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María Ramírez: De las cenizas volví para decir ´Nunca Más´”

Por:  Victoria Ginzberg

 

Durante la última dictadura fue confinada junto a sus hermanos en el Hogar Casa de Belén, donde sufrió todo tipo de abusos

Su madre desapareció. Su padre estaba en la cárcel. Ella y sus hermanos fueron llevados a un hogar de menores donde los apropiaron. La historia de los abusos y de cómo pudo reconstruir su vida. El juicio que se está realizando en La Plata. La complicidad del Poder Judicial y la Iglesia.

Vicenta Orrego les dio a sus tres hijos un largo y fuerte abrazo y les dijo: “Los quiero muchísimo, cuídense entre ustedes”. Luego, puso un colchón en la ventana y empezó a sacar a los chicos. Mariano Alejandro, de cinco años, María Ester, de cuatro, y Carlos Ramírez, de dos años, siguieron escuchando disparos. El 14 de marzo de 1977 Vicenta les salvó la vida pero no pudo salvarlos del infierno que vivirían durante otros siete años, más de dos mil días, encerrados en el Hogar Casa de Belén. “Nos levantaban a la mañana con agua fría, nos bañaban con agua helada, nos torturaban, nos daban órdenes, palos, represión, sufrimos violaciones sexuales. Todo porque no querían que saliéramos como nuestros padres. Entramos en su plan de destrucción”, cuenta María.

Antes de Belén

“Cuando las fuerzas tiroteaban la casa, Carlos corrió detrás de nuestro perro, que se había escondido detrás de la heladera. Yo pegué un grito porque pensaba que lo mataban, había muchas balas. Todo fue muy rápido, habían venido para matarnos a todos. Cuando salimos, las balas seguían entrando. No vi a mi madre muerta aunque escuchaba que seguían tirando. No lo he superado. Estuve traumatizada, es inmenso lo que he pasado. Ella nos salvó y después llegamos a la Casa de Belén, en Banfield. Ahí aprendí a dividir mi cuerpo y mi alma”. María Ramírez hizo un relato detallado de su historia cuando declaró ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata y también habló con Página/12 de sus recuerdos. Vive en Suecia, donde su padre llevó a sus hijos cuando pudo reencontrarse con ellos.

Julio Ramírez es paraguayo, desde antes del golpe de Estado de 1976 estaba preso en la cárcel de La Plata y fue expulsado del país en 1981. “A partir de 1977 me dediqué a investigar el destino de mi señora y mis hijos. Escribí a la jueza de menores de Lomas de Zamora Marta Pons, que se negó rotundamente a darme información. Después, tuve la ayuda de la ACNUR (el organismo de Naciones Unidas para los refugiados), la Cruz Roja, Amnistía Internacional y de Emilio Mignone (fundador del CELS). Recién en octubre de 1983 la jueza me dio permiso para visitarlos en la Casa de Belén y pude volver a Suecia con ellos”, narró cuando declaró por videoconferencia.

El caso de los hermanos Ramírez deja expuestas un sinfín de aristas del terrorismo de Estado: la complicidad del Poder Judicial, en la figura de la jueza Marta Pons (ahora fallecida pero multidenunciada por las Abuelas de Plaza de Mayo por su conducta con menores durante la última dictadura) y los integrantes de su juzgado, la complicidad de la Iglesia, que estaba vinculada con el Hogar Casa de Belén, los asesinatos, desapariciones, secuestros y torturas, la cárcel, el silencio de muchos y el padecimiento de los niños, con quienes personas con mucho o poco poder se ensañaban y sometían porque podían, porque eran hijos de “subversivos”.

