Bogotá II. Descolonizando el arte

Por: Raúl Zibechi

“La calle y lo comunitario descolonizan el arte, porque aquí no tenemos escuela de muralismo y en la universidad te enseñan sólo arte europeo”, descerraja Jesús en la ronda que se fue formando en el local del colectivo Arto Arte, empeñado en intervenir la ciudad desde el distrito de San Cristóbal.

En grupo nació hace trece años en los Altos de Fucha, en el mismo distrito, a raíz de encuentros musicales. Se definen como “un colectivo interdisciplinar y de artistas que viene trabajando desde el año 2009, en la articulación de procesos comunitarios por medio de la intervención artística en el espacio público desde el muralismo y el accionar comunitario” y consideran que la participación de la comunidad es la clave de la creatividad artística y del derecho al acceso a la ciudad.

Más allá de esa definición que aparece en su web, son militantes sociales que se vuelcan en sus comunidades para fortalecerlas a través del arte, sobre todo de murales que siempre se elaboran en colectivo, de forma co-participativa y co-creativa.

Una de las cuatro integrantes actuales de Arto Arte, Clara, razona que “encontramos personas que no terminaron la primaria y nos mostraron sus habilidades en los talleres de arte”. Consideran el muralismo como una forma de comunicación popular y sostienen que se trabajo consiste en “acompañar los procesos populares y barriales”.

Ese acompañamiento los llevó a crear la Bienal de Arte Comunitario, cuya primera edición se realizo en 2017 y este año organizarán la cuarta en apenas dos meses bajo un lema decidido comunitariamente y muy adecuado para estos tiempos de progresismos: “Ninguna Decisión Sobre Nosotros Sin Nosotros”.

Se trata, señala Clara, de “encuentros a través de las artes para pensarnos colectivamente”. Jesús tercia diciendo que se trata de “encuentros para discutir, porque estamos viendo que lo cultural puede movilizar al barrio desde el momento que tomamos calles, parques, canchas deportivas y cualquier espacio público donde vamos forjando la gráfica popular”.

Una definición algo más formal, dice: “El trabajo del colectivo se ha enmarcado en revitalizar y reflexionar sobre los espacios comunitarios para la localidad y la ciudad a través de proyectos de investigación y creación artística, generando diálogos entorno a la importancia del espacio público, la memoria, el territorio, el patrimonio y el medio ambiente, lo que nos ha consolidado como un referente de la localidad y la ciudad en cuanto a proceso artísticos desde la artes plásticas, el arte urbano y el arte comunitario a partir de la investigación participativa artística y la creación colectiva de diversos lenguajes artísticos” (recorriendonuestrasvoces.com).

Un arte para la paz

Hace cinco años realizaron el mural más grande de Bogotá, “Conexión Arbórea”, que lo definen como “un mural en torno a la memoria y la vida”. Tiene 1.400 metros cuadrados y lo plasmaron con el apoyo de Machete Colectivo Gráfico, otro grupo de artistas comunitarios. Fue el fruto de un trabajo de investigación con la población de dos barrios de San Cristóbal, indagando sobre la memoria y el medio ambiente.

Se trata de una metáfora del modo en que las cosas encuentran su lugar y su relación con la vida. “La memoria y la vida encuentran en esas conexiones el puente de transición entre el pasado y el futuro, que se descubren en el diálogo con los más cercanos”, explican los autores.

Otro de los proyectos fue Cuadras Armónicas, que consiste en pintar fachadas de viviendas que de algún modo cuentan su historia, con el objetivo de que “al caminar pudieras detenerte frente a cualquier casa y contemplar la historia de tus vecinos, de tus abuelos, de las plantas y los animales que te rodean” (http://colectivoartoarte.blogspot.com/).

En su objetivo de embellecer los barrios y las calles de San Cristóbal, apelan a diferentes técnicas de intervención artística y de murales, como el mosaico, la pintoescultura, el stencil, el grafitti y el grabado. Lo que les interesa no es la búsqueda de la perfección artística, sino “reflexionar por medio de estos lenguajes artísticos sobre asuntos que nos tocan a todos: la memoria histórica barrial, la flora y fauna de los Cerros Orientales de Bogotá, el acceso al arte y la generación de una cultura de reconciliación y no violencia”.

En un país que lleva casi un siglo de violencias ininterrumpidas, la propuesta de Arto Arte y de otros colectivos volcados en el arte comunitario, nos dice que el impulso de una cultura de la no violencia puede ser uno de los modos del anti-capitalismo concreto, no teórico ni discursivo.


