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Recuperar la capacidad de asombro para reencontrarnos con la vida y nuestra esencia biocultural

Por: Rodrigo Arce Rojas

Cuando despertamos al alma somos capaces de ver sonreír a las abejas, a las flores, al espacio y al tiempo.

Nos encontramos en un momento crítico en la historia de la humanidad y con grandes paradojas. De un lado tenemos avances gigantescos en cuanto a tecnologías de todo tipo y de otro lado graves problemas que nos revelan que estamos frente a una crisis civilizatoria. Así, según el Instituto de Resiliencia de Estocolmo hemos superado 4 de los 9 umbrales ecológicos. Estos son: la catástrofe climática, el extermino de la biodiversidad, el cambio de uso de la tierra y la alteración de los flujos bioquímicos del fósforo y el nitrógeno. Así mismo hemos superado la biocapacidad de la tierra y estamos llevando a la Amazonía al punto de no retorno a partir del cual nos espera un proceso de sabanización.

El problema de fondo es que para sectores que solo están preocupados por lograr crecimiento económico a toda costa (a toda sierra, a toda selva, a toda Amazonía, a todo planeta) estos temas no les preocupan o les preocupan superficialmente. Así se escuchan en grandes foros de crecimiento económico y desarrollo las recetas para el desarrollo fundamentalmente en términos de mercados, inversiones, competitividad, gestión, prospectiva, retos tecnológicos, entre otros, pero subestiman la grave crisis “ambiental” en la que nos encontramos. Pongo ambiental entre comillas porque en sentido estricto no hay una dimensión ambiental aislada, sino que se encuentra interrelacionada con otras dimensiones de la realidad compleja. Diríamos que prima el optimismo, pero hay que reconocer tipos de optimismo: un optimismo ingenuo, un optimismo arrogante y un optimismo energizante, este último caracterizado por reconocer los alcances de la crisis y a la vez desplegar esfuerzos, conocimientos y coraje para tratar de superar las dificultades.

El otro problema es que el sistema económico hegemónico, que se inscribe en un antropocentrismo exacerbado, nos ha llevado al individualismo, al materialismo, al consumismo y en este proceso modernizante hemos llegado a la mercantilización de la naturaleza, la naturaleza es apreciada en tanto es útil, es apropiable, es producible, puede ser cotizado y tiene mercados.  La expresión máxima de esta actitud de reduccionismo monetario es que todo se reduce a capital y los capitales pueden ser sustituibles. Bajo esta consideración hay especies y ecosistemas útiles para negocios y especies y ecosistemas “inútiles” por lo tanto sujetos a ser modificados o transformados según mejor convenga a los propósitos de acumulación. Es entonces cuando vemos pequeños o grandes procesos de deforestación para fines de producción agroindustrial, infraestructuras, vías o expansión urbana no planificada. De esta manera la deforestación se hace a nombre de la modernización, de la civilización. Los bosques aparecen, en esta perspectiva reduccionista, como fronteras de expansión económica, legal o ilegalmente, como espacios que hay que conquistar, dominar, someter para contribuir al crecimiento económico condición esencial para su propuesta de desarrollo. Cuando sólo prima la mirada de crecimiento económico toda la naturaleza se reduce a cosas, a materias primas, a insumos, a oportunidades de negocios con bosques o sin bosques.

Según el portal GEOBOSQUES del MINAM entre el 2001 al 2021 se han perdido en el país 2´754,562 ha. El 2020, en plena pandemia, se deforestaron 203,272 ha y el 2021 se deforestaron 137, 976 <Geobosques (minam.gob.pe)> Entre los principales factores que ocasionan la deforestación se mencionan: la agricultura y la ganadería, la minería, la tala ilegal de madera, la infraestructura y otras actividades ilegales. Pero es importante tener en cuenta que la deforestación no es solo causada por factores directos sino también los estructurales y subyacentes en donde se encuentran políticas, programas, proyectos, narrativas y la corrupción. La indiferencia es un factor indirecto porque pensamos, equivocadamente, que esta situación no nos afecta. Basta traer a colación los grandes ciclos biogeoquímicos o los ciclos hidrológicos para recordar que el futuro de los bosques también tiene que ver directamente con nosotros, independientemente del lugar en el que nos encontremos.

Pero más allá de aspectos utilitarios lo importante es reconocer que en gran medida la situación actual de los bosques también se debe a la pérdida de afectividad ambiental a la que nos ha llevado el sistema hegemónico. La consistencia y la persistencia del modelo económico dominante se sustenta en una desconexión afectiva con la naturaleza, así es más fácil no ver la vida y ver más bien cosas, materias primas o commodities. Valoramos lo que es útil o es bello, pero aquí lo bello también es relativo porque alude a las formas visibles, a colores y sale del radar lo que no es visible, a lo que no calza en nuestra estética convencional. Aunque importante, no basta la atención a las especies emblemáticas o carismáticas, porque la belleza de la vida se despliega más allá de nuestros sentidos o nuestra valoración económica.

Ante la primacía del materialismo y el utilitarismo, como humanidad hemos perdido nuestra capacidad de asombro por las magníficas expresiones de la vida, seres vivos y sistemas vivos, que se han generado producto de millones de años de evolución y coevolución. No nos asombran los magníficos procesos vitales que se dan desde el nivel micro y el nivel macro, las interrelaciones que se dan en la trama de la vida, las relaciones colaborativas y las relaciones competitivas, la gran capacidad de adaptación, las múltiples estrategias de los seres vivos para soportar los cambios ambientales y poder reproducirse, la comunicación entre las plantas, el rol que cumple cada organismo en un ecosistema, las relaciones mutuas entre personas, animales y plantas, la mutua modelación biocultural. Es increíblemente enriquecedor cuando uno revisa el proceso evolutivo de las plantas y nos remontamos hasta LUCA (Last Universal Common Ancestor) y reconocernos con todas las expresiones de vida como una sola gran familia. Todo esto lo perdemos cuando nos aferramos a antropocentrismos y especismos.

Por todo ello, una de las condiciones para la reconexión biocultural (ser humano-naturaleza) pasa por recuperar nuestras capacidades para asombrarnos, maravillarnos del portentoso fenómeno de la vida en todas sus expresiones. Admirar y respetar para recuperar la afectividad ambiental. No hay fórmula posible si es que no pasamos por este proceso conducente a la afectividad, vínculo que une, que compromete (Giraldo y Toro, 2020). Existe mucho conocimiento que se pierde porque no se hace la conexión con la afectividad. De ahí la importancia, primero de interesarse vívidamente por el fenómeno de la vida en todas sus expresiones, y segundo de profundizar y difundir las investigaciones que se realizan en todos los campos de la vida y los sistemas vivos. Pero también hay muchísimo campo para nuevas investigaciones para aquellos que quieran abrir los ojos y el corazón a la belleza de la vida.

Referencia

Giraldo, O.F. & Toro, I. (2020). Afectividad ambiental: sensibilidad, empatía, estéticas del habitar. Chetumal, Quintana Roo, México: El Colegio de la Frontera Sur: Universidad Veracruzana. (99+) Afectividad Ambiental | Omar Felipe Giraldo – Academia.edu

(*) Doctor en Pensamiento Complejo por la Multidiversidad Mundo Real Edgar Morín de México. Magister en Conservación de Recursos Forestales por la Universidad Agraria La Molina, Perú. Docente en la Maestría de Ecología y Gestión Ambiental de la Universidad Ricardo Palma.

Fuente de la información e imagen:  https://www.pressenza.com

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Presencialidad En La Educación Y Estar-En-El-Mundo Con El Multiverso

Por: Iliana Lo Priore y Jorge Díaz Piña

La necesidad de rehabitar el mundo

El sujeto, en tanto individuo sujetado,  en su repliegue individualista neoliberal inducido contraculturalmente, se ha empobrecido de mundo, cuando para ser (se es con los otros y lo otro constituyendo así el con-ser) hay que dar testimonio de responsabilidad, y  de manera múltiple, en el marco de la diversidad de las opciones existenciales posibles,  de la presencia viviente y vivificadora en este mundo.  Reivindicando para ello, una condición  transmoderna crítica, como lo ha planteado Enrique Dussel (2009) en su emplazamiento impugnador de la época moderna capitalista, en crisis estructural,  por incumplimiento de sus promesas o ideas-fuerza ya que las contradicciones internas inherentes a su lógica fagocitadora se lo han impedido: desarrollo, bienestar, progreso, paz, democracia como autogobierno del demos,  etcétera.

