Una mirada a lo lejos

Por: Carolina Vásquez Araya

El año comienza con una inevitable pregunta: ¿Hasta cuándo?

El repunte de contagios provocado, en cierta medida, por las reuniones de fin de año y la confusión generada por medidas sanitarias insuficientes y contradictorias, marca con fuerza el inicio de una nueva hoja en el calendario. En algunos países del continente continúa la campaña de vacunación para el segmento infantil con la intención de retornar a las clases presenciales y, en otros más avanzados, ya se comienza a administrar la cuarta dosis en adultos. Estas medidas emergentes demuestran hasta qué punto los gobiernos responden a la imperiosa necesidad de recuperar el control de la economía y, con ello, un estilo de vida cuyas características parecen formar parte del pasado.

Lo que no se dice es cuánto daño irreparable ha causado esta pandemia en los países menos desarrollados. Se evita escarbar en la cuantiosa pérdida de oportunidades de estudio y de trabajo para los segmentos medios y con mayor énfasis en los menos favorecidos de nuestras sociedades, en donde las restricciones de movilidad, el cierre de establecimientos educativos y comerciales, así como la reducción drástica de los ingresos ha provocado un fuerte traslape descendente de las distintas capas sociales. Además, el impacto negativo en la calidad de vida ha cruzado a todo el universo, desde las familias de altos ingresos hasta quienes sobreviven en la extrema pobreza.

Pero si los adultos reaccionan con temor ante la incertidumbre del futuro inmediato, es fácil imaginar cuánto de esa angustia permea hacia el resto de la familia, especialmente sobre jóvenes y niños cuyas rutinas han sido anuladas de golpe, impidiéndoles realizar actividades esenciales en el proceso de alcanzar un desarrollo integral y saludable. El efecto psicológico de la pandemia en la población infantil y juvenil es un factor desconocido, cuyas consecuencias en la salud física y mental están aún por verse.

En este proceso complejo y cargado de incógnitas, se cruza un cúmulo de hipótesis, opiniones contradictorias de científicos y posturas antagónicas de grupos de interés -entre ellos, líderes religiosos que niegan la existencia del virus- capaces de confundir aun más a una población poco informada y temerosa, pero sobre todo sujeta a decisiones no consensuadas ni compartidas. La autoridad de los gobiernos ha sido, en este caso específico, un ensayo de prueba y error contaminado por los intereses de sectores de poder cuya menor preocupación es la salud pública y cuyo mayor interés reside en poner en marcha la economía, a cualquier precio.

El costo social de la pandemia es, hasta la fecha, difícil de calcular. En algunas naciones del continente, el grueso de la población vive alejada de los centros urbanos y sin presencia de Estado. Es decir, habitan en una esfera cuyos indicadores son desconocidos por las instituciones y en donde carecen de todos los recursos básicos de atención sanitaria. Al ser víctimas de una enfermedad tan devastadora como la provocada por el Covid 19 y sus variantes, sus esperanzas de vida se reducen al mínimo. Estas comunidades son, en su mayoría, integradas por los pueblos originarios que han sido históricamente marginados, desprovistos de poder económico, político, y asediados de manera constante en una batalla sin cuartel por sus tierras y sus recursos.

Para comenzar a entender el alcance de los efectos de lo vivido actualmente en el mundo es necesario dar una mirada a lo lejos, poner atención a lo que sucede más allá de nuestro entorno inmediato y todavía mucho más allá de nuestro limitado concepto de sociedad. En las fronteras urbanas está el inicio de una realidad distinta, cuyos indicadores representan el verdadero perfil de nuestros países. Al interior de las ciudades también existe otra frontera, otra división ilustrativa de la desigualdad, y es la marcada entre la población adulta y los amplios sectores de niñez y adolescencia, más afectados que nadie por este fenómeno sanitario complejo y desconocido que escapa a su comprensión y altera su vida de modo radical.

Vale la pena echar una mirada a la verdadera patria, la que hemos decidido ignorar.

Fuente de la información e imagen: https://insurgenciamagisterial.com

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Un simposio para pensar los «Tiempos de incertidumbres»

Organizado por la APA, del 10 al 21 de noviembre.

La Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) organiza el simposio virtual 2020 «Tiempos de incertidumbres», que se desarrollará del 10 al 21 de noviembre.

Tendrá como ejes los siguientes temas:

* Incertidumbres: angustia y formaciones del inconsciente.

