“Por suerte, y como la historia humana tantas veces ha demostrado, no hay cosa mala que no traiga consigo una cosa buena” (José Saramago, Ensayo sobre la ceguera)
El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2019) anunció al mundo que el Covid-19 se había convertido en una pandemia.
De inmediato se encendieron las alarmas y comenzaron las redes sociales a circular información de las más variopintas opiniones: religiosas, seculares o científicas.
Aparecieron visiones apocalípticas, incluso hablando de la amenaza de extinción de la especie humana, presentando al Covid-19 como el escatón, el fin del tiempo y del mundo.
Por su parte, los partidarios de las “teorías de la conspiración”, han afirmado que este virus se incubó en los más oscuros laboratorios de guerra biológica, desarrollado en Estados Unidos, que está provocando experimentación y muertes por doquier, especialmente en países que erigen, como desiderátum de la historia, el modelo consumista capitalista.
Pero también hay quienes miran la conspiración por chino. El secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, sostiene que todo fue planificado por el partido comunista chino para darle “jaque mate” a la hegemonía estadounidense.
Por supuesto, ante cualquier acontecimiento de estas magnitudes, resurgen los fundamentalismos y salvacionismos religiosos, predicando que nos encontramos en era de la anarquía y del mal, por cuanto se han incumplido los mandatos de Dios en la tierra y por tanto, nos dirigimos a la destrucción de la especie humana como castigo divino.
Ahora, lo real y concreto, es que las respuestas por parte de los gobiernos ante esta pandemia no son unificadas. Mientras unos ayudan a sus propios pueblos y socorren a otros, practicando el verdadero humanismo (China, Rusia y Cuba), otros, hablan de salvar ante todo la economía y sus pueblos se baten entre la vida y la muerte.
¿Y después qué?
Se habla de que después no seremos iguales, no seremos los mismos. Saramago dice: “no hay cosa mala que no traiga cosas buenas”.
Una verdad verdadera es que las pandemias, tengan el color que tengan, constituyen, “enemigos invisibles”, amenazas para todos los continentes, todos los países y todas las clases sociales. “Este virus es democrático. No distingue entre pobres y ricos o entre estadista y ciudadano común” (Dixit el viceministro de salud de Iran, Iray Harirchi, quien dijo positivo al virus)
El Covid- 19 puso en jaque el narcisismo y yoísmo. No le concierne sólo al otro. Nuestra campana de cristal se ha agrietado y por tanto, debemos estar conteste que no somos invulnerables. Sin embargo a hay quienes se resisten a creerlo.
Según información publicada en el diario cubano Juventud Rebelde, el 21/03/2020, unos cuantos ricos pensaron comprar trozos del planeta para salvarse de la pandemia, “aferrados a sus millones y a esa frase tan común en ellos de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. No es cuento: existe la enajenación egoísta de los poderosos.
El Covid-19 está confirmando que no es la humanidad entera el verdadero virus destructor de la naturaleza. Hay unos más responsables que otros en esa forma depredadora y en los excesos de la civilización contemporánea, aunque la visión de la aporafobia intenta responsabilizar de esa tragedia en mayor medida a los pobres.
El Covid-19 ha puesto al desnudo las tesis neomalthusianas, expresadas hoy en la gerontofobia, esto es, el rechazo irracional hacia la gente de tercera o cuarta edad. Para los neoliberales lo importante es reducir el gasto social en aras del crecimiento de la economía. Sus frases son elocuentes: hay “demasiados viejos y debemos eliminarlos” (Dixit Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo) o: “los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía” (Dixit Dan Patrick, vicegobernador de Texas,
Después del Covid-19 debería extinguirse la “alterfobia”, puesta de manifiesto en esta frase: “es un virus chino” (Dixit Donald Trump).
En pleno desarrollo del Antropoceno están brotando manifestaciones del Necroceno. Tres casos. Uno, lo ocurrido en la Amazonía, en agosto del año 2019 donde centenares de hectáreas de selva tropical se incendiaron; dos, a principios de este año, los impresionantes incendios forestales, imágenes de gente huyendo por caminos polvorientos, columnas de humo que se veían desde el espacio, koalas rescatados en el último minuto en Australia y tres, el Covid-19, que ha puesto a la humanidad entera a discutir cuál es la distancia entre la vida y la muerte.
El filósofo esloveno, Slavoj Zizek, dice que el Covid-19 generará un virus ideológico, que significará “el pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”
Mientras otro filósofo, el surcoreano Byung Chul-Han, dirá: “Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta”.
Por su propia lógica, el capitalismo corroe, mata, de allí que, ojalá después de lo malo -el Covid-19-, venga lo bueno, y surja otro sistema económico, político, social y cultural que respete la naturaleza, acabe con la aporofobia, la alterfobia y gerontofobia, y en este último caso se entienda que los “viejitos”, no son una carga a desechar, sino un reservorio de experiencias y sabiduría inestimables.
