernos, en un sentido reaccionario.
Frente al crecimiento de estas fuerzas de la extrema derecha, las izquierdas reformistas en Europa, Estados Unidos o América Latina promueven que debemos resignarnos al “mal menor”, tanto de los viejos partidos social-liberales en Europa, como del Partido Demócrata en Estados Unidos o los “progresismos” en América Latina. Pero esas salidas del “mal menor” nos condenan siempre a aceptar las mismas políticas neoliberales combinadas con algunas medidas sociales muy limitadas, que se revelan completamente cosméticas ante la magnitud de la crisis en curso. Para enfrentar a la extrema derecha, no son ninguna alternativa esos gobiernos de «mal menor» que dejan intactas las ganancias de los capitalistas y que se siguen apoyando en las instituciones más reaccionarias de sus Estados, como las policías, los tribunales o las jerarquías de las iglesias. Antes las movilizaciones feministas y hoy las movilizaciones antirracistas, fueron el único freno a sus mensajes de odio, que ninguna fuerza política de los regímenes capitalistas se atrevió a poner.
Por eso, tenemos que abrirnos paso, además, entre los viejos y nuevos reformistas que, con lenguaje de izquierda, gestionan o se ofrecen para gestionar la decadencia capitalista. Ellos son los que regatean, con sus empresarios nacionales, las migajas que pueden ofrecer hoy para salir del paso, con la ilusión de que, después de la pandemia, todo vuelva a como estaba antes: pingües negocios para los capitalistas y salarios de hambre con más precarización para las familias trabajadoras. Ese es el escandaloso papel que está cumpliendo Unidas-Podemos, co-gobernando con el neoliberal PSOE el Estado imperialista español, rindiendo pleitesía a la parasitaria monarquía de los Borbones y ciñéndose a la constitución del ‘78 heredada del franquismo. Son los que hablan de inclusión, como el Frente de Todos, de Argentina, pero en el gobierno no dejan de pagar la fraudulenta deuda externa mientras, en pleno centro de la capital del país, mueren mujeres jóvenes de los barrios precarios, después de quince días de reclamar que no tienen acceso al agua potable en medio de la pandemia. O como en México, donde el gobierno de AMLO llegó sostenido por las esperanzas de cambio de millones, incluyendo a amplios sectores de mujeres que confiaron en su discurso de gobernar “para ricos y pobres” y que, sin embargo, ahora muestra una política que beneficia a los empresarios, continúa la militarización -que aumentó los feminicidios desde hace doce años-, como parte de la subordinación al imperialismo y las exigencias de Trump. O como en Bolivia, donde el MAS de Evo Morales ha negociado sistemáticamente con los golpistas que hoy controlan el Estado, utilizando como moneda de cambio la sangre derramada durante la valiente y espontánea resistencia popular al golpe, en la que tuvieron un rol protagónico las las valientes “mujeres de pollera”. Son los que, como Bernie Sanders, cumplen el triste y trágico papel de lavarle la cara a sanguinarias formaciones políticas como el Partido Demócrata norteamericano, prometiendo algunas escasas reformas sociales con encendidos discursos, para terminar retirándose de la campaña y apoyando al candidato Joe Biden, quien, por más que lo intenten, no puede disimular que es un viejo político del establishment. Ante la crisis de Trump y la emergencia de las protestas antirracistas, el Partido Demócrata está llamado a jugar su rol histórico de pasivizar a los movimientos sociales y asimilarlos al régimen burgués imperialista. Está por verse si lo logrará con el candidato que, en la misma ceremonia por la memoria de George Floyd, aseveró que había que educar a la policía para que “cuando hay una persona desarmada que viene hacia ellos con un cuchillo o algo le disparen en la pierna en lugar del corazón”. Un candidato sobre el cual pesan, además, acusaciones de acoso y otros comportamientos marcadamente misóginos. En nada se diferencian del rol que ya le vimos cumplir, calamitosamente, a Syriza en Grecia cuando llegó al gobierno siendo “la promesa de la izquierda” y terminó aplicando los brutales planes de austeridad, durante la última gran crisis de 2008, que impuso la troika europea.
