Maxi terminó segundo año de liceo en 2018, pero no está conforme con la forma en que está planteado el sistema educativo. El niño está diagnosticado con el Síndrome de Asperger, que se incluye entre los trastornos del espectro autista, y escribió una serie de cuentos en los que deja claro su deseo de que el sistema se adaptara más a él y sus compañeros, en lugar de ser a la inversa. Todas las historias están registradas en un blog llamado Maxicuentos, en el que explicita que las historias, basadas en hechos reales, se basan en su intención de “ayudar a cambiar la educación”. La iniciativa fue una sugerencia de Alejandra Balbi, docente de la Universidad Católica del Uruguay y directora académica de secundaria en el colegio Stella Maris, al que el niño concurrió el año pasado. En diálogo con la diaria, Balbi explicó que a raíz de varias charlas con el niño, le sugirió que plasmara sus ideas en forma escrita, algo que también fue trabajado con sus compañeros (ver recuadro). Incluso llegó a escribir una carta dirigida a la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz.
En su primer cuento, el niño narra la historia de Serafín, a quien no le gusta ir a clases porque es “muy estresante: ponían calificaciones con nota, eran muchas materias, había parciales, pruebas y escritos”. Además, “cuando tenía que escribir lo obligaban a usar el cuaderno y a él le parecía más cómodo la tablet o la computadora”, sumado a que no le gustaba que lo rezongaran “por un día llegar tarde”, ya que “él era muy responsable”. Por su parte, el personaje del cuento y sus compañeros de clase se quejan de la elevada cantidad de materias que tienen en el liceo y reclaman por la existencia de musicoterapia para cuando están “nerviosos o ansiosos”.
Integración
En el colegio Stella Maris se organizó una actividad en la que los compañeros de clase de Maxi leyeron los cuentos que escribió e hicieron dibujos que los ilustran, que son los que están publicados en el blog. Según contó Balbi, esa actividad sirvió para que los compañeros de clase entendieran mejor lo que sentía Maxi ante distintas situaciones que para ellos eran naturales.
“Serafín quería cambiar el programa del aula, quería que fuera muy diferente. Y si hay un espacio de juego que no sea de ganar y perder, o si no que vean una película o salgan por el barrio, de manera de evitar ese mal momento. Quería que haya un aula para chicos y chicas que no están conformes con el nivel educativo común, no tenían que ser discapacitados como en el aula especial que había en una de las escuelas [a las] que fue. Podría ser para chicos Asperger o también para chicos que por su manera de ser no se sintieran cómodos en el aula común”, narra, y cierra: “Serafín siempre odió el aula. Sin embargo, siempre quiso aprender”.
Hora del recreo
En otro de los cuentos, Maxi cuenta por qué el personaje, llamado Gerónimo, “no disfrutaba de los recreos: “Pensaba… a competir se va a un campeonato, no hay que competir en un recreo, un recreo es para divertirse, para descansar, para comer la merienda, para charlar, no para competir, igual que cuando juegas en tu casa o en la casa de un amigo o amiga”.
Además, el personaje “pensaba que hay chicos a los que no les gusta competir porque no les gusta perder, no les gusta que haya mejor ni peor y que no se sienten bien con eso, algunos lo expresan y otros se lo guardan”. Pero Gerónimo tampoco disfruta de la hora del almuerzo en el colegio, porque siente mucha ansiedad cuando le dan alimentos que no son preparados por alguno de sus padres.
Lucía, protagonista de otro cuento, no disfruta de las clases de Educación Física. Por el contrario, “pasaba muy incómoda porque la hacían competir en fútbol, carreras, básquetbol, manchado, hándbol, atletismo, lanzamiento de bala, salto largo, tenis, etcétera”. “Lucía quería cambiar el sistema de educación física porque sabía que tenía que ir igual, aunque se sintiera incómoda. Pensaba… acá se viene a hacer ejercicio físico para estar saludable, no se viene a competir. También pensaba no hacer educación física en el colegio, hacerla con un entrenador personal o en el club, en algo que no la hicieran competir”, agrega el relato.
En el cuento Gerónimo soñaba con un aula perfecta el autor deja entrever algunas de las claves que, según su entender, debería incorporar el sistema educativo. Por ejemplo, que se pueda escribir en la computadora o tablet y no sólo en el cuaderno, que la matemática se aprenda con el dinero “de lo que venden en el taller de cocina”, y que “los momentos recreativos, lúdicos o la hora del recreo no sean con juegos de ganar y perder”. En suma, “que tengan un taller de cocina pero no para comer lo que elaboran sino para salir a vender por el barrio y que ese dinero se recaude para que las escuelas públicas tengan más acompañantes pedagógicos, más aulas como estas, más auxiliares de clase, más profesores de educación física”. Otras ideas que se plantean son que “cuando alguien cumple años, en lugar de hacer merienda compartida podrían hacer cine compartido y el cumpleañero o la cumpleañera elegiría la película”, y “que a música vayan todos, que no sea como en un colegio que conoció, donde a coro iban algunos”. También se propone que haya plástica, donde “aprendan sobre museos, información sobre la pintura, los pintores, sobre las técnicas que usan y aprecien el arte”, y que en informática “aprendan a manejar mejor la tecnología para acceder a las informaciones que les interesan y la puedan usar también ahí en el conocimiento de los museos”.