Fuente: El autor escribe para el Portal Otras Voces en Educación
“¿Realmente molestan los extranjeros, o lo que molestan son los pobres, sean extranjeros o de la propia casa?” A partir de esta reflexión, la filósofa Adela Cortina, catedrática emérita de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia, acuñó una nueva palabra: “aporofobia”, para definir el rechazo al pobre, como discriminación universal. En este vídeo plantea la ironía por la que turistas y extranjeros con dinero son bienvenidos, pero personas sin recursos, no. La ética tiene una respuesta para esto. Adela Cortina es directora de la Fundación Étnor (Ética de los negocios y las Organizaciones empresariales) y durante años ha liderado el análisis contemporáneo de filosofía política y ética aplicada, reivindicando la importancia de la educación en valores y la filosofía en la escuela. Fue la primera mujer que ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, institución que en 2019 reconoció su trayectoria filosófica con la publicación del libro ‘Ética y filosofía política: Homenaje a Adela Cortina’, que reúne la reflexión de medio centenar de autores sobre su pensamiento y enseñanzas. Cortina es también autora de libros como ‘El quehacer ético’, ‘Para qué sirve realmente la ética’, por el que recibió el Premio Nacional de Ensayo 2014 y ‘Aporofobia, el rechazo al pobre’.
Fuente de la entrevista: https://www.youtube.com/watch?v=Kc92s05D8L8
La filósofa Adela Cortina elimina de la compasión cualquier acepción negativa y la explica como el sentimiento de padecer con otro su tristeza y también su alegría. “En nuestro país –aclara Cortina– el alegrarse con el bien de otro es dificilísimo”. Y lo dice la gran experta en ética. Hablamos con ella de filosofía, ética, felicidad, justicia… y de pobreza, el tema central de su último libro, Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia.
Por Gabriel Arnaiz, profesor de filosofía
El filósofo José Antonio Marina ha dicho que todo lo que sabe de ética lo había aprendido de ella. Aunque este comentario es un cumplido quizá exagerado, refleja de manera muy clara una cosa: que quien quiera saber de qué va la ética necesariamente tendrá que empaparse del trabajo que ha venido realizando esta filósofa durante más de tres décadas. Adela Cortina fue una de las primeras introductoras en España de la ética del discurso de Habermas y Apel, aunque su proyecto de ética cordial pretende compensar las limitaciones de este enfoque con una ética de las virtudes, es decir, complementar el enfoque kantiano de esta ética procedimentalista con ciertas dosis de buen juicio aristotélico. Ella ha sido también uno de los primeros filósofos españoles en tomarse en serio el abigarrado universo de las éticas aplicadas, sobre todo de la ética empresarial, de la que es una de las representantes más destacadas en lengua española, con varias obras colectivas sobre este tema que son de consulta indispensable. Casi ningún otro filósofo en España, salvo Savater o Marina, puede presumir de que sus obras hayan sido reeditadas tantas veces: Ética mínima va ya por la decimoquinta edición; Ética sin moral, por la décima; Ética aplicada y democraciaradical, por la quinta, y Ciudadanos del mundo y Neuroética y neuropolítica, por la tercera. Además, Adela Cortina es la única mujer que ha sido admitida hasta ahora en la Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Uno de sus últimos libros se titula ¿Para qué sirve realmente la ética?, y eserealmente ya presupone que la ética no sirve para nada realmente útil, si no no sería necesario haber incluido este escéptico realmente. Así que, antes de que me diga si la ética sirve realmente para algo, ¿podría explicarnos qué es la ética? Hay mucha confusión con otros términos parecidos, como moral o religión. Un excelente profesor mío, Fernando Cubells, solía decir que “las cuestiones de nombres son también cuestiones sobre cosas”, y por eso importa tanto aclarar de qué estamos hablando cuando utilizamos la palabra ética. La palabra ética viene del griego, del termino êthos, que quiere decir carácter, y, en ese sentido, la ética está relacionada fundamentalmente con la forja del carácter de las personas.
Dice también allí que, si le obligasen a ser lacónica, diría que consiste en “conjugar justicia con la felicidad”. Un carácter justo y la búsqueda de la felicidad con un buen carácter serían para mí los dos caminos de la ética. ¿Por qué nombro esos dos? Porque la filosofía siempre se ha preguntado por la felicidad, pero se ha entendido de muy diversas maneras. Y en los últimos tiempos se ha entendido de una manera que puede entrar en conflicto con la justicia, porque la felicidad, a mi juicio, se ha reducido a bienestar. Bienestar quiere decir tener una serie de sensaciones placenteras, como estar satisfecho con la vida o tener eso que se llama “una vida de calidad”, es decir, vivir en una ciudad pequeña, tener buenas relaciones, poder ir a conciertos, al teatro, etc. Lo cual, en principio, está muy bien, pero si la felicidad se reduce a bienestar, entonces puede entrar en conflicto con la justicia.