No se habita o se está en el mundo sin formación de la conciencia y la sensibilidad afectuales ante él, siendo, por tanto, la afectualidad una resonancia empática o forma de acogimiento entre nosotros(as) y con la naturaleza al establecer  ámbitos resonantes.  No se trata de la repetida “crisis de valores”, sino de las valoraciones que no es lo mismo. Las valoraciones son practicaciones socioculturales que traducen esa responsabilidad económica, política, estética, ética, científica, tecnológica, educativa, etcétera, frente a la depredación del mundo por la plusvalorización capitalista o la equivalencia mercantil-dineraria de todas las cosas y de la vida planetaria misma (el sinsentido o la alienación del sentido  de  mundo por el atesoramiento de objetos o cosas mercancías,  y que cosifica también las relaciones sociales y a los individuos).

Esa falta o ausencia de presencia, o prevalencia de la presencia ausente de mundo, sin implicación auténtica, que profundiza la escisión cultural entre nosotros(as) y el mundo real (López, 1991), ha ocasionado la indiferencia o desinterés irresponsable por interpretar o comprender desalienadamente, y transformar,  el mundo actual en su crisis civilizatoria, o mejor, la necesidad de asumir su sentido crítico, en sustitución del nihilismo consumista y el pesimismo ultraconservador como horizontes cortos de sentido que tienden a apesadumbrar las expectativas en torno al futuro.  Por consiguiente, hay que criticar la reivindicación de la presencialidad de los(as) estudiantes y docentes en las instituciones escolares, si por ello se asume  la mera presencialidad físico-corporal tan solo, por cuanto la dimensión educativa, en su sentido formativo trascendente, reclama de éstos(as) la presencia de su corporeidad  implicante de estar-en-el-mundo dando testimonio de sus modos de ser o de habitación. Esto, con el propósito de contribuir a suturar parcialmente la escisión con el mundo real, en el marco  del proceso reflexivo de construcción-deconstrucción de sus identidades, y en interacción con la diversidad de ámbitos o micromundos acogedores considerados como ambientaciones resonantes multiversales o pluriversales (versiones eco-estéticas-éticas mundanas hospitalarias y gratificadoras con plenitud de posibilidades en sus encuentros relacionales o vinculantes; diversas y plurales en su rico acontecer re-creador) del con-ser existencial con los(as) otros(as), la naturaleza, el mundo y consigo mismos(as).

Dicho desinterés o anomia en los individuos por tratar de interpretar o comprender el mundo, comprendiéndose a su vez, y ser con él, con-ser, neutraliza los intentos  educativos para favorecer la presencialidad en el mundo de los niños y niñas, así como de los y las adolescentes y jóvenes de diferentes clases, sectores sociales  o estratos, asumiendo la formación de ciudadanía para rehabitar el mundo como finalidad trascendente de la educación.  Ello, entre otras razones, se asume para enfrentar educativamente las pandemias producidas por la ecodepredación de la naturaleza con el afán de los grupos de poder e intereses hegemónicos de enriquecer al capital, que la objetiva como recurso explotable mercantilmente sin importar los desequilibrios de todo tipo que ha ocasionado (calentamiento global, conversión de microorganismos en agentes patógenos, COVID-19, etcétera) y ante lo cual hemos propuesto el Paradigma Ecoprotector Comunitario Inmunitario, PECI (Lo Priore & Díaz, 2020).

Metaverso contra multiverso o pluriverso

En la actualidad, esa renuencia o resistencia en los(as) jóvenes obedece, de modo dominante, a la incitación mercantil-consumista neoliberal de poseer prótesis tecnológicas de virtualizaciones digitales (celulares, computadoras, etcétera) que mediatizan su relación o conexión e interconexión vital con el mundo real, esto es,  su disposición de apertura y encuentro afectual-empático  para relacionarse vivificadoramente con él y sus alteridades, mediante la representación imaginaria digitalizada del mundo virtual o del inminente metaverso (más allá de las versiones reales), que los representará como avatares (duplicados ficcionados). Tanto es así, que se desconciertan cuando no poseen o les falta alguna de dichas prótesis. No pueden “ser” sin ellas.

 El inminente metaverso (representación hiperreal de la realidad) alienará mucho más y se contrapondrá a la propuesta civilizatoria alternativa a la crisis de la modernidad, de reivindicar la realización del con-ser en el  multiverso o pluriverso del mundo real, vivificado en tanto pluralidad de versiones ambitales libertarias desalienantes de la diversidad  de vidas posibles alternativas,  si se acometen las transformaciones económicas, políticas, sociales, éticas, estéticas y otras, en función de esa realización del con-ser.

Ante la inevitabilidad del advenimiento del metaverso, en el terreno educativo hay que procurar que hegemonice su alternancia con las valoraciones ecosóficas : ecología ambiental, social y senti-mental o sentipensante (Guattari, 1998) de los desarrollos ambitales anticipados existentes del atractivo proyecto del multiverso, para evitar la  esquizofrenia que se provocará en los cuerpos que no puedan regular homeostáticamente la contradicción entre el seductor e iluso  metaverso, por su envoltura de fascinación ilusoria, y la caótica realidad  en crisis por la lógica de la depredación del modo de “vida/muerte”, más de muerte que vida,  impuesto por el capital neoliberal.  Modo que obstaculiza y reprime desarrollar ámbitos o ambientaciones vivificantes de realización multiversales con su homogeneizante contracultura uni-versal de subjetivar a los cuerpos alienándolos al sobreponerles ideológicamente la valorización   mercantil a todo; así como induciendo el miedo o temor al encuentro con los otros iguales-diferentes para impedir hacer multitudes insurgentes con la finalidad de alcanzar  lo otro alternativo (nuevas sociedades), induciendo de esa manera la escogencia social de la seguridad neoconservadora o neoderechista en desmedro del logro de la auténtica libertad por transformadora.

El sujeto como avatar

Capital contracultural que incitará al extremo la inmersión alienante de los cuerpos transfigurados en avatares en el mundo virtual del metaverso  para provocar  fugas o huidas ilusas de la realidad caótica,  los contextos reales donde no hay posibilidades para la realización humana libertaria de las mayorías, sino para los pocos que se han apropiado y acumulado privadamente los bienes  comunes requeridos para el bienestar de todos.

Imaginario virtual digital confeccionado programadamente cada vez más seductoramente al ser articulado “amigablemente” y fantasiosamente con los pulsionantes deseos infantiles, adolescentes y juveniles, para hacerlos cautivos consumidores-de-mundo-hiperreal (mundo que en su presencia aparente, parece  más real su simulacro que la realidad misma), rechazando por tanto, la necesidad de las interpretaciones, explicaciones y comprensiones  escolares por contrapuestas a experiencias  gratificantes o satisfactorias de los deseos pulsionantes que les producen las prótesis mediáticas virtualizadoras.  Aquí se registra la contradicción entre la necesidad y el deseo.

La necesidad de educarse (que debiera apoyarse en el “pulsional deseo de saber”) se percibe como necesidad impuesta por el poder de los otros (padres, docentes, etcétera) y del dispositivo de poder-saber escolar para reprimir el deseo; y el deseo, en cuanto búsqueda de satisfacción placentera, se transfigura con el uso de las prótesis, como sucedáneo de libertad o emancipación frente a la imposición de la necesidad de saber por el poder represivo o coactivo de la educación escolarizada. Esta disyuntiva entre necesidad y deseo, y que aliena la verdadera libertad, no se resuelve con la candidez respecto al  necesario uso pedagógico o didáctico alternativo  de las hipermediaciones  digitalizadas por parte  de la escuela y los docentes con programas o software educativos más pertinentes que los mercantiles o comerciales por alienantes.

La realidad virtualizada, sea cual sea el programa que se use, responde al ineludible, hasta ahora,  código digital binario que como cualquier otro lenguaje responderá a la gramática que lo regula. Ese adecuarse  acrítico respecto del empleo de las tecnologías de la virtualidad digital, o metaversales, en la educación, no comprende que antes del uso mecánico o “técnico” hay que educar en los criterios críticos de uso que promuevan la autonomía  de quienes los empleen. Evitando así, en lo posible,  que ellos(as) sean los usados(as) por la realidad virtual inducida del metaverso,  al contrarrestar la adicción alienante de la inmersión metaversal en la condición de ser representados/sustituidos  por los avatares a través de la subjetivación desidentificadora-identificadora que provocaría rasgos esquizofrénicos, de extravío al no poder regular por cuenta propia su relación equilibrada con la realidad, autopoiéticamente, el proceso de su construcción/deconstrucción identificadora consciente y críticamente del con-ser en un marco de escogencia de opciones  existenciales auténticas de su estar-en-el-mundo.  Subjetivación alienante que se complementa y compenetra con la incitación a la autoestima superyoica del individualismo disociador neoliberal.