El estallido como viraje social y cultural

El video “Una plegaria por las víctimas del Estado” (https://goo.su/7M5FP) denuncia la violencia policial durante el estallido. Arto Arte incursiona en varias modalidades: murales, audiovisuales, gráfica, textos, fotos, y todo aquello que les permita conectar con la cultura popular y afianzar las redes de abajo. Este video se realizó durante la revuelta y trasmite denuncia y creación colectiva.

“Durante el estallido salieron muchos artistas a dejar impresa, en paredes y calles, su visión del conflicto y del país”, añade Jesús. Fue un desborde de creatividad y de expresión colectiva. “Abundaron los encuentros colectivos de primeras líneas, feministas, artistas y estudiantes, que tomaban las calles y pintaban en colectivo, en medio de diálogos políticos. Nadie salía a pintar solo”.

Relatan que en la realización de algunos murales se juntaban cien, doscientas o más personas, desafiando la represión policial. De ese modo surgió el colectivo Recorriendo Nuestras Voces (recorriendonuestrasvoces.com) en base a la respuesta de ocho organizaciones del distrito San Cristóbal, a las que se fueron sumando otros colectivos formados durante la revuelta.

“Lo colectivo cambia la estética”, agrega Edwin, generando un debate sobre la descolonización del arte. Luego de varios intercambios, parecen acercarse a una suerte de consenso: lo que descoloniza el arte es lo colectivo/comunitario, superando la herencia de la firma individual de la obra, de neto corte burgués y capitalista; pero no sólo, también hacerlo en el espacio público, ocupando sitios que se resignifican con murales, grafitis y sobre todo con la presencia masiva de vecinos y vecinas.

“Lo que descoloniza es la calle”, sería una buena síntesis del debate. Pero alguien agrega la influencia de lo indígena en todas las expresiones artísticas de la revuelta. Lo popular-barrial se va impregnando de las estéticas y cosmovisiones del principal actor colectivo de Colombia: los pueblos originarios, muy particularmente del mundo nasa y misak, pese a que son apenas el uno por ciento de la población.

Mural colectivo en la Unitierra de Bogotá

Luego de la revuelta, los colectivos de San Cristóbal hicieron una suerte de cartografía de todos los grupos del distrito: “Llegamos a 136 organizaciones, pero deben existir algunas más”, tercia Clara. Una cantidad enorme para una población de medio millón de personas.

Para cambiar el mundo, destacan los zapatistas, hace falta un tanto de dignidad. No se trata de herramientas ni de caminos. El mundo puede cambiarse desde cualquier lugar y con los modos más diversos. Los murales de Bogotá enseñan algo de eso: una sociedad otra está burbujeando, desde muy abajo, en el seno de este mundo decadente.

Fuente de la información e imagen:  https://desinformemonos.org
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Comenzaron las Primeras Jornadas de Educación Popular y Arte Comunitario

Por: Inés Domínguez Cuaglia/La tinta

 

Desde este miércoles en el Centro de Producción e Investigación en Artes -CePIA-, se desarrollan las primeras jornadas destinadas a la comunidad académica, participantes de experiencias artísticas comunitarias y personas interesadas en la temática con la intención de generar un espacio de intercambio y reflexión en torno a educación popular y arte.

Ayer por la mañana, mate cocido mediante, se dio inicio a las jornadas que invitan al encuentro del mundo académico y personas que están involucradas con experiencias artísticas y comunitarias que se traman en territorio. Esta iniciativa es organizada por el Equipo de Investigación en Artes y Educación Popular (FA-UNC), y el CePIA.


Con actividades totalmente gratuitas e inscripción previa, la idea es abrir la ronda, el espacio para compartir el encuentro. Intercambiar experiencias y reflexionar incluyendo procesos organizativos y creativos que se dan en los márgenes del ámbito académico. Habrá talleres de Educación Popular y Arte Comunitario, de Teatro Foro y Educación Ambiental. Encuentros de saberes y vivencias entre colectivos y organizaciones territoriales. Durante tres días, diversos espacios de la provincia de Córdoba -Comedor Esperanza Popular de Villa El Chaparral, el Taller de Mujeres de La Granja, Mujeres del teatro comunitario Las Desatadas de Cabana y otras experiencias comunitarias de Mendiolaza,Villa Revol, Paravachasca y Sierras Chicas- se convidan y nos convidan su trayectoria contando el mundo de maneras creativas.


Desde La tinta, conversamos con el equipo organizador de las jornadas. Nos explicaron cuáles son los fundamentos de las mismas y qué expectativas tienen para estos días. Trabajan en la construcción de sentido, en tanto conocimiento, que se crean en todos los espacios de arte y educación popular que se presentan en estos encuentros.