Mientras los representantes de los partidos conservadores, de la derecha y del populismo de extrema derecha, se disputan el primer puesto en el campeonato de misóginos, xenófobos, racistas, homofóbicos, lesbodiantes y transodiantes, entre los viejos y nuevos reformistas abundan los discursos “políticamente correctos” que, en gran medida, carecen de políticas concretas que los sostengan y modifiquen sustancialmente las vidas de millones de mujeres, lesbianas y personas trans, migrantes, racializadas y precarizadas. En muchos países, con algunas medidas y bastante palabrerío, han asimilado y cooptado a una buena parte de las referentes feministas y del movimiento de mujeres. Mientras millones de trabajadoras y jóvenes estudiantes abrazaron, en los últimos años, la lucha antipatriarcal, algunas de las activistas más reconocidas fueron integradas a las instituciones de gobierno o se convirtieron en voceras de los partidos reformistas, candidatas o impulsoras de sus campañas electorales.
Por el contrario, nosotras luchamos por la más amplia y profunda independencia del movimiento de mujeres, de todas las variantes políticas del régimen que, de distintas maneras, representan los intereses de diferentes sectores capitalistas, pero no los nuestros, los del pueblo trabajador. Y luchamos por una salida propia de la clase trabajadora a esta enorme crisis. ¡No en nuestro nombre!
FOTO: Nuestras compañeras de Pan y Rosas – Estado español, en la movilización del 8M de Madrid
6. ¡Nuestras vidas valen más que sus ganancias!
Los capitalistas, los gobiernos y partidos políticos que representan sus intereses y la burocracia sindical como agente en el movimiento obrero, tienen un programa de medidas para hacernos pagar la crisis. Nosotras levantamos un programa opuesto que plantea tocar los intereses de los capitalistas para que esta crisis no la vuelva a pagar el pueblo trabajador.
En todo el mundo, para atender la pandemia, seguimos exigiendo la centralización del sistema de salud, incluyendo la salud privada, en la perspectiva de su nacionalización, para prestar servicios de salud de calidad, con inversión y salarios acordes, bajo control de sus trabajadoras y trabajadores.
La pandemia no es excusa para cerrar o reducir los programas de salud sexual y reproductiva, los servicios públicos de aborto seguro ni ningún otro servicio de atención a las mujeres y personas sexodiversas. Tampoco para seguir condenando a secuelas graves en la salud o la muerte por abortos inseguros y clandestinos a las mujeres y personas gestantes, en aquellos países donde aún no ha sido legalizado este derecho. Por eso, seguimos luchando por el derecho al aborto, para que sea legal, seguro y gratuito, como lo reclama el movimiento de mujeres en Argentina, México, Chile y otros países del mundo.
Impulsamos la organización de quienes debemos seguir trabajando, para exigir el control sobre las condiciones de seguridad e higiene. A su vez, peleamos contra las suspensiones con rebajas salariales y contra los despidos, exigiendo su prohibición. Prestamos especial atención a las trabajadoras precarias, sin derechos laborales, exigiendo subsidios o salarios de cuarentena, es decir, un ingreso que les permita cubrir sus necesidades mínimas. Peleamos por igual salario por igual trabajo. El racismo y el machismo son mecanismos de dominación que refuerzan la superexplotación, por eso luchamos por eliminar la brecha salarial entre hombres y mujeres, como también por discriminación racial, étnica o xenofobia.
Enfrentamos el racismo al grito de “Black Lives Matter!”. Exigimos justicia por Marielle Franco. Defendemos los derechos de las mujeres migrantes que, ante el cierre indiscriminado de las fronteras, han quedado hacinadas en campamentos de trabajadoras temporeras agrícolas, en condiciones inhumanas, sin atención sanitaria ni servicios esenciales, o las que fueron obligadas a pasar la cuarentena en las casas de sus patrones, viviendo como internas, separadas compulsivamente de sus familias. Exigimos el cierre de todos los centros de detención de inmigrantes.
Contra la demagogia de la derecha hacia las clases medias arruinadas, peleamos para que las organizaciones de la clase trabajadora exijan subsidios del Estado, condonación de deudas y créditos baratos para pequeños comerciantes, cuentapropistas y autónomos que dejaron de percibir ingresos durante los períodos de confinamiento.
Peleamos por impuestos progresivos a las grandes fortunas, porque es obsceno que el 1% más rico del planeta acumule un 82% de la riqueza global. Las propiedades eximidas de gravámenes de la Iglesia, como las enormes cantidades de inmuebles vacíos de los grandes grupos inmobiliarios que especulan con los alquileres y el turismo, deben ser puestos al servicio de las necesidades del pueblo trabajador, empezando por las personas sin techo, las familias que viven hacinadas y en condiciones insalubres en chabolas y otras construcciones precarias y las mujeres, niñas y niños que son víctimas de violencia machista y abusos.