Por otra parte, el socorrido argumento para justificar el uso desprevenido y acrítico de las tecnologías digitales en la educación escolar para actualizar la “presencia” en el mundo globalizado, mejor globorrecolonizado neoliberalmente, de hoy, bajo la justificación de la necesidad de “estar informado”, y de que sobre el soporte de las redes tecnológicas de información, se asienta la posibilidad de la “democratización educativa de los saberes”, es tan iluso como el argumento falaz de que la distribución de la riqueza se asienta en el productivismo industrialista dominante. Quienes argumentan eso confunden, entre otras cosas, información con saber y con comunicación.

La educación no es transmisora de información, es reconstructiva de la información por medio de la comunicación reflexiva para apropiarse y producir críticamente saberes o sabiduría de modo autónomo. Además, desconocen las características de los flujos informativos de Internet (por ejemplo, su fragmentariedad no favorece procesos cognitivos y perceptivos totalizadores o integradores por más que se apliquen programas  hipertextuales). También obvian, que las redes informativas de Internet generan un consumo adictivo, que sujeta a los individuos de tal modo, que los convierte alienantemente en sujetos informacionales, individuos sujetados y dependientes del tipo de información sesgada que circula a través de esas redes.

Tan solo un individuo crítico en interacción comunicativa y reflexiva objetivante con otros, intersubjetivamente, puede discernir con propiedad o deconstructivamente los sesgos informacionales que circulan para su consumo en Internet.

La necesaria alternancia del metaverso y el multiverso

Por ello, pese a las limitaciones y distorsiones que establece la codificación digital de las tecnologías virtualizadoras, creemos que su uso es posible cuando se inscribe en una dinámica más inclusiva o multiversal que permita contrarrestar sus efectos alienantes, como es la presencialidad implicante en el mundo real vivificado a través de la creación de ámbitos de resonancia educativa multiversales, por cuanto el mundo virtual hiperreal es una presencia ausente por irreal, por consiguiente, no propicia la implicación sino el descompromiso de la liviandad.  Siendo los ámbitos de resonancia educativa multiversales, espaciamientos o ambientaciones culturales interactivas reales intelectuales, lúdicos, artísticos, empíricos, etcétera, creados y recreados a partir de revelamientos de relaciones o vínculos no sentipensados y de experiencias vivificadoras topofílicamente (afecto por los lugares liberados de limitaciones represivas con ayuda de la imaginación objetivadora, reflexiva e intersubjetiva), que propician múltiples posibilidades de arraigo corporal e identificación gratificadoras de acuerdo con las edades, género, etnias, niveles y procedencia sociocultural.

Un ámbito produce la fecundidad de la apertura creadora y recreadora como es el caso del verdadero artista, -incluyendo destacadamente al artista étnico y al popular,  ambitalizadores ambos, con sus creaciones reivindicadoras de sus alteridades culturales-, que plasma en su obra, no la belleza primordialmente, sino el ámbito envuelto en lo  metafórico, alegórico, imaginal, polifónico, etcétera, creada mediante esa apertura sensible y afectual que ha generado en él.  Es una entidad relacional que agencia entre la potencial disposición humana y su potencia libertaria realizadora.  Es igualmente, una forma de espaciar para rehabitar subjetivamente los lugares de modo ecosófico (Guattari, 1998).  De aquí que Martin Heidegger haya expresado que “espaciar es liberar los lugares” (en López, 1991, p. 69), por ello hay que considerar al espaciar como un  acontecimiento del auténtico habitar.

Desde la niñez se empiezan a forjar real e imaginariamente los ámbitos mediante el juego creativo e innovador en interacción con los(as) demás niños(as) presentes o imaginados, ámbitos en los que se tejen diversidad de vínculos y relaciones, y se supera la relación cósica con los objetos y personas, o dicho de otra manera, los(as) niños(as) dejan de percibir y sentir el entorno o mundo como llenos de cosas al darle animación o vida, las vitalizan por medio del animismo infantil.  Con otros términos, habitan junto con ellas espacios fantaseados. Concibiendo  el habitar ámbitos, como creación y vivencia de lugares o campos de juego, que pueden ser motivados por la narrativa de los cuentos resonantes. No precede la habitación a su ocupación, la habitación son ellos(as) proyectados en sus múltiples e infinitos vínculos o relaciones espacializados figurativamente sin posiciones fijas, sin distancias geográficas o perspectivas geométricas, sin “aquí o allá”, “dentro o fuera”, un espacio afectual imaginario (Sami-Ali, 2001), un ámbito figurado de resonancia transcorporal.  Es un habitar a través de espaciar subjetivamente su re-construcción imaginaria de la realidad.

Espaciar  que posteriormente al desarrollo y formación de la niñez, en su juventud y adultez, puede servir de asidero para sentir y pensar estética y ecosóficamente la re-habitación humana de la Tierra para enfrentar y superar la crisis ecológica global, en sus diversas escalas y niveles. De aquí la relevancia del juego ambital, en el que también surgen las relaciones afectivas y afectuales con la animación vitalista de lo cósico, los entes, seres imaginarios de la naturaleza y figurados de las sociedades.

Los ámbitos de resonancia educativa

Respecto a la conformación de ámbitos educativos, consideremos el siguiente ejemplo: la conversión de un aula  controlada disciplinariamente por relaciones de poder autoritario sobre los(as) niños(as), en un ambiente inicialmente indisciplinado organizacionalmente  para aprender, o desaprender, en el que prevalece la interacción lúdico-afectiva-desafectiva entre ellos(as), jugando y retozando según los deseos e intereses diversos de los(as) niños(as), que luego empiezan a regular por sí mismos el “desorden” de su bullicio e interacciones al ponerse de acuerdo en el espaciamiento y en la temporalidad de las acciones y preferencias de todos .

Aunque parezca que con esa “indisciplina” y “desorden” ninguno(a) puede aprender, según el criterio de quien haga ese juicio por apegado a las pautas “normalizadas” de un ambiente estructurado coactivamente para “aprender” heterónomamente, bastaría indagar por lo aprendido luego de varios días de vivenciamiento de ese ambiente convertido en un cuasi ámbito múltiple por diverso, para darse cuenta de que ha habido aprendizaje autorregulado en diversos aspectos según los variados criterios infantiles, pese a que algunos(as) clamarán por el regreso al orden escolar heterónomo-autoritario que ya han subjetivado y no han podido deconstruir.

No hay que creer que por estar aparentemente por su cuenta, des-sujetados(as), los(as) niños(as) no son influenciados en sus acciones por el ambiente escolar disciplinario con la sola “presencia no autoritaria” de los(as) docentes presentes, pero es un avance para su desarrollo autónomo y convivencial favorecido por la ambientación relativamente libertaria y gratificadora, próxima a un auténtico ámbito.  Lamentablemente, la escuela no es una institución con la virtualidad de convertirse a sí misma en una escuela-otra, o alternativa, ya que estructuralmente impone limitaciones incluso para “cambiar”, lo que nos lleva a pensar en la desescolarización de la educación.  Aspecto éste que está siendo promovido con mucha fuerza por quienes interesadamente ven mucho  provecho mercantil con su sustitución  metaversal, y ante lo cual hay que pensar y experienciar con urgencia para contrarrestar ese interés con opciones alternativas  multiversales o pluriversales de desescolarización ambital.

Con la siguiente descripción también lo ejemplificamos, cuando con la interacción comunicativa-dialógica en pequeños grupos, o microámbitos, incitada motivacionalmente  por los(as) docentes a través de un agenciamiento autopoiético (Lo Priore &Díaz, 2016) y empático (poniéndose cada quien en lugar de los otros para comprenderlos mejor), prefiguradora del con-ser por vía de los colectivos de enunciación(Lo Priore & Díaz, 2016) o comunidades  reinterpretativas (Díaz, 2014), el agenciamiento actuaría sobre el deseo haciendo que se desee más y de modo diferente ante la coacción del poder-saber del dispositivo escolar, lo que implica “desescolarizar” para educar el deseo recontextualizadamente, en tanto experiencia pedagógica densa, o experiencias de sí mismos, de carácter ético-estético-afectual. De esta manera, en un clima ambital, se puede propiciar el acontecimiento  de la re-enunciación colectiva autónoma y deconstructora del imaginario y de la información recibidos acríticamente  por parte de los estudiantes, para el renombramiento crítico del mundo (de su resignificación semántica y resentidización alternativas), como lo planteó Paulo Freire (1977) y su correlativo reconocimiento   presencial autocrítico  en él;  se construye, de este modo, un ámbito de resonancia formativa  gratificador por re-creativo a través de la revaloración de la conversación, entre otros posibles.

En consecuencia, hay que promover la transformación educativa en función de crear ámbitos o “ambientaciones” reales,  deseados y gratificadores, de resonancia multiversal o pluriversal, principalmente, por medio de la transversalidad cultural del sentipensar, sintiendo-nos y pensando-nos para actuar juntos(as), afectualmente ambitalizados, re-creando o imaginando y soñando  otros mundos reales posibles implicantes, otros modos libertarios de estar presentes mundanamente.

