España / febrero de 2018 / Autor: Carmen Morales Puiseguir / Fuente: El Mundo
Pedro -nombre simulado-, 19 años, abandonó la Universidad porque no encontraba hueco durante el día. Su tiempo lo engullía el teléfono móvil. Enganchado a la redes sociales, a las series, a los chats. Parte del día y gran parte de la noche, hasta las 4 o las 5 de la madrugada.
Su madre llegó a tirarle un vaso de agua a la cara en una ocasión, harta de verlo con el rostro pegado a la pantalla. Un incidente más en una convivencia familiar rota por los insultos, los portazos y las peleas causadas por el empleo descontrolado del móvil por parte de Pedro.
El Ministerio de Sanidad estima que un 18% de los jóvenes de entre 14 y 17 años usa de modo compulsivo el teléfono, aunque algunos expertos aún se resisten a catalogarlo de adicción y prefieren el término abuso. Pero la OMS ya considera el empleo desmedido de videojuegos una adicción. El pasado viernes, el Consejo de Ministros anunció que la nueva Estrategia Nacional de Adicciones incluye, por primera vez, las «adicciones sin sustancia», es decir, a las tecnologías, al juego y a los videojuegos. El plan se extenderá hasta 2024 y contará con más de mil millones de euros. Al lobo se le ve ya algo más que las orejas.
«Uno de los indicadores de la existencia de un problema es la pérdida de autocontrol», explica Joana María Solano, terapeuta del Programa Ciber de Proyecto Hombre. «Si el profesor repite a un alumno que deje el móvil y, al instante, el niño lo coge es una falta de autocontrol qué debe alertarnos», subraya. Si algunos de los padres intenta quitárselo de las manos y reacciona con agresividad, la señal también es evidente. Quizás ya no se trata de una pataleta adolescente.
En el caso de Pedro, relata su madre -que prefiere permanecer en el anonimato- a los 13 años empezó a reclamar un teléfono que casi todos sus compañeros poseían. Además, Pedro no lograba integrarse en el colegio y su carencia contribuía a la exclusión. La presión del entorno venció y lo obtuvo con 13 años. También descubrió las redes sociales.
«Entendí que había un problema cuando una amiga suya le dijo a su madre que mi hijo enviaba mensajes hasta las 5 de la madrugada», recuerda esta mujer. Los intentos de despegarle de la pantalla desembocaban siempre en gritos, insultos y desprecios a la familia.
La conducta agresiva se generaliza en este fenómeno. «El móvil sobreestimula el cerebro», remarca Solano, «que se acostumbra a estar siempre en activo.Y si esto no se corta a tiempo, llegará un punto en el que un menor no sabrá dormir sin mirarlo y sin los cascos puestos». Cuando se intenta retirar el terminal -que muchos creen un derecho inalienable-, el conflicto explota. Solano relata que otra paciente «mordió a su madre» cuando le quitó el aparato.
Actualmente, el Programa Ciber de Proyecto Hombre trata a 10 jóvenes por uso descontrolado del teléfono. «En un aula escolar, si preguntas, solo un 10% de los alumnos duerme con el móvil fuera de la habitación», explica Solano, «muchos descansan con el dispositivo debajo de la almohada, mientras se carga. Algunos de mis chicos en tratamiento te dirán que necesitan sentir el dispositivo pegado al cuerpo».
«Para los adolescentes, el teléfono es su mano izquierda», escribía en una redacción otra chica en tratamiento en Proyecto Hombre. Como una extremidad, un miembro más del cuerpo, que si les quitas, les hace sentir incompletos y desconectados.
Cansada de luchar contra Pedro, su madre decidió internarlo en un colegio en la península. Creía que alejarlo del entorno, sujetarlo a una disciplina de estudio le beneficiaría. «Lo fue porque conseguí que se sacará la Selectividad. Solo el 17% de estos chicos lo consigue», lamenta, «pero allí seguía consultando el móvil cuando cumplía con los horarios impuestos por el centro». Tras tres años allí, Pedro regresó a la isla, y continuó el abuso descontrolado. También se había acostumbrado a la libertad, algo que de vuelta a casa, recriminaría con añoranza en numerosas discusiones a sus padres.
Hace meses, tanto él como su madre empezaron a acudir a terapia. Las peleas continuaban. Pedro había abandonado la facultad y se había convertido en un nini pegado siempre al teléfono. «No entiendo en qué hemos fallado. Le hemos dado buena educación, oportunidades, viajes», lamenta esta mujer, «o quizás ése fue el problema, tenerlo todo fácil y que no valore las cosas».
Solano insiste en la importancia de los límites. «Si se pacta una hora, es una hora de móvil. No más», subraya. También es muy importante el modelo que los padres constituyen para los niños. «Cae por su propio peso que si un padre está siempre pegado a la pantalla, queda desautorizado para pedirle a su niño lo contrario», lamenta, «los móviles son el regalo estrella de las comuniones.Los profesores de Instituto alucinan cuando ven a alumnos de 12 años con un teléfono de 1.000 euros».
La terapia también intentará que el niño establezca una serie de pautas para controlar su vida. También desempeñará, junto a la familia, un trabajo de autoconocimiento para determinar los motivos por los que el móvil sirve para tapar sus frustraciones. Mediante atención personalizada, «realizamos un profundo trabajo interior». Durante los encuentros, el objetivo es que tomen conciencia de sus debilidades, factores de riesgo y de control del tiempo, sobre todo, del ocio. La falta de medidas a este problema puede ser la antesala a otro tipo de adicciones que faciliten la evasión.
A diferencia de drogas como la cocaína, de cuya adicción el enfermo debe alejarse para rehabilitarse, ¿cómo se aparta a alguien de algo tan normalizado como el móvil? «Sí puede lograrse la rehabilitación y no, no se les aparta del móvil. Se les enseña a usarlo de manera responsable», aclara la terapeuta. No obstante, insiste en que la terapia «no es un proceso lineal, tiene altibajos».
Pedro empezó a trabajar hace unos meses, un éxito del tratamiento. Pero se acaba de comprar un móvil de más de 1.000 euros. Su madre admite que durante su época de nini enganchado al móvil, le echó de casa en varias ocasiones. «Me avergüenza admitirlo. No podía tener a alguien que no contribuía en nada y que sólo miraba una pantalla. Además, él cree que no tiene ningún problema. Toda esta situación me produce mucho dolor, a pesar de los avances de la terapia», admite.