El juicio

Actualmente, nueve personas están siendo juzgadas por la desaparición de Vicenta y el asesinato de María Florencia Ruival y José Luis Alvarenga, dos militantes de Montoneros que alojaba en su casa, y por los crímenes cometidos contra los tres menores. Los acusados son el exministro de Gobierno bonaerense Jaime Smart y el ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz, el ex jefe del centro clandestino de detención Pozo de Banfield, Miguel Wolk, y cino exmiembros de la policía bonaerense que eran integrantes de la Brigada de Investigaciones de Lanús: Roberto Guillermo Catinari, Héctor Raúl Francescangeli, Armando Antonio Calabro, José Augusto López y Rubén Carlos Chavez. Por el caso de los chicos, la única imputada –por la sustracción, retención y ocultamiento de los niños y la niña– es la ex secretaria del tribunal de menores de Lomas de Zamora Nora Susana Pellicer.

Ninguno de los autores directos de los abusos a los hermanos Ramírez está en el banquillo ya que algunos de ellos murieron y otros fueron apartados por problemas de salud. Ese es el caso de Manuel Maciel (fallecido), Dominga Vera (apartada) que fueron los encargados del lugar, y el ex padrino del Hogar, Juan Carlos Milone (apartado). “Dicen que Manuel está muerto pero yo desconfío. Lo dije en mi declaración, quiero pruebas, que le hagan un ADN, porque desconfío de todo lo que han hecho”, dice María a Página/12.

Durante el juicio, los hermanos Ramírez tuvieron acceso a testimonios que les permitieron reconstruir parte de lo sucedido con Vicenta, hechos y detalles que nunca antes habían escuchado. Los más reveladores vinieron de quienes, como ellos, eran niños en esa época. Francisco Nogueira y Aldo Pietrantuono tenían 10 y 13 años, eran vecinos de los Ramírez y presenciaron el operativo en la casa de Almirante Brown. «Hubo una balacera por 20 minutos. En un momento, un hombre desde adentro de la casa pidió una tregua y ahí fue que la mamá de los chicos comenzó a sacarlos. La señora saca a dos de los chicos y cuando sale con el tercero se acerca un personal policial de civil y la ejecuta de un tiro en la cabeza. Otro personal le saca la criatura y le tiran a ella una ráfaga de disparos», relató Nogueira.

Nogueira y Pietrantuono contaron que los policías retiraron los cuerpos de Vicenta y la pareja que vivía con ella y luego saquearon la casa. “El nene mayor me dijo: ´se llevan mis juguetes´, recordó Nogueira. «Pasaron 45 años, quiero que el tribunal tome en cuenta mi declaración aunque tenía 10 años en ese momento. Yo no escribí un diario como Ana Frank pero tengo todos los recuerdos acá», les reclamó a los jueces emocionado mientras se tocaba con su dedo la cabeza.

Hasta ese momento, la familia Ramírez desconocía los detalles del asesinato de Vicenta. Escucharlos fue una conmoción pero, también, la reafirmación de que las respuestas deben venir de los responsables: qué pasó con su cuerpo, dónde está.

Los chicos fueron dejados en un baldío y luego llevados a la casa de un vecino, que los alojó unos días. Después, fueron puestos a disposición del tribunal de menores de la jueza Marta Pons. Previo paso por poco tiempo por un hogar de monjas, Mariano Alejandro, María Ester y Carlos Ramírez terminaron en el Hogar Casa de Belén.

 

María Ramírez a los cuatro años, antes de la desaparición de su madre. 

 

Los abusos y la resistencia 

Infierno. Infierno. Infierno. Es la palabra más repetida en el relato de María. Y como contrapartida, el ángel que, en la figura de su mamá Vicenta, la acompañó y le permitió sobrevivir. “Tengo recuerdos felices de mi primera niñez, de amor, de que mis padres me querían y esos recuerdos se quedaron dentro mío como un diamante y no me los pudieron sacar. Lo más absurdo era que nos decían que teníamos que estar agradecidos de estar en el hogar, porque mi mamá me había abandonado y era una prostituta, y mi papá estaba en la cárcel, era un criminal, un borracho. Mi madre Vicenta aparecía cuando más me torturaban, cuando no podía caminar del dolor. Esos recuerdos me ayudaron a diferenciar en la vida qué es el amor y qué es el infierno, qué es la verdad y qué son las mentiras. Ellos (Dominga Vera y Manuel Maciel) me preguntaban si tenía recuerdos de mi madre y yo aprendí que me podían torturar, me podían matar pero que no les iba a decir, no les iba a hablar de los recuerdos de mi madre, esos recuerdos me los llevaba yo hasta la muerte. Eso me dio mucha fuerza para sobrevivir”.

