La palabra “cuarentena” es resignificada en la época de la covid-19, sin embargo, para las mujeres madres no es una palabra nueva. Se llama comúnmente cuarentena al estado del posparto, esa primera etapa que, según dicen, dura entre seis y ocho semanas, donde se produce un retorno a la normalidad de todos los cambios orgánicos y fisiológicos que sucedieron durante el embarazo y el parto. Más allá de esto y fundamentalmente, son las primeras semanas de relación con su bebé, tiempo en el que además de ocuparse y preocuparse por cada minuto de su vida antes de cualquier otra cosa, también está transitando el comienzo del puerperio. Las madres transitan una transformación del cuerpo jamás antes vivenciada, pasaje de haber sido habitadas por otro ser vivo a experimentar un estado casi de “vaciamiento”. De estar “rellenitas” a estar “chupadas” (literalmente chupadas si además amamantan).
La maternidad en cuarentena tiene mucho de esto que nombraba como el cuadro del posparto. A lo largo de estos meses de cuarentena tuve la posibilidad de hablar con distintas madres, pacientes, amigues, familiares, conocidas, “mamis” del cole, vecinas, etc. Lo que más se escuchaba era una frase harto conocida: “no doy más”. Cansancio, fastidio, irritabilidad, ira, angustia, asfixia, fobia, hartazgo, por nombrar algunas de los estados afectivos que suscita la maternidad cuando es vivenciada como una obligatoriedad. Digo, obligatoriedad, porque al comienzo de la cuarentena el DNU obligaba al niñe a permanecer en su centro de vida, que, en la mayoría de los casos, es el hogar materno.
Ahora bien, ¿cómo pensar un deseo tan ambiguo? ¿cómo pensar el deseo en la maternidad? Sin intención de dar definiciones académicas acerca del deseo (que las hay, muchísimas y super interesantes) voy a decir una que me parece pertinente y que tiene que ver con el mundo del patinaje artístico. Cuando era chica patinaba y había una frase que decía: “patinar es deslizarse feliz por la vida”, es el primer significado del deseo que leí. El deseo es como ese “deslizarse” que tiene el patinaje, lo de “feliz” lo dejamos entre comillas por ahora, pero sin necesariamente nombrar la felicidad podríamos decir “estar a gusto” con uno mismo. El deseo es como ese “deslizarse” del patinaje “que te deja a gusto a lo largo de tu vida”. Propongo que sea enunciado de este modo.
Si seguimos esta línea, ¿no sería hora de que las madres nos preguntemos cómo deslizarnos por la vida, estando a gusto con nuestras acciones respecto a nuestrxs hijxs? ¿no es apropiado empezar a pensar que si seguimos ligando la maternidad a la culpa no paramos de reproducir angustia y fastidio en nosotras y en nuestros hijes?
Madre, ama de casa, trabajadora, mujer, y es que ¡con todo no se puede! No se puede, es lisa y llanamente un “no se puede”. Pero ¿cómo construir cada una ese “no se puede” sin que la culpa se instale aglutinándonos el cuerpo? ¿cómo asumir que las madres no somos todo lo que un hije necesita? ¿podemos pesquisar la potencia que tienen los discursos? Hay miles: publicidades, ideologías, creencias religiosas, doctrinas, slogans, psiconalistas, psicologías y todo tipo de discursividad humana que dicen que una madre es básicamente un ser con la disponibilidad hacia un hije. ¿En serio? ¿Hay alguna madre que pueda ser un poco honesta y decir la verdad?
Claro que hay un primer tiempo de la vida donde esa disponibilidad hacia un hije está comandándonos por todas las aristas de nuestra existencia, desde una teta que emana leche cuando es la hora de amamantar hasta el cuerpo dormido que despierta de noche a escuchar si respira bien. Winnicott llamó a ese estado “preocupación materna primaria”, estado psíquico que paulatinamente deberá ceder. Ahora bien, ¿cómo ceder esa preocupación materna primaria si hay todo un aparato económico, social y cultural que impone el mandato de lo que es ser una “buena madre”?