Referencias

Díaz, J. (2014). Hermenéutica y Educación. MaracayVenezuela: UPEL-CINCO.

Dussel, E. (2009). Política de la liberación II. Madrid-España: Edit. Trotta.

Freire, P. (1977). Pedagogía del oprimido. México: Editorial Siglo XXI.

Guattari, F. (1998).  Las tres ecologías.  Bogotá-Colombia: Ediciones Cuadernillos Para el Tercer Milenio.

Lo Priore I. & Díaz, J.  (2020).  Por una escuela-otra: habitable, ecoprotectora  e inmunizadora. http://arje.bc.uc.edu.ve

Lo Priore, I. & Díaz, J. (2016). Agenciamiento Autopoiético y Colectivos de Enunciación. http://otrasvoceseneducación. org/archivos/177450

López, A.  (1991).  Para comprender la experiencia estética y su poder formativo.  Navarra-España: Editorial Verbo Divino.

Sami-Ali.  (2001). El espacio imaginario. Buenos Aires: Amorrortu editores.

*Iliana Lo Priore. Doctora en Educación. Email: ilianalopriore11@gmail.com **Jorge Díaz Piña. Doctor en Ciencias de la Educación. Email: diazjorge47@gmail.com

Fuente de la información e imagen: https://insurgenciamagisterial.com

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Libro: Los Años de Reparación

Los Años de Reparación

Naomi Klein

Klein, Naomi
Los años de reparación / Naomi Klein; prefacio de Alcira Argumedo.
– 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO;
Amsterdam: TNI – Transnational Institute, 2020.
Libro digital, PDF – (Masa crítica)
Archivo Digital: descarga
Traducción de: María Paula Vasile.
ISBN 978-987-722-758-1
1. Capitalismo. 2. Globalización. I. Argumedo, Alcira, pref. II. Vasile, María
Paula, trad. III. Título.
CDD 306.2
© Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11723.

«En la Cumbre Inaugural de la Internacional Progresista, la periodista, escritora y activista canadiense Naomi Klein, nos anuncia que vienen
tiempos largos y gratificantes de reparación.
Reparación indispensable en América Latina, ante las consecuencias de décadas de predominio de políticas y globalización neoliberales, cuyo fracaso se venía anunciando en Inglaterra, Francia, Italia, España o Estados Unidos y en Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. El Covid-19 hizo estallar y profundizó una crisis alimentada por el crecimiento exponencial del desempleo, la precarización laboral, la pobreza y la indigencia, cuya contrapartida ha sido el crecimiento también exponencial de la concentración y polarización de la riqueza hasta límites insostenibles: mientras el 20% más rico de la población mundial concentra el 96% de la riqueza, el 80% –unos 6.500 millones de personas– solamente dispone del 4%. » (Argumedo, Alcira; 2020, p.13)

Descague el libro completo en este enlace: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20201119061901/Los-anios-reparacion.pdf

Fuente de la Información:

Novedad editorial – Masa Crítica: Chomsky – Klein – Varoufakis (CLACSO/TNI/IP)

 

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Coronavirus, crisis sanitaria y esclerosis del sistema político mexicano

Por: Isaac Enríquez Pérez

La crisis epidemiológica global se presenta –ante nuestro azoro e incertidumbre– como un hecho social total (concepto introducido desde la antropología y la sociología por Marcel Mauss) que cimbra los cimientos del conjunto de las relaciones, instituciones, sistemas y estructuras sociales. Las respuestas que sea posible brindar ante los alcances de la exacerbación de la crisis civilizatoria son apenas atisbos que no nos reconfortan de cara a la magnitud de los acontecimientos contemporáneos que desbordan, aceleradamente, toda capacidad de entendimiento, interpretación y de análisis prospectivo.

Los enigmas que emergen ante hechos sociales sistémicos, globales e inciertos, generan perplejidad y eclipsan toda posibilidad de pensar; y si ello ocurre, entonces entra en escena el miedo y el pánico colectivos. Instalado el miedo, el ser humano tiende a buscar protección en la religión, en la ciencia y –sobre todo– en el Estado. Pero éste no ofrece orientación, ni cuidados, y se torna postrado y rebasado ante el avance mundial de la peste. Solo le resta el recurso de la represión y de los dispositivos de control consentidos por el ciudadano. El argumento político de que la pandemia nos tomó por sorpresa imprevisible no solo es insostenible, sino que nos llama al autoengaño como humanidad.

Ni el coronavirus SARS-CoV-2 es fruto de un complot impulsado por fuerzas ocultas que manejan a la humanidad como títere; ni el ser humano es totalmente ajeno a la construcción social que subyace en la génesis y diseminación de virus y bacterias que son potenciados con la alta densidad poblacional y la contradictoria y destructiva relación sociedad/naturaleza. Relación regida por comportamientos ecocidas, ecodepredadores y de despojo que alimentan un patrón de producción, mercantilización y consumo compulsivo y regido por el supuesto del crecimiento ilimitado, capaces –dichos comportamientos– de alterar el clima y los equilibrios ecológicos y de devastar los hábitats naturales de animales habituados a convivir con agentes patógenos. Todo ello se magnifica con la intensificación de los flujos globales y de la movilidad humana transcontinental.

Frente a ello, cabe argumentar que las capacidades científicas, tecnológicas y materiales para enfrentar una pandemia, están al alcance de la humanidad. No así la voluntad política, las decisiones y la cooperación internacional para que ello ocurra. No es un asunto de escasez, sino de relaciones de poder signadas por la desigualdad. En este escenario, la enfermedad es expresión de la misma concentración de la riqueza, de las asimetrías de poder y de desigualdad social.

En múltiples sociedades nacionales, la magnificación de los efectos negativos derivados de la pandemia instalada por el coronavirus SARS-CoV-2, no solo agravó las ausencias del Estado, sino que recrudecieron las desigualdades sociales y evidenciaron el rostro de la exclusión de vastos sectores. En este maremágnum, las disputas entre las distintas facciones de las élites políticas y empresariales toman nuevos bríos y se trasladan al ámbito sanitario; evidenciando con ello una descomposición y esclerosis sin precedentes en el escenario de la praxis política. Lo que subyace a todo ello es la generalizada postración del Estado que se muestra incapaz de prevenir y enfrentar favorablemente la pandemia en distintas latitudes del mundo.

México no es la excepción a ello. Se trata de una sociedad subdesarrollada que lastra desigualdades ancestrales que le laceran y que se agravan con las ausencias del Estado; la violencia criminal; la «grieta» social que combina odio, racismo y clasismo; y la creciente exclusión social. Justo la desigualdad es el fenómeno que mayor incidencia tiene en los efectos de la actual crisis epidemiológica. Ante ello, es pertinente analizar varias aristas.

En principio, el sistema sanitario mexicano está rebasado en su cobertura, capacidades y calidad, desde tiempo atrás. Fruto de la ideología del fundamentalismo de mercado adoptada desde la década de los ochenta, el sistema de salud experimenta debilidades y fallos estructurales y una privatización de facto, que induce a los ciudadanos a usar servicios privados ante la negligencia, el burocratismo y la insuficiencia de medicamentos en buena parte de las clínicas y hospitales públicos. La corrupción en la adquisición de medicamentos y equipo; los desfalcos protagonizados por directivos y personal sanitario regidos por la deshonestidad; y la falta de inversión pública y la consecuente decadencia del servicio, son expresiones de un sistema sanitario colapsado de antemano. Aunado ello a la incapacidad y la falta de voluntad política para garantizar la cobertura y atención a la salud como un derecho universal y gratuito.

Para ilustrar esto último, cabe anotar algunos datos: en el año 2000, se contabilizaron –tanto en hospitales públicos como en los privados– 1.8 camas por cada mil habitantes; para el año 2017, el indicador cayó a 1.4 camas por cada mil, y para el año 2019 se precipitó a 1.0 camas por cada mil habitantes. Muy lejos de las 4.7 camas por cada mil habitantes que promedian los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En tanto que, hacia el 2019, mientras los países miembros de la OCDE promediaron 3.5 médicos por cada mil habitantes, México solo cuenta con 2.6. Por no mencionar el déficit de especialistas médicos capaces de enfrentar y atender el padecimiento del Covid-19. De más está ahondar que con esas insuficiencias, el sistema sanitario mexicano colapsaría ante el aumento de personas infectadas y en situación crítica.