¿Cómo puede ser eso? Porque al que está bien le molestan los que plantean exigencias de justicia. En nuestra tierra se dice que el que estiga bé que no es menetge (el que esté bien, que no se mueva). Al que está bien y le vienen con que tiene que pagar impuestos, lo hará mientras haya coacción, pero si no, en absoluto. Además, pensará que el dinero es suyo y que por qué se lo han de reclamar. De igual modo, si viene un inmigrante en una patera, le parecerá muy molesto, porque él está bien y no entiende por qué el inmigrante ha de obligarle a moverse. Y si al bienestante le cuentan que en España hay ahora una gran cantidad de pobres, que muchas familias acuden a los comedores de Cáritas y que hay niños que sólo comen cuando les dan de comer en la escuela, se siente molesto, porque él está bien y eso le incomoda. Por eso creo que cuando la felicidad se convierte en bienestar (lo cual tiene mucho que ver con la sociedad de consumo), la justicia puede entrar en conflicto con ella. Es en ese sentido en el que digo que la justicia puede entrar en conflicto con una felicidad concebida como bienestar, pues entiendo que la justicia siempre es una exigencia y las exigencias de justicia no se pueden dejar de lado de ninguna manera, porque son las que nos caracterizan básicamente como seres humanos. Quien cae por debajo de los mínimos éticos está cayendo bajo mínimos de humanidad; esa es la idea. Entonces ¿qué debería ser la felicidad? La felicidad siempre tiene que ser una aspiración que incluya las exigencias de justicia, y por eso yo propongo la compasión como algo fundamental.
“La compasión no es la conmiseración que sienten los que están bien situados frente a los que no lo están”
Pero solemos tener una idea de la compasión más bien negativa. Nos recuerda al día del Domund y cosas así. Es que la compasión no es la conmiseración que sienten los que están bien situados frente a los que no lo están. La compasión es el sentimiento de padecer con otro su tristeza y también su alegría, porque en nuestro país, donde la envidia es el pecado capital, el alegrarse con el bien de otro es dificilísimo. El otro día leí la noticia de una psicóloga que preguntaba a sus encuestados: “¿Cuándo se alegra usted más, cuando le salen las cosas bien a usted o cuando le salen mal a los otros?” ¡Y la gente contestaba que cuando le salían mal a los otros!
¡Hay que ver cómo somos! Decía el economista Jeffrey Sachs, y también lo he recogido en el libro, que una de las causas de la crisis ha sido que la élite norteamericana no ha tenido civilidad y yo añadiría, que tampoco compasión. Banqueros, políticos y gentes relevantes, como no les importan los otros, han creído que no tenían por qué ser justos. A mi juicio, la justicia, sin esa compasión básica, no puede funcionar de ninguna manera. Si los demás no importan, la justicia carece de sentido. Por eso es por lo que yo creo que un proyecto de felicidad que incluya a los otros es el que puede plantear exigencias de justicia.
¿Esto tiene que ver con lo que usted llama la aporofobia, es decir, el rechazo a los pobres, de la que habla en su nuevo libro:Aporofobia, el rechazo a los pobres(editado por Paidós)? A pesar de que se habla mucho de xenofobia, el extranjero no suele molestarnos cuando viene bien provisto de petrodólares. Por ejemplo, cuando vienen los alemanes a la Costa del Sol o a la Costa Blanca les ponemos la alfombra roja porque traen dinero. No nos molesta en absoluto que sean arios ni nada por el estilo. Entonces ¿quiénes son los que molestan? Los de la propia familia cuando son pobres; es de sentido común. Y ahora que hay muchísimos pobres, la gente lo oculta (que no se vea, que no se sepa), y se relaciona con los parientes que están bien situados. Y además, hasta el último gato presume del pariente bien situado y nadie te nombra al pariente más necesitado. Yo creo que la cuestión es que la aporofobia la tenemos al lado de la calle. Y es por eso que la justicia y la compasión son fundamentales. La pobreza es falta de libertad.
(La palabra aporofobia, acuñada por Adela Cortina, fue elegida “palabra del año 2017” por la Fundéu, Fundación de Español Urgente).
Usted ha sido la máxima exponente en España de una ética dialógica (siguiendo las aportaciones de Habermas y Apel) y ha defendido siempre la necesidad de una ética mínima en una sociedad plural. ¿Nos puede explicar qué es lo quieres decir con esta fórmula? Quiero decir que la fórmula del pluralismo moral consiste en que convivan distintas éticas de máximos, distintas éticas que hacen ofertas de vida feliz, que hacen propuestas de vida buena, que aconsejan distintos proyectos de vida buena, siempre que dialoguen entre sí y puedan compartir por lo menos unos mínimos valores de justicia con los que no se puede vivir sin caer en inhumanidad.
¿Cuáles serían esos mínimos? Fundamentalmente, la libertad (entendida como independencia, como participación, como autonomía y como no dominación), la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y los derechos humanos de las tres primeras generaciones: es decir, la libertad de expresión, de asociación, de reunión, de conciencia, etc., pero también los derechos económicos, sociales y culturales, es decir, una asistencia sanitaria de calidad, una educación de calidad, un seguro de desempleo, unas pensiones a una edad razonable y la ayuda en tiempos de carencia, como cuando uno está discapacitado o en situación de dependencia. Todos esos derechos son unos valores mínimos sobre los que todos los grupos políticos deberían estar de acuerdo. Es verdad que esos mínimos no son estáticos, sino dinámicos, pero por lo menos debemos tener claro que hay unos mínimos de justicia que todos debemos compartir, porque, si no, los miembros de una sociedad no tienen nada en común y no pueden construir nada juntos. Y eso es lo que me fastidia de nuestra sociedad actual: que todo el mundo está protestando, unos contra otros, pero no hay modo de que esos mínimos salgan adelante. Y eso es algo de lo que se tienen que convencer todos los partidos políticos, todos los sindicatos y los ciudadanos de a pie.
