Por: Carlos Magro
“Educar no es adquirir competencias, transmitir conocimientos ni escolarizar pensamientos”, escribe Marina Garcés en Aprender a pensar, uno de los textos que forman parte de su recomendable Filosofía inacabada (Galaxia Gutenberg, 2015), en donde sostiene que pensar es aprender a pensar y que “dar a pensar, enseñar a escribir, es indicar que ha quedado algo por pensar, que ha quedado algo por escribir”. Enseñar es dar(nos) a pensar, “frente al ingente consumo de información, frente al adiestramiento en competencias y habilidades para el mercado, frente al formateo de las mentes de la esfera mediática, frente al consumo acrítico de ocio cultural, frente a todo ello, el gran desafío hoy es darnos el espacio y el tiempo para ponernos a pensar.
Educar es favorecer el desarrollo de nuestras potencialidades de manera que seamos capaces de valorar y participar en el mundo que nos ha tocado vivir, algo que se consigue, dice Mariano Martín Gordillo, yendo más allá de la mera instrucción y de la acumulación de saberes concretos y aislados.
No debemos olvidar, dice Daniel Innerarity, que el saber es más que información con utilidad inmediata; es una forma de apropiación del mundo y que “el aprendizaje no es solo una cuestión transmitir información. No se trata de verter información en la cabeza de nuestros alumnos. Al contrario, aprender es un proceso activo. Construimos nuestro entendimiento del mundo mediante la exploración activa, la experimentación, la discusión y la reflexión,” dice Mitchel Resnick.
Ya en 1905, John Dewey criticaba “la pasividad de actitudes, la masificación mecánica de los niños y la uniformidad en el programa escolar y en el método“. Las ideas, decía, son también resultados de la acción y reclamaba cambios importantes para la educación de su tiempo. Y muchos años después, Paulo Freire nos recordaba que “solo existe saber en la invención, en la reinvención, en la búsqueda inquieta“.
La necesidad de cambio educativo es una constante histórica. Los movimientos de reforma educativa de la primera mitad del siglo XX (aquí y aquí) coincidieron en reclamar una educación activa, centrada en los alumnos, vinculada a la vida y a los contextos de cada estudiante, basada en el aprender haciendo y la personalización. Demandas que, por cierto, hoy siguen vigentes y necesarias.
Para responder a esta necesidad de cambio hemos dado numerosas y distintas respuestas a lo largo de la historia y hemos recurrido a distintos medios. Y aunque no podemos negar que se han producido importantes avances en las últimas décadas (en términos de extensión de la escolarización, de universalización de la enseñanza, en la formación del profesorado, en la organización de los centros educativos, en las metodologías utilizadas, en la profesionalización de la gestión, en las infraestructuras disponibles y en los recursos dedicados), el cambio es más lento de lo que nos gustaría y, desde luego, más de lo que necesitamos (Panorama de la Educación. Indicadores de la OCDE 2015). El resultado es que se está produciendo un desajuste entre lo que necesitamos y lo que (ob)-tenemos. Entre nuestras expectativas y lo recibimos.
En este proceso, no nos han faltado los intentos de hacer de la tecnología la palanca del cambio. Y aunque, como bien nos ha recordado Audrey Watters en numerosas ocasiones, solemos pecar de amnesia, no debemos olvidar que la tecnología ha sido vista como el aliado perfecto para el cambio educativo. Cada vez que una nueva tecnología (cine, radio, Tv, ordenadores, tablets) ha irrumpido en nuestras vidas ésta ha sido recibida como una oportunidad para mejorar la educación. La historia de la tecnología y del cambio educativo siempre han ido de la mano. Tanto que en los últimos 40 años se ha invertido mucho dinero en dotar de tecnologías a las aulas en todo el mundo aunque, para ser justos, no hemos presenciado un cambio de acorde a esta inversión.
La realidad es que la anhelada transformación educativa a través de la tecnología no ha tenido lugar realmente. Podemos decir, que la historia de la tecnología educativa está llena de futuros que nunca fueron presentes. Está llena de una larga lista de máquinas de aprendizaje, monstruos y secuelas de estos monstruos.
Hubo un tiempo en el que pensamos que introducir tecnología en el aula, supondría que ésta sería utilizada y que al ser utilizada, entonces, transformaría la educación. Una visión excesivamente naif y determinista, resultado de una noción simplista que ve la tecnología casi exclusivamente como un vehículo hacia la eficiencia (Begoña Gross).
La realidad es que las tecnologías todavía deben cambiar las formas tradicionales [TICSE, 2011] de enseñanza que han marcado las aulas durante años. Y que como decía hace poco Larry Cuban “es verdad que las nuevas tecnologías han encontrado un lugar en la mayoría de las aulas, pero su impacto es mucho menor que lo que se prometió inicialmente. Las nuevas tecnologías han fortalecido, sin cambiar, los enfoques tradicionales de la enseñanza.”