* Incertidumbres y regresiones en la infancia, la adolescencia y la adultez.

* Los cuerpos del Psicoanálisis. Sexualidades. Psicosomática.

* Lazos familiares y poblaciones en riesgo.

* Neurosis y psicosis hoy.

* Manías y depresiones. Adicciones.

* Los malestares de la cultura: la cuarentena vivida.

* Creación y sublimación.

 

Como invitados especiales figuran Diego Golombek; Aldo Becce; Enrique Stola; Virginia Ungar; Massimo Recalcati; Cecilia Roth, Luis Hornstein; Santiago Levin, Carmen Villoro; Marcelo Viñar; Lía Pistiner; Leopoldo Nosek; Jaime Szpilka; Carlos Barredo; Jorge Kantor; Javier García Castiñeiras; Yolanda Gampel; Solange Camauer; Rodrigo Rojas Jerez; Andrés Gaitán González; Bernardo Tanis.

El simposio será vitual, libre y gratuito. Inscripción y programa en www.apa.org.ar.

Será transmitido a través del Facebook de APA y Zoom.

Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/304204-un-simposio-para-pensar-los-tiempos-de-incertidumbres

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Ser madre en tiempos de pandemia y una propuesta para repensar ese papel Maternidad en cuarentena

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¿Qué es el miedo?

Por: Giorgio Agamben

¿Qué es el miedo, en el que los hombres de hoy parecen tan caídos, que olvidan sus creencias éticas, políticas y religiosas? Algo familiar, por supuesto, y sin embargo, si tratamos de definirlo, parece obstinadamente evadir el entendimiento.

Del miedo como tono emocional, Heidegger dio un tratamiento ejemplar en el par. 30 de Ser y Tiempo. Sólo se puede comprender si no se olvida que el Ser (es el término que designa la estructura existencial del hombre) está siempre ya dispuesto en una tonalidad emocional, lo que constituye su apertura original al mundo. Precisamente porque en la situación emocional se cuestiona el descubrimiento original del mundo, la conciencia siempre está ya anticipada por él y por lo tanto no puede disponer de él ni creer que puede dominarlo a voluntad. De hecho, la tonalidad emocional no debe confundirse en modo alguno con un estado psicológico, sino que tiene el significado ontológico de una apertura que siempre ha abierto al hombre al mundo y de la que sólo son posibles las experiencias, los afectos y el conocimiento. «La reflexión puede encontrar experiencias sólo porque la tonalidad emocional ya ha abierto el Ser. Nos ataca, pero «no viene ni de fuera ni de dentro: surge en el ser al propio mundo como uno de sus modos». Por otra parte, esta apertura no implica que lo que se abre sea reconocido como tal. Por el contrario, sólo manifiesta una fatalidad desnuda: «el puro «que está ahí» se manifiesta; el dónde y desde dónde permanece oculto». Por eso Heidegger puede decir que la situación emocional abre al Ser en «ser lanzado» y «entregado» a su propio «nosotros». La apertura que tiene lugar en la tonalidad emocional tiene, es decir, la forma de un ser devuelto a algo que no puede ser asumido y del que se intenta – sin éxito – escapar.

Esto es evidente en el descontento, el aburrimiento o la depresión, que, como cualquier tonalidad emocional, abren el Ser «más originalmente que cualquier percepción de sí mismo», pero también lo cierran «más severamente que cualquier no percepción». Así, en la depresión, «El Ser Ser se vuelve ciego a sí mismo; el mundo ambiental que cuida se oculta, la predicción ambiental se oscurece»; y sin embargo, aquí también, el Ser Ser está consignado a una apertura de la que no puede liberarse de ninguna manera.

Es sobre el trasfondo de esta ontología de tonos emocionales que debe situarse el tratamiento del miedo. Heidegger comienza examinando tres aspectos del fenómeno: el «frente a eso» (wovor) del miedo, el «tener miedo» (Furchten) y el «per-che» (Worum) del miedo. El «frente a eso», el objeto del miedo es siempre una entidad intramundana. Lo que asusta es siempre – cualquiera que sea su naturaleza – algo que se da en el mundo y que, como tal, tiene el carácter de amenazante y dañino. Es más o menos conocido, «pero no por esta razón tranquilizadora» y, cualquiera que sea la distancia de la que venga, está en una cierta proximidad. «La entidad dañina y amenazante no se encuentra todavía a una distancia controlable, sino que se está acercando. A medida que se acerca, el daño se intensifica y por lo tanto produce la amenaza… A medida que se acerca, el daño se convierte en amenaza, podemos o no ser afectados. A medida que nos acercamos, este «es posible pero quizás ni siquiera posible» aumenta… el acercamiento de lo que es dañino nos hace descubrir la posibilidad de ser perdonado, de su paso, pero esto no suprime ni disminuye el miedo, sino que lo aumenta» (pp. 140-41). (Este carácter, por así decirlo, «cierta incertidumbre» que caracteriza al miedo también es evidente en la definición que da Spinoza de él: una «tristeza inconstante», en la que «se duda del acontecimiento de algo que se odia»).