Por su parte, el proceso económico acarrea en México, desde antes de la crisis sanitaria, tendencias negativas. Si la economía nacional no crece a niveles sostenidos, se debe a las disputas entre las élites empresariales y la élite política encabezada por Andrés Manuel López Obrador, y a las reticencias y negación de las primeras para invertir en el aparato productivo, en una especie de sabotaje y boicot a los proyectos de gobierno de la segunda. La fuga de capitales hacia bancos de los Estados Unidos, emprendida por parte de esta élite empresarial antinacionalista asciende a 76 mil 166 millones de dólares. Ello explica, en buena medida, los riesgos de recesión que se ciernen sobre la economía mexicana desde hace 17 meses. Lo demás se relaciona con la obstinación del actual gobierno por preservar los supuestos de la política económica ultra-liberal regida a través del imperativo de la disciplina fiscal.

Las proyecciones más halagadoras señalan que la economía mexicana, de cara a los efectos de la pandemia, tendrá un retroceso del 6.6%. Se calcula también una transición de 53 millones de pobres a 68 millones de personas que no podrán satisfacer sus necesidades básicas y, en especial, la alimentación. Entre el 13 de marzo y el 6 de abril, se sumaron 347 mil desempleados, y se pronostica la pérdida de entre 700 mil y 1.2 millones de empleos hacia el final de la contingencia. Así como un freno en los flujos de las remesas enviadas por los migrantes desde los Estados Unidos ante el parón de las actividades productivas en esa nación. Todo ello sin contar la desprotección y la pauperización que se ciernen sobre la población empleada en la economía informal (alrededor de 31.3 millones de habitantes; algo así como el 60% de la población económicamente activa).

Estos escenarios, el sanitario y el económico, tienden a complicarse con la polarización sociopolítica y la “grieta” que se pronuncia en la sociedad mexicana. Instalado un discurso clasista y racista de odio y división, y de intenso ataque al proyecto de gobierno de la actual administración pública federal, se ahondan las contradicciones y la debilidad de las instituciones. Muestra de ello es el llamado a la desobediencia civil proclamado por Tv Azteca –la segunda televisora con mayor audiencia en el país– tras incitar a la población a desacatar las medidas estipuladas por las autoridades sanitarias. La irradiación del virus desinformativo es un síntoma de esta “grieta” social.

Este llamado –aunado al de otros periodistas y de gobiernos locales que endurecen sus medidas represivas y coartan libertades ciudadanas fundamentales bajo el argumento de contener la epidemia–, no solo evidencia las disputas entre las distintas facciones de las élites y, particularmente, el resentimiento de una clase empresarial que se acostumbró a succionar del sector público, sino que también es muestra de una esclerosis del sistema político mexicano y, especialmente, de aquellos grupos de presión que apuestan a que le vaya mal al país para endilgarle la factura a un gobierno federal que carece de operadores políticos para contener los ataques que padece. La crisis epidemiológica solo es el pretexto para ahondar esa fragmentación social y para abonar a la crisis de Estado que experimenta el país en los últimos lustros.

No menos importante es la cantidad de problemas públicos que son encubiertos o silenciados con la instalación monotemática de la contingencia sanitaria en los medios. Además de múltiples problemas de salud pública, el agravamiento de la violencia criminal –que alcanzó niveles históricos en los últimos días al registrarse 114 homicidios el pasado 20 de abril–, es uno de esos problemas públicos obviados en México y que es parte de esa cruenta disputa que despliegan las distintas facciones de las élites por controlar el territorio y la economía clandestina de la muerte. A esta violencia e inseguridad, no escapa el personal del sistema de salud que es discriminado y agredido en la vía pública, bajo la consigna desinformada de que son portadores del virus.

Enfrentar los efectos de la crisis epidemiológica en una nación subdesarrollada como México, supone fortalecer las instituciones estatales como mecanismo de defensa de la sociedad. Y para ello será fundamental el robustecimiento de la cultura ciudadana, la dotación de información fidedigna y la regeneración del tejido social. Postergar la confrontación que ahonda la “grieta” en la sociedad mexicana, también es un imperativo que bien puede contribuir a calmar las ansias de imponer los intereses creados y facciosos. De otra forma, los escenarios que se plantean para México rayarán en lo catastrófico.

Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Fuente: https://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2020/07/03/coronavirus-crisis-sanitaria-y-esclerosis-del-sistema-politico-mexicano

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Un estornudo que sacude al mundo: algunas consideraciones en torno al coronavirus, la crisis civilizatoria y el colapso global

Por: Francisco Javier Velasco Páez.

 

En 1912, luego de un publicitado y festivo bautizo, el enorme “Titanic”,   considerado por muchos como insumergible, celebrado en su momento como uno de los artefactos más sofisticados y poderosos  jamás creados por el ingenio humano, naufragó en su viaje inaugural frente  a las costas de Terranova. En el año de  1986, mientras veía por televisión en Montreal el lanzamiento en vivo y directo del “Challenger”, quedé de repente estupefacto al contemplar, conjuntamente con millones de espectadores en distintas partes del planeta, la explosión del transbordador espacial cuando había transcurrido poco más de un minuto de su despegue. Mientras una lluvia de escombros ardientes descendía a la manera de un gran fuego de artificio, me vino a la mente la tragedia del “Titanic. Explosión debida a una fuga en el sistema de propulsión para el caso del transbordador y choque con un iceberg en lo que concierne al gran trasatlántico, fueron ambas causas que en lo concreto revelaron la ilusión de una modernidad que se jactaba de su control sobre los imponderables y las fuerzas naturales. Todas dos constituyen alegorías de una catástrofe en curso que muestra en los actuales momentos una de sus caras más siniestras con la expansión inexorable de una pandemia causada por un virus.

Tal y como ya lo están demostrando los hechos que nos agobian en el presente, la crisis del Coronavirus trasciende el ámbito sanitario, es parte de una historia y una circunstancia  mucho mayor y más compleja. Tiemblan los mercados bursátiles, se paraliza la producción, se conventualiza la vida en las ciudades, se resquebrajan los discursos políticos, se incrementa el descrédito de las élites, todo ello en un mar de dinámicas entrópicas.  La estela de asombro, pánico, desamparo, incertidumbre, controversia, desestabilización, sufrimiento, muerte, caos y repliegue social que va dejando el Coronavirus en su avance, arroja luz sobre lo mucho que se ha degradado el mundo. Así lo muestra también el hecho de que, en menos de un año,  se incendió la Amazonía y ardieron vastas extensiones de bosques en Siberia, África y Australia, se fundió el permafrost en Groenlandia y se redujeron en una proporción significativa y ascendente los hielos polares y los glaciares en todo el mundo. Igualmente son indicadores de esta situación las múltiples y multitudinarias expresiones de protesta que han tomado las calles de diversas ciudades en Chile, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Colombia, El Líbano, Afganistán, Irán, Irak, Francia y China desde finales del año pasado.

Diversas hipótesis han surgido para tratar de explicar el origen del Coronavirus. Así por ejemplo hay quienes aseguran que se trata de una creación artificial surgida de oscuros laboratorios de guerra biológica que pudo haberse escapado de control.  Otros señalan que se trata de un arma de guerra utilizada por el establishment de los Estados Unidos para frenar la incesante expansión de China como superpoder mundial, argumento este que es retomado por quienes sostienen que, por el contrario, el Coronavirus es una suerte de Caballo de Troya chino contra el poder estadounidense y sus aliados occidentales. En lo personal no nos convencen ninguna de estas versiones, aunque reconocemos que tienen su dosis de realismo. En todo caso, de ser cierta cualquiera de ellas, revelaría igualmente una situación terminal, la aproximación a un “fin de fiesta” civilizatorio cuyo vértigo nos succiona actualmente.

Nos inclinamos más por la perspectiva según la cual el Coronavirus es el resultado de  la descomposición de ecosistemas, de cosas que, en un afán de dominio, sociedades humanas  han hecho a la naturaleza. Esta última, en retorno, se vuelve contra los humanos para espantarnos de maneras aún desconocidas en su mayoría. Un ejemplo crítico es el modelo de enfermedades infecciosas que muestran la mayoría de epidemias como el SIDA, el Ébola, el SARS, el Nilo occidental  y cientos de otras que han ocurrido en los últimos tiempos. La carencia de una sabiduría sistémica en nuestras relaciones con el mundo natural  nos conduce a una situación de impotencia ante lo desconocido. El Coronavirus se presenta simultáneamente con grandes amenazas como el calentamiento global o el cortocircuito de una economía impuesta globalmente por un reducido grupo de bancos y corporaciones (desde hace varios años, antes de la aparición del nuevo coronavirus, ya se habían manifestado indicadores de crisis preocupantes en el sistema económico mundial). La pandemia puede asociarse a ciertos animales como los murciélagos o las serpientes, tal y como parecen indicarlo ciertas investigaciones. Pero no son esos animales, dicho sea de paso de gran importancia ecológica, los causantes del mal. En todo caso, la atención debería centrarse en la forma como son tratados esos animales en el contexto de determinadas actividades humanas y cómo  nos relacionamos los humanos entre nosotros mismos.