Afortunadamente esta situación está cambiando. Son muchas las lecciones que hemos aprendido en estas últimas cuatro décadas sobre como incorporar tecnologías en la educación y hoy abundan también las investigaciones e informes que nos indican los caminos a seguir para una correcta incorporación de las tecnologías en las aulas y en la educación [Begoña Gross, 2015; Michael Fullan, 2011; Francesc Pedró, 2012; Cristóbal Suárez, 2015; IPTS-JRC, 2015]. Además, tras cuarenta años diseñando tecnologías que promovían un uso pasivo por parte de los estudiantes, ahora de nuevo hemos vuelto a poner el acento en su carácter activo, lo que nos hace albergar de nuevo esperanzas.
Esperanza que nos hace recordar a Seymour Papert cuando afirmaba hace unos años que “la razón del fracaso de la educación progresiva fue la falta de una infraestructura tecnológica para un genuino y profundo aprender haciendo” y sostenía que “uno de los papeles que la tecnología digital ha de jugar en la educación es darle una segunda oportunidad a la educación progresiva.”
Los últimos 15 años han supuesto además el desarrollo de una cultura digital basada en la participación, la colaboración, el beta perpetuo, la creatividad, la levedad de los modelos, la ubicuidad de las conexiones, la gestión horizontal y lo abierto. En este nuevo contexto, la tecnología digital puede jugar un papel fundamental para fomentar la participación y la colaboración, estimular la conexión y crear redes internas y externas de colaboración que favorezcan la creatividad e impulsen la innovación educativa.
Sabemos, y esto es importante, que “la innovación sólo surge cuando los profesores ponen las tecnologías de la información al servicio de nuevas formas de aprendizaje activo, abierto y colaborativo en lugar de conformarse con hacer lo mismo de siempre de manera diferente. La innovación exige un gran esfuerzo tanto individual como colectivo y requiere también del apoyo y el reconocimiento institucional (Stefania Bocconi, Panagiotis G. Kampylis & Yves Punie)”.
Y sabemos también, como han señalado Jordi Adell y Linda Castañeda que la “tecnología y pedagogía se influyen mutuamente. La tecnología conforma la práctica educativa ofreciendo posibilidades y limitaciones, que los docentes debemos saber ver. La práctica educativa moldea el uso y la puesta en acción de la tecnología, la evoluciona y la convierte en parte indisociable de la práctica.”
Por fin, y nos ha costado años, trabajo y dinero, hemos comprendido que el reto no es la tecnología, sino el desarrollo de un modelo pedagógico que cambie el modelo tradicional de enseñanza y que genere nuevas dinámicas de aprendizaje. La tecnología no es una condición sine qua non para el cambio educativo. Hay mucha innovación educativa sin tecnología. Siempre la ha habido y seguirá habiéndola. Aunque también es cierto que hoy vivimos inmersos en tecnología y no parece viable una educación que ignore esta realidad. Las tecnologías de la información se han convertido en las infraestructuras no solo del conocimiento (Begoña Gross) sino de toda nuestra vida (Castells).
Es en este contexto en el que surgen con interés las llamadas tecnologías y pedagogías emergentes. Unas y otras, tecnologías y pedagogías, muestran el esfuerzo que muchos docentes están haciendo para hacer realidad viejos y nuevos retos de la educación. Ni unas ni otras son sinónimo de novedad.
Veletsianos describe las tecnologías emergentes como las “herramientas, conceptos, innovaciones y avances utilizados en contextos educativos variados al servicio de diversos propósitos relacionados con la educación.”
Por su parte, para Linda Castañeda y Jordi Adell “las pedagogías emergentes serían el conjunto de enfoques e ideas pedagógicas, todavía no bien sistematizadas, que surgen alrededor del uso de las TIC en educación y que intentan aprovechar todo su potencial comunicativo, informacional, colaborativo, interactivo, creativo e innovador en el marco de una nueva cultura del aprendizaje” y que “poseen una visión de la educación que va más allá de la adquisición de conocimientos o de habilidades concretas. Educar es también ofrecer oportunidades para que tengan lugar cambios significativos en la manera de entender y actuar en el mundo [Cuadernos de pedagogía, 2015]“. Algo que por cierto nos recuerda a las palabras de Marina Garcés, Mariano Martín Gordillo y Daniel Innerarity con las que iniciábamos este texto.
Por fin parece posible realizar los sueños de los Dewey, Montessori, Vygotsky, Freinet o Freire pero también integrar aproximaciones mucho más recientes que están pensando la pedagogía en nuestro contexto actual de Red y redes como el conectivismo, la heutatogía y la LaaN.
Por fin, las tecnologías de la información pueden convertirse en la infraestructura tecnológica que reclamaba Seymour Papert para el desarrollo de las educación progresiva. Las tecnologías y pedagogías emergentes representan una oportunidad de transitar por fin desde los modelos de enseñanza puramente transmisivos hacia modelos de aprendizaje activo. Nos pueden permitir ir desde la exposición hacia la acción.
Esta reflexión viene motivada por la ponencia para la Comunidad Scolartic “De la exposición a la acción” y también de la conversación que se generó alrededor del hashtag #scolarticchat36 el pasado 9 de febrero y que recogieron Clara Alazraki en Storify, Fran Música en Youtube y María Vargas en Genial.ly.
Publicado originalmente en: https://carlosmagro.wordpress.com/2016/02/18/cambio-educativo-tecnologias-y-pedagogias-emergentes/