Por: Luciana Vázquez
Hay un aspecto particularmente interesante que se destaca en los resultados de las pruebas Aprender 2018 que se dieron a conocer ayer. Se trata del determinismo del contexto o del «efecto cuna», es decir, el nivel socioeconómico y socioeducativo de los alumnos y sus hogares, de sus escuelas y de los barrios en los que se ubican.
El modo en que esos factores, todos extraescolares, correlacionan con los resultados de las pruebas Aprender es central, por dos motivos.
Por un lado, porque un sistema educativo es realmente exitoso cuando logra producir aprendizajes de alta calidad para todos sus alumnos, independientemente del hogar del que provienen. Si los chicos de hogares humildes logran mejoras tan significativas como las de los chicos pudientes, la escuela estará haciendo bien su trabajo. Y si en el camino de esa mejora, todos, alumnos pobres y ricos, alcanzan competencias cognitivas de alta calidad, es una muestra de que el trabajo de la escuela está siendo mejor todavía. Eso se llama equidad educativa.
Por otro lado, porque tiene que estar claro que el hecho de que un gran porcentaje de alumnos alcance niveles altos de aprendizajes es obra de la escuela y lo que sucede en sus aulas, y no un efecto colateral de la condiciones de cuna, los niveles de pobreza o riqueza de los hogares.
Es decir, los buenos resultados derivados de la condición social de los alumnos no pueden atribuirse erróneamente a las característica de las escuelas, por ejemplo, su carácter público o privado. Esa conclusión sería falsa. Y en educación, como en toda gestión, confundir las causas conduce a daños secundarios varios.
A tomar decisiones de política educativa equivocadas, por ejemplo, intentando «copiar» lo que hacen unas escuelas cuando sus resultados no se deben a su estrategia sino al tipo de alumnado que tienen. O a producir prejuicios en la opinión pública y refuerzos de la voluntad de segregación de un sistema escolar como el argentino, ya segregado de por sí, con sectores bien surtidos económicamente eligiendo la escuela privada, en la creencia de que es mejor por sí misma, y la pobreza concentrada en la escuela pública.
El ya famoso «caer en la escuela pública» del presidente Mauricio Macri en marzo de 2017, cuando dio a conocer los resultados generales de las Aprender 2016, es un ejemplo claro de esos sesgos originados al soslayar el peso del nivel socioeconómico de los alumnos en los resultados obtenidos.
En aquel informe citado por el presidente, no había mención alguna al efecto cuna. Sólo en los informes posteriores se demostró que una vez considerada la condición socioeconómica de los alumnos, las brechas entre escuela privada y pública se reducían significativamente. Pero ya era tarde: la opinión pública se había concentrado en aquella frase. Fake news.
La mejora más sustantiva de Aprender 2018 es precisamente el detenimiento en el efecto de la pobreza, o de las mejores condiciones del hogar, sobre los resultados en lengua y matemática entre los chicos de sexto grado de primaria de escuelas públicas y privadas. Y en este punto, el informe de resultados ofrece información valiosa para el análisis.
Primero, confirma la brecha de aprendizajes, con mejores resultados en la escuela privada, pero lo hace responsablemente, es decir, controlando el impacto del nivel socioeconómico de los alumnos, y en forma muy detallada.
En el caso de lengua, comparados alumnos de nivel socioeconómico alto, los resultados son mejores cuando los alumnos van a escuela privada. En ese caso, en lengua, el 69,4% de los alumnos de ese nivel logran resultados altos mientras que en la escuela pública, el porcentaje de los chicos de sectores de nivel socioeconómico más alto que alcanza los mejores resultados es mucho más bajo, del 48%. Es decir, un porcentaje menor de chicos bien dotados social y económicamente aprende mucho en la escuela pública. Ese tipo de brecha también se confirma entre los de sector medio y entre los más pobres: a un porcentaje mayor de alumnos les va mejor en la escuela privada.
Así surge de la comparación de sector privado contra sector estatal, descartando el efecto del nivel socioeconómico. Sin embargo, Aprender 2018 muestra que la brecha entre el sector privado y público disminuyó en 1,4%, un dato valioso que deberá sostenerse por varios años para convertirse en tendencia significativa.