En cuanto al segundo carácter del miedo, el temor (el mismo «tener miedo»), Heidegger señala que un mal futuro no se predice primero racionalmente, que luego se teme: más bien, desde el principio, lo que se aproxima se descubre como temible. «Sólo teniendo miedo, se puede temer, observando expresamente, tomar conciencia de lo que es aterrador. Uno se da cuenta de lo que da miedo, porque ya está en la situación emocional del miedo. El miedo, como posibilidad latente de estar emocionalmente dispuesto al mundo, el miedo, ya ha descubierto el mundo de tal manera que algo aterrador puede acercarse a él» (pág. 141). La intrepidez, como la apertura original del Ser, siempre precede a todo miedo determinable.

Como, finalmente, al «para qué», al «para quién y para qué» teme el miedo, en cuestión siempre está la propia entidad que teme, el Ser, este hombre determinado. «Sólo un ser al que en su existencia, en su misma existencia, tiene miedo puede ser asustado. El miedo abre a esta entidad en su estar en peligro, en su ser abandonado a sí mismo» (ibíd.). El hecho de que uno a veces sienta miedo por su casa, por sus posesiones o por los demás no es una objeción a este diagnóstico: se puede decir que uno tiene «miedo» por otro, sin tener realmente miedo y, si uno realmente siente miedo, es por nosotros mismos, porque tememos que nos quiten al otro.

El miedo es, en este sentido, una forma fundamental de disposición emocional, que abre al ser humano en su ya expuesto y amenazado ser. Naturalmente, se dan diferentes grados y medidas a esta amenaza: si algo amenazante, que está frente a nosotros con su «por ahora no todavía, pero sin embargo en cualquier momento», llega de repente a este ser, el miedo se convierte en temor (Erschrecken); si la amenaza no es ya conocida, pero tiene el carácter de la más profunda extrañeza, el miedo se convierte en horror (Grauen). Si une estos dos aspectos en sí mismo, entonces el miedo se convierte en terror (Entsetzen). En cualquier caso, todas las diferentes formas de esta tonalidad emocional muestran que el hombre, en su propia apertura al mundo, es constitutivamente «temeroso».

La única otra tonalidad emocional que Heidegger examina en Ser y Tiempo es la angustia, y es la angustia – y no el miedo – lo que se le da el rango de tonalidad emocional fundamental. Y, sin embargo, es precisamente en relación con el miedo que Heidegger puede definir su naturaleza, distinguiendo en primer lugar «aquello ante lo que la angustia es la angustia de aquello ante lo que el miedo es el miedo» (p. 186). Mientras que el miedo siempre tiene algo que ver con algo, el «frente al cual» de la angustia nunca es una entidad intramundana». La amenaza que se produce aquí no sólo no tiene el carácter de un posible daño por una cosa amenazante, sino que «el «frente a la cual» de la angustia es completamente indeterminado. Esta indeterminación no sólo nos deja completamente indecisos sobre de qué entidad intramundana proviene la amenaza, sino que también significa que, en general, la entidad intramundana es «irrelevante». (ibíd.) El «frente a eso» de la angustia no es una entidad, sino el mundo como tal. La angustia es, es decir, la apertura original del mundo como un mundo (p. 187) y «sólo porque la angustia siempre determina latentemente el ser del hombre al mundo, él… puede sentir miedo. El miedo es una angustia que ha caído en el mundo, inauténtica y escondida de sí misma» (p. 189).

No sin razón se observó que la primacía de la angustia sobre el miedo que Heidegger afirma puede ser fácilmente revocada: en lugar de definir el miedo como una angustia disminuida y descompuesta en un objeto, puede ser igualmente legítimamente definido como un miedo privado de su objeto. Si uno le quita al miedo su objeto, se convierte en angustia. En este sentido, el miedo sería la tonalidad emocional fundamental, en la que el hombre ya está siempre en riesgo de caer. De ahí su significado político esencial, que lo constituye como aquel en el que el poder, al menos desde Hobbes, ha buscado su fundamento y justificación.