Pero parece que ese consenso del Estado del bienestar, que era típico de Europa, se está dinamitando: hay que reducir las pensiones, privatizar la sanidad, recortar en educación, etc. Yo escribí un artículo que se titulaba El corazón de Europa, en el que decía justamente que ese modelo que tenía Europa como propio era lo mejor que podía ofertar. Eso y la defensa de la democracia y de la dignidad humana. Cuando estos valores básicos se ponen en peligro con recortes económicos, aduciendo que los recursos son escasos, esto no es sino una coartada. Los recursos siempre son escasos, por eso hay que priorizar. Ya lo decía Hume: “¿Cuáles son las causas de la injusticia? Que los recursos son escasos y que los seres humanos son egoístas”.
¿Y cuál es el papel de eso que usted llama “éticas de máximos” en una sociedad plural? Las éticas de máximos son los proyectos de vida feliz que proponen distintos grupos, religiosos o no. Si esas éticas de máximos ni siquiera pueden dialogar entre sí y encontrar unos mínimos de justicia, nos encontramos en una sociedad que no es pluralista sino politeísta, una sociedad de personas que no pueden construir nada juntos. Por eso los mínimos de justicia son fundamentales. Pero, a mi juicio, es importante que en una sociedad haya propuestas de éticas de máximos que cumplan los mínimos de justicia, porque en realidad las personas viven de sus proyectos de felicidad, pues a lo que todos aspiramos es a la felicidad. Si los proyectos de vida son muy débiles o poco entusiasmantes, entonces las exigencias de justicia también serán menores. Ahora bien, esos proyectos los tiene que aceptar cada uno personalmente, no se pueden imponer jamás. Eso nunca.
“¿Cómo vas a renunciar a la justicia o a la felicidad? Eso es inhumano”
Aristóteles sería filósofo de la felicidad y Kant el de justicia. ¿Con quién nos quedamos? Con los dos. ¿Cómo vas a renunciar a la justicia o a la felicidad? Eso es inhumano. ¡Pero si son los dos grandes pilares de la ética! Además, eso es lo que yo intento hacer: unir a Kantcon Aristóteles en el terreno de la ética dialógica, pero no por afán de sincretismo, sino porque sencillamente es lo que toca.
Últimamente está hablando de “una ética de la razón cordial” (con el que obtuvo el Premio Jovellanos de Ensayo en 2007), que es un intento de unir la inteligencia con la compasión. ¿En qué consiste este enfoque? Yo trabajé con Apel y con Habermas, y cuando conocí la ética del discurso me pareció el proyecto ético más interesante que había entonces (y sigo creyendo que es así), pero siempre le encontraba un fallo: que era excesivamente racional, procedimental, formal, que le faltaba la dimensión del sentimiento, de la cordialidad. Y creo que es muy difícil considerar al otro como interlocutor válido en realidad sin tener en cuenta la dimensión sentiente de los interlocutores. Creo, pues, que ese reconocimiento recíproco del que habla la ética en discurso no tiene que ser solamente lógico-formal, sino que tiene que ser también cordial. Y si no es cordial, es decir, si falla la compasión, va a ser muy difícil preocuparse por la justicia.
Es curioso cómo las mujeres filósofas (no sólo usted, sino también Nussbaum, Camps o Gilligan) hacen siempre hincapié en el tradicional olvido de las emociones por parte de los filósofos varones. Veo como una necesidad de compensar cierta obnubilación de la filosofía por una razón demasiado “geométrica”. Es verdad que las mujeres tenemos en cuenta esa otra dimensión que sería la cordial. Pero como yo digo en este libro, y también lo dice Gilligan muy acertadamente, no se trata de que las mujeres tengan que ocuparse del corazón y los varones de la razón, sino que hay dos voces morales que tienen que complementarse. No son valores de hombres y de mujeres, sino que son valores de cualquier persona íntegra, tanto de varones como de mujeres. Unos y otras han de recurrir a la razón y al corazón. No se puede condenar a una parte de la humanidad a ser sólo racional o a ser sólo sentiente. Como decía Pascal, la razón geométrica se pierde muchas cosas importantes; a la razón humana le importan también las cuestiones cordiales. Es en ese sentido en el que hablo de una “razón cordial”, tanto en Ética de la razón cordial como enJusticia cordial, una idea que sigo manteniendo y que me gustaría desarrollar en el futuro.
Usted ha sido también una de las introductoras en nuestro país de las éticas aplicadas. ¿Cuál es su opinión sobre la clonación humana? Afortunadamente, quienes se están ocupando de la clonación están distinguiendo muy claramente entre clonar tejidos y clonar a un ser humano completo y aseguran que no se proponen llegar a clonar seres humanos.
Entonces, en la polémica entre Sloterdijk y Habermas sobre estas cuestiones, ¿con quién está usted? Habermas, en El futuro de la naturaleza humana, defiende posiciones con las que en parte no estoy de acuerdo y en parte sí. Él entiende que si hay una cierta manipulación genética, la persona que naciera de esa manipulación no sería autónoma, porque distingue entre lo crecido y lo hecho. Yo creo que esto no es así, porque si una persona ha nacido, la autonomía le constituye, tanto si se ha generado a partir de la manipulación como si no ha sido así. En lo que sí estoy de acuerdo con Habermas es en que es preciso ser muy cautos y evitar traspasar el límite de las intervenciones terapéuticas entrando en las de mejora.