En algunas ocasiones, virus como aquel cuya deriva nos ocupa en este texto, se transmiten de humano a humano. Puede ocurrir que por vía respiratoria, cuando un animal tose o estornuda, se infecta una persona o un grupo de ellas que se encuentra en su cercanía. Otras veces, el asunto resulta de la contaminación del agua o de los alimentos por la saliva o las heces animales y humanas. También sucede como consecuencia del descuartizamiento de animales para consumo humano, de la manera como son manejadas y expuestas las piezas en los mercados. Podría pensarse además en vías relacionadas con experiencias de laboratorio que involucran animales, muchas veces sometidos a penurias, mutilaciones y crueles inoculaciones. Sea como sea, el asunto remite a ciertas maneras de hacer las cosas que forman parte de modos de vida particulares, modos de existencia en los territorios que se han hecho hegemónicos en el conjunto del  planeta.

La propagación extremadamente rápida del Coronavirus deriva de un mundo que vive en intercambio permanente, en el que la puesta en cuarentena durante algunos días o semanas provoca catástrofes económicas a escala continental o planetaria. La sociedad de flujo y conectividad se bloquea. El mundo globalizado, con todo su arrogante despliegue tecnológico, inesperadamente descubre su gran vulnerabilidad y teme por un posible colapso.

Distintas civilizaciones han sucumbido en el pasado, todas ellas han tenido un alcance limitado en términos geográficos. No obstante, en la actualidad se multiplican los signos y expresiones particulares de una crisis sistémica de carácter global que, no necesariamente implica el fin de la humanidad (aunque esa posibilidad está presente con fuerza) pero sin duda alguna de  la civilización dominante de alcance planetario. Son indicadores típicos de un desplome societal o, en un sentido más amplio, civilizatorio, pero en proporciones nunca antes igualadas. El carácter sistémico de la crisis refiere al hecho de que los estrechos vínculos existentes entre diferentes elementos o factores desatan efectos de ruptura en cascada más o menos irreversibles. Citemos como ejemplo el propósito de resolver una crisis energética mundial con el uso masivo de biocombustibles sin por ello disminuir el consumo energético; en ese caso, muy probablemente se pondría a la disposición de tal propósito la casi totalidad de tierras fértiles disponibles en el planeta, lo cual supondría (debido a la deforestación masiva) un colapso ecosistémico de gran magnitud, un notable incremento del calentamiento global y un aumento exponencial del hambre en el mundo.

El desenlace de la crisis toma tiempo. Vale decir, el derrumbe generalizado del orden existente no ocurre de manera sorpresiva y en un momento particular (salvo en una situación similar a la de una guerra nuclear, aparentemente poco probable en este contexto aunque no imposible). Se trata de un largo proceso no lineal, temporalmente y espacialmente desigual. Vistas así las cosas, conviene señalar que la destrucción de la biodiversidad actualmente en pleno desarrollo hace mucho que comenzó. Lo mismo puede decirse del cambio climático,  de diferentes aspectos de la crisis económica,  de la disputa geopolítica o de la protesta anti-sistémica.

Considerando la calamitosa situación actual no debemos ocultar la realidad. El fin relativamente cercano de un sistema-mundo depredador es una posibilidad creíble. Problemas relativos a la salud, la alimentación, el ambiente, la política, la geopolítica y la economía, convergen para señalarnos que estamos llegando a un punto de inflexión en el que se juega nuestro destino como especie y/o como espectro de sociedades. En el mismo momento en el que el mundo se encuentra de rodillas ante la pandemia, América Latina sufre por una fuerte incidencia de dengue y una exacerbación del extractivismo, el Medio Oriente y el Mediterráneo son escenarios de una terrible crisis migratoria, en los Estados Unidos se dispara la venta de armas en medio de una paranoia social, al tiempo que la dinámica del Antropoceno nos arrastra brutalmente. El declive es evidente y nada será igual en el futuro cercano.

La encrucijada civilizatoria en la que nos encontramos exige de nosotros una ruptura radical con el sistema de cosas imperante. Se trata de tener la voluntad política y social suficiente para formular las preguntas significativas e identificar los verdaderos problemas y sus causas. Hablamos, entre otras cosas, de un cambio de modelo económico y de patrón energético, de justicia social, ambiental, climática, fiscal y migratoria, de una democracia más profunda y directa, de equidad, moderación en el aprovechamiento de recursos y respeto a la diversidad, de descarte del antropocentrismo, de la emergencia y/o reforzamiento de valores de simplicidad, ayuda mutua y vida colectiva. Es indispensable movilizar a la sociedad, a los ciudadanos  organizados. Para eso se necesitan nuevos relatos, ajenos a las lógicas corporativas y estado-céntricas, visiones alternativas al sistema imperante que simultáneamente sean tangibles y positivas. No es suficiente con tomar posición contra una concepción de la sociedad, hace falta proponer para cambiar de rumbo y agitar las energías.  Desde ahora debemos construir nuestra resiliencia activa, diversificada, autónoma  y adaptativa, plantar las semillas de una nueva constelación civilizatoria que, con una estrategia de transición, vaya actuando sobre lo concreto, por ejemplo propiciando la autonomía y la sostenibilidad de los territorios a diferentes escalas (familiar, local, regional, etc.) y en varios sectores (alimentación, energía, salud, vivienda, etc.). Una coordinación en una escala mucho mayor debe ocuparse de asuntos más globales, como por ejemplo los efectos del cambio climático y la seguridad sanitaria. Todo ello en un contexto de diversificación energética que implique el abandono progresivo de la matriz centrada en los  combustibles fósiles. Los medios técnicos a ser desplegados en este marco particular deben dar prioridad a las soluciones low-tech, es decir a herramientas y máquinas simples, económicas, multipropósito, reparables y conviviales. Son todas alternativas reales, de ningún modo completas y excluyentes de otras posibilidades y experiencias que, desde abajo y en los territorios, se construyen día a día  en distintas latitudes.

La crisis detonada por el Coronavirus nos confronta con la necesidad de actuar colectivamente con audacia y clarividencia, no en vano el sentido etimológico del término “apocalipsis” es la revelación. Los canales de Venecia que súbitamente se han hecho transparentes y se han repoblado de peces, nos revelan que  las posibilidades de reconstruir el mundo de una manera emancipatoria están a la orden del día.

Fuente del artículo: http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/un-estornudo-que-sacude-al-mundo-algunas-consideraciones-en-torno-al-coronavirus-la-crisis-civilizatoria-y-el-colapso-global/

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Después del ascenso de la extrema derecha, ¿qué vendrá?

Por: Leonardo Boff

Hagamos algunas constataciones: se ha consolidado la aldea global; ocupamos prácticamente todo el espacio terrestre y explotamos el capital natural hasta los confines de la materia y de la vida con la automatización, robotización e inteligencia artificial. Verificamos un ascenso atemorizador de la extrema derecha, bien expresada por el ultra neoliberalismo radical y por el fundamentalismo político y religioso. Estamos inmersos en una angustiosa crisis civilizatoria que adquiere cuerpo en las distintas crisis (climática, alimentaria, energética, económico-financiera, ética y espiritual). Inauguramos, según algunos, una nueva era geológica, el antropoceno, en la cual el ser humano aparece como el Satán de la Tierra. En contraposición, está surgiendo otra era geológica, el ecoceno, en la cual la vida y no el crecimiento ilimitado tiene centralidad.

La pregunta que se plantea ahora es: ¿Qué vendrá después del conservadurismo atroz de la derecha? ¿Será más de lo mismo? Eso es muy peligroso, pues podemos ir al encuentro de un Armagedón ecológico-social que ponga en peligro el futuro común de la Tierra y de la Humanidad. Tal tragedia puede ocurrir en cualquier momento si la Inteligencia Artificial, autónoma, por medio de algoritmos locos, desencadena una guerra letal sin que los seres humanos se den cuenta o puedan impedirla.

¿Estamos sin salida, rumbo a un destino sin retorno? Al límite, cuando nos demos cuenta de que podemos desaparecer tendremos que cambiar. Quién sabe, la salida posible será pasar del capital material al capital humano-espiritual. El primero tiene límites y se agota. El último es infinito e inagotable. No hay límites para aquello cuyos contenidos son: la solidaridad, la cooperación, el amor, la compasión, el cuidado, el espíritu humanitario, valores en sí infinitos, pues su realización puede crecer sin cesar. Lo espiritual ha sido escasamente vivenciado por nosotros, pero el miedo a desaparecer y dada la acumulación inmensa de energías positivas, puede irrumpir como la gran alternativa que nos podrá salvar.