El Hogar Casa de Belén estaba vinculado a la Iglesia de Banfield, donde, dice María “todos sabían lo que pasaba”. Los domingos se disfrazaban de familia perfecta y devota e iban bien vestidos y peinados a misa. Tenían prohibido mirar a las personas a los ojos, siempre había que mirar abajo, al piso, no hablar con nadie. Eran como muñecos. También fueron bautizados y dejaron de ser Ramírez para pasar a ser Maciel. “Nos llamábamos como el viejo de ahí. Sentí que me enterraron viva, pensaba que mi madre no me iba a poder encontrar si tenía otro apellido. Y la casa de Belén no era solo una familia, había más gente que trabajaba con el hogar: la escuela, los médicos, los militares, la justicia, la doctora Pons, los vecinos, todos sabían lo que pasaba. Yo pedí ayuda a la Iglesia, al cura gordo le dije que me violaban. El levantó su teléfono y llamó al hogar. Se pueden imaginar lo que pasó conmigo, lo que me hizo Manuel”.

Manuel la amenazaba. Cuando la violaba le decía que si se quedaba embarazada le tenía que echar la culpa a otro niño. Ella dijo que no. El la ahogó en un inodoro sucio, la agarró de los pelos, la llevó a su pieza, abrió el ropero, donde estaban su ropa, uniformes y armas y le preguntó: “¿cómo querés morir?”. El le apuntó a la cabeza, disparó, ella escuchó el clic. El le dijo “te voy a matar como mataron a tu mamá, te voy a hacer volar la cabeza”. Pero no la mató. Siguió torturándola. “Yo salí como cenizas del hogar, pero de las cenizas volví para decir Nunca Más”

La Odisea

María y sus hermanos pudieron salir del Hogar de Belén en 1983, después de que su padre lograra ubicarlos y sortear las trabas que le ponía la jueza Pons. Los chicos tenían miedo, miedo al cambio, a sufrir más, si eso era posible. En el hogar, Manuel le decía a María que el padre abusaría de ella y que no podía contarle a nadie lo que había pasado durante esos años porque los iban a encontrar y a matar. “Tenemos gente por todo el mundo y te vamos a matar si hablás, sea donde sea, en Suecia o en cualquier lado”, la amedrentaba.

Armar un vínculo con su padre no fue sencillo, cuando llegó a Suecia, María dormía con un cuchillo bajo la almohada y ni ella ni sus hermanos le contaron lo que habían vivido en el hogar. Lo que más la afectó fue que le costaba conectarse con el recuerdo de su mamá. “Se apagó esa luz interior. Me sentía culpable, como que la había dejado en Argentina. No quería vivir, no hablaba con nadie, ni con mi papá ni mis hermanos, estaba sola. La amenaza de Manuel tuvo efecto, me paralizó y me distancié de mi padre y de todos. No podía hablar con nadie”.

Dos cosas la salvaron y le cambiaron la vida. La literatura y el dibujo. “A los 16 en la escuela me dieron el libro de Dante Alighieri, la Divina Comedia. Con ese libro pude interpretar el Infiero que había pasado y pensar que mi mamá me guiaba en todo ese proceso. Otro libro que me impactó fue La Odisea, lo interpreto como la expulsión del país y el deseo de volver a mi casa natal y llegar con mi familia. Los libros me abrieron el camino para elegir la vida de nuevo. Volví a sentir a mi mamá y elegí vivir”.