¿Pero quién no va querer ser más inteligente si pudiera hacerlo? Porque eso no garantiza en absoluto una vida buena. El niño necesitará incorporarse a clases para superdotados, necesitará enseñanza especial y sólo si tiene habilidades sociales podrá convivir con tranquilidad. Algo así trataba ya Unamuno en su espléndido Amor y pedagogía, que es todo un aviso para navegantes.
En Neuroética y neuropolítica habla de un posible “chip moral”. Si pudieran ponernos un chip moral que nos convirtiera en personas más morales, ¿por qué no íbamos a hacerlo? Porque no existe ese chip moral ni un GPS moral. Es verdad que Savulescu propone [en [¿Decisiones peligrosas? Una bioética desafiante] intervenir en las bases biológicas de los sujetos para mejorarles moralmente, por aquello de que la educación no parece tener mucho éxito. Pero eso lo plantea a muy largo plazo, y aún así, no comparto su opinión. También aquí conviene recordar La naranja mecánica.
También habla en ese mismo libro de Frankenstein… Es que la figura de Frankenstein, que menciono en los dos libros, me parece fundamental. La novela de Shelley, más que de la creación de un ser superior, está hablando de la felicidad humana. No hay que empeñarse tanto en mejorar, porque puede ser que lo más importante en la vida para ser feliz no sea tener unas características maravillosas, sino tener unas características normales, pero saber degustar las relaciones humanas; es decir, saber que con la gente somos muchos más felices que con unas capacidades tan maravillosas. Y en eso es en lo que habría que insistir.
En ¿Para qué sirve realmente la ética? dice que es un error querer incrementar la calidad de la educación basándose “sólo en técnicas que permiten llegar a los más diversos fines sin ayudar a calibrar cuáles son los mejores fines”. Lo decisivo es saber discernir cuáles son los mejores fines y nada mejor para ello que la ética. ¿Por qué todo el mundo debería aprender ética? Porque forjarse un buen carácter aumenta la probabilidad de lograr una vida feliz y justa. Y en la conformación del carácter conviene tener en cuenta que la naturaleza nos ha predispuesto para el cuidado, para la cooperación, y no para el egoísmo estúpido, y para saber valorar aquello que vale por sí mismo. La ética enseña a priorizar, a elegir los mejores valores, a cuyo servicio hay que poner técnicas y habilidades. Todos estos aspectos son fundamentales para una vida íntegramente humana, y los estamos descuidando peligrosamente.
“La política también tiene unos fines, que es conseguir el bien común”
En Ética aplicada y democracia radical escribe que “es imposible construir una sociedad auténticamente democrática contando únicamente con individuos técnica y socialmente diestros”. Parece que la educación actual lo único que busca es formar buenos técnicos, pero no ciudadanos justos. Y en ¿Para qué sirve la ética? se queja de que en esta crisis económica “se ha echado en falta la presencia de buenos profesionales”, especialmente en las entidades financieras. En el capítulo en el que hablo de las profesiones lo que digo es que cada una de las actividades profesionales tiene una meta que le da sentido y legitimidad social. Por ello, sería muy importante que en todas las carreras hubiera una asignatura de ética en la que se reflexionase sobre la ética de esta profesión. La medicina tiene unos fines que le dan sentido: prevenir la enfermedad, curar lo que puede ser curado, ayudar a cuidar lo que no se puede curar y ayudar a morir en paz. Pero es que la política también tiene unos fines, que es conseguir el bien común, y también la economía tiene unos fines, que es conseguir una sociedad buena, como decía Amartya Sen. Entonces, cada una de las actividades tiene unos fines de los que se ocupa la ética. Por eso tendría que haber en todas las carreras una asignatura de ética donde se reflexionara sobre los fines de esa profesión y cómo alcanzarlos. Si no, tendremos técnicos, pero no profesionales, y es una de las razones por la que creo que la ética tendría que estar en el bachillerato y tendrían que recibirla todos los alumnos.
El rechazo a los pobres explicado por Adela Cortina
En su último libro, Aporofobia, el rechazo al pobre, Adela Cortina afirma:
“No repugnan los orientales capaces de comprar equipos de fútbol o de traer lo que en algún tiempo se llamaban «petrodólares», ni los futbolistas de cualquier etnia o raza, que cobran cantidades millonarias pero son decisivos a la hora de ganar competiciones. Ni molestan los gitanos triunfadores en el mundo del flamenco, ni rechazamos a los inversores extranjeros que montan en nuestro país fábricas de automóviles, capaces de generar empleo, centros de ocio, a los que se da el permiso de fumar en sus locales y bastantes privilegios más. Y todo ese largo etcétera de aportaciones extranjeras que aumentan el PIB.
Por el contrario, lo cierto es que las puertas se cierran ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen que perder más que sus cadenas, ante los gitanos que venden papelinas en barrios marginales y rebuscan en los contenedores, cuando en realidad en nuestro país son tan autóctonos como los payos, aunque no pertenezcan a la cultura mayoritaria. Las puertas de la conciencia se cierran ante los mendigos sin hogar, condenados mundialmente a la invisibilidad.