Intentemos llevar a cabo y continuar el análisis de Heidegger. Es significativo, en la perspectiva que nos interesa aquí, que el miedo siempre se refiere a una «cosa», a una entidad intramundana (en el presente caso, a la más pequeña de las entidades, un virus). Intramondano significa que ha perdido toda relación con la apertura del mundo y existe de hecho e inexorablemente, sin ninguna trascendencia posible. Si la estructura del ser al mundo implica para Heidegger una trascendencia y una apertura, es precisamente esta misma trascendencia la que entrega el Ser a la esfera de la cosidad. Estar en el mundo significa, de hecho, ser co-originalmente remitido a las cosas que la apertura del mundo revela y hace aparecer. Mientras que el animal, privado de un mundo, no puede percibir un objeto como objeto, el hombre, al abrirse a un mundo, puede ser asignado sin escape a una cosa como cosa.

De ahí la posibilidad original del miedo: es la tonalidad emocional que se abre cuando el hombre, al perder el vínculo entre el mundo y las cosas, se encuentra irremisiblemente entregado a entidades intramundanas y no puede aceptar una «cosa», que ahora se convierte en amenazante. Una vez que se pierde su relación con el mundo, la «cosa» es en sí misma aterradora. El miedo es la dimensión en la que cae la humanidad cuando se encuentra entregada, como en la modernidad, a una cosidad sin escape. El ser aterrador, la «cosa» que en las películas de terror asalta y amenaza a la humanidad, es en este sentido sólo una encarnación de esta cosidad inalcanzable.

De ahí el sentimiento de impotencia que define el miedo. Los que sienten miedo tratan de protegerse de todas las maneras y con todos los medios posibles de la cosa que los amenaza – por ejemplo, usando una máscara o encerrándose en el interior – pero esto no los tranquiliza de ninguna manera, al contrario, hace que su impotencia para enfrentarse a la «cosa» sea aún más evidente y constante. En este sentido, el miedo puede definirse como la inversa de la voluntad de poder: el carácter esencial del miedo es una voluntad de impotencia, la voluntad de ser impotente ante la cosa temible. Asimismo, para tranquilizarse se puede contar con alguien con alguna autoridad en la materia – por ejemplo, un médico o funcionarios de protección civil – pero esto no suprime en modo alguno el sentimiento de inseguridad que acompaña al miedo, que es constitutivamente una voluntad de inseguridad, una voluntad de ser inseguro. Y esto es tan cierto que las mismas personas que se supone que deben tranquilizar se entretienen en cambio con la inseguridad y no se cansan de recordar, en interés de los asustados, que lo que es aterrador no puede ser superado y eliminado de una vez por todas.

¿Cómo podemos aceptar esta tonalidad emocional fundamental, en la que el hombre parece constitucionalmente siempre caer? Dado que el miedo precede y anticipa el conocimiento y la reflexión, es inútil tratar de convencer a los asustados con pruebas y argumentos racionales: el miedo es ante todo la imposibilidad de acceder a un razonamiento que no sea sugerido por el propio miedo. Como escribe Heidegger, el miedo «paraliza y hace que uno pierda la cabeza» (p. 141). Así pues, ante la epidemia se vio que la publicación de ciertos datos y opiniones de fuentes fidedignas se ignoraba sistemáticamente y se dejaba de lado en nombre de otros datos y opiniones que ni siquiera trataban de ser científicamente fiables.