Segundo, los resultados 2018 en lengua muestran un dato interesante: cuando la comparación se traslada al interior de las escuelas públicas por un lado y privadas por el otro, se confirma que en ambos casos ha disminuido la desigualdad de aprendizajes hacia adentro de las escuelas entre pobres, clases medias y ricos pero la escuela de gestión pública fue más exitosa que la de gestión privada en la disminución de esas brechas educativas entre sectores sociales.
Mientras que en lengua, en las escuelas privadas, la diferencia entre los alumnos de nivel socioeconómico bajo y alto que logran el nivel avanzado es de 43%, en las escuelas públicas es del 30%. En matemática, las brechas entre alumnos de nivel alto, medio y bajo socioeconómicamente hablando también es más pronunciada en la escuela privada. Es decir, la escuela pública está construyendo mayor equidad educativa al interior de sus aulas de acuerdo con Aprender 2018.
Tercero, otro dato de interés es que la brecha en lengua se reduce en las escuelas privadas porque los chicos pobres mejoraron sus rendimientos y al mismo tiempo, los chicos de altos recursos lo bajaron, un dato que dispara una alarma. En cambio, en las escuelas públicas, la brecha se redujo porque mejoró el desempeño de los alumnos más vulnerables y el de los mejor posicionados económicamente, se sostuvo.
Finalmente, el informe Aprender 2018 también ofrece información valiosa sobre la composición social de la escuela pública comparada con la privada. A nivel nacional, en la escuela pública, en 6to grado, apenas un 9% de sus alumnos viene de hogares de nivel socioeconómico alto. La mayoría, un 68%, proviene de hogares de nivel medio y un 23% corresponde a alumnos de sectores bajos.
En la escuela privada en cambio, el 42% corresponde al sector alto, el 56% al medio y apenas un 2% son chicos de sectores vulnerables.
El dato es central por dos motivos. Por un lado, permite poner en contexto el nivel de esfuerzo pedagógico que realiza la escuela pública para educar a un alumnado que contiene a un cuarto de chicos de bajo capital social, cultural y económico. Todo chico es educable pero un alumno vulnerable enfrenta desafíos únicos que la escuela debe acompañar si quiere lograr sus objetivos educativos.
Por otro lado, es el primer indicio de que es necesario incorporar al análisis de los resultados de Aprender, algo que todavía no se ha hecho, una variable clave en el análisis de evaluaciones educativas. Se trata de la composición social de cada escuela: el efecto de los pares, los otros alumnos, tiene impacto en los aprendizajes. Las escuelas privadas, con mayor proporción de alumnos de nivel alto y medio, brindan un contexto social que potencia el aprendizaje. Lo mismo pasa con las públicas selectivas, a donde se ingresa con examen de algún tipo.
Ese factor es importantísimo para terminar de distinguir cuándo las escuelas hacen bien su trabajo y cuándo sus resultados son fruto simplemente de la condición social de sus alumnos. Es decir, si en cada nivel socioeconómico, más chicos aprenden más en la privada porque la escuela es mejor o porque los compañeros están mejor surtidos de capital cultural por el hogar del que provienen.
El Índice de Contexto Social de Educación (ICSE) es un indicador creado por el ministerio de Educación nacional que describe el nivel de vulnerabilidad del radio censal en el que se encuentra la escuela. En Aprender 2018, el 30% de las primarias públicas evaluadas corresponde a vulnerabilidad alta, contra un 9% de las privadas.
El ICSE permite acercarse un poco más al problema del impacto del factor socioeconómico en los resultados. Sin embargo, no da precisión sobre qué porcentaje del nivel de aprendizaje alcanzado corresponde a la variable socioeconómica tanto del hogar como de la composición de la escuela.
Recién entonces, cuando todos los efectos sociales están controlados, tanto los que se acarrean desde la cuna como los que surgen de la particular combinación de niveles sociales en una escuela dada, una política educativa pública puede empezar a diseñarse sobre las únicas variables que le son pertinentes, las puramente educativas.