A los 25 descubrió la pintura, entró en una escuela de arte y pensó que eso le traería alegría, pintar, los colores, pero la atrapó el infierno de nuevo. Todo lo que salía de sus manos y se volcaba en el lienzo estaba relacionado con el hogar Belén. El maestro les hacía comentar las obras que producían. Y así fue como María pudo comenzar a hablar sobre lo que le habían hecho. Los cuadros también fueron la base para poder revincularse con su papá y sus hermanos. “Pudimos volver a hacer una relación, antes estábamos aislados, teníamos vergüenza de lo que habíamos pasado. Las pinturas nos dieron un espacio para hablar y así decidimos que debíamos buscar justicia”.

María abre grande sus ojos marrones. Mira de frente cuando habla. Busca las palabras en castellano. Dice que quiere justicia para ella y sus hermanos, para su madre y su padre, para los otros niños que estaban en el Hogar, que eran ocho y para María Florencia Ruival y José Luis Alvarenga. Justicia porque a aquellos sufrimientos, hay que sumarles las secuelas que marcaron a toda su familia, que dejaron marcas en su generación, las están dejando en la próxima, y estarán presentes en la siguiente. Por eso, para María, es importante definir y reconstruir la historia: para poder liberarse y renacer después de tanto dolor. Para ella es importante que la Justicia entienda el trato inhumano que han vivido ella y sus hermanos y la gravedad de los delitos que se han cometido. “Nosotros no hemos tenido libertad, hemos sufrido y seguimos sufriendo. Pero estamos todos de acuerdo en que el único camino posible es el de la Justicia.” Define las barbaridades sufridas como genocidios; y exclama que es tiempo de que estos genocidas sean responsables de sus barbaridades. “Nosotros estamos condenados por vida a vivir con estos recuerdos terroríficos. El juicio es un desafío de confianza porque el propio estado destruyó nuestra base familiar y nos arrancó de las raíces al extranjero al expulsar a mi padre del país. Hemos pagado mucho, y seguimos pagando con mucho dolor, también tenemos que afrontar muchos costos económicos para volver a la Argentina, para reconstruir nuestra identidad, historia, familiares y también pagamos con nuestra salud. El daño es inmenso.”

 

Uno de los cuadros pintados por María a partir de los recuerdos de los niños del Hogar Casa de Belén

 

La reconstrucción

Los tribunales también fueron un laberinto. Un camino que se inició hace muchos años; que impulsó el abogado Luis Valenga y recorren hoy las abogadas Carolina Farotto y Carla Ocampo Pilla con la fundamental intervención del Ministerio Público Fiscal. Un paso importante fue poder recuperar la causa que estaba archivada y a la espera de la prescripción, porque los hechos no habían sido considerados como delitos de lesa humanidad, es decir, quedaban fuera del plan sistemático de la dictadura, como si no hubieran tenido relación con la encarcelación de su padre y el asesinato de su madre. “Eran tiempos de impunidad en democracia, tiempos en los que no había esperanza, de destrucción. Cuando asumió Néstor Kirchner y se anularon las leyes de Punto Final y Obediencia Debida tuvimos esperanza, cuando pudimos avanzar con el doctor Valenga sentí que mi salud mejoraba. Creo que fue admirable que el Presidente pidiera perdón por parte del Estado, fue importante escuchar estas palabras y verlas concretadas en los hechos, que se haya hecho una plataforma de derechos humanos que ayuda a reconstruir nuestra historia es importante también para la memoria colectiva del pueblo. Quiero mencionar a la gente que nos está ayudando y acompañando, que es un grupo fantástico, la fiscal Ana Oberlin, el fiscal Juan Martin Nogueira, mis abogadas, los abogados de la secretaría de derechos humanos, Pedro Griffo y Facundo Dadic y los profesionales del Comité por la Defensa de la Salud, la ética y los Derechos humanos (CODESEDH), Melanie Torre, Silvia Arrendodo, Norberto Liwski y Carmen Celiz. También quiero destacar que el hogar sigue funcionando como si nada y deseo que lo identifiquen como centro clandestino, allí se reunían militares, policías, teníamos padrinos militares. Mi “padrino” me llevó a su trabajo y era una casa abandonada con sangre en las paredes, cables en el piso y camas sin colchones, con olor a muerte. Ahí entendí lo que hacían y sabía que Manuel era capaz de matarme. Esos eran sus compañeros”.