La centralidad del capital espiritual reside en la vida en toda su diversidad, en la conectividad de todos con todos, por eso las relaciones son inclusivas, en el amor incondicional, en la compasión, en el cuidado de nuestra Casa Común y en la apertura a la Trascendencia.

No significa que tengamos que excluir la razón instrumental y su expresión en la tecnociencia. Sin ellas no atenderíamos las demandas humanas, pero no tendrían la exclusiva centralidad ni serían ya destructivas. En éstas, la razón instrumental-analítica constituía su motor; en el capital espiritual, la razón cordial y sensible. A partir de ella se organizarían la vida social y la producción. En la razón cordial se hospeda el mundo de los valores; de ella se alimentan la vida espiritual, la ética y los grandes sueños, y produce las obras del espíritu, mencionadas antes.

Imaginemos el escenario siguiente: si en el tiempo de la desaparición de los dinosaurios, hace cerca de 67 millones de años, hubiese habido un observador que se preguntase qué vendrá después de ellos, probablemente habría dicho: la aparición de especies de dinosaurios aún mayores y más voraces. Se estaría equivocando. Ni siquiera imaginaría que, de un pequeño mamífero, nuestro antepasado, que estaría viviendo en la copa de los árboles más altos, se alimentaría de flores y de brotes, y temblaría de miedo de ser devorado por algún dinosaurio alto, iba a irrumpir, miles de años después, algo absolutamente impensado: un ser de conciencia y de inteligencia –el ser humano– totalmente diferente de los dinosaurios. No fue «más de lo mismo»; fue un «salto cualitativo» nuevo.

De modo semejante creemos que ahora podrá surgir un nuevo estado de conciencia, imbuido del inagotable capital espiritual. Ahora es el mundo del ser más que el del tener, de la cooperación más que de la competición, del bien-vivir-y-convivir más que de vivir bien.

El próximo paso, entonces, sería descubrir lo que está oculto en nosotros: el capital espiritual. Bajo su regencia, podremos comenzar a organizar la sociedad, la producción y lo cotidiano. Entonces la economía estaría al servicio de la vida y la vida penetrada por los valores de la autorrealización, de la amorización y de la alegría de vivir.

Pero esto no ocurre automáticamente. Podemos acoger el capital espiritual o también rechazarlo. Pero, incluso rechazado, se ofrece siempre como una posibilidad a ser abrigada. Lo espiritual no se identifica con ninguna religión. Es algo anterior, antropológico, que emerge de las virtualidades de nuestra profundidad arquetípica. Pero la religión puede alimentarlo y fortalecerlo, pues se originó de ello.

Estimo que la actual crisis nos abrirá la posibilidad de dar un centro axial al capital espiritual. Dicen que Buda, Jesús, Francisco de Asís, Gandhi, la brasileña hermana Dulce, y tantos otros maestros/as, lo habrían anticipado históricamente.

Ellos alimentan nuestro principio-esperanza de salir de la crisis global que nos asola. Seremos más humanos, integrando nuestras sombras, reconciliados con nosotros mismos, con la Madre Tierra y con la Última Realidad.

Entonces seremos más plenamente nosotros mismos, entrelazados por redes de relaciones tiernas y fraternas con todos los seres y entre todos nosotros co-iguales.

Fuente: https://acento.com.do/2019/opinion/8760524-despues-del-ascenso-de-la-extrema-derecha-que-vendra/

Imagen: Pete Linforth en Pixabay

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La desfuturización (o el desarrollo como diseño de eliminación)

Luego de tantas décadas de desarrollo, ¿por qué las desigualdades sociales, en lugar de disminuir, se han incrementado? ¿Será que estamos ante un grave problema de diseño?

MARX JOSÉ GÓMEZ LIENDO

La reflexión que quiero compartir es una provocación y creo necesario empezar enmarcando mi argumento.

Las líneas que siguen a continuación emergen de una serie de debates que hemos tenido en diferentes momentos las y los integrantes del Centro de Estudios de la Ciencia (CEC) del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Aun cuando ingresé al equipo de trabajo en noviembre de 2014, por ‘diferentes momentos’ me refiero a ocasiones muy anteriores a mi ingreso, en las cuales se ha venido conversando en torno al devenir del campo de los Estudios Sociales de la Ciencia (ESC) en América Latina y Venezuela1.

En esas conversaciones he encontrado interesante la existencia de presencias hologramáticas a través de las argumentaciones que se van tejiendo en cada discusión. Igualmente interesante es el hecho de que dicho tejido no necesariamente evoca una continuidad reflexiva, sino que también va bordando desplazamientos y cuestionamientos con el propósito de (y esta es una interpretación personal) reorientar la tradición racionalista de la ciencia, avanzando al mismo tiempo en su eventual deconstrucción (lo que entiendo como el proyecto de ‘ciencia sucesora’ de Sandra Harding2 ).

Recientemente, desde el año pasado, el contexto de estos debates es el consenso sobre la necesidad de repensar las bases que fundamentan el posgrado en ESC que se imparte en el IVIC y es coordinado desde el CEC. Es en este marco donde se inserta mi reflexión3.

Pensar desde el campo de los ESC el debate en torno al desarrollo es preguntarnos sobre el sistema de conocimiento y prácticas que le es constitutivo, cómo dicho sistema ha posibilitado su difusión planetaria, qué consecuencias ha generado y cuáles serían las claves para reinterpretar, interpelar y/o deconstruir dicho orden discursivo4.

Por tal motivo, ayuda mucho afirmar -como lo ha hecho Sandra Harding en Ciencia y Feminismo– que “la filosofía centrada en la epistemología […] y la racionalidad centrada en la ciencia no constituyen sino un episodio de tres siglos en la historia del pensamiento occidental”. Discutir sobre el desarrollo es, también, discutir sobre la ciencia y la tecnología en las cuales se ha apoyado. Esto es algo que me queda claro cuando Arturo Escobar, en su clásico libro La invención del desarrollo, nos habla de la profesionalización e institucionalización del mismo.

Entonces, estudiar críticamente la relación ciencia-tecnología-desarrollo es abordar también la interrogante acerca de cuál ciencia y cuál tecnología estamos cuestionando. Ello plantea dos tareas político-académicas que se encuentran entrelazadas: 1) las continuidades y discontinuidades de la idea del desarrollo con la historia de la idea del progreso; y 2) la genealogía de los significantes ‘ciencia’ y ‘tecnología’.

Increpar a la ciencia moderna supone evidenciar otras dos cosas: por un lado, que su racionalidad es constitutivamente dominadora, racista y colonizadora5; y por otro, que la crisis ambiental global que vivimos tiene como correlato directo una crisis de la razón o de lo que la cultura dominante ha hecho de la razón6.

A poco más de siete décadas de aquel discurso de Harry Truman el 20 de enero de 1949, y a casi cuatro años del lanzamiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) por parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), son muchas las preguntas que siguen quedando abiertas: ¿No ha pasado ya suficiente tiempo como para percatarnos de que los países ‘en vías de desarrollo’ quedarán confinados a esa condición porque, precisamente, la misma es necesaria para que los países ‘desarrollados’ mantengan su hegemonía? ¿Se requiere más evidencia para constatar la incompatibilidad de las políticas de crecimiento económico con la llamada sostenibilidad ambiental? Luego de tantas décadas de desarrollo, ¿por qué las desigualdades sociales, en lugar de disminuir, se han incrementado? ¿Será que estamos ante un grave problema de diseño?

Aquí es donde entra mi provocación. A fin de que la crisis civilizatoria sacuda hasta la médula nuestra posición en el mundo, ¿es plausible plantearse como hipótesis de trabajo que el desarrollo es, desde sus orígenes, un diseño de eliminación? ¿Qué implicaciones tiene este punto de partida en contextos como el latinoamericano, donde desde el podio de los Estados/Gobiernos se reivindica el ‘derecho al desarrollo’? ¿Se trata de un curioso derecho que anula, contradictoriamente, todos los demás derechos, empezando por el de la autodeterminación?

Conviene aclarar que la noción ‘diseño de eliminación’ la tomo del teórico australiano del diseño, Tony Fry7 y que, además, la estoy usando en un sentido ligeramente distinto al que propone el autor pero no por ello contradictorio con el suyo. Para Fry, el término se enmarca en su propuesta de una ‘era del sostenimiento’ (sustainment); por tanto, es necesaria la eliminación, vía diseño, de lo insostenible. Algunas iniciativas al respecto serían, por ejemplo, crear herramientas que nos permitan conservar los materiales en uso en lugar de agotarlos en tanto ‘recursos’; estructuras de funcionamiento modesto en vez de infraestructuras excesivas; y productos que conserven su utilidad a lo largo de la vida de sus usuarias y usuarios, combatiendo así la obsolescencia programada. Vemos, pues, que lo que busca eliminar el diseño de eliminación de Fry son las condiciones que vulneran el sostenimiento de la vida y que niegan un futuro con futuros (lo que él ha llamado desfuturización8 ).