El problema no es entonces de raza, de etnia ni tampoco de extranjería. El problema es de pobreza. Y lo más sensible en este caso es que hay muchos racistas y xenófobos, pero aporófobos, casi todos. Es el pobre, el áporos, el que molesta, incluso el de la propia familia, porque se vive al pariente pobre como una vergüenza que no conviene airear, mientras que es un placer presumir del pariente triunfador, bien situado en el mundo académico, político, artístico o en el de los negocios. Es la fobia hacia el pobre la que lleva a rechazar a las personas, a las razas y a aquellas etnias que habitualmente no tienen recursos y, por lo tanto, no pueden ofrecer nada, o parece que no pueden hacerlo.”
España/06 de enero de 2018/Por: EFE. JAVIER LASCURÁIN/ Fuente: http://www.lavanguardia.com
La filósofa lo utilizó por primera vez en 1995 porque veía que el racismo no discriminaba por país de origen, sino por riqueza.
Lo que no tiene nombre no existe. Por eso es necesario buscar palabras que nos ayuden a definir realidades sociales innegables y cotidianas como el miedo, el rechazo o la aversión a los pobres. Solo así, dando nombre a esa realidad, podremos hacerla presente en el debate social, conocer sus causas, enfrentarnos a ella, buscar soluciones… Eso es lo que pensó la filósofa valencianaAdela Cortina cuando en 1995 preparaba una columna para ABC Cultural en la que denunciaba que, bajo muchas de las actitudes racistas y xenófobas que vemos cada día a nuestro alrededor, late una fobia distinta: la que nos producen los pobres, aquellos que en esta sociedad del intercambio, del dar y recibir, no parecen tener nada que ofrecernos.
Como ella misma explica en su libro “Aporofobia, el rechazo al pobre” (Paidós, 2017), “no repugnan los orientales capaces de comprar equipos de fútbol o de traer lo que en algún tiempo se llamaban ‘petrodólares’, ni los futbolistas de cualquier etnia o raza que cobran cantidades millonarias pero son decisivos a la hora de ganar competiciones”. “Por el contrario -explica Cortina-, lo cierto es que las puertas se cierran ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen que perder más que sus cadenas. (…) Las puertas de la conciencia se cierran ante los mendigos sin hogar, condenados mundialmente a la invisibilidad”. “El problema no es entonces de raza, de etnia ni tampoco de extranjería. El problema es de pobreza”, concluye.
No repugnan los futbolistas de cualquier etnia que cobran cantidades millonarias, pero las puertas se cierran ante los refugiados políticos y ante los inmigrantes pobres”
ADELA CORTINA
La existencia de esa “lacra sin nombre” llevó a la catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universitat de València a rebuscar en sus diccionarios escolares de griego hasta encontrar el término “áporos” (‘pobre’, ‘sin recursos’) y construir, a partir de él, el neologismo “aporofobia”. Volvió a emplearlo en otros artículos y conferencias, en libros de texto… y pronto la palabra fue ganando terreno entre las organizaciones sociales y los defensores de las personas sin recursos. Por fin había un término capaz de señalar una realidad lacerante, de hacerla visible.
La Fundación del Español Urgente le dedica una de sus recomendaciones diarias sobre el buen uso del idioma, en la que explicábamos su significado, su utilidad y su formación válida. Varias personas y colectivos pidieron, siguiendo una propuesta de la propia Cortina publicada en el año 2000 en El País, la incorporación de esa voz al Diccionario de la Lengua Española, que se ha producido finalmente hace unas semanas. El término llegó incluso a las instituciones: el Senado español aprobó el pasado mes de septiembre una moción en la que pide la inclusión de la aporofobia como circunstancia agravante en el Código Penal.
Todo ello hizo que esa voz fuera desde el primer momento una de las candidatas del equipo de la Fundéu BBVA para ser palabra del año 2017. Como en ocasiones anteriores, tratamos de poner en la balanza el interés lingüístico del término y su presencia y utilidad desde el punto de vista informativo.
En el primer aspecto, “aporofobia” es el sueño de todo estudioso del idioma: una voz con autor conocido y fecha de nacimiento, una “rara avis” en el análisis del origen de las palabras. En el ámbito informativo parecía en cambio evidente que otras de las candidatas han tenido mayor proyección y presencia en los medios (“bitcóin”, “turismofobia”, “superbacteria”…). Sin embargo, no es tan seguro que la aporofobia como concepto, las actitudes personales, políticas y sociales de rechazo al pobre no estén marcando cada vez más el devenir del mundo.
Poner esa realidad sobre la mesa, ayudar a que las palabras nos permitan entender y mejorar nuestro entorno es igualmente un buen objetivo para este galardón con el que cada doce meses pretendemos reflexionar sobre las palabras y el mundo que con ellas construimos.
El Senado aprobó en septiembre la inclusión de la aporofobia como agravante en el Código Penal
España/ 28 de noviembre de 2017/Fuente: http://www.eldiario.es
La filósofa asegura existe en la sociedad un miedo «biológico» al pobre y que es necesario acabar con ese prejuicio que considera «transversal».