La maternidad, como decía, se sostiene con otres, y no estoy hablando de la “figura” del padre (o madre-padre) únicamente. Son otres que se convierten en apoyaturas para que la madre pueda realizar otros asuntos de su vida, dar lugar a otras aristas de su existencia, dar lugar a otros deseos.
Cuando el DNU otorgó otras posibilidades, hubo algunos cambios, eso que recaía en general sobre la madre pasó a repartirse un poco más prolijamente –en el mejor de los casos– con la figura del padre (o madre-padre) y/o otres. Sin embargo, las madres a la cabeza, continúan dando forma a la mayoría de las tareas de la crianza y educación de les hijes: hacen la tarea con ellos/as, llaman al pediatra, googlean modos y formas de no quedar tan encerrades (por supuesto, es una generalización y no aplica a un universal de todos los casos).
Que una madre quede “encerrada” con une hije es una de las angustias mayores que se puede tolerar. ¿Cómo hacer para salir del encierro en pleno ASPO?
La madre libidiniza a sus hijes de los que se ocupará siempre y cuando cuente con un sostén, ya sea real, simbólico o imaginario, pero ¿en qué registro apoyarse cuando estás a solas con tus hijes y siendo el atardecer te topás con tanto por hacer: trabajo pendiente, hora del baño, cena inminente, etc, ¿etc?
¿Quién “me mira” ser madre?
El lugar de la mirada ha ido cobrando cada vez más relevancia y las nuevas tecnologías han contribuido a propiciarlo. Sabemos que la mirada de los otres nos construye, nos habita y también se nos vuelve una plaga en el cuerpo. Una plaga invasiva donde el sujeto, al ser demasiado mirado, solo quiere borrarse de la escena y en su vertiente opuesta, cuando esa mirada se corre por completo, produce un gran dolor por la perdida de ya no ser mirado. Casi una paradoja que no se resolverá si no es generando una regulación de ese hacerse mirar-ser mirado.
Es un gran engaño creer que la maternidad podría ser vivida “a gusto” a condición de que haya un otre que mire esa escena donde soy madre. Lo digo en este sentido: si bien es un alivio contar con otres (¡y vaya que les necesitamos!), la maternidad es una vivencia en el cuerpo que atraviesa a las mujeres (y aquí hablo de posiciones) y que conlleva modos de crianza, educación, alimentación, etc. (Muchas mamás leen cuentos a sus hijes porque se dice que eso “fomentará la lectura”, o les sacan la tablet reforzando la idea de “le hace mal”, “no se mueve”, cuando al lado el niñe tiene un adulte que no deja el celular ni un minuto). Cuando pasan varios días con los hijes y no tienen a un/a otre que los mire y les sostenga la escena de “madre” –y también esto se escucha en la figura del “padre”– se cansan de los hijes, se molestan. Cuando nadie las/los ve, cuando nadie las/los mira, también son capaces de decir cualquier barbaridad e incluso olvidarse por completo que a cada paso que damos estamos haciendo una transmisión.
Me parece que la maternidad y la paternidad en el año 2020 es distinta a otras maternidades y paternidades. Y hay que integrar eso distinto, esa diferencia. Sacarse un poco la careta y ser más honesta/o con eso intenso que produce un hije.
El deseo materno tiene dos patas muy fuertes que se tocan en lo más profundo de nuestro ser: un amor intenso y una gran hostilidad. También corroboro que a medida de que una puede ser mas honesta con su maternidad se siente menos culpable de ese fragmento de hostilidad. Cuando podés decir-te o decirle a tu hije “ahora no puedo”, “mamá hoy no tiene ganas de…”, habilitar algunos “no” posibles también para vehiculizar que todo no se puede, que transmitís en definitiva en esa crianza algo de la falta, “no se puede todo”, porque básicamente sos no-toda madre.
Retornando al deseo materno del que hablaba al comienzo, como un “deslizarse a gusto a lo largo de la vida”, habrá que repensar un poco mejor las coordenadas de las maternidades actuales y los discursos que las rigidizan, en cuarentena y poscuarentena, porque si no hay un deseo que te hamaque la maternidad, ¿cómo hacés para apropiártela de por vida?
Fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/299203-maternidad-en-cuarentena