Mayra Castañeda
Coincidir, caminar, explorar, distinguir, explotar, ser uno en todos, entrelazar sentidos, culminar aventuras, trepidar con el viento, estrangular los sentidos, excomulgar demonios, vivir, latir..
Darse cuenta que el estar aquí y ahora es más que ser, que transformar, que reconocer, que transitar por lo inexpugnable, entender que somos y seremos siempre que los demás sean con nosotros, que seamos con ellos, para ellos y revertir la soledad en el último suspiro, con un fuimos, respiramos y entrelazaremos las miradas, las pieles, aunque ya no existan, aunque culmine la ruta y se emprenda un vuelo sin retorno
Ser en los demás, reconocerse en otros unos y diferentes, totalmente disímbolos, ser unos porque somos parte del todo, del de más allá, del que desconocemos, del que nunca veremos como si todo eso tuviera algún significado, como si el haber pasado por aquí hubiera dejado algo en el océano profundo, una huella en otra alma, aunque seamos en realidad humo, irrealidad, éter que cae al vacío por inconcebible. Ahí estaremos y estamos, aquí llegaremos y gozaremos y al final de todo, habrá valido la pena.
Reconocerse en otros vale la pena nos encontramos, nos entendemos, nos separamos, nos volvemos a encontrar, coincidimos, construimos y al final puede ser que nos odiemos, pero en el trayecto habremos aprendido, habremos crecido y si no es así tendremos que volver a empezar. Ninguna escuela nos prepara para eso, la academia se ha declarado incompetente, dice no estar interesada, la realidad es que no sabe de que se trata porque necesitaría estar viva, respirar, entender, equivocarse y reconocerlo, para poder enrutarse hacia una preparación para la vida.
El discurso de los valores, de la necesidad de los mismos, parece algo tan cotidiano que ni siquiera nos detenemos a pensar en él. Lo escuchamos en la televisión, entre los profesores, entre los comentaristas radiales y nos parece algo muy normal “hay que recuperar los valores” se ha vuelto una cantinela común ¿qué valores debemos “recuperar”?
Bajo esta premisa muchos puritanos y retrógradas erigen sus discursos ¿debemos recuperar los valores perdidos gracias a la libertad de expresión, por ejemplo? Antes los niños, si osaban cuestionar a sus maestros, eran castigados con reglazos, hincándose sobre corcholatas y prohibiéndoseles el recreo; esto es violencia, tortura, represión, y sin embargo el producto de estas prácticas eran niños “bien portados” ¿queremos regresar a esos niños sumisos y callados?
Hace no mucho las mujeres no podíamos mostrar más arriba del tobillo, éramos una pertenencia del marido y teníamos que pedir permiso para asomar la nariz a la calle. Gracias a eso millones de mujeres no tenían más remedio que fingir recato, complacencia y hasta agrado por estar confinadas a la casa y no ocupaban su tiempo más que en limpiar y ver a sus hijos crecer como si fueran plantas, reproduciendo los mismos patrones machistas en ellos. Se decía que los niños y jóvenes eran más “decentes” y tenían más valores pero el porcentaje de delitos violentos era mayor en el mundo. Cualquiera podía ser una bomba de tiempo, la represión no producía más que frustración y, muchos de los que contaban con poca inteligencia emocional, podían cometer crímenes espantosos en cualquier momento… pero se ocultaban. Eran la escoria familiar y social y muchas veces simulaban ser personas totalmente adaptadas.
En esta época, donde la información es una moneda de cambio y donde el que posee más es más poderoso se ha confundido la realidad con la ficción, si alguien dice: es que somos más violentos que antes, nadie lo cuestiona, lo toma como verdad absoluta y a esa voz se suman millones de voces, porque el post o el video o la nota que tiene más visitas o “likes” es la que se vende mejor y lo cierto es que nuestra manía como seres humanos, de rendirnos al morbo, ha construido imperios económicos muy poderosos.
¿Qué tan mal estamos? Es cierto que hay grupos delictivos que están más a la vista, es cierto que todos los días nos enteramos de un nuevo crimen, es cierto que el volumen de información hace que nuestra atención sea dispersa, que ya no nos importe el número, que no nos horroricemos y menos que tomemos acción para evitar la violencia, pero también es cierto que el exceso de información nos ha vuelto más pasivos. De un post ofensivo no nos vamos a morir, de un mensaje en nuestro correo que nos agreda verbalmente no nos desangraremos, pero también es verdad que muchas personas cada vez poseen menos competencias individuales (inteligencia emocional, resiliencia, autoestima) para defenderse de este tipo de violencia. Hace años un niño nos escupía durante el recreo y lo más que sucedía es que nos daba asco, si éramos de temperamento irascible tal vez nos fuéramos a los puños, pero al final de cuentas las diferencias se zanjaban o perdían importancia, al final del día nadie cargaba con el lastre, no nos traumábamos, ni dejábamos de comer, a veces ni siquiera lo recordábamos. Ahora cualquiera tiene el poder de romper la autoestima de niños, jóvenes e inclusive adultos con un post en un muro de red social y eso lo magnificamos, hemos empezado a percibir el mundo como si las cosas fueran terribles y vivimos en una crisis constante, siempre, terminamos concluyendo, que es de valores. Y todo puede ser cobijado bajo ese término, nadie lo cuestionará.
Esta es una invitación a replantearnos los valores que necesitamos para esta era donde la violencia ha tomado otras connotaciones, donde la conciencia ha alcanzado otro nivel pero donde también existen millones de personas alienadas por los medios de comunicación.
Los valores ahora toman una dimensión diferente y quizá deberíamos de iniciar por una pregunta ¿qué mundo queremos construir? En base a ello se podrían definir los valores que realmente requerimos como sociedad. Ya lo dijo William Ospina la educación no ha fallado, quizá deberíamos empezar a pensar el tipo de ser humano que esa educación quiso formar, y es que ciertamente la educación, como los valores, son dos ítems que pocas veces nos cuestionamos ¿todos necesitamos educación? Y que quede claro que estamos partiendo de un equívoco común: ¿educación es escolarización? Porque en algún punto de la historia el estado se apoderó del término educación y creó ministerios y secretarías de educación y entonces todo el mundo dio por sentado que la educación era una obligación del estado y que mandar a los niños a la escuela era todo lo que se requería para brindarles educación. Y ahí empezó la ruptura, porque un padre de familia pocas veces se siente responsable (realmente y en la práctica) de la educación de sus hijos, cree que la escuela es un gran depósito de niños o estacionamiento de jóvenes, donde lo que se exige de los maestros es que los “controlen” o como le dijera un narcotraficante de una pequeña comunidad a una maestra: “aquí le traigo a mi hijo para que me lo haga un hombre de bien”.
Y ahí perdimos el rumbo, porque la escuela es una institución con responsabilidad limitada. No lo puede todo, que puede mucho es innegable, pero no es capaz de sustituir lo que sucede en casa. El ser humano aprende en base a los ejemplos, es su primer método de aprendizaje y lo que ve en las primeras horas, los primeros días, los primeros meses, lo que alcanza a percibir, no puede ser sustituido, en importancia, por lo que escuchará, verá o percibirá en la escuela.