En los países dependientes planteamos el desconocimiento soberano de las deudas externas, porque los bancos y los capitales financieros no pueden seguir hundiendo países y regiones, ni cargando a los Estados con deudas impagables. Por eso, también proponemos luchar por la nacionalización de la banca bajo control de sus trabajadoras y trabajadores, para centralizar el ahorro nacional en función de las necesidades populares.
El monopolio estatal del comercio exterior también es una necesidad en todos los países: en aquellos exportadores de materias primas, permitiría impedir que las rentas se las lleven un puñado de multinacionales agroexportadoras, mineras o pesqueras.
Y rechazamos el fortalecimiento de los aparatos represivos de los Estados: no son las policías, fuerzas de seguridad ni fuerzas armadas que asesinaron a mansalva a George Floyd (como lo hacen a diario con los jóvenes afrodescendientes de las barriadas populares y los hijos de las familias pobres en todo el mundo), aquellas que reprimen nuestras protestas y son responsables de torturas, extorsiones, narcotráfico o trata de mujeres, las que van a garantizar el cumplimiento de las cuarentenas. Rechazamos también el espionaje y el control policial y estatal, con el supuesto fin de controlar los contagios. Estamos por nuestra más amplia autoorganización para ejercer el autocontrol y la autodisciplina de la clase trabajadora frente a la pandemia.
En los países imperialistas combatimos al patriotismo reaccionario que enfrenta a los pueblos y también al racismo como a todas las formas de discriminación hacia las y los migrantes. El antiimperialismo es una bandera esencial en estos países, cuyas empresas monopólicas y Estados ejercen la más brutal expoliación sobre la mayoría de las naciones oprimidas. Exigimos el fin de las sanciones contra Venezuela, Cuba e Irán.
Así como las mujeres nos movilizamos masivamente en todo el mundo por nuestros derechos, cada uno de los últimos 8 de marzo, apelamos también al internacionalismo de la clase trabajadora, para unirnos por sobre las fronteras contra nuestros enemigos de clase comunes. Nosotras, con nuestras voces encendidas de rabia, llamamos a las trabajadoras de todo el mundo a organizarse y luchar por este programa, porque ¡nuestras vidas valen más que sus ganancias!
FOTO: Nuestras compañeras de Pan y Rosas «Teresa Flores», de Chile en una manifestación en Santiago, contra el gobierno de Piñera y por una Asamblea Constituyente
7. Por el pan y por las rosas
Las mujeres de la clase trabajadora nunca aceptaron, pasivamente, los ataques contra sus condiciones de vida, ni se quedaron quietas viendo a sus familias morir de hambre. No se callaron cuando atropellaron sus derechos y libertades ni dudaron cuando quisieron conquistar lo que creyeron justo. Eso sucedió con las mujeres del pueblo pobre de Francia en 1789, con las mujeres negras que fueron protagonistas de la revolución que abolió la esclavitud en Haití en 1804, con las obreras textiles rusas en 1917 que dieron el puntapie inicial del proceso revolucionario que llevó al poder a la clase trabajadora y son muchos los ejemplos históricos de procesos revolucionarios que fueron desencadenados por la chispa incendiaria de las mujeres.
Del mismo modo, las mujeres de la clase trabajadora enfrentarán los próximos ataques que hoy se cuecen en la crisis de la pandemia que, además, abona el terreno para el surgimiento de nuevas formas de pensar. ¿Sus actuales y próximas luchas por el pan encenderán la pradera? Nuestro objetivo es doblarle el brazo a los capitalistas y abandonar la eterna resistencia, para conquistar la victoria. Como decía la revolucionaria Rosa Luxemburgo: “Queremos una nueva sociedad y no establecer algunas modificaciones insustanciales de la antigua sociedad que nos ha esclavizado”.
Luchamos por una sociedad en la que la reproducción y la producción se desarrollen armoniosamente con la naturaleza; una sociedad liberada de todas las formas de explotación y opresión que hoy apremian a las inmensas mayorías. Pero somos conscientes de que esa sociedad no emergerá, espontáneamente, de la actual crisis, aunque la recomposición del sistema capitalista cada vez sea más difícil y de más corto alcance que la recuperación anterior. Sabemos que aunque las contradicciones del capitalismo sean cada vez más irresolubles bajo sus propias normas de funcionamiento, su decadencia no implica el advenimiento de una insurrección global triunfante de manera automática. Es necesario prepararla desde ahora.