Cuando María declaró en el juicio mostró algunos de los cuadros que pintó cuando empezó a estudiar, figuras oscuras, monstruos sentados a la mesa, bebés, muertos, cruces, un retrato de su madre. También llevó una medalla de la maratón de Berlin, porque correr es otra de las cosas que la ayuda. “Es una expresión de libertad, puedo correr cuatro horas sin pensar en nada del pasado, del presente o del futuro. Corro, respiro y no pienso, pienso en positivo. Las maratones me ayudaron un montón”.

María habla. Después de mucho tiempo. Espera que las palabras puedan ser reparadoras. Que le traigan paz. “Puedo confesar que he temblado, tenido miedo, he sentido de nuevo el revolver en la cabeza, el click, pero apuesto a la vida. He llorado muchísimo y sigo llorando. Seguimos sufriendo las secuelas. Estamos condenados a vivir con todos estos traumas y secuelas. ¿Quién paga todo? Estamos marcados para siempre. El juicio que se está realizando es reparador, pero también muy movilizador, porque nos rompieron en millones de pedazos y tenemos que buscar cada pieza, es muy doloroso armar el rompecabeza. Pero apuesto a la vida para buscar justicia. Me han torturado siete años pero no sabían el amor que guardaba de mi madre y que me hizo vivir. El amor de mi padre también fue fundamental. Hoy tengo un hijo al que le gusta jugar al fútbol y admira a Messi. Yo he jugado fútbol y me encanta compartir con mi hijo y transmitirle sueños, amor y recuerdos. Apuesto a tener una vida digna, a vivir y no sobrevivir. Gracias mamá y papá por el amor que me dieron de niña. Tengo más presente que nunca que el amor debe triunfar sobre el odio”.

Fuente de la información e imagen: https://www.pagina12.com.ar

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Entrevista a Enrique Stola “Cuando no hay educación sexual integral a los chicos los educa la pornografía.”

Por: Dalia Cybel/ El Gritos del sur/ 23-01-2019

Enrique Stola, médico, psiquiatra, psicoanalista y especialista en casos de violencia de género habló con El Grito del Sur sobre las violaciones grupales, la importancia de la educación sexual integral y la complicidad de la Iglesia con los curas violadores.

Cada uno de los ambientes del estudio está pintado de otro color en composé con el decorado puntilloso. La charla sucede en el ambiente amarillo donde las cortinas naranjas filtran el sol agobiante del mediodía de enero. En un paneo general destaca la cantidad de libros, las butacas combinadas y sus títulos, enmarcados y colgados en la pared. En este cuarto ocre, Enrique Stola, médico, psiquiatra, psicoanalista y especialista en casos de violencia de género hablará con El Grito del Sur sobre las violaciones grupales, la importancia de la educación sexual integral y la complicidad de la iglesia con los curas violadores.

¿Cómo empezaste a trabajar con casos de género?

Cuando me recibí, en dictadura, comencé a trabajar con víctimas de torturas, compañeros que tenían que irse al exilio o familiares de detenidos desaparecidos. Ya al regreso de la democracia empezó a aparecer lo que en ese momento se llamaba “violencia familiar”. Yo tenía claros algunos aspectos del machismo y desde ese entonces ya me empecé a definir como feminista. En el 2002 participé en el caso Grassi, donde había testimonios de abuso sexual. Todo eso fue un entrenamiento que varió mi perspectiva como psiquiatra.

Respecto al caso Grassi, ¿creés que la sociedad justifica más los abusos dentro de la iglesia?

La sociedad, desde diferentes lugares, sostiene todas la violencia contra las mujeres, niños niñas y el colectivo LGTBIQ y dentro de ello las violaciones, sino no ocurrirían. Cuando se supo que el Bambino Veira había violado un chico en las canchas se cantaba a favor de él: eso es apoyo social. En los abusos intrafamiliares pasa lo mismo. Cuando se “parte” una familia significa que hay un grupo de personas que están sosteniendo culturalmente una violación, aunque nunca lo van a reconocer.