Dado el carácter original del miedo, esto sólo podría lograrse si fuera posible acceder a una dimensión igualmente original. Tal dimensión existe y es la misma apertura al mundo, donde sólo las cosas pueden aparecer y amenazarnos. Las cosas se vuelven aterradoras porque olvidamos su copropiedad del mundo que las trasciende y, juntas, las hace presentes. La única manera de separar la «cosa» del miedo del que parece inseparable es recordar la apertura en la que ya está siempre expuesta y revelada. No el razonamiento, sino la memoria – recordarnos a nosotros mismos y a nuestro ser en el mundo – puede devolvernos el acceso a una cosidad libre de miedo. La «cosa» que me aterroriza, aunque sea invisible a los ojos, es, como todas las demás entidades del mundo – como este árbol, este arroyo, este hombre – abierta en su pura existencia. Sólo porque estoy en el mundo, las cosas pueden aparecerme y posiblemente asustarme. Son parte de mi ser en el mundo, y esto – y no una cosidad abstractamente separada e indebidamente erigida soberanamente – dicta las reglas éticas y políticas de mi comportamiento. Por supuesto, el árbol puede romperse y caer sobre mí, el torrente se desborda e inunda el país y este hombre me golpea de repente: si esta posibilidad se hace realidad de repente, un miedo justo sugiere las precauciones adecuadas sin caer en el pánico y sin perder la cabeza, dejando que otros canalicen su poder sobre mi miedo y, convirtiendo la emergencia en una norma estable, decidir a su propia discreción lo que puedo o no puedo hacer y cancelar las reglas que garantizaban mi libertad.

Fuente e imagen: https://ficciondelarazon.org/2020/07/13/giorgio-agamben-que-es-el-miedo/

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Aprende en casa… ¿de quién?

Por:  Rogelio Javier Alonso Ruiz

La respuesta del gobierno federal al cierre de escuelas por la pandemia actual fue el programa “Aprende en Casa”, en el cual, mediante diversos apoyos como la televisión, la radio, los cuadernillos o la intervención remota de los profesores, los alumnos continuarán con el trabajo académico en casa. En sus apariciones públicas, el Secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán, irradia optimismo al hablar del programa: señala que con la propuesta todos los alumnos tendrán acceso a los aprendizajes y resalta la capacidad y vocación de los maestros como un elemento valioso para sortear este momento. Si bien su apreciación es parcialmente correcta, implica un análisis mucho más profundo de algunas otras variables: además de la tecnología, es importante reflexionar sobre la escolaridad de los padres, las prácticas pedagógicas y la situación emocional en los hogares, entre otros asuntos.

En los niveles educativos correspondientes a la Educación Básica, la implementación de la educación a distancia implica ceder a los padres de familia buena parte de la responsabilidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje. En ese sentido, debe considerarse que, de acuerdo con el INEE (2017, p. 71), casi una cuarta parte (21%) de las madres de familia de los alumnos de sexto grado de primaria del país tienen escolaridad igual o inferior a la primaria; en otro tipo de escuelas, como la indígena o la comunitaria, los niveles son mayores (54% y 56%, respectivamente), mientras que en las escuelas privadas son prácticamente nulos (2%).  Este aspecto sin duda debe advertirse al considerar una estrategia de educación a distancia que pretenda ser efectiva: los estudiantes no contarán con el mismo apoyo en casa, por tanto, deberá cuidarse la complejidad del tipo de actividades que se propone.

Sobre el papel del hogar y los padres de familia, la Comisión para la Mejora Continua de la Educación (MEJOREDU) ha señalado categóricamente que “los hogares no son escuelas, las madres y los padres de familia no son docentes” (2020, p. 9). En consecuencia, la propuesta es que las actividades a distancia quiten su énfasis de los conocimientos teóricos y procedimentales formales del currículo, centrándose ahora en cuestiones como la construcción de una convivencia pacífica y participativa, la práctica de actividades lúdicas o el ejercicio de habilidades socioemocionales. Debe aprovecharse que en contextos como el de las escuelas privadas, la mayoría de los padres de familia (54%) tenga niveles de estudio de cuando menos educación superior, lo que sin duda dará un soporte en casa muy valioso para los estudiantes; sin embargo, la diferencia en la escolaridad de los padres de familia implica un riesgo de inequidad en la práctica de la educación a distancia.

Aunque haya esfuerzos por llevar las actividades escolares a todos los hogares, incluso mediante cuadernillos impresos, al revisar los planteamientos de educación a distancia de diferentes universidades es posible observar que, de manera constante, uno de sus componentes fundamentales es el uso de las tecnologías de la información y la comunicación (Coronado, 2017): en las modalidades a distancia de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla se reconoce como fundamental “la disponibilidad y acceso a contenidos educativos en ambientes virtuales” (p. 40), mientras que en la Universidad Autónoma de Nuevo León, el modelo de educación media superior a distancia “permitió el  estudio a través de distintos medios tecnológicos de información y comunicación” (p. 175). De este modo, aunque algunos pudieran decir que el uso de tecnologías no es totalmente indispensable para el trabajo escolar a distancia, su relevancia parece no estar en discusión. No es conveniente, a estas alturas del debate educativo, redundar en las condiciones de acceso a la tecnología de los hogares mexicanos.