“Más que generar un espacio donde se pueda visibilizar el trabajo en los territorios, la idea de las jornadas es poder contar cómo se está construyendo conocimiento desde las experiencias colectivas territoriales. Correr el eje de esas experiencias territoriales como meramente recreativas y ponerlas en un lugar de conocimiento que se construye. Esa es la apuesta del equipo de investigación: las expresiones artísticas colectivas son una forma de hacer y decir el mundo. Sobre todo, una manera de inventarlo”, afirma con certeza Lucrecia Paesani, socióloga, educadora popular y parte del equipo de investigación. 

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(Imagen: Fernando Bordón para La tinta)

En definitiva, más que dar a conocer proyectos artísticos, la idea es desentramar los mismos para pensarlos en función de cómo se crea, cómo se construye, cómo se piensa el territorio a través de la experiencia colectiva. Se trata de poner en la escena académica aquellos saberes de los márgenes, pero que en las rondas circulan y tienen mucho que decir del feminismo, la desigualdad de género y las problemáticas socioambientales. Con un modo singular de poner a girar la palabra y una forma colectiva de entender el mundo, encuentran lugar esta semana en la universidad.

Desde el Equipo de Investigación en Artes y Educación Popular, congregan y hablan de experiencias colectivas territoriales. Las nombran como experiencias porque tienen que ver con poner el cuerpo, estar presentes y llevar adelante procesos creativos con otrxs. Son colectivas porque quienes las protagonizan son un sujeto colectivo. Nos explican que no solo son una grupalidad, sino que buscan nombrarse en una identidad común a través de lo que hacen. Son territoriales, dicen, porque parten de entender el territorio no solo como soporte geográfico de una población, sino que construyen y se construyen como una forma de habitar el espacio y entender el tiempo desde una realidad compartida.

Entre las dinámicas que se intercambian durante estos tres días, prima la ronda, el mate y el guiso compartido. Es que también esa es una búsqueda o, más bien, una decisión del equipo coordinador. “Tenemos la intención de romper un poco las estructuras, a veces un tanto apretadas, de los encuentros académicos, para imprimirle todo lo que aprendimos de los encuentros comunitarios. Que producir conocimiento no sea solo tarea de seriedad y prolijidad, sino que esté esa impronta de lo colectivo y que circule la palabra de las experiencias territoriales. Acercar así lo lindo que se viene haciendo en los territorios de una manera tan constante y callada”, cuentan desde la organización de las jornadas.

El equipo de investigación que motoriza las jornadas está conformado por un grupo de docentes, egresadxs, artistas, talleristas e investigadorxs. “La Universidad Nacional de Córdoba (UNC) fue el territorio en el cual nos encontramos y desde donde empezamos a tramar proyectos en conjunto. El equipo nació como una excusa. Es el nombre del espacio y tiempo que nos dimos para juntarnos entre quienes hacíamos cosas parecidas para hacer algo juntxs. Un espacio-tiempo donde poder socializar ideas, procesos creativos, metodologías e interrogantes”, relatan a La tinta y plantean que trabajan desde 2018, pensando y preguntándose acerca de: ¿cómo se construyen comunidades de creación y cómo se sostienen? ¿Qué se está creando en las experiencias comunitarias hoy? ¿A qué problemáticas, injusticias o necesidades responden estas creaciones territoriales comunitarias? Sobre todo, buscan mirar cómo las experiencias de creación, en el sentido de invención de la novedad, nos hablan sobre las comunidades mismas, sus deseos de transformación, su capacidad de enunciarlos en primera persona del plural y su posibilidad de construir realidades percibidas como más justas para todxs sus integrantes.

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(Imagen: Fernando Bordón para La tinta)

Tras el primer día de las jornadas, mencionan que fue sumamente enriquecedor el encuentro de los grupos de El Chaparral, Las Desatadas y el Taller de Mujeres de La Granja. “Fueron contando el ida y vuelta entre lo creativo y lo importante de los espacios de mujeres para olvidar los problemas, salir de la casa, para que sean un espacio de contención. Más allá de la especificidad de cada colectivo, fue interesante escuchar cómo valoran esos espacios hacia adentro de las grupalidades”, sostiene Lucrecia Paesani.

En el compartir colectivo está la verdadera riqueza. Hacer con otrxs, crear nuevos mundos es posible y necesario. Se vienen dos días más de ronda, palabra y convidados. Podés encontrar la grilla de actividades en la web del CePIA.

*Por Inés Domínguez Cuaglia para La tinta / Imagen de portada: Fernando Bordón para La tinta.

Fuente de la información e imagen: https://latinta.com.ar

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