¿Hay una diferencia entre las violaciones a hombres y a mujeres?

No, en general las mujeres son más violadas. En los casos de los varones se trata de ámbitos intrafamiliares o en instituciones eclesiásticas, que son muy protectoras de abusadores y machos violentos

¿Crees que el régimen del celibato propicia la violencia sexual ?

La iglesia es una institución criminal y sostiene el celibato, pero no es el celibato el problema en sí. El celibato prohíbe la genitalidad pero todos ejercen su sexualidad igual , con mujeres, con varones, se masturban, pero en secreto. Se genera una cultura de la clandestinidad en la que los pedófilos se mueven como pez en el agua.

Planteás que no existe un perfil psicológico específico por el cual los violadores puedan distinguirse de otras personas antes de cometer el crimen ¿Eso significa que en esta sociedad cualquier hombre es un potencial violador?

Si haces un psicodiagnóstico de alguien que cometió un delito sexual pueden saltar una serie de componentes – una sexualidad inmadura, mal manejo de los impulsos- que también pueden estar en el de alguien que no violó. Yo creo que los hombres violadores son aquellos que llevan el mandato de una forma de ser macho al extremo. Hay gente que se enoja porque yo digo que el violador no es un enfermo, pero se olvidan que al ponerlo en la posición de enfermo lo vuelve in imputable.

¿Cuales son las diferencias de los ataques sexuales grupales y los realizados por un solo individuo?

La violación es siempre una conducta moralizante. Una característica de los violadores es que quieren compartir lo que hicieron, ya sea en la cárcel o con algún amigo: lo van a hacer y van a erotizarse de eso. Cuando ocurre en grupo, todos son espectadores y participantes, es ahí donde se refuerza la pertenencia de grupo, la complicidad del acto compartido y la posición de machos.

Muchos chicos son escrachados en redes porque ejercen violencia simbólica, o se propasan y aprovechan de situaciones que comenzaron siendo consentidas ¿Esto supone que ese chico es un potencial violador? ¿Hay una conducta reiterada ?

No. En Alemania hay un programa que trabaja con chicos de entre 8 y 17 años y el porcentaje de recuperación es altísimo solamente con psicoeducación.  Lo que pasa es que cuando no hay educación sexual integral a los chicos los educa la pornografía. La tecnología hace que chicos y chicas muy pequeños tengan acceso a la pornografía. Entonces nos encontramos con chicas de 13, 14, 15 años que denuncian a compañeros que han tenido conductas abusivas pero con psicoeducación esto se resuelve y no van a ser abusadores. Lo que falta es educación sexual integral. Estructuralmente los mismos que se benefician de la estructura social machista se oponen a que se aplique la ESI.

¿Por que en los delitos sexuales se duda de la víctima?

Se duda de la víctima si es mujer, porque si es varón se le cree. La palabra del varón no se cuestiona, la que está siempre en sospecha es la mujer, incluso para la justicia. Por eso se hace hincapié en la víctima: es la mujer juzgada desde la mirada masculina y el mundo está organizado en base a esa mirada. Aparte, en temas de género, muchas veces los jueces califican en base a su experiencia personal. Si se cae un puente van a recurrir a ingenieros e ingenieras, pero si es un tema de abuso sexual o violencia contra la mujer anteponen su subjetividad y no recurren a los estudios de psicología y psiquiatría.

¿Es posible recuperarse de un abuso sexual?

Si, se tienen que dar muchas condiciones. Es fundamental que se les crea a las víctimas cuando hablan, que haya contención familiar, tratamiento y justicia. También tiene que ver con las condiciones personales de cada uno. Lo que es real es que varias veces durante su vida la persona se va a reconectar con esta situación dolorosa, como pasa con todo hecho traumático. Hay que desterrar el concepto de “le cagó la vida” y trabajar para que la víctima perciba que puede construir un presente diferente permanentemente.

*Fuente: http://elgritodelsur.com.ar/2019/01/enrique-stola.html

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