Las trabajadoras, feministas anticapitalistas y socialistas revolucionarias apostamos a que las mujeres también estemos en la primera fila de la lucha política y la lucha de clases para derrotar a los capitalistas, sus gobiernos y su Estado. Somos conscientes de que, en estos combates presentes, luchando por imponer un programa que dé una salida obrera e independiente de los capitalistas, a la crisis que atraviesa la humanidad, se juega cómo llegaremos preparadas a los combates futuros. Somos conscientes de que necesitamos poner en pie una organización política revolucionaria de la clase trabajadora si no queremos ser impotentes en los próximos enfrentamientos de la lucha de clases a los que nos conducen los capitalistas que nos declararon una verdadera guerra, profundizada por la pandemia.
¡Manos a la obra! Construyamos una organización política revolucionaria internacional de la clase trabajadora que abra la perspectiva de derrotar al capitalismo e imponer un nuevo orden socialista, donde abunden el pan y también las rosas.
19 de junio de 2020
FOTO: La delegación de Pan y Rosas, en un Encuentro Nacional de Mujeres en Argentina
FIRMAN
ALEMANIA Charlotte Ruga, enfermera obstetra del Hospital «München Klinik», Munich; Lisa Sternberg, enfermera de cuidados intensivos del Hospital «München Klinik», Munich; Lilly Schön, economista, trabajadora de la Universidad de Tecnología y Economía, Berlín; Tabea Winter, estudiante de Trabajo Social, Universidad Alice Salomon, Berlín // ARGENTINA Myriam Bregman, abogada, diputada del Frente de Izquierda, Buenos Aires; Andrea Lopez, médica generalista Hospital José Ingenieros, miembro de la Comisión Directiva de Cicop, La Plata; Natalia Aguilera, enfermera Hospital San Martín, La Plata; Pamela Galina, médica residente Hospital Noel Sbarra, delegada Cicop, La Plata; Natalia Paez, médica residente Hospital San Martin, delegada Cicop, La Plata; Lucía Rotelle, psicóloga Hospital José Ingenieros, delegada ATE, La Plata; Laura Cano, médica residente del Hospital José Ingenieros, delegada Cicop, La Plata; Julieta Katcoff, enfermera, delegada ATE, Hospital Castro Rendón, Neuquén; Florencia Peralta, enfermera, delegada ATE, Hospital Castro Rendon, Neuquén; Barbara Acevedo, enfermera Hospital Garrahan, Buenos Aires; Carina Manrique, enfermera Hospital Garrahan, Buenos Aires; Florencia Vargas, administrativa Hospital Garrahan, delegada ATE, Buenos Aires; Florencia Claramonte, administrativa Hospital Garrahan, delegada ATE, Buenos Aires; Laura Magnaghi, técnica médica, miembro de la directiva de ATE Sur, Hospital Alende, Lomas de Zamora; Claudia Ferreyra, enfermera Hospital Rivadavia, Buenos Aires; Melina Michniuk, psicóloga concurrente Hospital Piñero, Buenos Aires, Andrea D’Atri, fundadora de Pan y Rosas, Buenos Aires // BOLIVIA Fabiola Quispe, abogada y miembro de PRODHCRE (Profesionales Por Los Derechos Humanos y Contra la Represión Estatal), La Paz; Gabriela Ruesgas, economista y profesora de la Carrera de Sociología – UMSA, La Paz; Daniela Castro, tesista de Antropología – UMSA, La Paz; Gabriela Alfred, Licenciada en Filosofía, investigadora, Tarija; Violeta Tamayo, politóloga e investigadora, La Paz // BRASIL Letícia Parks, militante do Quilombo Vermelho; Fernanda Peluci, diretora do Sindicato dos Metroviários de São Paulo; Carolina Cacau, professora da Rede Estadual do Rio de Janeiro; Silvana Araújo, linha de frente da greve das terceirizadas da Universidade de São Paulo; Diana Assunção, directora de base del Sindicato de los Trabajadores de la Universidade de São Paulo; Maíra Machado, diretora da Apeoesp (Sindicato dos Professores do Estado de São Paulo); Flávia Telles, coordenadora do Centro Acadêmico de Ciências Humanas da Universidade Estadual de Campinas; Flavia Valle, professora da Rede Estadual de Minas Gerais; Val Muller, estudante da UFRGS e militante da Juventude Faísca, Rio Grande do Sul; Virgínia Guitzel, militante trans e estudante da UFABC, São Paulo. // CHILE Natalia Sánchez, médica del Comité de Emergencia y Resguardo, Antofagasta; Silvana