Cambiar el chip
Maxi pasó por varios centros educativos, y ese periplo inspira la historia Cuánto colegio recorrieron los padres de Gerónimo, en la que cuenta que el personaje pasó por cinco centros educativos, pero sus padres recorrieron muchos más. Balbi, formada como psicopedagoga, ha tenido a su cargo la tarea de trabajar en la inclusión de los niños que requirieran algún tipo de adaptación en el colegio al que Maxi asistió en los últimos años. Según reflexionó, históricamente se ha considerado que la inclusión era un problema de los alumnos y, por lo tanto, estos “debían ser ‘reparados’”, lo que explica el surgimiento de las aulas especiales o de los acompañantes terapéuticos.
En cambio, para Balbi el foco debería estar puesto en “cómo pasar del estudiante con problemas de aprendizaje al currículo con problemas de aprendizaje” o, en otras palabras, dejar de mirar al “alumno problema” para lograr un “enfoque más sistémico” y “romper con el mito” de que todos tienen que aprender lo mismo y de la misma forma. Según agregó, esto implica “romper el paradigma del docente parado frente a la clase” para dar su clase magistral, donde “el dispositivo de enseñanza es puramente auditivo”. Para Balbi, para aprender con esa metodología docente es necesario que el estudiante tenga una motivación académica muy importante, y, por ejemplo, esa dinámica no es muy compatible con quienes incorporan los conocimientos de una forma más visual. En ese sentido, habló de las bondades del modelo del “aula invertida”, en el que no es el docente el que va a la clase a exponer contenidos, sino que genera dinámicas de trabajo para que los estudiantes trabajen en grupo, por medio de un rol de acompañamiento. “Ahí descubrís la diversidad, que niños con discapacidad aprendieron muchísimo y que otros sin discapacidad no están aprendiendo nada”, ilustró.
Si bien señaló que “siempre es mejor tener recursos” para implementar este tipo de estrategias, no son una condición imprescindible. Según agregó la docente, “la literatura en el tema muestra que los profesores tienen mucho miedo al cambio” y a que por dos o tres estudiantes no aprenda el resto. Otra dificultad que nombró es el poco tiempo para planificar este tipo de propuestas. En ese sentido, Balbi señaló que “los modelos que tienen buenos resultados le dan tanta importancia al trabajo en el aula como al de fuera”, algo que no pasa en Uruguay, donde los docentes son contratados mayoritariamente en función de horas aula. Por lo tanto, indicó que, sin tiempo previsto para planificar, se tienden a repetir modelos de clases anteriores. Balbi señaló que para eso los profesores no necesitan de otros recursos técnicos y alcanza con que rompan con el trabajo en solitario. Según dijo, para la inclusión educativa resulta clave la noción de “comunidades de aprendizaje” y generar acciones en ese sentido, como entrar a la clase de otros colegas y tener tiempo de intercambiar. Balbi señaló que de esa forma “se aprende mucho más” que en conferencias o en simposios. En suma, otra noción importante para trabajar de esta forma es la del aprendizaje basado en proyectos, que en el caso de secundaria se traduciría a “no ir con la disciplina al aula”, sino “generar preguntas y después traer las disciplinas” para abordarlas.
En términos más institucionales, Balbi entendió que los centros educativos tienen la responsabilidad de asegurar la inclusión de los niños, algo con lo que no siempre se cumple. La propia historia de Maxi es una muestra de ello, ya que sus padres muchas veces recibieron como respuesta que determinado colegio “no era para su hijo”, lamentó.
Referentes
Mel Ainscow, Tony Both y
Gerardo Echeita son señalados por Balbi como los mayores referentes en materia teórica en temas de inclusión educativa a nivel mundial. Según contó, en Uruguay hay redes que ponen el foco en la discapacidad y otras que lo hacen en la inclusión. Sobre estas últimas, nombró a algunos impulsores y estudiosos del tema, como Mercedes Viola e Ignacio Navarrete.
Fuente: https://educacion.ladiaria.com.uy/articulo/2019/2/maxi-el-nino-que-escribio-cuentos-para-ayudar-a-cambiar-la-educacion-hacia-un-modelo-mas-inclusivo/