Si en Fry el término tiene un sentido propositivo, es porque también es un concepto-denuncia. Y esta es la distinción que quiero resaltar. La eliminación también puede ser entendida como ligada a la noción de epistemicidio de Boaventura de Sousa Santos9. Ello permitiría comprender las tensiones en torno a planes, programas, proyectos y políticas de desarrollo como conflictos entre mundos constantemente en disputa y diseño, llevando así la política de la ontología de artefactos, tecnologías, procesos y/o marcos categoriales a su aspecto más radical: si sus condiciones de posibilidad requieren de la producción activa de la inexistencia (cuando no el literal exterminio) de otras formas de habitar el mundo o, por el contrario, pueden coexistir con otros modos de ser.

La desfuturización es la marca de origen del desarrollo. En las primeras páginas del libro de Escobar ya mencionado, el autor cita un pasaje de un influyente documento de la ONU que evidencia la arrogancia y el etnocentrismo con el que se concebía la reestructuración (entiéndase diseño) de las sociedades ‘subdesarrolladas’. Podemos suponer que tal arrogancia y etnocentrismo se han matizado con el tiempo (ahora se dice ‘en vías de desarrollo’), pero no por ello han dejado de existir y ocupar los imaginarios de algunas y algunos de los responsables de las políticas del desarrollo a diferentes escalas. Copiaré el pasaje en su totalidad porque lo considero bastante ilustrativo de la dimensión ontológica del desarrollo como diseño de eliminación (de futuros):

Hay un sentido en el que el progreso económico acelerado es imposible sin ajustes dolorosos. Las filosofías ancestrales deben ser erradicadas; las viejas instituciones sociales tienen que desintegrarse; los lazos de casta, credo y raza deben romperse; y grandes masas de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso deberán ver frustradas sus expectativas de una vida cómoda. Muy pocas comunidades están dispuestas a pagar  el precio del progreso económico10.

Este programa de acción ha requerido y requiere ciencia y tecnología para su implementación. Por ello, el análisis crítico de su racionalidad, y de los aspectos constitutivos de la misma, es fundamental.

Continúo con mi provocación: si la desfuturización es la marca de origen del desarrollo, ¿lo es también del campo de los ESC? ¿Esta área de investigación interdisciplinaria está comprometida ontológicamente con la idea del desarrollo?

Estas interrogantes en ningún momento suponen que dicho campo sea acrítico o irreflexivo. Por el contrario, al estudiar el doble movimiento entre la ciencia y sociedad, los ESC abordan diversos ámbitos: percepción y gestión de riesgos, controversias socio-técnicas, gestión del conocimiento, filosofía de la ciencia, historia, sociología y economía de la innovación, metodologías de análisis, antropología del conocimiento, por nombrar solo algunos.

Lo que tales preguntas ponen en el centro del debate es cuál es la función crítica de la crítica11 en los ESC. ¿A qué responden, en última instancia, los ámbitos mencionados? ¿Se trata de una crítica parcial, sistémica o anti-sistémica del desarrollo? ¿Hasta qué punto es posible un giro regenerativo en la ciencia y tecnología modernas? Considero que los ESC deben enraizarse en los terrenos de las epistemologías políticas en sus diferentes variantes (feministas, del sur, decoloniales, etc.), visibilizando otras experiencias y expectativas sociales, así como los mundos de vida de los cuales emergen.

Al menos desde América Latina (porque no puedo hablar con propiedad de otras regiones), entiendo el origen de los ESC como un hermano siamés de la idea del desarrollo. En sus inicios, las preocupaciones fundamentales giraban en torno a cómo la ciencia y tecnología pueden apalancar el desarrollo económico y social de las naciones latinoamericanas12. Una vertiente crítica de esta relación está en el pensamiento latinoamericano sobre dependencia. Groso modo, este continúa siendo el trasfondo intelectual de los debates del campo en la actualidad. Y aunque las discusiones sobre el posdesarrollo también forman parte del pluriverso de reflexiones críticas en América Latina13, no necesariamente han permeado en su conjunto a los ESC.

Victor Papanek en su clásica obra Diseñar para el mundo real14afirmaba que los diseñadores se han convertido en una especie peligrosa. A la luz de esta reflexión, creo que los desarrollistas son un género de esa especie. ¿Perteneceremos las y los integrantes del campo de los ESC a tal taxonomía?

Como toda provocación, soy consciente de que la misma, además de generar incomodidades, puede estar cargada de argumentos que a primera vista parecieran taxativos. No obstante, lejos de ello, la idea es contribuir con los esfuerzos por abrir puertas a otras conversaciones, ya que los términos del “diálogo” hegemónico (o, más bien, soliloquio) sobre el desarrollo y sus variantes sigue eliminando futuros, porque ahoga voces y encubre sus mundos. Si la desfuturización es un problema grave, no quitarnos las gríngolas es algo todavía peor.

Notas

1. Cabe agregar que fuera del CEC otros compañeros y compañeras del IVIC también vienen impulsando discusiones similares. Aunque no abordan el análisis de un campo académico como los ESC, sus debates giran en torno a la corresponsabilidad de la ciencia en la actual crisis civilizatoria. Mis conversaciones con algunas y algunos de ellos   (Francisco Herrera, Daniel Lew, Lilliam Arvelo y Tibisay Pérez) han sido muy estimulantes y a ellas y ellos debo, en parte, varias de mis reflexiones e inquietudes actuales. Si bien existen disensos mínimos, por demás necesarios, nos reúne una angustia común: el mundo que estamos viviendo y el que se avecina. Poco a poco el grupo, dentro del cual me incluyo, va sumando personas de otras instituciones.
2. Harding, Sandra (1996[1993]). Ciencia y feminismo. Madrid: Ediciones Morata (tercera edición en inglés, New York: Cornell University Press).
3. Actualmente, el coordinador académico del posgrado es el sociólogo venezolano y doctor en Estudios del Desarrollo, Miguel Ángel Contreras Natera. Trabajar de cerca con él en el proceso de revisión del posgrado ha sido una experiencia igualmente estimulante para mí. Las conversaciones que hasta el momento hemos tenido también inspiran mis búsquedas intelectuales recientes.
4. Escobar, Arturo (2012[1995]). La invención del desarrollo. Popayán: Editorial Universidad del Cauca (primera edición en inglés, Princeton: Princeton University Press).
5. Bautista, Juan José (2014). ¿Qué significa pensar desde América Latina? Madrid: Akal. Es necesario agregar y resaltar que la racionalidad moderna también es constitutivamente androcéntrica. Curiosamente, esta palabra no aparece ni una sola vez a lo largo de todo el libro.
6. Plumwood, Val (2002). Environmental Culture. The ecological crisis of reason. New York: Routledge.
7. Fry, Tony (2005). Elimination by designDesign Philosophy Papers, 3 (2): 145-147. Llegué a este autor gracias al reciente libro de Arturo Escobar, Autonomía y diseño (Editorial Universidad del Cauca, 2016). Posteriormente, la editorial de Duke University publicó una edición en inglés, Designs for the Pluriverse (2018). En el siguiente enlace puede consultarse una reseña, a manera de ensayo, que elaboré sobre el libro en español: https://iberoamericasocial.com/mas-alla-la-formacion-onto-epistemica-patriarcal-capitalista-moderno-colonial-ensayo-autonomia-diseno-arturo-escobar/
8. Fry, Tony (1999). A new design philosophy: an introduction to defuturing. Sydney: New South Wales University Press.
9. Santos, Boaventura de Sousa (2009). Epistemologías del Sur. México: Siglo XXI Editores
10. El documento citado es: United Nations, Department of Social and Economic Affairs (1951). Measures for the economic development of underdeveloped countries. New York: United Nations.
11. Bautista, op cit.
12. Kreimer, Pablo (2007). “Estudios sociales de la ciencia y la tecnología en América Latina: ¿para qué? ¿para quién?” Redes, 13 (26): 55-64.
13. Ulloa, Astrid (2015). “Environment and development: reflections from Latin America”. En The Routledge Handbook of Political Ecology, editado por Tom Perreault, Gavin Bridge y James McCarthy, 320-331. New York: Routledge.
14. Papanek, Victor (1977). Diseñar para el mundo real. Ecología humana y cambio social. Madrid: H. Blume Ediciones.

Fuente: https://iberoamericasocial.com/la-desfuturizacion/?fbclid=IwAR3-4e2i843Lqz0lSQV2y8TTZ-lZxXjhVfWF4yzgE2eiEeJge8BcQIfquR0

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