La filósofa Adela Cortina, Premio Nacional de Ensayo 2014, plantea en su libro “Aporofobia, el rechazo al pobre” que el miedo al diferente es un prejuicio “biológico”. Por suerte, apunta, el cerebro “es plástico y se puede educar”. Para Cortina esas sospechas sobre el distinto se convierten en “transversales” cuando el individuos es pobre. Recibe a eldiario.es en l a Fundación Ética de los Negocios y las Organizaciones (Étnor) que preside.
-“No tenemos fobia al extranjero, tenemos miedo al pobre”, asegura en “Aporofobia”. Esta reflexión denota que en la sociedad más que racismo existe clasismo.
-La tesis de Aporofobia se centra en que existen muchas fobias, muchas prevenciones, recelos o miedos en las sociedades a los que ya se les ha puesto nombre: islamofobia, cristianofobia, homofobia, xenofobia… Siempre son el recelo o la sospecha frente a alguien. Pero yo pienso que no es tanto el recelo frente al extranjero, frente al diferente. Sólo hay que ver a Donald Trump bailando la danza del sable con los jeques árabes. No parece que le moleste tanto que sean árabes. Efectivamente existe ese miedo transversal, cuando el extranjero es el inmigrante pobre. O cuando es un homosexual pobre y no el gran productor de Hollywood al que todo el mundo alaba por salir del armario. A mí siempre me llamó la atención esa prevención con las personas de etnia gitana mientras se visibilizaba el amor por la familia Flores.
-El Gobierno de Mariano Rajoy concede el visado de residencia en España a los extranjeros que inviertan en una propiedad inmobiliaria superior a los 500.000 euros mientras cierra la puerta a los refugiados sirios o a las personas que llegan en patera. ¿Se evidencia por rango de ley esa aporofobia?
-Es evidente. Pasa también con el turismo, que parece que tampoco nos importa la nacionalidad del visitante. En cambio, los extranjeros que vienen con las pateras parte de la ciudadanía sí que lo rechaza.
-Alemania ha aceptado un millón de refugiados. Se fijó un cupo para el resto de países pero en España se ha incumplido flagrantemente pese a que la sociedad parecía que sí que estaba abierta al acogimiento. ¿Van por delante los ciudadanos a los políticos en esta apertura?
-En el acogimiento de los refugiados la sociedad va muy por delante. Demuestra que existe una gran hospitalidad, de hecho el último capítulo del libro va sobre ese concepto. Hay mucha gente que reclama que se sea hospitalario porque debe ser una palabra que reivindique la Unión Europea. En el Mediterráneo la hospitalidad la aplicamos desde la Iliada o la Odisea de Homero. Ser hospitalario era un signo de civilidad. Quien no acogía al extranjero, al pobre o a la viuda era el incivilizado. Era un tradición muy cultivada en España y ahora se observan unas actitudes hostiles que no son propias de nuestra cultura. Los partidos políticos deberían ponerse manos a la obra en este tema y si es necesario un impuesto para acoger al que viene de fuera.
-¿Un impuesto para obtener más recursos?
-Claro, si se dice que se debe acoger a quienes vienen de fuera existe la posibilidad de que alguien diga que no hay medios suficientes. Pues propongamos un impuesto para acoger a los que vienen de fuera porque estamos convencidos de que somos hospitalarios. O, fijar una partida en los presupuestos del Estado. Si no estamos hablando por hablar. Si fuera política y quisiera ganar las elecciones lo propondría. Aunque no sé lo que pasaría, porque Angela Merkel perdió muchos votos por abrir las puertas a los refugiados.
-O el ascenso de la extrema derecha en Austria, donde ha sido clave su discurso antiinmigración.
-Son tremendos. Y ahora los liberales alemanes no quieren acoger inmigrantes porque han perdido muchos votos por poner una cara amable a los que vienen.
-Ante este ascenso de la extrema derecha en Francia, Austria, Hungría… ¿Cómo pueden los demócratas frenar este crecimiento alimentado por esa aporofobia?
-Hay que ponerle nombre al problema. El término aporofobia debería estar en los diccionarios de todas las lenguas para que la gente sepa que, frente a los pobres hay una prevención. Las sociedades tienen que decirse a sí mismas si están dispuestas a acoger a los más desfavorecidos. Ese sí que es el gran tema del siglo XXI, si tenemos suficientes recursos para ello. Y tenemos el deber de ayudar a todo el mundo a salir de la pobreza. Esa obligación social y de justicia a ayudar a todo el mundo, a salir de la pobreza, nos la impusimos cuando firmamos la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.
-En España algunos partidos y medios de comunicación ponen el grito en el cielo por ciertos países donde existe desabastecimiento o la población tiene problemas de alimentación mientras nuestro país es el tercer Estado de Europa en pobreza infantil. ¿No queremos reconocer o ver nuestros problemas?
-Tenemos que ver nuestros problemas y contarlo en los medios de comunicación para despertar la conciencia social. Los políticos que quieran dirigir esta sociedad deben tener como prioridad acabar con la pobreza y las desigualdades. Son dos temas que tendrían que estar en cualquier agenda política de sentido común.
-¿Pero eso sería bien recibido por la sociedad?
-Ahí es donde veríamos qué somos y qué pensamos realmente. Espero que una gran mayoría estuviera de acuerdo, pero hay que verlo y ponernos a prueba.