Otro aspecto importante por analizar en la educación a distancia es la parte pedagógica. Poco o nada se ha dicho en el debate público en relación a la necesidad de modificar las formas de enseñanza por parte de los profesores. Hace pocos días, en video conferencia a la que fue convocada toda la comunidad educativa del país, fue presentada la estrategia de educación a distancia en línea, en la que, entre otros aspectos, se dio a conocer el programa formativo para los profesores mexicanos en temas de uso de tecnologías digitales. Si bien es importante la capacitación en esos aspectos tecnológicos, también lo debería ser en la parte pedagógica. Trabajar a distancia va más allá de sustituir el pizarrón por la pantalla, es decir, en el “simple traslado de las tradiciones áulicas al entorno digital” (Coronado, 2017, p. 27). Un cambio tan pronunciado en el entorno de enseñanza y aprendizaje ¿no implicaría tener que acercarse al currículo de manera diferente? ¿proponer actividades distintas a las que se realizan regularmente en el aula física? ¿replantear el rol del alumno y del docente? Vale la pena reflexionar entonces si es viable, para que se dé el aprendizaje en casa, trasladar las actividades cotidianas del aula a la escuela, sin ningún tipo de adecuación.

Para hacer realidad el eslogan “aprende en casa” es necesario también considerar la situación emocional que prevalece en la mayoría de los hogares mexicanos. Es bien sabido que más de la mitad de las familias mexicanas viven en la pobreza, con escasas posibilidades de generar ahorros para subsistir. El encierro de esas familias cuyos jefes tienen que salir día a día a ganarse el sustento, debe provocar un escenario de angustia, miedo, desesperación y hasta hambre en muchos hogares del país. Para ningún maestro es desconocido que el estrés y la mala nutrición son factores nocivos para el aprendizaje. ¿Son entonces estos hogares mexicanos espacios adecuados para cumplir con las tareas escolares? ¿Es el momento propicio para intentar que en las casas de alumnos en esta situación se dé el aprendizaje?

No obstante las adversidades a las que se hace alusión en el escrito existen factores que pueden hacer que esta experiencia sea fructífera. Uno de ellos es el compromiso de los docentes. El Secretario de Educación tiene razón al alegrarse por los maestros con los que cuentan las escuelas mexicanas. Para ese mismo magisterio que da su mejor esfuerzo incluso en las escuelas con condiciones más indignas, el reto actual no es de ninguna manera intimidante. Es de resaltarse que, al momento de la presentación de la estrategia en línea, numerosos docentes y escuelas ya desde hace semanas tenían montada una estrategia de trabajo con los padres de familia, adecuada a su contexto y, en muchos casos, con toques de creatividad, innovación y sensibilidad realmente gratos. No esperaron a la autoridad, se adelantaron a ella para enfrentar el desafío. Como en la escuela física, la voluntad de los docentes suplirá, en la medida de lo posible, las deficiencias organizativas y las carencias de los alumnos. No debe quedar duda entonces del esfuerzo que, de manera general, harán los profesores del país.

Existen muchos factores que hacen pensar que la decisión de continuar con el ciclo escolar o no otorgar la aprobación general de los estudiantes es una obstinación de las autoridades educativas. Países en mejores condiciones educativas ya han aprobado a sus alumnos o bien determinado que no se volverá a clases presenciales por el resto del ciclo escolar. Es de cuestionarse la idea de que el aprendizaje escolar formal pueda suscitarse en los hogares mexicanos, considerando situaciones como la disponibilidad tecnológica, la escolaridad de los padres, las prácticas pedagógicas o la situación emocional de las familias. Si bien la educación a distancia se practica en los niveles superiores (cuando ya la “selección natural” de nuestro inequitativo sistema educativo va avanzada), será importante, a partir de esta experiencia, reflexionar si es viable en una población tan grande como la de la matrícula total de nuestro sistema educativo. Así pues, pareciera incompleto el título del programa “Aprende en casa”; dadas las desiguales condiciones de los hogares mexicanos, sería más preciso si se titulara “Aprende en casa… ¿de quién?”.

Fuente: https://profelandia.com/aprende-en-casa-de-quien/

Imagen:       https://pixabay.com/photos/office-notes-notepad-entrepreneur-620817/

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