González, trabajadora del aseo Hospital de Antofagasta y dirigente sindicato N°1 Siglo XXI, Antofagasta; Carolina Toledo, enfermera e integrante de las Brigadas de Salud en la revuelta del 18 de Octubre 2019, Santiago; Carolina Rodriguez, Técnica Paramédica en Hospital Sotero del Río; Santiago;; Isabel Cobo, trabajadora industrial y dirigente sindical de laboratorios; Santiago; Joseffe Cáceres, trabajadora de limpieza y dirigente sindical de la Universidad Pedagógica, Santiago; María Isabel Martínez, dirigente del Colegio de Profesores Comunal Lo Espejo, Santiago; Patricia Romo, presidenta del Colegio de Profesores Comunal, Antofagasta; Pamela Contreras Mendoza, asistente de educación y ex vocera Coordinadora 8 de Marzo, Valparaíso; Nataly Flores, trabajadora retail, directora sindicato de Easy, Antofagasta; Camila Delgado, dirigente sindical retail, Temuco. // COSTA RICA Stephanie Macluf Vargas, estudiante Universidad de Costa Rica; Fernanda Quirós, presidenta Asociación de Estudiantes de Filosofía de la Universidad de Costa Rica; Paola Zeledón, trabajadora de call center, conductora del programa «Perspectiva de Izquierda», La Izquierda Diario CR // ESTADO ESPAÑOL Josefina L. Martínez, periodista e historiadora, Madrid; Cynthia Burgueño, historiadora y trabajadora de Educación, Barcelona; Raquel Sanz, trabajadora del hogar, Madrid; Àngels Vilaseca, trabajadora de Servicios Sociales y Cuidados, Barcelona; Soledad Pino, teleoperadora, Madrid; Rita Benegas, inmigrante trabajadora del hogar, Barcelona; Neris Medina, trabajadora inmigrante en cadena de comida rápida, Madrid; Lucía Nistal, investigadora UAM, Madrid; Verónica Landa, periodista de Esquerra Diari, Barcelona. // ESTADOS UNIDOS Tre Kwon, enfermera del Hospital Monte Sinaí, New York; Julia Wallace, activista de Black Lives Matter, miembro del Local 721 del Sindicato de Trabajadores de Servicios Públicos de California Sur; Tatiana Cozzarelli, estudiante de doctorado en Educación Urbana en CUNY, New York; Jimena Vergara, inmigrante mexicana, corresponsal de Left Voice, New York. // FRANCIA Laura Varlet, trabajadora ferroviaria en la SNCF en Seine-Saint Denis, région parisina; Nadia Belhoum, colectivera en la RATP (empresa de transportes urbanos de Paris); Marion Dujardin, docente de artes plasticas en region parisina; Elise Lecoq, docente de Historia en region parisina; Diane Perrey, docente en Toulouse // ITALIA Scilla Di Pietro, trabajora gastronómica; Ilaria Canale, estudiante de enfermería// MÉXICO Sandra Romero, paramédica en primera línea de atención Covid-19; Úrsula Leduc, laboratorista del IMSS y la Secretaría de Salud; Lucy González, trabajadora precarizada del sector salud; Sulem Estrada Saldaña, Docente de educación básica; Flora Aco González, Trabajadora estatal reinstalada y defensora de derechos laborales; Yara Villaseñor, trabajadora precarizada de servicios; Alejandra Sepúlveda, trabajadora estatal reinstalada, defensora de derechos laborales; Miriam Hernández, trabajadora administrativa STUNAM; Claudia Martínez, médica pasante del sector salud // PERÚ Zelma Guarino, estudiante de agronomía; Cecilia Quiroz, dirigente de Pan y Rosas; Melisa Ascuña, docente; Fiorela Luyo, estudiante // URUGUAY Karina Rojas, Trabajadora Social; Virginia Amapola, estudiante y trabajadora de la Educación, Fernanda Parla, trabajadora // VENEZUELA Suhey Ochoa, estudiante de Universidad Central de Venezuela
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Y siguen las firmas de trabajadoras, estudiantes, amas de casa y activistas que integran Brot und Rosen, Alemania; Pan y Rosas, Argentina; Pan y Rosas, Bolivia; Pão e Rosas, Brasil; Pan y Rosas “Teresa Flores”, Chile; Pan y Rosas, Costa Rica; Pan y Rosas, Estado español; Bread & Roses, Estados Unidos; Du pain et des roses, Francia; Il pane e le rose, Italia; Pan y Rosas, México; Pan y Rosas, Perú; Pan y Rosas, Uruguay; Pan y Rosas, Venezuela.
Fuente de la Información: http://www.laizquierdadiario.com.ve/Mujeres-en-la-primera-linea-de-la-crisis-sanitaria-y-en-el-combate-contra-el-capitalismo-patriarcal