-Plantea que la aporofobia es un prejuicio biológico, consustancial al ser humano y a su organización en sociedad. ¿Tiene cura?
-Me pareció muy interesante investigar por qué existe esa especie de prevención y recelo. Parece ser que nuestro cerebro tiene una tendencia que se ha ido desarrollando biológicamente a estar en ambientes que nos resultan agradables, cómodos y a poner entre paréntesis todo aquello que nos molesta. Es lo que lleva a decir a algunos autores que nuestro cerebro es xenófobo, porque nos gusta estar con los que son parecidos a nosotros, con los que son de la misma raza, etnia o hablan la misma lengua. Nos gusta estar con lo familiar, lo extraño lo ponemos entre paréntesis porque nos molesta.
-Por lo tanto hay que educar al cerebro.
-Y tanto, yo voy más allá y no solo digo que el cerebro es xenófobo sino aporófobo. No solo ponemos entre paréntesis o recelamos del que no es familiar, sino además del pobre porque es alguien que no nos va a dar ventajas ni nos va a dar nada a cambio. La buena noticia es que el cerebro es flexible, si fuera rígido no tendríamos solución. La pregunta que nos tenemos que hacer como sociedad es si podemos comportarnos de una manera xenófoba y aporófoba. Queremos cambiar esa tendencia y cultivar otras como la simpatía, la empatía y ponerse en el lugar del que sufre o no? Podemos elegir, eso es el ser humano.
-¿Qué debería hacer un ciudadano ético cuando va por la calle y una persona le pide dinero para comer o ve a ciudadanos buscando comida dentro del contenedor?
-La primera persona que se ocupó de la pobreza en las ciudades fue Luis Vives. Y a Vives le encargaron que hiciera un estudio de la situación y que propusiera soluciones. Fue la primera persona que dijo que tenía que ser el ayuntamiento el que interviniera. Es decir, hasta entonces quienes habían actuado eran instituciones privadas por caridad. En este caso las administraciones son las que deben actuar ante estas situaciones porque es una cuestión de justicia. El ciudadano, cuando ve estas situaciones, debe informar y acompañar a estas personas sobre dónde están los lugares donde pedir ayudas. Porque no se puede alimentar a mafias que explotan a niños o discapacitados como pasa. Los responsables políticos se deben dar cuenta de que es su obligación atender a estos ciudadanos.
-Siempre generalizar es malo y nos puede inducir al error, pero, ¿esa hospitalidad intrínseca de la cultura latina del sur de Europa es menos habitual en los países del norte de Europa?
-Nuestra cultura latina es radicalmente hospitalaria. Alguna superioridad tendríamos que tener ante otros países -ríe- que no han resultado ser tan hospitalarios. Pero también hay que tener en cuenta que una cosa es ser hospitalario acogiendo a una persona en casa y otra cuando el problema es tan grande que se debe articular una estrategia de Estado. Institucionalmente hay que organizar esa hospitalidad.
La catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, Adela Cortina, defiende en su nuevo libro ‘Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia’ que no todos los extranjeros son tratados por igual ya que se recibe “con alegría” la llegada de turistas pero “parece que molestan los refugiados e inmigrantes”
“Observé que la xenofobia, el rechazo a los extranjeros, ocupaba el centro del discurso político, pero era evidente que no todos los extranjeros molestaban por igual. A los que llegaban cargados de petrodólares, por muy diferentes que fueran, se les ponía alfombra roja, igual que a los turistas”. Los extranjeros comenzaron a molestar cuando llegaron los inmigrantes económicos, a los que más tarde se sumaron los refugiados. “Luego vino Trump prometiendo levantar un muro y qué casualidad, era para impedir la llegada de los mexicanos, no de los canadienses”, explica.
Tras esta primera aproximación, Adela Cortina se planteó si los que molestan son los extranjeros pobres o los pobres en general.
La profesora afirma que le sorprende que el discurso xenófobo haya crecido tanto y tan rápidamente, cuando hace apenas unos años Europa vivía sus mejores años gracias a unas políticas públicas basadas en el principio de solidaridad. “El cerebro es muy plástico y podemos modificarlo —lo cual es muy buena noticia— pero tanto en un sentido como en otro. Se puede ahondar en la tendencia a la aporofobia si hay un discurso público que la favorece, una ideología predominante, la neoliberal, que es una reacción frente al Estado de bienestar y sostiene que el pobre es el único culpable de su pobreza”.
La “educación” de la sociedad
“El problema es que también la sociedad educa, y a veces, hay una contradicción flagrante entre lo que dicen los libros y lo que la sociedad transmite con el ejemplo”. “No quiero ponerme apocalíptica”, prosigue, “porque soy de los que creen que en la sociedad hay de todo y que hemos mejorado mucho, pero si los jóvenes estudian unos valores y luego ven que viven en una sociedad sin compasión por los que vienen de fuera, sin compasión con los pobres, sin solidaridad con los necesitados, no debe sorprendernos que aumente la xenofobia y la aporofobia”.
Fuente de la noticia: http://solidaridad.net/no-es-xenofobia-es-rechazo-al-pobre/
Fuente de la imagen: http://solidaridad.net/wp-content/uploads/2017/05/Pobreza-696×392.jpg
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